COINCIDENCIAS De los ingleses se dice que se preocupan más del bienestar de sus animales que del de sus hijos. Se supone que los franceses consideran la indiferencia por los placeres de la mesa como señal de patanería, mientras que los italianos se vuelven locos por las carreras ciclistas y la ópera. Tales estereotipos nacionales abundan, acuden con facilidad a la mente y en muchos casos contienen incluso algo de verdad. En vista de ello, sorprende que no existan para la humanidad en general. Podemos suponer, sin temor a equivocarnos, que el hombre busca el placer y huye del dolor, pero ¿qué más podemos asegurar sin rodeos? Podríamos decir que los humanos, en general, disfrutan del humor, pero sólo en su momento; que admiran el valor, pero no la temeridad; que les disgusta la tacañería, siempre que se la distinga de la prudencia en los gastos. Podríamos decir también que la maternidad es tenida en gran estima, siempre que no nos amenace una explosión demográfica. Pero ¿hay algo que a los humanos les guste sin distingos? Les gusta la coincidencia. Los seres humanos disfrutan, de un modo universal y sin reservas, de una buena coincidencia. Por diversas razones. Primero, porque la coincidencia es democrática. No toma en cuenta la riqueza ni la posición social. Segundo, porque sugiere que al mundo no le somos indiferentes. En realidad, la coincidencia sugiere que el mundo, sea lo que quiera, no sólo está misteriosamente atento a nosotros y a nuestras cosas, sino que a veces llega a extremos increíbles para demostrarlo. Tercero, porque, a causa de ello, la coincidencia crea una impresión de misteriosas posibilidades, en su mayoría no realizadas, por supuesto, pero que no por ello dejan de ser una posible fuente de alivio de la monotonía de las idas y venidas de nuestra vida cotidiana. Por último, ninguna de las virtudes mencionadas ofende las preocupaciones sociales, políticas, religiosas o científicas que podamos tener. Incluso los más serios estadísticos, deseosos de convencernos de que el brazo de la coincidencia no es tan largo como nos gusta creer, sienten el cosquilleo del desafío que supone para su capacidad profesional. Dando entonces por sentado que la coincidencia disfruta de una rara especie de popularidad inequívoca y universal, no es sorprendente que abunden las opiniones y teorías de todo tipo sobre ella. En la supuesta ausencia de probables relaciones causales, ¿son todos los acontecimientos coincidencias? ¿Son nuestras latentes capacidades parapsicológicas las que estimulan la aparición de coincidencias? ¿Explotan o revelan esas coincidencias unidades referibles en última instancia a la mente de Dios, al inconsciente colectivo o a los infinitos sistemas de parentesco producto de innumerables reencarnaciones? ¿Reside su valor exclusivamente en lo que en ellas aprendemos acerca de la tendencia de la mente a crear las pautas que sigue y luego a revestirlas de significado? ¿Acabará la coincidencia por ceder ante la ganzúa de métodos estadísticos cada vez más afinados? Y así sucesivamente. Con estas y otras redes, quizá la escurridiza coincidencia pueda ser algun día capturada e identificada. Pero si llega a serlo, ¿estaremos alguna vez totalmente seguros de que las pruebas encontradas no han encajado tan perfectamente en virtud del misterio que llamamos coincidencia? 56