A s king ignoren a vera dietz por favor

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Prólogo Transcripto por Criis

Antes de morir, oculté mis secretos en el Roble Maestro. Este libro trata sobre mi mejor amiga, Vera Dietz, quien, finalmente, los encontró. CHARLIE KAHN (El pepinillo agrio en la Big Mac de Vera)

Decir que mi amigo murió, es una cosa. Decir que mi amigo me jodió y luego murió cinco meses después, es otra. VERA DIETZ (Prepatoriana y técnico repartidor de pizzas)

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El Funeral Transcripto por Agustinabelikov

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l pastor dice algo sobre que Charlie era un espíritu libre. Lo es y no lo fue. Era libre porque por dentro estaba hecho nudos. Vivía con dificultades porque por dentro estaba muriendo. Charlie hacía que los conflictos internos parecieran deliciosos. El pastor dice algo sobre la vivaz e intensa personalidad de Charlie. Yo me lo imagino dentro del ataúd blanco, con una servilleta de McDonald´s en una mano y con un bolígrafo con punta de felpa en la otra. Lo imagino garabateando: ―Dile a este tipo que bese mi blanco y vivaz trasero. Nunca me conoció‖. Lo imagino estrujando la servilleta y tragándola. Lo imagino alcanzando su encendedor Zippo y accionándolo, ahí mismo, en su caja. Veo cómo la congregación, con lágrimas por los ojos, se distrae repentinamente con el humo que sale por las rendijas y se eleva. ¿Está bien odiar a un chico muerto? ¿Incluso si alguna vez lo amé? ¿Incluso si fue mi mejor amigo?¿Está bien odiarlo por estar muerto? Papá no quiere que presencie el entierro, pero yo lo hago caminar conmigo al cementerio; él toma mi mano por primera vez desde que tenía doce. El pastor dice algo sobre cómo volvemos a la tierra de la misma forma en que provenimos de ella, y yo siento que la hierba bajo mis pies sujeta mis tobillos, y me jala hacia abajo. Me imagino a Charlie en su ataúd, asintiendo con la cabeza, con la certeza de que el Gran Cazador había planeado que todo sucediera de esa forma. Lo imaginé riéndose ahí mientras las poleas lo bajaban al hoyo. Lo escuché decir: ―Oye, Veer, no todos los días te baja a un hoyo un tipo con una verruga en la nariz, ¿verdad?‖. Miro al tipo que maneja la polea. Veo la hierba que se aferra a mis pies. Escucho un puñado de tierra que golpea el ataúd, escucho su sonido hueco, escondo mi rostro en el costado de mi papá, y lloro en silencio. Todavía no puedo creer en verdad que Charlie esté muerto. La recepción se divide en cuatro grupos. Primero, está la familia de Charlie. El señor y la señora Kahn y sus padres (los abuelos de Charlie), los tíos y tías de Charlie y siete primos. Aquí también se incluye a los viejos amigos de la familia y a los vecinos cercanos, así que ahí es donde terminamos papá y yo. Papá aún se siente incómodo asistiendo a eventos sociales sin mamá; me pregunta cuarenta y siete veces, entre la iglesia y el salón de banquetes, si estoy bien. Pero en realidad él se siente peor que yo. En especial cuando habla con los

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Kahn. Ellos saben que nosotros sabemos sus secretos porque vivimos al lado. Y saben que sabemos, que saben. -Los siento mucho –dice papá -Gracias, ken –responde la Señora Kahn-. Hace calor afuera –primer día de septiembre- y la señora Kahn trae mangas largas. Ambos me miran y yo abro la boca para decir algo, pero no sale nada. Me siento confundida sobre lo que debería sentir, que me lanzo a los brazos de la señora Kahn y gimo durante algunos segundos. Luego recobro la compostura y con el dorso de las manos enjugo mis mejillas. Papá saca un pañuelo del bolsillo de su saco y me lo da. -Lo siento –digo. -Está bien, Vera. Eras su mejor amiga, esto debe ser terriblemente fuerte para ti. No sabe cuánto. No había sido la mejor amiga de Charlie desde abril, cuando me jodió por completo y comenzó a salir todo el tiempo con Jenny Flick y con esos losers, los Buscapleitos. Déjame decir que si creen que es mala onda que su mejor amiga muera, intenten esto: que su mejor amigo muera después de joderlos por completo. No hay mala onda más grande. A la derecha de la esquina de la familia, está la esquina de la comunidad. Es una mezcla de vecinos, maestros y chicos que estudiaban con él un curso o dos. Algunos chicos de su equipo en la Pequeña Liga de Béisbol. Nuestra niñera de la infancia, el eterno amor platónico de Charlie. Está aquí con su nuevo esposo. Después de la esquina de la comunidad, está el área de la gente oficial. Todos ahí están vestidos con un traje negro de algún tipo. El pastor habla con el director de la escuela, el doctor de la familia de Charlie y dos tipos a quienes yo nunca había visto. Cuando termina todo el asunto inicial de la recepción, uno de los asistentes del pastor le pregunta a la señora Kahn si necesita algo. El señor Kahn se acerca y contesta por ella con severidad. Luego, el asistente le informa a la gente que el buffet está listo. Es un proceso lento, pero al final la gente llega a la comida. -¿Quieres algo? –pregunta papá.

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Yo me niego con la cabeza. -¿Segura? Me siento. Él consigue un plato y sirve un poco de ensalada y queso cottage. Al otro lado de la sala están los Buscapleitos, los nuevos amigos de Charlie. Se mantienen cerca de la puerta y salen en grupos para fumar. La entrada de la casa está llena de colillas a pesar de que hay uno de esos ceniceros en forma de reloj de arena que evitan que el humo se esparza. Bloquean la puerta durante un rato, hasta que el gerente del salón les pide que se muevan. Lo hacen y ahora forman un círculo alrededor de Jenny Flick como si fuera la desesperada viuda de Charlie en lugar de ser la razón por la que está muerto. Una hora después, papá y yo vamos camino a casa; me pregunta: -¿Tú sabes algo sobre lo que sucedió la noche del domingo? -Nop. –Mentira. Sí se algo. -Porque si sabes, debes decirlo. -Ajá. Lo haría si supiera, pero no sé. –Mentira. Si sé. No diría nada si pudiera. No lo h hecho. No lo haré. No puedo hacerlo aún. Al llegar a casa tomo una ducha porque no se me ocurre otra cosa. Me pongo la pijama a pesar de que apenas son las 7:30, me siento en el estudio con papá, quién lee el periódico. Pero no puedo quedarme quieta, entonces, camino hacia la cocina, deslizo la puerta de cristal y la cierro detrás de mí en cuanto estoy adentro. En el patio hay un motón de tordos graznando como siempre lo hacen al anochecer. Miro hacia el bosque, hacia la casa de Charlie y vuelvo a entrar a casa. -¿Vas a estar bien mañana en la escuela? –me pregunta papá. -No –le digo-. Pero supongo que es lo mejor que puedo hacer, ¿sabes? -Si, tal vez –dice. Pero él no estaba ahí en el estacionamiento el lunes pasado, cuando Jenny y los Buscapleitos, todos vestidos de negro, se reunieron alrededor del auto de ella a fumar. Papá no estaba ahí cuando ella gimió. Gimió con tal fuerza que la odié aún más de lo que ya la odiaba. Ni siquiera la madre de Charlie gemía tanto. -Pues sí. Es la primera semana; de cualquier forma es sólo un repaso.

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-¿Sabes? Podrías pedir más horas en el trabajo. Tal vez eso mantendría tu mente ocupada. Creo que lo primero que se debe recordar acerca de mi padre es que, sin importar la gravedad del asunto, él siempre va a sugerir el trabajo como la mejor solución posible.

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Tres meses y medio después: Un jueves de diciembre Transcripto por Agustinabelikov

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umplí dieciocho años en octubre y dejé de ser cocinera de pizza para convertirme en repartidora. También pasé de tener veinte horas a la semana, a cuarenta, además del trabajo escolar. De cualquier manera, las únicas clases para las que vale la pena estudiar son Pensamiento Social Moderno y Vocabulario. PSM es una materia sencilla: todos los días discutimos un diferente artículo del periódico. Vocab son diez palabras a la semana (con puntos extra para las palabras que los estudiantes encuentren en la lectura diaria) que deben ser usadas en una oración. Aquí estoy yo, utilizando la palabra parsimonioso en una oración. Mi parsimonioso padre no entiende que una estudiante de preparatoria no debería tener un empleo de tiempo completo. No escucha cuando le explico que trabajar como repartidora de pizza, de las 4:00 a la medianoche, cada noche entre semana, no es muy benéfico para mis calificaciones. En lugar de comprender, mi parsimonioso padre se avienta un sermón de diez minutos sobre lo difícil que es trabajar para vivir y sobre cómo los chicos de hoy no lo entienden porque les dan mesadas que no se han ganado. En apariencia, todo es construir el carácter. En apariencia, la mayoría de los chicos debería estar agradecida. Se supone que soy la única chica de mi escuela a la que ―nuestra cultura de los privilegios‖ no está echando a perder. Se supone que esto iba a mantener mi mente alejada de la muerte de Charlie pero no ha funcionado hasta el momento, sólo empeoró las cosas. Mientras más trabajo, más me persigue él. Mientras más me sigue, más me fastidia con el asunto que debo reivindicar mi nombre. Mientras más me fastidia, más lo odio por dejarme con este desastre. O por dejarme y punto. Estoy en el semáforo que se encuentra afuera de la escuela, deslizo la playera roja de Pizza Pagoda por mi cabeza. No me importa si despeina mi cabello porque necesito lucir un poco loca, despeinada y apática para lograr el

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acto de malabarismo que es conseguir buenas propinas y que no te asalten. Busco debajo de mi asiento y siento el vidrio frío, cuando lo encuentro, lo deslizo por entre mis piernas y giro la tapa de metal. Dos tragos de Vodka más tarde, mis ojos tienen lágrimas y mi garganta automáticamente rezonga ―Ahhh‖ para deshacerse de la sensación de quemadura. No me juzguen, no me estoy emborrachando, estoy lidiando la situación. Meto tres chicles Winterfresh en mi boca, deslizo de nuevo la botella debajo de mi asiento y giro a la izquierda en el estacionamiento de Pizza Pagoda. Mi jefa en Pagoda es una ciclista realmente cool que tiene los dientes amarillos y chuecos. Se llama Marie. Tenemos otros dos gerentes. Nathan (Nate) es un hombre negro de metro noventa y ocho, con gafas cuadradas de los años ochenta. Steve tiene cuarenta y tantos, maneja un Porsche y vive con su mamá. Uno de los otros repartidores me dijo que Steve tiene mucha plata y que sólo trabaja aquí por diversión. Pero yo no creo lo que dicen los otros repartidores porque la mayor parte del tiempo están pachecos. Me han contado que cuando están pachecos y trapean el piso o lavan los trastes después de que cerramos, no pueden mirar a Marie porque sus dientes los friquean. Marie dirige el restaurante esta noche y, cuando entro, me sonríe como un costal lleno de teclas de piano rotas, avejentadas por el sol. Me entrega mi sobre de cambio y el cel de Pagoda que voy a usar esta noche. Nate está cambiando sus recibos del día en la computadora que está detrás de la isla de acero inoxidable para condimentos. -¡Ey, Vera! ¿Qué onda? - Hola, Nate. -¿Alguna vez te han dicho que te ves bien con ese uniforme? –me pregunta. Lo hace por lo menos dos veces a la semana. Es lo que él considera un poco de plática cariñosa. -Sólo tú –le contesto. - Es como si ti destino fuera de técnico repartidor de pizza –añade. Luego cierra con fuerza el cajón del cambio y se contonea hasta el cuarto de atrás donde estoy. Ahí avienta el viejo saco del cambio sobre el escritorio de la oficina y, del gancho que está detrás de la puerta, retira su horrible chamarra de cuero estilo MC Hammer.

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-El destino es una mierda –le contesto. Lo sÊ bien, he pasado toda mi vida tratando de evitar el mío.

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Te preguntarás dónde está mi madre Transcripto por Agustinabelikov

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i madre nos abandonó cuando yo tenía doce. Encontró a un hombre que no era tan parsimonioso como mi padre y se mudó con él a Las Vegas, Nevada, a cuatro mil kilómetros de distancia. No me visita, no me llama. Me envía una tarjeta con 50 dólares en mi cumpleaños. Mi padre no deja de fastidiar hasta que llevo el dinero al banco y lo deposito. Y así, por los seis años que ha estado fuera, tengo 377 dólares que prueban que tengo una madre. Papá dice que 37 dólares son un buen interés. No se da cuenta de la ironía. No puede aceptar que la palabra interés encaje con otra cosa que no sea dinero, porque, como es contador, para él todo tiene que ver con los números. Yo creo que tener 37 dólares sin una madre, sin visitas ni llamadas, es uninterés de mierda. Me tuvo a los diecisiete. Supongo que debo sentirme agradecida de que se haya quedado los doce miserables años que estuvo por aquí. Supongo que debo sentirme afortunada de que no me haya dado en adopción o de que no me haya abortado en la clínica que está atrás del boliche, esa que todo mundo cree que los chicos no conocemos. Ella y papá crecieron juntos. Eran vecinos, así como yo y Charlie. ―Seguí mi corazón‖, me dice papá. Qué bueno. Ahora está aquí atorado conmigo y con tres libreros llenos d mierda zen para la superación personal. No tiene amigos y conserva esa asombrosa destreza que tiene para cercenar cualquier cosa que tenga remota importancia. Papá me dijo la verdad sobre mamá cuando cumplí trece. -Estoy seguro de que este tema nuca saldrá a la luz, pero en caso de que así sea, quiero que sepas la verdad. Chécalo. Cada vez que una conversación inicia de esta manera, mejor sujétate. -Cuando eras una pequeña bebé, tu mamá consiguió empleo en Joe´s.

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Claro que yo no entendía nada de eso: tenía trece y no se me hubiera ocurrido que Joe´s era uno de esos antros a donde llevas tu propia cerveza y las mujeres bailan medio desnudas para que les coloquen billetes en las tangas. -¿Qué es Joe´s? Sin pena, ni noción de lo mal que podría recibir la noticia, mi padre dijo: -Un club de strippers. -¿Mamá era una…una…desnudista? El asintió. -Y la gente, ¿lo sabe? -Solo la gente que andaba por aquí en ese tiempo, quienquiera que la conociera. –En cuanto notó mi molestia, comenzó a tener algo de problema para continuar hablando. -Fue solo por unos meses, Vera. Quería recobrar la libertad que tenía antes de dejar la escuela, antes de que la corrieran de su casa y de que tuviera, eh, un bebé a tan corta edad. Yo todavía bebía en ese tiempo. Ella quería algo que nunca pudo volver a tener –me dijo. Tartamudeaba y sus palabras eran incomprensibles-. Ella, ella, eh…supongo que deseaba algo que no pudo encontrar sino hasta que huyó con Marty. Marty había sido el pediatra de mamá y papá. Papá solía permanecer en la sala de espera jugando crucigramas mientras mamá estaba en esas inusualmente largas consultas en las que le revisaban las verrugas. Cuando lo necesita, de vez en cuando, papá todavía se lanza a las reuniones de AA. Dice que el alcoholismo es una maldición. Que yo no debo probar el alcohol porque hay una maldición en la familia. ―Mi padre era un borracho y también lo era su padre‖. Bien, pues si es tan sencillo que mi futuro lo definan mis parientes, entonces supongo que estoy destinada a convertirme, cualquier día de estos, en una ebria que abandona sus estudios, se embaraza y termina de desnudista.

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Jueves, de 4:00 P.m. al cierre Transcripto por Agustinabelikov

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a hora pico de las cenas da comienzo como a las 5:15. Justo cuando suena el teléfono 2 mientras Marie toma una orden en el teléfono 1. Poco después, mientras Jill toma una orden en el teléfono 2, suena el 3. El manejo de la tienda es una locura como hasta las 7:00. Pero siempre lo afrontamos bien. Hay tres repartidores activos y nos organizamos para que todo el tiempo se quede solamente uno en la tienda. Marie organiza las entregas y para cuando llegamos siempre tiene preparada la siguiente. Ella puede recordar qué orden lleva Coca, cuál Sprite, y en cual debemos incluir una ensalada de col. Durante dos horas me convierto en una máquina de hacer dinero que maneja, toca puertas y sonríe. Soy perfecta para el trabajo. Mi cel de Pagoda no suena jamás porque nunca olvido nada. Les caigo bien a los clientes y me dan propinas, las guardo en una bolsa arrugada de Dunkin´Donuts que guardo en el piso, debajo de mi asiento. Cuando regreso a casa. Después de la última entrega, Charlie me obliga a sacar el CD de Sam Cooke de papá y a encender la radio. Me hace sintonizar Hard Rock 102.4, donde están tocando una canción de AC/DC que odio, pero que escucho de cualquier manera. Doy vuelta a la izquierda de McDonald´s y me formo en el AutoMac. Me hice adicta a los nuevos sándwiches del menú que se llama Bueno-Para-Ti, los que tienen uvas, pero siempre pido una malteada de chocolate, así que, en realidad, no es que quiera ser muy saludable o algo por el estilo. -Pase a la primera ventanilla. Ahí espera la chica con el brazo extendido. ¿Acaso no sabe que la gente necesita un minuto para sacar el dinero? Me pone cara mientras busco cinco billetes de dólar en mi blusa de Dunkin´Donuts. No me dice gracias. -Pase a la segunda ventanilla. En lugar de regresar a comer a Pizza Pagoda, rodeo el estacionamiento y encuentro un lugar oscuro entre los postes de iluminación. Dejo el auto encendido para mantener la calefacción. Hace frío esta noche. Segunda semana de diciembre y, cada mañana durante ocho días, he tenido que usar la espátula

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para quitar el hielo del coche. Mientras como, una uva se empeña en saltar del sándwich a mi regazo, donde coloqué algunas servilletas. La recojo y la meto a mi boca, pero salta hacia fuera, como si en lugar de resbalarse por entre mis dedos, la controlara un hilo. -Déjame en paz, Charlie –me río. Tomo la uva de una vez, la sostengo con fuerza y la meto a mi boca. Como la mitad del sándwich y, como me siento llena, lo guardo en la envoltura y lo coloco de nuevo en la bolsa. Recojo las servilletas de mi regazo y también las meto en la bolsa. Queda cuatro servilletas en el asiento del pasajero y presiono e botón para abrir la guantera, donde hay cien servilletas por lo menos. Acomodo cuatro más, y la cierro. Luego, abro de nuevo la guantera, saco una y busco un marcador Sharpie de punta fina que tengo en el bolso. Alumbrada por la tenue luz de los reflectores del estacionamiento de McDonald´s, escribo TE EXTRAÑO, CHARLIE, en la esquina. Luego la doblo y la pongo en mi bolsillo. Imagino que me observa mientras lo hago. Como que siento su desilusión porque no la quemé, no me la comí, ni hice con ella alguna de las cosas que él haría con sus garabatos. Rodeo el edificio por la parte de atrás y me dirijo al tambo de basura del AutoMac, veo cuántas bolsas cayeron fuera del receptáculo, cuántos hay al frente, cuántos conductores, en lugar de abrir la puerta e intentar de nuevo tirar las bolsas en el tambo, sólo dejaron ahí basura para que el viento la arrastrara. Conduzco hasta allá, arrojo la bolsa y después salgo a la avenida principal, hacia Pizza Pagoda. A una cuadra de distancia, saco la servilleta de mi bolsillo, rasgo el mensaje y lo coloco en mi lengua. Se pega. Busco la botella debajo del asiento. Tomo un trago, respiro para apaciguar el calor de mi garganta y luego lo ahogo llenándome la boca con malteada de chocolate. Antes de bajarme del auto, saco mi lista de Vocab de la semana. Mañana es viernes, día de examen. Ésta es una de las razones por las que me encanta la clase de Vocab. Todas las semanas es lo mismo. El horario de clases no se modifica. La lista el lunes, las oraciones son para el miércoles, y el viernes examen. Todos los estudiantes saben que esperar. Desearía que la señora Buchman dirigiera el mundo para que la vida fuera tan sencilla como su clase.

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Jueves, de 4:00 p.m. al cierre Transcripto por Criis

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on poco después de las 9:00. Ya sólo queda el equipo de cierre: dos repartidores, un pizzero/cocinero y Marie. -Vera, ¿vas a hacer la ruta del pueblo?

Miro a mí alrededor. Soy la única repartidora en la tienda. -Supongo que sí. -¿Podrías esperar un segundo y pasar a dejar esta de camino? Es en el Bar Fred´s, en la última esquina antes de llegar al puente que lleva al pueblo. Reviso la hora de las otras órdenes y hago los cálculos. Treinta minutos no es tanto tiempo como crees. Toma quince minutos preparar una pizza, entonces sólo me quedan otros quince para llevarla a la puerta del cliente. Hacer una escala en Fred´s va a arruinar toda mi ruta del pueblo. -Voy a llegar tarde al lugar de la calle Cotton. Marie saca la pizza para el Bar Fred´s un poco antes de tiempo (la cubierta no está bien dorada), la mete en una caja y corta los triángulos. "La gente de la calle Cotton puede besarme el trasero si tiene algún problema", dice. Empaco las tres órdenes del pueblo y las meto por separado en bolsas térmicas, tomo un six-pack de Coca y uno de Sprite, y meto todo al auto. Cuando salgo, James está regresando de su última entrega. Me gusta pero tiene veintitrés, así que no debería fijarme en él. Es sólo que me siento sola desde que murió Charlie y James tiene ese aroma familiar de fumador. Además es guapo y le gusta escuchar el mismo tipo de música que a mí. La llama ecléctica, que es mucho mejor que el nombre que le pusieron los idiotas de la escuela. Manejo por el inclinado y vacío estacionamiento hacia la avenida principal y ahí giro a la izquierda para ir al pueblo. Cuando llego al Bar Fred´s, me detengo, subo dos llantas a la baqueta y enciendo las intermitentes. Tomo la bolsa caliente con diseño de ajedrez blanco y rojo donde viene la orden. Abro la puerta para entrar al deprimente antro lleno de humo donde TammyWynette canta "Stand byYourMan". Hago entregas a Fred´s unas tres noches por semana; dos de esas noches siempre se escucha a TammyWinette y, sin importar qué

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cantidad de buena música escuche después, esa canción siempre se me queda en la cabeza. Pero las verdaderas razones por las que odio ir al Bar Fred´s son: los clientes se me quedan viendo y me ponen los pelos de punta. El noventa por ciento de las veces, se les olvida darme propina. Hay maquinitas de pinball en la parte de atrás y eso me recuerda demasiado al bar en donde le pasan cosas muy mala onda al personaje de Jodie Foster en Acusados. Manejo por el puente hacia el pueblo. El pueblo más blanco de la Tierra, o, para ser más precisos, el que alguna vez fue el pueblo más blanco de la Tierra hasta que llegaron los mexicanos. Cuando pasas los viejos y atestados suburbios donde las grandes casas victorianas yacen en la colina, y pasando las hileras de casas con cúpulas, se vuelve un pueblo feo, una mezcolanza de piedras de asfalto de los años cuarenta, ladrillos de todos colores y concreto gris. Hay mucha basura y demasiada gente que todo el tiempo se ve enojada. Papá dice que no siempre fue así. Dice que los mexicanos no tienen la culpa de que el Concejo de la ciudad haya preferido gastar el dinero en iniciativas de nuevos artistas y en un enorme y brillante estadio de beisbol, en lugar de poner más policías en las calles. Así que ahora, mientras el en el centro hay vino, queso y partidos, la pobreza ha tomado el control y el crimen se ha disparado en el distrito residencial. Yo aseguro mis puertas porque ya es suficiente que mi coche clase mediero (con la calcomanía que dice Haz el bien sin mirar a quién en la defensa) llamé la atención, y ni mencionar la banderita de Pizza Padoga adherida al techo con una ventosa. Llegó a las vías del tren y, cuando bajo la velocidad para pasarlas, sale una mujer drogada de entre la oscuridad y se quita el top de lentejuelas que le sostiene las bubis. Yo miró al camino y continúo manejando. Trato de no pensar en mi madre y me hago una notita mental para dejar de tomar la calle Jefferson en mi camino al pueblo. Hago la entrega de la calle Cotton un minuto tarde pero parece que no lo notan o no les importa. El tipo ni siquiera me mira, me da un billete de $20 y murmura: "Guarda el cambio", lo que se traduce en una propina de 2 dólares y cuatro centavos para mí. Extraño para una entrega en el pueblo. Dos paradas más en mi camino a la tienda: una familia con niños hiperactivos que se quedan con un dólar de mi propina, y un viejo que ordenó un sándwich italiano grande caliente, y que paga con la cantidad exacta. Me sonríe y ladea la cabeza cuando descubre que soy una chica. -Ten cuidado -dice.

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Regreso manejando por el camino largo, sobre la montaña con las peligrosas curvas en S, y hacia la enorme, brillante y chillona pagoda que observa a nuestro pueblo. La mayoría de la gente considera que la pagoda es una linda atracción turística y que le da un toque extravagante a nuestra pequeña y aburrida ciudad perdida. Pero, por otra parte, crecí a tan sólo una cuadra de ella y conozco su historia. Mientras subo por la colina, baja la velocidad del auto y el motor ruge por el esfuerzo. Por fin llego a la cima, paso por el doloroso anuncio de neón rojo y bajo por la calle Overlook hasta llegar a casa. La luz de la sala está encendida y puedo ver el cambiante brillo de la televisión. Lo más probable es que papá esté ignorando la película, sin volumen del canal 17 al mismo tiempo que hojea el periódico de hoy. Él nunca sube el volumen si no es necesario. Una vez le pregunté por qué no sólo apaga la televisión y ya. -Hay algo en ella que me hace sentir que no estoy solo -me dijo. Apuesto que hay millones de personas que estarían de acuerdo con él. Pero yo no. Yo prefiero sentir algo real en lugar de fingir que algo no es lo que es. (¿Quién fue el tipo zen que dijo: "Si quieres ahogarte, no te tortures en el agua poco profunda?")

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Un breve comentario de Ken Dietz (El papá de Vera) Transcripto por Criis

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i madre hizo lo mejor que pudo hacer estando sola. No impidió que me convirtiera en un alcohólico. No impidió que dejara la preparatoria y que embarazara a la vecina. Tampoco impidió que me preguntara cómo habría sido la vida si hubiera tenido un padre. Creo que perder a un padre le quita confianza a un niño. Estoy tratando de encontrar otras formas de enseñarle a Vera a mejorar su autoestima. No estoy seguro de que funcione, pero es todo lo que tengo. Como mi papá me abandonó cuando tenía tres años, no tengo idea de lo que debe hacer un padre, así que me las voy arreglando sobre la marcha. Cuando era niño, un día, al fondo de cajón de ropa interior de mi madre, encontré un video del show de televisión TheMidnightSpecial de 1973. Eso fue cuando ella trabajaba como secretaria en la oficina del contratista local de plomería. Leí la etiqueta al frente. Decía "Caleb Grande". Así llamaba ella a mi padre porque mi hermano mayor era Caleb Junior. Metí el video a la videocasetera y lo vi. Billy Preston tocó algunos temas y, detrás de él, estaba mi padre: un hippie flaco de cabello largo tocando su saxofón. Aparte de algunas fotografías en sobres viejos, ese video fue lo único que llegué a tener de él porque cuando se fue no dejó su dirección ni un número telefónico. Vi el video hasta que la cinta se desgastó. Compre todos los discos de Billy Preston y me dejé crecer el cabello. Vera no sabe lo afortunada es de haber pasado los años más importantes de su vida con su madre. Unos dos meses antes de que CindySindy descubriera que estaba embarazada de Vera, fuimos a la pagoda y escalamos por las rocas; estábamos en lo alto de la ciudad. Salíamos por temporadas desde que estábamos en secundaria pero apenas habíamos comenzado a pasar al siguiente nivel, en el asiento trasero de mi mugroso Ford Tempo. CindySindy era un año menor, así que yo tenía dieciocho cuando ella tenía diecisiete. -¿Conoces la historia de este lugar? -pregunté.

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-¿Me estás preguntando si me interesa? -dijo ella mientras doblaba si tarea para hacer un avioncito. -¿Vives en este pueblo y no conoces la historia de la pagoda? -Nop. -¿Quieres que te la cuente? -Nop -me dijo, haciendo ruido con su goma de mascar. Lanzó el avioncito. La corriente lo atrapó y lo hizo girar hacia abajo, hacia el pueblo, como una promesa de algo bueno. Lo miramos juntos hasta que lo perdimos de vista. Estiré la mano para alcanzar otra hoja de la tarea. Ella me dio una y comenzó a doblar la siguiente. Hicimos avioncitos con la tarea durante dos horas más, imaginando quién los encontraría y dónde aterrizarían, preguntándonos si alguien llegaría a verlos en vuelo, así como nosotros los veíamos: libres, temerarios y yéndose en picada con las corrientes, así como nosotros nos sentíamos, como adolescentes enamorados. Luego llegó Vera. Al principio fue difícil, pero lo superamos. Cuando dejé de beber y comencé a ganar más dinero en el pequeño despacho de contabilidad donde estaba haciendo miinternado, compramos una casa en la calle Overlook. CindySindy dijo que era sagrada porque estaba muy cerca de la pagoda, a pesar de que nunca le interesó escuchar su sórdida (y no muy sagrada) historia. A mí me gustaba porque estaba alejada de los sucios suburbios en que ambos habíamos crecido. Los tres nos subíamos a los árboles y plantábamos jardines. CindySindycrió una nidada de pollos durante todo un año y vendió los huevos orgánicos en el mercado local de granjeros. Le enseñamos a Vera sobre la naturaleza y la ecología. Dábamos paseos, íbamos de excursión y nos manteníamos saludables. Cuando Vera cumplió dieciséis, cuatro años después de que CindySindy se fuera, la llevé a la pagoda y volé avioncitos de papel con ella. Le pregunté si quería conocer la historia de cómo construyeron la pagoda, y me dijo que sí. Entonces se la conté y fue como si todose hubiera arreglado en mi vida de nuevo. Vi cómo bajaban los avioncitos planeando hacia la ciudad y me sentí redimido por completo y completo. Recuerdo que pensé: "Kenny Dietz, por fin has crecido, hijo". Calculo que gasté más de 2,300 dólares en libros de autoayuda, seminarios y videos para convertirme en el hombre que CindySindy habría

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querido que fuera. Pero creo que todo se solucionó cuando vi a Vera de grande, casi de la misma edad que tenía su madre cuando nos sentábamos en ese mismo lugar haciendo exactamente lo mismo. Me preguntó sobre su abuelo y le mostré el video de Youtube en que Billy Preston sale tocando en TheMidnightSpecial. Ella cree que me parezco a él. Yo no lo creo porque tengo el cabello oscuro de mi madre, pero Vera insiste en que tengo los ojos de mi padre. De cualquier forma, me convertí en un alcohólico igual que él, e igual que su padre, de quien mi madre nos contó, a mí y mis hermanos, unos cinco años demasiado tarde. Es por eso que le estoy diciendo a Vera todo sobre mí y CindySindy ahora. Le estoy dando la oportunidad de evadir su destino. El secreto está en recordar que el cambio puede ser tan fácil como tú lo decidas. El secreto está en recordar que tú eres el jefe.

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La pagoda también hace un breve comentario Transcripto por Criis

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écnicamente, volar avioncitos de papel desde aquí es como tirar basura. Tirar basura te puede costar una multa de 300 dólares, incluso si consideras que volar avioncitos es una metáfora de encontrarte a ti mismo. (Y por favor, ¿a quién le llamas monstruosidad? Debiste haber visto esta montaña cuando los canteros acabaron con ella en 1905. Era como un montón de mierda de gis. En serio, nunca has visto un adefesio similar.)

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Jueves, de 4:00 p.m. al cierre Transcripto por Criis

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on casi las 10:00 cuando vuelvo a la tienda y Jill -la estirada ex porrista ahora convertida en trabajadora al servicio de la comida que está en residencia Pagoda- se encuentra en la parte de atrás alistando todo. Preparó un gran recipiente de masa y ahora lo pesa, forma las porciones y las deja caer en las charolas que se irán al congelador para convertirse en las pizzas de mañana. Marie está en la oficina terminando la nómina de los repartidores que trabajan medio tiempo mientras fuma un largo cigarrillo mentolado y escucha una canción de hard rock. Suena "Free Bird" y ella sube el volumen. James está en la escalera de atrás doblando cajas de pizza. Me doy cuenta de que está preparando las grandes, así que saco un paquete de cajas pequeñas que no han sido dobladas, tomo un cúter, corto el plástico que las envuelve y me pongo cómoda junto a él con la pila de cajas a mi izquierda. A veces, cuando están aquí los repartidores de medio tiempo y no hay entregas pendientes, hacemos concursos. Yo puedo doblar una caja en cuatro segundos. Mi mejor tiempo hasta ahora es de trece cajas en un minuto. James me lleva la delantera por una: él dobla catorce. Pero hoy no nos apresuramos. Jill pasa por ahí en su camino al baño y nos mira feo, como diciendo que estamos sentados demasiado cerca, y James, por diversión, espera a escuchar el inodoro y se desliza hasta pegar con mi cadera y me rodea con su fuerte brazo. Cuando sale Jill, me da un beso en la mejilla y suspira ruidosamente. Jill pone cara y levanta las manos molesta, James no sabe que sentir su respiración junto a mi oreja es lo más lindo que he sentido en la vida y, cuando me sonrojo, él está demasiado ocupado rockeando al ritmo de "Free Bird" como para darse cuenta. Es una noche floja de jueves y los teléfonos se mantienen en silencio. No hay partidos en la televisión. Tendremos suerte si hacemos otra pizza de aquí a la medianoche, la hora oficial del cierre. -¿Quieres refrigerador o platos? -me pregunta James mientras endereza la torre de cajas recién dobladas con el mango de una escoba.

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Odio los dos. -No puedo enfrentar lavar platos otra vez esta noche. Así que voy al frente de la tienda y comienzo a llenar el refrigerador con six-packs; de vez en cuando veo mi reflejo en las enormes ventanas de vidrio que forman el muro del frente. Paso unos diez minutos ahí antes de que se abra la puerta y por ella entren mil Charlies. Traen puesta su camiseta favorita, la de Sonic Youth que tiene un agujero al frente del hombro izquierdo. También traen sus jeans predilectos, los Levi´s 501 manchados de grasa con los botones desgastados. No hablan, sólo entran volando, me rodean y se inflan para llenar todo el espacio y sacarme el aire de los pulmones. Me sofoco. Miro al más cercano y puedo ver a través de su piel translúcida. Le digo: -Tú no eres Charlie. Le digo: -Charlie está muerto. Me sonríe. Veo cuatro ojos detrás de su máscara de Charlie. Ocho ojos. Veo dieciséis ojos. Treinta y dos. Es una alienígena. Es del espacio. Es un niño asustando. Es un embrión. Es un sueño. -¿Dijiste algo? -pregunta Jill asomando la cabeza por la esquina, donde prepara un gran recipiente de salsa. Volteo a mirarla, y ellos se han ido.

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La primera noche que sucedió Transcripto por Criis

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a primera noche que sucedió los seguí hasta el estacionamiento de la plaza comercial. Los mil Charlies estaban retacados en un Honda gris plata. Eso fue en noviembre. Charlie llevaba sólo dos meses de muerto entonces. Primero estaba sentada en el auto al lado de un camino rural, tomando unos tragos de Smirnoff y contando mis propinas antes de ir a cerrar la tienda. Un minuto después, estaba en medio de una película de ciencia ficción, con todo y un Honda Civic con reacción de propulsión a chorro y mil seres translúcidos que actuaban como zombies y se parecían a Charlie. Cuando los seguí al centro comercial, se detuvieron afuera del Zimmerman, la tienda de mascotas, y salieron los mil del auto, tomados de las manos y divididos en dos dimensiones, como esos muñecos de papel que se despliegan como un acordeón. Subieron por las ventanas del frente, donde había unos cachorros de labrador y me llamaron con sus dedos planos, como de papel. Están tratando de que afronte lo que sucedió ahí. Están tratando de que limpie el nombre de Charlie, pero todavía no estoy lista para eso.

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Historia: once años Transcripto por Criis

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a primera vez que Charlie Kahn trató de obligarme a fumar un cigarro, yo tenía once años. Lo combatí con lo aprendido en la clase de salud y con las estadísticas de mi padre.

-¿Sabías que un fumador que consume una cajetilla diaria gasta 1,500 dólares al año en cigarrillos? Maldita sea, Charlie, ¡eso es lo que cuesta un auto! Inhaló y exhaló por la nariz. No tosió ni una vez. Tal vez fumar le hacía bien, fue la única ocasión en que se pudo estar quiero durante cinco minutos. -¿Cuánto es 1,500 dólares? La gente se gasta eso en un mes, en porquerías que ni siquiera necesita, como adornos para el jardín. ¿Quién demonios necesita adornos para el jardín? Acabábamos de pasar por la casa de los Unger cuando nos dirigíamos al sendero azul. Los Unger eran mis vecinos del otro lado aunque su casa estaba sobre Overlook, a unos cien metros por lo menos de la mía. Eso los situaba a unos doscientos cincuenta metros de la casa de Charlie. (Las construcciones, comenzando en la vuelta en U, estaban en el siguiente orden: la pagoda, la casa de los Unger, la nuestra, la de los Kahn, y luego, bajando la colina, la de los Miller al otro lado de la calle, y después el lago.) Los Unger tenían un barco pequeño en el garage. Lo usaban dos veces cada verano; también tenían dos Cadillac. Los Unger tenían tres fuentes de imitación griega para que los pájaros se bañaran y una horripilante colección de esferas para jardín pintadas de rosa y azul. Tenían jinetes (de los negros) y tres renos de cemento -una gema y dos cervatillos-. También tenían gnomos. A mí y a Charlie nos gustaba ocultar a los gnomos o sólo cambiarlos de lugar. Una vez, Charlie tomó dos y los acostó, uno encima de otro. "¡Sexo entre gnomos!", dijo. Me sentí completamente incómoda, pero me reí de cualquier manera. -Bien, pues fumar es malo para ti -dije-. Y lo sabes. Charlie apagó su cigarrillo en el camino y los dos nos dirigimos hacia el sendero azul, un camino de unos cinco kilómetros en los terrenos de la ciudad, entre la pagoda y el lago. La gente llevaba a pasear a sus perros ahí (pero no

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limpiaban la suciedad) y traían a su familia los fines de semana. Cuando llegamos al sendero, subió un auto por Overlook. Bajó la velocidad y se detuvo. -¡Hola, muchachos! ¿Qué haciendo? -No es asunto tuyo -dijo Charlie con mala cara. -¿Quieren diez dólares? -¿Por qué? -Charlie se puso enfrente de mí por instinto. -Yo, eh... tomo fotos para el periódico. -¿Y? El tipo era demasiado raro para ser real. Su coche era demasiado feo: un Chrysler enorme que no había sido lavado en meses. Charlie se quedó mirándolo. -Qué bonitas trenzas rubias -dijo el tipo mientras levantaba la cabeza para verme detrás de Charlie. -Jódete -dijo Charlie-. Maldito pervertido. -Ey, vamos, muchacho yo iba a... -¡Corre, Vera! Corrí. Subí por el sendero azul hasta llegar a la primera bifurcación. Tomé hacia la derecha, era la vuelta que regresaba a la pequeña área de estacionamiento en Overlook, justo frente a nuestras casas. No miré hacia atrás hasta que escuché pasos detrás de mí. Luego oí que el auto arrancaba. Charlie saltaba, lo inundaba la adrenalina. -Mierda, ese tipo era un pervertido de verdad. -¿Tú crees? -le pregunté mientras revisaba que no hubiera excremento de perro en las suelas de mis zapatos. -Me ofreció veinte cuando te fuiste. -Ugh -dije. Creo que deberíamos decirle a nuestros padres. Sabía que los de él no nos creerían ni les importaría. La razón por la que Charlie era un sol tan radiante era que provenía de un espacio eternamente negro y frío. -¿Te fijaste en el número de su placa?

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-No. -¿Sabes qué tipo de auto era? -No. Vamos al árbol -dijo mientras buscaba otro cigarro en su bolsillo-. Allá podemos pensar en eso. -Pero, ¿qué tal si nos sigue? -Deja que intente trepar el Roble Maestro. El espíritu del Gran Cazador nos va a proteger.

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Historia: siete años Transcripto por Criis

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eníamos siete años la primera vez que Charlie Kahn me habló sobre el espíritu del Gran Cazador. Estábamos contando hasta cien en el grupo de primer año de la señora Grogan.

Él se inclinó y murmuró: -El espíritu del Gran Cazador ama el número setenta y dos. -¿Por qué? -contesté en un susurro. -No lo sé, tal vez fue cuando murió. -¿O sea, en 1972? -No, tal vez era su edad. -Oh -dije apenada, como era natural, a pesar de que para ese entonces ya estaba acostumbrada a equivocarme con Charlie. Según contaba, el Gran Cazador era un espíritu indio que vivía en nuestros bosques. Bebía del lago, contemplaba las estrellas desde la punta de la colina, protegía a los excursionistas, a los cazadores y a los pequeños pillos que se trepaban a los árboles como nosotros, y había creado el árbol más sagrado de todos para que pudiéramos crecer en él: el Roble Maestro. -¿Cómo lo sabes? -le pregunté. -Me lo dijo mi papá -Charlie adoraba a su papá como todos los niños de ocho años lo hacen. Al señor Kahn le encantaba llevarlo a ver venados a la mitad del otoño, dejarlo disparar una pistola de balines en dianas que tenía atrás de su casa y contarle historias sobre el Gran Cazador. Esa misma mañana, más tarde, tuvimos la visita a la biblioteca. El bibliotecario nos dio una ilustración para colorear. Era marzo. La ilustración era de una especie de boda entre duendes. Había un montón de animales en los bordes que le arrojaban tréboles a la feliz pareja. -¿Tú crees que nos casaremos algún día? -¿Entre nosotros? -preguntó Charlie.

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-No, tonto, con otras personas. (Pero en realidad sí me había referido a nosotros.) Él estaba recortando a los duendes a pesar de que ese no era el objetivo de la actividad. -No me quiero casar -dijo mientras separaba a los novios -. Son muchos gritos. Asentí como si estuviera de acuerdo, pero mis padres meditaban y hacían yoga juntos, no gritaban. -De cualquier forma -arrugó el papel donde había quedado el agujero del novio y la imagen de la novia, y lo arrojó como basquetbolista al aburrido cesto gris que estaba como a tres metros- …el Gran Cazador anda solo. Lamenté eso en secreto.

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Viernes, de 4:00 p.m. al cierre Transcripto por Criis

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oy fue el examen de Vocab y tracé una raya completa sobre la palabra desasosiego. Así que aquí estoy usando la palabra desasosiego en una oración.

Los mil Charlies me metieron un desasosiego tal, que olvidé estudiar para mi examen de Vocabulario. No los voy a seguir a la tienda de mascotas Zimmerman, no importa cuántas veces traten de arrastrarme hasta allá. Evitaré ir al Centro Comercial Pagoda por el resto de mi vida si es necesario. Cuando llego a Pizza Pagoda después de la escuela, Marie está parada al frente con Greg, el dueño: un yuppie que maneja un BMW y que le habla a las mujeres con un tono condescendiente. Marie asiente con la cabeza mientras él le dice todas las tonterías que ella ya sabe. -Necesitas hacer que los empleados llenen el refrigerador cuando está a la mitad para que siempre haya refrescos fríos -dice-. Y asegúrate de que no piquen las latas con el cuchillo cuando separen los six-pack en cuatro y en dos. Marie tiene que fingir que está interesada en la reprimenda a pesar de que ella sabe mucho más que él sobre el manejo de su tienda. Podría apostar que esta es la primera vez que Greg dirige un negocio. Cualquier otro dueño de un negocio estaría más preocupado de que los empleados no se cortaran a sí mismos, y no a las estúpidas latas. Camino hacia la parte de atrás donde James y los dos Pachecos -unos repartidores de medio tiempo- están doblando cajas y las arrojan como discos voladores hasta la punta de la pila, tratando de que aterricen sin que se caigan todas las demás sobre nosotros. -Greg está aquí, hombre. Tal vez sería mejor que dejaran de jugar -les digo. -Greg es un idiota -dice Tommy Pacheco. -Sí, Greg me la puede chupar -dice Dylan Pacheco. -¡Hey! -James golpea ligeramente a Dylan en la frente-. No le hables de esa forma a Veer, hombre.

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-Disculpa, Vera -Dylan hace una reverencia burlona-. Quise decir que Greg puede colocar la delicada boquita de dueño de un BMW, alrededor de la palpitante cabeza de mi miembro. James sólo se encoge de hombros. -Como sea -digo. Volteo hacia James-. ¿Qué soy?, ¿tu hermanita menor? James me jala, me estruja bajo su brazo y frota ligeramente mi cabeza con sus nudillos. Huele a Marlboro y jabón. En cuanto me dan el sobre de cambio (uno de diez, uno de cinco, cuatro de uno y un dólar en monedas) y mi cel de Pagoda en la oficina, me apretujo entre los escalones de atrás y doblo cajas hasta que comienzan a sonar los teléfonos de la tienda. Luego me voy a trabajar al frente porque tengo la habilidad de hablar con los clientes y de ingresar las órdenes en la computadora: los Pachecos no pueden hacer eso. Envío a James al primer recorrido -un circuito de cinco paradas en una zona del pueblo llena de cucarachas- y luego me preparo para un viaje por los suburbios color pastel. En esta época del año la diversión es doble porque todos encienden sus luces de Navidad y participan en el concurso llamado ¿Quién puede presumir la colección de detestables mierdas de Navidad de peor gusto? Tal vez esto me haga parecer igual de parsimoniosa que mi padre, pero, ¿quién gasta esa cantidad de dinero en cursis Santa Clauses inflables que se iluminan y en renos cantores giratorios? ¿A quién se le ocurrió que era buena idea de moldear escenas de Navidad en plástico e iluminarlas en la noche? En serio. Todavía hay niños que se mueren de hambre en África, ¿verdad? Todavía hay niños que se mueren de hambre en este pueblito de mierda. Trato de hacer la mayor cantidad posible de recorridos en los suburbios. En parte es porque las propinas son mejores. También lo hago por seguridad. No puedo enviar a James o a los Pachecos a todos los recorridos del pueblo, pero tampoco puedo ignorar el hecho de que soy una chica. Nunca pensé en eso hasta que tuve que hacer una entrega en la calle Maple en mi primera semana como repartidora. Llegué unos cinco minutos antes pero el tipo que abrió la puerta dijo que había llegado tarde. Yo sabía que no era cierto. La calcomanía de la caja decía 7:32 y eran las 7:55. Había llegado siete minutos más temprano pero él comenzó a discutir conmigo en la puerta y, cuando le dije que le llamara a mi gerente, de alguna forma me hizo pasar y caminar por toda su angosta casa hasta la cocina, que estaba en la parte de atrás. Había tantas cucarachas corriendo sobre la asquerosa mesa, que cuando coloqué la pizza encima, la caja produjo una especie de crujido. Cuando le recordé al tipo que le llamara a la gerente, se puso nervioso. Me di cuenta de que era una estúpida por haber

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terminado en la cocina de este idiota. Por suerte no era un violador loco, por suerte sólo era un pobre idiota que quería una pizza gratis. Aunque la mayoría de la gente ni siquiera le echa un vistazo a su repartidor y tampoco se da cuenta de que soy una chica -en especial cuando traigo mis botas con punta de acero y la gorra de beisbol de Pizza Pagoda cubre mis ojos- prefiero los suburbios. Supongo que me siento familiar con ellos o algo así. Conozco los caminos y a la gente que vive ahí. Se me olvida que esta noche hay un juego de americano y no lo recuerdo sino hasta que paso frente a la preparatoria, al regresar de los suburbios donde viven los mil Santas que cantan y giran. Vamos a jugar contra Wilson, unos viejos rivales. Yo tenía catorce años la última vez que asistí a un juego de americano de Wilson contra Mount Pitts; papá y yo llevamos a Charlie con nosotros. Cuando lo dejamos en su casa, después del juego, vi a la señora Kahn llorando y muy agitada. Cuando salíamos de la entrada de Charlie, dije: -Papá, ¿crees que este bien la señora Kahn? Papá dijo: -Está bien, Vera. -Pero no se veía bien, ¿verdad? -Sólo ignóralo -dijo papá. Me deprimí un poco cuando lo oí decir eso. Había pasado la mayor parte de mi vida oyendo a mi padre decir "Sólo ignóralo" cada vez que escuchábamos las ruidosas discusiones que atravesaban el bosque desde la casa de Charlie. Los árboles apagaban el sonido en el verano. No podía ver la casa de Charlie y no podía oír los gritos de la señora Kahn. En el invierno, dependiendo de la dirección el que soplara el viento, podía escuchar cada una de sus palabras. Podía escuchar cada bofetada y cada empujón. Podía escuchar cuando él le llamaba "perra estúpida" y podía escuchar cómo cascabeleaban sus huesos cuando la sacudía. Si miraba hacia fuera en la noche, podía ver como la diminuta ceniza anaranjada en el extremo en el cigarro de Charlie se hacía más brillante cada vez que él inhalaba. "Ignóralo", decía mi padre mientras mamá se arremolinaba en su sofá favorito.

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-Pero, ¿no podemos llamar a alguien para que la ayude? -Ella no quiere que la ayuden -decía mi madre. -Va a tener que ayudarse a sí misma -decía papá corrigiendo-. Es una de esas cosas, Vera. Cuando regreso del recorrido, Dylan Pacheco está fumando un churro en el estacionamiento. Me lo ofrece, la punta está mojada. -No, gracias, hombre. -Como gustes. -¿Está lento? -No sé, tú dime -me contesta con una risita tonta. Hay otra razón por la que me gusta James, él no fuma mota. Dice que lo pone paranoico. Cuando entro, está en pleno el caos de noche de viernes. Hay tres pilas diferentes de órdenes y el horno está repleto. -¿Dónde está el resto de los repartidores? -pregunta Marie mientras se enjuga el sudor de la frente con el dorso de la muñeca. -Dylan está afuera -le digo. Mira hacia arriba y entrecierra los ojos para alcanzar a ver hacia fuera de los vidrios. Golpetea y hace señas para captar su atención. Él entra en la tienda exhalando todavía el humo de la mota. -Trae aquí tu flojo y pacheco trasero y recoge esto. Marie le avienta las bolsas térmicas, luego inserta las pizzas, le muestra, en el mapa de la pared, a dónde ir y, como casi olvida los dos six-pack de Coca, ella lo alcanza, los equilibra encima de las pizzas y le abre la puerta. Lo vemos quemar llantas al salir del estacionamiento. -Ese muchacho es un completo idiota, -dice ella. Marie dice que el requisito básico para dar un empleo en estos días es que le lata el corazón al candidato y que es por eso que no lo ha despedido. A pesar de que no trapea bien el suelo cuando cierra, le pagan lo mismo que a mí, y yo sí trapeo bien. Cuando le toca lavar los platos, siempre hay comida seca pegada en ellos a la mañana siguiente y alguien tiene que despegarla con un

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cuchillo, pero Dylan continúa apareciendo en el tablero de horarios de la tienda, semana tras semana. Da la impresión de que, entre más envejecen las personas, más mierda ignoran. O igual que papá, sólo le prestan atención a las cosas que los distraen de las otras cosas de mayor importancia que tratan de ignorar. Por ejemplo, mientras está ocupado recortando cupones y diciéndome que un empleo de tiempo completo me va a enseñar mucho sobre el mundo real, papá pasa por alto el hecho de que el tipo de la calle Maple me pudo haber matado, cortado en trocitos y distribuido mi cuerpo, pieza por pieza, a lo largo de la carretera. Papá pasa por alto las noticias sobre los repartidores a los que asaltan a punta de pistola o les roban el auto. Una cosa es que quiera ignorarlo, supongo que está bien. Es decir, yo también resto importancia a muchas cosas, como los días de vinculación de la comunidad escolar y la forma en que me miran los Buscapleitos cuando trato de escabullirme por los pasillos de la escuela sin que nadie lo note. Sin embargo, creo que a mí no me funciona eso de decirles a otras personas lo que deben ignorar. En especial cuando se trata de situaciones que no deberíamos pasar por alto para nada. ¿Un chico te molesta en la escuela? Ignóralo. ¿Una chica anda contando chismes sobre ti? Ignórala. ¿El sexista profesor de geometría dice que las chicas no deberían ir a la universidad porque lo único que lograrán es embarazarse y ponerse gordas? Ignóralo. ¿Escuchaste que el padrastro de una niña de tu salón abusa de ella? ¿Escuchaste que tuvo que ir a la clínica? ¿Escuchaste que trae las pastillas de su madre a la escuela para venderlas y poder pagar la clínica? Ignora, ignora, ignora. Métete en tus propios asuntos. No hagas olas. Vuela por donde el radar no te detecte. Es una de esas cosas, Vera. Lo siento, pero no entiendo. Si se supone que debemos pasar por alto todo lo que está mal en nuestras vidas, entonces no entiendo cómo vamos a poder solucionarlo alguna vez. Son las 10:30 y ya casi es hora de prepararnos para el cierre. Dylan se quiere ir temprano porque va a una fiesta, así que le pide a Marie que le pague; mientras, yo tomo mi descanso, me siento en el frío mostrador de acero inoxidable que está en la cocina de preparativos junto al lavaplatos. -¿Vas a trabajar la noche de Año Nuevo? -le pregunta Marie mientras cuenta su comisión. -¿Bromeas? -le dice él, negándose con la cabeza-. No cuentes conmigo.

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-Realmente nos van a hacer falta repartidores. Te pago doble comisión. Dylan ni siquiera escucha. -Yo lo hago -le digo-. Porque ahora que se ha ido Charlie, ¿qué más tendría que hacer en la noche de Año Nuevo?

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Historia: trece años Transcripto por Criis

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enía once años en la primera fiesta de Año Nuevo que recuerdo haber permanecido despierta hasta la medianoche. Nevaba, mamá todavía estaba aquí y cuando vimos por televisión que descendía la esfera de luz gigante en Times Square, corrí hacia fuera, iba descalza sobre la nieve y grité "¡FELIZ AÑO NUEVO!" Charlie contestó: "¡FELIZ AÑO NUEVO!" La nevada había producido tanto silencio que, a pesar de que Charlie vivía como a cien metros hacia abajo y nos separaba un bosque escuálido, sonaba como si estuviera parado justo junto a mí. Al año siguiente, mamá dijo que teníamos que celebrar el Año Nuevo como una familia de verdad. Preparó rompope casero y sacó una charola con una buena cantidad de galletas que habían sobrado de las fiestas (ya no podíamos decir "Navidad" porque mamá y papá ahora "se inclinaban frente a Buda"). Todavía no lo sabíamos pero esa sería la última noche de Año Nuevo que pasaría con nosotros. No fue una noche distinta a las anteriores. Ella miró mucho hacia la nada, no dijo gran cosa y besó a mi padre a la medianoche, como su estuviera perforando una de esas tarjetas que checas al entrar y salir del trabajo. Las cosas cambiaron cuando tuvimos trece. SherryHeller nos invitó a Charlie y a mí a la fiesta de Año Nuevo que organizó en su sótano para que todos pudiéramos verla besuquearse con aquel novio católico suyo de nariz grande que venía del centro del país. Era jugador de americano. Hasta metió su mano en la blusa de Sherry frente a los diez o más que fuimos, los veíamos desde los camastros manchados de moho que sacaron de la bodega para la fiesta. -¿Quieres probar eso? -preguntó Charlie. -No -le contesté, sabiendo que sólo bromeaba. -¿Y tú? -preguntó, guiñándole a Marina Yoder. Ella lo pensó. -Nah, estoy resfriada. Lo observé. A otras chicas no les gustaba porque no se arreglaba, pero a mí me atraía eso. Compraba ropa vieja: deshilachada, con agujeros y deslavada. Le gustaba usar sudaderas con capucha que le quedaban grandes y con las

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mangas hechas jirones; entre más desaliñadas, mejor. Si acaso colgaba un hilo de la costura de una camiseta de franela rasgada, lo dejaba así. La gente normal hubiese querido cortarlo, pero a Charlie le gustaba dejar que se hundiera en la sopa y que el líquido goteara de su codo. No era un puerco, pero a veces su cabello se veía grasiento y, si efectivamente estaba sucio, era porque él así lo quería. Creo que nunca lo vi peinado. Le iba mejor el cabello despeinado y rozando sus gruesas cejas. Lo hacía lucir juguetón e interesante. En cuarto año la señora Kahn se dio por vencida en sus intentos de que Charlie "se viera decente". Recuerdo muy bien aquel día: nos iban a tomar la foto escolar, tal vez fue en noviembre. Yo traía puestos unos pantalones verdes de pana y una linda blusa con encaje alrededor del cuello. Charlie vestía una sudadera gris con una mancha de grasa en la manga y su madre discutió con él durante todo el camino hasta la parada del autobús. Ella levaba una camisa blanca con botones hasta abajo y recién planchada, también tenía un peine consigo. Finalmente, Charlie volteó hacia ella, le arrebató la camisa, la arrojó a un costado del camino que estaba inundado del moho de las hojas putrefactas, y lo hundió más con el pie. Antes de que ella pudiera reaccionar, Charlie le arrebató el peine y lo arrojó a lo lejos, hacia los árboles. -Ve a casa. ¿A quién le importan las estúpidas fotografías escolares? -dijo. Y ella se fue a casa como un mono entrenado. Después de toda una vida de que el señor Kahn la tratara como uno... Aquella noche de la fiesta de Año Nuevo de SherryHeller, yo todavía guardaba su foto de cuarto año en mi cartera. El cabello sobre el ojo izquierdo y peinado con los dedos, y la orilla de la mancha de aceite de la sudadera, apenas visible en la esquina inferior derecha. Después de otros veinte minutos de ver a Sherry besándose con su novio, Charlie me dio un codazo y miró hacia la puerta. Caminamos juntos el kilómetro y medio a casa y celebramos el Año Nuevo en medio de un camino enmarcado con árboles; la luna llena iluminaba el camino, Charlie fumaba un Marlboro y yo giraba como una bailarina drogada con crack porque había tomado demasiada Coca. -¿Veer? -¿Ajá?

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-Yo digo que nunca volvamos a ir a una maldita fiesta de Año Nuevo otra vez. -Ya dijiste -contesté mientras seguía girando. -Siempre son una porquería. -Sí, te apuesto que en este preciso momento, lo están haciendo en el camastro plegable y que lo van a hacer chirriar hasta que llueva. -Ugh. -Pensé en mi madre, embarazada a los diecisiete, y que para ese momento llevaba casi un año de habernos dejado. Todavía estaba pensando en ella cuando Charlie me preguntó: -Pero, de cualquier forma, ¿no te da curiosidad? Dejé de girar y me dejé caer en al suelo, exactamente sobre las líneas amarillas dobles. Charlie encendió otro cigarrillo y guardó el humo en sus pulmones. -Mi papá dice que los chicos siempre andan detrás de una sola cosa. -Ajá. -Él dice que ni siquiera debería pensar en chicos sino hasta salir de la universidad. -Ah. No sabía que más decir, así que me levanté con lentitud y traté de recuperar el equilibrio. -Pero, ¿tú qué piensas? -preguntó mientras me ayudaba a equilibrarme. -Creo... -No pude terminar porque, de repente, Charlie estaba pegado a mí, me estaba besando en la boca y abrazándome con toda su fuerza y, cuando abrí los ojos, la luna brillaba como nunca en sus tiernas pestañas, húmedas por el frío. Dejó caer su Marlboro en el camino y lo apagó con la bota. Movió las manos hasta alcanzar mi cintura, atrapó mis dedos y los deslizó entre los suyos. Fue increíblemente delicioso: su lengua moviéndose lentamente dentro de mi boca. Pero luego recordé: era Charlie, mi mejor amigo. No era un chico cualquiera. Y también recordé que yo era la hija de mi madre: luchando contra este preciso destino. Luchando y perdiendo, porque nunca nada se sintió tan correcto en mi vida. Cuando al fin pude separarme, dije:

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-¡Amigo! ¿Qué paso? Se encogió de hombros. "Nopsé". Pateó un poco dando vueltas y dijo: -Me imaginé que a los dos nos vendría bien un poco de práctica.

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Un breve comentario del chico muerto Transcripto por Criis

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e arrepiento de todo lo que sucedió con Vera. Incluso de aquella vez en la primaria cuando corté la imagen de los duendes. Es difícil de explicar pero lo único que puedo decir es que no tuve opción. Nací para ser un hombre como el que es mi padre y tener una mujer como la que es mi madre. Tenía que salvar a Vera de mí. Esto no me impidió rebelarme de vez en cuando contras mis propios propósitos. Supongo que cuando la besé en el camino en la víspera de Año Nuevo o la vez que le envié flores en San Valentín, fue una especie de prueba. Amar a Vera Dietz fue lo más aterrador que me sucedió en la vida. Ella era una buena persona de una buena familia. Podía deletrear palabras difíciles y recordar que tenía tarea de matemáticas; su padre no decía majaderías ni bebía como el mío. Supe que su madre fue stripper durante algún tiempo, pero eso nunca importó: Vera tenía mucha clase. Lo que uno no ve cuando está todavía allá en la Tierra es lo fácil que es cambiar de opinión. Cuando estás allá y los sentimientos, las ideas, las influencias y los prejuicios te confunden, parece que es imposible cambiar las situaciones. Pero estando aquí se puede ver que el cambio es tan sencillo como oprimir un apagador de luz en tu cerebro. Pasé mucho tiempo en la tierra deseando tener tanta clase como Vera. Pensé que si lo lograba, tal vez podríamos tener un futuro juntos. Pero asumí que nunca tendría clase, y fue justamente ese sentimiento sumado a la desesperación y el enojo que provienen de un destino como el mío, lo que me condujo a Jenny Flick, la chica que me mandó acá.

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Viernes, de 4:00 p.m. al cierre Transcripto por Criis

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as noches del viernes se animan como a las 11:00 y nosotros cerramos a la una. Por lo general hay una entrega o dos al Bar Fred´s a la medianoche, además de fiestas: pijamadas de preadolescentes mareados o estudiantes borrachos que abandonaron la universidad y pueden conseguir cerveza. Antes de cerrar los hornos, llegan dos órdenes más. Marie ya está vaciando los recipientes y tirando ingredientes a la basura; cuenta las notas y las vuelve a revisar con la computadora. Para cuando regreso del último recorrido, ya tiene listos mis totales, y James está lavando los platos, Jill ya hizo todos los preparativos para mañana, que es mi día libre, así que lo único que me queda por hacer es trapear el piso, dejar encendida la lavadora para los uniformes e irme a casa. Cuando me voy, apilo mis órdenes en el auto y tengo que volver a la tienda por un six-pack de Coca para la primera entrega. Veo en el vidrio el reflejo de James mirando mi espalda y me pregunto si alguna vez ha soñado despierto conmigo así como yo he soñado con él. Tal vez mi padre estaba en lo correcto al decir que un empleo de tiempo completo ayuda a las personas a madurar. Tal vez ya tengo veintitrés en mi cabeza, la edad perfecta para estar con James. Y tal vez, como abandonó la universidad y comenzó a trabajar en Pizza Pagoda, entonces él tendrá como dieciocho años. Se despide de mí mientras hecho el auto en reversa; yo me comporto cool y finjo no verlo. Primera entrega, un soltero medio borracho. Ni siquiera me mira. Necesita la Coca para hacer más cubas. Dudo mucho que le haga falta el pepperoni. Me da un dólar de propina. Vuelvo al auto y siento que Charlie está ahí de nuevo. Me hace poner heavy metal; me dice que vaya a lugares a donde no quiero ir, como a la tienda Zimmerman. También me advierte que no tome la callen Linden o moriré en un terrible accidente. O sea, no estoy segura de eso, pero así es como lo siento, y entonces obedezco por si las moscas. Incluso muerto, Charlie es endiabladamente frustrante. Cuando estaba vivo, un minuto parecía ser algo y al minuto siguiente se había convertido en algo más. Sin importar la moda -en música, ropa, cabello,

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pasatiempos- Charlie siempre fue un rebelde indefinible. Su mayor prioridad era fumar su siguiente cigarro. Siempre. Es por eso que pasó tanto tiempo en el salón de castigos en la primavera. Y aunque fue mi cómplice desde siempre para molestar a los Buscapleitos y a los Pachecos, cuando estuvo tanto tiempo castigado se acercó más a ellos y se alejó de mí. Así fue como terminé odiando a Charlie. Me remonto al último Día de los Inocentes de abril, cuando Jenny Flick le dijo a Charlie que yo hablaba mal de él a sus espaldas, el día que todo comenzó a salir mal. -Me dijeron que estabas hablando de mí -dijo. Estaba lívido y todos sus músculos se veían tensos. Estábamos en la pagoda y yo lanzaba avioncitos de papel. Sacó sus cigarros del bolsillo superior de su chamarra. Consciente de que parecía estar enojado pero con la idea de que tal vez sólo estaba fingiendo porque era Día de los Inocentes, le dije: -¿Ah sí? ¿Y qué dije? -¿Me estás diciendo que no lo hiciste? Lo miré y sonreí con complicidad. -Eres mi mejor amigo, ni siquiera me puedo imaginar lo que diría si quisiera hacerlo. -¿Oh, en serio? -Me asusté un poco cuando me di cuenta de que realmente estaba enfadado-. ¿Así que no fuiste tú la que le dijo a toda la escuela qué mi papá le pega a mi mamá? -¿Qué? -Actúas como si estuvieras sorprendida, pero yo sé que tú lo sabes. ¿Qué podía decir ante eso? Guardé el secreto de los Kahn durante toda mi vida, incluso a pesar de que pensaba que era incorrecto. Nunca diría una palabra. -Por supuesto que lo sé, Charlie. Sólo he sido tu vecina y tu mejor amiga durante diecisiete años. Pero nunca le he dicho una palabra a nadie. Nunca, como en NUNCA. -Entonces, ¿cómo es que toda la escuela se enteró?

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-¿Quién dice? -Jenny. Y con eso, comenzó la tormenta de mierda. Yo tenía como cien argumentos lógicos, como cien pruebas, tenía cien verdades. Pero nada funcionó, Charlie le creía a Jenny Flick. -¡Pero si ya sabes que es mitómana! -le dije. -Deja de usar esas palabras domingueras, suenas como una maldita geek. -Tal vez soy una maldita geek. -Tal vez eres más que una geek. -¿Qué quisiste decir con eso? -No lo sé. Supongo que lo que lanzas se te regresa. Podía escuchar cómo se estaba muriendo nuestra amistad en ese preciso instante. Cómo había sido golpeada por un camión tan enorme, tan veloz, que no había quedado nada. Ni un pedazo de nuestra niñez, ni una astilla de nuestra casa del árbol, ni siquiera un poco de nuestro beso en la víspera de Año Nuevo. Nada. Jenny Flick había logrado arrebatarme a la única persona a la que le había permitido llegar a conocerme, para reemplazarme con cerveza, sexo y mota. Entonces, ahora, no tenía madre y no tenía mejor amigo. Pero quise convencerme de que algún día Charlie recuperaría la razón, algún día se daría cuenta de que una arrastradita mentirosa lo había conducido al lado oscuro. En verdad pensé que esa conversación en la pagoda era lo peor que podía haber sucedido. No tenía idea de lo que iba a pasar después. Me acuerdo de una cita del libro zen que papá conserva en el baño. "Verde es el sauce, roja es la flor. La flor no es roja ni verde el sauce". Y eso iba para Charlie. Charlie era mi amigo, era muy lindo conmigo. Charlie no era mi amigo ni era muy lindo conmigo.

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Viernes, de 4:00 p.m. al cierre Última parada Transcripto por Criis

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quí estoy yo, usando la palabra mitomanía en una oración: Jenny Flick sufre de mitomanía aguda, se cree sus propias mentiras. Nunca pude entender lo que Charlie vio en ella, la conozco desde la secundaria, cuando me encontraba con ella en el baño y la veía ponerse plastas de delineador. -¿Cuál es tu problema? –me preguntó. -Lo siento. -Ajá, lo sientes -contestó. En aquel entonces, a los trece años, usaba demasiado delineador, y ahora, a los dieciocho, usa tanto maquillaje negro debajo de sus ojos que parece una mapache golfa haciéndola de apoyador de americano. Jenny Flick podía mentir sobre cualquier cosa, podía decirte que conoció al cantante de tu banda favorita y que luego se fue a meter ácido con los del grupo. Podía decir que se estaba tirando al profesor de biología o que su padrastro inhalaba coca con el director. Se pintaba dibujitos con un marcador Sharpie y le decía a todo el mundo que eran tatuajes. También escuché que le mintió a su padre, quien vivía en California con su nueva familia. Le dijo que se quería suicidar y que tenía un desorden alimenticio o que se iba a cortar o cualquier cosa que se le ocurrió para que la dejara mudarse con él. Pero lo único que logró con eso fue una adicción a la pila de antidepresivos que le recetaron y una visita semanal al psicólogo, pagada por su padre. A sus amigos les mentía igual. Tenía convencido a todo el grupo de estudio del tercer semestre que se iba a morir de leucemia en ese primer año. Algunos hasta le compraron tarjetas, incluso participaron algunas personas a las que les había mentido y sobre las que había inventado chismes. La mayor parte del tiempo logré mantenerme fuera de su radar, de conservar mi invisibilidad. Pero las cosas cambiaron cuando comenzó a gustarle Charlie y decidió sacarme de su vida. Me convertí en su blanco y él, en el trofeo.

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Ahora que Charlie no está, me ignora otra vez. Tal vez ella cree que ahora está a salvo porque ya pasaron tres meses y medio y no he dicho nada sobre lo que sucedió en realidad la noche que Charlie murió. Pero no, no está a salvo. Lo último que tengo que entregar esta noche son cuatro pizzas en los suburbios. Son esas casas de ladrillos de un solo piso que están tan juntas que, a través del pasillo de concreto que las separa, puedes escuchar a tu vecino orinando. Irónicamente, tienen patios traseros y frontales que puedes rellenar con más de esas detestables y brillantes mierdas de Navidad de mal gusto. Quinientos cincuenta y seis norte de la calle Gerhardt, una caja de pan de ladrillos rojos con un timbre rojo y negro que toca ―Jingle Bells‖ cuando lo presiono y un letrero, a la derecha de la puerta –con dos cervatillos con manchitas-, que dice BIENVENIDO A NUESTRO HOGAR. En la entrada, ocho autos atrapados en todas direcciones. Dos sobre las aceras. El sonido de fiesta se derrama sobre el durmiente vecindario. En la ventana trasera de uno de los autos, está pegada una camiseta de futbol americano, de colores azul y blanco. Sobre el auto han pintado las palabras VAMOS PANTERAS. Por el ruido que se escucha adentro, adivino que ganamos el juego de esta noche. La puerta se abre y la música y el aroma a mota me golpean en el rostro. Levanto la solapa de la bolsa caliente y digo: ―Son treinta y cuatro con noventa y nueve, por favor‖. Luego miro hacia arriba y veo a Jenny Flick con los brazos cruzados observándome. Bill Corso, el medio iletrado quarterback estrella del equipo, está parado atrás de ella. -Mira quién es –dice. Saco las cuatro pizzas, se las entregó a Bill y luego meto las bosas térmicas bajo mi brazo, el cual tiembla por la mezcla de temor y enojo que siento en este momento. Después, saco el cambio del bolsillo de mis pantalones cargo. Jenny continúa mirándome con el ceño fruncido y delineador en todo el contorno de los ojos, como si fuera algún personaje sacado de una película de Tim Burton. -Treinta y cuatro con noventa y nueve, por favor. Busca en su bolsillo y saca un fajo de billetes. Luego, va jalando uno por uno y los deja caer hasta el tapete. Dos de ellos caen sobre mis pies.

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-¿Cuánto fue, nene? –le pregunta a Bill, quién está demasiado jodido para notar que ella aventó montones de dinero. -No lo sé, Jen. Ya sabes que no puedo hacer cuentas cuando ando volado. Ella comienza a reírse burlonamente y avienta el resto del fajo al aire, sobre mi cabeza. Y luego me cierra la puerta en la cara. Miro alrededor para ver dónde cayó todo el dinero, lo junto con el pie en un solo lugar y me inclino para recogerlo. La puerta se abre. Jenny Flick aparece otra vez y, detrás de ella, está Bill Corso apuntándome con una resortera que parece profesional. -Y aquí está tu maldita propina –dice ella. Bill me dispara con una moneda y me pega en el hombro: me duele horrores. Se ríen como un par de niñitas de diez años y vuelven a cerrar la puerta de un azotón. Cuento los billetes arrugados en el auto y me doy cuenta de que, sin querer, Jenny me dio una propina de 33 dólares. Esto es tal vez lo mejor que harán las drogas por mí en toda la vida. Miro hacia la casa una vez más antes de arrancar. Un montón de jugadores se formaron en la ventana saliente y me están enseñando el trasero. Entre ellos hay otros que también me pintan el dedo. No puedo mentir, varias partes de mí quieren volar la casa en este preciso instante. Hay partes de mí que se reirían mientras ellos se queman adentro. Me duele el hombro. Donde me golpeó la moneda, siento que está caliente y palpitante. Busco a tientas el vaso frío debajo de mi asiento. ¿Alguien gusta un trago?

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Historia: doce años Transcripto por Criis

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l verano siguiente, después que mi madre huyera en el convertible con el pediatra calvo, el padre de Charlie Kahn le permitió construir una casa del árbol. Aunque yo sabía que Charlie quería hacerlo por sí mismo, dijo que era nuestro proyecto y nuestra casa del árbol. Creo que esa era su forma de ayudarme a superar los tiempos difíciles. La semana que terminaron las clases, su padre le compró un montón de artículos de carpintería –trozos de madera de 5x10, poleas, destornilladores y láminas de triplay para exteriores- pero, en tres semanas completas, Charlie no pudo escoger un árbol. Caminábamos por el bosque que separaba nuestras casas y salíamos de él cubiertos de ramitas y rasguños para ir a almorzar. Luego, volvíamos al bosque. Le pregunté a Charlie por qué le estaba tomando tanto tiempo. -El Gran Cazador tiene que conceder su permiso –dijo y luego garabateó algo en una servilletita y la metió a su bolsillo. Media hora después, Charlie me dijo que lo estaba presionando demasiado con mis preguntas cada cinco minutos, así que me pidió que lo dejara solo durante una semana. Suena rudo pero tenía buenas intenciones. Creo que sólo necesitaba algo de espacio para ser excéntrico y, además, ya me estaba exasperando con toda esa basura del ―espíritu del Gran Cazador‖. Teníamos doce, era edad suficiente para ir y escoger un árbol pronto. Ese fue el verano en que mi padre dejó de rentar la oficina en el pueblo y mudó su escritorio y archiveros al cuarto vacío que teníamos abajo y que mi madre había usado para hacer yoga y meditación del perdón, las cuales parecen no haber funcionado muy bien. También fue el primer verano que convencí a papá de que me permitiera ser voluntaria en el centro de adopción que estaba en la tienda de mascotas Zimmerman, en el Centro Comercial Pagoda. Fue duro para él porque cuidar mascotas estaba totalmente en contra de su naturaleza. –Simplemente, no es una persona a la que le gusten los animales. Odiaba cada vez que lo arrastraba a Zimmerman para ver los hámsters o los perritos cuando era niña. Cuando lo fastidiaba con que me comprara algo esponjosito para abrazar, sacaba un papel,

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me hacía las cuentas de lo que costaba tener una mascota y me decía que había niños de mi edad muriéndose de hambre en todo el mundo. ―Creo que 4 mil dólares al año les servirían más que a un perro‖, decía. Pero aquel verano debe haber comprendido que era distinta a él y que su frío corazón sólo me hacía sentir peor. Yo amaba a los animales, en parte porque él no los amaba y se había negado a que yo tuviera uno, y también porque así lo decía el manual. ¿Qué niña de doce años no sueña con cuidar a un perrito o un gatito?, ¿qué niña de doce años cuya madre la acaba de abandonar no desea la compañía de alguien que la ame sin que nada importe? Así pues, me ayudó a llenar la solicitud, soltó los 10 dólares para la camiseta morada de voluntaria y me llevó a la tienda una vez a la semana. Esa era la cantidad de tiempo máxima que podía pasar ahí porque sólo tenía doce años. Fue adorable, toda la experiencia lo fue. Adoré a la gente de adopciones, la que rescata a los animales, al señor Zimmerman y a su muero de peces exóticos de acuario. Tenía un perico gris que hablaba y se sentaba en un pedestal cerca de la caja registradora, podía imitar bien al teléfono, que nadie sabía si en verdad estaba sonando o no. El primer día que trabajé como voluntaria cuidé a tres cachorros de ovejero inglés que habían sido rescatados de una de esas casas de gente demente donde tienen demasiadas mascotas y no paran sino hasta que los vecinos levantan una queja por el olor o el ruido. Los bañé y los cepillé, también ayudé a la enfermera del veterinario a aplicarles loción sobre los piquetes de pulga que tanto se habían rascado. Fue un sentimiento que no puedo describir, sentí como si tuviera un propósito o algo, como si estuviera haciendo algo en verdad grande. Los días de la semana que no iba a la tienda, me la pasaba por ahí y veía televisión, mientras tanto, Charlie seguía buscando el árbol perfecto para su casita. Bebí montones de smoothies de yogurt y comí muchas frituras de tortilla sin ondas y bajas en grasas. -¿Qué haces? –me preguntó papá bastante molesto de verme tirada en el sofá y con el control remoto antes del mediodía, entre semana. -Va a empezar Atínale al precio en un minuto. Antes de que pudiera comenzar a impartir su sermón de que podría estar haciendo algo más productivo con mi tiempo, como arrancar la maleza del huerto o inventar un juego de mesa que se vendiera como pan caliente, Charlie entró por la puerta de la cocina.

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-¡Lo encontré! –dijo. Apague la televisión, miré a papá y me encogí de hombros. -Ya me voy. Agitó la cabeza y volvió a su oficina. Nos adentramos en el bosque, Charlie dijo: -El Gran Cazador escogió este árbol, ¿qué opinas? Era un árbol muy grande, de eso no había duda. -Comenzamos con la escalera y luego el piso. –Charlie buscó en el bolsillo trasero de su pantalón y sacó una desvencijada hoja de cuaderno de espiral reparada con cinta adhesiva-. Así es como quiero que se vea. Observé el papel, había dos habitaciones. Una tenía una cama y la otra un pequeño futón. Hasta ese momento, yo había imaginado una casa del árbol al estilo Dietz: un pedazo de triplay, una soga y un montón de imaginación. -¿Planeas vivir ahí? -Ajá. Lo miré por entre mi fleco. -¿También en el invierno? Me miró como si me estuviera burlando de él, pero no era así. -¿Por qué siempre tratas de hacerme sentir estúpido? –me preguntó mientras sacaba de su bolsillo una servilleta en la que había garabateado algo. -Yo no hago eso. Me miró, evaluando la situación. Puse la cara más seria que pude y, a pesar de que deseaba hacerlo, no me reí porque era muy gracioso cuando Charlie se ponía de mal genio. Añadió algo más a lo que ya había garabateado en la servilleta y cortó la esquina que había usado para escribir. Después se metió el papel a la boca, lo masticó y se lo tragó. -Primero vamos a trabajar en la escalera y luego paramos para almorzar. Llevábamos diez minutos ahí, yo sosteniendo el extremo de un trozo de madera de 5x10 y él serruchando trozos perfectos de 75 centímetros sobre un

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par de burros de carpintería, cuando se estacionó un auto en el recodo del camino de grava. Estábamos tan adentro en el bosque, que no pude verlo bien, sólo noté que era blanco. -Espera, mi papá me encargó darle algo a ese tipo –dijo Charlie. Esperé diez minutos en los que traté de visualizar con creatividad la casa del árbol. Era la primera onda nueva que traía papá desde que mamá se había ido: visualizar todo con creatividad, desde la preparación de la cena hasta las compras de la semana. Me obligó a usarlo también para los exámenes (y tuve que admitir que funcionaba, aunque no me sirvió de nada para que me permitiera comprar un perrito). Charlie volvió sin aliento y con el rostro encendido. -No tenías que correr –le dije. -Es que ya estoy mentalizado a terminar esto, ¿sabes? –Se recargó en el árbol, equilibró otra vez la servilleta de papel sobre su rodilla y garabateó algo más. Hacía eso desde que éramos niños y me molestaba muchísimo. Una cosa es tratar de ser misterioso a propósito, pero es muy grosero garabatear cosas frente a alguien más, es como murmurar o algo así. Así que me incliné y tomé la servilleta de su rodilla. -¡Devuélvemela! –gritó y perdió todo el control en un instante-. ¡Es mía! -Amigo, yo… Me sujetó con fuerza del brazo y lo torció detrás de mi espalda, tuve que dejar caer la estúpida servilleta. Se inclinó para recogerla pero no soltó mi brazo. -Demonios, Charlie –No sabía qué más decir. -No vuelvas a hacer eso nunca más –dijo-. Algunas cosas son privadas. -Claro –dije-. Por supuesto, ya sé. -Todo mundo tiene derechos a guardar secretos –me dijo. -Ajá –le dije, aunque nunca había conocido a nadie como él, que garabateara sus secretos en servilletas y se las comiera o las metiera en sus bolsillos, o que las quemara con toda ceremonia en las rocas que rodeaban la pagoda.

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-Sólo no lo vuelvas a hacer –dijo y luego tomó el serrucho y cortó con rapidez tres pedazos más para hacer los escalones; pateó los sobrantes hacia una pila de madera que estaba en la base del tronco. Parecía una máquina furiosa, temblaba como si hubiera tomado de esas pastillas de cafeína que mi madre solía usar para permanecer así de delgada.

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Historia: edad doce, mediados de agosto Transcripto por Criis

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uando terminamos de construir la casita del árbol, podíamos ver desde ahí el camino y nuestras casas. Charlie guardaba unos binoculares en la ventana oeste, junto a su cama. Comenzó a dormir ahí, ya había puesto una cortina en la ventana y también hizo unas persianas para cuando lloviera. Sólo hasta después de haber subido y revisado el lugar, papá me dejo dormir en la casa del árbol una noche. Sé que tuvo que pensarlo primero porque Charlie era niño y yo era niña, yo traté de explicarle que las cosas no eran como él pensaba. Pero en ese entonces yo no comprendía que tenía que luchar contra mi propio destino y Charlie contra el suyo. Yo sólo quería dormir en la casa del árbol. -A Charlie no le gustan las chicas -traté de explicar, y después de escucharme corregí-. Quiero decir que Charlie y yo somos sólo amigos... como, eh, ya sabes, ¿no? -Ya sé. -Entonces ¿puedo? -Veer, creo que es tiempo de que hablemos sobre estos asuntos -dijo, evidentemente incómodo-. A veces, los chicos de la edad de Charlie pueden pensar y hacer cosas que no te esperas. Tienes que ser cuidadosa. -Charlie tiene doce, papá, igual que yo. -Lo sé, pero doce puede ser, eh, puede ser una edad confusa... tartamudeó. Traté de visualizar con creatividad que se callaba. No funcionó. -Sé que ya sabes algo sobre sexo, y sé que eres inteligente. Pero estás a punto de entrar en una etapa de la vida completamente nueva donde las cosas no son tan sencillas como antes lo fueron.

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Nos quedamos viendo el uno al otro en silencio. Yo tenía el ceño fruncido, él mordisqueaba su labio inferior. Pasó todo un minuto. -¿Entonces puedo dormir en la casa del árbol o no? Suspiró. Pude darme cuenta de que estaba realmente confundido al respecto, así que añadí: -En serio, papá, no tienes nada de que preocuparte. En lo que se refiere a Charlie Kahn, te puedo asegurar que está tan interesado en mí como en peinarse. Bajó su mirada hasta encontrar la mía. -Creo que sabes por qué no quiero que andes cerca de su casa, ¿verdad? Asentí. -No vamos a estar en la casa, vamos a estar en la casita del árbol. -Lo sé, pero, ¿y qué tal si tienes que ir a hacer pipí en la noche? ¿O qué tal si necesitas beber agua? Pensé en lo que dijo. -Está bien, ya entiendo -dije-. La casa del árbol está a medio camino entre nuestra casa y la de ellos, así que, si tengo que hacer pipí, pues vendré acá. Sonrió. -Entonces, ¿sí puedo? ¿Esta noche? -Vamos a ver si podemos encontrar tu bolsa de dormir -dijo. Yo me sentí regocijada. Charlie y yo comimos palomitas de maíz y refresco, y hablamos sobre estupideces como los chicos de la escuela y las cosas en las que soñábamos que nos convertiríamos cuando creciéramos (yo = veterinaria, él = guardabosques). Escuchamos un rato la radio y luego nos metimos en las bolsas de dormir y dijimos hasta mañana. Después de eso, lo único que pudimos escuchar fueron los ruidosos rechinidos de los grillos y las cigarras. Fue fabuloso. Al menos lo fue hasta la medianoche, cuando un auto subió disparado por la colina y se detuvo en el camino de grava del área de estacionamiento a la orilla del sendero azul. Luego Charlie se escabulló de la casa del árbol y no volvió sino hasta el amanecer.

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Historia: edad trece, verano Transcripto por Criis

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l verano entre primero y segundo de secundaria, papá me puso a trabajar llenando sobres para una campaña de publicidad que hizo para ganar más clientes. Todavía me dejaba salir con Charlie (ya nos habíamos convertido en súper expertos en Uno y estábamos en medio de un torneo de diez mil puntos), pero ya no hubo más piyamadas en la casa del árbol. Un día me dijo: -Espero que sepas que nunca podrás ser novia de Charlie -y aclaró que me lo decía sólo para evitarme un destino como el de él y mamá. También me dijo: -Charlie no es como nosotros, ¿sabes? - sabía bien a qué se refería, pero, de alguna forma, era ese no es como nosotros lo que me hacía amar más a Charlie. Yo ya tenía mucho en la cabeza como para digerir esto. Todavía estaba asimilando todo ese asunto de mamá no va a volver jamás. Ese verano sentí un profundo resentimiento hacia papá. Creo que una parte de mí lo culpaba que ella se hubiera ido y la otra parte de mí también quería abandonarlo. Conseguí que me dieran dos medios días a la semana en el centro de adopción de la tienda Zimmerman. Esa era mi forma de alejarme de él. Habían renovado la tienda de mascotas con pisos de azulejos que eran muy fáciles de limpiar, y cada tipo de animal tenía su propio aparador, así que ahora los perros y gatos a la venta tendrían su propio espacio, separado de los animales que habían sido rescatados para ofrecerse en adopción. Teníamos hasta un cuarto para los reptiles rescatados. El verano anterior, había una mescolanza de jaulas de metal y letreros confusos que nos servía para diferenciar entre la tienda y el centro de adopción. Pero ahora había sólo un largo muro de vidrio y los compradores podían adoptar gratuitamente un animal o seguir caminando y comprar más adelante un cachorro purasangre. Todos los recuerdos que tengo de aquel verano en Zimmerman están rayados, como las películas viejas. Me veo inclinada sobre el fregadero de acero inoxidable en la parte trasera de la tienda, refregando a una enorme Labrador

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Retriever con champú para pulgas, y arrancándole garrapatas gordas de la piel con pinzas de depilación, mientras ella se agita y gimotea un poco. Recuerdo que me sentí mal por haberla lastimado por accidente, porque mi madre también me lastimaba así. Odiaba quitar garrapatas y decía que mi padre no servía para eso porque dejaba las cabezas enterradas en la piel y se infectaban. Así que, si no me quedaba quieta, se hincaba obre mí y me clavaba los brazos hacia abajo mientras yo me volvía loca gritando y ella me las sacaba a la fuerza. Sin paciencia. Sin besos. Sin abrazos, sólo unas pinzas de depilación, un poco de alcohol para tallar y una sensación hiriente que nunca se va.

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Varios momentos, sábado por la mañana: día de descanso Transcripto por Criis

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s la 1:30 de la mañana cuando llego a casa del trabajo y, al minuto que entro al corredor que lleva a mi cuarto, me llega un olor de verdad muy peculiar. Hasta que abro la puerta de mi cuarto, descubro lo que es: un ratón se murió emparedado y el hedor es insoportable. Eso sucede mucho en nuestra casa porque es un viejo refugio de cacería. No hay forma de controlar dónde mueren los ratones ni sacarlos del lugar en que ocurre. Lo único que podemos hacer es cubrir el olor de alguna forma y evitar el área hasta que el animal se pudre por completo. En verano es más rápido que en invierno. Papá ronca tan fuerte que la casa cascabelea y él no me escucha hurgar en la despensa de la cocina en busca de velas aromáticas. Mamá las compro, así de viejas son. Antes de Navidad, fue a Poconos una tarde y volvió a casa con dos cajas de velas aromáticas. -¡Es la capital mundial de las velas! -dijo. Ese es el sobrenombre que le ponen a las tiendas cuando quieren que compres cosas ahí. La gente selo cree porque es estúpida, pero parece que eso está de moda ahora. Hay chicos en mi grupo que no pueden señalar Florida en un mapa y van a recibir el mismo certificado que yo. Los van a aceptar en la universidad y se van a convertir en terapeutas físicos o educadores de jardín de niños o analistas financieros, y aun así, no van a ser capaces de señalar Florida en un mapa. Se gastan canastas de dinero en porquerías de Navidad de mal gusto y manejan cien kilómetros para comprar velas porque alguien colocó un letrero que dice "La capital mundial de las velas", cuando en realidad en la tienda local venden velas igual de bonitas. Por fin encuentro las cajas de velas aromáticas atrás de la despensa. Saco tres de vainilla y tomo el encendedor que está en la repisa. Regreso a mi habitación, entro corriendo, las enciendo, salgo corriendo y vuelvo a cerrar la puerta. Luego voy a la cocina a comer algo. El hombro me está matando, me detengo en el baño de abajo para verlo en el espejo y descubro que tengo una enorme marca roja. Cuando la noto, comienzo a sentir vergüenza retrasada. Me

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pregunto si habré manejado bien la situación. ¿Fui una cabrona? ¿Debí haberle dicho a Jenny Flick que se fuera al diablo? ¿O tal vez aventar sus pizzas al suelo? Papá ronca tan fuerte que apaga el ruido que hacen las hojuelas de maíz cuando las mastico. Me acuerdo de que mañana es el penúltimo sábado antes de Navidad y que vamos a poner el árbol. Cuando vuelvo a mi habitación, huele a ratón muerto con aroma a vainilla, lo que es un poco mejor que el vil aroma a ratón podrido. Mientras cierro los ojos para dormir, puedo verlo más allá de mis parpados en pleno estado de descomposición. Las patas tiesas y los ojos secos, saliéndose de sus órbitas; de pronto me abruman las visiones de como se verá Charlie ahora, con casi cuatro meses de muerto y pudriéndose bajo tierra. Tal vez eso significa que estoy loca, pero no puedo evitar pensar en ello (igual que no puedo dejar de soñar con los imbéciles a los que les entrego pizza). Por la mañana le cuento a papá sobre el hedor, pero me dice que no puede percibirlo. -De cualquier forma no podemos hacer nada al respecto, Vera. Si es realmente malo, duerme en el sofá -me dice. Es casi medio día y él a regresó de haber ido a comprar un árbol de Navidad, el mismo que miro ahora. -Vaya, papá, ese árbol sí que está feo. -Y además me costó 20 dólares -dice aún enojado de haber gastado tanto. -¿Lo volvemos a poner en la sala este año? Desde la cocina mira hacia la sala, oscura y sin uso. Creo que en momentos como este nos damos cuenta de que la casa es demasiado grande para nosotros dos. En momentos como este me doy cuenta de cuánto amaba papá a mamá y de cuánto la extrañamos. Es como si hubiéramos dejado la sala ahí, vacía y oscura, así como los padres dejan el cuarto de un hijo cuando se muere. -Pensé que podríamos cambiar la tradición y clavarlo en el estudio, ¿qué opinas? -Cool. -Bien. -Voy a darme un regaderazo –le digo-. Cuando acabe podemos poner un poco de esa cursi música navideña que te gusta.

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En la regadera me doy cuenta de que estoy cambiando de formas. Una vez más. Se suponía que ya había terminado. Además, como que no le puedo preguntar a papá. Supongo que si lo hiciera, me sugeriría que lo meditara o me saldría con algún koan zen para contrarrestarlo. (―Los pechos crecen. Los pechos se encogen. El granjero todavía plana el maíz en las hileras‖.) Ya es bastante difícil conseguir que compre la marca correcta de tampones. No tengo amigas con quienes platicar, así que no sé cómo lidia la demás gente con estos asuntos. Creo que ya llegó la hora de decirle a papá que los compraré yo misma, ya gano suficiente. Por unos cuantos dólares al mes no se van a acabar mis ahorros para la universidad. A pesar de todo, una parte de mí se siente culpable de sacar a papá de la jugada. Todavía me acuerdo la primera vez que tuve mi periodo, cómo me miraba con orgullo, cómo me abrazó y me llevó en auto hasta la farmacia en el Centro Comercial Pagoda. Cuando pienso en eso me acuerdo de Charlie y de aquel día que tuve que cambiarme el tampón, el día que fuimos de excursión al Big Blue, la extensión de diez kilómetros del sendero azul. Fue hace sólo dos años, cuando tenía dieciséis. Habíamos llegado a la mitad del Big Bluecuando le pedí que esperara un segundo y me oculté detrás de un árbol. -En serio debe ser espantoso -dijo. -¿Qué? -Ya sabes, sangrar. Ugh, qué cosas dice. -Te acostumbras, además, no lo puedo desaparecer, ¿verdad? -Supongo. Tomé el usado, lo arrojé en lo profundo de la maleza y arranqué la envoltura del nuevo. -¿Duele? Ya sabes, cuando te lo pones. -No -respondí, aunque ya me sentía bastante incómoda con toda la situación. Él también debe haberse sentido raro porque se calló. Después suspiró. -Mi papá no deja que mamá los use -confesó. Creo que fue la confesión más rara que he escuchado.

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-Que loco. -Dice que es como tener sexo con otra persona. -Eso es asqueroso. Está orate, Charlie -le dije mientras me ponía de pie, subía mis jeans y trataba de olvidar lo que me acababa de decir. -Sí, supongo que sí. -O sea, no vas a creer que lo que acabo de hacer fue excitante, ¿verdad? -Supongo que no. -Bien, ¿crees que limpiarte el trasero con papel higiénico es como tener sexo? -Ugh, no. -Bueno, pues es la misma cosa. Tu pobre madre. Vaya. ¿Y qué le hace pensar que tiene derecho a decirle cómo lidiar con su periodo? -Es que así es él -me dijo, y creo que los dos ya lo sabíamos, así que me abroché el botón, salí de atrás del árbol y continúe caminando por el sendero, dándome cuenta de que el papá de Charlie era diez veces peor de lo que me había imaginado. Cuando me escuchar salir del baño, papá me pregunta desde el final de las escaleras: -¿En dónde pusimos la punta del árbol el año pasado? La punta es una cosa verde de los años sesenta que tiene bastante onda y que le ponemos al árbol en lugar de un ángel o una estrella. Mi madre odiaba la punta, así que cada vez que decoramos, papá hace todo un teatro al respecto. -Creo que está con las luces. -No la encuentro. -Bajo en un minuto -le digo mientras inspecciono frente al espejo la marca que me dejó en el brazo la moneda de Jenny Flick. Hoy está menos inflamada pero la marca sigue oscura y rojo-azulada. Seco mi cabello y lo recojo con un par de bandas. Ahora, los sábados son mejores que antes, trabajar tiempo completo me ha ayudado a valorar los días libres: pants, pantuflas y no desayunar.

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Cuando llego a abajo, papá se encuentra desenredando las luces. Forma tres líneas rectas con los cables que salen de la toma de corriente y atraviesan el piso de estudio. Tiró su pila de libros de autoayuda y los dejó como escaloncitos entre el sofá y el calentador. Lo miro a escondidas desde la cocina; me dejó un panquecito de arándano en un platito. Veo lo que mi madre vio en él. Es guapo, inteligente y está en forma, lo cual es un milagro en esta parte del mundo donde todos se derraman por los bordes. Parece que su único defecto tiene que ver con su mezquindad, que en realidad no es algo tan malo. ¿Cuál es el problema si compra las latas abolladas de jitomates que pone en descuento la tienda? ¿Y qué si usa los calcetines aunque ya se les hayan hecho agujeros? Él me está criando mientras mi madre está en algún pueblo de putas extravagantes, viviendo con un doctor retirado que usa bisoñé ygusta de jugar póquer. Papá está leyendo libros de autoayuda y aprendiendo cosas nuevas sobre sí mismo y sobre el mundo. Justamente la semana pasada aprendió a cocinar lasaña vegetariana y probó un nuevo platillo en el restaurante chino al que vamos. En octubre logré que probara su pizza con trocitos de piña y que quedara atrapado con Walt Whitman. ¿Qué no es eso adorable?En lo que a mí concierne, mamá seguramente es una idiota. Si fuera ella, me casará con él en un instante. Pero, claro, no me refiero a algo asqueroso o así grotesco. -¿Sabes?, creo que eres muy buena onda, Vera -me dice de la nada. -¿Por qué? -le pregunto y de mi boca salen disparadas migajas de panquecito de arándano. -Creo que realmente comenzaste a crecer desde que me hiciste caso y conseguiste un empleo. Olviden todo lo que acabo de decir, es obvio que el hombre es un idiota.

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Descanso navideño Transcripto por Shezzi

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n casi todo, la navidad es solo cuestión de ropa. Una tarjeta con 100 dólares abonados y tres álbumes vintajede Funkadelic con las fundas originales. Papá dice que ya tengo edad suficiente para leer las letras, como si no las hubiera visto antes en internet. Entre mis turnos de temporada en la pagoda y su nueva rutina de meditación, papá me dice varias veces que cree que soy buena onda. -¿Sabes?, en estos tiempos, la mayoría de las chicas andan emborrachándose y acostándose con muchachos. Estoy muy orgulloso de haberte criado bien. Por una parte, eso me hace sentir que, para seguir haciéndolo feliz, no debería volver a beber, y por otra, siento la paranoia de que ya miró debajo del asiento del conductor y encontró mi escondite.

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SEGUNDA PARTE Víspera de Año Nuevo Transcripto por Shezzi

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arie logró reunir a dos repartidores del turno matutino, a todos los repartidores de medio tiempo que aceptaron venir y a tres pizzeros extras, incluyendo a la ex porrista ahora convertida en trabajadora al servicio de la comida, Jill, quien, por cierto, no deja de echarnos pedradas a James y a mí. -Ustedes dos harían una bonita pareja-señala mientras pasa cargando una charola llena de masa. No sé porque lo dice solo estamos doblando cajas y contando chistes subidos de tono con otros repartidores. Pero tiene razón. Seríamos una bonita pareja. El primer recorrido de la noche es en la zona de dinero del pueblo, las Granjas Potter. Ahí las casas son enormes y su geometría muy agradable a la vista. Por desgracia, no sucede lo mismo con las propinas. Vuelvo a la pizzería tres entregas y 6 dólares más tarde, y la noche ya es un caos de pizzas, pan de ajo, six-packs de cocas, timbrazos, niños en piyama, adultos que dan más propina de la necesaria, restos de toda esa mierda navideña de pésimo gusto, borrachos con gorritos de fiesta, confeti y, cada vez que vuelvo a la tienda, Marie tiene una nueva pila de órdenes para entregar. Marie puede tener dientes horripilantes, pero diablos, ¡esa mujer vaya que sabe cómo manejar una pizzería! Mierda, creo que no hay repartidor de apoyo en la tienda en toda la noche, lo cual es muy raro para la víspera de año nuevo. Como a las 11:45, el cliente de la calle Lancaster, número 362 me pregunta a qué hora salgo de trabajar. -Como te habrás dado cuenta, vamos a tener una pequeña fiesta.-me dice. Ah sí, ustedes seis. Van a jugar Turista. Excelente. No, gracias. Justamente a la medianoche toco el timbre de una casa en la avenida Mcmann. El lugar eructa felicitaciones y trompetas festivas desde afuera se escucha ―el vals de las velas‖. Un minuto después vuelvo a tocar el timbre y me

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abre la puerta un chico alto que conozco. Se tambalea y tiene los ojos inyectados. -¿Qué no te conozco?-pregunta al entregarme el dinero. -No lo creo- le miento. Estuvimos juntos en una clase de cine cuando yo acababa de entrar a la prepa y él cursaba el último año. -Es que me pareces familiar. Le digo: ―Que tengas buena noche‖ y vuelvo al coche. -¡Deberías regresar más tarde cuando acabes de trabajar! -Lo voy a pensar.- Y sí, lo pienso como por tres segundos y me dirijo a cumplir la siguiente entrega. En el camino susurro: ―Feliz año nuevo‖ a Charlie. A las 12:17 toco en la imponente puerta verde de la calle treinta y cuatro, número 21. Me abren dos chicos de la escuela, son unos nerds en matemáticas. Pagan con cambio exacto y no me dicen ni gracias. 12:15, última parada. Una bulliciosa fiesta en la unidad de departamentos donde vive Jill. No estaban preparados para recibirme. Les entrego sus seis pizzas y organizan una vaca entre los borrachos para reunir dinero. Ni si quiera lo pueden contar. Les ayudo a hacerlo y me doy cuenta de que les falta un dólar. -¡Vamos! ¡Pete!, ¡Pete! ¿Dónde está ese maldito codo?-Todos buscan a Pete. -¡Yo ya puse lana idiota! -¿Quién tiene un dólar? ¡Nos falta un dólar! -Y la propina. Les falta un dólar y la propina-les aclaro. Los miro escudriñar hasta lo más profundo de sus bolsillos y luego se encogen de hombros. -Diablos, voy a tener que sacar el frasco de monedas-dice el tipo. Atrás de él hay dos chicas que se turnan la pipa de agua para fumar mota. Alguien grita ―Feliz año nuevo‖ Levanto la mano. -Está bien amigo, ya no te preocupes.

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Abandona el tercer intento por encontrar algo en sus bolsillos y me sonríe. -Espera, sí tengo tu propina-dice y luego corre a la cocina. Regresa con un four-pack de coolers de vodka-. Es para cuando salgas de trabajar esta noche-me indica. -Gracias, yo…-Sé que debería devolverlos pero no lo hago. En lugar de eso, abro la cajuela y los coloco entre la maleta del gimnasio y la caja de cartón para las compras de supermercado (¡una más entre los cientos de prácticas ideas de Ken Dietz para que jamás vuelva a rodar un frasco de mayonesa en la cajuela!) Los cubro con la bolsa de dormir que traigo para casos de emergencia y pienso en mamá. ¿Así habrán comenzado las cosas para ella? ¿Acaso existen los primeros pasitos en el camino a la súper perdición? Y si es así, ¿cuántos me faltan? Son las 12:45 y mientras espero que el semáforo de Bear Hill cambie a verde, no puedo evitar alcanzar la botella que está debajo del asiento. En toda la noche no he bebido ni un trago. La noche del funeral de Charlie me tomé dos vasos de vodka helado que alguien había dejado en la mesa. No sé que fue lo que se apoderó de mí pero algo me sucedió, tal vez fue Charlie. Los vasos estaban ahí nada más y yo me dirigía al baño. Nadie me miraba, así que levanté uno con cada mano y me los bebí de golpe, uno tras otro. Nunca imaginé que me rasparían tanto la garganta, pero me encantó la sensación que experimente un minuto después cuando me senté en el inodoro. Me sentía embriagada, feliz, segura. Hoy, mientras espero por el cambio de luz, tomo el último trago y pienso en todas las advertencias que me ha dado mi padre sobre el alcoholismo desde que nací y digo: ―¿acaso no destruimos a los enemigos cuando los hacemos nuestros amigos?‖ es una frase célebre de Abraham Lincoln. 1:07. Otro viaje a las Granjas Potter, llego a una fiesta de adolescentes. Las chaperonas se van despreocupadamente y visten ropa de colores neutrales comprada por catálogo. Tendré que atravesar un puente que cruza sobre un estanque estilo oriental. El padre es muy agradable, es extranjero y me encamina al puente. La mamá palmea con fuerza para atraer a los niños a la cocina. Me dan diez dólares de propina. Es la mejor propina de la noche. Camino a la puerta y cuando llegamos a la mitad del puente el padre pone una moneda en mi mano y dice: -¿Quieres arrojarla al estanque?

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Miro hacia abajo y veo un pez rosa brillante del tamaño de mi antebrazo que emite destellos entre las sombras. Lanzo la moneda y pido un deseo. Deseo la paz mundial porque tiene exactamente las mismas probabilidades de suceder que cualquier otra cosa que se me ocurra. Los teléfonos dejan de sonar a las 2:00 de la mañana y Marie comienza a pagarles a los repartidores de medio tiempo para que puedan ir a casa. Ya se fueron todos menos Jill, quien está haciendo los preparativos del día siguiente, y Helen, una chica que conozco de la escuela. Necesita que alguien la lleve a casa. Todavía quedan tres o cuatro entregas pendientes y James me dice que, si espero un momento, puedo darle un aventón a Helen y pasar a dejar una orden grande al mismo tiempo. Y entonces espero. A medio camino Helen pregunta: -¿Cómo te sientes? O sea…-suspira y continua-: ¿cómo te sientes, eeh, desde que murió Charlie? -Ah, estoy bien. -Debe ser difícil, ¿no? O sea yo ni siquiera lo conocía bien y me siento triste. -Ajá, sí, es triste. -¿Tú sabías lo de los animales? Qué locura, en realidad nunca nadie menciona a los animales. En cuanto ella lo hace, mi corazón de acelera y las imágenes inundan mis ojos. Maldito cerebro. Tengo que mentirle: ―No‖. -¿Sabes? Yo ni siquiera podía creerlo. No podía creer que un chico tan dulce pudiera hacer algo así a animales inocentes. Pienso en lo que Charlie había vivido. Pienso en que su padre golpeaba a su madre y a veces le jalaba en cabello. Me pregunto cómo se siente tratar de impedir algo y no lograrlo. -¿Sabes, Helen? Creo que Charlie se convirtió en chivo expiatorio. Lo piensa un poco y me dice: ―¿Ajá?‖ -Es bastante fácil echarle la culpa al niño muerto, ¿no crees? -Mmm, pues, sí, supongo.

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Llegamos a su casa. -No debes creer todo lo que escuchas, ¿sabes? Endereza la cabeza y lo piensa como por un nanosegundo. ―Feliz año nuevo, Vera‖ Mientras la veo caminar hacia su puerta, caigo en cuenta de que tal vez es sólo una más de esas personas que no pueden señalar Florida en un mapa. Hago la última entrega y me dan cinco dólares, los guardo en la bolsa que está detrás de mi asiento. Luego regreso a la pizzería y comienzo a trapear. Ya casi son las 3:15 y quiero beberme los coolers que traigo en la cajuela como a las 4:00 de la mañana. James ya abasteció el refrigerador, Jill lavó los platos y Marie ya me pagó. Le entregó la bolsa del dinero y ella me da mi comisión doble en efectivo. A eso le agrega un billete de 20 dólares. -Es un bono para mis repartidores de tiempo completo-dice y me guiña el ojo. James hizo una mezcla blancuzca y densa de limpiadores en la cubeta. El aroma inunda mi nariz cuando trapeo la parte de atrás de la cocina y el humo de cigarro de Marie hace más densa la mezcla y logra marearme. Termino, vacío la cubeta, la enjuago y lavo el trapeador. Voy a cambiarme al baño. Aviento mi camiseta a la lavadora y la enciendo. James todavía no se va, está en su coche, en el estacionamiento. Me invita a sentarme en el asiento del copiloto y enciende un cigarro. -¿Vas a ir a algún sitio en particular?-pregunta. -No, solo a casa-le miento. -¿Sin fiesta? ¿Sin un novio a quién besar? Ya no me queda duda de que James está coqueteando conmigo. -Sip. Sin fiesta. Sin novio. Pero unos nerds de la calle Lancaster me invitaron a jugar Turista en su fiesta. ¿Te late que les caigamos? Finge que lo está pensando. -Nah, hay algo que me dice que si voy no voy a conseguir ni un beso. -¿Besos, eh? -Ajá.

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Se inclina hacia mí y el estómago me revolotea. -Y…¿eso es lo único que estás buscando? -Ajá. Entonces, lo beso, y se siente increíble, y de pronto me importa un comino que tenga veintitrés años, que haya dejado la escuela o que fume. Me pregunto si este será el segundo pasito en el viaje que emprendí hoy para convertirme en súper loser. Pero al mismo tiempo me vale. Tengo dieciocho y…en realidad nunca he tenido un novio. Nunca he pasado de primera base, nunca fui a la fiesta de graduación y nunca me enviaron al salón de castigos por fajar con alguien en público. Todo este tiempo pensé que si eludía las puterías en que había caído mi madre podría llegar a ser una buena persona. Pensé que estaría a salvo. Pero cuando James me besa, cuando sujeta mi nuca con sus fuertes dedos y los enreda entre mi cabello, de pronto me doy cuenta que no me importa enterarme de cómo mi madre se convirtió en una súper loser. Me doy cuenta de que se siente muy bien de verdad y que deseo seguir haciéndolo. Nos besamos en su coche como por diez minutos hasta que le digo: ―Tengo que irme‖ la mano de James abraza mi cintura por debajo de la blusa y una parte de mí odia a sí misma por detenerlo. En el cenicero su cigarro ya se consumió hasta llegar al filtro. Enciende otro. -Feliz año nuevo, Vera -Feliz año nuevo, James. -¿Vas a trabajar mañana? -Sip, ¿y tú? -Sip Sonreímos por algunos segundos, salgo de su coche. Hace frio pero yo no lo siento. 6:00 de la mañana. Dos horas más tarde me encuentro estacionada en un sucio camino que lleva al quemado y estéril sembradío en la cima de la colina Jenkins. Todavía está oscuro y necesito deshacerme de la evidencia. Abro la puerta de mi lado y aviento las botellas al campo. Tiro una por una hasta desaparecer las cuatro, aplasto la caja de cartón y la arrojo como si fuera un disco volador.

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Sé que no debería manejar, pero si no ¿cómo llegaré a casa? De cualquier manera estoy a cinco kilómetros y si llego ahora papá estará dormido y no se dará cuenta que estoy ebria. Lo pienso pero mi cuerpo se está quedando dormido justo ahí en el asiento. Insisto, ¡Oye, Vera! ¡Despiértate y arrastra tu ebrio trasero a casa mientras puedas! Pero mi cuerpo se apagó y hasta empecé a babear. ¿Qué importa lo que piense papá? Saco buenas calificaciones a pesar de este estúpido trabajo de tiempo completo y además, estoy ahorrando para ir a la universidad. Parece que mi cuerpo sabía que iba a vomitar así que me despertó y me sacó del coche sin quiera avisarme. Me sujeto de la defensa trasera y vomito. Vomito, vomito y vuelvo a vomitar sobre la hilera de tallos de maíz. También doy arcadas por momentos. Al final me limpio la boca y la nariz y miro hacia el horizonte. La luz comienza a aparecer: tiene ese color azul violáceo que tanto le encantaba a mi madre. Están ahí como un ejército completo y formado para marchar. Los Charlies, caminan hacia mí entre las secas hileras de los maizales que les llegan a la barbilla. ¿Tienen agujas? ¿Son agujas? Esta vez no se ven amenazantes, se ven amigables pero parecen robots. Son como mil androides de Charlie. ¡Vienen por mí! Parece que traen agujas de dentista, me van a inyectarme el pasado y mostrarme todo lo que me condujo hasta aquí. Me van a inyectar un suero especial de la verdad. De pronto descubro que no puedo huir, cierro la boca, me niego a hablar con ellos. Convenzo a mi cerebro de que soy una máquina muda entrenada exclusivamente para dar cambio y contar propinas. Un robot repartidor de pizzas. No tengo emociones, no tengo verdad. Los mil Charlies lo saben: estiran los brazos y me abrazan con fuerza hasta que grito y les digo lo que quieren escuchar. Si el señor Jenkins el dueño del sembradío, saliera y caminara por la parte de atrás para contemplar la belleza del amanecer azul violáceo, me encontraría aún lado del coche, abrazándome a mí misma, sollozando: ―¡Ya no te soportaba!‖ -¡Deseaba que murieras! Los mil Charlies lo saben pero ya no tienen que lidiar con ello. Yo sí.

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Día de año nuevo Transcripto por Shezzi

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stamos en la casa del tío Caleb para la comida tradicional de año nuevo. Me siento junto a mi ponchadita prima Jessie y su hermanito. Él ni siquiera pone atención a lo que se dice en la mesa por estar viendo en la televisión el juego de americano sin sonido. -No entiendo-dice Jessie-. Tal vez podrías a una buena escuela, Veer. -Ajá pero, ¿y eso qué significa para ti?-le pregunto sin preguntarle porque ya hemos tenido esta conversación varias veces. -Significa que podrías conseguir un mejor empleo-dice la tía Kate al tiempo que se mete a la boca el tenedor cargado de puré de papa. -Significa que tus papeles van a hablar mucho mejor de ti-dice el tío Caleb, esposo de Kate y hermano mayor de mi papá. -No me importa lo que digan los papeles de mí-. Estoy tan cruda que me quiero morir. La cabeza me palpita y todavía tengo los ojos inyectados. O papá se dio cuenta y no dijo nada, o como mamá decía, de verdad es el tipo más distraído del mundo. -Pues debería importarte-dice la tía Kate. Miro mi plato lleno de puerco y chucrut: es prueba fehaciente que aquí, en Pennsylvania Dutch, nuestro condadito, la vida es surrealista por completo. ¿A quién se le ocurre preparar puerco y chucrut como comida tradicional de la buena suerte justo al día siguiente de la mayor bacanal obligada al año? -Siempre y cuando tenga una buena educación, no veo cuál pueda ser el problema-dice papá. Todo mundo se queda callado y seguimos comiendo el platillo que nos dará buena suerte el resto del año. Lo hemos convertido en una obsesión. Todo comenzó hace seis años que tratamos de cambiar la tradición y comimos estofado de venado. Fue el mismo año en que mamá se fue, a Jessie le dio apendicitis y que murió Maw-Maw. El año pasado no vine a la comida porque estaba resfriada ¿y qué pasó? Perdí a Charlie, no solo una sino dos veces. De todos modos creo que papá tiene razón ¿qué importa a qué universidad vaya? También hay idiotas que logran entrar a Yale gracias a sus padres. Hay

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jugadores de americano analfabetas de todas las escuelas estatales. ¿Conclusión? Como papá dejó muy claro que yo iba a tener que ganarla, lo único que me importa de mí educación es el precio. Suena cruel, pero si lo analizo, no es así. Es mucho mejor que ser uno de esos chicos de la escuela que ni siquiera entienden lo que significa ―préstamos para estudios universitarios‖ Ya saben cuáles, los que creen que el dinero no cuesta nada. Los que están seguros que sus padres se harán cargo o que, sencillamente, no piensan. Y luego, a los veintidós años, le entregan el formato de pagos y descubren que deben cien mil dólares y ya no pueden comprar alimentos o pagar un seguro porque la escuela es escogieron es muy costosa. Y todo para que los papeles hablaran muy bien de ellos (y de paso siguen sin poder señalar Florida en un mapa). Lo siento, eso no es para mí. Prefiero pagar las clases por hora en una escuela técnica comunitaria, repartir pizzas por la noche y seguir viviendo casi gratis en casa de papá. Luego, cuando me gradúe, puedo empezar de cero, sin una deuda de cien mil dólares atada al cuello. Jessi está enamorada de la idea de estudiar en la estatal de Pennsylvania; es una de esas fanáticas del futbol colegial que cantan ―somos… de la estatal de Penn‖. Lo único que la pobre quiere en la vida es chupársela a alguien y divertirse en esas fiestas en que la cerveza se desborda por todos lados. Sé que suena fuerte pero Jessie es…simplemente es Jessie. Casi todos comen rápido y se van a la sala para terminar de ver el partido. Veo el reloj y decido que debo ponerme a salvo de cualquier otra crítica que aún no me hayan hecho. -Perdón por comer e irme pero entro a trabajar a las cuatro y necesito pasar a la casa a atender unos pendientes. Me pongo el saco y abro la puerta antes de que a alguien le de el tiempo de contestarme. Me estaciono a la salida y permanezco sentada en el coche un rato. Todavía hay una ligera capa de nieve sobre el bosque y a pesar de que todo se percibe muerto y oscuro, por ahí andan merodeando unas ardillas y se escucha a algunas aves cantar las aves siempre me recuerdan que la primavera está por venir, que lo muerto se tornará verde y que de la tierra mojada surgirán millones de briznas de hierba y de matorrales que albergarán a garrapatas, grillos, arañas, y cigarras. El arroyo que corre entre mi casa y la de Charlie se

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volverá a llenar cuando la nieve se derrita. Los cangrejos se ocultarán en el lodo debajo de las rocas hasta que vuelva a llover. Creo que hay algo en la muerte que me recuerda el nacimiento. Ahora que Charlie está muerto tengo mis propias ideas sobre lo que es la vida después de la muerte. Una, por ejemplo, es que la gente cuando muere te puede ver y continúa aferrada a lo que nos rodea: los árboles, las aves. Es como esa sensación que te da cuando alguien se te queda mirando la espalda. A mí me sucede todo el tiempo, pero se que es Charlie que me está viendo haya arriba. Desde que me surgió esta idea a veces bromeo con él diciendo cosas como: ―eh, Charlie, si eres parte de esta Big Mac en verdad lo siento mucho‖ Porque es posible ¿no es cierto? ¿qué no todo es posible?, ¿Qué Charlie sea el pepinillo? ¿o tal vez Charlie la gota de lluvia? Sigo afuera de la casa de la tía Kate y me tomo tres Tylenol que me hacen sentir mejor. Sin embargo tengo aliento de muerto y no puedo remediarlo. Todavía me queda una hora antes de entrar a trabajar así que voy a mi habitación que sigue apestando a ratón muerto programo la alarma para las 3:45 y me acuesto a dormir. La alarma suena tres veces antes de que pueda despertar y ahora me siento mucho peor. Bajo corriendo a la cocina, devoro una barra de granola, como babeé sobre mi cabello lo acomodo dentro de la gorra de Pizza Pagoda y corro hacia la puerta. Y justo cuando el aire frio me golpea y la puerta se cierra tras de mí escucho: -Eres una maldita idiota, ¿sabías? -¡Tienes suerte de que no te mate en este preciso instante! No sé de donde vienen los gritos. ¿Tal vez de la parte de atrás donde Charlie y yo solíamos jugar Uno con las velas encendidas? ¿En el balcón de arriba donde todos los sábados por la mañana la señora Kahn los tapetitos de piel de oveja que tenía en su cuarto, aquellos mismo que Charlie y yo usábamos para ocultarnos cuando jugábamos a las escondidas de niños? Veo que algo se mueve entre los árboles pero lo ignoro por completo tal y como me enseñaron. No obstante , en mi camino a la pizzería me resulta inevitable pensar en ello casa vez que paso por una casa. Es porque alguna vez leí las estadísticas, ¿ustedes no lo han hecho? ¿En cuáles de estas casas viven

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hombres que golpean a su mujer? ¿En cuáles hay pederastas? ¿Violadores? ¿En cuáles de estas casas hay padres que lastiman a sus hijos? ¿Cómo saberlo, cuál es la señal? ¿No sería genial que hubiera enormes letreros afuera advirtiéndonos sobre esta gente? Al llegar a la avenida principal me acuerdo de James, recuerdo nuestro beso de anoche. Por desgracia no es el tipo de chico que puedo llevar a casa, presentárselo a papá y llamarlo novio. Tampoco puedo llevarlo a la fiesta de graduación. Como casi no comí nada en casa de la tía Kate, me veo obligada a desviarme hacia el Auto-mac y comprarme una Big-Mac. Como es posible que Charlie sea el pepinillo, antes de morderla digo: ―Discúlpame, amigo‖.

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Historia: catorce años Transcripto por Shezzi

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harlie y yo estábamos sentados en el sitio de siempre en el Roble Maestro. Ya casi se habían caído todas las hojas y el bosque permitía que los rayos del sol del otoño lo atravesaran. Charlie subió dos ramas y llegó hasta el grueso nudo del árbol que también les servía de nido a las ardillas. Sacó una cajetilla de Marlboro rojos, se columpió hasta la curva donde le gustaba sentarse y arrancó el celofán. Golpeó ligeramente la cajetilla con la mano, sacó un cigarro del centro de la hilera de en medio y lo colocó ante sus labios. Catorce años y creo que Charlie ya fumaba una cajetilla completa al día. -¿De dónde los sacaste? -¿Qué? -Siempre traes una cajetilla nueva -Pues, tengo contactos. Pensé que se refería su padre, pensándolo bien, no había nadie que consiguiera tantas cajetillas a la semana. -¿Compras los paquetes completos o qué? -Vamos a la pagoda a ver que onda –dijo-. Me muero de aburrimiento-. Después sacó un radiante encendedor Zippo nuevecito. Tenía grabadas sus iniciales: CDK. No creí que su padre le hubiera podido comprar algo así. -Que bonito encendedor-le dije mientras él prendía su cigarrillo. Dijo ―vamos‖ y comenzó a bajar. -No puedo, tengo que escribir un estúpido ensayo. Continuó bajando y yo lo seguí. Cuando llegamos al sendero azul se dirigió solo a la pagoda y yo me fui a casa. El ensayo que tenía que escribir era sobre Romeo y Julieta: nuestro primer viaje hacia el pensamiento de Shakespeare. La tarea consistía en explicar: muchos escritores y cineastas la clásica historia de Romeo y Julieta como tema central de sus obras. Si tu escribieras una versión de moderna de esta ¿qué harías para imprimirle un sello que la distinguiera de las otras versiones?

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En mi opinión, era una tarea bastante difícil para segundo año de secundaria. Pero francamente me emocionaba bastante me latía mucho que los maestros nos hicieran preguntas difíciles. Cada vez que mis compañeros decían ―Ugghh‖ sabía de antemano que yo me iba a divertir horrores. Sen embargo había un pequeño problema en esta ocasión: no podía imaginarme a Romeo y Julieta sin pensar en Charlie y en mí. A una parte de mí le repugnaba la idea. A penas el año anterior papá me había contado del antiguo empleo que tenía mamá en Joe‘s y me aclaró que jamás podría pensar en Charlie Kahn como novio (aunque tengo que admitir que me lo dijo con bastante tacto y no al estilo del señor Copuleto. Creo recordar que sus palabras fueron: ―Espero que comprendas que esto lo digo porque te quiero‖) La otra parte de mí le fascinaba la idea. Charlie tenía un peculiar atractivo muy difícil de explicar. Siempre me debatía entre el deseo de matarlo y el deseo de besarlo. Cuando reflexioné sobre lo que debía ser el verdadero amor, imaginé que forzosamente tendría que ser una mezcla muy parecida a esta y no el estúpido enamoramiento que la mayor parte de las chicas de mi edad sienten cuando están en segundo de secundaria. Además cuando el verdadero amor implica amor implica un balance entre lo bueno y lo malo, el verdadero amor se queda en casa y no huye a las Vegas como una podiatra. De cualquier forma en la profundidad de mi retorcido y confundido cerebro, Charlie era Romeo y yo era Julieta. En el ensayo expliqué que en mi versión, Romeo era todo un haragán y Julieta una marimacha. Luego decidían que el asunto del falso suicidio era demasiado drama y en lugar de apegarse a ese plan, se escapan y se van a vivir a los bosques más allá de Verona. A la mañana siguiente, Charlie y yo estábamos en la parada del autobús. De la suela de su zapato arrancó un poco de excremento de perro que había pisado en el sendero azul y me preguntó cuál era el tema de mi ensayo. Le dije que era Shakespeare y antes de que pudiera explicar algo más hizo cara de fuchi. Aquel invierno batallamos mucho porque ya éramos demasiado grandes para seguir haciendo lo que acostumbrábamos-como jugar a las cartas en la casa del árbol-pero también éramos demasiado chicos para hacer algo interesante como pasear en el centro comercial Pagoda. Los fines de semana, Charlie se iba de cacería con su padre. Me daba gusto porque era la única actividad que realizaban juntos. En aquel tiempo mi única tradición con papá consistía en ir a Pizza Santo‘s los viernes por la noche. Cuando el bosque floreció entre nuestras casas y las ramas se volvieron a llenar de hojas nuevas y radiantes, nos dio por hacer limpieza general de la casa

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del árbol y Charlie mencionó por primera vez sus planes de construir ―la asombrosa plataforma‖ Había encontrado en la biblioteca un libro de casas de árboles. Pero eran casa de verdad, eran casas que gente grande de todo el mundo había construido, pero como su padre no se lo iba a permitir su única opción era añadir la asombrosa plataforma. Estuvo trabajando con el maestro de taller de carpintería para solucionar el problema de cómo sostener la plataforma, incluso le ayudo a trazar un plano. El primer sábado que hizo suficiente calor, caminó en círculos alrededor de la base del árbol con una calculadora y un acordeón de ecuaciones de geometría. Se detenía y garabateaba algunos números en una libreta de espiral. Luego medía otra vez y decía algo así como: ―más vale que sobre y que no falte‖. Después de eso de dedicaba obsesivamente a hacer diagramas para cortar madera. Todos los cortes eran diagonales porque, tal como lo había anunciado ―la asombrosa plataforma‖ iba a ser octagonal. Y es que con Charlie nada podía ser sencillo. Tooodo tenía que ser ladeado octagonal o peinado con los dedos. Tooodo tenía que ser difícil y extravagante. Tooodas las canciones tenían que estar hechas con puros acordes menores. Diariamente al salir de la escuela le ayudaba a construir la plataforma, pero mis fines de semana se vieron afectados porque en cuanto cumplí catorce, mi papá lleno una solicitud de empleo en el restaurante de Mika y me obligó a conseguir mi primer trabajo. Pagaban una miseria y las meseras odiaban repartir la propina, por lo que, si corría con suerte, mi 10 por ciento equivalía a dos dólares. Además, tenía que usar el uniforme más estúpido del planeta: una blusa blanca y encima una cosa envolvente, como una falda café tipo mandil hecha 100 por ciento de poliéster. El asunto era que la sección que te envolvía era demasiado corta y se traslapaba unos veinte centímetros de la parte de atrás. Agacharse era un problema y eso es algo que las garroteras tienen que hacer todo el tiempo. Creo que el objetivo de Mika, era precisamente causarnos dificultades. A menudo deseaba trabajar en Zimmerman para poder ahorrarme la vergüenza de usar el estúpido uniforma de Mika, pero sabía que ahí en la tienda de animales no contrataban a chicos menores de diecisiete. Un domingo por la tarde, a finales de mayo, regresaba del trabajo y vi a Charlie en el bosque sentado sobre su plataforma octagonal. Acababa de terminarla y tenía unos binoculares a la mano. Lo saludé de lejos y él me respondió. Pero cuando salí para verlo, después de cambiarme, ya se había ido. Se podían escuchar gritos que provenían de la casa de los Kahn. Eran más fuertes de lo acostumbrado, mucho

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más que cuando el señor Kahn se emborrachaba y arremetía contra la mamá de Charlie por no atinarle a una telaraña en un rincón oscuro o por no sacudir bien los tapetes. Sin embargo, al principio escuché que la señora también estaba gritando, lo cual significaba que, en realidad, era a Charlie a quien regañaban.

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Día de año nuevo: de 4:00 p.m. al cierre Transcripto por Shezzi

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oy la única repartidora que llega a tiempo. Es por eso que Marie me adora. A pesar de la Big Mac y la malteada de chocolate, todavía tengo aliento de muerto. También me duele la cabeza, y eso que, antes de salir de casa, me tomé otros dos tylenol. Hay una órden grande que debe ser entregada de inmediato, así que ni tiempo me da de pasar al cuarto de atrás. Marie me entrega el sobre con cambio, el cel de Pagoda y ocho pizzas en sus bolsas térmicas. Me indica cuatro direcciones a todo velocidad. Se me va una hora completa en hacer todo el recorrido, por lo que, cuando regreso, la pizzería ya es un caos. Dylan Pacheco llamó para decir que estaba enfermo y no iría a trabajar. Pero todo mundo en realidad sabe que en realidad todavía anda de parranda o que tiene demasiada resaca y alucinaciones para manejar. Tommy Pacheco sí fue, pero debe haber dado demasiados jalones al churro de marihuana porque ni si quiera puede comprender un mapa. Finalmente llega James y me guiña. A pesar que lo de anoche fue maravilloso, tengo una sensación muy rara y me siento confundida por completo. Hay tanto trabajo que Marie está pensando en encargarle la pizzería a la ex porrista ahora convertida en trabajadora al servicio de la comida y ayudarnos a hacer algunas entregas en su viejo Ford. Jill le dice a Marie: ―Estoy segura de que Mick lo hará‖ Mick es su novio, pero es un skinhead neonazi. Marie decide que es mejor no llamarlo. Es fabuloso porque lo que hace que se me ponga la piel de gallina, son los Skinhead. Hago otro recorrido y cuando regreso a la pizzería y dejo el montón de bolsas térmicas sobre la barra, puedo percibir cierta calma. La gente ya está retomando sus rituales de Año Nuevo. Ya todos vieron el americano, comieron puerco todo el día y pizza por la noche. Los siguientes recorridos que hago son típicos y a las 9:00 de la noche los teléfonos dejan de sonar. Marie está tan sorprendida de que no haya llamadas que a las 10:00, revisa las líneas para verificar que no estén dañadas. Tommy está contemplando con avidez su

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propia mano y riéndose en la escalera de atrás. Marie lo manda a casa y les pregunta a Jill si también quiere irse. -Pero no quiero que él me lleve a casa-dice. -Ni madres, perra-le dice Tommy-. ¿Quién te dijo que te iba a llevar? Abrí mi bocota y le dije ―Yo te llevo‖. Creo que lo hice para no tener que quedarme a solas con James, quien ya se escapó y está a fuera fumando con Tommy. Lo único que nos dijimos esta noche fue ―Hola‖. Todavía no sé qué decir después del impulsivo…suceso de anoche. Cinco minutos después ya estoy camino a la unidad de departamentos donde vive Jill. Subo el volumen lo más posible para no tener que hablar con ella. Escucho a Sly & the Family Stone, ―If You Want Me to Say‖. Mick la espera de pie en el portico de concreto; tiene los brazos cruzados y no trae camisa para presumir el millón de asquerosos tatuajes que se ha hecho. Tiene la cabeza completamente rapada y trae los Jeans tan abajo que si no estuviera recargado de esa forma, empujando el paquete tanto hacia el frente, estoy segura de que se le caería. Me detengo frente al edificio A y Jill baja el volumen por completo antes de abrir la puerta para salir. Me molesta y estoy segura de que ella lo nota en mi rostro porque me pone cara de ―¿Y qué quieres que haga?‖ Luego me dice: ―Gracias por el aventón.‖ Cuando regreso a la pizzería, James me está esperando en el estacionamiento. Al verlo ahí, debajo del poste de luz, exhalando su cálido aliento mezclado con humo, me olvido por completo de Jill y del imbécil de su novio. También me olvido de que no debería andar besando a un tipo de veintitrés. Me olvido de que se supone que debo evitar a todos los chicos y hombres si no quiero terminar embarazada como la súper loser de mi mamá. James es tan rabiosamente guapo, y varonil, y sexy… Tiene el cabello un poquito largo, pero no se le ve despeinado, más bien lo tiene quebrado. Casi siempre se rasura, pero, de vez en cuando, como hoy, se deja el candado de un par de días. Trae puesta una camiseta de la pizzería que le queda un poco apretada; los bíceps y los deltoides se le marcan tan grueso que me dan ganas de estrujarlo. Pero lo que siento no es sólo físico, James también es muy ingenioso. Es divertido, sarcástico y cínico. El puede ver más allá de este estúpido pueblito porque sí ha salido de aquí. Ninguno de los chicos de la escuela reúne estás cualidades. Algunos tal vez tienen músculos y un poco de cerebro pero siguen creyendo que son el ombligo del mundo. El hecho es que

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James me resulta todavía más atractivo precisamente porque tiene veintitrés. Son solo cinco años si lo pienso. Cuando yo tenga treinta y cinco, él va a tener cuarenta; cuando yo tenga ochenta el va a tener ochenta y cinco. Visto de esa manera no parece ser una gran diferencia, ¿verdad? Supongo que el siguiente problema será que James no sabe lo que quiere en la vida. Pero por lo menos lo admite, y yo prefiero salir con un tipo que enfrenta sus broncas que con uno que huye de ellas. Es mucho mejor que terminar en la escuela y odiar tu carrera, es mejor que ir a la universidad sólo para complacer a tus padres, así como está a punto de hacerlo la mitad de los chicos en la escuela. -Hola-le digo. Exhala una enorme bocanada de humo. -Pensé que me estabas evitando. -Tuve que llevar a Jill a su casa. -Claro, porque es tu mejor amiga, ¿verdad? Golpeo su brazo. -El imbécil de su novio la estaba esperando en el pórtico como carcelero. -Ajá, ya lo conozco. Pone su mano en mi cintura y todo dentro de mí se agita. -¿Quieres decir que lo conoces o que de veras lo conoces? -A veces va al bar Fred‘s y lo veo ahí, también fui a la escuela con unos amigos suyos. -Gente muy agradable-le digo con sarcasmo mientras trato de recordar si alguna vez he visto a Mick en Fred‘s. -Ajá, pero ¿sabes?, cuando estábamos chicos no estaban tan locos y jodidos como ahora. Marie toca la ventana y nos llama para que entremos a la pizzería. James apaga su cigarro y, antes de que yo abra la puerta, me jala hacia afuera. -¿Todo bien entre nosotros?-me pregunta y luego tartamudea-,me refiero a lo de anoche. -Sí, claro.

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Me mira y sonríe. -¿Quieres salir a algún lado después del trabajo? Pienso en lo que me espera en casa: la habitación con hedor a ratón muerto, mi olvidadizo y roncador padre, el maldito vecino loco que le pega a su mujer. Y en algún lugar, mil Charlies que me presionan para encontrar pruebas de que él no mató a todos esos animalitos. -¿Adónde? -¿Qué tal si subimos a la pagoda a fajar? Me siento tan contenta que empiezo a silbar mientras lavo los trastes, Marie lo nota y me guiña un ojo, lo cual me hace aún más feliz porque me doy cuenta de que aprueba lo mío con James, y entonces dejo de preocuparme por lo que papá pueda pensar.

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Historia: catorce años Transcripto por Shezzi

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l día siguiente de que Charlie terminó de construir la plataforma (el mismo día que escuché los gritos), llegó furioso a la parada del autobús. Encendió un cigarrillo y yo le pregunté cual era el

problema.

-Mi mamá me obligo a ir al doctor-dijo. -¿Estás enfermo? -No. -¿Entonces por qué quiere que vayas? -Por mi colon o algo así. -¿Tu colon? -Sí, ella cree que voy mucho al baño. -Ah. Me preguntaba cuántas veces sería mucho. -¿Y por qué piensa eso? -Porque desaparezco mis calzoncillos muy a menudo. Yo me quedé analizando lo que dijo y él se apresuró a fumar su cigarro porque escuchamos que el autobús ya subía por la colina. Al regresar a casa no lo vi en el autobús. Supuse que alguien le había dado un aventón al consultorio. Me senté en nuestro lugar, el número catorce. Me coloqué los audífonos y me dispuse a escuchar un Playlist de Motown que había hecho con los discos de vinilo de papá. Estaba escuchando ―Ain‘t No Mountain High Enough‖ cuando Tim Miller, un chico de último año que vivía junto al lago, saltó junto a mí y me jaló los audífonos. -¿Qué oyes? Me quedé anonada. Había tomado el mismo autobús desde hace dos años y nadie de la escuela me había hablado antes jamás. Ni a mí ni a Charlie.

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Además, ya sabía lo que iba a decir Tim Miller de Marvin Gaye y TammiTerrell. El idiota insultaba a los negros tres veces en cada frase que decía. Apagué la música y metí todo en mi bolsillo. –Nada, sólo canciones viejas. Me miró directo a los ojos, pasó un brazo por atrás de mi cuello. ¿Quieres saber un secreto? -No.-Me deslicé hacia atrás hasta que sentí la fría pared color verde mar del autobús. Me pegué tanto a ella que las tuercas me lastimaron el brazo. -Yo sé algo sobre tu novio y tú deberías enterarte también. Tim estira la mano hacia mí y dice: -Te lo digo por un dólar. -No tengo un dólar. -¿Una perrita millonaria como tú no tiene un dólar? -No soy millonaria. -Claro que sí. El conductor del autobús prendió las luces indicando que se iba a detener. Estábamos a unos quince metros de la parada de Tim. -Tienes que enterarte de esto, te lo digo enserio-me lo dijo con la mano extendida todavía. Saqué los audífonos de mi bolsillo y me los volví a poner en las orejas. -Charlie no puede ser tu novio si en realidad el es un marica, ¿verdad? Oprimí PLAY. Él se dirigió a la salida del autobús golpeando en la nuca a algunos de los niños chicos. Me siento más tranquila al pensar que cualquier estudiante de último grado que todavía regresa a casa en el autobús es un mega loser. Ese fue el primer día que Charlie no pudo salir a jugar. Fue la primera vez en toda, en toda la vida, jamás. Fui a su casa, toqué el timbre y esperé en la banca del pórtico hasta que salió su madre. -Lo siento, Vera. No puede salir porque tiene diarrea. -¿Está enfermo?

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-No es nada serio, cariño-me dijo. Pero su voz temblaba un poco-. Tal vez el miércoles ya pueda ir a la escuela. Pero no fue así. No fue ni el miércoles ni el jueves. Para el viernes yo ya me había tenido que cambiar de asiento al de frente para que Tim Miller no se me acercara. Ese día decidí llamar a Charlie por teléfono. Me contestó la señora Kahn y, después de mucho suplicarle, me dejó hablar con él. -¿Veer? -Wow, Charlie, en serio debes estar muy enfermo. -Veer, me tienes que conseguir unos cigarros. Me estoy muriendo aquí encerrado. -tengo catorce años, no puedo comprar cigarros. -Ve a la Aplus y dile a Kevin que son para mí. La tienda Aplus está como a tres kilómetros y a mí no me dejaban ir caminando tan lejos. Además, me daba terror caminar sola por Overlook. -Lo siento pero no puedo. Después de un silencio largo, suspiró. -Sé que si pudieras, lo harías, es sólo que me muero por un cigarro. Ya pasaron como cuatro días. -¿Si estás enfermo? -Nah. -¿Entonces, qué pasa? -Mi mamá es una exagerada. De pronto entendí lo que tal vez estaba sucediendo. Me sentí estúpida por no haberme dado cuenta antes. Sentí que se me rompía el corazón. -Oye, y, eh… ¿puedes salir a la casa del árbol este fin?-le pregunté. -No sé, voy a ver si me deja. -Espero que te sientas mejor, ¿okay? Después de colgar con Charlie me dirigí a la oficina de mi papá y me senté en la silla anaranjada retro hasta que él terminó su llamada de negocios.

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Al principio no podía hablar sólo por pensar en que el papá de Charlie lo hubiera golpeado, me daban ganas de llorar. -¿Vera?, ¿estás bien? Lo miré, y puse cara de ―No, no del todo‖ -¿Qué pasa? -¿Ya ves que siempre ignoramos lo que pasa en la casa de los vecinos? Se quedó mirándome por encima de sus lentes para leer. -Si de pronto lastimaran a Charlie, ¿también lo seguiríamos ignorando?.En ese momento comencé a derramar una cascada de lágrimas y sollozos. Papá no sabía que hacer, solo me pasó una caja de pañuelos y organizó los papeles que estaban sobre su escritorio. -Vera, cuando se trata de estos asuntos, tienes que estar completamente segura porque no se puede acusar a una gente sin pruebas. -En toda la semana no fue a la escuela-le dije. -Bueno, es que en esta época del año sube la temperatura y a muchos chicos les da gripe. -Pero él no tiene gripe. -No es tan fácil reportar algo así. No hay mucho que podamos hacer porque el tipo es un desquiciado y si nos involucramos puede empeorar la situación. Tal vez los adultos que me rodeaban eran demasiados cínicos y viejos para actuar y ayudar a alguien inocente como la señora Kahn o como Charlie, o como a los niños de la escuela a los que insultaban por ser negros, o a las niñas a las que Tim Miller manoseaba en el autobús. Tal vez los adultos eran tontos que podían seguir culpando al sistema de aquellas cosas que les daba demasiada flojera cambiar. Pero yo no era así. Vi a papá ordenar sus papeles, vaciar su sacapuntas, sacudir su pisapapeles de vidrio, y juré que nunca me convertiría en una hipócrita ciega y despiadada como él.

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Historia: catorce años Transcripto por Shezzi

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l lunes, en la parada de autobús, Charlie abrió una cajetilla nueva de rojos y se fumó dos. Encendió el segundo antes de acabarse el primero. El sábado no fue a la casa del árbol y yo había tenido que trabajar el Domingo lavando los platos sucios que deja la gente que sale de la iglesia y luego va a desayunar al restaurante de Mika. Había pasado toda una semana desde la última vez que lo vi. Traté de ver si tenía algún golpe o alguna otra cosa fuera de lo normal, pero fue difícil porque él siempre se ve despeinado y desaseado. Pude ver que tenía una cortadita junto al labio, pero parecía más una herida de rastrillo. También noté que había desaparecido el vello que tenía entre las cejas, ahora había un espacio blanco de piel. -¿Qué miras? -Nada-le dije. Dio algunos pasos. -Solo me da gusto que hayas vuelto. Dio una larga fumada. -¿Por qué? -Porque Tim Miller me estuvo molestando la semana pasada en el autobús camino a casa. Fue lo menos estúpido que se me ocurrió decir en ese momento. -¿El que va en último grado? -Ajá, es un idiota. -Sí-dijo y le dio las últimas fumadas a su cigarro. Llegó el autobús y bajamos la colina para recoger a Tim Miller. En el patio de su casa había una bandera confederada colgando de un poste. Pero Tim no subió al autobús.

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Como un minuto antes de que el autobús se estacionara decidí preguntarle a Chalie sin rodeos sobre su salud. Supuse que si no quería ser hipócrita tendría que aprender a hacer preguntas fuertes, y que ese era un buen momento para comenzar. -Oye, eh, y, entonces, ¿te fue bien con el doctor? -Pues tengo que tomar unas medicinas. -Lo último de que me entere fue que tu mamá creía que ibas demasiado al baño-lo dije con tacto-. ¿Salió todo bien? Charlie se agitó mucho. Podía ver como se movían los músculos bajo su piel. -Ajá, sí. Bueno no es asunto de ella. Yo sé lo que hago y no es ilegal. -¿Qué no es ilegal? Volteó hacia mí y se echó hacia atrás en el asiento verde. -¿Charlie?, ¿qué sucede? -¿Puedes guardar un secreto? -Claro -Le puse cara de duuh. -¿Estás segura? -Bueno pues solo hemos sido amigos ¿desde cuándo?, ¿desde que aprendimos a caminar? -Encontré una forma de ganar 150 dólares a la semana. Lo miré con los ojos entrecerrados. -¿Cómo? El autobús se detuvo en la acera fuera de la escuela y Charlie me dijo cómo. Me dijo que le estaba vendiendo sus calzoncillos a un tipo rico que vivía en Mount Pitts. -Me da 5 dólares por cada uno, y si incluyo los calcetines me da el doble. Antes de que yo pudiera cerrar la mandíbula –que había llegado hasta el asiento-, él ya se había levantado del asiento y caminaba por el corredor del autobús cagándose de risa.

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La pagoda también hace un breve comentario Transcripto por Shezzi

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onozco a ese tipo, siempre maneja para acá en su New Yuker color blanco mugre y se asoma a los coches para mirar, a través de los vidrios cubiertos por vapor, cómo fajan las parejas. Pero no siempre fue así. Lo saben, ¿verdad? Cuando las cosas todavía se hacían de manera civilizada, la gente del pueblo solía subir acá y quedarse el fin de semana en hoteles buenos. También viajaban en el funicular. Se podía ver a mujeres de falda larga con sombrillas y a fuertes caballeros en trajes de tres piezas con relojes de oro en los bolsillos. Me construyeron con el objetivo de ser un complejo turístico de alto nivel. El problema fue que los dueños nunca se aseguraron de conseguir una licencia para vender bebidas alcohólicas, por lo que me convertí en una gran desilusión en muy poco tiempo. Fue una lástima. La gente manejaba hasta acá y agitaba la cabeza con negación. Nunca me convertiría ni en un templo no un complejo turístico, ni en un hotel. No tenía salones de fiestas, billar ni casino. El único uso que tuve fue el estar aquí y verme bonita. En la segunda guerra mundial estuvieron a punto de demolerme por mi apariencia japonesa. Durante algún tiempo también fue un restaurante pero quebré. En 1969 casi me quemo. Pero la gente continuó rescatándome porque sabe que represento algo. El problema es que todavía no sabe qué.

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Día de año nuevo después de trabajar Transcripto por Shezzi

-¿

Quieres algo?-me pregunta James ahora que estamos fuera de Bar Freed‘s-. Siento con claridad cómo me parto en dos. Una parte de mí sabe lo que me hace bien y quiere un Ginger Ale. Pero es la otra parte de mí, la que ha estado pensando en beber más desde que se despertó esta mañana, la que contesta. -Quiero uno de esos coolers de Vodka, de los negros. James levanta las cejas y desaparece por la puerta verde con las tres ventanas en forma de diamante. Estoy sentada esperando y de pronto se me pone la carne de gallina cuando siento que la vibra del juego de pinball de fred‘s comienza a desbordarse por el local y a invadirme. También me doy cuenta de que es la primera vez que estoy en el coche de un chico, es decir, hombre, y no tengo el control de la situación. Supongo que, técnicamente, también es la primera vez que tengo una verdadera cita, es decir, si es que esto es una verdadera cita. Comienzo a pensar en lo que podría sucederme y se apodera de mí una buena dosis de pensamientos aquellos de ser violada en una cita. Pero tengo que detenerme y recordar que James es un buen tipo, que lo conozco desde que comencé a trabajar en Pizza Pagoda el verano pasado. En es tiempo tenía diecisiete años y todavía no me dejaban hacer entregas, por lo que me dedicaba a contestar los teléfonos y a preparar pizzas. James trabajaba de tiempo completo en el turno matutino. Entraba a las diez y salía a las cuatro los siete días de la semana. Ese horario solo me permitía verlo entre semana cuando ya se iba, pero incluso entonces siempre me trató como una mujer adulta, no como una niñita. Ahora me encuentro aquí, en su coche, y vamos a ir a fajar a la pagoda. (Aunque debo confesar que beber vodka también me emociona mucho). James sale por la puerta con una bolsa de papel de estraza y una sonrisa. Pone las bebidas en la cajuela y salta hasta su asiento. Cuando pasamos por el lago y seguimos las pronunciadas curvas en S que conducen a la montaña, trato

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de sacar de mi mente todos los pensamientos que tengo sobre Charlie, pero por supuesto, eso es imposible porque cada centímetro cuadrado del camino, de aquel lago, y de los bosques, son el reflejo de Charlie. Le pido a James que vayamos por el camino largo para no tener que pasar por Overlook. Esta ruta nos obliga a pasar por la torre vieja y el mirador de la ciudad. -¿Alguna vez te fijaste en lo que se puede leer en las luces?-me pregunta James. -Crecí aquí, ¿lo recuerdas? -Ah, sí. Si te detienes en el mirador de la torre por la noche, las luces de la ciudad forman la palabra CERO. Pero cuando pasamos hoy por ahí, vemos que hay una patrulla estacionada atrás en el pequeño cobertizo de la compañía de luz, por lo que en lugar de detenernos a leer las luces, James continúa manejando y actuamos como inocentes chicos que van camino al faje. Nos resulta muy sencillo porque… pues porque en realidad somos dos chicos inocentes que van camino al faje. Una hora más tarde, como a la 1:00 de la mañana, James y yo estamos fajando después de tomar unos tragos. Acabo de llagar al Paraíso de Vera. Comienzo a pensar que amo a James, así de rápido. Ya sé que es una estupidez pero no me importa. Cada una de las canciones que pone en el estéreo es perfecta, todo lo que dice es divertido. En cada lugar que me toca, se siente increíble. No me siento mal, no me siento presionada. No intenta tocarme en ningún lugar fuera de base y, como todos nacemos siendo rebeldes, cuanto menos me toca, más tengo deseo de que lo haga. Es extraño que piense de esta forma porque nunca antes había llegado tan lejos con alguien, no sé por qué mi cerebro me indica que quiero llegar más allá, solo sé que es así. Después del tercer Cooler de Vodka me monto en sus piernas y cuelgo mis brazos alrededor de su fuerte cuello. Le susurro cosas al oído que no debería, digo cosas que no debería decir. El hace su asiento hacia atrás y seguimos fajando. Las ventanas están completamente llenas de vapor y escuchamos a LedZeppedin. Cuando levanto la cabeza para quitarme el cabello de la cara, abro un ojo y doy un grito ahogado.

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Están ahí en el coche con nosotros, los mil apilados como papel. Están doblados en el asiento de atrás, pegados a la ventana, a mi espalda, mis costados. Me miran. Hoy traen puesta su camisa favorita de franela, la camisa a cuadros color azul y blanco, la que tiene las mangas deshilachadas. Su banda roja en la cabeza y sus shorts kaki. James no sabe lo que pasa, me toma de la cintura con los ojos cerrados. Me cuesta trabajo respirar, ni siquiera puedo inhalar. Trato de alcanzar la manija de la puerta. En cuanto se da cuenta de que entré en pánico, abre los ojos. -¿Veer, estás bien? Me oprimen por todos lados pero él no puede verlos, tampoco se siente sofocado. Abro la puerta y caigo al suelo, sobre la grava. La pagoda rojo neón se levanta frente a mí como un recordatorio de lo que sucede cuando actuamos sin pensar. Respiro hondo y James me ayuda a incorporarme, me envuelve con sus brazos. -¿Veer? -Estoy bien-le digo. Miro hacia dentro del coche y los mil Charlies escriben algo en el vapor de las ventanas. Son como dibujos, tratan de deletrear algo. Aparece el infantil dibujo de un perro muerto con las paras hacia arriba, un pez muerto flotando, un ratón muerto con la nariz afilada y una larga cola. Las letras dice: D-I-L-O El dibujo del ratón muerto me recuerda que mañana es día de escuela y que ya debería estar en casa durmiendo en mí habitación con olor a cadáver de roedor. -¿Puedes ver eso?-le pregunto señalando las figuras de la ventana. Jame no puede verlas; me mira con preocupación. Genial, ahora parezco una inmadura Reina del Drama. Bastan unos cuantos coolers para hacerme alucinar. De seguro James está escribiendo una notita mental ahora mismo que le recuerde no acercarse a mí. -¿Quieres que nos vayamos?-me pregunta. -Sí, tengo examen de Vocab mañana temprano y no estudié las palabras en el descanso. –Me ayuda a volver al auto: los mil Charlies se han ido.

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Regresamos a la pizzería, y cuando pasamos por mi casa, veo que las luces de la sala todavía están encendidas. Estoy en problemas. Luego, justo un poco después, un policía nos echa las luces y las cosas emporan como veinte millones de veces.

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Un breve comentario del chico muerto Transcripto por Shezzi

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ui un idiota, un verdadero idiota. Me equivoqué con Vera y con Jenny Flick. No sabía lo que hacía y no sé a quién estaba tratando de impresionar. Llevo meses preguntándomelo y lo único que puedo explicar con certeza es lo que no estaba tratando de hacer. No estaba tratando de lastimar a Vera. No estaba tratando de impresionar a los Buscapleitos, porque ni si quiera me caían bien. Y déjenme aclarar algo de una buena vez: yo no maté a esos animalitos, fue Jenny. Lo que sí hice fue traer los policías al coche de James. ¿Les sorprende?, ¿pensaban que la vida después de la muerte era diferente?, ¿todo esto está contra de su religión? Pues déjenme decirles que ningún vivo puede entender lo que es la muerte. Y no importa si creen en las Harpas, en el cielo o en los pepinillos de la Big Mac: hasta no llegar a este lado, nadie tiene pruebas de nada. y por cierto, ustedes deberían evitar llegar acá antes de que en verdad les llegue la hora, porque lo ideal es tener algo de tiempo para enamorarse y formar una familia. Mantenerse sanos para llegar a conocer algún día sus nietos. Les puedo asegurar que nadie quiere morir asfixiado en su propio vómito y que lo boten de un coche frente a su casa. Seguramente ustedes imaginaron, que, estando muerto, trataría de alejarme lo más posible de mis padres. Pero sucede lo contrario, ahora paso la mayor parte de mi tiempo observándolos. Y es que siento que estoy aquí para aprender algo, aunque no estoy seguro qué pueda ser, mis padres nunca me cayeron bien: él es un bravucón y ella es una mandilona. El resto del tiempo lo paso tratando de comunicarme con Vera. Quiero que sepa cuanto lo siento, quiero que encuentre la caja y reivindique mi

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nombre. Quiero que se enamore y tenga una vida feliz. De cierta forma, siento que yo era un obstáculo en su vida, es por eso que me da gusto estar muerto. Nunca hubiera llegado a ser el hombre que ella necesita. Aunque, por otra parte, también pienso que se merece algo mejor que el repartidor ese de pizzas que dejó de estudiar. Por eso traje a los polis. No, no es que sea omnipotente, claro que no. Pero sí puedo hacer que las personas encuentren lo que quieren ver, y como los polis de los pueblitos siempre andan buscando a la gente que se quiere meter en problemas, pues no resulta difícil acercarlos a un coche con los vidrios empañados, ¿no es cierto?

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Día de año nuevo (bueno, noche de Año Nuevo) Transcripto por Shezzi

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or favor, salgan del vehículo. ¡Mierda! Desde aquí puedo ver la luz encendida en el pórtico de mi casa y también alcanzo a ver cómo se mueve la cortina de la sala de los Kahn. Y si los polis ya nos detuvieron, ¿qué no pueden apagar sus linternas?

James y yo salimos del coche. James les entrega sus papeles y yo sólo me quedo ahí, tratando de pasar desapercibida y mascando violentamente un chicle de menta para deshacerme de mi aliento con olor a Vodka. -También necesito ver su licencia-me dice el policía gordo. Busco mi bolsillo dentro del coche de James y veo las tapas de las botellas en el piso. Oh Dios, estamos en grandes problemas. Le entrego la licencia y mi identificación de la escuela, a ver si, al darse cuenta de que soy estudiante, siente un poco de compasión. La mira y dice algo entre dientes. -Calle Overlook, 4511.-mira hacia donde termina la cuadra, a mi casa.¿Vives ahí? -Sip. -Bueno, entonces vamos a escoltarte a casa. -Eh, este, es que… tengo que recoger mi coche. Se ríe. -Huy, no, hoy no vas a poder recoger nada, señorita Dietz. Tal vez solo te deje sacar tu saco del asiento trasero. Miro hacia James y el me sonríe con confianza. No estoy segura de que en verdad la sienta; podrían quitarle su licencia, podría perder el empleo. Hasta

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podrían meterlo a la cárcel por comprarle coolers a una menor de edad, ¿verdad? No cuenta me doy y ya estoy en casa con el poli. Los mil Charlies están levitando caminando junto a nosotros y tratan de recordarme que podría decirle al policía todo lo que sé. Tratan de decirme que debería hacerlo. Cuando llegamos al pórtico, veo a papá con los brazos cruzados, los anteojos sobre la frente y su cara de preocupación. -Por favor no le diga que estaba bebiendo. -Hijita, no va a hacer falta que se lo diga. -Por favor, no se lleve mi licencia, la necesito para el trabajo. -Mira niña, no arruines tu vida, ya tendrás mucho tiempo para emborracharte y salir con muchachos. De cualquier forma este tipo está demasiado grande para ti. -Por favor, necesito mi trabajo, es de tiempo completo, no me puedo dar el lujo de perderlo. Me mira de la cabeza a los pies. -Hoy vas a recibir tu primera y última llamada de advertencia del departamento de policía. Después de esto, ya no habrá una segunda oportunidad. Saluda a mi padre desde la entrada, me deja ahí y se dirige a su patrulla. Papá se ve confundido pero se concentra en mí. Rezo para que entre en funcionamiento su pésimo sentido del olfato, rezo para poder caminar el línea recta. -¿Qué pasó? ¿Dónde está el coche? -En la pizzería, podemos recogerlo mañana. –Paso junto a él sin detenerme y entro a la casa como si no fueran las 2:00 de la mañana y como si no tuviera que ir a la escuela en un par de horas. Me toma del brazo. -¿Qué pasó Vera? -¿Podemos hablar mañana? -No-me dice y toma su abrigo del gancho. Parece que va a ir a hablar con los policías.

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Ya sé que sólo está alardeando pero tengo que decirle algo, cualquier cosa. -Salí con un chico del trabajo hoy estaba manejando un poco rápido de regreso a casa, eso es todo. -¿Quién es él? -James. -¿James qué? -Por supuesto, ni si quiera tenía idea de cuál era su apellido. -¿Vera? -Ajá, James, eh, no puedo ni pronunciarlo, es algo con K. -¿James comienza con K? -¿Ya me puedo ir a dormir? Se inclina y huele. Ahora si estoy hasta el cuello en problemas. -Sí, ve a la cama, te veo mañana. Vuelve a colgar su abrigo en el gancho y se asoma por la ventana del frente. Ya no está la patrulla con sus lucecitas de colores, ni tampoco el coche de James. Voy al baño y me lavo el rostro para quitarme de encima la sensación de que me atraparon con las manos en la masa. Cada día que pasa me siento más como mi madre.

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Un breve comentario de Ken Dietz (El frustrado papá de Vera) Transcripto por Nirvanera7

V

era piensa que no me he dado cuenta de que bebe, como sí mi pasado fuera sólo una palabra de vocabulario:

(alcohólico (sus.) 1. Persona que bebe excesivas cantidades de alcohol con frecuencia.) Como si fuera una palabra que se puede quedar allá en el pasado. Vera no tiene ni idea de lo se siente ser yo, no tiene idea de que cuando llegó a casa pestañando de esa forma, me dieron ganas de detener esta locomotora de diecisiete años, de enterrarle los colmillos en las venas y succionar todo el alcohol que corría por ellas. De cierta forma, espero que nunca llegue a comprenderlo, pero, por otra parte, desearía que por un momento pudiera ver más allá de sí misma. Es contradictorio porque justamente ese es uno de los efectos del alcohol, ¿no es cierto? Y detenerse a pensar en los demás no es viable. Yo bebí mi primera cerveza a los diez años. Mi hermano Caleb era un adolescente. Él y sus amigos organizaron un campamento en nuestro patio trasero y uno de los chicos trajo un six pack de Michelob. Me robé una botella y la bebí entre las sombras del entrepiso de ladrillos. No me sentí ebrio, sólo un poco enfermo. Media hora después, desde mi litera —nuestro hermano Jack dormía en la litera de arriba, aparentemente inmune a la baja autoestima que Caleb y yo desarrollamos cuando nos abandono mi papá— pude escuchar que los otros chicos discutían tratando de descubrir quién se había tomado la última cerveza. A nadie se le ocurrió que pudiera haber sido yo, porque tenía diez años y todavía jugaba con ranas y pistolitas de juguete. Pero desde aquella noche, lo único en lo que pensaba era en el siguiente trago. Era muy fácil conseguirlo porque mis hermanos y madre siempre tenían algo guardado en el refrigerador. En la secundaria me hice amigo del poli que cuidaba la zona escolar. Unas cuantas veces al mes me quedaba dormido por la borrachera y él me recogía y me llevaba a la escuela en la parte de atrás de su patrulla.

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—¿Sabes, hijo?, creo que ya sé por qué te quedas dormido. —¿Y entonces? —Entonces creo que deberías saber que, si te cachan bebiendo a esta edad, nunca te van a dar una licencia de conducir. —¿Y entonces? —¿Qué no quieres tener un coche y sacar a pasear a las chicas? ¿No quieres crecer, tener un empleo y ganar dinero? —No. El poli suspiró. —Bueno, entonces más te vale que te vayas acostumbrando a viajar en la parte de atrás de una patrulla porque te voy a estar vigilando. La mayoría de las veces le robaba el licor a mi madre o lo sustraía de las casas de sus amigas cuando iba a cortarles el césped los fines de semana. Luego me iba a la matinée de 99 centavos y entraba a ver cualquier película para poder beber en el cine. Para cuando entré a la prepa ya era todo un borracho. Conseguí un empleo de medio tiempo en el Burger King que estaba al final de la cuadra y comencé a robar de la caja registradora. Ahí había un gerente que me compraba botellitas de Jack Daniel‘s en la vinatería estatal. Duré tres meses en ese trabajo. Luego conseguí algo en el SnappyMart que está justo enfrente. Para conseguir dinero y pagar mi alcohol, en lugar de robar de la registradora, le daba el cambio mal a la gente. También funcionó. Llegué a ser muy bueno en distinguir quiénes iba a contar el cambio y quiénes no. las mejores eran las madres distraídas que venían con sus niños o las que los dejaban en el coche y no dejaban de echar un ojo al estacionamiento. Nunca contaban el cambio y, si acaso lo hacían, era estando ya en el coche con los niños, y es por eso que nunca se molestaban en regresar a la tienda. Por supuesto, los peores eran los viejitos. Los viejitos siempre cuentan el cambio. También duré algún tiempo en ese empleo, casi dos años. Con mi estrategia de darle mal el cambio a la gente lograba reunir lo necesario para pagarle a Caleb todas las noches y que me llevara a alguna vinatería o a un depósito de cerveza. A mi jefe no le importaba que trabajara ebrio y a CindySindy, mi novia de la infancia, no le importaba que nunca le comprara nada. ―No te quiero por tu dinero‖, me decía.

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Dejé la escuela después de la Navidad de mi último año. El subdirector la traía contra mí y casi diario me enviaba al salón de castigos por no haber llegado… al salón de castigos el día anterior. Yo siempre le decía que tenía un empleo y no podía faltar. —Si pensaras de la misma forma respecto a la escuela no estarías en esta posición para empezar. —Trabajo hasta medianoche y estoy cansado —argumentaba yo, pero, en realidad, trabajaba hasta medianoche, luego bebía hasta las cuatro y me quedaba tirado como hasta el medio día. Al despertarme decidía que ya había perdido demasiadas clases y que no tenía caso ir. Mi mamá se dio por vencida mucho antes que el subdirector. Nuestra última conversación al respecto fue cuando tuvo que firmar las formas que le enviaron para que me pudiera dar de baja de la escuela: —¿Por qué no podes ser como Jack? —No lo sé —dije—. Me gustaría poder ser como él. A Jack le encantaba la escuela. Le fascinaba diseccionar ranas, resolver problemas, ir a los partidos y tener citas con las porristas. Él ya estaba en la universidad y estaba aprendiendo a invertir dinero y sacar más dinero. —Por lo menos Caleb tiene un oficio. Por lo menos él tiene algo. —Sí, tuvo suerte. —Caleb fabricaba gabinetes y trabajaba en un taller donde hacían cocinas. Después de firmar, mamá aventó la pluma sobre la mesa. —¡Maldita sea, Kenny! ¿Cuándo vas a dejar de culpar a los demás de lo que a ti te pasa? No es que Caleb tenga suerte, ¡es que él sí es un muchacho responsable! A lo que yo me refería era que Caleb había tenido suerte de conseguir un empleo y conservarlo a pesar de que él también había sacado los genes de mi padre y de que, en realidad, era un borracho de clóset. Finalmente fui a AA. Fue después de cuidar a Vera toda una noche cuando apenas tenía siete meses. No dejaba de llorar y empezó a volverme loco, así que pensé, por tan sólo un segundo —el segundo que cambió mi vida por completo— que debería agitarla o taparle la cabeza con una almohada o cualquier cosa que me ayudara a callarla. Lo peor de todo es que la pobre lloraba porque yo estaba demasiado ebrio y se me había olvidado darle de

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comer. Por suerte para ambos, CindySindy regresó del club y me encontró vuelto loco caminando por la casa, abrazando a la bebé y llorando igual que ella. Recuerdo que me dijo: ―Ken, ¡mírate!, ¡estás peor que la niña!‖ Al siguiente día fui a la primera reunión. Caleb se unió al grupo ocho años después cuando, por estar bebiendo en el taller, se había cortado tres dedos con un serrucho. Le advertí a Vera que ella había heredado los genes del alcoholismo, pero parece que no le importa. También bromea respecto a los genes de desnudista: es demasiado joven para entender la situación en se había metido CindySindy: con un bebé recién nacido y un marido alcohólico. Además, la juventud siempre juzga. Con el paso del tiempo Vera tendrá suficientes experiencias para liberar sus propios demonios; es sólo que me gustaría poder evitarle todo eso.

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Lunes, dos de enero Transcripto por Nirvanera7

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quí estoy yo, no utilizando la palabra holgazanería en una oración:

La señora Buchman, mi maestra de Vocab, se ve preocupada porque reprobé. Ni siquiera intenté adivinar. Me duele la cabeza y a pesar de todo el chicle que he masticado, mi boca sigue oliendo como una carretera del sur de Nuevo México. —Vera, estoy preocupada —me dice. —Es que se me olvidó, no sé qué me pasó —le digo yo. Pero lo que en realidad quiero decir es: ¿a quién se le ocurre dejar palabras de Vocab para estudiar en las vacaciones de fin de año? —Esto puede bajar tus calificaciones —dice la señora Buchman. Pero nada de lo que dice me interesa porque solamente puedo pensar en James y en si volveré a verlo. Me lo imagino en la estacioncita de policía de Mount Pitts. Me imagino que me deja ni una nota, ni un número telefónico, nada. Es como si, tal vez, el universo estuviera tratando de salvarme de mi destino ahora que yo ya me di por vencida con eso. Sin embargo, a lo largo de todo el día en la escuela me siento orgullosa: yo tengo una vida secreta. Todos esos idiotas se la pasan pensando en los deportes que practican y en las opciones que tienen para elegir una universidad. Se la pasan pensando en las estúpidas modas, en quién se acuesta con quién, quién inhala cocaína, a quién le gusta cuál música y quién va a la fiesta de graduación con quién más. Pero yo no. yo tengo un empleo de tiempo completo, un novio de veintitrés años y un problema de alcoholismo de clóset. Consigo que Matt Lewis, mi compañero en la clase de Vocab, me dé un aventón al trabajo. Matt tiene un vocho antiguo. Él mismo decoró el interior con un marcador Sarpie: lo llenó de dibujitos estilo Manga: es de lo más cool. Justo antes de que toquen el timbre de salida, la secretaria habla por el micrófono y da los avisos de siempre. A todos los chicos que hicieron algo suficientemente estúpido como para ser castigados (Bill Carso, JannyFlick y sus

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seguidores) los llaman a la oficina del director. Después, la secretaria dice: ―Y por favor, que se presente Vera Dietz en la oficina, Vera Dietz a la oficina‖. Me acerco a la oficina y a través de las ventanas, veo a papá ahí esperando. Está inclinado sobre el mostrador, hablando con la secretaria. Cuando entro a la oficina, me dice: — ¿Estás lista para irnos? — ¿Ir adónde? —Al trabajo. —Me van a dar un aventón, pa. En serio, puedes irte. —Ya estoy aquí, ve por tus cosas. —Su comportamiento es frío y extraño como el de un robot. —Pero tengo que avisarle a Matt que no me espere. —Está bien, yo aquí me quedo. Entonces camino hacia el casillero de Matt y le digo que ya no necesito el aventón. Después voy a mi casillero, saco los libros que no voy a necesitar y regreso a la oficina. Veo que papá sigue hablando con la secretaria. Me siento en la banca que está junto a la puerta hasta que él termina. Cuando subo al coche y me pongo el cinturón, me dice: —Conseguí que te dieran la noche libre. Me está volviendo loca, es demasiado raro, es como un demente. — ¿En el trabajo? —Sí, me dijo Marie que te verá mañana. Siento que todo el cuerpo se me debilita cuando menciona que habló con Marie. Quiero saber si le preguntó sobre James. Quiero preguntarle si sabe dónde está James y si se encuentra bien. Pero no le pregunto nada porque sigue manejando con esa extraña expresión de felicidad, como si estuviera a punto de cortarme en pedacitos y arrojarlos por la ventana. Cuando llegamos a casa me da un vaso con leche y un plato de fruta seca y granola. Hablando de cosas extrañas: cuando era niña, ese era mi platillo favorito a la salida de la escuela. Antes de que pueda mencionarle lo raro que se está comportando, me entrega el teléfono y un papel azul con un número

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escrito. CindySindy: 702-555-0055. Es mi madre. Cuando nos dejó, cambió la C de su nombre por una S. —No la voy a llamar. —Sí, sí lo vas a hacer. —Es una pésima idea. Levanta la mano como diciendo que nada de lo que yo pueda argumentar lo hará cambiar de parecer. —Voy a salir a recoger unas ramas. Llámale a tu madre, es mucho más inteligente de lo que piensas. ¿Más inteligente de lo que pienso?, ¿pienso que es tonta? Eh. Pues sí, supongo que sí. Wow. Bueno, entonces, veamos qué tan inteligente es. 1-702555-0055. Suena una vez, suena dos ve… — ¿Vera? —Hola, ma. —No me salgas con ‗Hola, ma‘, ¿qué tratas de hacer?, ¿matar a tu padre? —Uuuy, oye, Feliz Año Nuevo a ti también. —No seas cínica. Wow, aquí está mi madre usando la palabra cínica en una oración. Fabuloso. Ahora sí no sé qué decir, no he hablado con ella en seis años, desde el día que se fue, ¿y ahora me grita como si le importara? Esta situación es demasiado hipócrita para mí. — ¿Me escuchaste? —pregunta. —Ajá. — ¿Y entonces? A ver, dime, porque no tengo todo el día. Me doy cuenta de que no puedo contener el odio que siento por ella y parece que ella tiene el mismo problema. De pronto comprendo que nos dejó porque nunca quiso tenerme, de pronto de doy cuenta de que yo tampoco quiero que regrese. — ¿Qué te dijo papá? —le pregunto.

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—Que anoche estuviste bebiendo con un hombre de veintitrés años y que tuviste mucha suerte de no perder la licencia. —Eh. Entonces papá sabe que estuve bebiendo y también sabe qué edad tiene James. —También me dijo que planeabas conducir sola de regreso a casa. ¿Es verdad eso? —Supongo que sí —le contesto mientras trato de asimilar el hecho de que mi papá sabe mucho más de lo que parece. — ¿Acaso eres estúpida? —Eres encantadora, mamá. —En serio, Vera. ¿Estás completamente idiota? No le digo nada. — ¿Sigues ahí? Continúo sin hablar. Me doy cuenta de que estoy llorando un poco. —Mira, yo sé que fue duro para ti que se muriera tu novio, pero… —Charlie no era mi novio. —Bueno, lo que sea. Estoy segura de que fue muy difícil. Sigo sin hablar. La odio. Ni siquiera me conoce. Ni siquiera sabe lo que sucedió. No sabe lo de la tienda de animales, no sabe nada de Jenny Flick ni de cómo lloraron los periquitos. No sabe nada de nada. —Tú no sabes nada al respecto, mamá. —Vera: conocía a Charlie. Viví doce años ahí. —Pero eso ya no cuenta, ¿verdad? —añado. Me sorprende que no me responda a eso. Se queda en silencio y yo mastico la fruta seca que me dio papá. ¿Será una coincidencia que esté comiendo lo que comía cuando tenía diez años y que también me sintiera como una niña de diez años halando con mi mamá? —Tal vez me odies por decir esto, Vera, pero no te conviertas en una puta tan pronto.

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Y sí, la odie por decir eso. —Las vegas está llena de chicas que pensaron que era muy buena idea aflojarlo todo, pero ahora, esas mismas chicas son sólo un mal chiste deslizándose en un tubo. Me está comparando con las strippers de Las Vegas. ¿Quién le dijo que me iba a convertir en una puta? ¿Quién le dijo que iba a llegar más allá de tomarme un vodka de vez en cuando? —Algunas de ella piensan que es una vida muy atractiva, ya sabes, ¡libertad de la opresión masculina! ¡La sexualidad personificada! Idiotas, Vera, puras idiotas. El otro día conocí a una que estaba leyendo a Whitman, me dijo que eso la hacía más inteligente a pesar de que en las noches se quitaba la ropa por dinero. Esa chica no se toma en serio a sí misma ni a ninguna mujer, Vera. No cometas ese error, tú tienes que darte tu lugar y tomarte muy en serio. —Está bien, mamá. Ya entendí: no desnudarse ni convertirse en prostituta-intelectual o algo que se le parezca. Ya capté. —Estoy hablando en serio. Estas chicas creían que no había ningún problema en ir a tomar unos tragos a la pagoda con algún idiota que abandonó sus estudios. Ahora sí estoy furiosa, no hay otra forma de describirlo. Si estuviera en la misma habitación que ella, comenzaría a aventarle cuchillos. —Okay, ya estuvo bien —le digo—. En verdad no me importa un carajo lo que piensas. Y gracias por los cincuenta dólares que envías en cada cumpleaños. Estoy segura de que van a ser una graaan aportación para el pago de la universidad. Eres la mejor mamá de todas. —Y le cuelgo de golpe. Antes de que pueda volver a marcar y gritarme (aunque dudo que lo haga porque pude notar que se sentía igual de forzada que yo a hacer esa llamada), levanto el auricular y lo dejo descolgado.

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Historia: catorce años Transcripto por Nirvanera7

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sa mañana me senté en el salón de clases y mientras pasaban lista, pensaba en lo que Charlie me había dicho en el autobús. Pensé en todas las veces en que habíamos subido al Roble Maestro y todas las veces que paseamos por el sendero azul. De pronto recordé todas esas veces que le vi la rayita de las nalgas. Fue como una película que no quería volver a ver jamás. Yo pensaba que los boxers que usaba Charlie eran demasiados holgados o algo así; finalmente, él era muy delgado y con frecuencia los jeans se le detenían justo en los huesos de la cadera. Como sucedía con todo lo demás, imaginé que era sólo un rasgo más de su desaliñada personalidad. Pero ahora todo era distinto, no se trataba de cabello grasiento o de las camisas de franela deshilachadas. En mi mente, la lista iba más o menos así: ● Todos los días que almorzábamos en la cafetería y él se agachaba. ● Todos los días en el autobús, cuando él se agachaba. ● Cuando construimos la casa del árbol y la plataforma (las por lo menos doscientas veces que bajó y subió por la escalera). En especial aquella ocasión que le pregunté si de grande iba a ser plomero ¡y se puso furioso! ● Cuando estábamos en el camastro en la fiesta de Año Nuevo de SherryHeller y se inclinó a recoger los puñados de papitas. ● Cuando fuimos al lago a remar en canoa. ● La tarde que papá nos pasó a dejar a Pizza Santo‘s después de ver una película. Charlie se inclinó sobre la mesa para alcanzar mi bolsa y sacar de la cartera su tonta foto de cuarto año. ● Cada vez que nos sentábamos sobre las rocas al final del sendero azul para rasparle el excremento del perro a nuestros zapatos. ● Aquella vez que encontró el venado muerto atrás de nuestras casas y me fue a sacar de la cama para que pudiera verlo ahí tirado. Recuerdo que pensé: ¿A quién diablo se le olvida ponerse calzoncillos con esta temperatura de menos de seis grados?

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Cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de que en los últimos años Charlie se le había pasado sin calzoncillos mucho tiempo. También traté de recordarlo sin calcetines, pero en ese momento, el recuerdo del pervertido del Chrysler color blanco mugre me vino a la cabeza. Pero espero que Charlie no haya comenzado a hacer eso cuando teníamos once años, ¿o sí? De pronto todo se aclara: aquella noche en que desapareció de la casa del árbol, cuando yo escuchaba que un auto pasaba por la grava, las veces que llegaba con cosas nuevas, no sólo cigarros. El encendedor Zippo, las gafas Ray-Ban falsas, el anillo turquesa y plata que usaba. El reproductor MP3 de apenas la semana anterior. No era un iPod pero se le acercaba bastante ¿En serio los calzoncillos sucios te podían conseguir un reproductor MP3?

Ese día, cuando lo vi a la hora del almuerzo, tenía un montón de preguntas para hacerle. —¿Entonces, o sea, sólo le das tus calzoncillos? —le preguntéCharlie se reía y se reía. ―¡Ajá!‖ —¿Y él que hace con ellos? —Pues no sé, yo sólo se los doy, en realidad no me importa lo que haga con ellos. Noté que estaba ligeramente avergonzado y no podía mirarme a los ojos. Pero al mismo tiempo, también se estaba riendo porque de verdad creía que era gracioso. —¿Y qué tal la noche que me dejaste en la casa del árbol? —¿Qué con eso? —Pues te fuiste por horas —contesté. Charlie se rió. —Me senté con John por ahí a fumar un cigarro y hablar de la vida. — dijo. John. Me senté con John. —¿Es el mismo tipo de cuando teníamos once años?, ¿el del coche blanco que dijo que yo tenía bonitas trenzas? Asintió con una sonrisa.

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—Sip, el mismo. —Y… ¿estás seguro de que no es peligroso? Se inclinó hacia mí y dijo: —Es inofensivo, Vera. Es un ricachón que heredó millones de sus madres y le gusta la onda de los calzoncillos. Eso es todo. Ya he ido a su casa, guarda en bolsas Ziploc, le pone fecha y la apila en el estudio donde tiene la computadora. Yo creo que la vende en eBay. — ¿eBay? Se volvió a reír. — ¿Y cómo sabes que es inofensivo? —No sé cómo explicarte, pero, mmh, pues confío en él. Lo decía con tanta certeza… es decir, al escucharlo hablar de la confianza de esa forma, pude ver con toda claridad la enorme falla del proceso de Charlie. Un chico que ha sido testigo de todo lo que Charlie ha sido testigo, ¿Qué puede opinar sobre la confianza? Un niño como él, ¿Cómo puede diferenciar entre lo bueno y lo malo? En cuanto acabaron las clases en junio, Charlie se mudó a la casa del árbol. Como ya tenía la plataforma y había cubierto las ventanas, buscó otras formas de mejorarla. Cuando terminó el taller de Introducción a la Electricidad de segundo año, logró ahorrar un poco de dinero que conseguía con sus calzoncillos, decidió que iba a hacer algunos arreglos para poder conectar un ventilador o escuchar la radio sin tener que usar tantas baterías. En el varano el aire se sentía pegajoso. Cada vez que me acercaba al bosque, los mosquitos se me pegaban a los ojos, la boca y las orejas. Me estaban volviendo loca. Pero como papá ya había cambiado su oficina a la casa, por fin soltó la plata para instalar el sistema de aire acondicionado. Para mí era mucho más cómodo quedarme con él que salir a ayudarle a Charlie a cablear la casa del árbol. Además, me daba miedo la electricidad. Supongo que el miedo me entró aquella vez que metí un tenedor a la tostadora para sacar un waffleEggo y sufrí una descarga. El restaurante de Mika cerró a los tres meses de que entré a trabajar ahí. Como la economía había tenido unos fuertes altibajos, la gente comenzó a tomar empleos de verano que por lo general estaban destinados para los

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estudiantes. Incluso los universitarios tuvieron problemas para conseguir trabajo aquel verano. Después de buscar varias semanas, papá me dio permiso de volver a trabajar como voluntaria en el centro de adopción. Tendría que ir los miércoles y los viernes. Esperaba poder ver más al señor Zimmerman y que llegara a conocerme mejor. Quería agradarle para que algún día me contratara en la tienda. Por desgracia él estaba demasiado ocupado atendiendo el negocio y cuidando a su esposa que tenía cáncer. Casi no lo veíamos por ahí, pero cuando llegaba a ir, todas las señoras se desvivían por él. Un caluroso miércoles de julio que todo estábamos comiendo paletas heladas, le pregunté: —¿Sabe que desde que tengo cinco años sueño con trabajar en su tienda? Se rió. —¿Desde que tenías cinco? —Sip. —Uy, eso era cuando sólo teníamos una unidad y guardábamos el dinero en una cajita de metal. ¿Te acuerdas, Elle? —La señora Parker, la gerente voluntaria, asintió—. ¿Y ahora qué edad tienes? —Catorce. —Cuando tengas diecisiete ven a verme y tal vez haga realidad tus sueños —dijo y me guiñó un ojo. La señora Parker me explicó que el verano anterior a su último año en la escuela, el señor Zimmerman siempre contrataba a los chicos que ya había cumplido diecisiete. También me dijo que había más probabilidades de que él se acordara de mí si seguía trabajando como voluntaria. Por supuesto que si había empleos pegados en otros sitios, papá no me dejaría trabajar gratis, pero era lindo soñar. A mí no me importaba lo que tuviera que hacer en los veranos mientras vivía bajo su techo, pero de lo que sí estaba segura era que, le gustara a papá o no, en cuento pudiera, trabajaría con animales. Los humanos sencillamente no pueden amar de forma incondicional como los animales. Los humanos son demasiado complicados. La señora Parker tenía la calcomanía perfecta en la defensa de atrás de su horrible camioneta Subaru: CUANTO MÁS CONOZCO A LA GENTE, MÁS AMO A MI PERRO. Cuando le dije lo mucho que me gustaba, fue muy amable y me consiguió una.

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Se la mostré a Charlie y él me la arrebató para pegarla en la puerta de la casa del árbol antes de que yo pudiera siquiera abrir la boca. O sea, ¿Qué no era estúpido tener esa calcomanía ahí si ninguno de los tenía perro? Además, la casa del árbol siempre había sido más suya que mía y, ese veranos en particular, aunque todavía consideraba a Charlie mi mejor amigo en todo el mundo, como que yo ya quería tener algo más individual o algo así: quería la calcomanía para mí sola. Ese mismo verano los dos cumplimos quince años. A él le había comenzado a salir vello en el pecho y a mí me atraía más que antes lo cual me paralizaba por completo. Ahora que íbamos a entrar a la prepa, no existía manera alguna de que fuera a enamorarme en serio de Charlie. En particular si quería pasar desapercibida y que nadie se diera cuenta de que era la hija de una ex desnudista. Además, un día de agosto fui a la casa del árbol sola y encontré revistas pornográficas saliéndose de la reja para leche que Charlie usaba como buró. A partir de ese momento ya nunca más pude volver a imaginar a Charlie contemplando en calma el espíritu del Gran Cazador desde ahí. Ya no lo podía imaginar haciendo planos para la siguiente pieza octagonal o idea loca que añadiría, ni para los paneles de energía solar. A partir de ese momento sólo pude verlo como un chico real, no como un superhéroe. Me había prometido a mi misma que aludiría el destino de mi mamá y que no tendría novio antes de llegar la universidad. Y también sabía que en cuento comenzara a buscar, tendría que ser un hombre como papá: confiado y respetuoso con las mujeres. No un tipo al que le gusta la pornografía o que se lleva bien con un millonario pervertido que compra calzoncillos de adolescentes. Pero, haciendo a un lado las promesas, Charlie Kahn continuaba siendo el chico más interesante que jamás había conocido y había una parte de mí —esa parte sobre la que nos enseñaron en clase de biología— que lo único que deseaba era escaparse con él en cuanto fuera posible y dejar Mount Pitts muy, muy atrás, justo donde siempre debería permanecer.

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TERCERA PARTE Lunes, enero dos: noche libre Transcripto por Nirvanera7

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omo dejé descolgado el teléfono, oigo el ruidito de línea por un buen rato. Se puede oír hasta la puerta corrediza desde donde veo a papá levantando el lodo que deja la nieve. Siento la necesidad de escapar pero luego recuerdo que mi auto sigue en Pizza Pagoda. Y, siendo realistas, ¿en verdad hay alguna forma de escapar al odio que siento por mi madre en este momento? (¿Quién fue el maestro Zen que dijo ―La tarea más trascendente del hombre en la vida es ayudarse a nacer a sí mismo‖?) Papá se da cuenta de que estoy ahí y levanta la cabeza. Mi necesidad de escapar crece exponencialmente y el ruido del teléfono es tan molesto que regreso a la casa y cuelgo el auricular. Todavía necesito saber qué le pasó anoche a James. Levanto el teléfono otra vez y marco a la pizzería. Me contesta Marie. —Hola, Marie, soy Vera. Se ríe un poco. —Oye, Vera, ¿te sientes bien? Tu papá me dijo que estabas enferma. —Estoy bien —le digo—. ¿Anda James por ahí? —Sí, aguanta, está allá atrás. Escucho a Marie llamarlo y me siento aliviada porque eso significa que no terminó en la cárcel ni perdió su trabajo. Todo está bien. —Hola. —Hola, ¿Qué pasó anoche? —Ah, sólo me dieron una advertencia y me dejaron ir, nada más me había tomado dos cervezas. ¿Vas a trabajar mañana?

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—Creo que sí, pero tengo que convencer a mi papá de que me lleve a recoger el coche. Cuando me doy cuenta de que esta es nuestra primera conversación telefónica, se produce un incomodo silencio. De alguna manera también me siento más consciente de la diferencia de edades y pienso en lo que acaba de decir mi madre. Me pregunto si para James soy sólo una chica que no se toma en serio. —Me la pasé muy bien anoche —dice para cortar el silencio. —Sí, yo también. —Espero que podamos volver a hacerlo pronto. —Igual yo —le digo. Papá sigue afuera terminando de limpiar la entrada. Subo a mi cuarto y media hora más tarde, después de tomar una ducha caliente y revisar la mitad de la lista de las palabras del vocabulario de la semana (incandescente, contumaz, congraciarse, chabacano y utilitario), bajo a la sala. Encuentro a papá recostado en el sofá blanco leyendo el New Yorker. —Papá. —Dame un segundo. Voy a la cocina y me preparo un plato d fruta con queso. Esto sí que es algo nuevo. Otra botana, un rato para estudiar, me queda tiempo para otra ducha. Es como si fuera una chica normal o algo así. Desde la barra de nuestra cocina se ve el bosque muerto; por lo general me recuerda demasiado a Charlie, y es por eso que prefiero comer mirando hacia otro lado. Pero hoy, hoy sí quiero pensar en él. Miro hacia el sitio donde me mostró la primera liebre que cazó. Recuerdo su sonrisa y la forma en que me miraba a través de su flequillo despeinado, recuerdo que estaba coqueteando conmigo y lo ignoré. Meto una uva en mi boca y de pronto se me ocurre que tal vez todo lo que sucedió fue culpa mía. Tal ve habría podido salvar a Charlie si no me hubiera empeñado tanto en no convertirnos en mis padres. Tal vez habría podido ser su novia, tal vez habríamos podido casarnos y ser felices sin importar quiénes habían sido nuestros padres y lo que se habían hecho entre ellos.

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Tenemos un dispensador de alimento para pájaros afuera y a papá le enfurece que todas las ardillas del bosque traten de hurtar la comida. En este momento hay un carpintero rojo balanceándose en el dispensador; los cardenales adoran los matorrales con su capaz de color escarlata, esperando a que las aves más grandes terminen de alimentarse. Papá se sienta frente a mí y junta las manos. —Necesitamos hablar —me dice. Asiento y sigo masticando todo el queso que tengo en la boca. —Hablé con la gerente de la pizzería y me dijo que tú y James llevan varios meses trabajando juntos. —¿Y? —¿Han estado saliendo todo este tiempo? Dios santo, qué tarado. —No. anoche fue nuestra primera ―cita‖, si es eso a lo que te refieres — Indico con los dedos las comillas que encierran a la palabra cita. —Tiene veintitrés años. —Y yo tengo dieciocho y él es buen tipo, así que, ¿a quién le importa su edad? —Pues a mí me importa —contesta—. Y antes de que te me pongas en ese plan altanero y arrogante de ―Tengo dieciocho y puedo hacer lo que quiera‖, es mejor que pienses en las opciones que tienes. —Papá ha conservado tan bien la calma que empiezo a asustarme en serio. —¿Opciones? —Vives en mi casa y eso significa que tienes que hacer lo que yo diga. —Vaaaya. ¿Ya no me vas a dar domingo el próximo mes porque me gusta un chico? Hago el plato a un lado y lo miro directo a los ojos. Él se mantiene totalmente serio. —Por el momento, mi mayor preocupación es tu horario de trabajo. ¿Puedes seguir trabajando con este hombre y dejar de ser amistosa con él?

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—¡Madre de Dios! ¿Podrías dejar de ser tan freaky, por favor? —No soy freaky, soy tu padre y es mi deber asegurarme de que tú, de que tú, eh —mira alrededor como tratando de buscar la siguiente palabra—, es mi deber asegurarme de que no cometas errores. —Ah, ¡vamos! —Le digo riéndome—, ¿Quién no comete errores en esta vida? —No quise decir eso, ya sé que todos cometemos errores —contesta—. Pero ya sabes que no quiero que cometas los mismos errores que cometimos tu madre y yo. En serio no puedo creer lo que acaba de decir. —No puedo creer que hayas podido decir eso. Él se encoge de hombros y yo siento como si tuviera un millón de monos furiosos bailándome en la cabeza. —No, en serio, papá, piénsalo. Cuando mamá tenía dieciocho años, ¿también tenía un empleo de tiempo completo y estaba ahorrando para la universidad?, ¿tenía buenas calificaciones?, ¿o tal vez estaba tan ocupada contando los dólares que le dejaban en el hilo dental que no le daba tiempo de estudiar? —No te atrevas… Lo interrumpo y le digo: —¿Sabes qué? Yo no soy TÚ, ¿entiendes? Y tampoco soy MAMÁ, soy yo. Respira hondo por la nariz y veo cómo se mueve su pecho al estilo zen. Adentro, afuera, adentro, afuera. —Pero no has contestado mi pregunta —insiste. Lo miro hasta que la repite. —¿Puedes seguir trabajando con este hombre y controlarte? Dentro de mi cabeza, los monos ya están armando una revolución, ¿controlarme? ¿CONTROLAAARME? Pero cuando abro la boca, lo único que sale es:

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—Okay, está bien. Ya no voy a salir con James, no hay problema. Por Dios, papá, no soy ninguna destrampada sexual. Es sólo un amigo y comenzamos a gustarnos, es todo. —Deja de decírmelo como si fuera algo muy inocente. Camina hacia el perchero y saca algo de su saco. Son varios folletos. Los trae a la mesa. Dos cardenales se columpian en el dispensador que alcanzo a ver detrás de papá. Alcoholismo juvenil, Cómo hablar con sus hijos sobre el alcoholismo, Conductores que manejan bajo la influencia del alcohol, Beber y manejar, Cómo tomar decisiones con responsabilidad, La presión de los amigos, El adolescente y las drogas. —¿Puedes leer esto? ¿Estará hablando en serio? —Mira, Vera, no sé cuánto tiempo llevas bebiendo y tampoco sé si te queda claro el daño que le causas a tu cuerpo. Con los genes que tienes, no sé qué tan susceptible seas al alcohol. Pero lo que más me preocupa es que anoche estabas planeando volver manejando a casa. Eso no se hace jamás, ¿me entiendes? ¡Nunca! —Sí, papá. —En especial después de lo que le sucedió el año pasado a aquel niño, Brown. Kyle Brown. Quince años. Regresaba de la casa de su vecino cuando un universitario ebrio lo arrolló y lo mató. —Sí, papá. —¡Yo no voy a contribuir criando a otro insensible e idiota irresponsable! —Lo sé, papá, no sé en qué estaba pensando. —Pues sencillamente NO estabas pensando, ese es el problema, — vocifera—. No puedes dejar que eso te vuelva a suceder. —No lo haré, papá. Respira de la forma más honda y desilusionada que he visto. Ya todo acabó. Gracias, Dios mío. Papá deambula en el estudio, trata de ocuparse recogiendo algunas cosas. Yo leo los folletos, son cosas que aprendí en la

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primaria, cuando nos visitaron los representantes del programa educativo contra el abuso de drogas y nos enseñaron lo que era la supuesta guerra contra los estupefacientes. El alcohol mata neuronas, el alcohol causa depresión, el alcohol provoca la pérdida de memoria. Pero en ningún lado dice: ―El alcohol hace que tu amigo muerto se te aparezca en forma de alienígena bidimensional inflable‖. Tampoco dice: ―El alcohol te insensibiliza al dolor‖, pero yo sé que sí lo hace. Dos hora más tarde, después de cenar, memorizo el resto del vocabulario (efímero, exacerbar, arriesgar, vacuo, discernimiento) y después de que aspiré el piso de arriba y lavé los dos baños, papá me lleva a Pizza Pagoda a recoger el coche. —¿Le puedo decir a Marie que mañana ya regreso a trabajar? —se lo pregunto porque ya no estoy segura de nada. Parece una persona totalmente distinta: Robopá. Le pregunto porque el coche de James no está en el estacionamiento y podría regresar en cualquier momento. Quiero que papá lo vea. —Sí, por supuesto. —Descuida, ya podes irte —le digo antes de cerrar la puerta. —No —me dice—. Te sigo a la casa. Papá me observa cuando le digo a Marie que volveré al trabajo mañana. Luego me subo al coche y manejo por la colina hacia la avenida principal. Papá va detrás de mí todo el camino a casa. Sin tener idea de lo que podría responderme, le pregunto a Charlie: ―Si le digo todo ahora a papá, ¿me dejarás en paz?‖

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Cuatro semanas después: Noche del Súper Tazón, de 4:00 p.m. al cierre Transcripto por Nirvanera7

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quí están todos los repartidores que han trabajado en la pizzería, incluyendo a los que ni siquiera conocía. Va a ser el día más caótico del año.

Toda la semana nos la pasamos doblando cajas extras y, a pesar de eso, todavía hay repartidores de medio tiempo allá atrás doblando más. Marie está sudando, y eso es bastante raro. Sucede que va llegando Greg en su BMW para ―echarnos una mano‖. Diablos, la última vez que vino jodió toda la situación, que ya de por sí era terrible. Ni siquiera conocía el camino que conecta la calle Butter con avenida Lisa. Además, se enojó cuando le cayó salsa de tomate en sus pantaloncitos de pana beige de niño bien. Cuando lo veo activar la alarma inalámbrica de su coche en el estacionamiento (de donde nadie podría robárselo), me vienen a la mente varias de las palabras recientes de Vocab. Aquí estoy yo, utilizando la palabra exacerbar en una oración: Greg cree que puede ayudar en las noches difíciles, pero, en realidad, sólo logra exacerbar los problemas. Aquí estoy yo, utilizando la palabra pendejo en una oración: Como Greg es un pendejo, le pone la alarma a su coche dentro del estacionamiento de Pizza Pagoda. (Ja, no, esa palabra no está en la lista de Vocab) En la noche todo se vuelve un caos de cajas, bolsas térmicas, cambio, six packs y billetes de veinte dólares. Me toca ver a los que van ganando y los que van perdiendo. Veo fanáticos embriagados de felicidad, veo fanáticos embriagados desolados y veo fanáticos furibundos. El ritmo baja hacia la medianoche. Greg sale de la tienda como si fuera todo un héroe a pesar de que, en medio de toda la locura, se las arregló para tirar dos pizzas (no, no bromeo) con los ingredientes directo al piso. Yo nunca

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había visto que alguien lograra algo así, ni siquiera los repartidores que tienen serios problemas de drogas. Los teléfonos dejan de sonar y Marie les paga a los repartidores de medio tiempo. Voy al coche, saco la bolsa de Dunkin‘ Donuts de la bolsa trasera del asiento y cuento mis propinas. Son 109 dólares. James viene y se sienta a mi lado. —¡Qué bárbara! Sacaste más que yo. —Ajá, es que tuve varias entregas en los suburbios; mala suerte, grandulón. Se inclina y me besa, yo le correspondo pero sólo por un segundo. No quiero que nos vea Marie, no quiero que nos vea nadie. Las siguientes cuatro semanas sólo fajamos en lugares cerrados, como el baño que está en la parte de atrás de la tienda o en la zona de basurero. Volvimos a la pagoda en una ocasión, pero en lugar de estacionarnos donde lo hacen los demás idiotas que van a fajar, bajamos hasta el antiguo estacionamiento; además, no llevamos alcohol. Preparo la bolsa de dinero para entregársela a Marie y garabateo el total en una servilleta para que no se me olvide. Cuando entramos y ella comienza a contar el efectivo, nos pregunta: —¿Van a venir a la fiesta de Navidad? Me siento un poco confundida, Navidad fue hace un mes. Ella nos explica que la fiesta de Navidad de Pizza Pagoda siempre se organiza el segundo viernes de febrero porque la noche del Súper Tazón marca el final de nuestra temporada más ocupada del año. —Tienes que venir —me dice James. —Seguro, ¿en dónde es? —pregunto. —Greg consiguió el salón de eventos de la estación de bomberos de la avenida Jackson. —me contesta Marie. —Tiene un bar fabuloso —añade James con una sonrisa. Marie deja de contar el dinero, nos mira, agita la cabeza en negación y continúa contando. Revisa su resultado contra el de la computadora y añade una buena cantidad de decimales como comisión. Nos entrega esa cantidad más un bono, con lo que logro reunir 185 dólares por la noche del Súper Tazón, más

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las horas extras que pagan a ocho dólares y veré reflejadas en el siguiente cheque de nomina. Nada mal para una noche larga de trabajo. James sale a fumar un cigarro y antes de comenzar con las labores de cierre, me encierro un rato en el baño. Acerco mi rostro al espejo lo más posible y trato de mirar hacia adentro de mi cerebro, trato de que salgan los Charlies y vengan a sofocarme. Exhalo sobre el espejo y le suplico que escriba algo. Pero no lo hace, me pregunto por qué. ¿Estará usando psicología inversa?, ¿acaso cree que si me deja de molestar confesaré todo lo que sé?, ¿qué no se da cuenta de que no es tan sencillo?, ¿y que no todo tiene que ver con él? Cuando salgo del baño, James está llenando una cubeta con agua en el fregadero grande. —Jill ya lavó los platos, así que sólo tengo que trapear. ¿Quieres que nos vayamos temprano? Sé que tiene que ir a la escuela mañana temprano. ¿Por qué no está aquí mi padre para escuchar esto? Si tan sólo le diera una oportunidad a James, lo adoraría. Vaya, o sea, en comparación con algunos de los lambiscones de la escuela, los que se le pegan a Jenny Flick como si fuera una especie de estrella de rock sólo porque sí afloja bien, James es un ángel.

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Segundo lunes de febrero: Cinco días antes de la fiesta de Navidad Transcripto por Nirvanera7

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aben?, a veces basta con pensar en Jenny Flick para que aparezca. Es como todo eso que dice papá sobre la ley de la atracción. Esta mañana, cuando entré al estacionamiento de la escuela, la vi junto a su coche poniéndose labial y esperando al resto de su estúpida pandilla. Me mira con cólera para intimidarme. Cuando se me queda viendo de esa forma, me pregunto si estará imaginando nuevas mentiras sobre mí, claro, a pesar de que Charlie ya no está aquí para escucharlas. Me pregunto si estará fabricando nuevas maneras de caerles mejor a sus amigos, si estará inventando nuevas enfermedades para probar la lealtad de la gente que la rodea. Tal vez trata de asustarme lo suficiente como para desaparecer, tal vez tiene miedo de que confiese lo que pasó con los animales. Tal vez sabe que, incluso muerto, Charlie siempre me preferiría. Cuando estoy en mi casillero, antes de la clase de Pensamiento Social Moderno, escucho una risita. Es Bill Carso, quien me mira y cuchichea con los otros Buscapleitos. Jenny Flick los envió, por supuesto: son como su tribu particular de malévolos mandriles voladores. Me encojo de hombros. Ayer fue la fecha limite que nos dio el maestro para leer El Señor de Las Moscas en casa. Como nadie lo hizo, hoy tendremos que leerlo aquí en voz alta. Me muero por ver a Bill Corso equivocarse cada dos palabras. Aquí estoy yo, utilizando la palabra apático en una oración: Mis compañeros de Pensamiento Social Moderno son tal apáticos, que no leyeron el libro que quedó de tarea, es por eso que el maestro nos fuerza a leerlo en clase para avergonzarnos.

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Llegamos al salón y suena la campana. Todos sacan su libro de la mochila y el señor Shunk dice: —Página veinticinco —y mira su cuaderno—. Tú, la de negro, lee. El señor Shunk se comporta como un sargento, pero es que ese es su deber, papá lo conoce bien y me ha dicho que en la vida real no es así. Gretchen, una de las mejores amigas de Jenny Flick, comienza a leer, estamos al principio, en el capitulo dos. En él, los niños acaban de descubrir que van a tener que cuidarse solo y hablan sobre cómo van a cazar y matar cerdos que hay en la isla. El señor Shunk dice ―Siguiente‖, y comienza a leer el niño tímido que se sienta junto a Gretchen. Cuando está leyendo la parte en que los niños pequeños les preguntan a los grandes sobre el monstruo que vive en la selva, yo comienzo a soñar despierta. Es la segunda vez que leo El señor de las Moscas, así que ya sé qué va a suceder. (**ALERTA: AQUÍ VIENE LA AGUAFIESTAS DE LA LECTURA**: Piggy se muere.) De cualquier forma, se me olvida lo del niño que dice que vio una serpiente en la selva. También se me olvida que los demás lo acusaron de mentir, lo cual lo sacó mucho de onda porque no estaba mintiendo. Sí, yo ya sé lo que se siente. —Siguiente. —El chico deja de leer y Heather Wells continúa. Heather siempre se pone nerviosa, lee muy bajito, casi murmurando todo para ella misma. Junto a ella se sienta Bill Corso, se ve preocupado: comienza a moverse en su asiento. Luego, cuando Heather apenas lleva un párrafo leído, Bill se levanta y toma un pase para ir al baño del escritorio del señor Shunk. Se da cuenta de que lo observo y me mira con furia. Justo cuando pasa por atrás del maestro, muestra la V de victoria con sus dedos, saca la lengua y la mete entre ellos. Pasan veinte minutos y Bill todavía no regresa. Suena la campana y empacamos nuestras cosas para la sexta hora. Yo lo hago con mucha calma porque me toca almorzar y no me dan ganas de salir corriendo. Sólo quedamos cuatro alumnos en el salón cuando regresa Bill y le entrega una nota al señor Shunk. —Lo siento, es que el entrenador me vio por ahí y me pidió que le ayudara con algunos asuntos en el gimnasio —le explica al maestro.

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—Regresa el pase a mi escritorio —le dice el señor Shunk sin despegar la vista de su cuaderno. —Claro, profe. —Señor Corso, mañana nos va a leer todo el capitulo tres. Bill asiente como si no tuviera nada que temer, pero yo sé bien que está aterrado.

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Segundo viernes de febrero: Noche de la fiesta de Navidad Transcripto por Nirvanera7

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ill Corso no se apareció por la escuela en todo el resto de la semana. No sé si Gretchen o algún otro de los Flicki fans le han informado que todos los días el señor Shunk ha dicho:

—Creo que vamos a tener que esperar un día más para que el señor Corso nos deleite con su dulce voz y su lectura del libro de Golding. Sólo yo estoy al tanto de lo que esto significa, y es por eso que, aunque el señor Shunk no lo sabe, él y yo estamos en el mismo equipo. Esta noche es la fiesta de Navidad de Pizza Pagoda en el salón de la estación de bomberos de Jackson. Papá dice que antes se podía ir a ese salón para ver a chicas que bailaban con bolitas en las bubis. También me cuenta que mamá solía carcajearse porque siempre había una chica nueva que perdía el paso y parecía lavadora con la carga más distribuida. La descripción es demasiado abrumadora para mí: creo que tengo que enseñarle a papá el significado de SOBRECARGA DE INFORMACIÓN. —¿Y qué te hace pensar que te voy a dejar ir? —me pregunta. —¿La noción de que confías en mí y que deseas que me divierta de vez en cuando? —¿Y a poco te van a dejar entrar? Eres menor de edad. —Es una fiesta privada, hasta el hijo de Barry va a ir y tiene como quince años o algo así. No me contesta. —Creo que van a dar de cenar pavo, así que ni siquiera vas a tener que molestarte en darme de cenar antes de que me vaya —le explico. Asiente con la cabeza y comienza a leer el periódico.

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Todavía tengo que esperar tres horas en casa antes de irme, hago algo de tarea y limpio mi habitación. De pronto, cuando estoy en el pórtico sacudiendo mi tapete, veo movimiento entre los árboles. Me detengo y observo con cuidado. Hay una especie de reflejo que me ciega, es como si un espejo reflejara el sol hacía mí. Sé que los mil Charlies están ahí y quiere que vaya a la casa de árbol. Puedo escuchar cómo murmuran levemente. Cuelgo el tapete sobre la baranda y doy algunos pasos hacia el bosque. Es un día tranquilo: ya pasaron por el camino todos los autobuses escolares de la semana y la gente aún no comienza a regresar a casa. Atardece, y no hay alienígenas ni muñecos en acordeón llamándome desde el bosque. Redondeo mis manos alrededor de mi boca y grito: ―El karma es una fregadera, ¿verdad, Charlie?‖ Luego levanto la escoba y comienzo a golpear el tapete con ella. Después de cenar, papá se queda en el estudio y, por fortuna, no me echa el sermón de la responsabilidad que yo esperaba: sólo me dice: —Piensa las cosas, Vera, diviértete. Llego a Jackson y encuentro a James en el bar de la estación. Ordena un cooler de vodka para mí. Junto a él están sentadas unas personas a las que no reconozco, pero luego me doy cuenta que se trata de Jill, la ex porrista ahora convertida en trabajadora al servicio de la comida (no la reconocí porque no estoy acostumbrada a verla sin el uniforme), y eso significa que el tipo alto de la chamarra de cuero es su novio Mick, el skinhead neonazi.

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Historia: quince años Transcripto por Shezzi

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odo lo que sucedió casi al terminar la secundaria es para mí como un recuerdo brumoso. Había tanta gente que venía de otras escuelas, que Charlie y yo comenzamos a separarnos. A mí me pusieron en nivel avanzado y tomaba algunas clases en los salones de los chicos más grandes. Eso me ayudó a lograr mi objetivo: obtener calificación que fuera suficientemente altar como para terminar bien la escuela y suficientemente bajas como para pasar desapercibida. No quería conocer a nadie porque sabía que, tarde o temprano, me preguntarían por mis padres, y yo tenía que mantener oculto el pasado de mamá su no quería sufrir las consecuencias. Me gustaba fingir que no tenía madre y que mi papá me había atrapado cuando caí del novísimo y blanco paño de la cigüeña. Todavía me sentaba con Charlie en el autobús, nos tapábamos los oídos doblando las orejas con las manos y nos concentrábamos en leer, soñar despiertos o, en el caso de Charlie, en garabatear en servilletas y después engullirlas. A veces nos veíamos los fines de semana pero Charlie estaba muy ocupado yendo a cazar con su padre o saliendo con chicas. Ese año, montones de ella se le arremolinaron, todas atraídas por si look de sobreviviente de un desastre, por el flequillo sobre los ojos y por su gusto por la moda de supermercado. Creo que para cuando llegó el verano, Charlie tenía como quince novias. Las mantenía a todas en secreto, y si llegaba a preguntarle sobre ellas, lo negaba, como si fuera cool tenerlas. Cuando terminaron las clases se mudó a la casa del árbol y paso mucho tiempo hojeando revistas de motocicletas. A veces paseábamos por el sendero azul y nos contábamos chismes de la escuela o hablábamos de lo que queríamos ser de grandes (yo = todavía veterinaria, él = todavía guardabosques pero comenzando a inclinarse a carreras más exóticas como motocicletas o asistente de una banda de heavy metal) Cuando por fin logré convencer a mí papá de que me llevara a la oficina de licencias para conseguir un reglamento de tránsito, pensé en invitar a Charlie. Pero el se mantenía muy distante, y a pesar de que aún éramos muy amigos, ya habíamos entendido lo que era darse espacio. Si dijera que no traté de ser más precavida con Charlie a partir de que me contó John, su pervertido amigo que compraba calzoncillos usados, estaría mintiendo.

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Ese año, escuché tantas veces el coche de John subir y bajar sobre Overlook y luego girar sobre la grava, que comencé a reconocer los tronidos que hacía el motor desde que llegaba a la base de la colina y el eco que se producía en la casa de vigas de los Miller. Era tan obvio, que no podía creer que los padres de Charlie no se hubieran dado cuenta todavía. A veces, tan solo de pensar lo que ese individuo podría estar haciendo con los calzoncillos de Charlie, me enervaba y me daban ganas de decirle a papá. Ese verano trabajé como voluntaria en el centro de adopción los lunes, miércoles, y viernes. Tuve que discutir dos veces con papá para de que esas horas de voluntaria me servirían de algo si me convertía en veterinaria. El insistía en hacerme trabajar por un sueldo mínimo en la industria de comida rápida porque decía que lo más importante era ahorrar dinero para la universidad. Al final, fue la nefasta economía lo que me salvó de todo. La mayoría de los empleos en comida rápida estaban acaparados por estudiantes de universidad, o mejor dicho, por la gente que ya había terminado sus estudios. Los días que no iba al centro de adopción me levantaba tarde. Al principio papá se encargaba de levantarme de mi habitación antes del medio día, pero luego dejó de discutir conmigo y me dejó hacer lo que se me pegara la gana, así que comencé a dormir hasta la 1:00, aveces hasta las 2:00 o las 4:00 porque el zumbido del aire acondicionado que estaba bajo mi ventana anulaba todos los demás ruidos del mundo. Hacia finales de junio papá me preguntó: -Vera, ¿te sientes bien? -Ajá. -Pero te estás levantando demasiado tarde. -Creo que estoy creciendo mucho. -Y era verdad, en solo un par de mese había crecido mucho. -¿No estás deprimida o algo así? -No. -¿Si sigues viendo a Charlie? -Claro.- Le contesté al tiempo que bebía jugo de naranja y me tallaba los ojos- Creo que tiene una novia y no quiero interponerme.

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-¿Una novia? -Sí, supongo que sí –le dije-. O sea, ¿no es lo que hacen todos los chicos normales? Se me quedó mirando con los ojos entrecerrados, con preocupación. -¿Y tú? Me reí. -No, gracias, después de ver lo que les pasó a ti y a mamá, eh, pues ya sabes. No quiero novio. Apoyó la barbilla sobre su mano y podía detectar el sentimiento de culpa en su frente arrugada. -¿Estás segura? -Sí, estoy segura. Los chicos solo andan tras una cosa papá, y eso aburre. -Por el momento. -¿Qué? -Que te aburre solo por el momento.- me contestó- Te aseguro que llegará el momento en que te parezca lo máximo. A ver, ¿quién diablos cambió el canal?, ¿qué onda con toda esta basura?, ¿qué onda con toda esta falta de pantalones?, ¿qué no era este el mismo tipo que toda la vida me había dicho que evitara mi destino? -Ajá, sí, bueno, no creo que eso pase mientras esté en esa escuela porque todos los chicos son unos pendejos. -Vera. -Lo siento, quise decir tarados. Todos los chicos de la escuela son unos tarados. Los lunes llegaban más animales al centro de adopción que el veterinario había castrado y esterilizado el fin de semana. Mi labor consistía en actualizar todos sus documentos y asegurarme de que se recuperaran. Los viernes teníamos que preparar a nuevos animales para la esterilización y organizar todo para que los pudieran pasar a recoger a las cinco. Después de aquella conversación que tuve en julio con papá, en la que le dije que todos los chicos eran tarados, llegó al centro un sabueso afgano de pelo largo que habían

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encontrado en el parque lleno de lodo, excremento seco y Dios sabe que más. Su cirugía estaba programada para el domingo. Uno de los voluntarios más chicos los lavó dos veces, y me lo pasó para cepillarlo. Me tomó más de dos horas peinarlo y deshacerle todos los nudos. Lo tuve que hacer poco a poco para no lastimarlo. La mayor parte del tiempo se mantuvo tranquilo, pero accidentalmente le jalé el pelito con los dientes del peine y el pobre ladró de dolor. De inmediato me acordé de mi madre. Ella me peinaba todas las mañanas viendo a la nada; si me jalaba o me hacia llorar, jamás se disculpaba. Mamá hacia muchísimas cosas con esa mirada perdida en el espacio, como si estuviera soñando que vivía en otro lugar. Casi nunca pensaba en mamá. Se había ido hace tres años y la mayor parte de mi persona estaba feliz con la situación. Cuanto más crecía, más me daba cuenta de que en realidad ella nunca había estado ahí conmigo. Cuanto más crecía, más comprendía de que todos aquellos recuerdos de Mamá Feliz eran solo inventos que me había fabricado para lidiar con el hecho de que ella sufría infelicidad crónica. Lo más extraño, es que, para mediados del verano, todos estos tristes descubrimientos de mi madre se convirtieron en una especie de talento. Comenzó un día, como una apuesta. Una pareja vino al centro y adopto aun Beagle, pero yo estaba totalmente segura de que lo iban a devolver. Los Beagle son animales llenos de energía y la pareja tenía más bien tipo de gente calmada. En cuento se fueron volteé hacia la señora Parker, y le dije: ―Les doy dos días como máximo‖ Al día siguiente justo antes de cerrar, devolvieron al perro y preguntaron si teníamos uno de más edad o más dócil. A partir de entonces, cada vez que alguien venía a adoptar un animal, la señora Parker le ayudaba con el papeleo y luego lo pasaba conmigo. Yo podía saber si la persona estaba fingiendo (sucede mucho con los padres que quieren complacer a su hijo o con la gente que tiene algún problema psicológico); también podía darme cuenta de que lo único que deseaba era ocultar su infelicidad: llenar un vacío, que ningún perro, sin importar lo fabuloso que fuera, podría llenar. Este nuevo tipo de interacción con la gente me gustaba mucho. A todas las personas les hacía una especie de examen psicológico, eran preguntas muy inocentes, como cuánto les gustaban sus muebles o tapices. Me dio mucho gusto que la Señora Parker confiara en mis opiniones y a pesar de que me daba mucha tristeza cuando nos devolvían algún animalito, siempre me causaba mucho orgullo ver que mis corazonadas eran correctas.

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A finales de agosto llegó una caja llena de cachorros de ShihTzu que acababan de ser rescatados. Se arrastraban cubiertos de moscas. A los pobres les habían encerrado en una minúscula jaula de hámster y debido a eso, estaban llenos de cicatrices, cortadas y rasguños. Uno de los perritos había muerto sofocado sus otros hermanitos estaban apilados sobre él. Me enamoré por completo de ellos a pesar de que olían como cadáver y que los cubría una capa de pelambre oscuro y sanguinolento. La señora Parker me dijo que los perritos necesitaban encontrar un hogar mientras los adoptaban porque estos estaban muy chiquitos para pasar la noche solos. A pesar de que sabía que no debía hacerlo, le dije que yo me podía llevar a uno. Estaba tan desesperada por conseguirles casa en menos de una hora, que me entregó una perrita y no me hizo llenar todos los papeles acostumbrados. La señora Parker se las arregló para encontrar otros dos hogares. Y luego me dio un aventón a casa con una bolsa Ziploc llena de croquetas y la hoja con instrucciones que normalmente les entregamos a las familias que adoptan. Papá estaba furioso enserio, no entiendo como un hombre por completo racional, podía convertirse en un Hulk encolerizado solo por una perrita. -Ya sabes lo que pienso sobre esas cosas.- Dijo. -Es solo por unas cuentas semanas –argumenté mientras abrazaba a la perrita que ya había sido bañada y cepillada, ahora tenía un aroma dulce. -De ninguna forma, Vera, de ninguna forma. -La puedo guardar en el garaje –le dije. Se negó con la cabeza. -¿En el cobertizo? –en el cobertizo no guardábamos más que azadones, palas y rastrillos. -No. -¿Por qué no? –le pregunté cansada. -Ya sabes por qué no. -¿Es porque cuesta mucho mantener un perro?, ¿es porque se hace popó?

-En realidad Vera, es mucho más sencillo que eso: no puedes tener un perro porque yo ya te había dicho que NO.

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-Oh, wow, que bien.- Le puse cara. -Esta es mi ca… -Ah, sí, sí, sí –le dije al tiempo en que giraba hacia la sala y la puerta de enfrente-. Ya sé, es tú casa, ya entendí, como sea.- salí y me senté durante una hora en el pórtico con la perrita en mi regazo. Supuse que la única forma de mantenerla conmigo esa noche era sacar la vieja tienda de campaña. Eso fue lo que hice. Y fue una de las mejores noches de mi vida: estaba abrazada a ese ser pequeñito, escuchándolo bostezar y resoplar. Hasta su aliento a carne. Y la poquita pipí que hizo sobre mi bolsa de dormir fueron algo maravilloso. No pude dormir bien, me quedé pensando en papá y en lo que se debe sentir ser un frio y despiadado ser de la indiferencia. Me intrigaba saber si él había sido así antes de que mamá se fuera o si había sido precisamente el abandono lo que lo convirtió en eso. Y si papá se había convertido en algo así cuando mamá lo dejó, ¿yo en qué me convertiría?, ¿ a caso era posible que él se hubiera tornado frio y yo me hubiera convertido en una persona más sensible, con más corazón? Alrededor de la medianoche escuché subir por Overlook y estacionarse en la grava al ya conocido coche. Quince minutos después escuché pasos fuera de la tienda. -¿Veer? –susurró Charlie. Deslicé el cierre de la entrada y lo dejé pasar. -¿Qué estás haciendo aquí? –me preguntó. Le mostré la cachorrita. Yo no tuve que preguntarle lo que hacía fuera a esa hora, ambos lo sabíamos bien. -¿Te vas a quedar con ella? -Me dan muchas ganas de hacerlo pero es imposible –le contesté. -Carajo. -Exactamente. Estaba oscuro y por accidente Charlie rozó mi cadera con su mano. Sentí mariposas en el estómago y oculté con mi respiración una ligera risa nerviosa. -Sera mejor que regrese a atender mis asuntos –me dijo. -Te veo mañana.

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A la mañana siguiente papá me llevó al centro de adopción con todo y la perrita y la Ziploc llena de comida. Me obligó a devolverla. La señora Parker lo comprendió todo y se me quedó viendo con simpatía. De pronto sentí la bófeta de la ironía: valiente arma secreta, ni si quiera había podido juzgarme a mí misma a la perfección. Cuando volvimos a casa Charlie fue a verme y me invitó a almorzar a la casa del árbol. Con una sonrisa en los labios, me dijo: -Acabo de conseguir una caja nueva de sopas de fideo instantáneas. ¡Picante! Pasé a la oficina de papá para avisarle que iba a ir con Charlie. Todavía seguía en su plan de ―no sonrío‖, después de toda la escenita de Hulk odiacachorros. Ese verano no había visitado mucho la casa del árbol; cuando subí por la escalera noté que Charlie había invertido bastante tiempo trabajando en ella. Había instalado un sistema de poleas para subir un garrafón de diez litros de agua que guardaba en la plataforma. También había afinado varios detalles. Comenzó a tallar algunos diseños de vetas en la madera y en el techo instaló un increíble domo que él había fabricado. -¡Demonios! –dije-. ¡Está súper cool! Se encogió de hombros y respondió: -Pero gotea. -Estoy segura de que puedes repararlo, Charlie. Tú puedes reparar cualquier cosa. -Más o menos –dijo-. ¿Qué te parece lo demás? -Está súper cool. La pintura, los pósters, todo está increíble. -¿Y qué tal la cocina? –preguntó señalando la tetera y la reja para leche donde guardaba chocolate en polvo, el paquete de las sopas de fideo y dos cajas de avena instantánea. -Ajá, padrísimo –le dije. Charlie llenó la tetera, puso a hervir el agua y luego se sentó en la plataforma octagonal. De pronto, cuando noté que las hojas del árbol comenzaban a secarse, sentí un hueco en el estómago. A pesar de que me he tratado de convencer de que la primavera siempre les regresará su verdor, los

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bosques secos siempre me entristecen. Y por supuesto había que considerar el hecho de que otoño siempre significa volver a la escuela. Íbamos a entrar al primer semestre de la prepa en menos de una semana: ciento ochenta días más transmitiendo el mensaje de IGNOREN DE VERA DIETZ POR FAVOR, para que nadie se fijara en mí. Columpiamos las piernas a través de la baranda que fabricó Charlie con lo que sobró de los maderos más tiernos. Tengo que admitir que, estando haya arriba sobre los árboles, la sopa de fideos me supo extra sabrosa. Charlie me contó que tenía el plan de asistir medio día a una escuela técnica para estudiar técnico en climas artificiales como su papá o tal vez para estudiar carpintería porque le gustaba mucho trabajar con madera. -Además, será mucho más divertido que pasar todo el día en la escuela. Papá dice que tengo pinta de obrero igual que él –en realidad sonaba como si estuviera tratando de convencerse más a él mismo que a mí. -¿Ah, sí? ¿En serio? -Me gusta mucho la idea de poder tener una Harley, una camioneta y una casa linda algún día. Trabajar para mantenerme. ¿Entiendes? No como los contadores o…ay, perdón. -No me molesta que lo digas –le dije-. Yo no soy la contadora de la familia. -Pero sí sabes a qué me refiero, ¿verdad? -Ajá. –se refería al destino y eso me hacía detestarlo. Porque si todos tuviéramos que convertirnos en una copia al carbón de nuestros padres yo terminaría siendo una súper loser con arena en el cerebro que se escapa con un doctor que revisa patas o una oficinista bajoneada, amante de la filosofía zen. Muchas gracias, pero no: yo estaba tratando de alejarme lo más posible de mi destino. -Bueno, cambiando de tema, papá me dijo que si me metía medio tiempo en la escuela técnica me compraría una moto. -¿Una moto? -Le tengo el ojo puesto a una preciosa moto china que venden en la tienda Corner.- Corner era un espantoso lote de autos donde también vendían armas.

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Tenía ganas de preguntarle si eso lo había decidido él o su padre; no me parecía justo que nadie le hubiera dado información sobre la universidad o sus otras opciones. Tampoco me parecía justo que lo premiaran con una moto por obedecer en lugar de pensar por sí mismo. No me parecía correcto que lo premiaran por convertirse en un perrito amaestrado a los quince años.

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La fiesta de navidad de pizza Pagoda: primera parte Transcripto por Shezzi

-H

oy van a tener la gran oportunidad de probar la Mordedura de serpiente, -nos dice Mick antes de comprarnos una ronda a todos. La bebida sabe a jugo de lima dulce y se siente bien en la garganta. El único problema es que me la invitó un skinhead neonazi. Trato de hacerme la idea porque aquí me tocó vivir. Dios bendiga a los Estados Unidos de Norteamérica, donde todo mundo tiene derecho a amar y odiar a quien se le pegue la gana siempre y cuando no lo mate. ¿Sabes?, me estoy esforzando por ver a Mick como una persona. Como alguien quien tiene un padre y una madre; me estoy esforzando por pensar que alguna vez fue bebé, mucho antes de tatuarse la palabra SKIN en la parte interna de su labio inferior. Después de unos dos tragos, comienza la música. Mick y Jill desaparecen, se van a la sala de billar. James y yo nos quedamos sentados en el bar y observamos a Marie y a su esposo bailar música country con todo y esos pasitos complicados que se hacen en equipo. Ellos se parecen tanto entre sí. Se le une el Gordo Barry, el gerente del turno diurno de la sucursal que está al otro lado del pueblo. Antes de que la canción termine, chorrea sudor y está rojo del esfuerzo. James se fuma unos cuantos cigarros y ordena una cerveza para mí. -No me gusta la cerveza. -Pero no puedes mezclar Mordedura de serpiente con coolers de vodka, Vera, se te va a subir. -Pero… -Sólo pruébala, no es una mala cerveza. Le van a poner un poco de limón para que no te vaya a saber mal después de las Mordeduras que te bebiste.

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El cantinero me trae una Corona con limón y le copio a James: dejo caer la rodaja de limón en la cerveza. -¿Qué piensas de Mick? –le pregunto. -Bueno, ya sabes. -A mí me da cosa –le respondo. -Sí, pero, bueno, pues anda con Jill y parece que quiere tirar buena onda. Hay que darle una oportunidad, ¿no? -Tragos gratis, ¿verdad? -Ajá. –Se ríe. Una hora más tarde estamos sentados comiendo pavo en las largas mesas cubiertas con manteles de plástico. Gracias a Dios. En la última media hora Mick nos invitó dos rondas más, así que ya llevo cuatro Mordeduras de serpiente, dos cervezas y un cooler de vodka. Antes de comenzar a comer el pavo me había empezado a sentir un poco mareada. James no deja de decirme que coma despacio. En cuanto acabamos de comer la música comienza de nuevo y yo me dirijo a la pista de baile para sacudir la cabeza a ritmo de ―Black Dog‖, James ríe. Marie saca su cámara y me toma algunas fotos. Claro que ya se me subió un poquitín y me mareo con las violentas sacudidas de cabeza mientras que el cabello se me pega a la cara, pero todavía soy capaz de mantener el equilibrio. No obstante, el pavo comienza a hacerme circo en el estómago y decido regresar al bar. Ahí, James está esforzándose bastante por llenar de colillas el cenicero. -¡Otra ronda para mis amigos! –dice Mick con dificultad. Levanto la mano y sonrío. -No, gracias, amigo, esta vez paso. De repente se me pega frente a frente y grita: -¡HEY! ¿Estás tratando de decir que no quieres aceptar el trago que te voy a invitar? –Me pega su aliento, está a dos centímetros de distancia y tiene el rostro más colérico e intimidante que he visto en mí vida. Diez veces peor que el papá de Charlie.

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El maldito me asusta terriblemente y luego se ríe y se retira y dice algo así como ―Ja, solo estaba bromeando‖ o ―Era broma‖ o ―Tranquila‖ pero yo ni si quiera logro entender por qué mi nivel de adrenalina se triplicó y lo único que alcanzo a oír es corriente sanguínea palpitándome en las orejas. James me abraza y le dice: -No te preocupes, si Vera no quiere, yo me bebo su trago en esta ronda. -En serio, hombre, solo estaba bromeando. -¡Dame dos para la niña espantada, Keith! –vocifera Keith y el cantinero le guiña el ojo, y eso me espanta todavía más. De pronto me doy cuenta de que ni si quiera sé que le están poniendo a mis tragos, no sé si traen algún secreto neonazi, no sé nada. Soy una ingenua chica de dieciocho que ni si quiera debería estar en este bar. Miro alrededor y veo a Marie y a su esposo abrazos en la mesa, fumando y juntando de vez en cuando sus chuecos dientes bañados en nicotina. El Gordo Barry trajo a su hijo, él es el único más chico que yo y parece estúpido sentado ahí, entre papá y mamá, con su gorra de beisbol. Me da la impresión de que no se ha movido de ahí en toda la noche más que cuando trajeron el postre. Cuando estábamos en kínder, su mamá nos cuidaba durante los recreos, la conozco y sé que es una chismosa de primera. De pronto siento la necesidad de llevármela tranquila toda la noche. De hecho, tengo ganas de irme. Una hora después James ya me convenció de bailar una calmada y pidió ―StairwaytoHeaven‖. Nos comportamos como si fuéramos una pareja y los demás actúan como si fuera lo más normal. Incluso el Gordo Barry nos dice que nos vemos bien juntos, lo mismo que papá podría llegar a decir si tan solo le diera una oportunidad a James. Pero, claro, es algo que no va a hacer porque James es ciiiiiinco inadmisibles años más grande que yo y porque abandonó sus estudios. Después de bailar la rola calmadita (¡mi primera rola calmadita!), voy al baño. Está hecho un asco, me miro en el espejo y le doy un retoque al poquito delineador que me puse. Me siento mucho mejor que hace una hora porque toda esa gente me acepta como soy y si puede entender lo que siento por James. Hasta Mick, el skinhead neonazi, está comenzando a caerme bien. Cuenta buenos chistes y llega a ser ingenioso. Pero su mayor cualidad es, como

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también trabajó con Greg ―Pantaloncitos de pana‖ y lo odia, puede burlarse de él. Mick sube el volumen en cuanto se da cuenta de que tiene público. -¿En qué se parecen un ginecólogo y un repartidor de pizzas? -Nooo sé –le contestó con trabajo. Acepté la última Mordedura porque Mick se disculpó como diez veces por haberme asustado. Y porque parecía sincero. -En que los dos le alcanzan a echar un vistazo a la comida pero ninguno se la llega a comer. A pesar de que no me parece gracioso en lo absoluto, comienzo a reírme irrefrenablemente y hasta me voy un poco de lado. James tiene que ayudarme a recuperar el equilibrio. -¿Estás bien, Veer? –me pregunta al oído. -Me urge salir de aquí –le contesto. El piensa que quiero ir a fajar, lo sé porque me guiña y en treinta segundos ya se puso el saco y recogió los cigarros y el encendedor de la barra. Mick se da cuenta y se levanta con esa cara de maldito que tiene. -¿A dónde creen que van, eh? -Vera, tiene que irse a casa, amigo. -¡Pero si la fiesta a penas está comenzando! -Lo sé, pero en verdad tenemos que irnos –le contesta James. -¡Pero si les compré un montón de tragos! -¿Y eso qué? -Pues se supone que tú tienes que pagar la siguiente ronda, idiota. James saca su cartera, arroja treinta dólares a la barra y le hace una seña al cantinero. -Esto debe cubrir los tragos de él y su chica durante lo que queda de la noche, ¿de acuerdo? Mick camina hacia mí con los brazos abiertos como si quisiera abrazarme y yo me muevo más hacia James. No quiero abrazar a un skinhead neonazi, no me importa si es buena onda o si cuenta buenos chistes, ni si quiera porque es un tipo buena onda a quien nadie comprende porque odia a ciertas razas.

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-Ey, ven acá. El tío Mick no te asusta, ¿verdad? Me río porque él se ríe, tiene una enorme sonrisa, tan grande que alcanzo a ver el inicio de su tatuaje. Se aleja como salido de una de esas películas antiguas, levanta la cabeza y extiende los brazos con su típica expresión de: ―Ay, vamos, ¡ven y dame un abrazo!‖ Como borreguito obediente me separó de James y voy hacia él. Pone cara de emoción y me levanta del suelo antes de que yo pueda alcanzarlo, me abraza de la cadera. Tengo los brazos atrapados a los costados y mis senos están al nivel de su frente. Comienza a bambolearse. -Eh…eh…eh –dice. Me muevo de un lado a otro y trato de liberarme pero él es demasiado fuerte. Comienzo a patalear y siento cómo él va perdiendo el equilibrio, me esfuerzo más para soltarme y no lo logro. Mick se cae para atrás y yo veo el piso acercarse tan rápido que no me da tiempo de gritar. Luego, la oscuridad total.

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Historia: edad, dieciséis Transcripto por Criis

La primera vez que enviaron a Charlie al salón de castigos en la preparatoria fue porque estaba fumando. Acabábamos de entrar a la prepa: yo soy una estudiante invisible y Charlie un aspirante a técnico. Sólo le faltaba la chamarra de cuero. Ya le había dicho como cien veces que se esperara a que bajáramos del autobús para fumar, pero no podía evitarlo, siempre tenía que fumar un poco en el baño después del almuerzo. -En este lugar no comprenden lo que es la adicción -me dijo-. En lugar de castigarme deberían mostrar un poco de compasión. Me dijo que el salón de castigos era aburridísimo y, cuando volvió, me contó chismes de los Buscapleitos, como él los llamaba. Nos reíamos mucho de ellos. Uno de ellos era Bill Corso, quien iba en el mismo año que nosotros y era el quarterback estrella del equipo, también estaba Frank Hellerman, un estudiante del último año de la escuela técnica que los fines de semana modificaba coches, corría el rumor de que Frank jugaba arrancones en la carretera 422. Y por último estaba Justin Miller, un año mayor que nosotros. Justin era el hermano menor de Tim, pero, según Charlie, era más terrible. -Son una bola de perdedores -decía Charlie-. Y las chicas son todavía peores porque dejan que las castiguen sólo para estar ahí con esos losers. Las chicas eran: Jenny Flick, Gretchen Algo -es tan tonta que cuando Corso le dijo que los humanos se podían aparear con los monos y producir hombres-mono le, creyó todo Vera- y una niña llamada Michelle que también era mayor que nosotros y siempre usaba camisetas de DeepPurple. También me contó que todos lo ignoraban. Ese mes lo castigaron dos veces y tuvo que comprar un paquete de nicotina porque su papá le advirtió que si lo volvían a castigar, no le iba a comprar la moto. Mientras tanto, yo estaba muy ocupada fregando a papá para que me diera al coche de mamá. Llevaba cuatro años encerrado en el garage y ya sólo lo sacábamos de vez en cuando. No me parecía lógico que un hombre tan preocupado por ahorrar dinero permitiera que se desperdiciara un coche así.

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Además, tenía dieciséis años y ya era hora de que me lo diera. Él continuaba negándose pero yo le recordé que sería un paso más hacia mi autosuficiencia. -Porque algún día vas a tener que dejarme ir, ¿no es verdad? Se sentó debajo de la lámpara y fingió que seguía leyendo. Luego volteó a verme. -¿Y quién va a pagar la gasolina? -Yo. -¿Con qué? -Voy a conseguir un empleo. Nos miramos fijamente. Con su mirada me dijo: "Ser voluntaria en el centro de adopción no es un empleo". Con mi mirada, le respondí: "¡Duh! ya lo sé". -Lo voy a pensar. -¿Puedo hacer el examen de manejo esta semana? -le pregunté. Estudié el reglamento durante todo el verano y había cumplido dieciséis años dos semanas antes. Además, tenía mi bono del ahorro y un certificado de regalo que papá me había regalado, más los mugrosos cincuenta dólares que mamá siempre me enviaba. A Charlie le dieron su motocicleta como medio mes antes de Navidad. Yo ya tenía licencia y un empleo en el negocio de la comida rápida y papá seguía sin soltar el coche. Hasta cuando tenía el turno matutino en Arby´s y tenía que estar en el restaurante los domingos a las 5:50 de la mañana, papá se despertaba temprano y me llevaba. La situación era totalmente ilógica y además apestaba. Lo peor de todo era que todavía tenía que seguir tomando el autobús a la escuela y, para colmo, tenía que hacerlo sola porque, sin importar el clima, Charlie siempre se iba en moto. No sé que había para circular por Overlook que siempre estaba tan lleno de grava que papá tenía que bajar la velocidad. No, a Charlie no le importaba la grava, y por eso yo tenía que irme en el autobús como todos los demás. La mayoría de ellos tenían celulares; se sentaban con caras de zombies y le enviaban mensajes de texto al compañero que venía sentado junto.

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Un día, en las vacaciones de Navidad, Charlie llegó a nuestra entrada vestido con un traje de piel coordinado en color azul y rojo. Hasta ese día, yo había pensado de vez en cuando que me gustaría salir con él a pesar de que lo tenía prohibido. Pero en cuanto lo vi vestido así, me derretí por completo. Me convertí en un charco de Vera. Estaba tras la barra de la cocina y cuando se quitó el casco, se deslizó los rizos hacia la izquierda, sobre los ojos, caminó hacia la puerta y tocó, en verdad tuve que hacer un esfuerzo para contenerme. Logré concentrarme y saludarlo, "Hola". Cuanto más se acercaba, más me derretía. -¿Qué onda? -¿Quieres pasar? Papá me preparó chocolate caliente del auténtico. Entramos y nos sentamos en el desayunador. Fijamos la vista en el dispensador de alimento para pájaros, y platicamos. -Ya casi no te veo. ¿Qué tal, te gusta la escuela? -me preguntó Charlie. -Ajá. Sigo siendo invisible -le dije-. Está súper bien. -Sí, yo también sigo así. -Me estabamintiendo. Sabía que se había vuelto muy popular debido a la moto. Después de clases, los chicos se reunían alrededor de él en el estacionamiento de estudiantes y trataban de verse tan cool como Charlie. Los alcanzaba a ver todos los días desde el autobús, cuando nos dirigíamos a Mount Pitts y luego a Overloook. -Vamos, no tienes que decir eso, ya sé que tienes un montón de amigos nuevos. Me parece muy bien. -Pero tú sigues siendo mi mejor amiga, Veer, siempre lo serás. -Ey, esto se está transformando en un festival cursi y vomitivo, -me reí. -Con todo y chocolate caliente. -Bueno, es la verdad, no sé en qué me habría convertido si no fueras mi mejor amigo. -Yo tampoco lo sé. Nos quedamos callados un rato, sólo se podía oír cómo sorbíamos el chocolate. Decidí preguntarle por el pervertido que le compraba los calzoncillos. Estaba segura de que había dejado de venderlos porque ya había madurado un poco.

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-¿Te puedo preguntar algo? -Claro. -¿Todavía ves a, mmm, ya sabes, a aquel tipo? Me dejó ver esa sonrisa traviesa que le conocía, la misma que le conseguía que los profesores lo pasaran aunque hubiera reprobado, o que los entrenadores lo dejaran usar lo que se le daba la gana en el gimnasio. -¿Tienes algo que vender? -¿Cómo?, ¡ay, no! -le contesté riéndome. -Vamos, hombre, es dinero fácil. Sólo tienes que quitártelos en la noche y ponerlos en una bolsa -me explicó-. Sé que al principio suena asqueroso pero, vamos, por lo menos no anda acosando a niñitos o algo por el estilo. -¿A ti te consta? -No -me dijo y luego reflexionó-. Creo que no. Papá entró a la casa, acababa de comprar el árbol de Navidad. -¡Vaya! ¡Aquí están mis dos chicos preferidos! -Qué tonto eres -le dije. -Hola señor Dietz. -Ya me di cuenta de que estás totalmente loco, señor Kahn, manejando la motocicleta con este clima. -Es que tengo una reputación que cuidar, ¿sabe? -luego Charlie volteó a verme-. Gracias por el chocolate Veer. ¿Quieres el libro? -¿Libro? Me hizo una señal con los ojos. -Ah, sí, el libro. -Nos vemos, señor Dietz, feliz Navidad. -Feliz Navidad, Charlie, por favor salúdame a tu madre -dijo mi padre, enunciando tal vez la frase más elemental que había dicho en su aburrida existencia de contadorcito.

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Cuando llegamos a la moto, Charlie me dio un fuerte abrazo (y yo otra vez convertida en charco de Vera). Luego puso sus manos sobre mis hombros y me miró de frente. -Somos amigos ¿verdad? -Claro - le contesté. -¿En serio? ¿Significa que no le dirás a nadie? -Sobre tu amigo... ah, no, para nada. -Es un poco de diversión inofensiva -me dijo mientras se ponía el casco y abrochaba su cinturón. -Feliz Navidad, -le dije. -Feliz Navidad a ti también, Vera. Al verlo manejando por el camino, a nadie se le ocurriría pensar que era un chico implacable. A nadie se le ocurriría que un jovencito que usa bien las luces direccionales y las enciende incluso cuando no hay ningún coche detrás de él, le ha vendido sus calzoncillos sucios a un completo extraño tanto tiempo. Era por eso que todo nos enamorábamos de Charlie, porque era el chico más impredecible sobre la Tierra. -Por favor no vayas a pensar que los estaba espiando -me dijo mi padre cuando entré a la casa-, pero ustedes dos sí que hacen una bonita pareja. Una inesperada furia comenzó a hervir en mi interior y subió hasta mi boca. -Por Dios Santo, papá. ¿Cómo es que te gustaría verme con un chico que, tú lo sabes muy bien, algún día me terminaría golpeando? ¿Acaso estás mal de la cabeza? Se quedó ahí mirándome confundido mientras yo enjuagaba las tazas en que bebimos el chocolate y las colocaba en el lavaplatos. Pero no podía dejar de pensar en Charlie y en lo bien que nos veíamos juntos. Ese año la primavera llegó bastante tarde En abril todavía nevó. Charlie tenía un trabajo en Aplus y papá decía que era "muy raro" que se hubiera conseguido un empleo en una tienda de abarrotes mientras seguía estudiando en la prepa. Yo continué trabajando en Arby´s y esperaba que me dieran más horas en el verano y ahorrar suficiente dinero para comprarme un celular. Papá se negaba rotundamente a pagar por él, su excusa era que él pertenecía a épocas

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pasadas. (Su mejor argumento era: "No me interesa quién diablos diga que es un artículo para tu seguridad, yo creo que sólo se trata de un gran fraude publicitario que ataca directamente a los niños que están mal informados". ¡Qué ternurita!) Además, todavía no me dejaba usar el auto de mamá, lo cual me ofendía más cada día. Ese verano también fui a pasear algunas veces a la pagoda con Charlie y a trepar el Roble Maestro para pasar el rato. Seguía gustándome mucho caminar con él por el sendero azul, me encantaba verlo con su banda roja en la cabeza y sus shorts khaki que podían olerse a un metro de distancia. Casi no hicimos nada más aparte de eso. Los dos teníamos mucho trabajo y Charlie seguía saliendo con varias chicas. No me lo decía pero yo me enteraba. Yo conocí a Mitch, un chico de una escuela privada que trabajaba conmigo en el turno de los desayunos el fin de semana en Arby´s. Me invitó al cine en dos ocasiones. Para que yo no pensara que era una cita siempre llevó a su hermanita. Era más como hacerla de niñera, pero yo trataba de actuar con normalidad y convivir con este chico normal. Nos tomábamos de la mano, él olía a cebolla. Al final me di cuenta de que no era atrevido ni cool y, además, me chocaba que siempre se vistiera tan formal. Después de las dos idas al cine fui a la oficina del gerente y le pedí que me pasara al horario nocturno de los fines de semana. Extrañaba a la señora Parker y al señor Zimmerman, extrañaba la forma en la que cuidaban a los animales, pero llegar a casa con un cheque también era agradable. A veces me detenía en el centro de adopción y también le envié una tarjeta al señor Zimmerman cuando me enteré que su esposa había fallecido. Lo hice porque, además de que me pareció correcto, también deseaba muchísimo trabajar en su tienda el siguiente verano. Las clases comenzaron de nuevo. Sigo siendo una estudiante invisible y Charlie ahora era un chico súper cool que andaba en moto y estudiaba en la escuela técnica. A veces nos veíamos a fuera de la escuela, pero él dejó su empleo en Aplus y comenzó a trabajar y estudiar en la compañía de climas artificiales donde su padre trabajaba. A veces llegaba muy tarde a casa. Yo me compré un celular que recargaba con tarjetas y nos enviábamos mensajes para hacer comentarios sarcásticos sobre la gente en nuestras vidas. Él me contaba lo estúpidos que eran alguno de los chicos de la escuela técnica y yo le contaba de los taradazos nerds de mi clase de Trigonometría que veían los programas del Duende Rojo en Internet. Papá también estuvo muy ocupado en el otoño porque tuvo que tomar dos cursos para actualizarse en una onda rara de devolución de impuestos. Me

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pidió que trabajara menos horas porque él no iba a poder llevarme al trabajo todo el tiempo. Yo no podía creer que hubiera llegado tan lejos en su afán de negarme un coche en perfecto estado que se estaba echando a perder en el garage. Antes de que siquiera lo mencionara, él levantó la mano y dijo: -Ni lo pienses. -Pero... -No. Suspiré y me tomé un minuto, pero no iba a detenerme. "¡Es que es tan ridículo!", dije, pero no era lo que le habría dicho si me hubiera dejado hablar desde el principio. Luego me metí colérica a mi habitación. Le envié un mensaje a Charlie diciéndole lo mucho que odiaba mi vida. Un minuto más tarde escuché su motocicleta por el camino. Cuando me asomé, él ya la estaba estacionando en la entrada y volteó a verme. Aunque ya estaba un poco oscuro, subimos al sendero azul hasta llegar al Roble Maestro, y trepamos lo suficiente para alcanzar a ver la luz roja neón atravesando el bosque. Charlie no habló mucho, se concentró en fumar. Yo tampoco dije mucho, quería enviarle un mensaje por el celular diciéndole Bésame, pero antes de tener la oportunidad, Charlie comenzó a bajar del árbol. Cumplí diecisiete años a la semana siguiente.

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En ningún lugar a ninguna hora Transcripto por Marielos56

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stoy recostada sobre el pasto en medio de la oscuridad del bosque sin poder moverme. Hay bichos, huele a gasolina. Frente a mí se yergue el Roble Maestro. Deja caer su lluvia de bellotas sobre mi

cuerpo.

El árbol explota y se cubre de llamas. Continúo sin poder moverme. Las bellotas se han convertido en piedras de fuego y yo estoy empapada en gasolina, destinada a morir. Ahora llegan las strippers. Alrededor de mi bailan mujeres con trajes de lentejuelas verdes, hilo dental, medias de red y ligueros. Las borlas que cuelgan de sus bubis giran y giran avivando más el fuego y acercándolo cada vez más a mí. Una de las mujeres parece ser nueva en el show porque no mueve las borlas en sincronía con las otras. Pero yo me concentro en la stripper principal: con sus provocativos labios fruncidos, mi madre se quita la boa de plumas que trae en el cuello y la agita de un lado a otro. Se fija en alguien del público pero no puedo voltear la cabeza para ver quién es. Estoy en un columpio sobre un río, soy una niñita otra vez, me sujeto con tanta fuerza que mis manos se lastiman y las frías cadenas del columpio laceran mis dedos. Muevo las piernas y grito ―¡Basta!‖ pero el columpio no se detiene. Papi me dice: ―¡Pero si es muy divertido!‖ Comienzo a llorar y gritar como si me estuvieran apuñalando, trato de que me preste atención, pero en lugar de eso se ríe. El columpio no se detiene. -¡Ya basta!- estoy llorando- ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta! Hay un avión de papel que flota en la corriente, voy navegando en él, metida entre los dobleces del centro y con los brazos extendidos sobre las alas. Vuelo sobre el pueblo y subo hacia la pagoda. Me deslizo sobre la calle Pitt y luego sobre Cotton. Esta última está repleta de motocicletas y camionetas. Cuando el avión pasa por las curvas en S, tengo que sujetarme fuerte y el papel me hace cortaditas en las palmas. Los dedos me sangran cuando llegamos a la pagoda pero me siento completamente gozosa. Aquí arriba es precioso, es increíble volar, pienso, al menos hasta que salgo disparada y encuentro la muerte al estrellarme contra las rocas.

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Ahora las strippers son nazis. O sea, tienen uniformes nazis que son muy sexys, medias de red y suásticas, como salidas de una película de Mel Brooks. Las borlas de las bailarinas cambiaron de color, ahora sin rojas y negras y detrás de ellas se ven cruces en llamas. Miro alrededor y no hay nadie más, pero cuando veo hacia abajo descubro que estoy de nuevo sobre el aeroplano de papel. Charlie remplaza a mi madre y gira un par de calzoncillos blancos sobre su cabeza. Se los arroja a un público inexistente y cuando trato de ver hacia donde caerá, el pervertido de Overlook aparece a dos centímetros de mí, ―Que bonitas trenzas rubias.‖ Charlie me guía a través del oscuro bosque, de alguna extraña manera me doy cuenta que todo está sucediendo en tiempo real. Charlie me sujeta de la mano con firmeza y me lleva con él. Lo hace con tanta fuerza que las palmas me vuelven a sangrar. Llegamos a un claro, él se detiene y mira hacia arriba. -Mira eso, Vera. Echó la cabeza hacia atrás y veo un cielo lleno de estrellas. -¿Me puedes señalar cual soy yo?- me pregunta Le señalo la más brillante. Me vuelve a tomar de la mano y llegamos al pie de la casa del árbol. Luego, estamos arriba en la casa y Charlie me muestra un tablón falso que tiene debajo del colchón. -Tienes que hacer esto- me dice. -Sí, lo sé- le contesto -Lo siento. -Lo sé- le contesto de nuevo. -¿Me perdonas?- me pregunta. Y yo le digo: -Todavía no. El insiste: -No queda mucho tiempo. -¿A quién no le queda mucho tiempo?-le pregunto. -Hay gente que va a salir lastimada- me explica Estoy molesta.

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A.S. King -¿Qué sucede?- me pregunta. -Tengo miedo- le respondo. -Solo hazlo. Me entrega una vieja caja de puros. -¿Por qué yo, Charlie?- le pregunto -Porque eres la más valiente- me contesta.

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Historia: Diecisiete años Transcripto por ArrianeGregori

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a primera vez que me subí a una motocicleta, papa tenía un temor en el rostro que jamás le había visto. Le dijo a Charlie. - Charlie Kahn, esa niña que está montada en tu moto es mi única

hija.

- Tranquilícese, Señor D, la voy a cuidar muy bien. Fuimos a la pagoda y cuando llegamos ahí, me sentí como una persona nueva: como una mujer adulta de diecisiete años, al quitarme el casco, por primera vez en mi vida sentía que era casi tan cool como Charlie. Y cuando giro y me beso dulcemente en los labios, me sonroje y le dije que se detuviera. Luego nos volvimos a poner los cascos y bajamos por la colina. Cuando coloque los brazos alrededor de su cadera, me abrace fuertemente a él como si fuera su novia. Fue poco antes de Halloween y acababa de cumplir diecisiete años. Todos los viernes del invierno organizábamos una noche de cine en casa. Papa nos preparaba palomitas y luego nos dejaba solos y a oscuras en la sala. Nuestra amistad todavía no había resultado afectada por los embates de la preparatoria como les había sucedido a otros. Aunque cada quien tenía su vida, Charlie y yo aun regresábamos al lugar donde todo comenzó. Solo el y yo. A veces Charlie tomaba mi mano y eso me provocaba una confusión tan grande que no me podía concentrar en la película. Lo único que sobre el Apocalipsis ahora es que trata de la guerra de Vietnam, pero ni siquiera recuerdo quienes actuaron en ella. Lo que recuerdo muy bien es la mano fuerte de Charlie, la forma en que rozaba mi palma con su pulgar, su aroma a palomitas de maíz y mantequilla. En enero perdí mi empleo en Arby´s porque iba tan pocas horas al día que deje de ser necesaria. Culpe de eso a papa y a su necesidad de no entregarme el coche de mama pero no dio ninguna señal de sentirse culpable. Luego, Llego el día de san Valentín. Se organizo un baile y se vendieron globos, flores, anillitos chafas de compromiso y todo tipo de ositos y animales

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de peluches aburridos, como si a un adolescente se le pudiera mostrar afecto a las mismas baratijas con que se les demuestra a los bebes. San Valentín también era la fiesta deleznable del año para los Dietz porque, con ella, las compañías querían propagar entre la gente comercialización de algo sagrado. Mama y papa tenían un acuerdo de nunca intercambiar obsequios ese día, ellos creían que era una fiesta falsa inventada por los fabricantes de tarjetas de navidad. Era un fraude, un show montado para sacarle dinero a las parejas inseguras que no compartían un amor genuino. Yo estaba de acuerdo con la mayor parte de las ideas de mis padre (por otro lado, obviamente, no compartía la idea de que ellos fueran el paradigma del amor verdadero). Es por ello que, cuando regrese de la escuela y sobre la mesa de la cocina encontré una docena de rosas para mí, trate de no ser demasiado cínica. Papa las había colocado en un florero de cristal que teníamos y dejo un sobre cerrado en la base junto con una nota suya que decía; Regreso a las 5, tuve que ir al notario. Abrí la tarjeta, era la terrible letra de Charlie. Decía: Salgamos esta noche, te recojo a las 8, con amor, Charlie. ¿Con amor?, ¿Con amor, Charlie?, ¿Salir?, ¿A dónde? Ustedes pensaran que, para ese momento, yo ya estaría acostumbrada a Charlie y a sus espontaneas y peculiares fregaderas, pero no, no es así. En particular si se trataba de 100 dólares en rosas y una cita en tres horas. Aunque lo único que él quería demostrarme era su cariño, yo no podía ver mas allá del control y la manipulación... Más tarde, cuando comimos, papa me dijo: - Que lindas flores, ¿Quién te las envió? Me sonrojé y suspiré. - Charlie, - le contesté. Pero no tengo idea de porque lo hizo. Me miro por encima de sus anteojos y dijo: - La navaja de Occam, Vera. Mi papa está obsesionada con la navaja de Occam, una teoría que para abreviar, propone que la solución más simple siempre es la mejor. (Y aplicaba a Charlie, la navaja de Occam significaba que me había enviado flores porque me amaba.) - Creo que vamos a salir esta noche.

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A través de sus ojos pude ver mil monos preocupados esculpiendo en las cejas de mi padre un gesto de total indecisión. Hace mucho tiempo me había dicho que no tenía permiso de ser novia de Charlie, pero en los años subsecuentes, en más de dos ocasiones mencionó que nos veíamos muy bien junto. Creo que papá ni siquiera tenía claro lo que quería… y a mí me sucedía exactamente lo mismo. Bajé a las 8.05 y me senté en uno de los banquillos de la cocina. Miré mi reflejo en la puerta del patio hasta las 8:15. Me había puesto los jeans y unas botas Doctor Martens tan nuevas que todavía molestaban un poco. Debí imaginar que Charlie llegaría tarde. Llamé a su casa las 8:30 sintiéndome tan estúpida que sería difícil describirlo. La señora Kahn me contestó con su típico tono animadito con el que trata de ocultar todas sus broncas y cuando le pedí hablar con Charlie me dijo que había salido. No parecía sorprendida de que anduviera buscando a Charlie o de que fuéramos a salir juntos. - Que bueno que Charlie está tratando de socializar como lo hacen los demás, ¿no crees, Vera? Después de tantos años de empeñarse en ser diferente. Me daban muchas ganas de decirle que no hay nada malo en ser diferente, que esa diferencia era justamente lo que hacía que Charlie fuera como era. Pero nunca lo entendería porque, para ella, cualquier cosa que se saliera de lo común resultaba intimidante o estúpida y le daba un pretexto más para poner cara de fuchi. Si Charlie hubiera sido el siguiente Einstein, su madre le hubiera dicho que no fuera tan raro, que cepillara su cabello y, además, hubiera logrado hacerlo abandonar la física, en tanto que su padre lo hubiera forzado a inscribirse en la escuela técnica para aprender sobre aire acondicionado. - ¿Le puede avisar que llamé? - Claro, pero no vayamos a echarle a perder la diversión, ¿está bien? Cuando colgó me dieron ganas de matarlos, a ella y a él también. - ¿Todo está bien? – me pregunto papa. - Ajá – le dije justamente en ese momento oí la motocicleta de Charlie subiendo por el camino. Cuando llego se veía distraído y enfadado pero supuse que era solo la forma de mostrar lo intenso que podía ser.

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No sabía cómo sentirme cuando estaba abrazada a Charlie y avanzamos por Overlook. Revotaba en la motocicleta sintiéndome bastante estúpida por no atreverme a preguntar adónde nos dirigíamos. Me sentía estúpida por permitir que el tomara las decisiones como si yo fuera, igual a todos los demás, una ciega idiota impresionada con su carisma. Escuché el eco de mi voz dentro del casco cuando hable. - ¿A dónde vamos? – Le pregunté con calma y el eco me respondió -: ¿A dónde vamos? Dobló a la izquierda hacia la pagoda y con mucho cuidado manejó por las curvas en S hasta que llegamos a la parte recta del camino como a unos cien metros del estacionamiento. Levantó su mano del manubrio y tocó mi rodilla derecha; como estaba bajando la velocidad supuse que nos detendríamos en la pagoda, una idea bastante romántica. Recordé la nota que me había enviado con las flores y dije en voz baja ―con amor, con amor, Charlie‖. Y el casco respondió. ―Con amor, con amor, Charlie‖. Solo había coches estacionados pero parecían vacios. Charlie disminuyó la velocidad aun más y se estacionó en el primer lugar, el que está a la derecha de la pagoda. Bajño los pies para estabilizarnos. Yo me bajé y luego el hizo, después de balancear la moto sobre su base. Nos quitamos los cascos y yo esponjé mi cabello porque se había aplastado un poco. Charlie sonrió y estuvo a punto de decir algo pero, justo antes, escuchamos un grito: - ¡Oye, Charlie! ¡Estamos acá! Era uno de sus amigos de la escuela técnica. Nos saludaba desde el pedregal. Charlie le respondió, volteó hacia mí y dijo: ―Vamos‖. Obviamente fruncí el ceño pero él no lo notó. Cuando íbamos caminando extendió su mano hacia atrás para tomar la mía pero yo me retrasé unos pasos y mantuve los brazos pegados al cuerpo. Había seis chicos: dos parejas abrazadas y otros dos tipos payaseando sobre las piedras. Tenían cerveza. - ¿Si conocen a Vera?

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Balbucearon varias respuestas: Ajá, no, ¿Qué tal, Vera?, Bienvenida, Que gusto, ¿No estaba en mi clase de educación física el año pasado?, ¿Vas a la técnica? ¿Qué no es ella la chica que…? Me las arregle para contestar ―Hola‖, pero lo que en realidad quise decir fue llévenme a casa. - ¿Quieres cerveza? Charlie atrapó un lata que lanzaron y luego otra. Yo no acepté y él guardó mi cerveza en el bolsillo de su chamarra. Comencé a sentir frio, el viento calaba. Esto parecía cualquier cosa menos una cita. - ¿Tienes frio? – me preguntó Charlie. No sabía cómo expresar lo que quería decir, así que solo contesté ―ajá‖ Dos de las parejas estaban sentadas en los extremos del pedregal, reían y lanzaban sus latas de cerveza y luego sacó la lata que era para mí y la abrió. - ¿No te quieres sentar? – Me preguntó. - Me estoy congelando – Le contesté, pero lo que en realidad quise decir fue Te odio Diez minutos después se levantaron las dos parejas y caminaron hacia nosotros. Eran Jenny Flick, Bill Corso y Gretchen con su ebrio novio, según había yo escuchado, ya estaba en la universidad. - ¿Qué no va a beber algo? – Le preguntó Jenny a Charlie. Yo estaba parada justo enfrente pero ella le pregunto a él. - No bebo – le dije. Mi respuesta desató una risa burlona, alguien pasó más cervezas y dos de los tipos fueron a orinar al extremo del pedregal. - ¿Estás bien? – me preguntó Charlie. - Ajá – Le contesté, pero lo que en realidad quise decir fue No. Bill Corso metió la mano en el bolsillo de atrás y sacó un churro. Todos los demás se sentaron alrededor para hacer una pared e impedir que el viento lo apagara. En mi cabeza giraban mil millones de pensamientos al mismo tiempo. Esto no tenía ninguna lógica. El churro paso con rapidez por todas las bocas y cuando llegó a mi lugar, Charlie lo tomó por mí.

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- Y se ve que tampoco fuma – dijo Jenny cuando terminó de exhalar el humo. - ¿Y? – dijo Charlie un poco molesto. Jenny se encogió de hombros y dejó de verme para mirar a Charlie, luego volvió a mí y luego a Charlie de nuevo. Pude notar que estaba maquinando algo, y luego, mientras los demás seguían pasando el churro, la vi fijarse en Charlie y desnudarlo con la mirada. Fue tan obvio que me dieron ganas de vomitar. Creo que Charlie se dio cuenta de que yo temblaba porque pasó su brazo a mí y me envolvió con la chamarra de cuero, acercándome a su pecho. Jenny puso cara y abrazó con fuerza a Bill Corso. Sentí tanto calor que me dieron ganas de hacer pipi. De pronto estaba en problemas porque la pagoda estaba cerrada y no había baños disponibles. Cuando se acabó el churro y se deshizo el circulito, Charlie encendió un Malboro y las parejas se fueron de nuevo a fajar al pedregal. Le murmuré a Charlie que tenía que ir al baño. - Allá abajo, cerca de la pared, hay un buen lugar, si quieres yo cuido que no te vean. - Gracias – le contesté, pero lo que en realidad quise decir fue ¿ya habías venido aquí con Jenny? Bajé la cubierta del brillo rojo luminosos de la pagoda, manteniéndome pegada al muro de piedra para no caer. Charlie se detuvo al principio del camino; Cuando encontré un lugar bastante oscuro, muy cerca de los arboles, me baje los jeans y hasta que mi cuerpo se acostumbro al viento helado, pude orinar. Por encima del sonido del líquido cayendo sobre el piso congelado, escuche a Jenny decir: - ¿Por qué tuviste que traerla precisamente a ella? - Vera es buena onda, hombre – le contesto Charlie. - ¿Tu lo crees? – dijo uno de los tipos. Busqué en mi saco un pañuelo para limpiarme. - Cállate, no está sorda, ¿sabes? - Pero ¿Qué no es súper nerd?

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- No – dijo Charlie enfadado. - Yo había escuchado que sí. - Yo escuché que su mamá es desnudista. - Uy, que rico – dijo uno de los tipos. - Es asqueroso – agregó Jenny Flick. Mientras me subía el cierre el corazón me golpeaba fuerte en el pecho y, apoyándome en el muro, subí hasta donde estaba Charlie iluminado de rojo. Él me extendió su mano pero volví a rechazarla. Pensé que el vería las cosas de la misma forma que yo y me imaginé que en ese momento nos despediríamos para ir donde sea que fuéramos a ir. Pero cuando volvimos al pedregal, el se dirigió a los dos tipos de la escuela técnica y sacó una anforita con licor del bolsillo interior de su chamarra. Dio un trago y se la paso al de junto. Los otros bebieron y luego se la devolvieron a Charlie, el echó la cabeza hacia atrás para beber y uno de ellos dijo: - ¡Oigan!; ¡Esta mierda que trajo Kahn esta buena! Charlie volteo hacia mí. - ¿Quieres un poco? Le conteste: ―Nah‖ pero lo que en realidad quise decir fue ¿Quién diablos eres? Charlie trató de sacar un cigarro de la cajetilla pero se había acabado. Buscó en los bolsillos de la chamarra y luego volteó hacia mí. - Veer, ¿me podrías traer una cajetilla de cigarros? Están debajo del asiento de la moto. Jenny Flick agregó: - ¿De paso puedes detenerte por ahí y tratar de conseguir algo de personalidad? - ¡Jenny! – dijo Charlie. - ¿Qué?, Solo estaba bromeando.

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- No fue gracioso – le dijo él y luego giró para decirme algo pero yo ya estaba camino al estacionamiento. Saqué los Malboro de debajo del asiento y los metí en mi bolsillo. Me detuve junto a la pared y me senté frente a la pagoda para contemplar su peculiar belleza tan fuera de lugar. Pensé que si me quedaba un minutos o dos, Charlie vendría a buscarme, pero en lugar de eso solo llego hasta mi el humo de la mota otra vez y comprendí que yo no le interesaba un carajo. Me di una verdadera platica de motivación a la Ken Dietz: ―Vera eso es lo que hacen los chicos en la preparatoria, no deberías estar aquí toda enfurruñada. Tienes que volver y ser tu misma: cínica y divertida, la auténtica Vera Dietz.‖ Pero no funcionó. No funcionó porque sabía bien que no debía darle lo mejor de mí a esa gente, que no se les deben tirar perlas a los cerdos. Por eso decidí pedirle a Charlie que me llevara a Casa. Pero cuando doblé en la esquina de la pagoda y lo vi enseñándole a Jenny Flick, a Bill Corso y al resto de sus nuevos amigos como planean los avioncitos de papel (fabricados con los tres reportes escolares de Corso advirtiéndole que estaba a punto de reprobar) en el veloz y helado viento, di la vuelta y me dirigí a casa. En medio de la oscuridad bajé sobre Overlook pensando en Charlie. Estaba furiosa, maldito Charlie, estúpido idiota, estúpidas rosas, estúpida pagoda, estúpidos Loosers, estúpidas botas que me estaban sacando callos. Estúpida Vera Dietz. Papá se dio cuenta de que llegué a casa, subí las escaleras y entré en mi habitación sin hacer ruido. Subió y me dijo: - ¿Vera? ¿Por qué no bajas, ordenamos pizza y nos damos un atascón? Y eso fue justo lo que hicimos. Papa no menciono a Charlie ni una vez. Mientras yo me ponía la piyama, el cambió las rosas de lugar y las colocósobre la base de la ventana, junto al fregadero. Fue una buena idea porque el triturador de basura orgánica se había descompuesto y las rosas sirvieron para ocultar un poco el olor a vegetales echados a perder y agua estancada. La caja de pizza traía un cupón de descuentos de dos dólares en la compra de dos pizzas y una Coca. Cuando papá lo recortó para guardarlo en el organizador de cupones que tiene sobre el refrigerador, notó que había un anuncio solicitando repartidores. - De dieciocho años en adelante – leyó -. ¿Qué opinas? Podría ser un trabajo divertido.

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-Pero cumplo los dieciocho hasta octubre y, de cualquier forma, como ya voy a tener edad suficiente para trabajar en la tienda de Zimmerman, este verano voy a solicitar empleo ahí. Claro que a papa no le gustaba la idea a pesar de que sabía que si me iban a pagar porque yo no había dejado de mencionarlo después de que entré como voluntaria al centro de adopción. Pero, después de pensarlo un segundo, añadí: - Espera, ¿estás tratando de decir que me darás el coche de mamá si consigo este empleo? Porque, si esto significa que me vas a dar el coche, entonces podría trabajar ahí medio tiempo y también un rato en la tienda de animales. - Pues yo le llevo la contabilidad a uno de los repartidores – me dijo – no pagan mal y dicen que las propinas son buenísimas. En la tienda de animales no dan propina. - Es cierto, pero tampoco puedo abrazar y darle cariño a la pizza. Fue bueno tener esa conversación porque me distrajo y pude dejar de pensar en Charlie. Papa recorto la sección donde solicitaban repartidores, la pegó al refrigerador con un imán y dijo: - Diablos, tal vez yo debería tomar el trabajo. Sería divertido tener un empleo que me dé un dinerito extra. Ademas, me voy a quedar muy solo aquí cuando tengas novio o… cuando te vayas a hacer lo que quiere que sea que estés haciendo. Le conté todo, lo de la pagoda, los amigos, las bebidas y la mota. Solo me reservé lo de los avioncitos de papel porque sabía que le dolería en el alma enterarse de que una bola de cretinos había robado algo tan sagrado para los Dietz. Suspiró y tronó la boca. - Vaya, es muy decepcionante. - Dicho sutilmente – añadí. Miró las flores y después a mí. - Veer, debe haber alguna explicación, este niño se gasto una fortuna en esas rosas. No es lógico.

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- Bueno, pues este es el tipo de cosas que tendría que soportar si me hiciera su novia – le dije -. Además, es mi mejor amigo y no quiero arruinar eso, es mejor así. Asintió y tomó mi mano. - ¿Sabes algo?, en verdad eres una pequeña muy inteligente. Claro que, por supuesto, le estaba mintiendo a ambos. Si Charlie me lo hubiera pedido, me habría escapado con él a la mañana siguiente.

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Un breve comentario del chico muerto Transcripto por ArrianeGregori

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onocí oficialmente a Jenny Flick en el salón de castigo en enero, tiempo después de haber entrado en la preparatoria. Me cacharon fumando junto a la puerta de carga del salón de taller

de carpintería.

Yo le simpatizo mucho al señor Smith, pero, como ahí estaba el maestro del taller en metal, y el es un verdadero hijo de mala madre, Smith tuvo que levantarme un reporte. Cuando entré al salón, los buscapleitos estaban de pie platicando de una pelea que, supuestamente, se llevaría a cabo en la escuela al día siguiente. No reconocí a la mayoría de los chicos nuevos porque yo solo iba a la escuela técnica medio día, pero si vi que estaban ahí Bill Corso y sus dos mejores amigos del equipo de futbol: parecían de esos gemelos campiranos con retraso mental. Jenny Flick estaba sentada, recargada en su asiento con los pies sobre el escritorio. Traía unas botas rosas de piel, jeans entallados y una camiseta negra pegadita de LedZeppelin. Estaba masticando un chicle y haciendo bombas. Yo me senté en la esquina de la derecha e ignoré a todos como en las demás ocasiones que había terminado en el salón de castigos. El profesor de educación Especial, el señor Oberman, era el maestro que nos iba a cuidar ese día y, cuando entró, escribió una cita en el pizarrón mientras decía: - Damas y caballeros: vamos a estar aquí una hora, si deciden aprovecharla para hacer su tarea o sus lecturas de clase, creo que estarán tomando una decisión muy inteligente. Sin embargo – se detuvo y miro a Bill Corso - … si deciden nada más que sentarse como gorilas aburridos, van a tener que escribir esta frase todas las veces que puedan hacerlo en la siguiente hora. Aquí en el escritorio tengo papel y lápices para los que no vinieron preparados. No había duda de que el señor Oberman era gay porque no se molestaba en ocultarlo. Yo me atrevería a decir que en el salón de castigo se comportaba todavía más gay porque eso les molestaba muchísimo a los buscapleitos. A Bill

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Corso no iba a venir un mariquita a decirle que hacer, y por eso Oberman exageraba un poco su homosexualidad para enfurecer a chicos como Corso. La cita decía: DE CUANTOS PROBLEMAS NOS PRODRIAMOS DESHACER SI, EN LUGAR DE DECIDIR TENER ALGO, DECIDIERAMOS SER ALGUIEN. - ¿Qué diablos significa eso? – pregunto Corso. - ¿Usted que cree que significa, señor Corso? - Pues no sé. Corso se sentó de brazos cruzados, desparramando sobre el asiento y con las piernas totalmente abiertas como si fueran las fauces de una ballena gigante. No traía ni libros, ni lápices, ni papel. - Bien, pues tal vez si comienza a llenar estas hojas con la frase llegara a comprender los que significa – le dijo Oberman y dejo caer una hoja de papel a rayas y un lápiz sobre su escritorio. De un manotazo, Bill tiro todo al piso. - No voy a escribir mierdas, Héller y Frisk no nos obligan a escribir. El señor Oberman permaneció en calma y sonrió. - Si, pero yo no soy el señor Héller ni el señor Frisk, soy el señor Oberman, y si no levantas eso y empiezas a controlar tu lenguaje, te voy a dar otro mes de castigo. Se quedaron mirando el uno al otro, los demás observaban en silencio. Yo ya había sacado la tarea de matemáticas y hacia como que no veía porque todos estos eran una bola de losers y, sin importar mi origen, no me iba a convertir en uno más de su grupo. - Le voy a dar un minuto para que recoja eso, señor Corso. Después de eso, estará enfrentando una posible suspensión. Pero Bill no se movió. Cuando se cumplió el segundo cincuenta y dos, volteó sobre su hombro izquierdo, miró a Jenny Flick y se encogió de hombros Y cuando pasó el minuto, Oberman miró por encima de sus papeles y señaló la puerta.

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-Adiós, señor Corso, mañana lo estarán esperando temprano en la oficina. Bill salió, avanzo algunos pasos en el corredor y luego grito ―¡MARICA!‖. Jenny Flick se rió y con ella también lo hizo el resto de los buscapleitos. Oberman continúo revisando sus papeles y yo seguí haciendo la tarea de matemáticas. Un minuto después era como si Corso nunca hubiese estado ahí. La hora paso con mucha lentitud, en cuanto Salí de la escuela saque un cigarro y lo encendí. - Me gustan mucho los rebeldes – dijo Jenny. Me tomó completamente por sorpresa porque no había notado que estaba atrás de mí. Además, ¿qué le contestas a eso? - ¿Ah, sí? - Ajá. ¿Tienes encendedor? Encendí su delgadito cigarro de niña, guardé mi encendedor en el bolsillo y me quedé callado. - ¿Quieres ir a mi casa? - Nah. - Mi mamá trabaja por la noche y mi padrastro llega hasta las ocho. Me negué con la cabeza, - Nah, gracias. - Tengo mota. - Tengo que volver a casa – le dije y, como no me contestó nada añadí-: ¿A qué se dedica que llega tan tarde? - Es gerente, se la pasa todo el día diciéndole a la gente que hacer. Luego regresa a casa y empieza a decirme a mí que hacer. - Ah, ¿Cómo qué? - ¿Qué? - Si. ¿Qué es lo que te dice que hagas?

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- Ah, la misma mierda de siempre, limpiar, cocinar, lavar ropa, sacar al perro, planchar sus camisas, lustrar sus zapatos, todas las cosas que le da flojera hacer a él. En cuanto me lo dice, siento pena por ella. Es decir, yo pensaba que mi papa era un imbécil, pero creo que nunca había obligado a mi madre a lustrarle los zapatos. - Que terrible – le dije. - Ajá, sin importar el día, siempre es la misma mierda, supongo. –Una ráfaga de viento desordeno su cabello y ella lo acomodo de nuevo-. ¿Estás seguro de que no quieres acompañarme? - No puedo. -Te la puedo chupar, si quieres. Recibí su ofrecimiento con un gesto de ¿te cae? - Si, si quieres – insistió y dio una fumada fuerte y profunda. No puedo describir bien lo que sentí. Yo tenía diecisiete y lo que ella me ofrecía era sacado de una ensoñación matutina triple X. Y a pesar de todo eso, todavía tuve tiempo de comprender que, en el idioma de Jenny. ―Te la puedo chupar‖ significaba ―Me gustas mucho‖ Y entonces, pues lo tome como un cumplido porque, ¿a quién no le gusta que lo halaguen? Pero al mismo tiempo sabía que me lo decía porque estaba desesperada y eso no me gustó nada. Le pregunté: - ¿Qué te hace pensar que quiero que me la chupes? Se carcajeo. - ¡Porque a tooodos los hombres les gusta que se la chupen! - ¿O sea que se la chupas a todos los tipos solo porque les gusta? De acuerdo, admito que tal vez no fue lo mejor que pude decir en una situación así, pero es que en verdad quería que me dijera lo que sentía. Que me dijera ―Me gustas, Charlie‖, o algo más común. Algo menos vulgar, por lo menos. Me miró con furia

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- Cuídate la espalda, Charlie Kahn, conozco a gente muy importante. - Okay, me cuidaré – le contesté, pero ya no me oyó porque se había dado la vuelta y se dirigía a la escuela. No lo había notado pero los buscapleitos permanecieron todo el tiempo una cuadra atrás de nosotros, incluso Corso, el novio de Jenny. Después de eso, Jenny comenzó a aparecer en todos lados ya comportarse buena onda conmigo. A veces, cuando estaba en el estacionamiento con mis amigos de la escuela técnica esperando a que se fueran los autobuses y platicábamos de motos, coches y otras cosas, ella se nos unía y se la pasaba sonriéndome. Debe haberse dado cuenta de que yo no era muy receptivo en cuanto a la actitud agresiva que me había mostrado cuando salimos del salón de castigos. Y ahora, en lugar de ponerse en su papel de zorra, se comportaba con dulzura y me sonreía con timidez. También, cuando me veía en los corredores de la escuela entre clases, chocaba conmigo a apropósito y se disculpaba. Otras veces me saludaba sutilmente desde lejos diciendo ―Hola‖ con los labios. La siguiente vez que me mandaron al salón de castigo, me senté al fondo del salón y la ignore, pero, mientras más la ignoraba, mas me presionaba; mientras me presionaba, mas la admiraba; mientras más la admiraba, más atractiva me parecía, y más conseguía ―accidentalmente‖ que me enviaran al salón de castigos. No puedo explicar bien por qué sucedía todo esto, pero tal vez tendría que comenzar recordándoles que yo vivía con un bravucón y una mandilona. Además, tenía diecisiete años y a mis hormonas les había quedado muy claro que Jenny: •Era una chica fácil •Era más o menos bonita. •Y se sentía muy traída a mí. Ahora que estoy acá, me doy cuenta de que Jenny era como DarthVader y, como tal, hacia que el lado oscuro fuera muy, pero muy atractivo. Pero, ¿Por qué me volví contra vera? Eso si no lo sé. Tal vez porque no quería que viera en lo que me estaba convirtiendo: un mañoso que no podía evitar hacer todo aquello que no debía. Tal vez porque sabía que ella estaba bien y no necesitaba que la rescataran y Jenny por otra parte, si necesitaba ayuda. ¿Por qué la gente cree que siempre hay respuestas correctas para todo? No las hay. ¿Por qué mi papá golpea a mi madre? ¿Por qué a John le gustaban los calzoncillos sucios de adolescente? ¿Ven a lo que me refiero?

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La pagoda también hace un breve comentario Transcripto por Criis

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ienen idea de lo aburrido que se ha vuelto estar aquí viendo cómo los estúpidos adolescentes vienen a beber y a drogarse en el pedregal? Lo más gracioso es que todos ellos creen que son mucho más inteligentes que sus padres, pero no saben que sus padres vinieron aquí a cometer exactamente las mismas estupideces hace muchos años. Además, ¿arrojar latas de cerveza? La multa es de 300 dólares. Estos chicos tienen suerte de que yo sea un objeto inanimado.

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La fiesta de Navidad de Pizza Pagoda: segunda parte Transcripto por Nessydragomir

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la primera persona que veo es al hijo del Gordo Barry, no deja de mirarme con los ojos desorbitados. —¿Ya te viste la cabeza? —me pregunta.

Sigo tirada en el piso, acabo de recobrar el sentido y, por supuesto, no me he visto la cabeza. También está James aquí. —¿Vera?, ¿Vera?, ¿estás bien? Todo es demasiado confuso excepto las calientes palpitaciones que siento en la frente. Miro a James y al niño pero no veo a Mick. Tampoco veo a Marie, ni a su esposo ni al Gordo Barry. —Tienes que ir a revisarte la cabeza —me dice el niño otra vez. Me levanto con lentitud y camino hacia el baño, James me sostiene, estás tan consternado que no deja de hablar y decir frases incomprensibles. —Te voy a llevar a casa. Ay, Dios mío debí matar a ese tipo. Mierda, ¿estás segura de que estás bien? Ay, Dios mío, ¿Sí puedes ver bien? A dos pasos de la puerta del baño, estiro el brazo y me toco la frente. Siento como si tuviera una bola de pingpong donde nace el cabello. Y además la frente me sangra un poco y me deja con esa típica sensación de incomodidad. En cuanto me miro en el viejo y destartalado espejo, de inmediato se me baja la borrachera. Salgo y James ya no está ahí, camino como fantasma hasta el estacionamiento. Aunque sé bien que estoy manejando ebria, en realidad no lo siento así. Estoy muy consciente de que no debería manejar, y sin embargo lo hago sin desperdiciar energía ni pensamientos. No tengo idea de cómo llegué a la carretera, tampoco recuerdo cómo salí del estacionamiento de la estación de

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bomberos y mucho menos recuerdo haberme despedido de James o de alguien más. No soy yo quien maneja el coche, alguien más está cambiando las velocidades por mí, alguien más encendió la direccional y dobló en Overlook. Manejo por la colina, me dirijo al sembradío de Jenkins y detengo el coche en el lugar aquel desde donde a veces miro las estrellas. Alguien enciende la luz dentro del coche y yo uso el retrovisor para ver el chichón. Es enorme y me está matando. Tal vez es sólo la luz, pero creo que también se me están haciendo hematomas debajo de los ojos. De pronto comienzo a llorar al darme cuenta de que voy a tener que explicarle esto a papá. Seguramente se va a poner como loco cuando trate de explicarle. Apago la luz. Y de pronto, están todos ahí,los mil. Tal vez ahora son un millón. El sembradío está repleto de Charlies que brillan en color azul y blanco. Puedo escuchar como respiran y luego, cuando exhalan, llego a escuchar una palabra: Descansa. No me puedo dormir aquí, ni siquiera sé si puedo dormir, punto. Tal vez tengo una fractura y, si me quedo dormida, podría caer en coma y morir. Descansa. Parpadeo y los miles de millones de Charlies brillan aún más. Tal vez son un billón, todos inhalando y exhalando la palabra Descansa. Descanso la cabeza sobre el asiento, me acurruco un poco hacia la derecha y meto los pies bajo el saco. Verifico que los seguros estén puestos y cierro los ojos. Puedo ver a los Charlies detrás de mis párpados. Son un número infinito de Charlies. Sonríen y acarician mi cabeza, brillan con una luz color azul y blanco, y exhalan suavemente: Descansa. Cuando me pega la luz del día, despierto con frío. Recuerdo que Charlie me estuvo despertando cada hora durante la noche- vi el reloj digital en el tablero- y que, en cada ocasión, me cuidó, me protegió y se aseguró de que no estuviera muerta. Me quedé ahí como dos o tres minutos y luego toqué mi cabeza, ahora se siente como si me hubiera salido una pelota de beisbol. A mi papá le va a dar un ataque.

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Tengo que irme antes de que la carretera se llene con los coches de la gente que va de compras y a trabajar los sábados. Enciendo el motor y le subo la calefacción mientras pienso qué le voy a decir a papá. El lado positivo es que no pasé toda la noche teniendo sexo con James. ¡Ni siquiera sé dónde está! El lado negativo es que tengo un golpazo y lo más probable es que necesite ver a un doctor. No puedo ni recordar todo lo que bebí anoche, fue tanto. En momentos como este siempre me gustaría que mi papá fuera un camionero de esos que realizan prolongados viajes o que trabajara en la Estación Espacial Internacional. Salgo del sembradío suspirando: ya me quedó muy claro que tengo lo que merezco. El hecho es que me siento muy afortunada de no estar muerta o de haber terminado golpeada y violada junto al tiradero que está afuera de la estación de bomberos de Jackson. Aquí está mi padre, utilizando las palabras mierda y joder en una oración. —¡Mierda! ¿Quién te jodió de esa forma? Nunca antes lo había escuchado decir majaderías. Se me acerca ve las lágrimas en mis ojos y su furia de pronto se convierte en preocupación. —Vera, ¿estás bien? —Sí, estoy bien —le digo. —Eh, mm, eeh... —Entra en pánico, el pobre nunca ha sido bueno haciéndola dee enfermero. —En serio, papá, estoy bien Puedo ver que está muy confundido. Antes de que llegara a casa, quería matarme a palos, quería leerme la cartilla y obligarme a llamar otra vez a mi madre. Quería encerrarme en un internado para niñas que se enamoran de hombres de veintitrés y que les gustara beber. Pero en cuanto entré a casa luciendo de esta forma, sus planes se colapsaron por completo. Ahora no deja de caminar por la sala y de murmurar sin saber qué hacer con las manos. Me sirvo un vaso de agua y me tomo tres Advil. Después de dos minutos se acerca a mirar con detenimiento el chichón y me dice: —Ponte el abrigo, te voy a llevar al hospital. —¿No quieres saber dónde pasé la noche? —No

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—¿No quieres saber si estuve bebiendo? Me mira con impaciencia y me pone cara. —¿Me dejas cambiar de ropa por lo menos? —Yo voy a encender el coche —me dice, tratando de ocultar lo consternado que está. Me encierro en el baño de arriba y enciendo las dos lámparas. Oh Dios. Parece como si hubieran dado una paliza. ¿Me la habrán dado? Mientras me lavo la cara y los dientes, me acuerdo de Mick, el skinhead neonazi y de lo simpático que fue antes de que comenzaran a darle esos ataques de locura. Creo que sólo fue un accidente. No creo que él haya querido tirarme para que me golpeara en la cabeza. Nadie haría algo así a propósito, en especial en una agradable fiesta de Navidad donde había cincuenta personas como testigos. Y de alguna forma decido que no, que no fue a propósito, que todo fue un accidente que Mick cayó porque estaba ebrio. No había manera de culparlo. Pero por desgracia, en mi cerebro permanecen guardados unos pedacitos de información. Es información sonora, es la información que recibí mientras estaba desmayada sobre el piso de madera. Tal vez había estado soñando, tal vez podía escuchar mientras mi cerebro se tomaba un minuto para recuperase. Pero la información estaba ahí y no me dejaría deshacerme de ella. JAMES: ¿Por qué diablos hiciste eso? MICK: ¡Esta niña es una freak! MILI: Diablos, Mick EXTRA#1: ¿Está bien? EXTRA#2: Está noqueada. JAMES: ¿Vera?, ¿Vera? MICK (a lo lejos riéndose) :¿Quién quiere aspirar unas líneas? JAMES: ¿Vera?, ¿Vera? Escuché a papá acelerar varias veces el coche y luego abrir la puerta de frente. —¡Vera! ¡Vamos! —Suena aterrado por completo.

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CUARTA PARTE Castigada hasta la médula: primera parte Transcripto por Nessydragomir

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kay, aquí estoy yo, utilizando la palabra atrofiar en una oración. Para atrofiar mi vida por completo, mi padre no me dejará ir a la escuela por un golpe en la cabeza del tamaño de una pelota de beisbol y además me castigó y me prohibió

trabajar. Ni siquiera estoy segura de haber aplicado bien la palabra, pero ¿a quién le importa? Estar todo el día en la casa me está jodiendo mentalmente. Después de que llegaron los resultados de los estudios de sangre y la serie de radiografías, el estúpido asesor del hospital llamó a un tipo de bata de una tal ―Unidad de Crisis‖. Gracias a eso, ahora tenemos cita para cuatro sesiones —que pagará el seguro— de ―Reuniones familiares‖ con un terapeuta. Por supuesto, a papá le pareció una idea maravillosa. La pareció una idea maravillosa hasta que llegamos a la mitad de la segunda sesión y se percató de que íbamos a cambiar de papeles y que el terapeuta no le permitiría seguirse ocultando tras su pacífica y buena onda mierda zen. DR.B : Señor Dietz, ¿por qué no intenta conducirse como de verdad piensa que Vera lo hace? Estoy convencido de que su hija no es tan ecuánime como usted ha venido sugiriendo a lo larga de nuestras reuniones. PAPÁ: Es que no quiero herir sus sentimientos. Yo: Por favor, creo que eso ya lo lograste obligándome a renunciar a mi empleo y encerrándome en la casa. En serio, descuida, no tienes que preocuparte por mis sentimientos.

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Dr.B: ¿Lo ve? ¿Por qué no comienza por ahí?, ¿puede usted capturar ese sarcasmo? PAPÁ: en serio, papá, eres un idiota por preocuparte por mí. (Me río.) DR.B: Perfecto, por favor continúe PAPÁ: Ya ves, ahora tengo que sentarme todo el día sin hacer nada y mi novio de veintitrés años no me puede visitar ni traerme alcohol. DR.B: ¿Vera, quieres jugar? YO: (Me siento derecha y deshago de cualquier rastro de emoción que pudiera haber en mi rostro.) Dentro de algunos años, cuando te des cuenta de lo estúpida que te estás comportando, me lo vas a agradecer, Vera. PAPÁ: ¡Yo nunca te he llamado estúpida! DR.B:(Extendiendo el brazo) Señor Dietz, por favor. YO:Como decía, algún día te darás cuenta de lo estúpido y tonto de esta situación. Es muy sencillo. PAPÁ:¿Qué puede haber de sencillo en trabajar de tiempo completo mientras trato de cursar el último año de preparatoria? YO: Cuando seas mayor me vas a agradecer ese empleo. (Frunzo el ceño enfadado, tratando de de hacer mi mejor imitación de Ken Dietz) PAPÁ:(Con una chillona voz de niñita) ¡La única razón por la que he permanecido en ese trabajo es por James! ¡Lo amooo! YO: (Pongo cara.)Tú no sabes nada sobre el amor todavía, Vera. Si supieras algo te darías cuenta de que te castigué todo el mes por amor. Porque me preocupa que vayas a echar a perder tu vida. PAPÁ: Es tu culpa, papá, no estaría haciendo nada de esto si en verdad yo fuera importante para ti. YO: Tienes que aprender a ser importante para ti misma, Vera. Tienes dieciocho años y muy pronto vas a tener que cuidarte sola. Lo único que estoy haciendo es enseñarte a ser responsable.

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PAPÁ: ¡Pero yo ya sé cómo ser responsable, papá!¿Recuerdas?, ¿La chica que saca puro diez y tiene un trabajo de tiempo completo?, ¿la que siempre ayuda en la casa?, ¿la que ayudó a superar lo de mamá? YO:(Después de notar la contracción en el gesto de papá cuando menciona a mamá)¿De qué hablas? Nunca me ayudaste a superar lo de mamá, Vera. Todavía no lo supero. El consultorio se queda en silencio y el doctor B. se da cuenta de que papá y yo estamos entendiendo algo. Ambos nos estamos percatando, al mismo tiempo, de que nunca enfrentamos el abandono de mamá. Fingimos, así como lo estamos haciendo ahora, que jugamos a cambiar de papel, pero yo sí ya superé por completo lo de mamá PAPÁ: Bien, pues yo sí ya superé por completo lo de mamá YO: ¿Ah, sí? PAPÁ: ¿Qué tú no lo has hecho? YO: (Confundida) Espera, ¿Ahora estamos cambiando de papel? Silencio. Papá sigue contrayendo el ceño PAPÁ: No estoy seguro. DR.B: ¿Por qué no me escriben los dos algo sobre mamá para la próxima semana? Creo que tenemos que trabajar en eso. Ambos asentimos en silencio porque sabemos que tiene razón. Cuando salimos del consultorio hay una parte de mí que desea abrazar a papá y actuar como si tuviera diez años otra vez. Como volver en el tiempo y recordar que el dulce amor que nos teníamos nos puede ayudar. Pero de pronto recuerdo que en este momento lo odio.

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Un breve comentario del detestable papá de Vera Transcripto por Ann!!

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era cree que sólo soy un libro de autoayuda y una habitación llena de cuarzos. Cree que soy un tapete de yoga y un plato con granola y mucha fruta fresca. Está tratando de descubrir si yo valgo la pena o no —si soy un adulto confiable o si soy un viejo alcohólico y desgastado que no fue suficientemente bueno para su madre. O si yo fui quien la alejó de nuestro hogar o lo que sea. Todo tiene que ver con CindySindy. Por otra parte, supongo que es justo que se sienta lastimada porque no creo que sea nada fácil perder a tu madre a los doce años. Pero, a ver, ¿Quién sí se lleva bien con su madre? Yo descubrí la verdad sobre mi madre en su funeral. Estábamos formados en la fila para darle el último adiós (Caleb a mi izquierda y Jack a mi derecha) y la gente empezó a acercarse para darnos el pésame. La mayoría nos conocía desde que éramos nuños, pero algunas personas venían de Arkansas, donde mamá había vivido en un asilo para retirados hasta que falleció, le dijeron a Caleb que lo sentían mucho, luego se acercaron a Jack y dijeron algo agradable de mamá y luego se fueron al bufet. Me saltaron como si fuera un cero a la izquierda. Fue hasta que llegó su mejor amiga y vecina del asilo para ancianos en Arkansas cuando comprendimos lo que estaba sucediendo. —Caleb —dijo—. Siento mucho lo de tu madre, tú fuiste tan bueno con ella. Pero no lo fue. Estuvo ordeñando los cheques de su pensión hasta el último mes que llegaron. Con unos saltitos pasó por enfrente de mí y fue hacia Jack. —He escuchado mucho de ti, tu madre estaba muy orgullosa.

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Y es verdad, Jack es un banquero internacional y vive en Londres. Mamá estaba muy orgullosa de él y lo presumía en cada oportunidad. Él era su favorito a pesar de que había vivido lejos desde 1986. Caleb me señaló discretamente y la señora me vio de los pies a la cabeza para luego preguntar: —¿Y quién es él? —Es Ken —contestó Caleb. —¿Quién es Ken? —Nuestro hermano menor. —Pero tu madre sólo tenía dos muchachos, tú y Jack. —No, tenía tres, yo, Jack y Ken. —Ay, muchachos, el dolor los ha vuelto locos, Kitty sólo tenía dos hijos y yo sé bien porque siempre me lo decía. ¿Por qué están tratando de confundirme el día de su funeral? El primero que lo entendió fue Jack. Pude notar con claridad que se le estaba rompiendo el corazón por mí. —Señora… eh, disculpe —dijo con delicadeza—… creo que debería continuar, hay una larga fila detrás de usted. En ese momento Caleb lo comprendió todo también y, aunque siempre había sido un indiferente de primera, colocó la mano sobre mi hombro y me estrujó. Ella me había negado. Todos esos años que pagué sus cuentas médicas, que llené sus formas de impuestos y la ayudé con los papeles del seguro y su testamento, me negó. Incluso cuando le compré la cama de hospital, el concentrador de oxígeno, cuando pagué la enfermera que la cuidó los últimos días, cuando hice los arreglos para que fuera cremada como era su último deseo, incluso entonces me negó. Creo que en este momento puedo confesar, ya con más ecuanimidad, que descubrir que mi madre nunca les contó a sus amigos de Arkansas sobre mí fue mucho peor que sufrir su muerte. Tal vez fue incluso peor que sufrir el abandono de CindySindy, el cual había sucedido unos meses antes, el mismo año. Me quedé ahí en la fila quince minutos más, estrechando ocasionalmente algunas manos, cuidando a Vera, a quien veía desde lejos platicando con la hija de Caleb. En ese momento me di cuenta de que al negarme a mí, mi madre también la había negado a ella.

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La mayor parte de la gente no piensa más allá de sí misma. Lo sé bien. Pero yo quiero que Vera logre ver más allá, que pueda respetar a otros, que comprenda que el mundo es para todos. Quiero que entienda que tiene un compromiso con los demás y que no hay forma de eludirlo. Durante toda su vida, Caleb le permitió a su hija hacer lo que le diera la gana y la premiaba por nada. Ahora ella espera que le pague la universidad con lo que gana como dueño de un pequeño negocio y con lo que Kate saca trabajando como recepcionista en una refaccionaria. Cuando yo era adolescente, mi madre también me dejaba hacer lo que me daba la gana. Me dejaba pasar toda la noche en la calle, fumar mota en su casa, desde los doce años me dejó beber frente a ella, y todo porque creía que algún día yo llegaría a madurar. Pero eso no sucedió del todo. Y cuando se dio cuenta de que estaba en problemas, en lugar de ayudarme me dio una patada en el trasero y me abandonó para que yo resolviera mis dificultades solo. Ahora bien, así de extraño como esto pueda sonar, creo que fue lo mejor que me pudo pasar. Bueno, eso, el grupo AA y Vera.

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Parte de la historia que quisiera olvidar: diecisiete años; primavera Transcripto por Ann!!

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urante todo marzo Charlie me evitó de la misma forma en que yo lo evité a él. Estaba muy ocupado con un proyecto de la escuela técnica y yo estaba decidida a dejar de amarlo. Él nunca me explicó por qué me había enviado las rosas y yo nunca pregunté por qué me llevó a la pagoda. Una vez a la semana terminaba en el salón de castigos por fumar y por otros actos de rebeldía. Y cuando no estaba demasiado ocupado convirtiéndose en su padre, se la pasaba con los Buscapleitos. La primera semana de abril me di cuenta de que las cosas se iban a poner muy mal. Fue cuando Charlie terminó con nuestra amistad porque prefirió creer las mentiras de Jenny Flick. Lo primero que le dijo que yo había divulgado por toda la escuela que su papá golpeaba a su mamá. Luego, unos días después, le dijo que yo le había dicho a los demás que pensaba que tenía un pene chiquito. No tengo la menor ida de por qué creyó estas tonterías. Si se hubiera tomado un minutos para pensar, habría recordado que yo jamás había visto su pene. Pero supongo que cuando un mentiroso te atrapa en sus redes, ni siquiera entra en juego la lógica. Como yo había dicho ninguna de estas mentiras, no me tomé la molestia de defenderme. Solo esperé hasta que la situación se calmara. Estaba segura de que eso sucedería tarde o temprano porque contaba con que Charlie empezara a usar el cerebro. Pero luego, a finales de abril, Jenny le dijo que yo le había contado a todos los chicos que él era gay, y finalmente, respondió disparando el arma más obvia: que mi mamá había sido stripper. Genial. Un minuto era Vera Dietz, preparatoriana invisible, y al minuto siguiente me había convertido en Vera Dietz, preparatoriana con una madre que solía ser stripper. A la gente le encantó el asusto. Me morí un poco por dentro. No sabía qué sentir. Por un lado odiaba a mis padres por ser lo que era, y por otro, odiaba a Charlie. Pero principalmente odiaba a Jenny Flick.

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Por desgracia, nada de eso importó después porque, de pronto, tuve que enfrentar la terrible realidad de que se había divulgado mi mayor secreto. Tenía que seguir yendo a la escuela, tomar Química y comer en la cafetería. Estaba tan avergonzada por dentro que apenas podía mirar a otro lado que no fueran mis zapatos. Era como caminar desnuda por la escuela. Alguien escribió en mi casiller Agítalo, nena, y cada vez que lo leía, me sentía apenada. Eso fue todos los días hasta que el intendente lo pudo borrar. A veces, cuando atravesaba los pasillos llenos de gente en el cambio de clases, manos invisibles me empujaban y me pellizcaban, a veces hasta la misma Jenny. Pero en otras ocasiones miraba hacia atrás y no podía ver a nadie conocido. En el autobús, cuando me veían subir los chicos que me conocían, comenzaban a cantar esa tonadita sexy que la gente usa cuando finge que se va a desnudar. De hecho, el hermano de Tim Miller hasta llegó a quitarse la camiseta, girarla sobre su cabeza y lanzarla, y luego comenzó a desabrocharse los pantalones y el conductor tuvo que intervenir para que se detuviera. El rumor se siguió esparciendo y yo continué esperando que la gente lo olvidara, también seguí lanzando a la atmósfera las viejas señales de IGNOREN A VERA DIETZ POR FAVOR. Primero comenzaron a decir que yo también me desnudaba en el pueblo por las noches. Dos chicos del último año le contaron a su grupo de educación física que habían ido a verme y que me pusieron billetes en el hilo dental. Luego dijeron que mi madre también había sido una prostituta y que, de hecho, seguía siéndolo y trabajaba en Las Vegas. ¿Y luego? Pues que Vera Dietz también era prostituta. A pesar de que todo esto era inverosímil, la gente lo creía. En menos de una semana, Vera Dietz se había convertido en actriz porno y había actuado en películas junto a su madre, quien era ya una estrella consagrada del género y, además, prostituta en Las Vegas. (Ay, por lo menos se hubiera ido a vivir a Salt Lake City o a Boise.) Todos los días tenía que enfrentar la vida con una mezcla de miedo, lágrimas y desilusión. No entendía como la gente (Charlie) podía llegar a ser tan cruel y por qué había otros tan estúpidos como para creer esas mentiras y contarlas a sus amigos quienes, a su vez, las contaban a sus amigos, y así hasta que todo mundo conocía diez versiones de mi historia pero no sabía cuál creer. Me daban ganas de suicidarme. Sentía que ser vecina de la persona que me había hecho esto era un tormento del cual nunca llegaría a escapar, creo que la palabra traición no es suficiente para describir lo que Charlie había cometido tal vez tendría que usar algo mucho más fuerte como alta traición, deserción o Iscariotismo.

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Sin embargo, dos semanas después comprendí que estaba viéndolo todo desde una perspectiva equivocada. En primer lugar, ¿quién en su sano juicio podría creer que una nerd como yo podía en verdad ser prostituta y estrella porno? En segundo lugar, conforme pasó el tiempo, las únicas personas que continuaban contando estas historias eran los mega losers de la escuela; los demás ya habían vuelto a lo de siempre. De hecho, después de dos semanas, yo era la única que seguía pensando en eso y tardé mucho tiempo en percatarme de que el mundo no se había acabado. Sin lugar a dudas, fue muy difícil lidiar en público con el hecho de que mi madre había trabajado en Joe‘s, el club de desnudistas, pero después de confrontarlo sentí que había adquirido cierta libertad. Yo no era mi madre. Ella hizo lo que tenía que hacer y cualquiera que no pudiera entender eso podría irse al diablo porque a mí ya no me importaba. Y así, en poco tiempo, todos los que habían llegado a creer estas tonterías fijaron su atención en la siguiente víctima de Jenny Flick y se olvidaron de mí. Sí, claro que me llegó a pasar por la mente divulgar el verdadero secreto de Charlie, decir todo sobre sus negocios con el pervertido del Chrysler blanco, pero entonces traté de recordar que para pasar por arriba del puente había que inundarse de pensamientos positivos. Así que respiré hondo, hice la tarea y continué ignorando. A veces también pensaba en cómo lograr que la gente odiara a Jenny Flick: tal vez podría decirle a todos que había mentido respecto a la leucemia y a todo lo demás. Pero cuando me asaltaban esos pensamientos, respiraba todavía más hondo, hacía más tarea y trataba de recordar lo único que Jenny Flick no podía comprar —sin importar con qué tratar de pagar— era un boleto para conducir por encima del puente, al lado de persona como yo. La primavera estaba en pleno. Extrañaba tanto pasear que comencé a caminar sola por el sendero azul. Como sabía que Charlie estaba trabajando y estudiando —y de cualquier forma, si no iba a trabajar, andaría por ahí bebiendo y fumando mota con sus nuevos amigos, muy lejos de su sagrado Roble Maestro y fuera de la vista del Gran Cazador—, no me daba temor encontrármelo. Me compré un nuevo par de botas de excursionismo y empecé a recorrer los 5 kilómetros del circuito todos los días. Cuando papá me hizo saber que le preocupaba que anduviera sola por el bosque, le mostré mi celular y le dije: —Te tengo en la marcación inmediata, además, conozco el sendero mejor que nadie.

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—Uy, pues supongo que los celulares entonces sí sirven para algo —me contestó. —Un caluroso día, a mediados de mayo, iba caminando y escuché voces más adelante. Antes de poder dar marcha atrás, via Charlie, a Jenny Flick, a Bill Corso y a otros chicos paseando por el Roble Maestro. Bill traía una navaja y estaba tallando sus iniciales en la corteza. —¡Oigan! ¡Miren quién es! Me di la vuelta y regresé por el sendero. Estaba furiosa de verlos en mis bosques, en mi sendero, trepados en mi árbol. Jenny gritó: —¡Corre a casa, Verita! Uno de los chicos gritó ―¡Zorra!‖, así que volteé y lo miré y de pronto me cayó en el cabello algo que olía a excremento de perro (tal vez porque era, precisamente, excremento de perro). Sabía muy bien que me lo había arrojado Charlie porque era el único que estaba de frente, pero no podía creerlo. ¿Cómo? ¿Cómo podría creer que mi amigo de toda la vida acababa de arrojarme mierda de perro? Era como si lo hubieran secuestrado los ovnis. Ése no era Charlie. Charlie no le hubiera permitido a nadie tallar sobre el Roble Maestro. Charlie jamás hubiera usado ropa nueva que le quedara bien ni se haría un corte de pelo decente. Charlie no usaría gel y, sin importar quién se lo ordenara, Charlie jamás me hubiera lanzado mierda de perro. Después de eso dejé de salir a caminar y decidí pasar mi tiempo libre leyendo en casa. Cuando las noches se hicieron más calurosas y las hojas llenaron los huecos del bosque, comencé a sentarme en el pórtico y a contemplar las estrellas. Una noche, dos semanas después del episodio del excremento de perro en el Roble Maestro, vi que se encendía la luz de la casa del árbol de Charlie. Escuché que había más de una persona hablando, luego escuché risitas como de niña. Por más que me esforzaba en no pensar en eso, sabía que se estaba acostando con Jenny Flick en la casa del árbol y eso me estaba matando porque era nuestra casa del árbol (y porque se suponía que era conmigo con quien debería estarse acostando). Por un segundo volví a sentir que la maldad se apoderaba de mí, me dieron ganas de decirle a todo mundo que vendía sus calzoncillos sucios, pero,

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si me rebajaba hasta su nivel, ¿podría alguna vez volver a respetarme a mí misma? Para mediados de mayo se hizo extremadamente obvio que necesitaba un empleo. Papá recogió una solicitud de la tienda del señor Zimmerman y me la dejó en la mesa junto con otras dos. Una era de Martin‘s, la tienda departamental en el Centro Comercial Padoga, donde, si me iba bien, terminaría atrapada tras una caja registradora todo el día, deslizando tarjetas y preguntando ―¿Débito o crédito?‖, la otra era de la pizzería a la que habíamos ordenado el día de San Valentín. —¿Para qué trajiste estas? —le pregunté señalando las otras dos. Estaba harta de que me manipulara con sus sutiles e inocentes sugerencias. —Me imaginé que te haría bien tener más de una opción —contestó. —No voy a trabajar en Martin‘s —le contesté tajantemente. —Okay. ¿Por qué no se enfadaba como los padres normales? —Si pido el empleo de la pizzería, ¿me darás el coche de mamá? —valía la pena intentarlo, estaba a cinco meses de cumplir dieciocho años y la última vez que lo platicamos dijo que lo iba a pensar. Habíamos trabajado mucho para reunir todas las horas de manejo que necesitaba para recibir la licencia y, además, había pasado el examen con una calificación excelente. —Primero vamos a ver. —Pero haría una gran diferencia en la solicitud, papá. —La agité en el aire frente a él con un toque altanero—. Tengo que indicar la marca, el modelo y la aseguradora. Se veía sorprendido y confundido, por lo que volvió a su oficina y sacó el manual del coche. —Es un Sentra 99. —¿Fabricante? —Nissan. —¿Color?

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—Por Dios, Vera, ya sabes de qué color es —me dijo enfadado. —¿Aseguradora? —Escribe ―No Disponible‖ por el momento. No importaba cuánto me esforzara por hacerlo enojar, nada funcionaba. De cualquier manera, yo quería trabajar en la tienda de mascotas Zimmerman. Siempre había querido trabajar ahí, no quería un estúpido empleo de repartidora de pizza, y además, me molestaba demasiado el hecho de que tratara de darme, al igual que el papá de Charlie, un premio por hacer lo que él quería. Eso era totalmente inaceptable. —Entonces, ¿qué tengo que contestar a la pregunta de por qué quiero este empleo? Suspiró y se sentó a la mesa. —Vera, solo estoy tratando de ayudarte; si sólo quieres llenar la solicitud de Zimmerman, está bien. —Perfecto —le dije y le aventé las otras dos solicitudes. —No hay ninguna necesidad de ser grosera. —Entonces deja de manipularme. Por su expresión podía notar que lo había lastimado. Porque, en realidad, él solo estaba tratando de ayudar. Recuerdo que este era el tipo de frase que habría dicho mamá: ―Deja de manipularme‖. De hecho. Creo que esa fue precisamente la frase que dijo mamá muchas veces. Como un millón de veces. A la mañana siguiente, mientras esperaba el autobús, vi a Charlie sacando su moto del garaje. La encendió y la dejó prendida durante algunos minutos; entró a su casa, salió y volvió a entrar al garaje. Cuando salió y vi que traía el otro casco, el que yo usaba, me acordé del paseo a la pagoda en enero. Recordé que me besó y que lo abracé fuerte cuando regresábamos a casa. Luego apareció Jenny Flick a la orilla del bosque con el cabello despeinado porque se acababa de levantar. Se puso el casco y se subió a la moto. Cuando pasaron por donde yo estaba —sobre el camino que iba en la dirección contraria a la escuela, porque subieron en vez de bajar la colina—, ella me pintó el dedo.

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Castigada hasta la médula: Segunda parte Transcripto por Nessydragomir

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ercera ―Reunión familiar‖ de cuatro. Vuelve a surgir el tema mamá a pesar de que ninguno de los dos hizo la tarea de escribir algo sobre ella.

PAPÁ: Es que no quiero que cometas los mismos errores que nosotros YO: Querrás decir ―que ella cometió‖, ¿no? O sea que no quieres que cometa los mismos errores que ella. PAPÁ: (Jugando con el cierre de su sudadera favorita de Cape Cod) Quiero que tú empieces bien, Vera. YO: Mírame, papá ¿Acaso me parezco en algo a ella?, ¿en verdad piensas que alguna vez voy a estar tan desesperada como para desnudarme por dinero? PAPÁ: Espero que no. YO: ¿Esperas? ¿Esperas? DR.B: Es una jovencita bastante responsable PAPÁ: (Todavía jugando con el cierre) Es que no quiero fallarle. YO: ¿Fallarme? PAPÁ: A tu madre le falló su padre, su padre y casi toda la gente en su vida. Eso significa que él le falló, eso significa ―Yo le fallé a tu madre‖, pero no es verdad. YO: Tú no. PAPÁ: (en silencio) YO: Mamá fue quien nos abandonó, ¿recuerdas? No tuvo nada que ver contigo ni conmigo, lo hizo porque nunca pudo sobreponerse a sus problemas, ¿de acuerdo? Sigue callado.

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YO: En serio, yo también he estado hojeando tus libros de autoayuda y lo sé bien. Ese que tienes en la barra de la cocina. El poder de la responsabilidad o como quiera que se llame. ¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas lo que dice el capitulo que habla sobre razonarlo todo?, ¿Donde dice que la gente que no puede afrontar sus propias emociones negativas, comienza a intelectualizarlo todo?, ¿qué eso no te recuerda a ella? DR.B: (Levanta las cejas) YO: No es culpa tuya. PAPÁ: (Suspira) ¿Cómo demonios se suponía que iba a saber cómo educar a una niña solo? ¿Cómo podría yo saber cómo enseñarte a ser? Eh, mmm, ¿eh...? YO: ¿Honorable? PAPÁ: Sí, y a cuidarte. YO: Yo sé hacer eso PAPÁ: (Callado) YO: Lo hiciste bien. DR.B: Ken, Vera es una jovencita inteligente y llena de confianza en sí misma deberías estar orgulloso. PAPÁ: ¿Entonces por qué bebe y se acuesta con un tipo de veintitrés? Enfurezco, siento que me convierto en un tigre, me dan ganas de arañarle los ojos. Soy como un tiburón y me dan ganas de devorarlo con mis cinco hileras de afilados dientes y zarandearlo en el agua. YO: (En el tono más enfadado que encuentro)¡NO ME ESTOY acostando CON NADIE ,papá! Papá me pone cara. DR.B: ¿Ken? PAPÁ:(Suspira e inhala aire entre los dientes.) ¿Ah, no te estás acostando, eh? Yo: no PAPÁ: (Vuelve a poner cara y sonríe con hipocresía)

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YO: ¿Saber, yo creí que eras distinto, pero ahora me doy cuenta de que eres igual a todos los demás insensibles ―adultos‖ que he conocido, y además te crees un bastardo muy inteligente. PAPÁ: Cuidado con tu vocabulario, Vera. YO: No jodas papá. Tú me dijiste que yo me acuesto con uno de veintitrés ¿y ahora te preocupa mi vocabulario? Hay un silencio largo hasta que me doy cuenta de que, de hecho, le acabo de decir a mi papá que se joda. YO: Lo siento, no quise decir ―No jodas‖, o sea, sólo quise decir que todo esto es una mierda. PAPÁ: (Tratando de verse muy inocente sin éxito) No sé a qué te refieres. Pido permiso y voy al bañito del consultorio a orinar. Reviso el chichón que tengo en la frente y veo que todavía está inflamado. Los moretones de los ojos ya se notan menos y ahora sólo me veo cansada y pienso que lo mejor será volver a la escuela la próxima semana. Jalo la cadena, me lavo las manos y vuelvo al patético escenario. Mi papá y el Dr.B. Están hablando sobre alcoholismo juvenil. DR.B: Vera, ¿tú por qué crees que beben los jóvenes? Uy, qué buena pregunta. YO: Pues porque está ahí, ¿sabe? PAPÁ: Nooo, en nuestra casa no hay YO: No quiero decir que esté ahí, en nuestra casa. Quiero decir que existe, así como todas las demás cosas que prueban los chicos. En realidad no es un gran misterio, ¿o sí? PAPÁ: ¿Entonces tú bebes sólo porque está ahí, porque existe? YO: supongo que sí (Pero estoy mintiendo) DR.B: ¿usted cómo se siente al respecto, Ken? PAPÁ: Triste YO: (Levanto las cejas)

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PAPÁ: Aquella noche que llegaste ebria a casa, lloré toda la noche. YO: ¿Lloraste? PAPÁ: Por Dios Santo, ¡eres mi hija! YO: ¿Pero por qué tendrías que llorar? Nos quedamos mirando el uno al otro hasta que él habla. PAPÁ: Te fallé YO: No, no me fallaste. PAPÁ: Debí haberte advertido mejor. Debí haber hecho algo más que sólo dejar unos folletos sobre la mesa. Debí llevarte a una reunión para que vieras cómo es todo, para que entendieras cuál era tu responsabilidad. YO: ¡Uy, espera! CORTE INFORMATIVO: ¡No soy una alcohólica, sólo me tomé unos cuantos tragos como cualquier adolescente normal! PAPÁ: Pero no eres una adolescente normal. YO: Claro que sí. PAPÁ: Yo soy una alcohólico que se recuperó, mis padres también fueron alcohólicos; somos diferentes, Vera. YO: Pero, de cualquier forma, nada de eso me convierte en otra cosa, sigo siendo una adolescente normal. PAPÁ: Sí te convierte en otra cosa: eres una adolescente con genes de la adicción. YO: Pero no soy solamente genes, papá Levanta la cabeza para mirarme de frente y por fin deja de jugar con su cierre. PAPÁ: ¿Te puedo decir lo que en verdad creo? Asiento con la cabeza. PAPÁ: Creo que no has superado lo de Charlie. DR.B: (Cuando escucha esto, asiente con la cabeza) PAPÁ: Creo que no has podido aceptar su muerte y, por eso, no has buscado nuevos amigos.

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DR.B:(Vuelve a estar de acuerdo) PAPÁ: Siento mucho que haya muerto tu amigo. Vera, pero tienes qué encontrar el momento para reiniciar tu vida y dejar de torturarte. Me pregunto si nadie más se percata de la ironía que hay en sus palabras. ¡Reiniciar mi vida?, ¿Dejar de torturarme? YO: Creo que tus consejos nos vienen bien a los dos, papá. PAPÁ: (Después de jugar otra vez un poco con el cierre de su sudadera) Ajá, pero, por lo menos ya sabes que yo estoy haciendo el esfuerzo. Tengo la casa llena de libros de autoayuda y cintas de meditación. Sé que todavía no he sacado la ropa de tu mamá de nuestro clóset, pero, ¿y tú?, tú solo sigues viviendo como si nada hubiera cambiado. Tienes que dejar salir tus sentimientos, Vera, en serio. Porque lo único que vas a lograr si sigues bebiendo será enterrar aún más todo aquello que deberías enfrentar. Y aquí es cuando las cosas se ponen bastantes extrañas para mí. Yo trato de seguirle el paso a mi papá y a su súper dulce y enmielada purga emocional, pero de pronto, los mil Charlies que atiborran el consultorio y están ahí con nosotros toman el control de mi boca. Trato de morder mis labios desde adentro pero no funciona. Charlie comienza a dejar salir mis secretos. CHARLIE HABLANDO POR MÍ: yo sé quién quemó la tienda de animales del señor Zimmerman. DR.B: (Levanta las cejas) PAPÁ: (Se inclina hacia el frente.) CHARLIE HABLANDO POR MÍ: Sé que no fue Charlie. Hay una pausa y todos me miran como si también pudieran ver a los mil charlies. PAPÁ: ¿Por qué no lo mencionaste cuando sucedió? YO: Es algo complicado. (¿Acaso no saben que el arrepentimiento engendra arrepentimiento y el arrepentimiento engendra más arrepentimiento?) DR.B: Vera, tienes que responder a la pregunta.

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YO: Porque amaba demasiado a Charlie. PAPÁ: ¿Lo amabas? DR.B: ¿Eso es todo? YO: Porque también odiaba demasiado a Charlie. Los narcisos están floreciendo en los arriates. Desde mi habitación todo continúa viéndose oscuro y muerto, pero muy pronto volverá florecer y lucirá como si este estúpido invierno jamás hubiera pasado por aquí. Papá dice que puedo volver a la escuela la próxima semana y que en cuanto terminen nuestras reuniones con el Dr.B — de quien nos hemos comenzado a burlar camino a casa, como en una especie de nuevo vínculo familiar — también podré volver a trabajar en Pizza Pagoda, pero sólo medio tiempo. También puedo decir majaderías. Papá aceptó que dijera majaderías a cambio de que dejara de beber, siento que es un intercambio justo. Majaderías por alcohol. Por otra parte, respecto a lo de la tienda de animales, papá ya no ha vuelto a insistir en que limpie el nombre de Charlie. Creo que me lo permitirá hacer cuando yo lo crea conveniente, porque reivindicar a Charlie va a ser algo mucho más difícil de lo que papá imagina. —¿Nos podemos detener en el McDonal's' Podría devorar una Big Mac. Papá hace ese tronidito con la boca que significa Ay, Vera, por favor no me obligues a ir en contra de cada una de las células de mi cuerpecito hippie y regales dinero a esos asquerosos bastardos de las corporaciones que nos inundan con su deleznable comida aceitosa. Pero de pronto se anima y grita: —¡Me encantaría una Cuarto de libra con queso! Ay, Dios, antes me encantaban. Después de pasar por el Auto-Mac, encontramos un lugar en el estacionamiento y mientras comemos podemos ver cómo suben y bajan los autos por la avenida principal. Antes de morder mi hamburguesa, murmuro lo suficientemente bajo como para que papá no me escuche: ―Lo siento, Charlie‖

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Un breve comentario del chico muerto Transcripto por Ann!!

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o que Vera no sabe es que yo mataría por ser el pepinillo agrio de su Big Mac y que me masticada con sus perfectos dientes blancos hasta convertirme en puré.

Mataría por ser el bicho que aplasta con sus botas militares genuinas. Pero ella es demasiado buena para mí, siempre ha sido de esa forma. Sus padres eran muy amables, siempre decían por favor y gracias. Colgaban cuadros en las paredes, pinturas enmarcadas. Tenían muebles civilizados de colores neutrales y en sus arriates florecían narcisos. También colgaban dispensadores de alimento para las aves y Vera tenía responsabilidades. No era como en mi casa, que papá no creía que yo debía tener responsabilidades porque, simplemente, mamá nos hacía todo. Una noche, después de cenar, traté de llevar mi plato al fregadero. —Eh, ¿qué crees que estás haciendo? —me gritó papá. —Solo, mmm, ayudando un poco. —¡No lo hagas, te vas a convertir en vieja! Trae eso aquí. —No, está bien, quiero ayudar. —¡TRÁELO DE INMEDIATO! —se levantó tan rápidamente que la silla se cayó detrás de él y retumbó en el piso. Mamá y yo saltamos del susto. Me jaló del brazo y me llevó al fregadero—. Te dije que lo regresaras a la mesa —me gritó. Entonces levanté mi plato y el vaso que todavía tenía como dos centímetros de leche, y los llevé a la mesa. En cuanto los coloqué, me dejó ir. Tiró el vaso de un manotazo y la leche se derramó sobre el mantel favorito de mamá. Luego levantó su silla y me dijo: —Hijo, si te vuelvo a ver otra vez comportándote como una niña, te voy a reventar el trasero a cinturonazos.

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Nunca volví a hacerlo. Pero acá, en el otro lado, la verdad siempre triunfa. Ahora puedo ver lo que Vera y su familia de nosotros, ahora sé que nunca le dijeron a nadie, nunca llamaron a los policías y nunca interfirieron porque sabían que no podíamos escapar. Papá era el que nos mantenía, y por lo tanto éramos sus prisioneros. Es por eso que, desde el momento en que terminé de construirla, pasé la mayor parte del tiempo en la casa del árbol. Recuerdo que pensaba: Si me alejo, su maldita locura de mierda no me dañara y no me convertiré en un cretino que golpea a su mujer. Recuerdo que sonaba despierto… Algún día ganaré suficiente dinero para rescatar a mi madre, algún día voy a regresar a enfrentar a mi padre y se va a arrepentir de haberme tenido. Algún día le voy a demostrar lo que es un hombre de verdad. Pero luego me confundí. Y cometí varios errores. Y nunca me perdoné. Y eso empeoró la situación. Porque entonces cometí más errores. Antes de que Vera dejara de hablarme por completo, tuvimos dos discusiones. La primera fue por lo que Jenny Flick me había dicho —que en realidad era una mentira—, que Vera le había dicho a todo el mundo que mi papá golpeaba a mamá. La segunda fue el Día del Trabajo. Fue por la noche, después de la fiesta; Vera me encontró solo en las gradas con una botella de Jack Daniel‘s envuelta en una bolsa de papel estraza.. Yo le dije que ella era demasiado para mí. —Tonterías, tú eres mi mejor amigo. —Tonterías, más bien soy el Rey de los Losers. —No es verdad, el Rey de los Losers es Bill Corso porque ni siquiera sabe leer. —Oye, no te metas con Bill —le dije para molestarla como lo habría hecho mi padre.

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—Lo siento, ya sé que es tu nuevo amigo. —Carajo, ¿por qué eres tan mala onda con mis nuevos amigos? ¿Qué demonios te hicieron? —No es lo que me hicieron a mí —contestó—. Es lo que te están haciendo a ti. —¿Qué? —para ser más dramático bebí bruscamente un trago, pero sabía bien a lo que se refería. Llevaba todo un mes bebiendo por las noches. —¿Por quién estás haciendo todo esto, eh?, ¿es por Jenny?, ¿es para poder revolcarte con ella o qué? Oh sí, mataría por ser el pepinillo en el Big Mac de Vera. Porque a ella sí le importaba lo que me pasaba. Y además sabía cómo decirle a uno la verdad de frente. Y además me amaba. Por eso la golpeé, justo en el momento en que acabó de hablar, la golpeé.

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Tres semanas de palabras de vocab y algunas otras palabras inventadas Transcripto por Joy

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quí estoy yo, utilizando la palabra diseccionar en una oración.

La noche que Charlie me golpeo, sentí que me diseccionaba. Una mitad de mi jamás volvería a confiar en un ser humano. La otra mitad ya llevaba mucho tiempo sin confiar en un ser humano de cualquier forma. Sustituto. La noche que Charlie me golpeo, me convertí en la señora Kahn como por un nanosegundo. De pronto me había transformado en el cuerpo sustituto de la madre de Charlie, así como siempre me lo había temido. Zoomórfico. La noche que Charlie me golpeó, hizo gala de su capacidad zoomórfica y se transformó en una bestia como hombres. Altruismo. La noche que Charlie me golpeo, se evaporo cada mililitro del altruismo que todavía podía demostrarle a su pobre alma perdida en medio del sombrío camino.

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Castigada hasta la médula: tercera parte Transcripto por NessyDragomir

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espués de nuestra cuarta y última sesión con el terapeuta, papá y yo fuimos a tomar helado y jugar al minigolf. Cuando llegamos a tercer hoyo (par 4, a través del puente que pasa por el molino), me percato de que hay un nuevo grupo de jugadores atrás de nosotros. Son Bill Corso, Jenny Flick y otros dos Buscapleitos. —Apresúrate, papá —le digo. Me mira y se encoge de hombros, después golpea pésimamente la pelota y falla el tiro del molino. Nota que trato de apresurarme y que no dejo de mirar a los Buscapleitos. —¿Quieres que nos vallamos de una vez? —me dice al oído. Asiento con la cabeza. Papá espera hasta que llegamos a casa y nos ponemos a pensar qué podríamos cenar después de haber comido tanto helado, para preguntarme quiénes eran. —Ah, son sólo unos pendejos de la escuela. —Sí, pero por lo general a ti no te incomodan los pendejos de la escuela. Nuestro intercambio de majaderías por el alcohol funciona de maravilla. —Jenny Flick es la chica que puso a Charlie en mi contra —le digo y me dejo caer en uno de los banquillos de la barra. —Eso nunca me lo habías contado. —Sí, hay muchas cosas que no te he contado. Por la noche hacemos una limpieza de la sala y papá guarda la ropa de mamá en varias bolsas de plásticos para llevarlas a la tienda de ropa usada. Yo reúno todas las piezas de la colección de adornos de cristal que dejó y que en estos seis años sólo ha servido para acumular polvo; guardo todo en una caja

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que luego subo al ático. Papá y yo estamos dando un paso importante: vamos a deshacernos de la presencia de mamá en esta casa. Ahora que estoy en paz con ella, también me siento más cerca de estar en paz con Charlie, y eso a su vez, me hacer sentir más cerca de estar con paz conmigo.

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Primer día de mi regreso a clases: lunes Transcripto por Joy

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a pasó casi un mes desde que deje de venir a la escuela y a Bill Corso lo siguen enviando al salón de castigos por no ir a la clase de Pensamiento Social Moderno. Seguramente el señor Shunk ya se percató de que Corso no sabe leer y, a pesar de que contamos con un maestro que especializa en regularizar chicos en lectura, queda muy poco tiempo de aquí a la graduación y es demasiado tarde para ayudarlo. En verdad es una situación muy desalentadora. En el salón hay tres chicos escuchando algo con unos audífonos, hay otros dos garabateando en sus cuadernos y Frank Jones hace su tarea de Calculo. También hay tres porristas riéndose y cuchicheando. Estoy segura de que si el señor Shunk no se hubiera levantado y palmeado con fuerza para callar al grupo, toda esa gente continuaría haciendo lo que se le diera la gana hasta oír la campana para cambiar de salón. Prácticamente, es como si el señor Shunk fuera maestro de kínder. Y eso me convierte a mí en una estudiante de kínder. Y volvemos a lo que, con tanta sabiduría, siempre dice mi padre: ¿Cómo voy a lograr volar con las águilas si estoy rodeada de guajalotes? Después de leer el capítulo diez de El Señor de las Moscas, suena la campana. Me dirijo a mi casillero, donde Jenny Flick y Bill me están esperando. –¿Cómo está tu mami? ¿Qué cómo está mi mamá? ¿Y a ella que carajo le importa? ¿Qué no pasamos ya por esto? –Está bien –le digo al tiempo que arrojo mis libros al casillero lo más rápido posible. –Ella te abandono ¿verdad? –Sí, dejo a mi papá.

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–¿Y dónde está ahora, eh? ¿Es que fuiste a estar con ella? Azoto la puerta del casillero, me doy la media vuelta y me dirijo a la cafetería, pero Bill me alcanza y me jala del brazo. –Jenny te pregunto dónde está tu madre –me insiste, con actitud de matón de la mafia. –Está en Las Vegas, pero eso no es asunto tuyo. –¿Y que hace en Las Vegas? –me pregunta–. ¿Está trabajando otra vez? –Yo me entere de que ahí no está prohibida la prostitución –dice Jenny, quien sigue junto a los casilleros. Me suelto, paso las puertas de vidrio reforzado y bajo por las escaleras. Todavía puedo escucharlos riéndose junto a mi casillero, pero sigo sin entender que les hace pensar que pueden lastimarme hablando de mamá. Eso ya está taaanout. ¿Qué no debería estar Jenny tratando de eludirme y deseando que no se me ocurra decir nada sobre lo que paso en la tienda de Zimmerman? Tal vez ha pasado tanto tiempo que cree que no diré nada y eso la ha vuelto más arrogante. ¿O será tan tonta como para olvidar que yo si se lo que paso?

Aquí estoy yo, utilizando la palabra timorato en una oración. Al fondo de la cafetería hay una mesa de chicos timoratos y yo soy una de ellos. No tienen asientos asignados y no conversan con los demás, y a mí eso me conviene porque no me gusta que me hable cuando estoy comiendo mi aguado y rancio sándwich de queso grasiento a la parrilla que me costó dos dólares ganados con mucho esfuerzo. Hasta el año pasado, antes de que comenzara la gran tormenta de mierda, yo me sentaba con Charlie en un gabinete del fondo, del lado derecho de la cafetería. A veces dejábamos que otros marginados se nos unieran, pero por lo general almorzábamos solos. Pero ahora él se ha convertido en una serie de moléculas. Es el viento, es mi zapato, es tu teléfono y tus anteojos. Ahora es el pepinillo agria sobre mi plato, el que está junto al sosos sándwich de queso a la parrilla. Por eso, cuando veo que Jenny y Bill entran a la cafetería, levanto el pepinillo y lo muerdo con la esperanza de que por lo menos una fracción de mi pueda llegar a ser tan cool como lo era Charlie hace apenas un año.

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Más tarde tengo una reunión con el consejero escolar que me supervisara para informarle a papá de mi avance. Según yo, el consejero escolar es la única persona que sabe lo que me sucedió en febrero. Al resto de los profesores les dijimos que me había dado mononucleosis. Incluso el médico de la familia me dio un justificante repleto de mentiras. Gracias a eso no tuve que asistir a la escuela con el chichón en la frente y los ojos amoratados, y también gracias a eso, nadie se enteró de mi gusto por el vodka y los hombres mayores.

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Parte de la historia que quisiera olvidar: diecisiete años; junio Transcripto por Joy

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espués de aquella noche en que me golpeo, la siguiente ocasión que vi a Charlie Kahn fue un día que me detuve en la tienda APlus a comprar un chocolate. Papá me había prestado su coche (incluyendo el CD de Earth, Wind&Fire que me gusta tanto que subo el volumen hasta el nivel 10) para ir a la tienda de ropa de segunda mano a comprar algunas prendas para el verano. Al salir de la APlus masticando el chocolate, no vi a nadie en el estacionamiento, pero de repente escuche la voz de Charlie. –¡Oye, Vera! ¿Qué tal va tu negocio de stripper? Estaba junto a la puerta del baño del estacionamiento. Se veía completamente borracho y se tambaleaba junto a su moto, la cual ahora estaba equipada con varios accesorios muy costosos. Me daban ganas de abofetearlo hasta que volviera a la vida, hasta que entrara en razón. Quería abofetearlo para que supiera lo que se siente ser golpeado y sentirse un cero a la izquierda. –Cállate, Charlie. –No le digas a mi amigo que se calle –dijo Jenny Flick saliendo de entre las sombras con el escote ajustadísimo para que las bubis casi se le salieran de la camiseta de tirantes. Charlie le dio el golpe a lo que parecía ser un churro. Ya había escuchado en la escuela que se había convertido oficialmente en un adicto, pero no lo quise creer hasta que lo vi. Me encogí de hombros y volví al coche. No sé quién me aventó la lata medio llena de cerveza, pero solo alcanzo a rozarme la cabeza y termino golpeándome el coche, al cual le hizo una pequeña abolladura debajo de la ventanilla del conductor. Papá olio la cerveza porque traía la manga mojada y ni siquiera me había dado cuenta. Había llegado a casa conduciendo el coche como en un trance, con el estéreo apagado y tratando de no llorar. –¿Bebiste esta noche?

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–No. –¿Y entonces? –me dijo y luego se quedó mirándome–. ¿Por qué hueles así? –Porque alguien me aventó una lata de cerveza. –¿Alguien? –Estoy agotada papá. ¿Podemos hablar de esto mañana? Y continúo leyendo su revista hippie preferida. Como a las 2:00 de la mañana escuche el motor del Nova arreglado de Jenny cuando paso a dejar a Charlie a su casa. El abrió la puerta y del coche se escapó una ruidosa mezcla de risas, frases incomprensibles y heavy metal que se coló hasta el bosque, infectándolo con su presencia.

El lunes en la tarde tuve una entrevista de trabajo en la tienda de mascotas Zimmerman. Pensé que ya tenía el empleo en el bolsillo porque conocía al señor Zimmerman desde que tenía cinco años y porque el sabía que yo había sido voluntaria en el centro de adopción tres veranos; además se portó encantador y me guiño un ojo cuando salí. Acepto que me fui manejando a casa en un éxtasis algo prematuro porque todavía no me habían dicho que sí. Estacione el coche de papá y el me recibió en la puerta. –¿Cómo te fue? –me pregunto mirando al coche. El trataba de que yo no lo notara, pero después de aquella noche que la lata de cerveza daño la puerta, cada vez que regresaba manejando sola a casa, revisaba que el coche no trajera rayones o marcas. –Me dijeron que me avisarían la próxima semana –dije. –¿Pero te fue bien? –Creo que sí, o sea, la menos nunca se murió alguno de los animales que yo atendí. –Además, en una especie de prueba, el señor Zimmerman me había pedido que tocara a casi todos los animales, incluso a la vieja iguana espinosa y al perico gris que me mordió seis veces–. De cualquier manera, creo que la señora Parker le va a hablar bien de mí.

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Para el viernes ya me sentía bastante nerviosa. Papá volvió a dejar la solicitud de repartidor de pizza en la barra de la cocina y me sugirió que la llenara. –Así que estarás colocando todos los huevos en una sola canasta –me explico. Como el sábado llego y aun no me habían llamado de Zimmerman llene la solicitud de repartidor. Papá me presto el coche para ir a entregarla a la pizzería. Estaba al lado de una aburrida placita comercial sobre la avenida principal de Mount Pitts. El lugar se veía limpio y el personal parecía agradable, pero no tenía caso, yo estaba decidida a trabajar en la tienda de mascotas Zimmerman. En el camino a casa, cuando circulaba sobre la avenida principal, me detuve en un semáforo y escuche el ya familiar zumbido de la moto de Charlie. Mire alrededor y lo vi con Jenny. Salieron de una de las calles a la siguiente cuadra. Cuando llegue a la calle de donde los había visto salir, doble a la derecha y trata de que mi instinto me llevara al lugar donde ellos acababan de estar. También quise convencerme de que solo se trataba de un poco de trabajo detectivesco o simple curiosidad. Pero en realidad era una mezcla de celos y ganas de vengarme, como si saber algo más sobre ellos pudiera conferirme algún poder. Supongo que, a pesar de que lo negaba, Charlie todavía me importaba demasiado. Como a tres cuadras sobre la calle veintitrés, había una casa que se veía bastante sucia. Las cortinas del frente estaban corridas y afuera estaba estacionado el Chrysler blanco. Era la calle con el número 2301.

Cuando llame a Zimmerman y me entere de que no me habían dado el empleo, sentí ganas de gritar. Inconsolable, le llame a papá desde la escuela, era la semanas de exámenes finales. –No me dieron el empleo –le dije. –Me da mucha pena, Vera. –¿Qué no vas a decir ―Te lo dije‖? Después de unos segundos, me contesto: –No te obsesiones, Vera, todo sucede por alguna razón.

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La razón era que el señor Zimmerman ya no estaba a cargo. Los gastos médicos de su esposa lo habían acabado y un grupo corporativo había comprado la tienda. Le habían permitido que fingiera que la tienda seguía siendo un negocio familiar, pero no era así. La otra razón era que, como acababan de establecer un programa de servicio comunitario para que los alumnos de la preparatoria cubrieran créditos escolares, ya no iban a contratar jóvenes menores de dieciocho años. A principios del verano comencé a trabajar como pizzería en el turno matutino de Pizza Pagoda. Era más o menos a la misma hora que Charlie y Jenny continuaban dormidos en la casa de la lujuria en el árbol. A la hora que saliera de trabajar, como a las seis, ellos ya estarían en la calle veintitrés haciendo Dios sabrá que. Por fin, papá me dio el viejo Nissan de mamá y hasta le puso un estéreo nuevo. Gracias a Dios. Y a pesar de que me parecía súper hipócrita que mamá haya pegado en la defensa esa calcomanía que decía Haz el bien sin mirar a quien, la deje ahí para recordar que yo no era una de esas súper losers que transitan por debajo del puente: yo conduzco sobre el puente. El trabajo en Pizza Pagoda no era malo, solo me tomo tres semanas comenzar a odiar la pizza. Una noche, después del trabajo, fui a la tienda de mascotas a saludar a la señora Parker. También esperaba poder saludar al señor Zimmerman, si es que estaba por ahí. Pero cuando cruce la puerta me encontré con un mar de caras nuevas. Por fin vi a la señora Parker en el fondo, donde guardaban a los perros más grandes. –¡Vera! –Hola, señora P. Me dijo que le apenaba mucho que no me hubieran dado el empleo. –Todo ha cambiado bastante por aquí –me explico. –No hay problema –le conteste–. Tenía el plan de ser voluntaria unas cuantas horas a la semana pero el trabajo que conseguí me mantiene demasiado ocupada. –De todas formas nos vamos a tener que ir pronto –me comento–. El nuevo dueño cree que no es muy buena idea mezclar el negocio con, ya sabes, la caridad.

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–Vaya, pues qué triste. Sera el final de toda una época –le dije mientras le rascaba la barbilla a una labradora negra que luego comenzó a mover la pata incontrolablemente. –Vamos a regresar a las viejas instalaciones que están en el pueblo, tal vez nos cambiemos a finales del verano. Creo que en septiembre. –Mientras ella me contaba todo esto, me fije en dos chicas que cepillaban a un perro en el centro de adopción, detrás de la venta que lo separa de la tienda. Una de ellas se parecía a Jenny Flick, venia peinada de coleta y traía puesta una camiseta de voluntaria. –¿Esa es Jenny Flick? –le pregunte a la señora Parker. Ella se encogió de hombros. –No me puedo aprender todos los nombre, nos envían chicos nuevos todos los días. Ese programa de servicio comunitario con los chicos de la preparatoria es un desastre –me explico–. Estos muchachos pasan la mayor parte del tiempo metiendo la pata y lo único que les interesa es cubrir sus créditos escolares. Que desperdicio. –Aja –le dije mientras observaba a Jenny. Alcance a ver de reojo la espantosa plasta de delineador que usa. –La forma de trabajo es muy distinta a la que solíamos manejar. –me dijo–. A la mitad de estos muchachos ni siquiera les gustan los animales. A pesar de que la tienda Zimmerman había dejado de ser mi lugar predilecto del mundo porque me negaron el empleo de mis sueños, enterarme de todo esto me había sentir llena de rabia. Después de todos los años que paso el señor Zimmerman manteniendo el centro de adopción, ahora lo iban a volver a enviar al pueblo, donde había menos probabilidades de que la gente adoptara animales que necesitaban un hogar. Solo de pensar que había adolescentes apáticos aprovechándose de la señora Parker, también me hacía sentir muy apenada. Pero por supuesto, toda la situación estaba tomando un tono más personal dado el hecho de que Jenny estaba trabajando ahí: en mi tienda y para mi antiguo jefe. El único lugar de Mount Pitts que se había mantenido libre de la presencia de Jenny Flick, ahora le pertenecía. Pero mientras la Vera de doce años que vive en mi cabeza se comportaba como toda una reina del drama diciendo cosas como ―Tal vez Charlie le dijo que lo hiciera‖ o ―Deberías decirle a la señora Parker que Jenny es una adicta‖, también trate de ver la situación como lo haría un adulto (como lo haría papá). Razone y utilice mi cerebro. Y cuando termine, había llegado a una solución.

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Iba a ignorarlo todo. Dejaría de ir al Centro Comercial Pagoda y a la tienda de animales. Dejaría de pensar en que quería se veterinaria. Tal vez papá tenía razón, tal vez era cruel conservar a las aves en jaulas, tal vez los gatos no deberían hacer popó en cajas. Él siempre dijo que los seres humanos gastaban más dinero en alimentar a sus mascotas que en alimentar a la gente del mundo. Decía que había niños hambrientos y desnutridos a tan solo unos kilómetros de distancia y, mientras tanto, los demás gastábamos el dinero en huesitos de hule en colores azul, blanco y rojo, pelotitas, ratoncitos de plástico para que jugaran los gatos, y piedras calientes para iguanas que seguramente ni siquiera vivirían en Pennsylvania si tuvieran opción.

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La pagoda también hace un breve comentario Transcripto por Criis

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s verdad, el cuarenta y siete por ciento de los niños de este pueblo viven en pobreza. En este preciso momento, mientras ustedes leen este comentario, muchos de ellos están pasando hambre. Algunos serían felices si al menos pudieran comerse una lata de esa comida para perro que ustedes abren dos veces al día.

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Lunes, de las 4:00 a las 8:00 p.m. Transcripto por Criis

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uando le llamo a Marie para avisarle que voy a volver a trabajar a medio tiempo, ella me dice que James ofreció cambiarse al tuno matutino para que papá no se alucinara. Este es el mayor sacrificio que puede hacer un repartidor de pizzas. James va a perder unos 20 dólares diarios y unos 40 los viernes. Eso significa que ha hecho un esfuerzo que le va a costar unos 120 dólares a la semana sólo para hacer que mi padre (un hombre que jamás dejaría de ganar 120 dólares por nadie) se sienta más tranquilo. Trabajar sin James me hace sentir muy rara. Marie consiguió a un tipo de mediana edad llamado Larry. Él va a trabajar de las 4:00 p.m. al cierre entre semana. Supongo que es lo mejor. Supongo que es lo mejor. Es un poco flojo y no puede trapear el piso sin dejar manchas negras y charcos por todos lados. Dobla como dos cajas por minuto (para no cortarse con el papel) y huele a ajo. Jill, la ex porrista ahora convertida en trabajo al servicio de la comida, renunció el mes que no vine, lo cual me sorprende bastante. Marie me contó que ahora trabaja como chef en un restaurante que pertenece a gente griega. Apuesto que su novio skinhead neonazi debe estar fascinado con la idea. Casi todos los recorridos que Marie me asigna son en los suburbios porque, mientras estuve castigada, asaltaron a dos técnicos repartidores de pizza en el pueblo. No fue nadie de Pagoda, pero de cualquier forma ella trata de cuidarme. Y yo se lo agradezco. Larry el hombre ajo, puede hacer los recorridos del pueblo porque parece no molestarle. -¿Vas a pasar por el bar Fred´s? -me pregunta Larry agachándose un poco para ver todas las pizzas y tratar de descifrar que ordenes le pertenece a quién. -Odio ese sitio. -Bien, pues yo voy al lado este –me dice con esa cara que sólo pones cuando te toca ir al lado este del pueblo. -Okay, está bien, yo la llevo –le digo, a pesar de que no debería ir a Fred´s.

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Mi recorrido final y también el más largo, es a las casas de interés social que acaban de construir en la calzada Hammer. Es un lugar agradable. Todo es nuevo, en colores suaves. El diseño de los exteriores es lindo y la tierra de los jardines tienen un recubrimiento de grava para guardar la humedad de la tierra. Venir a vivir aquí es un excelente manera de sacar a la familia del maldito pueblo, criar a tus hijos en el aire fresco y, al mismo tiempo, mantener tu calidad de desempleado que sobrevive gracias a la asistencia social que ofrece el gobierno (deberían escuchar las cosas que dice papá de lugares como este). No estoy muy segura de la numeración porque, hasta antes de hoy, sólo había venido una vez a esta zona. Bajo la velocidad, me fijo en que lado de la calle están los pares y finalmente encuentro el 224. Estoy tan distraída que, cuando el tipo abre la puerta con los pantalones en los tobillos, le entrego los cuatros refrescos antes de darme cuenta de lo que está sucediendo. De inmediato, el instinto me dice que lo ignore y mantenga el contacto visual. No mires abajo. Le entrego las pizzas. -Son diez dólares con 5 centavos, por favor. Sigue ahí de pie con los pantalones hasta abajo, balanceando dos pizzas grandes en la manos y cuatro Sprites en la izquierda. Se me queda viendo como esperando que yo haga algo. Lo tiene erecto y me pregunto si esto me arruinará psicológicamente de por vida. Con los pies atorados en los pantalones, da unos pasitos hasta la mesa de la sala y baja los refrescos. Cuando regresa, el movimiento hace que le rebote como un trampolín. Este momento está a punto de convertirse en unos de los más graciosos en la historia de la entrega de pizza a domicilio. Se agacha para sacar el dinero del bolsillo trasero del pantalón que por cierto, sigue hasta el suelo, y me pregunta: -¿Me puedes repetir cuánto es? -Diez dólares- le contestó y me doy cuenta de que, como ya se deshizo dela pizza y los refrescos, ahora tiene las manos libres. Lo único que quiero hacer es salir de ahí corriendo.

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Me entrega un billete de diez y dos de un d贸lar y permanece en la puerta con los pantalones en los tobillos y su erecci贸n. Cuando me echo en reversa con el coche y estoy a punto de salir de su propiedad, se despide de m铆 agitando la mano. Y digo en voz alta: -驴Lo ven? Por esto son tan necesarios los letreros de advertencia afuera de las casas.

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QUINTA PARTE. Segundo día de mí regresó a clases: martes Transcripto por Criis

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n el desayuno le preguntó a papá: -¿Tú crees que mamá dejó de amarte antes o después de que conoció a, cómo se llama?

Mastica su granola con toda la parsimonia que es capaz. Me saca de quicio, tal vez también sacaba de quicio a mamá. -No lo sé- me responde-. Tal vez ni siquiera estoy seguro de que haya dejado de amarme. Sé a lo que se refiere yo tampoco creo que Charlie haya dejado de amarme. Pero ahora Charlie está muerto y yo estoy aquí en la cocina, camino a la escuela y luego al trabajo. Es mi último año de preparatoria y aún no tengo ni idea de lo que quiero hacer con mi vida. No tengo madre, el año pasado perdí a mi mejor amigo –no una sino dos veces-, me enamoré de un tipo, bueno, de dos tipos de quienes no debería haberme enamorado, fui golpeada por un skinhead neonazi y logré que me aventaran latas de cerveza, dinero y mierda de perro. Ah, y por supuesto, lo de anoche. -En la calzada Hammer salió a recibir la pizza un tipo con los pantalones en los tobillos –le conté a papá quién parece seguir masticando el mismo bocado de granola. -¿Estaba en calzoncillos? – me pregunta mientras sigue masticando. -Nop –le contesto. Me siento un poco apenada de entrar en detalles-. Mmm, o sea, completamente, mmm, sin calzoncillos. Me mira con los ojos desorbitados. Mastica más rápido y traga.

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-¿Llamaste a la policía? Me encojo de hombros y le digo: -¿Qué podrían haber hecho? -¡Vera! ¿Qué diablos te pasa? –Va y vierte en el colador el cereal que no terminó de comer y luego enjuaga el fregadero. -No siquiera se me hubiera ocurrido llamar a la policía. Era sólo un loco, ¿verdad?, ¿un loco inofensivo? -¿Lo ves? Este es el tipo de situación al que me refería cuando hablaba de la responsabilidad. Veer, necesitas ir construyendo una visión más integral de la comunidad. ¿Qué pasaría si el tipo ése le hace lo mismo a niñas exploradoras que a veces venden galletas de casa en casa? Me encojo de hombros otra vez. No esperaba que se pusiera así de loco. Nos quedamos mirando un buen rato. -¿Recuerdas la dirección? –me pregunta. -Ajá, pero, ¿qué caso tiene acusarlo con la policía?, ¿qué van a hacer ellos al respecto? Me mira lleno de desilusión. -¿Quieres que yo llame? -No. -Pues uno de nosotros tiene que hacerlo. -Bien, que lo haga uno de nosotros. Okay, lo admito, sólo mencione lo de anoche porque quería hacer sentir mal a mi papá por obligarme a trabajar como repartidora. No tenía idea de que se pondría como loco. Pero ahora lo veo y me doy cuenta de lo tremendamente hipócrita que es. Reflexiono y pienso que me instinto me dijo un millón de veces que ayudara a Charlie y papá me dijo un millón de veces que ignorara lo que sucedía. -Déjame entender algo –le digo-. ¿Te das cuenta de que por una parte quieres que reporte a un idiota que le abrió a la repartidora de pizza con los pantalones en los tobillos, y por otra, te has pasado toda la vida que ignoré las peleas de box de los vecinos? –Estoy tan furiosa que cuando apunto hacia la casa de Charlie, siento mi mano temblar-. Y esto sucede en la casa de junto, por Dios ¿qué tipo de persona crees que soy?

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-Yo… -¿Qué hay de las niñas exploradoras que venían a la casa de los Kahn y le vendían galletitas a la señora cuando tenía el brazo fracturado? ¿Qué tipo de visión más integral de la comunidadcrees que hayan recibido con eso, papá? Ya sé que con esta forma de enfrentar a papá me va a salir el tiro por la culata, y por eso decido que es mejor tirar el resto de mi cereal por el caño, así como ello hizo y hablar sin parar mientras me encamino a la puerta. -Siempre me dijiste ―Ignóralo, Vera‖, ¿y ahora crees que vale más la pena hablar del pobre idiota de anoche?? Agarra la onda, papá. Es lo más hipócrita que he escuchado mi vida: ese maldito continúa golpeando a la señora Kahn hasta el día de hoy, sigue sin ser castigado y tú permites que el bastardo continúe libre. Azoto la puerta y me dirijo al coche llena de rabia. Veo que el autobús va subiendo por Overlook y me acuerdo de cuando lo esperaba con Charlie. Recuerdo que, entre las 7:00 y las 7:14, él se fumaba dos cigarros, uno tras otro. Y también recuerdo que él guardaba la última bocanada de humo para exhalarla precisamente cuando iba subiendo los escalones del autobús. Me pregunto sí, de haber llamado a la policía cuando tenía diez, trece o quince años, Charlie estaría vivo. Ahora me arrepiento, me arrepiento de cada uno de los minutos que guardé el secreto. Me arrepiento de no haber hablado con Charlie al respecto. Me arrepiento de haber tenido unos padres a quiénes parecía no importarles lo suficiente como para hacer algo. Me arrepiento de no haberme convertido en razón suficiente como para obligarlos a hacer algo. Me arrepiento de nunca haber dicho lo que pensaba, de nunca haber dicho: ―Pero, ¿y qué tal si se tratara de mí?, ¿Qué tal si terminó casándome con un imbécil golpeador?, ¿entonces si les importaría?, ¿entonces si se involucrarían?‖. Y también me arrepiento de no haber llamado a la policía desde la primera vez que vimos al pervertido aquel. Porque estoy segura que también tuvo mucho que ver con la forma en que Charlie se comportó casi al final. Aquí, sentada en mi choche, viendo cómo despierta el vecindario, de pronto comprendo que no puedo permitir que mi arrepentimiento me siga deteniendo. Y ahora digo, en parte a Charlie y en parte a mí misma: ―Lo siento, te prometo que voy a encontrar la manera de cambiar todo esto‖. Cuando me echo en reversa para salir del camino, veo que papá me mira desde la ventana de enfrente. Se despide, y con eso, me está proponiendo una tregua. Significa que continúa sin poder enfrentar situaciones en verdad fuertes

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y por tanto prefiere ignorarlas. Recuerdo el post-itque dejó junto al fregadero: ―Fundamentalmente, el tirador se apunta a sí mismo‖. Fundamentalmente, papá se ignora a sí mismo. Fundamentalmente, el señor Kahn se golpea a sí mismo. Fundamentalmente, -por lo tanto-, me entrego a mi misma a domicilio. ¿Querré un six-pack de Coca con la entrega? ¿O tal vez pan de ajo?

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Parte de la historia que quisiera olvidar: diecisiete años; agosto Transcripto por Joy

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l verano menguó y yo me hice bastante buena en el arte de ignorar a Charlie y a Jenny Flick o a quienquiera que Charlie trajera al bosque a sus fiestas para fumar marihuana y tener sexo, o lo que quiera que estuviera de moda ahora. También, desde que me entere de que Jenny había empezado a aparecer en la tienda de mascotas Zimmerman para reunir créditos y graduarse, me hice bastante buena en ignorar el Centro Comercial Pagoda, así como cualquier deseo remanente de trabajar en la tienda de mascotas. Me gustaría trabajar en Pizza Pagoda, y a pesar de que me moría por cumplir dieciocho años para poder cambiarme al turno de la noche y convertirme en repartidora, me llevaba bien con Nate, el gerente del turno diurno, quien decía que mi gusto por Al Green me convertía en ―hermana afroamericana honoraria‖. Me gustaba tanto trabajar, que me sentí muy triste cuando acabaron las vacaciones y tuve que regresar a la escuela para volver a convertirme en la Vera Dietz sobre la que Jenny Flick y Charlie dijeron no sé qué mentiras. Quedaba una semana y todavía no compraba ni útiles escolares ni ropa. Ni siquiera había abierto el sobre en el que venía mi horario y que había llegado un par de semanas antes. Iba pensando en todo lo anterior justo cuando llegue a casa, después de un turno de 10:00 a 4:00 de la tarde. De pronto, me atemorice cuando note que alguien se acercaba a mi ventana y luego vi que era Charlie. –Tenemos que hablar –me dijo. –Charlie, por favor, vete. –Es que estoy en problemas. Lo mire a los ojos y me di cuenta de que en verdad estaba en problemas. –¿Y a mí que me importa? –¿Puedes ir a caminar conmigo?

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–No. Se detuvo y yo seguí a la casa. Me sentí segura en cuanto vi que ahí estaba papá. –Solo hasta el roble, ¿sí? –Vete a casa, Charlie. –Hablo en serio, Vera, necesito que me ayudes. –Yo también hablo en serio, Charlie. Nos miramos por un momento. –Jenny está loca, va a lastimar a los animales –me dijo. –Es tu problema, no mío. –Le conteste eso a pesar de que, de tan solo pensar en esa posibilidad, mi corazón se retorcía. ¿A quién diablos se le ocurre lastimar animales? –Lo va a hacer –insistió. –Solo vete a casa y déjame en paz, Charlie. –¿No puedes hablarle a los dueños y avisarles? –¿No puedes hacerlo tú? Nos quedamos mirando en silencio por algunos segundos y luego camine hacia la puerta del frente. –Jenny me va a matar –dijo más serio que nunca. –Es tu problema –le respondí, evitando mostrar mi rostro de exasperación: Aja, seguro, si, Charlie, te va a matar. –Pensé que eras mi amiga –me dijo con la voz temblorosa. Me acorde del Día del Trabajo, el día que me golpeo. –Era tu amiga, Charlie, pero las cosas han cambiado. –¿Pero cuando te convertiste en una vieja tan perra, eh? –me grito. Papá abrió la puerta en ese preciso instante.

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Charlie seguía vociferando junto al coche cuando yo pase junto a papá y me metí a la casa. Papá se quedó afuera hasta que Charlie regreso al bosque murmurando no sé qué. Tome un baño para deshacerme del olor a aceite y peperoni que siempre me quedaba en el cabello y la piel. Y mientras tanto, imagine cosas espantosas. Pensé que Charlie regresaría con una de las pistolas de su papá a matarnos. O a suicidarse. Trate de imaginar en qué clase de problemas estaba metido, pero esperaba que no fuera nada grave. Luego me acordó de lo mala onda que había sido los últimos meses; había hecho bien en ignorarlo. Tal vez en ese momento Jenny, Bill Corso y Gretchen, el cerebro de ardilla, estaban en el bosque, sumamente desilusionados de que yo no hubiera caído en la trampa. Y en serio, ¿Qué onda con esa historia de Jenny Flick y los animales?, ¿Qué clase de anzuelo era ese?, me pregunto si se les ocurrió a los cuatro juntos o solo a uno. Idiotas.

Papá preparo Fettuccini Alfredo para cenar. –¿Qué quería Charlie? Me daban ganas de contarle todo, pero era un gran drama y a los Dietz no nos gustan los dramas. –Nada importante –le conteste–. Que rica pasta. –Gracias, saque la receta del periódico. Desde el Día de San Valentín no le había contado a papá nada de lo que sucedía con Charlie. Él tampoco me había preguntado y a mí me parecía que era lo mejor. Nos sentamos en la barra de la cocina, yo miraba hacia las puertas deslizables y el me miraba a mí. Contemple como se iba desvaneciendo la luz, en estos días sucedía mucho más temprano. Luego me fije en el calendario que estaba en el refrigerador. –Queda menos de una semana –le dije. –Aja. Hoy fui a comprar grapas al centro comercial, y estaba repleto. –Uy, las compras. Papá se rio.

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–Todas las porquerías que venden están carísimas –comente. –Estoy muy orgulloso de ti, Veer –me dijo papá. ¿Cómo iba a estar orgulloso? Me había convertido en su mini-Ken: Una diosa de la indiferencia parsimoniosa y autosuficiente, que fingía que todo estaba bien a pesar de que no era cierto.

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Un breve comentario de Ken Dietz (el orgulloso papá de vera) Transcripto por Joy

CindySindy siempre decía que yo ahorraba mi persona de misma forma que ahorraba dinero. Decía que emocionalmente era un mezquino. No paraba de quejarse de que no podía salir en todo el día y, cuando le sugería que llevara a Vera consigo siempre respondía: ―A los lugares a los que quiero ir no puedo llevar a Vera‖. Nunca le pregunte a que se refería, pero la noche que se fue se me ocurrió que tal vez se había referido a la tienda, al cine, al salón de belleza o quizá solo a pasear en el coche sin una dirección fija. Tiempo para ella misma; se refería a que necesitaba un descanso. Ni siquiera había cumplido diecinueve años, por lo que creo que lo mínimo que debí haber hecho por ella, después de embarazarla y hacerla casarse tan joven, era darle tiempo para estar sola. Sería bastante adecuado decir que nos casamos a punta de escopetazos. El papá de CindySindy tenía varias escopetas y la noche que fuimos a darle las malas noticias, estuvo a punto de tomar una de ellas en dos ocasiones. CindySindy me había dicho que quería tener al bebé, por lo que yo estaba dispuesto a casarme con ella desde antes de que mencionaran las escopetas. –¿Y tú crees que con lo que ganas en la gasolinera vas a poder mantener a una esposa y un bebé? –Sí, señor. –¿Cuándo te pagan a la semana? –Ciento noventa y ocho dólares. Su madre dejo de llorar solo por un minuto para preguntar: –¿Ciento noventa y ocho la hora? –No, a la semana, Janet –le dijo su marido y luego volteo a verme–. ¿Cómo piensas que vas a mantener a un nieto mío con menos de 800 dólares al mes? Con esa mierda de salario, ¿dónde crees que vas a encontrar un lugar para vivir?

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–Bien, pues nos mudaremos a la casa de mi madre –le conteste. Después de un largo rato de silencio y del invisible alivio que mostraron al enterarse de que no habíamos escogido su casa para construir nuestra madriguera, el padre de CindySindy pregunto: –¿Y cómo recibió tu madre la noticia? –Le sorprendió tanto como a ustedes pero está de acuerdo con el plan. La señora Lutz lloro con más fuerza. Su esposo añadió: –Sí, me imagino que debe de estar muy sorprendida. El pequeño problema era que yo no le había avisado a mi madre aún. CindySindy y yo sobrevivimos tres meses en mi habitación. Ella dormía mucho y de vez en cuando vomitaba. Yo me dedicaba a beber cerveza y mirar series malas en la televisión portátil en blanco y negro que me había encontrado en el ático. Pero una buena mañana de domingo, un molesto ruido nos despertó a mí y a mi dolor de cabeza. Cuando abrí los ojos pude ver a mi madre en nuestro cuarto con un cigarrillo colgando entre sus labios. Estaba vaciando los cajones y metiendo toda la ropa en bolsas negras de plástico. –¿Creíste que no me iba a dar cuenta? –¿Dar cuenta de qué? –le pregunte mientras debajo de las cobijas trataba de enfundarme un par de calzoncillos sucios. CindySindy rodo sobre la cama, gruño un poco, abrazo una almohada y continúo durmiendo. –De que embarazaste a una adolescente y la trajiste a vivir a mi casa. –Se llama Cindy. –Se llama abuso de menores, Kenny. –Continuó metiendo mis pertenencias en las bolsas hasta que la detuve. –Nos vamos a casar, sus papás están de acuerdo. Se me quedo mirando de la misma forma en que lo había hecho un millón de veces antes: como si estuviera profundamente arrepentida de haberme tenido. –Entonces se pueden ir a vivir a casa de ellos.

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Por la tarde tuve que ir a trabajar. Cuando regrese, no solo había sacado todas las bolsas con mis pertenencias al patio, también había colocado sobre el buzón un letrero que decía ―Venta de Garaje‖. Después de vivir una semana en el sótano de los Lutz, encontramos un departamento en el pueblo que nos rentaron por 350 dólares al mes. Estaba infestado de cucarachas y no contaba con aire acondicionado. Ahí vivíamos cuando nació Vera; nos casamos dos meses después de su nacimiento. Y como yo invariablemente me bebía el dinero de la renta, CindySindy acepto aquel empleo de stripper en Joe‘s. Cinco meses después de eso, deje de beber. Pero dejar de beber no salvo mi matrimonio, porque dejar de beber es solo: no seguir bebiendo. Yo no tenía idea de cómo transformarme en un amigo o en una buena compañía para CindySindy. Nunca le pregunte como se sentía porque nunca se me ocurrió siquiera pensar en eso. Lo único que me importaba era lo que ella pensaba de mí. Y como la miserable fumadora empedernida que era mi madre me había condicionado a pensar que yo era un imbécil, pues tampoco sabía (ni quería enterarme) de lo que CindySindy opinaba en realidad. Estaba seguro de que pensaba lo mismo que mi madre, que yo era un imbécil. Cuando Vera cumplió un año, CindySindy dejo de desnudarse y consiguió un trabajo de mesera en el restaurante que estaba a una cuadra del departamento. Yo cuidaba de Vera hasta las tres de la tarde, luego llegaba CindySindy y entonces me iba a trabajar a la gasolinera en el turno de cuatro de la tarde a medianoche. Parecía que CindySindy se sentía mucho más contenta de trabajar en el restaurante de la esquina, pero ganaba menos de la mitad de lo que sacaba en el club de strippers. Un día, antes de irme a trabajar, pase a verla al restaurante y vi que los clientes coqueteaban con ella, le hacían comentarios vulgares y se reían. De pronto eso me hizo comprender que ser un perdedor o no serlo dependía por completo de mí. Me di cuenta de que quería darles a CindySindy y a Vera un futuro mejor. Fue por eso que, camino al trabajo, me detuve en la escuela comunitaria y les dije que me urgía hacer algo con mi vida. Las personas que me atendieron fueron muy amables y me dieron una pila de folletos con información. La revise toda esa misma noche en la gasolinera. A la mañana siguiente me inscribí en las clases de contabilidad para el periodo de verano. Vera acababa de cumplir cuatro años cuando recibí mi certificado de Contador Público y al fin pude conseguir un empleo de verdad en un despacho que estaba en el centro del pueblo. Mi salario se triplico y le dije a CindySindy que dejara su trabajo. Si pudo dejar de trabajar, lo que no pudo dejar de hacer fue quejarse de mí. Y es que conseguir un gran empleo tampoco salvaría mi

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matrimonio, porque conseguir un gran empleo es solo eso: dejar de trabajar en un empleo de mierda. –Dejaste de ser un adicto al alcohol para convertirte en un adicto al trabajo, Kenny. Ya nunca te vemos. –Lo único que quiero es que mis chicas tengan todo lo que necesitan –le explicaba. –Lo único que quieres es evitarme. Yo le dije ―Eso no es verdad‖, pero, en el fondo, ella estaba en lo cierto. Me aterraba regresar a casa y explorar ese hueco que todavía sentía dentro de mí. Ella decía que era mi ―equipaje‖. Tienes miedo de abrir las maletas y descubrir lo que tu madre empaco. Ay, CindySindy, siempre fue tan inteligente. Pero nunca se lo dije, tampoco le dije que la amaba a ella o a las dos estrías que le provoco embarazarse de Vera, o esa pequita que tenía en la frente, Jamás le dije que adoraba su lasaña o que sus opiniones políticas me parecían perspicaces. Preferí mantenerme siempre callado porque pensaba que de esa forma estaría más seguro. Ahora me doy cuenta que Vera está haciendo exactamente lo mismo. A pesar de que era obvio que estaba enamorada de Charlie hace apenas un año, todavía no me ha dicho una sola palabra de lo que paso. Y antes de eso, habían sido inseparables desde los cuatro años, pero aun así actúa como si yo no estuviera al tanto de como creció su amistad. Quiero decirle que no tiene caso ocultarse, quiero decirle que cuando construyes un muro a tu alrededor, lo único que consigues es alcanzar el vacío.

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La venganza de Piggy: martes Transcripto por Criis

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e quedan tres minutos para llegar a Pensamiento Social Moderno y los miles de Charlies me tienen arrinconada en la esquina del baño que está junto a la biblioteca. Son tan transparentes que a través de ellos puedo ver los espantosos mosaicos rosas que cubren el baño. A pesar de eso, tienen peso, y por lo tanto siento que me sacan el aire de los pulmones. Por instinto protejo mi pecho con los brazos cruzados. Todos hablan al mismo tiempo y el ruido es parecido al de una estación de trenes en horas pico. A pesar de que no logro distinguir una sola palabra, de que sólo se oye barullo, sé perfectamente lo que me están diciendo. Su único propósito es que vaya a buscar ala nota que me dejó Charlie, la nota que me ha quitado el sueño desde el momento en que me dijo: "Te voy a dejar algo". Alcanzo a ver que el vapor cubre el espejo a través de los mil Charlies. Los empujo con fuerza y camino lentamente hacia el lavamanos. Tengo que presionar como si me enfrentara a una serie de fuertes ondas que provienen del lugar de donde se exhala el aliento. Claro, todo sin preguntarme cómo es posible que una alucinación/fantasma/espiritú/alma perdida, exhale aliento. Estoy tan ocupada yendo contra la corriente de Charlies que, hasta que llego al espejo, descubro que me dejó, con su pésima letra, un mensaje escrito en el vapor. Las puertas se abren y los Charlies desaparecen. Gretchen, la cabecilla de los Flickifans, entra y se da cuenta de que estoy hiperventilando. Se fija en el espejo y sonríe burlonamente. -Eres una freak - me dice en su tonito de serpiente-. ¿Qué te pasa? ¿Acaso eres n bebé? Veo el espejo. Dice: AYÚDAME.

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Bill Corso está en el salón cuando llego a Pensamiento Social Moderno. Tose mucho, igual que yo lo hacía cuando estaba en tercero de primaria y quería que llamaran a mi mamá para que me fuera a recoger. Suena la campana y, antes de iniciar la clase, el señor Shunk continúa trabajando un minuto más en sus papeles. Después, coloca su silla al centro y al frente del salón, abre El Señor de las Moscas y me señala. Comienzo a leer el capítulo desde donde nos quedamos. Continúo leyendo. Un minuto más tarde, Gretche regresa de fumar uno de esos estúpidos cigarros extra largos y extra delagados en el baño. El señor Shunk indica: -Corso, tú sigues. -Yo, eh. -Comienza desde donde se quedó Dietz. Corso tose y murmura. -No puedo. -Claro que sí puedes. -El doctor dice que si hablo podría quedarme afónico -explica. Su explicación hace que varios de los geeks que estudian programación en la escuela técnica se burlen de él. -Que raro -dice el señor Shunk-. La hora anterior te vi jugando bádminton y platicando en el gimnasio y sonabas bastante sano. -Eh, yo, no puedo. Simplemente no puedo -dice y se levanta del asiento. El señor Shunk se ponde de pie sobre el corredor, entre los dos primeros escritorios. Se inclina hacia Bill Corso y le dice: -Señor Corso, si sales por esa puerta, te voy a reprobar y vas a perder todos esos preciados dólares de la beca deportista que tienes. Así que regresa tu

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trasero al asiento ahora mismo y comienza a leer. Bill se sienta, pone el dedo en el renglón en el renglón en que yo me quedé y comienza a leer con lentitud. -Eres... un... niño... tonto... dijo el... Señor de las Moscas. Eres sólo... un igno... -Ignorante -le susurra Gretchen. Bill se chupa los labios y la mira. El señor Sunk le dice: -Continúa. Bill parpadea. -Sólo un ignorante y tonto niño. Se detiene y suspira antes de comenzar a tartamudear otra oración. Nadie se mueve en el salón, me pregunto si Charlie estará aquí, en la repisa o en mi goma. Me pregunto si está en todo el salón, propagado como moléculas de oxígeno. También me pregunto si Charlie sentirá tanta pena por Bill como yo. ¿Qué futuro le espera a este chico?, ¿qué están haciendo aquí en la escuela para asegurarse de que su vida no se vaya a la mierda?, ¿quién le enseño que jugar americano era lo más importante?

Todo mundo habla de Bill Corso en el almuerzo. Como siempre, yo me siento al centro y al fondo de la cafetería, junto a la destartalada caja de aire acondicionado y calefacción. Con los maginados, los timoratos. Recuerdo la discusión que tuve con mi padre esta mañana. Dios mío, los adultos, vaya que son hipócritas. Miren a Corso, llego hasta el último año de preparatoria gracias a que varios adultos pasaron por alto su problema de lectura con el único objetivo de que nuestra escuela llegara más lejos en el campeonato interescolar de Pennsylvania. Y eso, de cualquier forma, nunca sucedió. Y ahora aceptan a Bill en una universidad patito con un equipo de americano de tercera. Y el pobre ni siquiera sabe leer. -¿Y tú qué ves?

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Son Jenny Flick y Gretchen. Hoy Jenny se ve particularmente zafada con esos circulitos que se pintó con delineador en la orilla de los ojos. -Nada. -Sigo mirando por la ventana, veo un enorme roble que está cerca del estacionamiento y lo trepo visualizando con creatividad, como me enseñó mi papá. -Entonces, ¿necesitas que te ayuden? Miro hacia arriba por entre mi largo y despeinado fleco que cada vez se parece más al de Charlie. -¿Dé qué estás hablando? -Gretchen te vio en el baño. -¿Y? -Entonces todo esto tiene que ver con Charlie, ¿no es verdad? -me dice Jenny-. Y lo que yo pienso es: ¿Acaso no todo tiene que ver con Charlie? Ella se inclina, murmura algo en mi oído y de pronto sinto que un escalofrío me recorre la espalda y tiemblo: -Qué mal que tú nunca llegaste a conocerlo tan a fondo como yo. Me alejo de ella, levanto mis libros y salgo de la cafetería. Ahora veo todo como en El señor de las Moscas. Somos animales ansiosos por competir, por ganar, por matar. Significa que al final de cuentas, Charlie es Piggy, ¿no es cierto? Paso las siguientes clases reflexionándolo porque, si Charlie es Piggy, entonces debería sentir más simpatía por él. Sé que, muy en el fondo, le sigo teniendo mucha simpatía. Sé que él está arrepentido, lleva nueve meses diciéndomelo. Nueve meses es lo que le toma a un bebé formarse en el seno materno (se nota que estoy en la clase avanzada de Biología, ¿verdad?). Cuando mi madre tenía mi edad estaba a punto de tenerme, claro, después de que yo ya había pasado nueve largos meses dentro de ella. Ahora es mi turno, me voy a dar a luz a mi misma. Voy a ser una mejor madre para mí de lo que ella lo fue. Voy a ser fiel y a defenderme. Voy a hacer algo más que enviarme 50 dólares en mi cumpleaños y si me llego a llamar a mí misma por teléfono, voy a demostrar que estoy interesada en mí porque me queda claro que lo necesito.

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Voy a cepillar mi cabello con gentileza y jamás voy a obligarme a entra a una tina con el agua casi hirviendo. Voy a ser el tipo de madre que muestra su cariño. Una madre que, al oír los golpes del señor Kahn que llegan hasta nuestra casa, llame a la policía, una madre que vaya al día siguiente a tratar de ayudar a la señora Kahn a abandonar a ese maldito bastardo abusivo. Hoy yo tengo el control porque quiero que así sea. Hoy puedo bajarle el volumen al futuro de Jenny Flick hasta cero y puedo subir y puedo subir el volumen de la reputación de Charlie Kahn hasta diez, aunque esté muerto. Sé que tengo los dedos puestos en el botón, es sólo que siempre había vivido la vida ignorando el control que puedo tener sobre mi propio mundo. Hoy, hoy todo es diferente. La noche que murió, Charlie me dijo que había dejado algo para mí, y hoy, hoy voy a ir a buscarlo. Me quedan veinte minutos antes de salir al trabajo, por lo que, en lugar de entrar a la casa, donde lo más seguro es que papá me esté esperando para darme un sermón porque lo llame hipócrita en la mañana, dejo mis cosas de la escuela en el coche y desaparezco en el bosque que está entre nuestra casa y la de los Kahn. Subo por la escalera de la misma forma que lo he hecho miles de veces y me columpio hacia la plataforma octagonal. Está cubierta de viejas hojas del otoño y una capa de polen verde primaveral. Hay muchas telarañas. Meto mi llave en el candado y me sorprendo al descubrir que Charlie no lo cambió. Al entrar me percato de que todo sigue más o menos igual. Alguien durmió en la cama, hay algunas botanas, una taza con una mancha de líquido seco al fondo. No quiero mirar demasiado porque lo último que vio esta casa del árbol fue a Charlie y a Jenny Flick teniendo sexo y yo en realidad no quiero pensar en eso. Muevo el colchón hacia la derecha y encuentro el falso tablón que funciona como una puerta secreta y que Charlie quiere que revise. Necesito una herramienta para levantarla. Busco algo en la cocinita improvisada y encuentro una cuchara que todavía está pegajosa. Inserto el mango en la rendija y después de batallar bastante, se levanta el tablón e introduzco la mano en el hueco. Está vacío. Busco un poco más y comienzo a sentirme estúpida, o sea, enserio estúpida. ¿En verdad creí que las imágenes de un sueño que tuve cuando una borrachera me dejó tumbada, me dirían algo sobre la vida real?

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Pero de pronto mi mano encuentra una servilleta arrugada. La saco y la extiendo, es del Burger King. Mi corazón palpita a toda velocidad, pero lo único que dice es Hola, Vera. Meto el brazo completo para ver si hay una caja o algo así, pero no, no la hay. Doblo la nota, la meto en mi bolsillo, vuelvo a colocar el tablón. Lo golpeo con el puño para que encaje bien y luego vuelvo a poner el colchón encima. Salgo, cierro la puerta, paso el candado por los arillos y lo cierro. Cuando voy hacia abajo comienzo a escuchar el azote de la puerta del patio de los Kahn y me asusto tanto que salto desde muy alto y casi me tuerzo el tobillo. Luego corro a casa. -¡Vera! -me llama papá desde su oficina Meto la cabeza por la ventana y le digo: -¿Ajá? -¿Quieres hablar de lo que sucedió esta mañana? -Tengo que ir a trabajar papá. -¿Estás bien? -Sí, supongo que sí. -Quiero que andes con cuidado en la calle, ¿está bien? -Sí, papá, lo haré. -No permitas que te avienten cosas -me dice. Yo le contesto: -Trabajar de repartidora de pizza me sirve para construir el carácter, ¿recuerdas? Me pregunto si logré hacer que se sienta mal.

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Parte de la historia que quisiera olvidar: diecisiete años, agosto Transcripto por Joy

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uve el domingo libre y fui a comprar algo de ropa para la escuela a la tienda de artículos de segunda mano que está al otro lado del pueblo. Era el lugar más seguro al que se me ocurría que podía ir. Ahí no me encontraría a nadie de Mount Pitts, y además tienen buena variedad a bajo precio. Las botas de combate y los jeans del años pasado todavía me quedaban, solo necesitaba algunas blusas y cualquier cosita que se me atravesara. La compra innecesaria del día fue un suéter café oscuro de los años setenta que me llegaban a las rodillas y que tenía peluchito en el cuello. Llegando a la carretera que rodea el pueblo. Charlie pasó junto a mí en su moto. Atrás de él iba Jenny Flick en su Nova, Iba tan rápido que se ladeo un par de veces y estuvo a punto de chocar contra el muro de contención. No sabía si lo estaba persiguiendo en serio o solo por diversión. Baje la velocidad para evitar un accidente, pero más adelante pude ver que Charlie zigzagueaba por zonas donde Jenny no podía meterse. Luego, mientras ella seguía atascada detrás de un camión, el tomo la siguiente salida y ya no pude verlo más. - Que no te importe, que no te importe, que no te importe – me dije en voz alta y luego le subí el volumen al funk. Cuando llegue a casa, Charlie estaba de pie en el pórtico. No lo vi sino hasta que me baje del coche y saque las bolsas de la cajuela. Me sorprendió que después de haber intentado sin éxito hablar conmigo el día anterior, hubiera regresado. No vi el coche de papá y me sentí algo desprotegida. - Jenny está loca – me dijo antes de que pudiera volver a subir a mi nave desbordante de funk –. Rompí con ella y ahora está como loca, creo que se va a suicidar o me va a matar, o no sé, va a terminar haciendo algo terrible. - Es tu problema, Charlie. - Pero necesito que me ayudes – me dijo.

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No le conteste, solo negué con la cabeza. - Carajo. - Exactamente, carajo – le dije y abrí la puerta de mi coche. Avente las bolsas al asiento trasero y me volví a subir. El se acerco a la ventana y coloco sus manos en la puerta. - Tienes que ir a la tienda de Zimmerman hoy en la noche. Me lo quede mirando con furia. - ¿Por qué no mejor se lo pides a alguno de tus nuevos amigos? - No son mis amigos. Nos quedamos en silencio y luego le dije: - Les permitiste tallar en la corteza del Roble Maestro, Charlie. – Abrió la boca para decir algo pero lo interrumpí –: Los llevaste a la pagoda y jugaste a lanzar avioncitos de papel con ellos. A Jenny te la cogiste en la casa del árbol, Charlie. ¿Y ahora me dices que no son tus amigos? - Podría terminar en la cárcel – me dijo nervioso. - También es tu problema. - ¡Podría morir! Mire hacia el cielo con exasperación. - Ay, por favor – le dije. Comenzó a caminar de un lado a otro y a murmurar. - Tienes que verme en Zimmerman a las siete. Tienes que ayudarme a detenerla – insistió. - Pero tengo trabajo – le mentí. - A las siete tienes que ir mi vida depende de eso. En ese momento me di cuenta de tres cosas: Estaba hablando completamente en serio. Todavía estaba enamorada de él.

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No hay nada más decepcionante que el chico mas cool del mundo se transforme en una reina del drama frente a ti. En serio, fue súper deprimente. Fue tan deprimente que pensé: ―¿Y qué puede pasar si lo ayudo por esta ultima vez?‖

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Lunes: de las 4:00 a las 8:00 p.m. Transcripto por Joy

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odo el camino a Pizza Pagoda me fui pensando donde pudo haber Charlie escondido algo para mí. Me irrita muchísimo que no haya dejado en la casa del árbol y al mismo tiempo me inquieta pensar que tal vez si estaba en la casa del árbol y la golfita de Jenny Flick ya lo encontró. Pero luego me acuerdo de la nota: Hola, Vera. No, Charlie era muy inteligente. La noche que le sucedió eso, a él y a todos esos pobres animales, él sabía que Jenny se había vuelto loca. Nunca habría escondido algo en un lugar donde ella pudiera encontrarlo. Cuando entro a la pizzería, Marie me dice que James me está buscando y que tal vez vuelva un poco más tarde. El viejo y flojo Larry anda por ahí dando vueltas tratando de eludir el trabajo y luego sale a fumar un cigarrillo. Cuando estoy en la parte trasera de mi una pila de cajas sin doblar, me fijo en el pequeño logo que traen. El logo dice: ―100% materiales reciclados‖ en un círculo alrededor de la imagen de un árbol. Me quedo viendo el logo mientras doblo las cejillas de una caja y las sujeto en las ranuras. Luego doblo otra caja, y otra, sin dejar de ver el logo… hasta que lo comprendo todo. De golpe. Charlie escondió algo en el árbol, pero no en la casa del árbol. Camino hasta el frente y le digo a Marie. - Marie, me tengo que ir, vuelvo en veinte minutos – No le ofrezco una razón y tampoco espero su respuesta. Diez minutos después me detengo en el área de estacionamiento que está cubierta de grava en el sendero azul. Me pregunto cuántos pares de calzoncillos Hanes habrá vendido Charlie en este mismo sitio. Salgo del coche y voy trotando hasta el Roble Maestro. A pesar de que ahora soy más alta que la última vez que lo trepe, se me hace imposible llegar hasta la rama más baja. Trato de subir abrazada al enorme tronco apoyándome con las pantorrillas. Uso las secciones más burdas de la corteza para apoyarme, pero no funciona. En el intento me raspo la parte interna de los brazos. Camino alrededor buscando los nudos más grandes entre las ramas y me acuerdo de que Charlie me ayudaba a subir hasta allá. Vuelvo a intentar la técnica de abrazar alternadamente con brazos y piernas el tronco y trato de alcanzar alguna coyuntura que sirva para

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apoyar un pie. Después de varios intentos, me columpio más alto hasta que alcanzo una rama delgada y me impulso hacia arriba. Me quedo sin aliento después de haber trepado unos seis metros. Miro hacia abajo y me asusto porque sé que faltan seis metros más antes de llegar al escondite preferido de Charlie. Me siento por un minuto y digo: - Si me caigo y me rompo el cuello todo será culpa tuya amigo. En cuanto recupero el aliento y el valor, continuo subiendo, rama por rama, hasta que quedo de pie abrazada al árbol y extiendo una mano hasta el hueco. Lo primero que encuentro es una caja de Marlboro rojos que vuelvo a dejar en el hueco. Luego siento otra caja - es la caja de los puros que vi en mi sueño - y la tomo. Al tratar de sacarla, pierdo el equilibrio y hago una de esas acrobacias en las que atrapas algo que se te va a caer y casi mueres en el intento. Retomo el equilibrio y vuelvo a sujetar la caja, pero ciertamente estuve a punto de caerme del árbol por ese mal paso. La tengo, la llevo bajo el brazo y, por primera vez desde que murió Charlie, me siento cada vez más triste mientras desciendo del roble. No siento enojo ni pena, no siento resentimiento ni abandono. No me siento sarcástica ni protectora, solo triste. Con cada paso que doy hacia abajo, abrazo con más ahínco al Roble Maestro y me apoyo en sus fuertes y sabias ramas. De pronto estoy llorando. Quién fue el maestro zen que dijo:‖ ¿Cómo es el sonido de un mano sola que aplaude?‖. Así es como me siento sin Charlie; como una mano sola tratando de aplaudir. Meto la caja debajo del asiento del conductor y regreso a la pizzería. Cuando llego veo el coche de Larry al frente y asumo que todavía no comienza la hora difícil. Entonces me estaciono al fondo del estacionamiento, afuera de la tienda de artículos para fiestas. Saco la caja y la pongo sobre mi regazo. Rompo con la uña el sello de cinta adhesiva de McDonald‘s con garabatos y escritos. Debajo de ellas hay un sobre. Tiene algunas servilletas engrapadas como si fuera un folleto. La página del frente dice QUERIDA VERA. Es la letra de Charlie. Comienzo a leer. Lo más probable es que me odies después de leer esto. ―Eso es imposible‖, pienso, ―ya te odio.‖ El Día de San Valentine te iba a pedir al fin que fueras mi novia. Envié las flores…

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–¿Qué lees? Es James, se asoma al coche. Dejo caer las servilletas en la caja cierro la tapa y la pongo, en el asiento del pasajero. –Nada, son solo recuerdos de cuando era niña. Nos quedamos mirando. –Extraño mucho salir contigo –me dice. –Yo también. –Le doy un beso rápido en la mejilla–. Eso es por haber cambiado de turno. –¿Cómo te sientes? –me pregunta señalando su cabeza. –Estoy bien –le contesto y por instinto me sobo el ligero chichón que todavía tengo en la frente. –Me hubiera gustado darle una golpiza, Vera. –¿Por qué?, fue una accidente ¿no? –Creo que me arrepiento de no haber hecho algo al respecto –me dice–. Me identifico mucho con la frase. Nos quedamos viendo durante algunos segundos hasta que dice: –Ya no podemos salir ¿verdad? Niego con la cabeza. –Eso me imagine. –Y tampoco puedo volver a beber, creo que… jamás. –Aja. Veo que Larry va bajando por la colina hacia la avenida principal y me doy cuenta de que debo volver al trabajo. –Ey, debo irme. Tal vez te vea mañana. James se mete a su coche y se despide. Yo atravieso el estacionamiento hasta llegar a la tienda y vuelvo a esconder la caja de puros debajo de mi asiento. Siento la enorme necesidad de volver a casa y guardarla bajo llave en algún lugar seguro antes de que me la roben o alguien más la vea. De pronto siento pánico de tenerla, pero ya no hay vuelta atrás.

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–¿Salió algo? –le pregunto a Marie. Ella me señala la siguiente orden y levanta tres dedos, lo que significa que me quedan tres minutos. Me dirijo a la puerta trasera, salgo al coche otra vez y saco la caja. Envié las flores temprano para que estuvieran ahí cuando llegaras a casa. Paso a la siguiente servilleta, las letras son de distintos tamaños. Pero entonces, todo se fue a la mierda. Paso a la tercera servilleta. En ella garabateo en diagonal. Tienes que comprender que todo iba bien hasta que ella se enteró. En realidad, antes de eso, nadie me había lastimado. Algo dentro de mí me hace sentir débil y temblorosa. De la caja saco el sobre amarillo y lo palpo. Por el frente se siente rígido y por atrás se marca algo redondo, quizás se trate de un CD, o tal vez un DVD. Viene a mi mente la imagen del pervertido tal y como lo conocí cuando tenía once años en el sendero azul: ―Que bonitas trenzas rubias‖ había dicho. Marie me da la señal desde la puerta. Va a ser un recorrido corto a los suburbios, en la zona de la vieja preparatoria. La anciana adora las anchoas; me da tres dólares de propina y me guiña el ojo. Vuelvo al coche y en lugar de regresar a la pizzería, me voy por Overlook hacia mi casa. Ahí está papá trabajando en su oficina, está retrasado con el trabajo porque ya es abril y no ha terminado las declaraciones. Subo corriendo con la caja escondida bajo mi holgada camiseta de Pagoda y la escondo entre la cabecera y la pared. –¿Todo bien? –me pregunta papá cuando voy bajando por las escaleras. –Sí, es que olvide algo –le contesto y agito la gorra roja de Pagoda frente a él. Claro que en la pizzería hay cientos, pero a él ni siquiera se le ocurre cuestionarme. –¡Cuídate mucho! –Sí, tú también –le contesto, un poco enfadada por lo elemental de su sugerencia–. No vayas a terminar enterrado entre tantos papeles, papá.

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Siento la opresiva presencia de Charlie durante todo el camino de vuelta a la pizzería. Le digo: ―No te preocupes, hombre, voy a aclararlo todo‖. Pero Charlie no confía en mí, trata de hacerme dar la vuelta y volver a casa. Quiere que lo haga ahora mismo, ya ha esperado demasiado. Desde que entro al estacionamiento, veo al flojo Larry fumando un cigarro. No se por qué, pero me agrada. Tiene más o menos la misma edad de papá, anda en los cuarenta, y a pesar de que es flojo, no sabe trapear y odia cortarse con las cajas de cartón, tiene una cierta confianza en sí mismo que papá no posee. Apaga su cigarro y camina junto a mí. –James te dejo esto –me dice Marie al tiempo que me entrega una pequeña hoja de papel doblada. El Charlie que flota en el aire me obliga a arrugarla, ponerla en mi boca, masticarla y tragarla enfrente de Marie y Larry. Les sonrío y regreso a la escalera a doblar cajas. Larry llega treinta segundos después y Marie grita: –¡Ya casi no tengo cajas grandes aquí! –Saca una caja –le digo a Larry. Sé que sueno déspota pero no es mi intención. Es que no estoy pensando en lo que hago, es una especie de experiencia extracorpórea. De cierta forma flota hasta mi cuarto y leo el resto de las servilletas de McDonald‘s que hay en la caja. Es Charlie el que me obliga a hacer esto, es como si fuera alcohol en mis venas adormeciendo mis sentidos, forzándome a hacer solo lo que él desea. Larry me dice: –¿…usarla? Me lo quedo viendo tratando de recordar lo que acaba de decir pero me es imposible. –Lo siento, tengo la cabeza en algún otro lugar. –Te preguntaba sobre estas estúpidas gorras, ¿en serio tengo que usarla? Asiento. –¿La puedo usar así? –Se la pone hacia atrás y cruza los brazos como si fuera un rapero muuuy agresivo. –Nop.

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–Diablos. Luego le digo: –Larry, no te preocupes, todos sabemos que eres cool, ¿no crees? –Sí, es solo que nunca pensé que a mi edad tendría que obedecer el código de etiqueta de los repartidores de pizza. –Técnicos repartidores, Larry, querrás decir, técnicos repartidores de pizza. Se ríe. –Okay, quise decir técnico repartidor. Ya no le digo nada más porque los mil Charlie me distraen, vienen hacia mi desde el frente de la pizzería. Son tantos que parecen un avión, su objetivo es mi cabeza. Quieren que suba a bordo y compre un boleto directo y sin escalas a la Estación de Policía de Mount Pitts. –¿Estas bien? –me pregunta Larry y luego se inclina hacia mí y me murmura al oído… con la voz de Charlie: –Por favor no me odies.

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Un breve comentario del chico muerto Transcripto por Joy

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entonces obligo a Larry a decir lo que quiero, él ni siquiera sabe lo que sucede pero Vero lo entenderá. Ella sabe que soy el pepinillo agrio.

Soy la caja de pizza y el interruptor de luz. Soy la nota de James disolviéndose en sus jugos gástricos sin haber sido leída. Una de las cosas que suceden en el otro lado es que, cuando mueres, por fin te enteras de la verdad. Si Vera muriera en este preciso instante, sabría de inmediato lo que hay en la caja de puros que le deje. Sabría que Jenny Flick la odiaba porque ella si tiene clase y ni siquiera tiene que esforzarse para demostrarlo. Sabría cómo sucedió todo, como forcejeo Jenny cuando trate de romper con ella. Como saco del garaje la vieja lata de gasolina de mi papá y la llevo a Zimmerman. Sabría que también robo mi encendedor Zippo. Sabría que me bebí una botella entera de tequila y luego me comí el gusano solo para olvidar lo que estaba sucediendo y sentirme mejor. Sabría que John me dio un puñado de pastillas cuando íbamos manejando en su coche y que no estoy seguro de cuantas tome. Vería que su madre la ama pero nunca quiso tener niños, que se siente culpable y la culpa la mantiene paralizada. Sabría que su padre está a punto de enfrentar sus broncas y que, después de hacerlo, continuara con su vida (lo primero que hará será pedirle a Hannah, la chica del banco, que salga con el). Por una parte, es agradable estar del otro lado porque aquí no existen secretos. No hay nada malo que ignorar y tampoco hay destino. Por otra parte, estando vivos podemos funcionar de la misma manera, solo es necesario empezar a poner atención en todo aquello que sí importa.

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Maneja coche, entrega pizza: martes, de las 4:00 a las 8:00 p.m. Transcripto por Joy

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algo por la parte de atrás y me quedo de pie bajo la pálida luz que antecede al anochecer. Larry se me une y enciende un cigarro. Aquí los Charlies no pueden acorralarme como lo hacen en espacios cerrados. Ya no quiero más dramas, solo quiero acabar el turno, irme a casa y leer el resto de la nota de Charlie. Comienza la hora pico, Larry hace las entregas del pueblo y Charlie se queda toda la noche conmigo, me acompaña a hacer entregas en las zonas más agradables. Sigue tratando de conducir el coche hacia Overlook peor yo le digo que mi turno acaba a las 8:00 y que tendrá que esperar. Amanera de protesta me obliga a soportar una canción AC/DC en su estación favorita de heavy metal. El ritmo baja en la pizzería como solo puede suceder un martes. Larry y yo estamos en la parte de atrás platicando y doblando cajas. Me cuenta que antes era programador de computadoras pero lo odiaba. Es por eso que ahora trabaja aquí y está tomando algunos cursos en la escuela comunitaria mientras decide que va a hacer con su vida. Quiere dirigir películas, me dice que ya escribió un buen número de guiones. Y no le cuento nada personal excepto que estoy en el último año de la preparatoria y que me parece una buena idea que asista a la escuela comunitaria. Esta noche está doblando las cajas como si llevara años haciéndolo. –¿Qué clases estas tomando? –le pregunto. –Por el momento solo las sencillas, estoy tratando de ponerme al día en matemáticas y computación. ¿Y tú, tienes alguna materia predilecta en la escuela? Asiento y tomo otra caja. –Me gusta Vocab, es como practicar espeleología y descubrir mil túneles nuevos en una caverna que ya conoces.

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Cuando me pongo de pie, Larry se coloca junto a mí y vuelve a murmurar en mi oído con la voz de Charlie: –La muerte es algo muy similar. –Luego añade: No abras el sobre, no querrás ver lo que hay adentro. Cuando me alejo de Larry y miro al frente de la tienda, veo que el lugar está repleto de Charlies de todos los tamaños. Gordos, delgados, altos, bajos. Junto al baño hay incluso un Charlie negro peinando su afro. También hay un Charlie con un perico gris en el hombro y un Charlie disfrazado de payaso triste y haciendo malabares con unos perritos muertos. Siento ganas de gritarle: ―¡Por Dios Santo, Charlie! ¿Qué no puedes esperar hasta que termine lo que estoy haciendo?‖. Estoy totalmente frustrada y friqueada y, a pesar de eso, me rio un poco. Me rio porque Charlie es tan endiabladamente impaciente muerto como lo era en vida. Si me estoy riendo de eso, significa que estoy más que preparada para lo que venga. Larry sigue doblando cajas junto a la puerta trasera, tiene un Marlboro apagado entre sus labios y no se da cuenta de que el lugar está lleno de moléculas de Charlie. Escucho a María, está en la parte del frente, saca pizzas frescas del horno, las coloca en las cajas y las corta. A pesar de que no me toca hacer esta entrega, la reclamo como si me perteneciera. Conozco el camino y más o menos se dónde está la dirección, tomo cuatro Cocas del refrigerador y me meto al coche antes de que alguien note que voy a hacer una entrega que no me corresponde. En el coche escucho las voces de los mil Charlies. Hablan al mismo tiempo, por lo que les digo: ―¡Silencio, Charlie! ¡Vete de aquí!‖ Pero no logro acallarlos. Pienso en lo que haría mi padre: el gran maestro del zen, el señor coolpor excelencia. Relajaría los músculos, se concentraría en el diafragma, en la respiración; trascendería la situación. Respiraría hondo y luego exhalaría. En el baño de abajo tenemos un letrero que dice: CORTA MADERA, ACARREA AGUA. Pienso en el mejor estilo zen y murmuro: –Maneja coche, entrega pizza. La entrega es un vecindario latino. Para apagar los fuertes susurros de Charlie, pongo música de Santana. La noche es calurosa y los ancianos caribeños están sentados en sillas sobre las banquetas. Respiran pero no hacen contacto visual conmigo. Cuando regreso a la pizzería me siento por un segundo y busco las moléculas de Charlie pero se ha ido. Marie casi esta lista para pagarme. Voy a cambiarme de ropa al baño y me miro rápidamente en el

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espejo. No hay fantasmas aglutinados junto a mí obligándome a garabatear en el papel higiénico y luego comérmelo, ni robándome el aire. Respiro cerca del espejo y lo lleno de vapor, una prueba de que sigo viva. Y eso me recuerda que soy muy afortunada de que así sea. Mientras meto la camiseta a la lavadora, sueño despierta que hago un letrero y me lo cuelgo en el cuello. Podría llevarlo a la escuela mañana. Un letrero que diga: Yo extraño a Charlie Kahn. Camino a casa me imagino otros letreros, uno para cada persona que guarda un secreto. El de Bill Corso diría: NO SE LEER PERO PUEDO HACER BUENOS LANZAMIENTOS. El del señor Shunk diría, DESEARIA PODER DEJARLOS ABANDONADOS A TODOS USTEDES EN UNA ISLA. El de papá diría: ME ODIO PERO NO TENGO UNA BUENA RAZON PARA HACERLO.

La idea continua expandiéndose. Me imagino letreros en todas las casas de Overlook. Antes de subir a la colina paso por la casa de Tim Miller y su hermano y me imagino: LLENOS DE ODIO Y ORGULLOS DE ESTARLO. Al pasar por la casa de los Unger: COMPRAMOS MIERDA NAVIDEÑA PARA SENTIRNOS MAS IMPORTANTES QUE TU , y en la pagoda pegaría el letrero más grande de todos: SIMBOLO INUTIL DEL OPTIMISMO Y LA ESTUPIDEZ DELIRANTES.

Me estaciono en el lugar que esta junto al símbolo inútil iluminado de rojo y contemplo la ciudad. A pesar de que la odio, sé que le pertenezco: la pagoda y yo somos una sola. Porque, si lo pienso bien, yo también soy producto del optimismo y la estupidez delirantes.

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La pagoda también hace un breve comentario Transcripto por Joy

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ye, espera, el mundo entero es producto del optimismo y la estupidez delirantes. ¿Qué es lo que a ti te hace tan especial? Todos vamos improvisando sobre la marcha, nadie sabe bien a bien lo que hace. Cualquiera que te diga que tiene claro lo que hace, te está viendo la cara.

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Lo que realmente sucedió a Charlie Kahn: primera parte. Transcripto por Joy

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lego a casa y me baño para deshacerme de la grasa que se me pega en la pizzería. Antes de vestirme saco la caja de puros de atrás de la cabecera y la abro. Toco una vez más el sobre sin atreverme aun a pensar lo que puede contener. Desdoblo la siguiente servilleta; en ella, Charlie escribió todo con mayúsculas. CUANDO SALI DE LA CASA DE JOHN EL DIA DE SAN VALENTIN, JENNY ME ESTABA ESPERANDO AFUERA. ME DIJO QUE QUERIA SALIR CONMIGO SIN QUE SE ENTERARA CORSO. TRATE DE SEGUIR SIENDO TU AMIGO PERO JENNY TE ODIABA, NO SE POR QUE, PERO TE ODIABA.

Y pensé: ―¡No, para nada!, ¿Cómo crees?‖ En la siguiente servilleta escribió en espiral con letra chiquita. Cada vez la letra de Charlie se ve más descuidada. Me dijo que le presentara a John para que también pudiera venderle algunos artículos, pero él no le quiso comprar. En lugar de eso, nos dijo que deberíamos volver luego para que nos tomara algunas fotos. Creo que también grabo un video. (Archivo en el CD.) Okay. Ahora si estoy asqueada hasta la medula. Miro el reloj y me pregunto quién de todos los agentes de la Estación de Policía de Mount Pitts estaría dispuesto a sentarse y lidiar con esta mierda. ¿Creerían mi historia a pesar de que ya pasaron nueve meses?, ¿Me pondrían atención solo porque tengo algo con que respaldarla? ¿O me tirarían de a loca para evitarse el papeleo? De cualquier forma, quiero que papá este conmigo. Necesito que me ayude a hacer esto porque, aunque apenas hace rato me di a luz a mí misma, todavía soy joven y necesito de su ayuda. Continúo leyendo. En la siguiente servilleta escribió otra vez con mayúsculas. SOLO NOS DIERON 100 DOLARES, PERO PARA JENNY NUNCA NADA ERA SUFICIENTE. JOHN ME DIJO QUE YA NO QUERIA VOLVER A HACERLO Y YO

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SOLO DESEABA ALEJARME DE JENNY, ASI QUR TERMINE CON ELLA. PERO SE PUSO COMO LOCA, ME DIJO QUE IBA A HACER QUE ME ARRESTARAN POR LO QUR HABIAMOS HECHO, DIJO QUE ME METERIA A LA CARCEL, DIJO QUE IBA A HACER QUE CORSO ME MATARA, LUEGO DIJO QUE IBA A INCENDIAR LA TIENDA DE MASCOTAS PORQUE SU PADRASTRO LA HABIA OBLIGADO A TRABAJAR AHÍ Y LO ODIABA, ENTONCES FUI A VERTE, NUNCA IMAGINE QUE IRIAS A ZIMMERMAN, NO SABIA QUR HACER, VERA. NECESITABA QUE ALGUIEN SUPIERA LA VERDAD.

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Parte de la historia que quisiera olvidar: diecisiete años; agosto (ultima parte) Transcripto por Joy

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e mentí y le dije que había olvidado ir a la papelería a comprar material para la escuela; me retrase un poco porque se puso a buscar un cupón que quería darme del periódico de la mañana.

Llegue a las 7:03 a Zimmerman y todo se veía normal desde afuera. Primero pase con el coche sin detenerme y luego me estacione entre dos camionetas. No vi la moto de Charlie en ningún lugar. El letrero de ―abierto/cerrado‖ que ponen en la puerta, decía CERRADO a pesar de que los domingos cierran a las ocho de la noche. Había dos cachorros de Collie en el aparador de enfrente que se veían agitados. Cuando abrí la puerta me pego el olor a gasolina y de inmediato sentí pánico porque pensé que el lugar podría estallar en cualquier momento. –¿Hola? –grite–. ¿Charlie? Di dos pasos más pero mis piernas se negaron a llevarme más allá. Luego vi a Jenny con una pequeña lata de gasolina en la mano, despotricando detrás del aparador del área de los reptiles. Derramo gasolina en cada jaula y caja y luego dejo un rastro por todo el lugar. Cuando me vio, sus ojos se desorbitaron con el mismo tipo de maldad enfermiza que solo se ve en las películas de terror. Y en ese momento, en cuanto el estómago me llego a la garganta y los litros de adrenalina se hicieron cargo de la situación, todo comenzó a suceder en modalidad de shock. Todo se veía diferente, todo sonaba diferente. Incluso los animales parecían darse cuenta de lo que estaba pasando. Las aves que estaban a mi derecha comenzaron a graznar y a picotear sobre las barras de madera de sus jaulas. En la parte de atrás se escuchaba que los gatos siseaban y los perros del centro de adopción ladraban alertando del peligro. Estoy segura que muchos de los peces ya estaban flotando porque no podía ver el abrupto

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movimiento que siempre hacen los tetras neón y porque los tanques de los guppies se veían completamente oscuros. –¡Vete de aquí! –me grito. –¿Dónde está Charlie? –le pregunte. –El maldito está muerto. –¿Esta aquí? –Me lo imagine atado a una silla o algo así. Por la forma en que Jenny estaba ahí parada como salida de una novela de Stephen King, pude ver que sería capaz de cualquier cosa. Solo llevaba un minuto en la tienda pero me parecía que había pasado una eternidad. Pude ver que Charlie no estaba ahí pero eso no me quito la preocupación, y solo por un segundo pensé que tal vez me había enviado a propósito. Y solo por un milisegundo imagine que quemaran viva junto a la multitud de animales indefensos. Solo por un micro nanosegundo, sospeche que Jenny y él se habían puesto de acuerdo para hacerme caer en su trampa. Estaba a solo unos pasos de la puerta, lista para salir de ahí, cuando la Vera de doce años hizo su aparición. Me recordó que me madre me había abandonado y en mi cabeza me mostro fotos de cachorritos abandonados y calcinados. Logro paralizarme. Le dije a la Vera de doce años: –¡No puedo hacer nada por ellos¡, ¡ni siquiera tengo las llaves! La Vera de doce años me dijo: –¡Pero tienes que hacer algo! –¡Tengo que salir de aquí! –le dije. –¡Tenemos que salvar a los animales! –insistió y no me dejo mover las piernas. –¡Déjate de tonterías! ¿Qué no ves que no hay nada que pueda hacer por ellos? –Y era la verdad. Me sentí terrible, era espantoso, pero no podía salvarlos, no podía salvarlos. La Vera de doce años lloraba dentro de mi cabeza, trate de abrazarla mentalmente. Le dije: –A veces no tenemos opciones, Vera. –En vez de contestarme, me hizo pensar otra vez en mi madre.

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Antes de poder decirle algo más, escuche que se azotaba la puerta del cuarto de atrás. Eso me trajo de vuelta a la realidad: la desequilibrada de Jenny Flick estaba a punto de quemar el lugar, y no le importaba si yo estaba adentro o no. Por fin, la Vera de doce años me permitió usar las piernas y empuje la puerta para salir. Cuando lo hice, me sentí de repente mareada por los vapores de gasolina. Corrí a mi coche y lo encendí. El shock había distorsionado el tiempo: cuando se encendió el reloj del estéreo, decía 7:07. Parecía que había pasado una hora completa desde que me estacione, pero en realidad solo habían pasado cuatro minutos. Salí del lugar donde estaba, maneje hasta la esquina más alejada del estacionamiento y pensé en llamar al 911, pero, en lugar de eso, le marque a Charlie. Las primeras dos veces sonó que no contestaban y me enviaron al buzón de voz. Entonces si entre en pánico. (Es decir, en ese pánico que todavía está envuelto en eso otro pánico, que todavía está envuelto por ese otro pánico…) La tercera vez que marque, me contesto. –¡Oye! –le dije–, ¡la va a quemar! –¿Qué? –¡Zimmerman! –¿Si fuiste? –¡Aja! –El corazón me palpitaba tan fuerte que tuve que contener el aliento y buscar un pañuelo–. ¿Dónde estás? –Oculto. –Note que cubría la bocina para apagar unas voces que se oían atrás. De pronto, la preocupación que había sentido por él se transformó en una mezcla de furia, vergüenza, desilusión y prácticamente todas las emociones negativas que se me ocurrieron. Charlie Kahn esquizofrenia solo de ver a Jenny, y ahora resultaba que él ni siquiera estaba en peligro. Charlie estaba bien, tal vez solo andaba manejando por ahí y bebiendo cerveza. –¿Sigues ahí? –le pregunte. No me contesto, solo se escuchaba su fuerte respiración. –¿Estas borracho?

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–Todavía no. –Charlie, yo… –No te dije todo, Vera. –No importa, tienes que ir a la policía antes de que Jenny te eche la culpa. –Tal vez es ahí donde debería estar. –No digas eso. –Lo que en realidad quise decir fue: Oh, por Dios, ya deja tu papelito de reina del drama, por favor. –No, Vera, hablo en serio. No tienes idea de lo que hice. Y con eso me sacó de quicio. –Muy bien, Charlie, haz lo que se te dé la gana. –Te voy a escribir una nota o algo así y la voy a dejar donde solo tú puedas encontrarla. –¿Qué? –le pregunte, pero lo que en realidad quise decir fue: Repite eso de nuevo para que te des cuenta de lo estúpido que suenas. Porque eso ya era ir muy lejos, ¿no? Es decir, si existe una línea entre lo peligroso y lo patético, ¿no es verdad? –Te voy a dejar algo –insisto sin notar ni tantito lo estúpido que sonaba. Le dije: –Si, como sea– y colgué. Mire el reloj, eran las 7:12 pero sentía como si hubieran pasado cinco horas. Mire hacia Zimmerman y no vi fuego por el momento. Todavía tenía tiempo de llamar al 911, pero en lugar de marcar esos tres pequeños dígitos, maneje hacia la salida del centro comercial porque, antes que nada, quería alejarme de todo lo que ahí estaba sucediendo. Cuando la luz cambio a verde, doble a la izquierda y maneje por un minuto sobre la avenida principal hacia el lavado de autos. Al llegar ahí me detuve y levante el celular para llamar, pero justo entonces escuche las sirenas de los bomberos y de una ambulancia que pasaron a toda velocidad por la avenida. En lugar de involucrarme todavía más, busque en mi bolsa hasta que encontré un billete de cinco dólares. Lo metí a la máquina y lleve el coche hasta el lugar donde inicia el lavado. Entre y me detuve en cuanto sonó la señal y se encendió la luz roja.

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Cuando inicio el lavado, pensé que tendría algo de tiempo para relajarme en medio de la ruidosa oscuridad que se produce entre los cepillos y el agua. Pensé que podría pensar las cosas y decidir qué era lo correcto, pero en lugar de eso, solo me quede ahí sentada mirando al frente. Pensé en los pobres animales, ¿estarían bien? Pensé en Jenny y me pregunte si su siguiente paso sería el zoológico. ¿Qué le había pasado?, ¿Por qué se puso tan loca? ¿en verdad había enfurecido tanto solo porque Charlie termino con ella? El auto lavado enjabonaba y enjuagaba el coche, y mis pensamientos continuaban. ¿Qué le pasaría a Charlie?, ¿terminaría en la cárcel?, ¿moriría alguien?, ¿también culparían a Charlie de eso? ¿Alguien me creería si dijera la verdad? ¿Cómo era posible que yo, después de toda una vida recta y razonable, hubiera terminado precisamente en esto? Cuando la unidad se apagó saqué el auto al estacionamiento y abrí la ventana de nuevo para escuchar cómo se desarrollaba el caos en el Centro Comercial Pagoda. Ahí tome una decisión. Charlie Kahn ya me había jodido demasiado. Nunca más volvería a confiar en él y lo mejor sería olvidar todo lo que sucedió esa noche. Fingiría que estaba comprando artículos escolares y cuando la noticia se hiciera pública y se lo llevaran a la cárcel de por vida, ni siquiera me despediría de él. Para mí era un asunto que había quedado en el pasado. El reloj decía 7:22 y , de repente, recordé que le había mentido a papá. Imagine que se volvía a casa sin útiles escolares, el pensaría que me había ido por ahí a hacer algo malo. Decidí ir a otro centro comercial que estaba a unos tres kilómetros de distancia, exactamente en la dirección contraria del centro comercial que en este momento se estaba incendiando. Diez minutos después, estaba en la fila de Kmart comprando tres cuadernos de espiral, una calculadora nueva, un paquete de lápices y un paquete de caramelos. Sentí que la gente se me quedaba viendo, creo que olía a gasolina. Llegue a casa después de las 8:00 y papá estaba leyendo en la sala. Entre y subí de inmediato a tomar una ducha. En cuanto el agua caliente cayó sobre mi cabello, pude volver a oler la gasolina. Me despedí de papá desde la escalera, apague la luz del corredor de arriba, me acosté en la cama y me cubrí con las cobijas. Seguía en shock, tenía en la boca ese raro sabor metálico de la adrenalina y sentía la piel helada. Escuche a las ranas, los grillos y las cigarras. Tuve que bloquear dos pensamientos que me estaban abrumando: a la Vera de doce años hablando del sufrimiento de los animales y a Charlie diciendo: ―Te voy a dejar algo‖. Luego trate de pensar en situaciones más positivas. Este era

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mi último año en la preparatoria, tenía un trabajo cool, tenía un futuro brillante. Una hora más tarde, cuando está pensando en que no podría conciliar el sueño jamás, me dormí.

Tras una inquieta noche repleta de sueños de animales indefensos, me desperté y baje. Papá estaba llorando en el sofá. Me dijo que Charlie había muerto. No podía entenderlo. ¿Cómo había podido suceder eso? ¿Cómo podía estar muerto Charlie? –No tengo los detalles, Veer, la señora Kahn solo me dijo que murió anoche en algún momento. Todavía me sentía aletargada por lo de la noche anterior, ni siquiera podía empezar a entender de que me estaba hablando papá Charlie, muerto. Lo peor es que ni siquiera pude llorar, era como si en verdad me hubiera creído todas las promesas que me había hecho la noche anterior de no volver a interesarme en lo que le sucediera a Charlie Kahn. No podía llorar. Y luego, papá me conto sobre el incendio en el Centro Comercial Pagoda. Fingí estar sorprendida. Me enseño el artículo en el periódico y me dio gusto enterarme de que, fuera de los animales, no había habido muertos ni heridos. Gracias al sistema de aspersores y a los muros que no dejan pasar el fuego, muchos de los animales sobrevivieron, incluyendo varios de los que estaban en el centro de adopción y el horrible perico gris. Me senté y fingí que leía la noticia. Papá me observaba y mi mente daba vueltas por ahí. Ahora sabía que Jenny Flick no había muerto pero Charlie sí. Era algo que no podía entender. Incluso si en ese preciso momento decidía confesar lo que sabía, ya era demasiado tarde porque la persona incorrecta había sobrevivido y la persona incorrecta había muerto. También me sentía mal porque había estado tan ocupada discutiendo con la Vera de doce años sobre salvar a los animales, que deje de lado el hecho de que estaba en posición de salvar vidas humanas. Aunque fuera solo una. Papá y yo permanecimos sentados un buen rato en el sofá. No dijimos nada. Por momentos papá tomaba mi mano, parecía como si el la estuviera pasando peor que yo: ―Ni siquiera puedo imaginarme lo terrible que debe ser perder un hijo. Por favor, Vera ten mucho cuidado‖. Después de que cada quien se diera un baño, tratamos de desayunar, pero nos fue imposible hacerlo. Llame al trabajo para avisar que no iría y papá cancelo la cita que tenía programada para cortarse el cabello.

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Fuimos a la casa de los Kahn a darles el pésame. Casi no hicieron contacto visual con nosotros y después de diez minutos de decirles que lo sentíamos y que estábamos disponibles para lo que se les ofreciera, regresamos a casa. Papá preparo una enorme cacerola de chile con carne para ellos y yo salí a caminar. Primero fui a la pagoda pero no pude lanzar avioncitos ni sentarme en las piedras porque los Buscapleitos habían dañado el lugar. Quería caminar al Roble Maestro pero las iniciales de Bill Corso lo habían arruinado. El único sitio que quedaba para visitar era la casa del árbol. Era aún peor que los dos anteriores pero algo me decía que debía ir, así que fui. No entre a la casa, solo me senté en la plataforma octagonal con las piernas colgadas en la orilla. Leí en voz alta la vieja calcomanía: ― Cuanto más conozco a la gente, mas amo a mi perro‖. Y finalmente comencé a llorar. Lo habían encontrado sobre el césped frente a su casa. Dijeron que posiblemente había sido arrojado desde un auto. Cuando cayó se arqueo, por lo que cuando el señor Kahn llego a las 6:00 de la tarde de trabajar, vio un bulto misterioso en el jardín del frente. Al acercarse lo suficiente, vio los zapatos de Charlie. La ambulancia no encendió las luces. Prácticamente papá y yo permanecimos dormidos mientras todo eso sucedía, tal vez fue lo mejor. Nadie estaba seguro de lo que en realidad había pasado, pero parecía que Charlie había muerto por una congestión alcohólica o asfixiado en su propio vomito. El nivel de alcohol en su sangre era bastante alto y todo parecía indicar que había estado involucrado en el incendio del Centro Comercial Pagoda. Eso fue todo lo que nos dijeron los Kahn. De cierta forma, me era imposible escucharlos mientras nos relataban lo que había pasado. Mi cuerpo y mi cerebro estaban en shock y habían comenzado a funcionar en automático. Nada tenía lógica. ¿Cómo sucedió esto?, ¿Cómo era posible que después de todo lo sucedido Charlie estuviera muerto y Jenny Flick viva? El Centro Comercial Pagoda permaneció cerrado hasta Halloween. Ese día inauguraron la nueva y remodelada tienda de mascotas Zimmerman. Antes de eso aparecieron varios artículos en el periódico que hablaban sobre el incendio. Mencionaban el detalle de que el encendedor Zippo del fallecido Charlie Kahn había sido encontrado en la escena. En el pueblo decían que Jenny había terminado con él y eso lo había enfurecido tanto que había decidido incendiar la tienda para matarla. La gente decía cosas como: ― Gracias a Dios que no incendio la escuela‖, o ―Ese muchacho siempre fue un problema‖.

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Los Kahn tuvieron que enfrentar una serie de interrogatorios, y al final nadie fue a la cárcel. Nadie fue a la cárcel porque nadie sabía la verdad. La noche del funeral un pepinillo me hablo dentro de la cabeza. Me dijo: ―Cómeme y sabrás la verdad‖. Claro, eso fue después de haber bebido los dos vasos de vodka. Sin embargo me lo comí, y el pepinillo me hablo. Desde entonces he estado esperando.

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Lo que realmente le sucedió a Charlie Kahn: segunda parte Transcripto por Joy

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odavía quedan tres servilletas. La primera solo tiene cuatro palabras escritas. Por favor no me odies.

Ahora estoy llorando y moqueando. Me siento muy mal por Charlie. Desearía que me hubiera dicho todo esto. Desearía que le hubiera dicho a papá, a algún consejero, maestro o algo así. Desearía que se hubiera detenido antes de llegar tan lejos. Mañana voy a huir, me voy a ir en la motocicleta lo más lejos que pueda, voy a comenzar de nuevo. Si no me voy, para cuando leas esto estaré en la cárcel. ―Desearía que estuvieras en la cárcel, Charlie‖. En verdad desearía que estuviera en la cárcel. Lo podría visitar mañana y llevarle un paquete de Marlboro rojos. Volvería a ser su mejor amiga, le mostraría que si es posible escapar de tu destino. La última servilleta que encuentro no está engrapada con las demás. Alguien la arrugo y volvió a extenderla. Dice lo siguiente. Me gustaría poder volver en el tiempo y trepar arboles juntos otra vez. Te amo, Vera. Te amaré siempre. Miro el sobre amarillo y me pregunto si lo que contiene será suficiente para lograr que un policía pueblerino reabra un caso. ¿Le importara a alguien saber que el chico muerto no inicio el fuego? (¿Un chico que murió ahogado en su propio vomito con un nivel de alcohol en la sangre de .31?) Me cubro con las sabanas hasta el cuello y miro alrededor, miro hacia la ventana y veo a los arboles mecerse con la brisa nocturna. Nadie sabrá jamás si Charlie se suicidó o si solo fue descuidado. Nadie sabrá jamás quien fue la última persona que lo vio con vida o quien lo aventó de su choche. Cuando encontré esta caja, pensé que me enteraría de algo más sobre la forma en que murió, pero no fue así. No sé por qué pensé que eso podría ser importante. Saber mas no le devolverá la vida.

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Volví a revisar la servilletas. Ya no había nada más escrito. Vuelvo a leer: Te amo, Vera. Te amaré siempre. Lo leo y lo vuelvo a leer. Luego las coloco de nuevo en la caja y la meto a mi mochila. Veo el cuaderno de Vocab y saco la hoja de repaso. Leo las palabras y todas parecen encajar. Fugaz, mecanismo, molecular, repugnar, sacrosanto, censurar, marisma, El Dorado, bajeza. Pero ninguna de las palabras importaba ahora, mañana no voy a asistir a clase de Vocab. La música que suena en mi cabeza se detiene porque Charlie puede leer mi mente y sabe que mañana voy a hacer lo que tanto me ha pedido. Debería sentirme aliviada, pero no es así. Estoy asustada y nerviosa. Tengo miedo de no volver a ver a los mil Charlies, de que dejen de obligarme a escuchar estaciones de heavy metal. Y en medio de la oscuridad, digo: –Pero si no lo hago, te perderé. Con la claridad del agua, me dice: –Nunca me perderás, Vera, porque ahora soy el Gran Cazador.

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Vive un poquito: miércoles Transcripto por Joy

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harlie era las almendras de mi granola, es el dos por ciento de grasa de la leche. Ingerirlo me fortalece. Papá mira su reloj.

–Vas a llegar tarde Veer. –Descuida, el examen de Vocab es a las 10:00 –Voy a escribirte un justificante –me dice mientras busca una hoja de papel en el frutero de cerámica de la barra. –¿Qué vas a hacer hoy? –Ah, pues ya sabe, tendré un día muy emocionante: devoluciones de impuestos y nómina. –¿Quieres ir conmigo? Me mira sorprendido. –¿A la escuela? –En algún momento, sí. –¿A qué te refieres –me pregunta y luego nota las lágrimas en mis ojos–. ¿Estás bien? –Mejor que nunca. ¿Si quieres venir o no? –le pregunto con confianza a pesar de que me siento aterrada. Se me queda viendo. –Va a ser un viaje mágico y misterioso, papá. Vive un poquito. Sonríe y asiente. – Esta bien, ¿Por qué no? Confió en ti. Durante cinco minutos manejo con el estero a todo volumen por Mount Pitts. Papá trata de mostrar su mejor faceta zen a pesar de que no sabe adónde nos dirigimos. Cuando estamos a dos cuadras, le digo:

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–Te mentí. –Se está divirtiendo demasiado para notar el cambio de tono de mi voz. Saco la caja de puros de mi mochila–. Hoy vamos a limpiar el nombre de Charlie, papá. El no incendio la tienda de mascotas Zimmerman. Estaba involucrado en muchos otros asuntos y la prueba está en la caja. Se me queda mirando como si lo hubiera golpeado. –Necesito que me ayudes a hablar con la policía. –Vera, a mi… –¿Te gustaría saber más? Te lo digo en serio: tú no quieres saber más –Y cuando sepas, desearas no haberte enterado, pienso. Papá permanece en silencio durante dos cuadras, pero es porque está hojeando las servilletas de Charlie y tocando el sobre amarillo. En realidad no se va a sentir realmente mal sino hasta que le diga cuándo comenzó todo. Hace mucho tiempo, en Overlook. Mamá todavía vivía con nosotros. En cuanto se lo diga, se sentirá igual de arrepentido que yo.

Que suerte, cuando llegamos, nos encontramos con alguien a quien papá conoció en la escuela comunitaria. Comienzo con lo que debí haberle dicho a la policía hace nueve meses. Le cuento todo lo que vi la noche que se incendió Zimmerman. Le entrego la caja de puros y le hablo sobre John, el pervertido. Le digo lo de los calzoncillos y lo que Charlie había escrito en la nota que me dejo. Papá esta anonadado. Siento mucho temor de responder las preguntas del detective, en especial cuando me pregunta cuándo comenzó todo, pero tengo que superarlo, me estoy jugando el todo por el todo. –Un día, cuando Charlie y yo teníamos once años, estábamos caminando. Estábamos justo enfrente de mi casa cuando John detuvo su coche y nos preguntó si queríamos que nos tomara unas fotografías. Papá se pone muy tenso. –Unos años después, Charlie me dijo que esa fue la primera vez que vendió algo. El detective me pregunta: –¿Y tú sabes dónde vive?

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Le doy la dirección. Al final, el detective nos pide que llenemos algunas formas y no explica que tendremos que volver después para hacer unas declaraciones juradas, de cualquier forma necesitan tiempo para preparar el caso. Cuando volvemos al coche, papá me dice: –Vera, yo… –Mueve la cabeza como si no supiera que decir–. Lo que acabas de hacer fue lo correcto, fue un acto importante de responsabilidad –me dice. Se percata que estoy llorando. –Ay, ven, no, por favor, no estés triste. Solo alcanzo a decirle: –Fue tan difícil… –Pienso en que el arrepentimiento engendra arrepentimiento y el arrepentimiento engendra más arrepentimiento. Pero es un ciclo que acabo de romper. Pensé que me sentiría mejor al hacerlo, pensé que una parte de mí se liberaría, pero no es así. –Yo realmente quería a Charlie, papá. –Lo sé –me dice al tiempo que me soba la espalda. –De verdad desearía haberlo salvado –le digo. –Lo sé, Vera, pero estaba fuera de nuestras manos. –Desearía haber podido detener todo –le digo, recordando todavía a los perritos ladrando, los pájaros graznando, los gatos, y los peces flotando sobre el agua. No importa a cuantos policías les cuente, esta imagen nunca me abandonara. –No seas tan dura contigo misma, Vera –me dice–. Acabas de hacer algo que la mayoría de la gente no hace. -Sostiene con su mano mi barbilla y me seca las lágrimas. Yo respiro hondo. –¿Sera por eso que tengo tanta hambre?

Diez minutos después ya estamos en un restaurante local. Hay poca gente porque llegamos justo a la hora entre el desayuno y la comida. Papá pide huevos estrellados con pan integral. Yo pido huevos revueltos.

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–Debe haber sido un año muy difícil para ti –me dice. –Sí, lo fue. –Debiste haberme hablado sobre ese pervertido. –Lo sé –le digo y lo miro–. Es que pensé que no era buena idea molestarlos todo el tiempo. Ya sabes cómo se ponía mamá cuando le platicaba cosas. Asiente y mira por la ventana con nostalgia. No sé si estará pensando en John, el pervertido, o en lo difícil que era hablar con mamá de cualquier cosa. –Lo siento, Vera –me dice. –¿Por qué? Me mira a los ojos. –Desearía haber sido un mejor padre, ya sabes, para cubrir el vacío. –Claro que si lo cubriste. –Pero no pude ser tu madre. –Eso no importa –le digo–. Fuiste mejor madre de lo que ella fue. ¿Acaso no te das cuenta? Lo niega con la cabeza. –Creo que no estás viendo las cosas como son –le digo mientras veo que la mesera se acerca–. Tú eres en quien siempre he podido confiar. La mesera coloca los platos frente a nosotras y ambos respondemos ―Gracias‖. Papá me mira y dice: –Siempre trate de compensar su ausencia. –¿Para qué? Mamá no quería está aquí y ya lo sabíamos todos. Papá vuelve a negar con la cabeza, y yo le explico: –El vacío estaba dentro de ella, y cuando se fue, se lo llevo. Coloca los codos sobre la mesa, apoya la boca sobre sus nudillos y me mira. Se lo que me quiere decir, que está orgulloso y que he crecido mucho. Tal vez esto suene estúpido, pero en verdad deseo escuchar que lo diga. Es como si

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hubiéramos estado viviendo en una mentira y ahora fuéramos libres. ¿Acaso no es graciosa la forma en que las mentiras que creemos llegan a atraparnos? A la mitad del desayuno, me dice: –Entonces, ¿si te diste cuenta de que mamá realmente no estaba con nosotros? Asiento con la cabeza. Cualquier persona con ojos podría haberlo notado. Papá suspira. –¿Sabes?, pensé que había algo que podía hacer. Lo niego con la cabeza, no había nada que el pudiera hacer y lo sabe bien. –Solo desearía que hubiera sido diferente. –Para que lo sepas, a mí me agrado que fuera de esa forma. Durante todo el desayuno papá mantiene un ánimo más emotivo que de costumbre. Repite dos veces que le molesta que no le haya contado sobre John el pervertido. También me ofrece disculpas dos veces por no haber hecho nada respecto a los Kahn. En varias ocasiones me percato de que levanta su servilleta y se seca las orillas de los ojos. Ahora comprendo que lo único que él deseaba era alguien que lo amara. Cuando salimos del restaurante, lo abrazo y le digo que lo quiero. Cuando salgo del estacionamiento y me dirijo a la avenida principal, me dice: –Ahora si vamos a casa, ¿verdad? Su pregunta me hace reír a carcajadas. –Entonces, ¿no vamos a casa? Me pongo las gafas oscuras y sonrío. –Te dije que nos íbamos a ir a vivir un poquito, ¿no? Una hora más tarde, ya terminamos de empacar una bolsa para pasar la noche fuera. Con una tarjeta grande de kardéx, hago un letrero y le pido a papá que me lo pegue en la espalda. Dice: HIJA DE UNA EX STRIPPER. Él también se hace un letrero, pero no sabe que escribir en él. Le sugiero PARSINOMIOSO, y se lo pego en la espalda.

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Aqu铆 estoy yo, utilizando la palabra equipo en una oraci贸n. Vamos a aprender a perdonarnos a nosotros mismos en equipo.

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Epilogo: el viaje Transcripto por Joy

–D

esde que conocí a tu madre no he hecho nada atrevido – me dice papá al tiempo que sorbe su café de Dunkin‘ Donuts.

Vamos por la autopista interestatal 95 y nos dirigimos a la playa. James Brown suena a todo volumen y las cejas de papá indican preocupación. –Ya deja de preocuparte por tus clientes, papá –le digo–. Te aseguro que podrán sobrevivir un par de días sin ti. Lo miro de reojo, todavía tiene en la espalda el letrero que dice PARSIMONIOSO, yo también traigo el mío. Llegamos al periférico que rodea Washington, D.C. y bajamos las ventanas. Papá se inclina hacia delante para ponerse la sudadera y su letrero se levanta con el viento, se despega y luego sale volando por la ventana. –Diablos –dice. Yo creo que es un vuelo simbólico porque esa etiqueta ya no le va bien. Su parsimonia acaba de salir volando por la ventana hacia el cielo azul. Me inclino hacia el frente y con la mano me alcanzo a tocar la espalda. Arranco mi letrero y también lo arrojo por la ventana. Ahora ya tampoco soy la HIJA DE UNA EX STRIPPER. Deje de ser la Vera invisible para convertirme en la Vera invencible. –Siento mucho no haberte hecho caso respecto a no beber –le dije. No solo me estaba disculpando con él, también me estaba disculpando conmigo. –Todos encontramos nuestro camino, Veer. Me alegra ver que ya lo comprendiste. –Aja –le digo y quiebro otra pata de cangrejo. –Siento lo de Charlie –me dice. –Sí, yo también. –Siento mucho que haya caído en esos problemas tan terribles –me dice–. Y estoy orgulloso de ti.

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Ha sido un largo día. Miro hacia el océano y respiro hondo. Me siento como un adulto, igual a papá, amiga de papá. Siento que estamos juntos en esto y me alegra. Francamente, no me gustaría tener en mi equipo a otra persona. Él es un buen hombre. –Estoy orgullosa de ti, papá. Me mira como esperando que diga algo más, pero yo ya no sé qué decir y, por lo tanto, le pregunto: –¿Me regalas tu pepinillos?

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Agradecimientos: Los agradecimientos más importantes deben ser a todos aquellos que colaboraron con esta transcripción a pesar de los altibajos que tuvimos, ¡gracias chicas! Sin ustedes este proyecto jamás hubiese salido adelante.

Transcriptores: Agustinabelikov Shezzi Ann!! Marielos56 JOY ArrianeGregori Nessydragomir Nirvanera7 Criis

Diseño: DenielGrigori

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