Ricardo Alcántara en semanario Brecha

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16 de diciembre de 2016      Brecha

Con Ricardo Alcántara

El escritor de la casa sin libros

E de ntre pe vist sc as an te

Abandonó una casi concluida carrera de psicólogo

cine

para ser escritor, y sus 200 libros publicados sugieren

“Animales nocturnos”

que la predestinación opacó al coraje. Ricardo

La bella y las bestias

Alcántara,1 premiado autor uruguayo de literatura infantil y juvenil exportado a España en 1975, cuenta aquí cómo la imaginación le enseñó a esconderse.

Foto: Lorena Montesanto

Fabio Guerra —Dijiste en el taller recién finalizado que abominás de la apelación al niño interior. —Creo que es un concepto empobrecido por el lugar común. Todos fuimos niños alguna vez, es algo natural y no reviste ninguna excepcionalidad proyectiva; me parece que intentar tratar a esa etapa como una especie de talismán creativo erra la puntería y confunde la reflexión. —Sobre qué apoyás, entonces, tu conexión con la sensibilidad infantil. —Jamás escribo pensando en el lector, y como soy muy mental mi gran desafío es recuperar emociones; cuando lo consigo, ellas me guían. Como un río seco que dejó huella, voy a la huella. Por supuesto que los niños de ahora son muy diferentes a los de antes, pero la soledad, el miedo, el amor, tener un peluche, son universales. Aunque tirara de la cadena del baño de mi abuela muy suavemente, para no despertarla, los fantasmas sí despertaban y me perseguían hasta que llegaba a la cama a taparme con la sábana. Creo que es por esto que me leen niños de distintos países, porque trabajo temas universales. Y no me tranquiliza la aprobación de sobrinos, nietos o allegados; la flecha debe alcanzar a lectores desconocidos. —También dijiste que, de niño, la imaginación te protegía de angustias, ¿cuáles? —La relación de mi madre y mi abuela, por ejemplo, que por instantes las colocaba al borde de la agresión física. Con 5 años y un amor profundo por las dos, mi drama era discernir cuál era la buena y cuál la mala, ¿la que lloraba primero? Mi hermano la llevaba mejor porque huía a la calle y listo; yo, en cambio, sentía que si me iba la situación empeoraba. Entonces imaginaba que mamá era una princesa y la abuela una reina que intercambiaban respeto y consideraciones. Mientras el borbollón interior crecía. —El borbollón trajo la lectura recién a los 9 años, ¿por qué?

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—Desde antes venía inventando a discreción, al punto que a los 7 u 8 años sabía escribir pero no lo hacía porque la intensidad de mis fabulaciones me avasallaba. Siempre digo desde la sinceridad que tuve una infancia feliz, porque la imaginación la sostuvo. —¿Sabías leer antes de ir a la escuela? —No, mi padre era de una zona rural de Cerro Largo y había asistido a la escuela los tres días que en su casa no necesitaron el caballo, y mi madre, que había tenido que dejarla en cuarto año, leía fotonovelas. El libro no existía en mi entorno. —¿Y en la escuela? —No recuerdo a la maestra usando nada que no fuera el libro de texto. Pero a los 9 años con mi hermano enfermamos de paperas y una tía nos trajo el libro Alicia en el País de las Maravillas. Fue comenzar a leerlo y sentir que una mano me tomaba del cuello para zambullirme en sus páginas. —Escritor oriundo de una casa sin libros. —Curioso, ¿no? Quizás por eso fue bueno nacer allí, para amar un equipaje destinado a encontrarlos. —¿Cuándo sentiste que la mano que te había zambullido te devolvía para que contaras? —A los 13 años, cuando necesité volcar la olla interior que venía alimentando. Continúo haciéndolo, sólo que antes esa necesidad era desesperante y hoy es apremiante. —¿Hay un común denominador entre las preocupaciones de entonces y las de ahora? —Mira, creo que la intención de cambiar el mundo, que me acompañaba cuando me escondía de las batallas familiares en un hueco de la bañera, nunca me abandonó, sigo dándole a mis personajes la posibilidad de superar miedos e impotencias para cambiar su mundo. —Doscientos libros de literatura infantil publicados acercan pasión a obsesión.

Es la segunda película de Tom Ford después de que con Sólo un hombre (2009) brindara la curiosidad de un afamado diseñador de modas que pasa a la producción, escritura y dirección de cine. No le fue nada mal, entre otras cosas porque Colin Firth hizo uno de las mejores interpretaciones de su carrera. Como en aquella película, que se basó en una novela de Christopher Isherwood, Ford recurre en este caso a Tony and Susan, de Austin Wright, escribiendo el guión él mismo y siendo además coproductor. La profesión original del director viene a cuento a propósito de las imágenes que pueblan una de las dos partes en que consiste su narración: la de una suntuosa casa en las colinas de Los Ángeles, y sus habitantes. Allí Susan (Amy Adams) vive una desteñida relación con su infiel esposo (Armie Hammer). Ambos son bellos, elegantes, contenidos, ella propietaria de una galería de arte, él hombre de negocios, los dos muy a tono con el lujo despojado y ultramoderno de su vivienda nocturnal (no hay ni una escena diurna) en la que los objetos se intuyen más de lo que se ven, difuminados por sombras que todo lo rodean y envuelven siempre a Susan, el nocturno animal del título. Refinada contención que contrasta con la muestra que Susan exhibe en su galería, y con la que se abre la película: proyecciones gigantescas de mujeres viejas y elefantiásicamente gordas que se sacuden como un grotesco remedo de coristas, mientras en tarimas blancas, entre la multitud que recorre la galería, yacen como si fueran cadáveres las –supuestamente verdaderas– modelos de esa degradación expuesta. También contrastará la otra parte de lo que aquí se muestra. Susan recibe el manuscrito, dedicado a ella, de una novela del que fue su esposo Edward (Jake Gyllenhaal), con quien no tiene contacto hace muchos años, y la lectura de ese libro habilitará la narración paralela de lo que éste cuenta. La historia de Tony, que sale con su esposa y su hija adolescente para unas vacaciones en el oeste, es interceptado y agredido en la oscura carretera por un trío de matones pueblerinos que secuestran a las mujeres, las violan y las matan, mientras él se escapa por un

—Lo traté en terapia (risas), hasta que me dije: la creación es un misterio, no le des más vueltas, aquí es donde debes estar. —El momento en que dejaste una carrera universitaria casi terminada para abrazar la escritura habrá hecho pensar a más de uno en un trastorno. —Por lo pronto a mis padres y casi todos mis compañeros de universidad; incluso me habían ofrecido trabajo como psicólogo, y con un buen sueldo, pero sentí que no quería atarme a un rol. Venía escribiendo poesía, un diario, cosas personales, pero faltaba la valentía de poner la creatividad a prueba. Un relámpago me dijo: hazlo. —¿Por qué elegiste Barcelona para vivir? —Soy montevideano, necesitaba el mar; sufrí mucho su ausencia en San Pablo, donde fui a estudiar psicología porque aquí habían cerrado la facultad.

tris de suerte parecida, encuentra al fin a un sheriff lacónico y de ruda pero cierta moralidad (Michael Shannon), y sigue una historia de persecución y venganza. Hay una calculada apuesta a contrastes y similitudes, o proyecciones. La asepsia controlada y el juego de apariencias del presente de Susan, en las antípodas del mundo sucio, elemental y polvoriento de la novela que está leyendo, en los contrastes; el hombre de la novela interpretado por el mismo Gyllenhaal que interpreta al ex esposo Edward, un bohemio con escasas posibilidades de ascenso social, un débil, según los valores heredados por Susan –y al principio rechazados– de su madre, en las proyecciones. Hay, ciertamente, una posibilidad latente de inquietante dramaturgia en esos contrastes y proyecciones. Pero el hilo que une a ambas vertientes resulta poca cosa, una historia manida, y esquemáticamente saldada: alguien que dejó a alguien por no encontrarlo social y económicamente satisfactorio. ¿Tanta oscura sugerencia a partir de casi nada? Un presente desvelado de yuppies insatisfechos y bien arreglados, esa clase de gente que no suda –qué maquillada, “producida”, según se dice en ciertos ambientes, sale siempre Amy Adams–, y una ficción de emociones primitivas, violenta y turbia, relacionados entre sí por una banal historia de amor juvenil pasado y claudicado. Más allá de la construcción dramática, subyace en Animales nocturnos una idea impiadosa de lo humano: lo femenino es lo grotesco (la instalación), o la belleza cuidada del cálculo (Susan), lo masculino es la cobardía (Tony), la agresividad salvaje (el trío de la carretera), la falsedad (el esposo de Susan). Sólo el detective de Michael Shannon parece salvarse de ese retrato. Y es un tosco solitario del perdido oeste, condenado a morir. n

Rosalba Oxandabarat

—¿En qué barrio naciste? —La Comercial, en una casa con jardín, higuera y perro. —¿Cometiste el error de visitarla? —Sí, hace dos años, fue lacerante. No quedaba rastro del entorno donde crecí y suelo comenzar mis historias. n

1. Nació en Montevideo el 24 de noviembre de 1946. En 1970 se instaló en San Pablo a estudiar psicología y en 1975, con 2 mil dólares que ganó en un premio literario, compró una valija y un pasaje a Barcelona. Su obra, varias veces premiada, ha sido traducida en Francia, Bélgica, Holanda, Estados Unidos, Austria, Alemania, Portugal, Corea y Japón. El 8 de diciembre 2016 brindó el taller “El secreto que guardan los cuentos” en la Biblioteca Departamental de San José de Mayo, auspiciado por editorial Santillana y convocado por la docente y coordinadora de la Feria del Libro de San José, Celeste Verges.


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