Ven a Cristo

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Número 94

Hoy ha muerto un niño Testimonio de la vida real: Yo fui un niño violado


Hoy ha muerto un niño La escalada de violencia tanto familiar como social, parecen no tener límites. Inevitablemente estas cosas afectan mi estado de ánimo (¿será por mi edad?) y una lacerante angustia me llena el corazón. Hace dos días una niña de doce años se quitó la vida ahorcándose en un árbol. Todavía la policía investiga las causas que la condujeron a tomar una decisión tan trágica. Hoy murió otro niño, de tan solo

cinco años de edad, fue asesinado a golpes por su padrastro. Su madre biológica intentó defender o justificar a su compañero. ¿Qué tan travieso o desobediente, puede ser un niño de cinco años para merecer semejante agresión? ¿Hasta qué punto puede llegar la irritación de un hombre adulto para enloquecerse de tal manera y ensañarse con el frágil cuerpo de un niño, casi un bebé?


Lejos de ser un hecho aislado, o circunscribirse al ámbito local, el abuso de menores, sea de índole sexual, físico o psicológico se corresponde con un trágico fenómeno de carácter mundial. Las estadísticas, más que alarmantes, son aterradoras: una cuarta parte de todos los adultos manifiestan haber sido maltratados en su niñez; una de cada cinco mujeres reconoce haber sido abusada sexualmente en su infancia; y uno de cada 13 de los varones manifiesta lo mismo. El maltrato infantil se califica tanto de abuso como de negligencia de que son objeto los menores de 18 años. Eso incluye todos los tipos de maltrato físico o psicológico, abuso sexual, desatención, desidia y explotación comercial o de otro tipo, que sean causa o puedan causar daño a la salud, al desarrollo o dignidad del niño. También pone en peligro su supervivencia o su natural desarrollo físico, intelectual o espiritual, en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o autoridad. La exposición a la violencia conyugal también se incluye a veces entre las formas de maltrato infantil. ¿Cómo contabilizar los cientos de miles, tal vez millones, de niños lastimados en su alma o en su capacidad de confiar en el mundo de los adultos? Hoy ha muerto un niño, “uno más” que pasa a engrosar la espantosa estadística de niños abusados o asesinados diariamente. En este caso el niño, muerto por los golpes de un cobarde que lo mató por el solo hecho de haberse puesto sus pantaloncitos al revés. Muchos niños sobreviven a una infancia de castigos y abusos físicos, para pasar a engrosar el sinnúmero de seres incapacitados para establecer relaciones, amar y confiar.

Podemos preguntarnos: ¿es la debacle de la raza humana? Si una persona tiene la ¿costumbre?, el hábito de agredir con maltrato físico, o con insultos denigrantes a un niño o niña, ¿no se da cuenta de que es él quien necesita ayuda —y urgente— para acabar con esa situación de riesgo tanto para el menor como para sí mismo?, y ¿que puede verse involucrado en una tragedia irremediable? Muchas personas, hoy adultas, transitan por la vida con sus almas heridas por situaciones como esta y que no han sido aún resueltas. Transformados en seres incapaces de amar o de manifestar amor, afecto o ternura, llegan a ser herederos de un instinto agresivo que los convierte en sucesores de esta lacra humana, semejantes a sus padres o a aquellos adultos que tal vez hoy ya no están en sus vidas, pero que dejaron la semilla de la violencia, para convertirlos a su vez en golpeadores de sus propios hijos, de sus esposas o esposos, o en protagonistas de una agresividad indiscriminada y brutal. Si esta es tu situación, indudablemente necesitas apoyo. Pero más allá de la ayuda de un profesional terapéutico, que puede serte útil, creo y estoy convencido que sólo la obra de Dios en tu vida puede traerte verdadera sanidad y paz espiritual. Puede ser la obra de un instante o puede ser un largo camino de búsqueda, perdón y restauración, en el cual Dios irá perfeccionando Su obra en ti, hasta transformarte en una persona sana, íntegra y equilibrada. Aprenderás a amar, confiar y ayudar a otros. Sólo persevera y mantente en comunión con Él. “Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6, NVI).


Trabajar por la no violencia ¿Qué sucede cuando tenemos conductas o sentimientos que no podemos controlar? ¿Problemas de carácter que quisiéramos erradicar, pero que no sabemos ni podemos cambiar, como: explosiones de ira, agresividad, ya sea física o verbal, pensamientos de muerte, autoritarismo, amargura, respuestas agresivas u ofensivas, y tantas otras alteraciones de conducta que aborrecemos, pero que aun a nosotros mismos nos resultan inexplicables, aunque siempre tratamos de justificar de alguna manera? Tratamos de renunciar a esa clase de actitudes y cambiar, pero no siempre lo logramos. Entonces, nos preguntamos: ¿qué está pasando conmigo? ¿De dónde provienen estas reacciones? ¿Habrá alguna causa que me provoque actuar así? En Salmos 19:12–13 (NVI) se expresa este tipo de confusión interior: “¿Quién está consciente de sus propios errores?

¡Perdóname aquellos de los que no estoy consciente! Libra, además, a tu siervo de pecar a sabiendas; no permitas que tales pecados me dominen. Así estaré libre de culpa y de multiplicar mis pecados”. Estamos insertos en una sociedad que disfruta y consume violencia. Desde algunos deportes y videojuegos, hasta películas en las que el que más pega es el mejor y el más “valiente”. Vivimos rodeados de un ambiente hostil, donde los buenos modales y hablar para resolver problemas han cedido paso a la violencia, en todas sus formas, hasta contagiarnos de ese espíritu y empezar a desarrollar rasgos violentos y agresivos en nuestra personalidad. Una persona que busca el favor de Dios, buscará Su ayuda para que se cumpla en su vida la bienaventuranza de Jesús que dice: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9, NVI).


“¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito: ‘Por tu causa siempre nos llevan a la muerte; ¡nos tratan como a ovejas para el matadero!’ Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 8:35–39, NVI).


Se me ha pedido compartir mi testimonio, cosa que no hago con frecuencia y sólo en determinadas situaciones. He aprendido a poner la mirada, no en lo que viví en el pasado, sino en este presente maravilloso que vivo desde que Jesucristo llegó a mi vida y me transformó en otra persona, según Su propósito para conmigo. Me resisto a dar detalles de cómo fui maltratado por mi padre (él a su vez hijo de un padre golpeador). Sólo diré que durante años sufrí y viví bajo una agresión cotidiana inimaginable, humillante hasta la desesperación, que dejó

en mí toda su carga de traumas y heridas espirituales. No fue mejor mi vida cuando finalmente abandoné mi hogar para vivir en la calle, en la drogadicción y la delincuencia. Fue SÓLO CRISTO QUIEN TRANSFORMÓ MI VIDA, y es por Su inmensa misericordia que hoy soy lo que soy: un hombre sano, física y espiritualmente sano, con la mente y el alma libre de resentimientos y amarguras. Hoy puedo decir que, por gratitud al Señor y con Su ayuda, busco superarme cada día para servirle con todo mi amor y mi voluntad.


La violencia invisible Cuando yo tenía seis años y mi hermana cinco, mis padres se separaron. Aunque mi madre nos llevó con ella, mi padre, tanto por la fuerza como por argucias legales, se quedó con la tenencia de nosotros. Por mi parecido físico con mi madre, mi padre me castigaba brutalmente a diario. El miedo trituraba mi mente y deshacía mi alma. A los 14 años escapé definitivamente de la casa paterna y, una vez en las calles, comencé a consumir drogas hasta quedar sumido en la más profunda adicción e hice del delito mi estilo de vida. La psicología moderna nos enseña que los niños necesitan dos cosas: el amor de los padres y la educación. Yo carecía totalmente de ambas. En mi desamparo aprendí a dormir en las terrazas de los edificios, en casas abandonadas y en automóviles que “encontraba abiertos”. Las personas que me conocieron durante esos años ignoraban la “violencia invisible” que envolvía mi vida. Pero a mis 32 años, nuestro Señor Jesucristo salió a mi encuentro para cambiarlo todo: Entonces recibí a Jesús en mi corazón. En esos días fui a vivir a la casa de un matrimonio de pastores evangélicos y, congregándome en su iglesia, fui bautizado en las aguas

y luego por el Espíritu Santo. También fui llamado para servir a Dios como pastor. Cursé una licenciatura en teología pastoral. Además hice un curso y me recibí como peluquero profesional. Era la primera vez que decidía y hacía algo por mi propia vida. Durante los últimos 15 años, Jesús trató verdaderamente con mi vida; sanó las viejas heridas de mi corazón y las partes más profundas de mi mente, transformándolo todo, dentro y fuera de mí. Hoy tengo 48 años, trabajo en dos comunidades terapéuticas, en una como operador terapéutico y en la otra doy clases de taekwondo y judo. Además curso la carrera de Psicología en la Universidad de Buenos Aires. Mantengo una hermosa relación con mi padre, me regocija en el Señor poder estar frente a él sin odios ni resquemores. Desde hace un año aproximadamente, asisto a una de las iglesias del Ejército de Salvación; y en esta misión cristiana aprendí a abrazar la vida con amor y alegría, y a saber que cada día de vida es “un regalo de lo alto…” Me siento conmovido y honrado por compartir mi testimonio con los lectores de Ven a Cristo Hoy. ¡Qué Dios los bendiga a todos! El hermano Héctor


¿Deseas conocer más del Señor? Nos reunimos todas las semanas para estudiar la Biblia y aprender más del Evangelio. Estaremos muy contentos de recibirte entre nosotros.

Ven a Cristo hoy es publicado por Hispanic Word 58 Steward Street Mifflintown, PA 17059 hispanic@en-marcha.org 717–436–9275 Declaración Internacional de Misión El Ejército de Salvación, movimiento internacional, es una parte evangélica de la Iglesia Cristiana Universal. Su mensaje está basado en la Biblia. Su ministerio es motivado por amor a Dios. Su misión es predicar el Evangelio de Cristo Jesús y tratar de cubrir las necesidades humanas en Su nombre, sin discriminación alguna.

Jesús dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor”. (Lucas 4:18–19, NVI)


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