Ven a Cristo

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NĂşmero 85


La oración: misterio y poder Seguramente que siendo niño o niña, alguno de sus padres le enseñó que “debía orar”. Posiblemente en ese momento no tenía idea de lo que eso significaba. Sin embargo, cuando adquirió mayor comprensión aceptó ese extraño juego o ritual de arrodillarse y repetir sencillas “oraciones”. El concepto de Dios y la oración tardó un poco tiempo más en convertirse en algo genuinamente religioso pero, de todas maneras, a esa edad y en el momento oportuno aprendió el “abc” de esta práctica milenaria en la humanidad, ya que el ejercicio de la oración aparece registrado desde las primeras páginas de la Biblia. Generalmente las oraciones de nuestra infancia están encaminadas a solicitar de Dios el cuidado nocturno, o el aprender a “portarse bien”, “ser obediente a papá y mamá”, etc. Está claro que a esa corta edad hay muchos valores abstractos que no son de fácil comprensión y más todavía comprender la carga diaria de obligaciones de carácter moral o espiritual que se añaden a medida que el tiempo transcurre. Es más difícil aun cuando, a pesar de su pequeñez, el niño o la niña advierte que sus padres no asumen el conflicto moral entre el decir y hacer lo contrario de lo que se dice mientras que al niño se le añade la amenaza de “Dios te va a castigar”.

Aparece entonces una extrema confusión acerca de lo que es realmente la oración. Pues, la oración no es la mera repetición de ciertas frases mágicas que atraerán la salvación divina ante una emergencia o catástrofe inesperada. Tampoco es un diluido consuelo frente a lo irreparable. Ni es sólo una práctica piadosa que, si acaso “no nos hace bien, tampoco nos hará mal”. Tan solo al pasar el tiempo descubriremos si nuestra enseñanza religiosa a los niños ha valido el esfuerzo, que ciertamente fue bueno. Pero hay un factor inherente a ella que es la clave del resultado final: el ejemplo de una verdadera vida de fe y piedad, de principios morales y espirituales coherentes en los que somos enseñados. Tal vez hoy se encuentre en una etapa de su vida en que se siente lejos de todo eso. Tal vez tuvo excelentes padres, pero ha descubierto que desaprovechó aquellos años de aprendizaje y hoy se siente como un hombre, o una mujer, carente de esa fe necesaria para enfrentar las vicisitudes de su vida adulta. Tal vez ni siquiera tuvo esa oportunidad y hoy, cuando siente que su vida está al borde del precipicio, ¡Cómo quisiera tener ese grado mínimo de fe en un “ser superior” que le brinde un poquito de esa fe que tienen otros!


¿Qué tiene de bueno la oración? Quizá escuchó resultados maravillosos acerca de la práctica de la oración. Y en realidad es así. Jesús oraba con frecuencia, generalmente en un lugar apartado y por la noche, tratando de huir de las muchedumbres que lo acosaban casi continuamente. Si bien no comentaba lo qué sucedía, podía pasar una noche entera en diálogo con Su Padre celestial. En esos momentos Jesús se fortalecía para la lucha cotidiana y cuando se reencontraba con Sus discípulos, estos lo veían radiante, fuerte y de buen humor, al punto que un día decidieron pedirle: “Señor, enséñanos a orar”. Eran hombres analfabetos y rudos, pero veían en Jesús el modelo de un hombre fuerte, sereno y dueño de sí mismo, y eso intuitivamente lo relacionaban con la práctica de la oración. Jesús les enseñó una sencilla pero profunda oración. Les enseñó a dirigirse a Dios como “Padre nuestro”, un rasgo de íntima familiaridad, pero al mismo tiempo de reverente actitud: “Santifi-

cado sea tu nombre”. Esa resultó ser una oración que ha trascendido los siglos hasta nuestros días y que aun los más pequeños la memorizan y la repiten diariamente, a veces como una letanía y otras como un sortilegio. Pero hay algo sobre ella que nos lleva a repetirla en los momentos más difíciles de nuestra vida. Revisemos brevemente algunas de las afirmaciones que hacemos al repetir esta oración: “¡Venga tu reino!” “¡Que se haga tu voluntad!” “¡Danos hoy nuestro pan de cada día!” “¡Perdona nuestros pecados así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden!” Reflexionemos con seriedad y profundidad sobre cada una de estas afirmaciones. Pensemos de qué manera se relacionan con nuestra vida o circunstancias. ¿Estamos dispuestos a orar al “Padre nuestro” con esas palabras?



Una oración sincera y dramática que nos inspira “Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado. Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. Contra ti he pecado, sólo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa, y tu juicio, irreprochable. Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre. Yo sé que tú amas la verdad en lo íntimo; en lo secreto me has enseñado sabiduría. Purifícame con hisopo, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Anúnciame gozo y alegría; infunde gozo en estos huesos que has quebrantado. Aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga. Dios mío, Dios de mi salvación, líbrame de derramar sangre, y mi lengua alabará tu justicia. Abre, Señor, mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza. El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido” (Tomado de Salmos 51:1–17).


¿Qué nos dice Dios sobre la oración? “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá” (Juan 15:7). “El Señor está cerca de quienes lo invocan, de quienes lo invocan en verdad. Cumple los deseos de quienes le temen; atiende a su clamor y los salva” (Salmos 145:18–19). “Clama a mí y te responderé, y te daré a conocer cosas grandes y ocultas que tú no sabes” (Jeremías 33:3).

“Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará” (Mateo 6:6). “Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán o beberán; ni por su cuerpo, cómo se vestirán. ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa? Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?” (Mateo 6:25–26).


“Así que el diablo, habiendo agotado todo recurso de tentación, lo dejó hasta otra oportunidad” (Lucas 4:13, NVI). En diversas circunstancias los Evangelios nos muestran al Señor Jesús orando, muchas veces en instancias de gran y real dramatismo. Cuando llegó el momento supremo de la cruz, Jesús se apartó a un lugar solitario y allí fue donde entabló una soberbia batalla espiritual que lo llevó a la decisión final de enfrentar la cruz con todo lo que esta conllevaba. Podemos contemplarle orando postrado ante la presencia del Padre, pero era tan intensa la oposición de Satanás que Jesús cayó con Su rostro en tierra y Su sudor cayó sobre el polvo como gotas de sangre, un fenómeno que se puede dar en pocas circunstancias, causadas por una profunda crisis espiritual. La oración en Getsemaní fue la menos pasiva que podía darse, seguramente en el terreno arenoso quedaron las marcas de Sus dedos y aun Su rostro y la sangre que brotó de Él. Jesús sí supo lo que era batallar en oración contra las horribles sugerencias de Satanás y sus demonios que morían por verle derrotado y sin fe.

Pero fue más que vencedor en la prueba suprema de Su vida. Aunque no siempre es así de terrible y sombrío el ejercicio de la oración. Entendamos que en ese campo se movían espantosas fuerzas demoníacas que trataban de impedir que el Mesías completase la obra de redención que cumpliría al dar Su vida por los pecados del mundo, inclusive los míos y los suyos. Nadie en la historia de la humanidad supo batallar tan duramente en el campo de la oración como nuestro Señor Jesucristo. Estando en ayuno y oración el mismo Satanás tuvo el atrevimiento de presentarse ante Él intentando hacerle caer en tortuosas tentaciones, las que Él supo desenmascarar y rechazar. Pero para nosotros el momento y lugar de la oración es un grato refugio para nuestras almas afligidas, tristes, desfallecidas, porque en ella hallamos el consuelo real, la paz y la seguridad, sin importar las circunstancias, del infinito amor de Dios y Su cuidado por nuestras vidas.


¿Deseas conocer más del Señor? Nos reunimos todas las semanas para estudiar la Biblia y aprender más del Evangelio. Estaremos muy contentos de recibirte entre nosotros.

Ven a Cristo hoy es publicado por Hispanic Word 58 Steward Street Mifflintown, PA 17059 hispanic@en-marcha.org 717–436–9275 Declaración Internacional de Misión El Ejército de Salvación, movimiento internacional, es una parte evangélica de la Iglesia Cristiana Universal. Su mensaje está basado en la Biblia. Su ministerio es motivado por amor a Dios. Su misión es predicar el Evangelio de Cristo Jesús y tratar de cubrir las necesidades humanas en Su nombre, sin discriminación alguna.

“Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón” (Salmos 37:4)


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