Ven a Cristo

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Número 88

Sí, pero…


¿Cuál es nuestro grado de compromiso con Dios? El “sí, pero…” es tal vez una de las expresiones que con más frecuencia sale de nuestros labios. En realidad son dos: un “sí” aparentemente terminante y definitivo, seguido de un “pero” dubitativo o condicionante. Inicialmente expresa conformidad o acuerdo ante una propuesta o decisión a tomar, “pero…” que, por alguna razón, somos reticentes a aceptarla plenamente. “Sí, pero dudo…” “Sí, pero temo”. “Sí, pero no es posible”. “Sí, pero existen otras cosas”, etc., etc. El “sí, pero…” es una consideración de factores externos reales o imaginarios que denota temo-

res y dudas internas que con frecuencia paraliza la voluntad, que esconde temores, experiencias de fracasos anteriores, baja autoestima, inseguridad para llegar al éxito, etc. En otros casos constituye un condicionante, una simulada hipocresía frente a una resolución que en realidad no deseamos tomar. “Sí, pero…” puede ser el epitafio de valiosas oportunidades… sepultadas bajo la lápida de nuestra indecisión.


El “sí, pero…” ante Jesús El Señor Jesucristo fue, durante Su ministerio terrenal, un personaje muy popular y —en una época en que no existían medios de comunicación como en la actualidad—, lograba reunir inmensas multitudes atraídas por Su fama de maestro, profeta, hacedor de milagros y hasta de potencial líder político en la subyugada Palestina. Su doctrina cautivaba a Sus oyentes, despertaba inquietudes y reavivaba la fe de los creyentes judíos, que renovaban su esperanza en cuanto a un rey salvador que los liberaría del yugo romano. Muchos se acercaban buscando añadirse a esa aventura, pero frenaban su entusiasmo ante las demandas morales y espirituales de ese Mesías. Jesús no practicó ningún engaño con esas personas. Los llamaba a tomar la cruz cada día y seguirle a Él con una vida austera y humilde. “… Se le acercó un maestro de la ley y le dijo: —Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas. —Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos —le respondió Jesús—, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza. Otro discípulo le pidió: —(Sí) Señor, (pero) primero déjame ir a enterrar a mi padre.

—Sígueme —le replicó Jesús—, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mateo 8:22, NVI). La severidad de Su llamado se correspondía con los malos tiempos que sobrevendrían tanto sobre Jesús como, posteriormente, sobre Sus seguidores. Ser discípulo de Jesús no era broma. Hoy día, en otro contexto social, cultural y aun religioso, los discípulos de Jesús lo son bajo los mismos principios que el Señor estableciera en aquellos días. ¿Eres tú un discípulo de Jesús fiel a Sus principios o un “pero” te ha alejado de Él? Para muchos, el claudicar en su fe y su compromiso cristiano les ha ocasionado mucha tristeza y también, en muchos casos, desastrosas consecuencias para sus vidas. Hoy Jesús, como lo hizo con Su discípulo Pedro, quiere darte una nueva oportunidad de volver a reconciliarte con Él.



Única opción Desde entonces muchos de sus discípulos le volvieron la espalda y ya no andaban con él. Así que Jesús les preguntó a los doce: —¿También ustedes quieren marcharse? —Señor —contestó Simón Pedro—, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios. (Juan 6:66–69, NVI)


El “Sí, pero…” de Pedro (Mateo 14:22–33, NVI). Como cualquiera de nosotros, los discípulos de Jesús tuvieron momentos de gran fe o de gran duda. ¡Cómo quisiéramos ser cristianos tan firmes que no tengamos nada de qué avergonzarnos! Pero sus experiencias pueden servirnos de ejemplo y aliento si es que hemos fallado a nuestra fidelidad para con el Señor. Navegaban los discípulos una noche por el mar de Galilea con un viento contrario que demoraba y hacía peligrar su viaje. Habían dejado a Jesús en la orilla, pero de pronto vieron a Su Maestro caminando hacia ellos sobre el agua borrascosa. Al reconocerle un maravillado Pedro exclamó: —Señor, si eres tú —respondió Pedro—, mándame que vaya a ti sobre el agua. —Ven —dijo Jesús. Pedro bajó de la barca y caminó sobre el agua en dirección a Jesús. Pedro vio con asombro que el agua permanecía firme bajo sus pies y dio los primeros pasos. Al levantar su mirada vio las olas y pudo sentir el impacto del viento sobre su rostro —esto no es posible, no es posible caminar sobre el agua— habrá pensado y el temor lo dominó. “Pero…” al sentir el viento fuerte, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó: —¡Señor, sál-

vame! En seguida Jesús le tendió la mano y, sujetándolo, lo reprendió: —¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Cuando subieron a la barca, se calmó el viento. Y los que estaban en la barca lo adoraron diciendo: —Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”. Sin duda que la experiencia de Pedro es más que única y original, pero muchas veces atravesamos situaciones tan difíciles que nos hacen sentir como él, en una condición en que si la ayuda no viene de afuera, por nosotros mismos es imposible que seamos salvados. Es en esos momentos en que hemos perdido la fe, cuando clamamos a Él y Su voz nos responde: “No temas, yo te ayudo”. ¡Qué importante es saber que, si nuestra fe falla, la mano firme y amorosa de Jesús está pronta a socorrernos y a salvarnos!


El joven rico o el “sí, pero…” de las posesiones materiales El entusiasmo de un joven maravilló a Jesús cuando habló de su fidelidad a los mandamientos divinos y su anhelo de ser bendecido con la vida eterna. Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: “Una cosa te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; entonces vienes y me sigues”. Vivimos en un mundo en que el “dios dinero” impera con su poder omnímodo en la vida de toda la humanidad. Para muchos, la diferencia entre ‘tengo’ y ‘soy’ son dos líneas que se superponen constantemente y en muchos casos son una misma cosa. La clave de una vida feliz, exitosa y plena se corresponde con una gran fortuna económica. Pero, ¿Cuánto debo tener para alcanzar esa felicidad plena? “Un poco más”, nos dice una voz interior, y corriendo tras ese “poco más” somos arrastrados a una lucha sin fin. Atrás quedan los afectos, la misericordia, los valores morales y aun Dios. Todo por “un poco más”. Alguien ha dicho que todo aquello que tenemos y no podemos dar es, en realidad, nuestro dueño. Jesús puso a prueba a ese joven, aparentemente tan virtuoso. El relato culmina diciendo: Pero él, afligido por estas palabras, se fue triste, porque era dueño de muchos bienes. Jesús, mirando en derredor, dijo a Sus discípulos: “¡Qué difícil será para los que tienen riquezas entrar en el reino de Dios!” ¿Son incompatibles la riqueza y el cristianismo? No, Jesús deja este mensaje alentador:

Los discípulos se asombraron de Sus palabras. Pero Jesús respondiendo de nuevo, les dijo: “Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios”. Los discípulos se asombraron aún más, y decían entre sí: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?» —Para los hombres es imposible —aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, pero no para Dios; de hecho, para Dios todo es posible (Marcos 10:17-27, NVI). El joven rico, moralista, religioso, se fue triste, con la misma tristeza de millares que con su mente dicen “¡sí!” al Señor, pero les es imposible despegarse del poder de lo material, del “status social”, del “soy porque tengo”. ¡Cuán infinita tristeza albergan esos corazones esclavos de sus posesiones materiales! No te alejes triste del Señor por amar más tus posesiones materiales, vuélvete a Él en una amorosa entrega y sírvele con todos los dones que el Señor te ha dado.


¿Deseas conocer más del Señor? Nos reunimos todas las semanas para estudiar la Biblia y aprender más del Evangelio. Estaremos muy contentos de recibirte entre nosotros.

Ven a Cristo hoy es publicado por Hispanic Word 58 Steward Street Mifflintown, PA 17059 hispanic@en-marcha.org 717–436–9275 Declaración Internacional de Misión El Ejército de Salvación, movimiento internacional, es una parte evangélica de la Iglesia Cristiana Universal. Su mensaje está basado en la Biblia. Su ministerio es motivado por amor a Dios. Su misión es predicar el Evangelio de Cristo Jesús y tratar de cubrir las necesidades humanas en Su nombre, sin discriminación alguna.

Salmos 51

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga. Así enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se volverán a ti (Salmos 51:10–13, NVI).


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