Anticuarios: Historias olvidadas El mercado de antigüedades se caracteriza por ser un negocio de sentimientos encontrados, ya sea por necesidad económica, por indiferencia, por herencia, por falta de espacio o simple desconocimiento de un potencial valor; muchas personas venden y se deshacen de objetos que, en manos de un anticuario quedan a la espera de un aficionado o algún coleccionista que desee adquirirlas. Camila Medina es estudiante de Comunicación Social de la universidad Eafit y proveniente de una familia muy aficionada de las antigüedades. A modo de conocer más sobre el destino de aquellos objetos antiguos que, como muchos en su familia han ido a parar a alguna vitrina, decidió emprender un viaje por algunos anticuarios de Medellín para conocer más sobre este mundo lleno nostalgia, historia e inevitablemente, valor monetario. Camila descubrió que una vez un objeto ha llegado al anticuario, es avaluado de acuerdo a su trabajo de mano de obra, el material, la marca, su exclusividad y a la época de fabricación. En el caso de los anticuarios, la antigüedad del objeto es un valor agregado. Por otro lado, hay objetos que pierden valor con el tiempo, como los relojes, ya que por ejemplo, a medida que un reloj se va volviendo más antiguo pierde su valor, pues los relojes valen por su material, las complicaciones que éste posea, el número de existencias del mismo modelo, la marca o la moda. La única manera en la que un reloj “antiguo” tiene un valor semejante o mayor a los actuales es que haya sido hecho para una edición especial, como el Paul Newman, un Rolex Daitona que cuesta alrededor de unos 55mil dólares.
El jarrón de la tatarabuela: Josefa María Díaz se casó en 1850 con Luciano Restrepo. En la casa tenían una pareja de jarrones de Sevres con un pájaro azul pintado. Uno de esos jarrones le quedó a Leopoldina, la hija mayor, quien después se lo dio a su hermana Josefa. Ésta se lo dio a su sobrina Lucía, quien luego se lo dio a Maruja su nuera, la cual lo vendió. Rodrigo, el hijo de Lucía lo compró para su colección de antigüedades y se lo dejó como herencia a su mejor amiga Martha Cardona, la abuela de Camila Medina.
Martha, amante y conocedora del arte de las antigüedades le cuenta a Camila que las personas compradoras de objetos antiguos generalmente son de edad, saben sobre estos objetos y al comprarlos conocen su precio sin tener que consultarlo. Martha comenta que en los anticuarios notan que los jóvenes se están interasando cada vez más por objetos antiguos o retro, los cuales compran para decorar espacios modernos.
Anticuarios en Medellín: En Medellín los anticuarios tienen la tendencia a ubicarse por zonas. En el centro de la ciudad, en la calle Argentina hay más de cuatro, sus dueños se conocen y se ayudan entre sí. Cada lugar es diferente, cada objeto es único, por esta razón los anticuarios se van especializando y van adquiriendo características que los diferencian de los demás. María Victoria se sienta a hacer un crucigrama mientras llegan clientes a su local de la calle Argentina. Los objetos que vende son pequeños, ella le explica a Camila que el valor está en los detalles, en el trabajo a mano. También se especializa en vender bicicletas antiguas que arregla hasta que funcionan como si estuvieran nuevas, las cuales exhibe en la calle porque adentro no hay más espacio. En “El anticuario de Vicky”, como se llama su negocio, los objetos cuentan historias, a veces la dueña se queda horas leyendo las revistas de los años 60 que llegan a sus manos. En la misma calle hay más personas que se dedican al mismo negocio, el más grande es “Antigüedades La Roca”, es diferente al de Vicky, abundan muebles imponentes, las lámparas de araña, vajillas con todos los puestos intactos expuestas sobres grandes comedores. Pareciera que el tiempo no ha pasado, que se ha quedado quieto. El silencio del almacén se rompe cuando llega un hombre que intenta vender unas cámaras de fotografía, pero no logra llegar a un acuerdo con el encargado. Luego llega otro hombre que fija su atención en una de las lámparas, a la que le faltan casi todas las piezas de cristal murano, el dueño le cuenta que la reparación podría valer más de un millón de pesos. Al sur de la ciudad, Camila visitó otro tipo de anticuarios, en El Poblado. Los alrededores del parque también parecen una zona escogida para este negocio. El primero en el que entra Camila es “Antiquarius”, es luminoso y todo esta dispuesto de manera organizada. Los objetos que venden allí son de lujo, y a Camila le impresiona una lámpara con
cientos de cristales que multiplican una elegante luz amarilla en todo el lugar, mientras suena el “Vals de las Flores” del ballet “El cascanueces”. Cerca del parque hay otro anticuario que se especializa en objetos religiosos. “Casantigua” está atiborrado de imágenes y estatuas de santos, de la Virgen y de Jesús que se abren paso entre sillas de madera que parecen salir de todos los rincones. Camila le oye a la dueña decir que es amiga de los demás anticuarios y más adelante entenderá porqué la competencia es sana. Bajando por la misma calle están “Retro” y “Flashback”, son anticuarios totalmente diferentes a Casantigua, uno es grande y profundo y el otro es del tamaño de una habitación pequeña, pero tienen algo en común: predominan los objetos de los años 60, 70 y 80. Discos de vinilo, botellas de Coca Cola, piezas de arte Kitsch y Juegos de video que ahora son considerados antiguos, pondrían a recordar a cualquiera nacido en esas décadas. Al terminar su recorrido Camila recordó los objetos de la casa de su abuela, cómo se parecían a los de los anticuarios de Medellín. Cada pieza quizás tenía una historia que probablemente ya nadie conocerá y cada una será medida no por el valor del pasado, sino por el que pueda encontrarle un nuevo dueño.
Integrantes: Juan Camilo Orozco Laura Palacio Sara Hincapié Camila Medina Natalia Idárraga