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APARICIONES Y DESAPARICIONES Se ha calculado que, actualmente, en los Estados Unidos son denunciados unos 10 millones de casos de desaparición de personas cada año. Aproximadamente 95 por ciento de ellas vuelven a su casa en horas o días, pero el restante 5 por ciento desaparecen para siempre. Los adolescentes forman el grupo mayor de desaparecidos. Acuden a las grandes ciudades, donde suele tragárselos un sórdido submundo. Entre los adultos desaparecidos, un porcentaje creciente son mujeres, lo que constituye sin duda un aspecto interesante de la liberación femenina. Un estudio de Tracers mostraba que en 1960 desaparecieron unas 300 veces más maridos que esposas, mientras que en 1980 el número de ambos se había igualado. No es tan fácil desaparecer sin dejar rastro, y no obstante ocurre a menudo. En las páginas siguientes se da noticia de muchas personas que lo han hecho. Sus historias tienen todos los ingredientes de un buen relato de misterio, salvo por el final, que en estos casos queda abierto a la imaginación. Las circunstancias que rodean las desapariciones son extrañas y a veces ridículas, y los modos en que esas personas se desvanecen sin dejar rastro —de un tren, un barco o un avión, o mientras atraviesan una calle o un campo— son inexplicables. Nos intrigan los posibles motivos: dictados del corazón, ansia irresistible de escapar de una existencia monótona o de responsabilidades no deseadas, afanes de aventura y de riqueza, una carrera comprometida, intrigas políticas, oscuras relaciones con criminales o los peligros que acechan al que sabe demasiado. Leyéndolas, reflexionamos sobre la dificultad de desaparecer sin dejar rastro; de abandonar las antiguas ocupaciones, cortar los viejos lazos y asumir una nueva identidad, y contemplamos los oscuros destinos de los perdidos inexplicablemente en su búsqueda de aventuras y novedades. Imaginamos también la suerte de las familias cuyas vidas se ven trágicamente afectadas por la pérdida de uno de sus miembros, la insoportable incertidumbre, la aprensión, la sensación de culpabilidad, el anhelo de una explicación que nunca llegará. Mucho más raros, y quizá más extraños que las historias de quienes se han desvanecido en el abismo de lo desconocido, son los casos documentados de personas llegadas de no se sabe dónde y cuya identidad sigue siendo un misterio. Algunas pueden ser amnésicos desaparecidos hacía mucho tiempo; otras, los "niños salvajes" que tantas especulaciones han suscitado en cuanto al ser del hombre. La idea de alguien que se sume en el olvido, o que carece de pasado, es difícil de admitir, especialmente hoy, cuando a toda persona la acompaña un rosario de fichas, certificados y tarjetas de identidad desde que nace hasta que muere. ANTES DE 1800

En la historia colonial de los Estados Unidos destaca como un hito fantasmal la desaparición de la colonia de Roanoke, fundada en 1587 por más de cien ingleses de ambos sexos. Cuando se establecieron en la isla costera de Virginia (hoy en Carolina del Norte), pensaban cultivarla y pagar los suministros de la metrópoli vendiendo sasafrás silvestre, un costoso artículo de importación muy apreciado como medicina en In-

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glaterra. El gobernador de la colonia, John White, se embarcó para Inglaterra en busca de suministros con los cuales mantener a los colonos en el invierno que se avecinaba. Detenido allí por la guerra con España, White volvió al fin a Roanoke en 1591, para encontrarse con que todo había desaparecido, incluidas su hija y su nieta, Virginia Dare, la primera criatura blanca nacida en América del Norte. Grabada en un poste


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