Dios Habla Hoy BIBLIA
BIBLIA
a r e j e s n o C de Estudio
Evangelio de Juan
Acogida – Reflexión – Gracia
Presentación El libro que usted tiene en sus manos es el primer resultado de un trabajo mucho más amplio. Un grupo de cristianos terapeutas y miembros del CPPC (Cuerpo de Psicólogos y Psiquiatras Cristianos), apoyado por la Sociedad Bíblica del Brasil (SBB), trabaja esforzadamente para identificar y explicar varios elementos que promueven la salud física, mental y espiritual en las Sagradas Escrituras. Como primer objetivo y después de oraciones y experiencias que nos ayudaron mucho, el equipo de redactores y la SBB decidieron concluir el Evangelio de Juan, para continuar luego con otros libros de la Biblia. Quedamos satisfechos con este primer resultado y deseamos que Dios bendiga a todos en la lectura del texto bíblico, de los comentarios y de los cuadros explicativos, y que esta obra ayude al lector a crecer en salud, tanto física como emocional y espiritual. También valoraremos las eventuales críticas o sugerencias, para que podamos mejorar nuestro trabajo — al final, nuestro objetivo es cubrir toda la Biblia y ciertamente habrá mucho para perfeccionar en nuestra tarea nada fácil y, sin embargo muy bendecida. Contamos con sus oraciones por el equipo de trabajo y para que la Biblia Consejera sea un instrumento que ofrezca acogida, edificación y gracia de parte de Dios para nuestro pueblo necesitado. Jairo Miranda (coordinador del equipo) y Karl Kepler (editor de la Biblia Consejera)
Evangelio según
San Juan Juan
El Evangelio de Juan está basado en una certeza: Dios vino al mundo en la persona de Jesucristo, al encuentro del ser humano (1.14). Fue una decisión autónoma y libre de Dios. Nadie se lo sugirió, ni se lo ordenó. Ni siquiera el hombre le había pedido auxilio. Juan interpreta el nacimiento de Jesús como la base de la fe cristiana. De esta base parten el ministerio, la pasión, la resurrección y la ascensión del Señor. Es por esto que el evangelio de Juan tiene su centro en el amor (3.16), revelado como causa de toda la acción divina. El Amor se manifiesta como la acción de aproximarse, cuidar, atender, de‑ fender. Psicológicamente este hecho es un poderoso factor de tranquilidad, confianza y esperanza. Hasta se puede decir que el amor de Dios es un poderoso factor antiestrés. Es este amor el que más facilita la integración de la personalidad humana, dándole mayor poder de autoconocimiento, de comunicación, de creatividad y de realización. El fundamento de la acción de Dios no se encuen‑ tra en la lógica, sino en el amor activo — en el hecho de que Dios cuida del ser humano al punto de venir a buscarlo por medio de Cristo. Entonces el Evangelio de Juan puede llamarse “el evangelio de la fe”, siendo bien clara esta referencia (11.25‑26; 20.30‑31). El evangelista no apunta a “explicar”, sino a “creer”: a creer en el amor de Dios, que envió a Jesús para salvar al ser humano de la muerte eterna. Por lo tanto, la fe es el medio para alcanzar la vida eterna, también llamada vida nueva y abun‑ dante. Lo que Dios nos trajo en Cristo no son reglas de vida — como querían los fariseos; ni ideas — como querían los griegos. ¡Dios se da a sí mismo! (14.8‑9). En Juan vemos con toda claridad que Dios, al entrar en el ambiente humano por medio de Cristo, ofrece apoyo emocional y afectivo a la persona humana más concretamente que todo lo que había hecho antes con los patriarcas y profetas. En verdad, todo lo que Dios hizo con ellos y por medio de ellos era un preludio de lo que hizo en Cristo visible y tangiblemente. Las frases de Jesús en Jn 15.9,13 aclaran esto: “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí; permanezcan, pues, en el amor que les tengo… El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos.” Todo esto forma una bellísima y fuerte base de apoyo psicológico para alejar de nosotros el miedo, la depresión, el pánico, el agotamiento, etc. También muestra que Dios es quien nos da lo mejor para nuestra autoestima en las palabras de Jesús en Jn 15.15: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho”. Esto hace resonar el texto de Is 41.8, cuando Dios dice que Israel es “descendiente de Abraham, mi amigo”. ¡Qué maravilla ser llamado por el mismo Dios “amigo”! Pues bien, en el conjunto del Evangelio de Juan vemos claramente que este trato se extiende a todos los que creen en Cristo y lo aman. Esto es una verdadera “sanación” para el alma, literalmente una “psicoterapia”. En los momentos más oscuros de una depresión, o en el aprieto de la angustia, sentimos en el fondo la necesidad de alguien a quien podamos llamar “amigo”. Te invitamos a acompañarnos en la lectura de este relato de la vida y la enseñanza del amigo Jesús, escrito por su discípulo y amigo más cercano: el apóstol Juan.
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Juan y el Génesis Aquí en el Evangelio de Juan, a diferencia del Génesis, el Señor no está ante el polvo (algo material) sino habitando la Vida que el mismo creó y esto le da una dimensión nueva y única a la "subjetividad humana". En el principio, el origen, está el Dios y Padre de Jesucristo, ambos Padre e Hijo están presentes en el "comienzo". Por eso el texto central del Evangelio — Jn 3.16 — revela que el "amor" se manifiesta en el dar a su Hijo unigénito "engendrado" para que a través de Él, y por la nueva biología que el Espíritu Santo nos revela, ahora, unidos al Hijo, en nuestra nueva condición de "hijos", experimentemos el amor del Padre, amor filial que restaura todas nuestras emociones… ¡Emociones que el pecado tiñó de miedo a morir y emociones que en la biología de la resurrección se despliegan a partir del descanso y del alivio de sentirnos salvados y protegidos por el brazo extendido del Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo!
I. EL HIJO DE DIOS VIENE AL MUNDO. REVELACIÓN Y RESPUESTA (1—12) Prólogo 1 En el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. 2 Él estaba en el principio con Dios. 3 Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. 4 En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. 5 Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla. 6 Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió 7 como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos creyeran por
lo que él decía. 8 Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz. 9 La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo. 10 Aquel que es la Palabra estaba en el mundo; y, aunque Dios hizo el mundo por medio de él, los que son del mundo no lo reconocieron. 11 Vino a su propio mundo, pero los suyos no lo recibieron. 12 Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. 13 Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado. 14 Aquel que es la Palabra se hizo hombre
1.1 En el principio. Al volvernos a Dios, nos acercamos a alguien mayor, que no es mortal como nosotros, que ya existía antes y que continuará existiendo para siempre, o sea, una base bien sólida donde podemos apoyarnos. Ese eterno Dios entró en contacto con nosotros, y continúa co‑ municándose, a través de la Palabra que se hizo persona, del “Verbo que se hizo carne”. Palabra. Se puede apreciar aquí una sabrosa riqueza del texto bíblico, como explica Evaris‑ to Miranda. En griego, “palabra” o “verbo” se dice logos, fuente espiritual de la razón, discernimiento, inteligencia y sabiduría. La Palabra de Dios, en hebreo davar, palabra que significa también “abeja”. Verbo o palabra que nutre como el pan y la miel, alimento luminoso que sustenta al cami‑ nante en el desierto. Juan Bautista, el hombre de la palabra inspirada (davar), el profeta, vivía en el desierto (mi‑davar) alimentándose de la energía de la abeja, dvorá. Para todos los momentos de la vida, también ahora, podemos ser sus‑ tentados por la palabra de Dios, que nos inspira y orienta hacia la presencia de Dios. 1.2 estaba con Dios. Para presentarnos a Jesús, Juan reto‑ ma y amplía el mensaje de Gn 1, donde desde la eternidad, aquel que es la Palabra (el Verbo Divino) ya existía. Estaba con Dios y era Dios. El autor de la vida y luz de los hom‑ bres se vincula amorosamente con la humanidad. Viene de la eternidad, aparece en el tiempo humano, se encarna y hace historia con nosotros, llamándonos a acompañarlo en la eternidad futura. 1.4 fuente de vida. ¿Qué es la vida? ¿Qué es su vida? La res‑ puesta será encontrada en Jesús; él trae luz para nuestro vivir. 1.5 oscuridad. Hay una especie de “lucha cósmica” en tor‑
no a la persona y la obra de Jesús en la tierra. Desde que el ser humano eligió no creer en Dios, la humanidad con toda la naturaleza vive en una especie de oscuridad y está subyugada por ella hasta la muerte. Jesús fue enviado por Dios para revertir esa situación y hacer posible que la luz de Dios brille definitivamente sobre una humanidad liberada. Juan aquí deja claro que la oscuridad perdió la lucha contra la luz de Jesús. 1.10‑11 no lo recibieron. El excluido: Jesús también pasó por la experiencia de ser despreciado por los que deberían reco‑ nocerlo, de no ser aceptado por sus iguales, de que nadie creyera en él. 1.12 lo recibieron. La Palabra o Verbo es la expresión viva de la encarnación y renueva la alianza entre Dios y la huma‑ nidad. A partir de la encarnación del Verbo, aquellos que lo recibieron pasaron a formar parte de la familia de Dios. Es como si dijéramos que los hijos de Dios poseen el ADN del Verbo encarnado. Jesús no fue aceptado por la mayoría, sino por algunos que lo recibieron; en ellos sucedió un proceso muy poderoso: fueron transformados en hijos de Dios, por‑ que ellos creyeron en quién es Jesús. Aquí se encuentra la más extraordinaria y necesaria transformación posible para cualquier persona. Nadie se convierte en hijo de Dios por medios naturales, es decir, no se trata de una reencarnación, de nacer nuevamente de una mujer y de un padre humano, sino de otro tipo de nacimiento: acoger a Jesús en lo íntimo y seguirlo rumbo a la gloriosa eternidad. Ver el cuadro: “Familia en la familia de Dios” 1.14 se hizo hombre. El Dios amigo y presente en el mundo y en la humanidad es un punto fundamental en el Cristianis‑
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Familia en la familia de Dios Se trata del nacimiento de una nueva familia: la familia de la Palabra que se hizo persona. A partir de ahí surge una nueva relación de parentesco en dos dimensiones: horizontal — de los que Dios hace nacer de nuevo, con una relación de amor fraterno entre los miembros de esa nueva familia, unidos por los lazos de Dios, bien explicitados en la oración sacerdotal de Jesús: “Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros” (Jn 17.21); y la vertical — la relación divino/humana, manifestada en la alianza de la gracia. Después de la encarnación del Verbo, ya no es más la ley dada por Moisés la que predomina, sino la gracia, el amor y la verdad que vinieron por medio de Jesucristo (Jn 1.17). Ese nuevo sistema familiar entra en la historia con gran poder sanador y terapéutico manifestado en la expresión: “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1.29). La ley que aumentaba el odio y el rencor entre las personas, donde predominaba el “diente por diente” y el “ojo por ojo”, que era implacable en su aplicación e imposible de ser cumplida en todos sus parágrafos, da lugar a la gracia redentora permea‑ da de un poder sanador y salvador. La dimensión vertical nos lleva a pensar en la importancia que tiene la familia de origen en la transmisión de valores fundamentados en la Palabra de Dios, tales como jerarquía, frontera, pertenencia, individualidad y compromiso, y transmitir a través de las generaciones esos valores a la familia nuclear (padre, madre e hijos), contribuyendo en el desarrollo de una familia saludable.
y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad. 15 Juan dio testimonio de él, diciendo: «Éste es aquel a quien yo me refería cuando dije que el que viene después de mí es más importante que yo, porque existía antes que yo.»
16 De su abundancia todos hemos recibido un don en vez de otro; 17 porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo. 18 Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, que es Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, es quien nos lo ha dado a conocer.
mo, especialmente recordando que los dioses paganos no se acercaban a los humanos, a no ser para explotarlos y hu‑ millarlos. Para los paganos, la divinidad no podía ser amiga, porque si lo fuera no podría ser considerada una divinidad. El Dios judeo‑cristiano es amigo, es cercano, pues esa es su característica fundamental; ha venido a vivir a nuestro lado para sentir nuestro drama, nuestros dolores, nuestras con‑ fusiones. La Palabra encarnada tenía nuestros mismos sen‑ timientos humanos, tales como: agonía (Lc 22.4); hambre (Mt 4.22); sueño (Mt 8.24); compasión (Mt 9.36); indignaci‑ ón (Mc 3.5); angustia (Jn 12.27); llanto (Jn 11.35); cansancio (Lc 1.35); sed (Jn 19.28); rechazo (Mt 26.69‑74; Jn 6.66); y muerte (Jn 19.30). Cuando tú te encuentres con cualquiera de estos sentimientos o de otros parecidos, recuerde que Jesús, el Señor de la vida también los experimentó. y vivió entre nosotros. Literalmente, “armó su tienda entre noso‑ tros”. Dios vino a vivir con nosotros para que nosotros po‑ damos vivir con él. La idea de vivir con Dios por medio de Jesús es muy fuerte en este libro, especialmente aquí en el principio: Jesús es la casa de Dios presente con nosotros. La pregunta de los discípulos de Juan (v. 38), la referencia a Be‑ tel, “Casa de Dios”, en el v. 51, el Templo como la “Casa de mi Padre” de la época (2.16) y su sustitución por su cuerpo resucitado (2.21), además de la promesa final de preparar un lugar para sus seguidores en la Casa del Padre (14.2), todo expresa la intención de Dios de sellar una relación íntima y permanente con sus hijos por medio de Jesús. Una relación auténtica, sin dramatizaciones ni ocultamientos, como únicamente quien vive bajo el mismo techo puede experimentar. hemos visto. El eterno Dios, omnipresente desde antes de la creación, se hizo ser humano, visible para nosotros, y sólo así llegó a ser también el “Cordero de Dios”
que quita el pecado del mundo (v. 29), pecado que habita en toda la humanidad desde Adán y Eva. Y hemos visto su gloria. La gloria mayor del Verbo divino no son sus milagros sino su personalidad, su estilo de vida, su modo de relacio‑ narse y los frutos de esa relación en la vida de los que se acercan a él. Sus curaciones fueron tanto del cuerpo como del alma, de las emociones, de la actitud frente a la vida: esto fue lo que más marcó a todos los que fueron curados. Ésa es su gloria: cambiar el alma, la actitud de las personas. Amor y verdad. Tan sólo el Hijo de Dios podría mostrar que esas dos grandezas trabajan bien solamente si están juntas. El amor (o la gracia) sin la verdad crearía una situaci‑ ón óptima, aunque fantasiosa, irreal. La verdad sin amor no construye nada bueno, sólo serviría para destruir (porque revelaría únicamente nuestras imperfecciones). Pero Jesús logra transmitir la verdad de forma amorosa, graciosa, sin enjuiciar y logra ayudar, ser misericordioso, sin esconder la verdad. Tenemos aquí un bello ejemplo para orientarnos en nuestras relaciones: verdad con amor, y amor siempre con verdad. 1.15 es más importante que yo. Desde el inicio, Juan conocía muy bien su lugar y se contentaba con él. Fue Juan Bautista, y no los líderes fariseos, quien sirvió como ejemplo perfecto de transición entre la Ley y Jesucristo, entre la antigua y la nueva alianza. 1.17 la ley… pero el amor y la verdad. Juan aquí destaca lo importante que es Jesús, al punto de inaugurar una nueva era, celebrando una nueva alianza entre Dios y la humani‑ dad. Y deja bien claro la superioridad de esa nueva relación, porque Jesús es el único que ya vio a Dios, y nos mostró como es él (v. 18). Ver el cuadro: “Antigua alianza y nueva alianza”.
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Antigua alianza y nueva alianza Cuando Juan, en el inicio de su Evangelio, dice: “La ley fue dada por medio de Moisés, pero el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo” (1.17), él quiso dejar bien clara la diferencia entre los dos modos de relacionarse con Dios: antes de Cristo (la antigua alianza) y después de la muerte y resurrección de Cristo (la nueva alianza). No se trata precisamente de la diferencia entre Antiguo y Nuevo Testamento en la Biblia, aunque exista alguna relación. El punto principal que marca la diferencia entre las dos alianzas, es la muerte de Jesús en la cruz y lo que significa para nosotros y para Dios. Antes de la muerte de Jesús, Dios reveló su ley para gobernar la vida humana, hasta que viniera el Mesías. Esto era necesario por el grave problema de los seres humanos: el pecado. Con la venida del Mesías y su sacrificio por los pecados de la humanidad, la fe en Jesús asume el lugar de la obediencia a la ley, y quedan abiertas todas las puertas para una relación directa y amorosa entre Dios y nosotros, como padre e hijo(a). Lamentablemente, muchos creyentes en Cristo sufren la vida frustrada de quien todavía busca seguir la antigua alianza, no logrando creer o no percibiendo el gran alcance de la muerte de Jesús en la cruz, y así no disfrutan plenamente de la nueva alianza inaugurada por su sangre, donde hasta los sufrimientos toman otro significado. En resumen, las principales diferencias son:
Antigua alianza:
1) El comportamiento humano (obediencia o desobediencia a los mandamientos de Dios) determina que recibamos la bendición o el castigo en esta vida, según la ley de Dios (Dt 28). 2) La motivación básica de la conducta humana es el temor de Dios (miedo, según Ex 20.18‑20, en el episodio de la entrega de los diez Mandamientos). El deber de la obediencia a la Ley domina el corazón y la práctica, pero siempre con muchas fallas. 3) Garantía de la alianza: sangre de animales, señalando que la muerte producida por el pecado fue “pagada”, produ‑ ciendo una purificación provisoria en los pecadores (Ex 24.4‑8). 4) ¿Cómo se trata el pecado? son perdonados por sacrificios de animales (Lv 1—7); hay una separación entre el ser humano y Dios, a través de los atrios y cortinas del Templo y es necesaria la presencia de sacerdotes y levitas como intermediarios. En relación a los demás humanos, los miembros del pueblo de Dios debían cuidar de no mezclarse con otros pueblos; no contaminarse con “impurezas”, y purificarse frecuentemente a través de lavados rituales. 5) Modelo para la vida: el siervo (=esclavo), que se esfuerza en agradar a su señor en todo lo que hace, y se preocupa especialmente de no desagradarlo, para no ser castigado.
Nueva alianza:
1) “El justo vivirá por la fe” (Ro 1.17), independientemente de lo que logre hacer, de sus obras (Ro 1—5). Se trata de la fe específicamente en Jesús, en su muerte en la cruz. 2) La motivación básica: el amor de Dios (Ro 5.8; 1Jn 4.18) “el amor echa fuera el miedo” — paradigma de la sustitución de la antigua alianza por la nueva. Incapaces de dar, precisamos primero recibir (“Nosotros amamos porque él nos amó primero”: 1Jn 4.19). 3) Garantía de la alianza: la sangre (la muerte) de Cristo (Mt 26.28), como lo recuerda la Santa Cena. La muerte del Hijo de Dios en lugar de los pecadores. 4) ¿Cómo se trata el pecado? fueron pagados eternamente en la cruz de Cristo y olvidados. Los pecados de la humani‑ dad fueron la causa última de la muerte de Jesús, que trajo perdón y vida para los que creen, como fue señalado por la serpiente de bronce durante la peregrinación por el desierto (Jn 3.14‑15). Dios ahora es totalmente accesible (la cortina del Templo se rasgó en el instante de la muerte de Jesús), sin intermediarios, haciéndose Padre de quien cree en Jesús (Jn 1.12; Col 2.13‑14; 1Jn 2.2; Heb 4.14‑16). En relación a los demás seres humanos hay libertad y flexibili‑ dad en el contacto — lo que pide un aprendizaje de sabiduría — tomando en cuenta que la fuente de las impurezas no está afuera, sino dentro de nosotros. En vez de tratar de no equivocarnos, podemos dedicarnos a tratar de acertar. 5) Modelo para la vida: hijo, y ya no más esclavo; amigo de Dios (Jn 15.15), sin aquel temor (Ro 8.15‑17).
Para la vida en esta tierra:
1) Actualmente experimentamos la vida simultánea de dos naturalezas en la misma persona: la nueva ya iniciada, y la vieja que aún no cesó totalmente. 2) La nueva alianza está entrando plenamente en vigor. El Espíritu Santo habita en el corazón del creyente y trabajará sin cesar. A pesar de eso, nosotros continuamos vivos también en relación al “hombre viejo”, pecadores, hasta nuestra resurrección. Al mismo tiempo, por los méritos de Cristo, somos considerados santos y sin pecado. 3) Base de paz con Dios. Dios ya no está exigiendo que primero mejoremos para después aceptarnos. Él confía en la obra de Cristo y nos invita a confiar también: “justificados por la fe, estamos en paz con Dios” (Ro 5.1‑5, inclusive en los sufrimientos). 4) Actitud de esperar los cielos, con la vuelta de Cristo (Jn 14.1‑3). 5) La santificación en la nueva alianza se da de la misma forma, por la fe, en la unión con la muerte y resurrección de Jesús (Flp 3.4‑13 ilustra la diferencia entre las dos alianzas). 6) Ética en esta vida: Stg 1.25; 2.12‑13: la “ley de la libertad” (en oposición al “deber”), un terreno fértil para el creci‑ miento del amor y de la justicia en nuestros corazones. Un texto que describe muy bien la diferencia entre las dos alianzas está ya en el Antiguo Testamento: Jer 31.31‑34 y aparece comentado en el Nuevo, en Heb 10.11‑19.
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San Juan 1 —Pues si no eres el Mesías, ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas? 26 Juan les contestó: —Yo bautizo con agua; pero entre ustedes hay uno que no conocen 27 y que viene después de mí. Yo ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias. 28 Todo esto sucedió en el lugar llamado Betania, al otro lado del río Jordán, donde Juan estaba bautizando.
1. Revelación de Jesús con hechos y palabras: respuesta de fe (1.19—3.36) Juan el Bautista da testimonio de Jesucristo (Mt 3.11‑12; Mc 1.7‑8; Lc 3.15‑17) 19 Éste es el testimonio de Juan, cuando las autoridades judías enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle a Juan quién era él. 20 Y él confesó claramente: —Yo no soy el Mesías. 21 Le volvieron a preguntar: —¿Quién eres, pues? ¿El profeta Elías? Juan dijo: —No lo soy. Ellos insistieron: —Entonces, ¿eres el profeta que ha de venir? Contestó: —No. 22 Le dijeron: —¿Quién eres, pues? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué nos puedes decir de ti mismo? 23 Juan les contestó: —Yo soy una voz que grita en el desierto: “Abran un camino derecho para el Señor”, tal como dijo el profeta Isaías. 24 Los que fueron enviados por los fariseos a hablar con Juan, 25 le preguntaron:
Jesús, el Cordero de Dios 29 Al día siguiente, Juan vio a Jesús, que se acercaba a él, y dijo: «¡Miren, ése es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! 30 A él me refería yo cuando dije: “Después de mí viene uno que es más importante que yo, porque existía antes que yo.” 31 Yo mismo no sabía quién era; pero he venido bautizando con agua precisamente para que el pueblo de Israel lo conozca.» 32 Juan también declaró: «He visto al Espíritu Santo bajar del cielo como una paloma, y reposar sobre él. 33 Yo todavía no sabía quién era; pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y reposa, es el que bautiza con Espíritu Santo.” 34 Yo ya lo he visto, y soy testigo de que es el Hijo de Dios.»
1.20 Yo no soy el Mesías. Juan Bautista revela mucha madurez y conocimiento de sus limitaciones, evitando caer en la tenta‑ ción de hacerse más importante de lo que realmente es. Tanto el “Mesías” como el “Profeta” (en el sentido del prometido su‑ cesor de Moisés) eran títulos que correspondían a Jesucristo. En cuanto a “Elías”, tal vez el mayor de los profetas del Antiguo Testamento, volvería para preceder al Mesías, y ese fue un pa‑ pel que en verdad Juan Bautista cumplió — no sería falso que él respondiese afirmativamente. Pero, como no se trata de una reencarnación y Juan es una persona diferente con historia propia, humilde y sinceramente respondió “no soy”. Así Juan Bautista sirve de modelo para todos los servidores de Jesús. 1.23 una voz que grita en el desierto. Así como Juan “pre‑ paró el camino para Cristo”, ésa es también nuestra misión. Somos los que preparamos los caminos de Cristo donde es‑ tamos: en la familia (a veces lo más difícil), en el trabajo (tal vez más por el modo de relacionarnos que por palabras pom‑ posas), en el ocio, en la iglesia (donde también, como en la familia, muchas veces lo obvio no sucede). 1.26 bautizo con agua. Juan Bautista, el representante más pleno de la antigua alianza, cumple su misión al preparar el camino para Jesús, el Mesías. Esta preparación se da por el tomar conciencia de que somos pecadores, por la necesidad de un cambio, de un arrepentimiento — eso es lo que repre‑ senta el bautismo con agua. Así, conscientes delante de Dios del problema de sus pecados, las personas estaban prontas para recibir al Mesías, que nos salva de nuestros pecados y hasta nos concede la vida de hijos de Dios por el bautismo con el Espíritu Santo (v. 32). Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”, (Jn 3), p. ##.
1.29 el Cordero de Dios. En el Antiguo Testamento era nece‑ sario el sacrificio de un cordero en varios eventos importan‑ tes. Empezando por el carnero que Dios le dio a Abraham en lugar de su hijo Isaac (Gn 22), pasando por el cordero muerto para la primera Pascua, cuya sangre libró a los hijos de Israel de morir junto con los hijos de los egipcios (Ex 12), y siguiendo con la Ley de Moisés, en la que se sacrificaba diariamente un cordero (Nm 28), además de los sacrificios especiales como en el Día del Perdón (Nm 29). Jesús engloba todos esos sacrificios y concretiza, de una vez para siempre, la muerte que paga por los pecados del mundo entero. Hasta en el cielo Jesús será descripto como el “Cordero… que había sido sacrificado” (Ap 5.6). que quita el pecado del mundo. Con la misma franqueza con que respondió a los fariseos, Juan Bautista habla claramente sobre quién es aquel que Dios envió para salvar a la humanidad de su gran problema: el pecado. Según la ley judía, el pecador, para ser aceptado por Dios, debería matar un animal (generalmente un cordero o cabrito) y ofrecerlo en sacrificio. Con esa frase, Juan Bautista afirma que Dios envió a Jesús para cumplir, de forma defini‑ tiva, la función de ese cordero que iba a ser sacrificado por los pecados de la humanidad. Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”, (Jn 3), p. ##. 1.33 bautiza con el Espíritu Santo. El bautismo de agua era relativamente común, significando una confesión pública de la fe. El bautismo con el Espíritu Santo era absolutamente iné‑ dito, como todo lo que viene diciéndose sobre Jesús: repre‑ senta la diferencia esencial entre la antigua y la nueva alianza, condición imprescindible para alcanzar la vida eterna y entrar en el Reino de Dios (3.5‑6). o el Hijo de Dios. El pueblo judío
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Juan Bautista, personalidad profética Hacía siglos que no surgía un verdadero profeta como Elías y otros en las tierras de Palestina. Los judíos estaban bajo el yugo del Emperador romano Tiberio, cuando Pilato era Gobernador de Judea, y luchaban por preservar su tierra, su Templo y su identidad. Surge allí un extraño y carismático hombre que vivía como nómade en toda la región del río Jordán (Lc 3.3), usando ropa hecha de pelo de camello, alimentándose de miel del bosque y langostas (Mt 3.1,4). Como profeta, insistía al pueblo que lo seguía en la necesidad del arrepentimiento de los pecados que trae el perdón de Dios (Mc 1.4). Su carácter íntegro atraía gente de varios lugares, incluyendo muchos de la élite, los saduceos y fariseos. Como se decían “hijos de Abraham”, ellos creían que tenían derechos hereditarios para alcanzar la salvación. Juan Bautista les insistía con mayor vehemencia en que mostraran frutos de arrepentimiento, si no, tendrían un terrible castigo. Juan des‑ manteló la presunción que ellos tenían afirmando que Dios podría convertir las piedras en descendientes de Abraham (Lc 3.7‑8). Él no acomodó el mensaje a los intereses de ningún grupo, ni siquiera de los que tenían un estatus alto y le podían quitar la vida, y tuvo un ministerio muy semejante al del gran profeta Elías. Juan Bautista vivía con discernimiento los acontecimientos de su entorno. Estaba al tanto de los acontecimientos de su país y orientaba al pueblo sobre ética social como compartir los recursos con los necesitados, no excederse en el cobro de los impuestos, no extorsionar a nadie, evitar el abuso de la autoridad, no hacer uso indebido de la fuerza o la mentira (Lc 3.10‑14). Denunció y no toleró el adulterio y otras cosas más del Gobernador de Galilea, Herodes (Lc 3.19), por lo que lo llevaron preso. Según enseñó Jesús, él fue el mayor de todos los de la antigua alianza, a pesar de que no pueda ser comparado a los hijos de la nueva alianza (Lc 7.28). Juan Bautista también conocía y esperaba las promesas de Dios y se dio cuenta cuando el Hijo de Dios irrumpió en el escenario humano. Jesús se presentó para bautizarse y, cuando oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo descen‑ dió sobre él en forma de paloma. En ese momento, Juan Bautista tuvo la certeza de que estaba delante del Mesías. Además, él sirve de modelo para todos los ministros del evangelio, ya sean misioneros, pastores, evangelistas, profetas, profesores de Biblia, o consejeros: desde el comienzo y repetidamente deja bien claro que él no es el Mesías, sino un simple testigo. Cada vez que aparecía una oportunidad de hacerse famoso (Jn 1.21,36; 3.26), rápidamente orientaba a las personas hacia Jesús. Juan Bautista siempre presenta su identidad en relación a Jesucristo. Él demuestra plena con‑ ciencia de su misión, descripta en los vv. 6‑8. Su identidad parece derivada de la identidad de Jesucristo. Se destaca por el reconocimiento de Jesucristo como su referencia. Algunos autores han señalado el hecho de que el conocimiento de sí mismo tiene siempre un punto de referencia fuera de sí. La pretendida autonomía del ego queda en duda. Si no ponemos a Jesucristo como punto de referencia, como la identidad que nos da identidad, encontraremos algo o alguien ocupando este lugar.
Los primeros discípulos de Jesús 35 Al día siguiente, Juan estaba allí otra vez con dos de sus seguidores. 36 Cuando vio pasar a Jesús, Juan dijo: —¡Miren, ése es el Cordero de Dios! 37 Los dos seguidores de Juan lo oyeron decir esto, y siguieron a Jesús. 38 Jesús se volvió, y al ver que lo seguían les preguntó: —¿Qué están buscando? Ellos dijeron: —Maestro, ¿dónde vives? 39 Jesús les contestó:
—Vengan a verlo. Fueron, pues, y vieron dónde vivía, y pasaron con él el resto del día, porque ya eran como las cuatro de la tarde. 40 Uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús, era Andrés, hermano de Simón Pedro. 41 Al primero que Andrés se encontró fue a su hermano Simón, y le dijo: —Hemos encontrado al Mesías (que significa: Cristo). 42 Luego Andrés llevó a Simón a donde estaba Jesús; cuando Jesús lo vio, le dijo:
sabía, tal como dice el dicho “de tal palo tal astilla”, que ser hijo de Dios significaba ser igual a Dios. 1.36 —¡Miren, ese es el Cordero de Dios! Con esa prédica clara sobre Jesús, Juan Bautista acababa transfiriendo a Cristo una buena parte de su audiencia. Un buen servicio a Dios no podría tener un objetivo mejor: orientar a las personas a dejar de seguirnos y comenzar a seguir a Jesús (v. 37). 1.38‑39 ¿dónde vives? A una pregunta introductoria, Jesús ofrece una oportunidad para experimentar una relación de intimidad. La invitación “Vengan a verlo” demuestra su dis‑ posición a darse a conocer, a mostrarse. De hecho, se ha demostrado que, cuando se quiere una relación personal sig‑ nificativa, esa apertura es necesaria. Jesús propone un con‑
tacto más cercano, en un ambiente familiar y distendido, en que la subjetividad pueda fluir más allá de las conversaciones formales. Los invitados fueron, vieron y, según parece, les gus‑ tó la acogida y permanecieron con él algún tiempo (por lo menos Andrés se convirtió en uno de los doce discípulos). cuatro de la tarde. Literalmente “la hora décima”, que serían las 16 hs en el horario hebreo o según el horario romano — que es muy probable que haya sido usado por Juan — a las diez de la mañana (lo que daría mucho más tiempo para la convivencia). 1.42 Simón… Cefas. Jesús reconoce nuestro nombre y apelli‑ do, y no lo niega. Pero su influencia puede ser tanta que lo lleve a agregar un nuevo nombre. Podemos esperar grandes
—Tú eres Simón, hijo de Juan, pero tu nombre será Cefas (que significa: Pedro). Jesús llama a Felipe y a Natanael 43 Al día siguiente, Jesús decidió ir a la región de Galilea. Encontró a Felipe, y le dijo: —Sígueme. 44 Este Felipe era del pueblo de Betsaida, de donde eran también Andrés y Pedro. 45 Felipe fue a buscar a Natanael, y le dijo: —Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en los libros de la ley, y de quien también escribieron los profetas. Es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret. 46 Dijo Natanael: —¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno? Felipe le contestó: —Ven y compruébalo. 47 Cuando Jesús vio acercarse a Natanael, dijo: —Aquí viene un verdadero israelita, en quien no hay engaño. 48 Natanael le preguntó: —¿Cómo es que me conoces? Jesús le respondió: cambios en nuestra vida cuando comenzamos a seguir a Jesús. 1.46 ¿Acaso de Nazaret puede salir algo bueno? Al enfren‑ tarse con un prejuicio en relación a la persona de Jesús, Felipe no argumenta ni acusa de irrespetuoso al interlocutor. Él lo invita a hacer experiencia: “Ven y compruébalo”. Ésta parece ser la forma más eficaz de superar las barreras que separan a las personas, y también nos indica que el contacto con Jesús pude ser directo y personal, sin intermediarios. 1.48 ¿Cómo es que me conoces? Al acercarnos a Jesús pode‑ mos tener la certeza de que él ya nos conoce. 1.49 Hijo de Dios, Rey de Israel. Sólo en este primer capítulo hay alrededor de 25 nombres y descripciones diferentes de Jesucristo. Vale la pena observar cada uno porque hay mucho para aprender de Jesús. 1.50 vas a ver cosas más grandes que estas. Una vez vencido el prejuicio, Natanael cree enseguida que Jesús realmente es el Mesías esperado, el Hijo de Dios. Y esa fe es recompensa‑ da con revelaciones aún mayores (v. 51). 1.51 a los ángeles de Dios subir y bajar. Una referencia al lugar que el patriarca Jacob llamó Betel, “casa de Dios”, cuan‑ do Dios se le apareció en sueños cf. Gn 28.22. Ver 1.14, nota sobre: “y vivió entre nosotros”, p. ##. 2.2 fueron también invitados a la boda. Jesús no era rea‑ cio a la vida social. Fue a la fiesta en la que estaba su fami‑ lia, y llevó con él a sus amigos. En aquel momento festivo participó activamente de los acontecimientos, mostrándose desenvuelto y siendo atento con las personas. Fue una figu‑ ra clave para resolver un problema que para muchos podría considerarse de menor importancia. Es así que él participa y convive con las emociones humanas, manifestadas en el ámbito social, haciéndose presente con su familia en la boda de Caná. La presencia de Jesús junto a aquellas personas nos
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San Juan 1 — 2 —Te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera. 49 Natanael le dijo: —Maestro, ¡tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel! 50 Jesús le contestó: —¿Me crees solamente porque te he dicho que te vi debajo de la higuera? Pues vas a ver cosas más grandes que éstas. 51 También dijo Jesús: —Les aseguro que ustedes verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre. Una boda en Caná de Galilea tercer día hubo una boda en Caná, un pueblo de Galilea. La madre de Jesús estaba allí, 2 y Jesús y sus discípulos fueron también invitados a la boda. 3 Se acabó el vino, y la madre de Jesús le dijo: —Ya no tienen vino. 4 Jesús le contestó: —Mujer, ¿por qué me dices esto? Mi hora no ha llegado todavía. 5 Ella dijo a los que estaban sirviendo:
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1 Al
habla de que nuestra presencia física junto a los demás es importante. Es más fácil evangelizar a distancia, por folletos, por los medios de comunicación, sin el compromiso de mos‑ trar el rostro, sin contacto físico, ni sonrisa, ni cercanía. Jesús se hizo presente. 2.3 Se acabó el vino. Ver el cuadro: “El uso del alcohol”. Nos llama la atención el diálogo de su madre con él. Como buena ama de casa, ella se da cuenta de la falta de vino y piensa en una solución. Posiblemente por la falta de marido, ella se dirige a su hijo primogénito. Mientras él, ya adulto, le muestra que ya se había terminado su tiempo de atender las cosas del hogar. “Mujer ¿por qué me dices esto?”. Puede incluso resultar chocante a nuestros oídos. Pero él mantiene su modo de ver las cosas. Jesús actúa en el ambiente, aunque no sea ni el padre ni hermano de la novia o del novio. Entonces hace del agua común un vino excepcional. Esta es su propuesta también para nuestra vida. Nuestro “común” también podrá ser “excepcional” al acercarnos a Jesús. 2.4 Mujer, ¿por qué me dices esto? Las palabras que Jesús dijo literalmente son: “¿qué tenemos que ver tú y yo con esto?” Es una forma de mostrar que el hecho tiene otro signi‑ ficado para Jesús. mi hora. Al asumir el control del problema, lo que importa es lo que Jesús tiene programado. 2.5 Hagan todo lo que él les diga. De cierto modo, en ese hecho Jesús le enseñó a su madre que era hora de que ella se hiciera a un lado y de que él asumiera el manejo de la situación. María, sabiamente, dejó todo en sus manos y salió de la escena. Antes del casamiento (vv. 1‑2), la madre de Jesús fue mencionada primero; terminada la fiesta, el nombre de Jesús aparece en primer lugar (v. 12). Dejar que Jesús sea el primero, que él dirija y uno ponerse en el respectivo lugar es un paso fundamental para manejar los problemas que suce‑ den en nuestra vida.
San Juan 2 10
El uso del alcohol La fe cristiana puesta en práctica abarca las costumbres y se espera, antes que nada, que la moderación sea un com‑ portamiento humano que se encuentre en todas las áreas de la vida. Por lo tanto, el tema del uso de bebidas alcohólicas siempre mereció la atención de los cristianos. Los excesos en el alcohol fueron criticados en textos bíblicos explícitos y en ejemplos reprobables de algunos de sus personajes. La templanza en el uso de las bebidas alcohólicas fue la tónica para los cristianos a lo largo de la historia. Mientras tanto, diversos grupos en diferentes momentos, sobre todo en el transcurso de movimientos que enfatizan la renovación espiritual, una mayor consagración y la vida piadosa, defendie‑ ron la práctica de la abstinencia alcohólica. Esta postura sería más segura, garantizando protección a los más vulnerables frente a las bebidas y testimoniando con claridad el desacuerdo con el libertinaje que domina a muchos. Una tercera posición es presentada por aquellos que, aún no asumiendo una postura de condena hacia quienes beben en ocasiones especiales y con la debida moderación, se disponen a permanecer abstemios en consideración al prójimo. Si la cuestión causa polémica en su medio familiar o religioso, tales personas son capaces de privarse de una comodidad o deseo, con la intensión de no causar problemas por una cuestión considerada de importancia secundaria.
11 Esto que hizo Jesús en Caná de Galilea fue la primera señal milagrosa con la cual mostró su gloria; y sus discípulos creyeron en él. 12 Después de esto se fue a Cafarnaúm, acompañado de su madre, sus hermanos y sus discípulos; y allí estuvieron unos cuantos días.
—Hagan todo lo que él les diga. 6 Había allí seis tinajas de piedra, para el agua que usan los judíos en sus ceremonias de purificación. En cada tinaja cabían de cincuenta a setenta litros de agua. 7 Jesús dijo a los sirvientes: —Llenen de agua estas tinajas. Las llenaron hasta arriba, 8 y Jesús les dijo: —Ahora saquen un poco y llévenselo al encargado de la fiesta. Así lo hicieron. 9 El encargado de la fiesta probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde había salido; sólo los sirvientes lo sabían, pues ellos habían sacado el agua. Así que el encargado llamó al novio 10 y le dijo: —Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los invitados ya han bebido bastante, entonces se sirve el vino corriente. Pero tú has guardado el mejor vino hasta ahora.
Jesús purifica el templo (Mt 21.12‑13; Mc 11.15‑18; Lc 19.45‑46) 13 Como ya se acercaba la fiesta de la Pascua de los judíos, Jesús fue a Jerusalén. 14 Y encontró en el templo a los vendedores de novillos, ovejas y palomas, y a los que estaban sentados en los puestos donde se le cambiaba el dinero a la gente. 15 Al verlo, Jesús tomó unas cuerdas, se hizo un látigo y los echó a todos del templo, junto con sus ovejas y sus novillos. A los
2.6 seis tinajas de piedra. ¡Eran cerca de setecientos litros que serían transformados en vino de primerísima calidad! ¡Jesús transformó y multiplicó! ¡Cuánta abundancia! Con el tiempo, nuestra convivencia con Jesús tendrá que transformar también nuestra personalidad y nuestra vida. purificación. Los lavados de purificación antes de comer eran rituales que, más que como higiene, servían para garantizar la “desconta‑ minación” de los judíos en relación al mundo pagano en el que circulaban. Es muy significativo que Jesús haya utilizado exactamente el líquido que representaba el miedo a la con‑ taminación y que fue transformado en un medio de alegrar la fiesta y garantizar su éxito. Así mostró que la nueva alianza soluciona el problema de la impureza humana (pecado), y abriría camino a la celebración. La Ley de la antigua alianza sólo apuntaba a minimizar los efectos dañinos del pecado. La nueva alianza con Jesús resolvió eso definitivamente. Ver el cuadro: “Antigua alianza y nueva alianza” (Jn 1), p. ## y p. ##, 2.9 el agua convertida en vino. Más que un milagro para ayudar a los parientes, la transformación del agua de la puri‑ ficación en un excelente vino para la fiesta indicó que, como la “casa de Dios” está junto a los seres humanos por la nueva alianza, ya no hay motivo para que el seguidor de Jesús ten‑
ga miedo a la contaminación; al contrario, ahora hay buenos motivos para festejar nuestra morada con Dios. 2.10 tú has guardado el mejor vino hasta ahora. La nueva alianza traída por Jesús es mucho mejor que la antigua. 2.11 y sus discípulos creyeron en él. Más que atender al pe‑ dido de su madre para que resolviera el problema del vino que se acabó en la fiesta, el milagro de Jesús reveló que de hecho él era Dios, y fue para despertar la fe en sus discípulos. 2.13‑16 echó a todos. Es muy probable que Juan haya elegido narrar esta historia enseguida después de la transformación del agua de la purificación en vino para señalar la verdadera purifi‑ cación que los judíos necesitaban y que la “descontaminación del mundo” que ellos practicaban no llegaba al corazón; no re‑ solvía el problema. (Ver 2.6; 2.22, nota). Jesús se indigna con la actitud irreverente de los religiosos de su época, transformando el ambiente sagrado del Templo en tiendas mercantiles donde se vendía de todo en nombre de lo sagrado: bueyes, ovejas, pa‑ lomas destinadas al sacrificio, además de la especulación finan‑ ciera de los cambistas. Él repudió la actitud de los vendedores, pero no alimentó la ira, sino que al contrario: inmediatamente los reprendió e investido de la autoridad divina, los expulsó. Ese es el único pasaje de los Evangelios que, interpretado sin los
11 que cambiaban dinero les arrojó las monedas al suelo y les volcó las mesas. 16 A los vendedores de palomas les dijo: —¡Saquen esto de aquí! ¡No hagan un mercado de la casa de mi Padre! 17 Entonces sus discípulos se acordaron de la Escritura que dice: «Me consumirá el celo por tu casa.» 18 Los judíos le preguntaron: —¿Qué prueba nos das de tu autoridad para hacer esto? 19 Jesús les contestó: —Destruyan este templo, y en tres días volveré a levantarlo. 20 Los judíos le dijeron: —Cuarenta y seis años se ha trabajado en la construcción de este templo, ¿y tú en tres días lo vas a levantar? 21 Pero el templo al que Jesús se refería era su propio cuerpo. 22 Por eso, cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de esto que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús. debidos cuidados, podría dar margen a la idea de que el Señor justifica la violencia. Pero no hay mención a agresión alguna de su parte, ni en ese pasaje ni en ningún otro texto de los Evangelios, ni siquiera cuando él estaba siendo terriblemente amenazado. La palabra traducida por “cuerdas” es el término griego skoinion, que quiere decir “junco”. Lo que sugiere que Jesús recogió algún junco sobre el cual el ganado descansaba para hacer, nudo por nudo, una cuerda cuya función sería más para que sirviera de símbolo de autoridad que de instrumento para castigar. Obsérvese que él no golpeó ni a los animales ni a los comerciantes, sino los objetos que sustentaban sus prácti‑ cas. Con la referencia a la oración, Jesús también reafirma que tiene más importancia lo espiritual que lo material. Era hora de combatir la verdadera impureza, que viene del corazón huma‑ no y, como en este caso, nos hace querer ganar dinero con las bendiciones de Dios. la casa de mi Padre. Si en el pasaje anterior Jesús asumió el mando de la “casa de su madre” (2.5, nota, p. ##), aquí él asume la defensa de la casa de su Padre — dos señales de madurez de adulto. 2.17 Me consumirá. Jesús se identifica con la casa de Dios, incluso sufriendo por la maldad humana y por la despreocu‑ pación y el desprecio que tenemos por Dios. 2.19 en tres días volveré a levantarlo. Jesús revela que él va a tomar el lugar de la presencia de Dios y del culto a Dios, que en la antigua alianza pertenecían al Templo. Con su muerte y con la resurrección al tercer día, toda relación del ser huma‑ no con Dios cambia de forma y de lugar, dándose a través de Jesús y su cuerpo, según la nueva alianza. Ver el cuadro: “Antigua y nueva alianza”, (Jn 1), p. ##. 2.21 su propio cuerpo. El cuerpo como templo es una figura de lenguaje encontrada en toda la Biblia. También podemos ver en esa figura la valorización del cuerpo como un verdade‑ ro santuario, expresión de adoración, espacio de celebración. Tal comprensión rescata la dignidad de la vida biológica, de los instintos, de los movimientos y de los gestos, de los senti‑ mientos y emociones, de la sexualidad y del placer.
San Juan 2 — 3
Jesús conoce a todos 23 Mientras Jesús estaba en Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en él al ver las señales milagrosas que hacía. 24 Pero Jesús no confiaba en ellos, porque los conocía a todos. 25 No necesitaba que nadie le dijera nada acerca de la gente, pues él mismo conocía el corazón del hombre. Jesús y Nicodemo 1 Había un fariseo llamado Nicodemo, que era un hombre importante entre los judíos. 2 Éste fue de noche a visitar a Jesús, y le dijo: —Maestro, sabemos que Dios te ha enviado a enseñarnos, porque nadie podría hacer los milagros que tú haces, si Dios no estuviera con él. 3 Jesús le dijo: —Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios. 4 Nicodemo le preguntó: —¿Y cómo puede uno nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso podrá entrar otra vez dentro de su madre, para volver a nacer?
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2.22 resucitó. Aquí está la verdadera purificación que nin‑ guna ceremonia, ningún hombre, ni ninguna mujer podrían hacer, sino solamente Dios. La nueva alianza se realiza en un nuevo templo, el santo Templo de Dios, el cuerpo de Jesucris‑ to, que ya venció la muerte y que está fuera del alcance de todo pecado o contaminación. 2.23 creyeron en él al ver las señales milagrosas. Mientras los discípulos creían en la Palabra y en lo que Jesús enseñaba (2.22), la mayoría del pueblo “creía” en el poder demostrado por los milagros. Parece que la fe generada por ver milagros es insuficiente, no es más que un tímido comienzo — es nece‑ saria una aproximación mayor al mismo Jesús, como lo hará Nicodemo (3.2), para ver el Reino de Dios. 3.1 Nicodemo. Ciertamente fue uno de los que creyeron en Jesús por causa de los milagros, aunque Jesús “no creía en ellos”. Nicodemo, sin embargo, tampoco se contentó con re‑ conocer solamente el poder demostrado por los milagros: él quiso conocer mejor a Jesús. 3.2 de noche. Como fariseo, conocido por todo el pueblo, no quiso arriesgar su prestigio; fue a buscar a Jesús sin que los demás se enteraran. Mira cómo Jesús, siempre con verdad y amor, lo recibe y le enseña. 3.3 el que no nace de nuevo. Nicodemo está perturbado con el aparente absurdo de lo dicho por Jesús sobre la necesidad de un nuevo nacimiento y le pregunta: ¿cómo puede ser eso? Jesús lo llama a entrar en otra lógica, la del Espíritu Santo, la única capaz de promover el tipo de transformación indispen‑ sable para la nueva vida. Jesús deja claro que no se trata de otro proceso natural, volviendo al vientre de la madre, ni de una reencarnación o algún procedimiento de autosalvación o de autoayuda, sino de recibir el Espíritu de Dios que nos recrea, un “nacer de lo alto”. Es un acontecimiento radical que crea una realidad absolutamente nueva. no puede ver. El Reino de Dios es una realidad que está ahí, pero no se ve con los ojos naturales (Pablo dice que “ahora no podemos verlo, sino que vivimos sostenidos por la fe”, 2Co 5.7)
San Juan 3 12
Los pecados y la salvación en Jesús Una de las mayores fuentes de sufrimiento humano para quien busca seguir a Jesús es encarar la triste realidad de nuestros pecados y el temor del justo castigo de Dios sobre ellos. La buena noticia es que, gracias al amor de Dios por nosotros, la muerte de Jesús en la cruz es lo que marca toda la diferencia en esta cuestión. Antes de la cruz de Cristo, la relación de Dios con su pueblo se basaba en la Ley dada a Moisés (Ver el cuadro: “Anti‑ gua alianza y nueva alianza”, (Jn 1), p. ##). El pueblo de Dios estaba en la posición de siervo, en la cual la obediencia trae la recompensa y la desobediencia trae el castigo. La realidad era desfavorable, porque todos inevitablemente pecaban, y así eran esclavos del pecado, y su naturaleza humana “según la carne” estaba condenada, con toda justicia, a la muerte y a la separación eterna de Dios. Dios, por su gran amor a los seres humanos, se hizo también humano en la persona de Jesucristo e hizo lo que ninguno de nosotros lograría hacer: vivió una vida sin pecado y así, por su muerte en cruz, se hizo capaz de pagar por los pecados del mundo, como el cordero que fue ofrecido en sacrificio en la Ley de Moisés: el “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Todo lo que Dios espera de nosotros es que recibamos ese regalo, creyendo en Jesús, el Hijo de Dios que venció el mayor castigo por los pecados humanos — la muerte, y así poder conceder vida inmortal, eterna, a las personas que creen en él. Quienes creen en Jesús reciben el Espíritu de Dios en su corazón, el Espíritu que engendra nueva vida, sin pecado. Pero esa salvación sólo será plena cuando Jesús vuelva de los cielos a buscar a los suyos, llevando a todos a la casa del Padre. Cuando el creyente en Cristo muere, inmediatamente ese encuentro se anticipa y va al paraíso (como el ladrón que creyó en su momento final, allí mismo en la cruz). Pero mientras esto no suceda, los creyentes en Cristo viven una situación curiosa: no pertenecen más al mundo, pero aún continúan en el mundo; ya nacieron del Espíritu, sin embar‑ go no murieron totalmente a la carne; y la forma de vivir ese período “entre dos reinos” es por la fe, creyendo que el sacrificio de Jesús es suficiente para vencer el pecado, manteniéndonos purificados de los pecados que ya cometimos y también de los que aún vayamos a cometer. Por eso, al mismo tiempo en que aún caemos de vez en cuando en el pecado, también ya estamos “purificados” y unidos a Jesús y, en ese sentido, como hijos de Dios, “no pecamos más”. Por eso, los sufrimientos ya no son más el castigo por nuestros pecados, sino que son más bien la consecuencia de que vivimos en un mundo malo, que no reconoce a Jesús como el Señor. El consuelo es que todos ellos nos alcanzan, así como la cruz de Cristo, y sólo nos tocan si nuestro buen Padre del Cielo lo permite, y están sometidos a sus buenos propósitos. Por eso, es una invitación a creer que Dios es bueno con nosotros aún cuando sufrimos, y así esperamos nuestro encuentro eterno con Jesús, tanto sea por su venida cuanto por nuestra muerte, lo que suceda primero.
5 Jesús le contestó: —Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. 6 Lo que nace de padres humanos, es humano; lo que nace del Espíritu, es espíritu. 7 No te extrañes de que te diga: “Todos tienen que nacer de nuevo.” 8 El viento sopla por donde quiere, y
aunque oyes su ruido, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así son también todos los que nacen del Espíritu. 9 Nicodemo volvió a preguntarle: —¿Cómo puede ser esto? 10 Jesús le contestó: —¿Tú, que eres el maestro de Israel, no sa-
3.5 de agua y del Espíritu. El bautismo en el agua se da con el reconocimiento de mi ser pecador(a), que soy alguien que yerra, que tengo la naturaleza de pecador que lleva a la muer‑ te, y por lo tanto me aferro — creyendo — en la muerte de Cristo en mi lugar; así firmo la “sentencia de muerte”, para mi naturaleza humana. Entonces, por la fe en Jesús, viene la mejor parte y la más importante: el Espíritu Santo viene a morar en el cristiano y produce una vida nueva, sin pecado, de dentro hacia afuera. Él es el único que tiene capacidad de engendrar una vida nueva — la vida eterna — y de mantener‑ nos unidos al amor de Dios que nos salvó en la cruz. Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”. 3.7 Todos tienen que. Nicodemo representaba a un grupo, el de los fariseos, y fue así que se dirigió a Jesús (v. 2: “sabe‑ mos”). A veces el grupo al que pertenecemos nos obstaculiza en el camino de la fe en Jesús. Jesús lo denuncia: (v. 11: “us‑ tedes no creen lo que les decimos”, v. 12: “no me creen”), y al mismo tiempo también se ubica como representante de un grupo: los que creen, los discípulos (v. 11: “nosotros habla‑ mos de lo que sabemos”; “somos testigos de lo que hemos visto”; “lo que les decimos”). Mira qué grupo frecuentas: ¿uno
que se aleja o que se acerca a Jesús? Pero así como Jesús hizo la obra de la salvación individualmente (v. 13: “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo; es decir, el Hijo del hombre”), así también el pasaje de un grupo a otro sólo pue‑ de hacerse individualmente, por creer en Jesús (1.12; 3.16). Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”. nacer de nuevo. Como en 1.12‑13, Jesús está hablando de hacernos hijos de Dios, algo que no sucede por medios naturales. Es la vida en la nueva alianza con Dios: no es algo que se pueda “hacer”, sólo podemos “creer” (6.28‑29), y es absolutamente necesario, tiene que suceder (v. 7). Ver el cuadro: “Antigua alianza y nueva alianza”, (Jn 1), p. ##. 3.8 el viento sopla por donde quiere. Al contrario de la vida en la alianza de la ley, donde las reglas de lo que es correcto o equivocado dirigen todo, en la nueva vida el Espíritu conduce al cristiano con libertad. En vez de entender “lo que debe hacer”, la inspiración viene de dentro, con espontaneidad. La conducta del cristiano deja claro que Dios está presente en su vida, pero eso no es un proceso controlado por reglas, principios o temores humanos, sino primero por el amor de Dios, algo difícil para que un fariseo entienda y acepte (v. 9).
13 bes estas cosas? aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos, y somos testigos de lo que hemos visto; pero ustedes no creen lo que les decimos. 12 Si no me creen cuando les hablo de las cosas de este mundo, ¿cómo me van a creer si les hablo de las cosas del cielo? 13 »Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo; es decir, el Hijo del hombre. 14 Y así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre tiene que ser levantado, 15 para que todo el que cree en él tenga vida eterna. 11 Te
San Juan 3
hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo. 21 Pero los que viven de acuerdo con la verdad, se acercan a la luz para que se vea que todo lo hacen de acuerdo con la voluntad de Dios.
El amor de Dios para el mundo 16 »Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. 17 Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. 18 »El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios. 19 Los que no creen, ya han sido condenados, pues, como hacían cosas malas, cuando la luz vino al mundo prefirieron la oscuridad a la luz. 20 Todos los que
Juan el Bautista vuelve a hablar de Jesús 22 Después de esto, Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea, donde pasó algún tiempo con ellos bautizando. 23 También Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salim, porque allí había mucha agua; y la gente iba y era bautizada. 24 Esto sucedió antes que metieran a Juan a la cárcel. 25 Pero algunos de los seguidores de Juan comenzaron a discutir con un judío sobre el asunto de la purificación, 26 y fueron a decirle a Juan: —Maestro, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien diste testimonio, ahora está bautizando y todos lo siguen. 27 Juan les dijo: —Nadie puede tener nada, si Dios no se lo da. 28 Ustedes mismos me oyeron decir claramente que yo no soy el Mesías, sino uno que
3.14‑15 la serpiente en el desierto. Nicodemo no logra en‑ tender bien la libertad y la espontaneidad del viento, enton‑ ces Jesús amorosamente le trae una imagen de Moisés que él conoce muy bien. El evento está descripto en el libro bíblico de Nm 21.4‑9: el pueblo de Israel estaba insatisfecho con la vida en el desierto, con el largo tiempo perdido en salvar obstáculos, con la “monocomida” del maná, y empezaron a protestar contra Moisés y contra Dios (pecados posiblemente hasta cometidos en secreto). Dios mandó serpientes mortales para castigar la rebeldía; el pueblo se arrepintió y pidió que Moisés rogase a Dios para que pusiera fin a la plaga. Dios lo atendió, no retirando las serpientes, sino proveyendo la ser‑ piente de bronce para que fuera erguida en un asta; así quien fuera mordido podría mirar la serpiente de bronce y quedaría curado. Esa mirada era la fe (quien no mirara moriría). 3.16 Pues Dios amó tanto al mundo. Esa frase, con la que inicia el versículo más famoso de la Biblia, es la respuesta a muchas preguntas: ¿Por qué vino Jesús a la tierra? ¿Por qué tuvo que morir? ¿Por qué Dios hizo primero la alianza de la ley y ahora la nueva alianza con el Mesías? Es Dios quien sella el destino de los humanos, y su voluntad es que nadie se pierda, sino que crean en Jesús y reciban la vida eterna. Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”. 3.17 para salvarlo. La intención de Dios no es condenar, ni es acabar con la humanidad, sino salvar. Esto sirve perfectamente como modelo de la actitud que debemos tener nosotros con el mundo: no juzgar, no condenar, sino salvar, dando la gracia juntamente con la verdad, como Jesús estaba haciendo con Nicodemo. 3.18 El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado. O sea, quien mira a Jesús levantado en la cruz, creyendo en él como aquel “que va a salvarme de mi herida mortal”. Mien‑ tras tanto, las serpientes de nuestro pecado continúan por
ahí, y la Serpiente de Bronce también continúa todos los días hasta el fin de los tiempos. 3.19‑21 hacían cosas malas. La fe tiene alguna relación con las obras, y es la verdad — la revelación de nuestra verdad — que nos aproxima a Jesús, “la luz verdadera que alumbra a toda la humanidad” (1.9). 3.23 Juan. Juan Bautista fue el “broche de oro” para la an‑ tigua alianza, realizando todo lo que ésta debía hacer, pre‑ parando efectivamente el camino para Jesús, llevando al reconocimiento de nuestro ser pecadores. 3.25 purificación. Entre los discípulos de Juan (por lo tanto, bajo su responsabilidad) surgió una discusión con un judío. El tema era la “purificación”, un ritual de lavado que los judíos creían que garantizaba su no contaminación con el mundo pecador (la misma función de las vasijas de piedra con el agua de la boda en Caná de 2.6). Hoy en día, esa preocupación se centra más en la “santificación”. Las personas muy aferradas a la antigua alianza tienden a preocuparse por la “santificación”, porque les parece demasiado fácil simplemente creer en Jesús (v. 26). Siempre que se predica el mensaje de la nueva alianza, uniendo la verdad con el amor y hablando del Dios que no vino para juzgar sino para salvar, algún “discípulo de Juan” va a cuestionar: ¿Pero y la santi‑ ficación? ¿No se combate contra el pecado en la nueva alianza? 3.27 Juan les dijo. Él también sabe lo de “nacer de lo alto” (otra posible traducción para “nacer de nuevo”; ver: 3.3, nota, p. ##). La cuestión de ser purificados o seguir al Mesías tomó una importancia mayor. 3.28 ha sido enviado delante de él. Es decir, la función de la antigua alianza no fue santificar (purificar, salvar) a nadie, sino preparar el camino para el Mesías. Por lo tanto, la purificación/ santificación se nos tendrá que conceder, tendrá que venir “de lo alto”, tendrá que darse por la fe en aquel que descendió hasta nosotros.
San Juan 3 14 ha sido enviado delante de él. 29 En una boda, el que tiene a la novia es el novio; y el amigo del novio, que está allí y lo escucha, se llena de alegría al oírlo hablar. Así también mi alegría es ahora completa. 30 Él ha de ir aumentando en importancia, y yo disminuyendo. El que viene de arriba 31 »El que viene de arriba está sobre todos. El que es de la tierra es terrenal, y habla de las cosas de la tierra. Pero el que viene del cielo
está sobre todos, 32 y da testimonio de lo que ha visto y oído; pero nadie acepta su testimonio. 33 Pero si alguien lo acepta, confirma con ello que Dios dice la verdad; 34 pues el que ha sido enviado por Dios, habla las palabras de Dios, porque Dios da abundantemente su Espíritu. 35 El Padre ama al Hijo, y le ha dado poder sobre todas las cosas. 36 El que cree en el Hijo, tiene vida eterna; pero el que no quiere creer en el Hijo, no tendrá esa vida, sino que recibirá el terrible castigo de Dios.
3.29 el amigo del novio. Inclusive en la actualidad, en mu‑ chas culturas “el mejor amigo del novio” interviene como padrino especial, encargándose de organizar la fiesta y ha‑ ciendo un discurso en la celebración. Así Juan muestra cómo la Ley, la antigua alianza, preparó la fiesta de la boda, para que su amigo (y no enemigo) Jesús concretice su unión con las personas que creen en él, los santos hijos de Dios. Y la ley se cumple y Juan se alegra por tener este papel preparatorio. A diferencia del hermano mayor del hijo pródigo (Lc 15), aquí hay un “hermano” que se alegra con la fiesta de la gracia de Dios y se siente feliz de haber contribuido y, principalmente, sabe que su papel se termina aquí. El que va a vivir y dormir con la novia es Cristo, no él. “El que tiene a la novia” es el úni‑ co que puede casarse con ella. Ese es un modelo muy válido para la vida de todos los cristianos: que en la medida que cre‑ ce nuestra relación con Cristo, disminuya la importancia de las leyes, reglas, aciertos y errores, y aumente la importancia del amor hacia el Novio eterno. 3.30 y yo, disminuyendo. Frente al intento de incentivar la sospecha, queriendo fomentar la envidia y los celos entre Juan Bautista y Jesús, Juan Bautista no se dejó involucrar, sino que al contrario, fue pacificador. En nuestra vida cotidiana también es así: al que ejerce el cargo de líder en la iglesia, en la comunidad o en la sociedad, siempre habrá quien quiera promover la discordia entre las partes. Juan Bautista nos dejó una hermosa lección de humanidad conciliadora afirmando: “Él ha de ir aumentando en importancia, y yo disminuyendo”. Y con esa actitud él fue — sin buscarlo — exaltado, pues en otra ocasión, analizando todos los representantes de la anti‑ gua alianza, Jesús dijo: “entre todos los hombres, ninguno ha sido más grande que Juan el Bautista” (Mt 11.11). 3.31 El que viene de arriba. Como si no estuviera suficien‑ temente claro (para muchos no lo debe estar), Juan agrega los versículos 31 y 36, explicando que la diferencia entre la antigua y la nueva alianza, entre Jesús y Juan Bautista, es una cuestión de origen: “El que viene de arriba está sobre todos. El que es de la tierra es terrenal, y habla de las cosas de la tierra”. (Como Jesús había dicho a Nicodemo: “lo nacido de la carne es carne. Lo nacido del Espíritu es espíritu”, en la tra‑ ducción tradicional). Hablando con claridad: la ley, la antigua alianza es terrena, es carnal. La nueva alianza es del cielo, es Espíritu. Es eso lo que Jesús va a explicar en el capítulo siguiente, cuando hable de adorar “de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios”. O como Juan ya había mencio‑ nado en 1.17: “Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo” (recordemos que la ley es “el amigo del novio” que preparó la fiesta para él — y ahora ya no es el tiempo de las vasijas de purificación: es la hora del nuevo vino, el mejor de todos, para la fiesta de la boda).
3.32 nadie acepta. Al igual que en 1.11, nadie recibe a Jesús ni su mensaje. Pero el que crea en lo que Jesús dice, confirma que Dios es verdadero (en paralelo a 1,12: “Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él…”). 3.34 da abundantemente. El que Dios envió es cien por cien‑ to Dios, porque Dios no “mide” la dádiva del Espíritu: ama a Jesús y ha puesto todo en sus manos; por eso, “el que cree en el Hijo tiene vida eterna”, nació del Espíritu, y no depende de estar o no de acuerdo con los reglamentos. 3.35‑36 El Padre ama al Hijo. La relación más pura entre Padre e Hijo se revela en estos versículos, refiriéndose a Dios Padre y al Hijo Jesucristo, y sirve también de modelo para la familia humana. En otra circunstancia Jesús afirmó: “El Padre y yo somos uno”. En una relación entre padre e hijo debe pre‑ dominar el verdadero amor. Una saludable relación paterna es de total e irrestricta confianza y, consecuentemente, lo que es del padre le pertenece al hijo. Cuando no existe amor ni confianza en la relación paterna, el germen de la infelicidad encuentra su terreno fértil para desarrollar todo tipo de sin‑ sabores, generando muchas familias desajustadas, donde los hijos son menospreciados y relegados a un segundo plano. En algunos hogares los padres están con la atención centrada casi exclusivamente en el trabajo, en los viajes de negocios, en acumular dinero, en reuniones políticas, a veces hasta en reuniones de iglesia, del club social, reservando poco o casi nada de tiempo para sus hijos. Eso es perjudicial en la relaci‑ ón entre padres e hijos. Así se abre el camino para que ellos, principalmente en la preadolescencia o en la adolescencia, busquen refugio, amor y cariño entre otras personas que en ese preciso momento surjan y se manifiesten comprensivas y cariñosas, y la mayoría son personas de mal carácter, que se aprovechan de la situación de carencia para inducirlos en las drogas y en el vicio, casi siempre sin vuelta atrás. Por otro lado, el padre que desde los primeros años de vida de su hijo le ofrece amor, presencia constante, cariño, estima y confian‑ za, por cierto, más tarde cuando su hijo llegue a la edad adul‑ ta, tendrá la felicidad de una amistad recíproca y amor para compartir por el resto de la vida. En la relación paternal pre‑ valece el amor como expresión máxima de confianza mutua. 3.36 el que no quiere creer en el Hijo. Quien no cree en Jesús, no mira la serpiente de bronce en la punta del asta (v. 14), desobedece al Hijo y nunca tendrá la vida eterna (li‑ teralmente, “no verá la vida”), tal como en el comienzo de la conversación con Nicodemo, “no puede ver el reino de Dios” (v. 3), sino que sufrirá para siempre el castigo de la ira de Dios. Ese final del versículo fue escrito claramente en el lenguaje de la antigua alianza: no creer es desobedecer, y la desobediencia es exactamente lo que los “creyentes de la antigua alianza” temen, por causa de la ira de Dios. Nuestra búsqueda de descontaminación, el miedo al mundo pecador,
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Jesús y la mujer de Samaria fariseos se enteraron de que Jesús hacía más discípulos y bautizaba más que Juan 2 (aunque en realidad no era Jesús el que bautizaba, sino sus discípulos). 3 Cuando Jesús lo supo, salió de Judea para volver a Galilea. 4 En su viaje, tenía que pasar por la región de Samaria. 5 De modo que llegó a un pueblo de Samaria que se llamaba Sicar, cerca del terreno que Jacob había dado en herencia a su hijo José. 6 Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era
discípulos habían ido cerca del mediodía. al pueblo a comprar algo de comer. En eso, una mujer de Samaria llegó al pozo a sacar agua, y Jesús le dijo: —Dame un poco de agua. 9 Pero como los judíos no tienen trato con los samaritanos, la mujer le respondió: —¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides agua a mí, que soy samaritana? 10 Jesús le contestó: —Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva. 11 La mujer le dijo: —Señor, ni siquiera tienes con qué sacar
la necesidad de lavado en agua, la necesidad de un registro de obediencias, la búsqueda de un certificado de purificaci‑ ón, todo esto revela que en el corazón todavía reina el miedo a Dios, creado para dirigir la antigua alianza. La solución para ese mal de raíz, responsable de tantos sufrimientos entre los que buscan obedecer a Dios, como Nicodemo, es creer en Jesús, el novio que los invita a recibir de lo alto una naturaleza buena, perfecta, impecable, venida directamente del amor de Dios, y que nos ofrece la fiesta de la unión, de la vida, del casamiento con Jesús. La invitación de Juan es para creer. La verdadera vida sólo se puede tener naciendo de nuevo, de lo alto, y esa oportunidad se concretiza al creer en Jesús el Hijo de Dios (1.12). Quien no sigue este camino de creer en Cristo está desobedeciendo la salvación ofrecida por el Padre y, por lo tanto, “no verá la luz”, no va a nacer de nue‑ vo, manteniéndose en la vida vieja, en la antigua alianza, y sufriendo el justo castigo por sus pecados. Ver los cuadros: “Antigua alianza y nueva alianza”, (Jn 1), p. ## y “Los pecados y la salvación en Jesús”. 4.3 Cuando Jesús lo supo, salió. Jesús no era ingenuo, y era consciente del peligro que corría al ganarse la admiración del pueblo, que hasta entonces seguía las recomendaciones de los fariseos. Mira cómo Jesús utiliza su sentido común y diri‑ ge su vida, consciente de la situación política, en función de cumplir su misión y sólo morir en la hora indicada. Judea era el estado principal del Judaísmo, en donde estaba la capital Jerusalén, con el Templo centralizando todo el culto a Dios. En cambio, Galilea era un estado de la periferia, también ju‑ dío, pero lejos del centro de la religión. Samaria (v. 4) que‑ daba entre los dos, con una población y religión mezclada y trasplantada de otras religiones. Los judíos y los samaritanos se detestaban, y los judíos más celosos preferían atravesar al otro lado del río Jordán para no pasar por Samaria en el camino entre Judea y Galilea. Ver el mapa: “La tierra de Israel en el Nuevo Testamento” p. ##. 4.4 tenía que pasar. Si los judíos tenían fuerte rechazo y prejuicio contra los samaritanos (al punto de, en 8.48, ofen‑ der a Jesús llamándolo samaritano y poseído), ¿por qué esa obligatoriedad? Parece que, además de ser el camino físico más directo, simbólicamente al “tener” que pasar por la Sa‑ maria de este mundo, al “poner su morada entre nosotros” encarnándose, él traspasa todas las barreras étnicas, sociales, religiosas, convencionales, movido por el afecto. No preci‑ saba hacer esto: lo hizo porque quiso, lo hizo por amar a las personas, y ya no había más lugar para preocupaciones
sobre “contaminarse con los de afuera” (Ver 2.6, nota sobre “purificación”, p. ##). 4.6 mediodía. Literalmente, la “hora sexta”, que sería medio‑ día en el horario judío y seis de la tarde en el horario romano, lo que es bastante probable. cansado del camino, se sentó. Jesús estaba cansado del viaje y descansó junto al pozo de Jacob. Descansó cuando estaba cansado, lo que también es una enseñanza importante para nuestra vida. Hay personas que no le dan importancia al descanso y siguen cansadas has‑ ta quedar exhaustas, estresadas e incluso llegan a situaciones más serias como al infarto con riesgo de muerte. El descanso es tan necesario para el cuerpo como el alimento y el agua. Una persona cansada puede provocar graves accidentes; un número considerable de accidentes de tránsito está relacio‑ nado con el cansancio físico o mental del conductor. En el trabajo no es diferente; muchos accidentes con operadores de máquinas tienen que ver con el cansancio de sus ope‑ radores. Jesucristo nos da un precioso ejemplo: aún siendo Dios, estando cansado, intentó descansar. La persona descan‑ sada se relaciona mejor con los compañeros de trabajo, con sus familiares en el hogar, con sus compañeros de escuela, en lo cotidiano con sus semejantes y principalmente con su cónyuge. Ver los cuadros: “Jesús y la necesidad de la mujer”, y “Sexualidad, casamiento y espiritualidad”. 4.7 Dame un poco de agua. Jesús llega al pozo cansado, con sudor, lleno de polvo de caminar al sol. El divino Hijo de Dios está ahí en su pobre humanidad, sin jarro, ni balde, ni cuerda. Él muestra su necesidad humana. 4.9 ¿Cómo es que…? Además de no ser bien visto que un hombre hablara con una mujer extraña (v. 27), tampoco era normal que un judío como Jesús hablara con un samaritano. Felizmente Jesús no tiene los mismos prejuicios que nosotros. 4.10 agua viva. Simbólicamente, al ofrecerse como agua de vida, Jesús no ofrece agua estancada o putrefacta, sino la posibilidad de vida eterna a partir de ese momento. En ese diálogo, Jesús descubre una persona sedienta de afectos y le aviva el deseo de ir más allá de lo que ella conoce. Los mu‑ chos intentos en el área de la sexualidad y del casamiento — como hizo la mujer, cf. v. 18 — si no están conectados a otras dimensiones de la vida, se vuelven un fin en sí mismo, un monólogo, produciendo tedio y náusea, y su propio fin. Esta expresión también podría ser entendida como “agua fresca”, y éste es el primer sentido que percibe la mujer (cf. v. 11), junto con la percepción de que había algo más importante en juego (v. 12).
2. Diversas actitudes frente a Jesús (4.1—6.71)
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1 Los
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Jesús y la necesidad de la mujer Tomemos la historia de la samaritana como ejemplo de comprensión de Jesús para con la mujer, para con el universo femenino. Esa comprensión puede llevarnos a ver el texto de la siguiente manera: 4.1‑6 Es necesario recular estratégicamente, aún no ha llegado la hora de exponerse. En esta “regresión”, Jesús pasa por la tierra de los antiguos. Tierra del amor propio, del narcisismo, donde Jacob le regalara a su hijo predilecto una fuente. Una fuente regalada por los padres no se seca nunca — siempre precisamos realimentar nuestro narcisismo, principalmente cuando nos sentimos amenazados, 4.7‑9 Jesús confronta a la mujer con sus tradiciones. Las cosas no suceden como es usual, y eso exige parar para pensar. Este hombre, al pedir agua, reconoce en ella la capacidad de saciar su sed. La apertura de Jesús hace que ella también tenga que abrirse al diálogo. Ese es el papel de las crisis — desestabilizar, desconstruir lo aprendido, para que algo nuevo pueda surgir y tratar la sed del alma. 4.10 Jesús pasa a otro plano, el de la sed existencial. A partir de la sed concreta, habla del agua viva. Esta exige un conocimiento diferente, el conocimiento de las fuentes. ¿Conocemos realmente al que nos promete agua viva? ¿Nos estaremos acercando a los enigmas que las crisis nos proponen con tanta curiosidad como esta mujer? 4.11 La mujer también realiza el pasaje de lo concreto para el plano simbólico. Empieza a intuir que allí hay alguien que puede ser mayor que el padre Jacob. En el plano espiritual, la pregunta es si hay alguien mayor que la herencia recibida por la tradición. Las leyes son como fuentes exigentes que imponen esfuerzos para saciar la sed: son necesarios baldes, caminatas, observancias y rituales para aliviar nuestra sed. Desde una mirada psicológica, para saciar su sed de afecto, esta mujer vivió cambiando de hombres, como quien busca — y nunca encuentra — una relación que satisfaga tanto cuanto la de una niña pequeña como princesita de su papá; esto es una especie de búsqueda en las fuentes profundas y costosas de la infancia. Tal vez haya habido una pre‑ ferencia especial, tal como la de Jacob hacia José, y esa mujer permanece aprisionada a ese modo de encontrar placer, que es enfermizo, una neurosis. Jesús conduce el diálogo para que esta escena aparezca (v. 15). 4.15‑18 La mujer llega a confesarse: habla del despilfarro de energía de su neurosis que le exige repetidamente la vuelta a la fuente paterna. Habla de los sucesivos maridos, intentos frustrados de saciar la sed de su necesidad afectiva: cinco hombres que no lograron resistir en este papel de “marido”. Esa fijación es enfermiza y le cobra su deuda por toda la vida. Aparentemente, estaba llena de buenas experiencias nutricias… pero, en el fondo, estaba vacía. No tengo marido — “todavía no logré que algún hombre fuera mi marido”. Las exigencias de la neurosis, llenas de caprichos para sí y no logrando contentarse con menos, cierran el camino para que se llegue a una relación gratificante. Ningún hombre logra satisfacer la sed intensa de algo grabado tan temprano en la vida: la idealización de la relación paterna lo impide. Hoy, la cultura también promueve una neurosis del afecto, al vender el amor romántico idealizado como si fuera un bien posible, comprable como un automóvil. Por eso, presenciamos constantes cambios de “maridos”, siempre en la búsqueda de que haya uno que sacie mejor la sed. La satisfacción de toda sed, ese deseo existencial, pasa a ser una demanda en la relación, sobrecargándola e impidiendo el trabajo mutuo de ajuste y satisfacción posible. Sexualidad sin espiritualidad transforma los pozos disponibles en oasis disputadísimos, que acaban siendo destruidos en el ansia de cavar fuentes. Jesús elogia el esfuerzo de decir la verdad — en su presencia, podemos mostrar nuestros intentos frustrados (Ver cuadro: “Sexualidad, casamiento y espiritualidad”). 4.19‑20 La mujer, usando su intuición, capta algo diferente y hace la conexión, preguntando: ¿Cuál es el lugar de adoración? ¿Tú eres más que Jacob? ¿Quién eres tú? E intenta así refugiarse en “¿qué es lo que está bien?”, un compor‑ tamiento tan frecuente en nuestros rituales religiosos: frente al gozo intenso, el intento de intelectualizar, racionalizar. La intensidad del afecto invita a salir del plano de la sed existencial, de la sanación psicológica, hacia la explicación racional. Muchas formaciones religiosas se originan en ese desvío. Y Jesús, una vez más, alerta para que se busque la sencillez del corazón, la capacidad infantil de acoger la fe. Y es en este sentido que él responde a la mujer, llamándola de nuevo a lo esencial. No vale la pena discutir sobre lo que pasará, en relación a lugares y ritos. Y, nuevamente, hay una mención al “conocer” a Dios. Este conocimiento no se da por el intelecto, sino con todo nuestro ser, partiendo del centro de nuestro ser. 4.21‑23 Adorar al Padre, en vez de quedarse pendiente del agua del padre Jacob. No buscar más saciar todo en la dimensión humana, pues esto trae decepciones y cambios — de maridos, de amigos, de ocupaciones, de lugares, de ropas — y lleva a confesar como esta mujer “no tengo marido” — ninguno sacia la necesidad de la mujer. La invitación es a vivir desde el centro… entrar en contacto con nuestra alma, con la sed del alma… ¿Dejamos que Jesús nos muestre el amor que sacia la sed? ¿O lo buscamos para que nos conceda sueños infantiles, de nuestra cultura, los del “padre Jacob”? 4.24‑26 Esta experiencia del amor — “si supieras quién es el que te está pidiendo agua” — se da en la devoción, en el encuentro a solas con Dios, y a partir de esto llegamos al encuentro con nosotros mismos — dejando que él implante en nosotros una fuente inagotable, que haga brotar, amar — solamente entonces podremos tener la capacidad de amar y de ser amados. El amor humano será un jardín que embellecerá esta fuente eterna, dará sombra y abono para que podamos crecer en la gracia y dar frutos. Sexualidad con espiritualidad, sexualidad como símbolo de la espiritualidad — la novia y el novio, Cristo.
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agua, y el pozo es muy hondo: ¿de dónde vas a darme agua viva? 12 Nuestro antepasado Jacob nos dejó este pozo, del que él mismo bebía y del que bebían también sus hijos y sus animales. ¿Acaso eres tú más que él? 13 Jesús le contestó: —Todos los que beben de esta agua, volverán a tener sed; 14 pero el que beba del agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré se convertirá en él en manantial de agua que brotará dándole vida eterna. 15 La mujer le dijo: —Señor, dame de esa agua, para que no vuelva yo a tener sed ni tenga que venir aquí a sacar agua. 16 Jesús le dijo: —Ve a llamar a tu marido y vuelve acá. 17 La mujer le contestó: —No tengo marido. Jesús le dijo: —Bien dices que no tienes marido; 18 porque
has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes no es tu marido. Es cierto lo que has dicho. 19 Al oír esto, la mujer le dijo: —Señor, ya veo que eres un profeta. 20 Nuestros antepasados, los samaritanos, adoraron a Dios aquí, en este monte; pero ustedes los judíos dicen que Jerusalén es el lugar donde debemos adorarlo. 21 Jesús le contestó: —Créeme, mujer, que llega la hora en que ustedes adorarán al Padre sin tener que venir a este monte ni ir a Jerusalén. 22 Ustedes no saben a quién adoran; pero nosotros sabemos a quién adoramos, pues la salvación viene de los judíos. 23 Pero llega la hora, y es ahora mismo, cuando los que de veras adoran al Padre lo harán de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios. Pues el Padre quiere que así lo hagan los que lo adoran. 24 Dios es Espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios. 25 La mujer le dijo:
4.12 Nuestro antepasado Jacob. Literalmente, “padre Jacob”. Los samaritanos, a pesar de ser rechazado por los judíos, tam‑ bién eran descendientes de Jacob/Israel (aunque mezclados con otros pueblos), y también se consideraban conocedores de Dios (v. 20). Jacob fue un hombre fuerte, muy trabajador y luchador — cavar un pozo muy hondo (v. 11) no es un trabajo simple. La mujer parece valorar e idealizar bastante la figura del “padre” — probablemente era una razón para que ella no se contentara con ninguno de sus casamientos. Ver el cuadro: “Jesús y la necesidad de la mujer”. 4.13 volverá a tener sed. Buscar satisfacción, conseguirla por poco tiempo y tener que volver a buscar otra vez: debe ha‑ ber sido así el camino emocional de la samaritana con sus casamientos. 4.14 nunca volverá a tener sed. Jesús va revelando de a poco que no se está refiriendo al agua ni a la vida común sino al Espíritu de Dios (cf. 7.37‑39) y a la vida eterna. Pero la mujer aún no desistió de su primera comprensión material (v. 15). 4.15‑16 dame de esa agua. La samaritana hizo lo que Jesús sugirió en el v. 10 e invirtió los papeles del inicio, pidiendo el agua de la vida. ni tenga que venir aquí a sacar. En aquella época no había prácticamente ningún trabajo que posibili‑ tase que una mujer se sustentara sin depender del padre o marido (a no ser la prostitución). La samaritana no lograba entender más allá de su búsqueda de un hombre que, como un “padre”, la librara de tener que trabajar y saciase su sed para siempre. Con esa carencia, ahora ella se dirigía a Jesús. Ese debe haber sido el motivo para que Jesús le dijera que fuera a llamar a su marido (v. 16). La necesidad emocional de la mujer, mucho más que señalar algún pecado, debe haber sido la razón de esa conversación. Ver el cuadro “Jesús y la necesidad de la mujer”. 4.17‑18 No tengo marido. La mujer no era una prostituta; al contrario, ella insistía en creer en el casamiento, aún después de tantos fracasos. Jesús la condujo a su propia verdad. Fíjate que no la reprendió: fue la verdad dicha con amor (1.17). Ver el cuadro: “Sexualidad, casamiento y espiritualidad”.
4.19 un profeta. Finalmente, con la revelación sobre su vida, y descubierta en sus fracasos, la mujer pudo ver que estaba tratando con alguien especial, diferente y mayor que su ne‑ cesidad afectiva. 4.20 adoraron. La figura del profeta abre camino para el tema de la adoración, la vida con la presencia de Dios. De algún modo, Jesús estaba haciendo naturalmente con la mujer sama‑ ritana lo que explicaría enseguida sobre Dios: él busca personas que lo adoren “de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios” (v. 23), la forma más saludable que existe de vivir en esta tierra. En esa primera conversación aparece una “mecánica de la adoración”, en la que, según piensa la samaritana, el acto mismo de prestar culto o el lugar donde se realiza son lo más importante. donde debemos adorarlo. El deber es la clave de la relación con Dios antes de Cristo. Es lo opuesto de la adoración “conforme al Espíritu” (v. 23), libre como el viento. 4.21 sin tener que venir a este monte ni ir a Jerusalén. Una de las principales diferencias entre la antigua alianza (de la Ley) y la nueva alianza (de Jesús) es que los elementos exter‑ nos dejan lugar a los elementos internos. En vez de templos y prácticas, espíritu y verdad en el corazón (cf. v. 23). de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios (Literalmente es como Jesús presenta a Dios aquí.) Jesús comienza a reve‑ larle a la samaritana quien es el único que puede saciar su sed: ni un marido que haga el papel de padre, ni el “padre Ja‑ cob” con toda su fuerza y trabajo, sino una relación especial, de adoración, con el Padre del Cielo. Ver el cuadro: “Jesús y la necesidad de la mujer”. 4.22 salvación. Siguiendo con su lección sobre adoración, Jesús nuevamente dice la verdad con amor: la samaritana (o su tradición) adoraba sin conocer a Dios. Jesús enseña que ese Dios es un Padre y, a través del pueblo judío, envió la sal‑ vación, la liberación de lo que los apresaba. El camino para la verdadera adoración pasa obligatoriamente por la salvación de nuestros pecados. 4.23 es ahora mismo. La nueva adoración, el nuevo tiempo de la nueva alianza entre Dios y la humanidad llegó justamen‑
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Sexualidad, casamiento y espiritualidad Una de las cuestiones más dolorosas en la iglesia ha sido la cuestión de la corporeidad. La espiritualización, a veces exacerbada, denuncia que la dicotomía alma‑cuerpo persiste con toda intensidad. Es preciso considerar todas las di‑ mensiones de la vida humana y analizar cómo está la alimentación, el sueño, el descanso, el trabajo, la sexualidad, la salud como un todo. En relación a la sexualidad es importante que esté integrada al resto y que, cuando sea necesario, las dificultades puedan ser discutidas, aclaradas y trabajadas. Los impulsos sexuales, reconocidos como pertenecientes al ser humano, pueden convertirse en fuente de placer y crecimiento en lo que se refiere a la intimidad compartida, lo que no sucedía aún en la vida de la mujer samaritana. En el caso de personas que viven en celibato por opción, los relatos cuentan que aún sin vivenciar la sexualidad explícita, no se vuelven asexuados: los impulsos sexuales son conscientemente transformados generando vida bajo otros aspectos. Proyectos sociales, educativos y de cuidado son el resultado de la canalización de esta energía. Según Henri Nouwen, los problemas aparecen cuando la sexualidad reprimida es transformada en apariencia de espiritualidad, poniendo en evidencia comportamientos inconexos. Escribe: “Cuando la espiritualidad se torna espiritualización, la vida en el cuerpo se hace carnal. Cuando los ministros y sa‑ cerdotes viven sus ministerios principalmente en la esfera mental, y consideran el Evangelio como un conjunto de ideas valiosas para ser anunciadas, el cuerpo rápidamente se venga, clamando por afecto e intimidad”. Al oír a Jesús que le dice: “ve a llamar a tu marido”, la mujer samaritana responde: “No tengo marido”. ¿Cómo nos resuena esto? ¿Cómo andan nuestras relaciones afectivas? Jesús percibe que la mujer busca ser feliz, pero que está siguiendo la vía equivocada. A decir verdad, bromeando un poco, ¡esta mujer era una romántica incorregible! ¡Es increíble como creía en la institución del casamiento! ¡Ya había intentado cinco veces y continuaba intentando! Cuando ponemos en las espaldas de otro la responsabilidad de hacernos felices, poniéndolo/a en el altar de nuestro corazón, sobrecargamos a la persona y terminamos desilusionados de la relación. La mujer, sin darse cuenta, se había olvidado del primer mandamiento: “No tendrás otros dioses fuera de mí”. Ese “otro dios” puede ser una persona, una causa, hasta la Iglesia o la Teología. Continuando la conversación, en pocos minutos hace tres referencias a Dios como Padre, lo que probablemente también haya llamado la atención de la mujer: ¡eso no era común! Jesús propone un nuevo lugar de culto: aquel que rescata la relación filial y que se da en lo íntimo de cada uno. No es un culto a un dios, es una adoración al Dios que es Padre de Jesús y que nos invita a nacer de nuevo y pertenecer a su familia. Por lo tanto, Iglesia significa comunión, y sexualidad también. Por eso tal vez algunos sectores de la Iglesia tienen tanta dificultad con la sexualidad. El vivir en comunión requiere de los involucrados la disposición de entrega, de afecto, de correr el riesgo de ofender y ser ofen‑ dido, de sentir tristeza, rabia y limitación humana, y frente a estos sentimientos, creer aún que vale la pena arriesgarse, porque el otro es diferente y complementario. Esto implica la reconciliación que se da por el perdón y la aceptación de que un día nos sentaremos alrededor de una única mesa en la casa de nuestro Padre. Podemos hacer una lista, a modo de ejemplo, de cinco tipos de “amores” que las “samaritanas de hoy” desposan. Erich Fromm los comenta: 1) Amor‑equipo: el casamiento es visto como una organización en la que se aprende a evitar fricciones y a tolerar. Se trata de apreciarse mutuamente, facilitarle la vida uno al otro. Pero no hay una verdadera intimidad: ambos conti‑ núan en profunda soledad, pues no es un casamiento que parte del centro del ser. Es el modelo de gerenciamiento empresarial aplicado al casamiento. 2) Amor como satisfacción sexual: se basa en la creencia de que la adecuada satisfacción de las pulsiones sexuales conduce a la felicidad, al amor. El énfasis está en el aprendizaje de técnicas y en el desempeño sexual. Este tipo de “amor” resulta de la combinación de la teoría psicoanalítica con el modelo de la sociedad consumista. La felicidad es consumir, y el casamiento pasa a ser un lugar de consumir sexualidad. En este modelo se cree que la sexualidad plenamente practicada llevaría al amor; y no que el amor, que echa afuera el miedo de entregarse (1Jn 4.18), sea el que conduce a la sexualidad plena. 3) Amor fijado en el padre y en la madre: no se da el compañerismo en la pareja porque la sombra de los padres los compromete a los dos. Uno de ellos permanece fijado en agradar al padre o a la madre por encima de todo, aprisio‑ nado en una dependencia infantil. En esta persona no se da el “dejar padre y madre” (Gn 2.24): el amor a los padres se transformó en una prisión que la mantiene atada a ellos, impidiendo que crezca en dirección al vínculo con una persona adulta del otro sexo. 4) Amor de endiosamiento: muchas veces vivido como “el gran amor”, así descripto en los libros y películas. Consiste en transformar a la otra persona en la razón para vivir, como si en ella estuviese todo lo que uno ansía. De este modo, se niega toda aspiración personal, su propia identidad deja de desarrollarse, se anula su personalidad. Y cuan‑ do el vínculo es interrumpido por el compañero endiosado, puede hasta haber intento de suicidio (u homicidio). Es la pasión al servicio de la pulsión de muerte, de la aniquilación del yo. 5) Amor‑proyección: es el pseudoamor que deposita en el ser “amado” ciertas características propias. El otro se con‑ vierte en un depósito de cualidades y defectos, siendo más fácil manejarlos porque están en la pareja. Fácilmente el cónyuge se convierte en “chivo expiatorio” y esto produce cierto alivio: “el problema es mi marido, no yo”, “yo incluso quiero, pero mi marido/esposa no me deja”. Los cónyuges empiezan a discutir por minucias, revelando que el verdadero problema no es éste, que la discusión que aparece está al servicio de una neurosis. Jesús elogia el esfuerzo de la samaritana en decir la verdad — en su presencia pueden abrirse nuestros intentos frustrados. Nuevamente es el abrir la crisis lo que posibilita el cambio. Tanto en la psicología como en Jesús existe este entusiasmo por buscar la verdad, para romper así las ataduras.
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—Yo sé que va a venir el Mesías (es decir, el Cristo); y cuando él venga, nos lo explicará todo. 26 Jesús le dijo: —Ése soy yo, el mismo que habla contigo. 27 En esto llegaron sus discípulos, y se quedaron extrañados de que Jesús estuviera hablando con una mujer. Pero ninguno se atrevió a preguntarle qué quería, o de qué estaba conversando con ella. 28 La mujer dejó su cántaro y se fue al pueblo, donde dijo a la gente: 29 —Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías? 30 Entonces salieron del pueblo y fueron a donde estaba Jesús. 31 Mientras tanto, los discípulos le rogaban:
—Maestro, come algo. 32 Pero él les dijo: —Yo tengo una comida, que ustedes no conocen. 33 Los discípulos comenzaron a preguntarse unos a otros: —¿Será que le habrán traído algo de comer? 34 Pero Jesús les dijo: —Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su trabajo. 35 Ustedes dicen: “Todavía faltan cuatro meses para la cosecha”; pero yo les digo que se fijen en los sembrados, pues ya están maduros para la cosecha. 36 El que trabaja en la cosecha recibe su paga, y la cosecha que recoge es para vida eterna, para que tanto el que siembra como el que cosecha
te con Jesucristo. los que de veras adoran. Solamente en la nueva alianza existen condiciones para vivir en la presencia de Dios, que es la verdadera adoración. Observa que Dios no se interesa justamente por la adoración en sí misma, sino por los adoradores. Las personas, y no lo que ellas pueden hacer, son el objetivo del Padre que envió la salvación. adoran al Padre. Mucho más que rituales religiosos, la verdadera adora‑ ción se relaciona con un Dios que pasamos a conocer como Padre. de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios. Esa expresión muchas veces es mal interpretada. El mismo texto bíblico nos da su significado: “conforme al Espíritu de Dios” acabó de ser descripto a Nicodemo (3.6‑8), como la persona que nace de nuevo y es libre, no controlada, sino movida por el Espíritu de Dios, espontánea como el viento. “De un modo verdadero” es como Jesús trató a la samaritana (v. 18): su verdad eran los casamientos frustrados y su vida afectiva mal resuelta. La adoración de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios, por lo tanto, es una vida con Dios en la que hay libertad y espontaneidad (posibilitadas por el Espíritu Santo) y donde podamos traer (y no esconder) nuestras deficiencias, nuestros pecados — y esto es posible gracias al Mesías (v. 25). Se trata de vivir con Dios en la mis‑ ma casa (cf. 1.38‑39), con la intimidad y verdad que hay entre los miembros de una misma familia, de la cual Dios es el Pa‑ dre. Esa relación verdadera satisface la sed de la samaritana y también la nuestra. Es el fruto de la obra de la Trinidad, en que el Mesías quita los pecados, el Espíritu engendra nueva vida, y ese nuevo hijo de Dios (1.12) entra en la familia del Padre. el Padre quiere. Literalmente, “el Padre busca”. Signi‑ fica que el Dios Todopoderoso quiere ser adorado de forma libre, espontánea y jamás forzada o dirigida, como si fuese un deber (v. 20). En vez de determinar que suceda, nuestro Padre busca personas que se relacionen con él por libre y espontánea voluntad. 4.24 Dios es Espíritu. Fue un gran acto de amor que Jesús se hiciese persona humana de carne y hueso. Pero la realidad última y dominante es que este Dios que nos creó y nos ama es espíritu, y Jesús quiere llevarnos a “la casa de mi Padre” (14.2), una morada espiritual, para la cual la verdadera adora‑ ción sirve de introducción. Los pasos del camino de acercar‑ nos al Dios que da el agua de la vida son: salimos del deber, de la búsqueda de lo correcto (v. 20), empezamos a ver la ver‑ dad sobre nosotros mismos y nuestros pecados (vv. 18,23), pasamos a conocer a Dios como Padre (vv. 21,23), como
salvación (v. 22) y como Espíritu (v. 24), y eso motiva nuestro interior, nuestro espíritu, a relacionarnos con ese Padre, a tra‑ vés del Mesías (v. 25). 4.25 el Mesías (es decir, el Cristo). Parece que la mujer in‑ tuye que, para poder vivir en verdadera adoración, precisaría un Salvador. 4.26 Ese soy yo. Esa es la buena noticia: precisamos un Salva‑ dor, y él vino a nuestro encuentro: es Jesús. 4.28 dijo a la gente. Tal vez por primera vez en la vida, la mujer Samaritana debe haberse sentido feliz por ser mujer. Ella, en su rostro escondido y en su cuerpo avergonzado fue identificada, fue resignificada y a partir de su fe le fue dada una identidad. Seguramente levantó los ojos y logró sentirse íntegra como había sido soñada por Dios cuando todavía es‑ taba en el vientre de su madre. El hecho más maravilloso de este pasaje bíblico señala que no fue cualquier persona la que le dio significado. El mismo Jesucristo la valoró, la miró y más allá de su apariencia externa vio un corazón que sabía que podía creer en la Verdad. Ver los cuadros: “Jesús y la necesi‑ dad de la mujer” y “Sexualidad, casamiento y espiritualidad”. 4.29 Vengan a ver. El anuncio mesiánico del amor de Dios es dado a una mujer, samaritana, discriminada y sin significaci‑ ón social, en una total subversión de las leyes humanas. Ella se vuelve misionera entre su pueblo, la primera misionera de Jesús, llevándoles las Buenas Nuevas, y se convierte en fun‑ dadora y participante de la primera comunidad cristiana, que nace acogiendo con alegría al mismo Hijo de Dios. 4.34 hacer y terminar. En el cumplimiento de su misión, Jesús quiso concluir la tarea que le fue confiada por el Padre. Con ese gesto, él hizo la voluntad del Padre (lo que indica disposi‑ ción de obediencia), y quiso terminar el trabajo — lo que indi‑ ca responsabilidad — y de esa actitud él obtiene fuerzas para vivir. El ejemplo de Jesús nos invita a perseverar, a concluir las tareas que tenemos que hacer. Algunas personas dejan inconclusas las actividades que les son confiadas y la mayo‑ ría de las veces perjudican todo el proceso que depende de esa tarea. Alguien que tenga dificultad en concluir proyectos y obligaciones puede seguir el ejemplo de Jesucristo: para Jesús, hacer la voluntad del Padre y terminar el trabajo que le fue confiado era más importante que la comida: él nunca dejó ningún trabajo sin terminar. En su vida él cumplió con to‑ das las tareas, aún las más difíciles hasta la humillante tarea de someterse al más injusto juicio registrado en la historia, que terminó en la vergonzosa muerte de cruz (ver 5.17).
San Juan 4 — 5 20 se alegren juntamente. 37 Pues bien dice el dicho, que “Unos siembran y otros cosechan.” 38 Y yo los envié a ustedes a cosechar lo que no les costó ningún trabajo; otros fueron los que trabajaron, y ustedes son los que se han beneficiado del trabajo de ellos. 39 Muchos de los habitantes de aquel pueblo de Samaria creyeron en Jesús por lo que les había asegurado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho.» 40 Así que, cuando los samaritanos llegaron, rogaron a Jesús que se quedara con ellos. Él se quedó allí dos días, 41 y muchos más creyeron al oír lo que él mismo decía. 42 Y dijeron a la mujer: «Ahora creemos, no solamente por lo que tú nos dijiste, sino también porque nosotros mismos le hemos oído y sabemos que de veras es el Salvador del mundo.» Jesús sana al hijo de un oficial del rey (Mt 8.5‑13; Lc 7.1‑10) 43 Pasados esos dos días, Jesús salió de Samaria y siguió su viaje a Galilea. 44 Porque, como él mismo dijo, a un profeta no lo honran en su propia tierra. 45 Cuando llegó a Galilea, los de aquella región lo recibieron bien, porque también habían ido a la fiesta de la Pascua a Jerusalén y habían visto todo lo que él hizo entonces. 46 Jesús regresó a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había un alto oficial del rey, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. 47 Cuando el oficial supo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que fuera a su casa y sanara a su hijo, que estaba a punto de morir. 48 Jesús le contestó: 4.39‑54 creyeron en Jesús por lo que les había asegurado la mujer. Las etapas del crecimiento en la fe son ilustradas dos veces aquí por Juan, tanto en Samaria como en Cafarnaún: pri‑ mero la fe viene por lo que se oye a alguien que habla sobre Jesús, por su fama o por algún milagro (vv. 39,45,48). Luego hay un contacto directo, personal e individual con Jesús, que hace crecer una fe más fuerte y consciente (vv. 42,50,53). Podemos decir que “la etapa avanzada” o perfecta de la vida en la fe está ilustrada en los vv. 31‑38, donde Jesús muestra a los discípulos que lo que lo anima en la vida, lo que lo sustenta más que la comida, es percibir el camino preparado por Dios, y colaborar con él, llevando a cabo el trabajo que él le mandó hacer (v. 34). 4.40 rogaron a Jesús que se quedara con ellos. Jesús se com‑ place en cambiar sus planes atendiendo a nuestros pedidos. Como resultado de la extensión de su estadía “muchos más creyeron”. Pide también que Jesús permanezca en tu vida: él tendrá el placer de atenderte. 4.42 nosotros mismos le hemos oído. Cada uno puede tener su encuentro personal con Jesús. Él es el Salvador del mundo. 4.45 Galilea. En el resto del libro, queda claro que en Judea, en el centro de la vida política y religiosa del país, Jesús repre‑ sentaba una amenaza y era mucho más perseguido. En Ga‑ lilea, un estado en las afueras, él era mucho mejor recibido,
—Ustedes no creen, si no ven señales y milagros. 49 Pero el oficial le dijo: —Señor, ven pronto, antes que mi hijo se muera. 50 Jesús le dijo entonces: —Vuelve a casa; tu hijo vive. El hombre creyó lo que Jesús le dijo, y se fue. 51 Mientras regresaba a su casa, sus criados salieron a su encuentro y le dijeron: —¡Su hijo vive! 52 Él les preguntó a qué hora había comenzado a sentirse mejor su hijo, y le contestaron: —Ayer a la una de la tarde se le quitó la fiebre. 53 El padre cayó entonces en la cuenta de que era la misma hora en que Jesús le dijo: «Tu hijo vive»; y él y toda su familia creyeron en Jesús. 54 Ésta fue la segunda señal milagrosa que hizo Jesús, cuando volvió de Judea a Galilea. Jesús sana al paralítico de Betzatá 1 Algún tiempo después, los judíos celebraban una fiesta, y Jesús volvió a Jerusalén. 2 En Jerusalén, cerca de la puerta llamada de las Ovejas, hay un estanque que en hebreo se llama Betzatá. Tiene cinco pórticos, 3 en los cuales se encontraban muchos enfermos, ciegos, cojos y tullidos echados en el suelo. 5 Había entre ellos un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. 6 Cuando Jesús lo vio allí acostado y se enteró del mucho tiempo que llevaba así, le preguntó: —¿Quieres recobrar la salud? 7 El enfermo le contestó:
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aunque la fe del pueblo solamente se manifestaba después de ver “señales y milagros” (v. 48). 4.53 él y toda la familia creyeron en Jesús. La misericordia de Jesús al curar a la distancia al hijo del funcionario público pro‑ dujo fe en la familia. Puede ser que al principio el funcionario se haya decepcionado porque Jesús no lo acompañó hasta Cafarnaún. Pero creyó lo suficiente para volver a su casa; con la confirmación de la curación en la hora en que Jesús lo había ordenado, la fe salvadora se consolidó. 5.2 Betzatá. Este nombre significa “Casa de Misericordia”, y lo que Jesús hizo con el paralítico fue un ejemplo claro de la misericordia de Dios: él no tenía la capacidad de hacer nada, posiblemente ya estaba resignado, y ni tenía fe en Jesús, ya que ni sabía quién era Jesús. Por lo tanto la curación de nues‑ tras enfermedades e incapacidades depende totalmente de la bondad y de la misericordia de Dios. 5.6 ¿Quieres recobrar la salud? La pregunta que Jesús hace al paralítico de Betzatá es una pregunta que nos cabe a todos. No siempre la dificultad es física; puede ser también emocio‑ nal o espiritual. Desde que fuimos expulsados del jardín del Edén, luchamos con un mundo de imperfección y traumas. Con la pregunta directa, Jesús “despertó” el deseo de salud del paralítico, y lo hizo corresponsable en hacer algo por él
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—Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se remueve el agua. Cada vez que quiero meterme, otro lo hace primero. 8 Jesús le dijo: —Levántate, alza tu camilla y anda. 9 En aquel momento el hombre recobró la salud, alzó su camilla y comenzó a andar. Pero como era sábado, 10 los judíos dijeron al que había sido sanado: —Hoy es sábado; no te está permitido llevar tu camilla. 11 Aquel hombre les contestó: —El que me devolvió la salud, me dijo: “Alza tu camilla y anda.” 12 Ellos le preguntaron: —¿Quién es el que te dijo: “Alza tu camilla y anda”?
el hombre no sabía quién lo había sa nado, porque Jesús había desaparecido entre la mucha gente que había allí. 14 Después Jesús lo encontró en el templo, y le dijo: —Mira, ahora que ya estás sano, no vuelvas a pecar, para que no te pase algo peor. 15 El hombre se fue y comunicó a los judíos que Jesús era quien le había devuelto la salud. 16 Por eso los judíos perseguían a Jesús, pues hacía estas cosas en sábado. 17 Pero Jesús les dijo: —Mi Padre siempre ha trabajado, y yo también trabajo. 18 Por esto, los judíos tenían aún más deseos de matarlo, porque no solamente no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre.
mismo, rompiendo con la situación de ser siempre víctima, que ya duraba 38 años. Nuestra primera pregunta podría ser: “¿Cuál es mi dificultad?” ¿Qué hace que yo me sienta emocional o espiritualmente paralizado/a?”. Muchas de esas dificultades vienen de nuestra infancia, de las relaciones con los padres (o la falta de ellos), de las experiencias escolares y, a veces, de recuerdos dolorosos de situaciones traumáticas. Buscar la causa puede ayudarnos a arrancar el “mal de raíz”. Y para los que quieren ayudar a otros, Jesús señala el camino de la aproximación, de la identificación con el necesitado y del diálogo que despierta en la otra persona la fuerza de vivir. 5.7 no tengo nadie. Muchas veces las personas ponen es‑ cusas para no ser curadas. Este paralítico hizo eso. Cuando Jesús le preguntó si quería ser curado, en vez de decir sí o no, él dio una justificación: los demás se adelantan y yo no tengo quien me ayude. Muchas personas ponen excusas por miedo a cambiar, miedo a sufrir, a la venganza, al rencor, etc. — todo para no buscar la sanación de sus corazones. Cuando Jesús nos hace esa pregunta es mejor responder “sí” o “no”. Jesús conoce nuestro corazón y los dolores más profundos de nuestra alma, sin embargo muchas veces nos quedamos acos‑ tados y no logramos andar, tal vez porque la camilla es muy pesada, o por no tener quien nos cargue. Pero él está aquí, mostrando el camino, extendiendo los brazos hacia nosotros. Hace una invitación: Levántate, alza tu camilla y anda. Es un gesto individual, personal e íntimo con Jesucristo. 5.8 Levántate. El paralítico recobró la salud sin entrar en el es‑ tanque de las aguas agitadas. Esto sucede sin intermediarios, era él y Jesús, un contacto personal, íntimo: su enfermedad estaba curada, él se reconocía enfermo y necesitado de sal‑ vación. Alza tu camilla y anda. Al dar esa orden sanadora, Jesús sabía que estaba obligando al hombre a infligir la ley del sábado, que, de acuerdo a la comprensión que aquel pueblo tenía, era una de las leyes más importantes de aquellos tiem‑ pos. En verdad, Jesús conocía la intención de la ley (cierta vez enseñó: “el sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”) y no permitió que una comprensión equi‑ vocada le impidiera liberar a una persona sufriente, aún sa‑ biendo que por ese motivo sería duramente criticado. Jesús, sin embargo, respondió a los críticos: “Mi Padre siempre ha trabajado, y yo también trabajo”. 5.10 Pero como era… Ese día era un sábado y para los líderes judíos alguien había violado la ley, alguien había “trabajado”
en sábado. Lo que le importaba a los líderes era descubrir quién había hecho eso, no para glorificarlo por la salvación de un hombre, sino para condenarlo. No importaba que hubiera habido perdón y liberación, sino la ley que no fue cumplida. 5.14 no vuelvas a pecar, para que no te pase. El paralítico no sabía quién era Jesús (v. 13), apenas fue curado por él en un gesto de misericordia. El pueblo judío, siguiendo la enseñanza de la ley de Moisés, creía que toda enfermedad y desgracia eran castigo de Dios por los pecados cometidos. Jesús no se preocupó de corregir esa interpretación, ni la del paralítico, ni la de la adúltera (8.11), dejándolos de cierto modo en la alianza de la Ley en que ya estaban. Pero les enseñó a sus discípulos que en la nueva alianza, los sufrimientos no son castigo sino instrumentos para revelar su gloria (9.3). algo peor. ¿Qué podría ser peor que quedarse 38 años paralítico, vegetando al lado de la posibilidad de recuperar la salud sin nunca alcanzarla? Es probable que Jesús se esté refiriendo a la muerte eterna, que será el destino de todos los que no creen en él y consecuentemente no hicieron el bien (5.29). Si ese fuera el significado correcto, entonces el “no peques más” se refiere a la justicia que viene por recibir a Jesús, la vida eterna de los hijos de Dios — impecable, nacida del Espíritu — que Jesús da desde ahora a los que creen en él (cf. 5.24‑25), aun‑ que simultáneamente el “hombre viejo”, “nacido de la carne” aún esté vivo y pecando, pero ahora está bajo el perdón y la no condenación de Dios (cf. 3.14‑17). Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”, (Jn 3) p. ##. 5.15 comunicó a los judíos. Como “buen judío”, el ex ‑paralítico fue a delatar a Jesús — el hombre que le había dado la salud — a las autoridades religiosas, y así comenzó una per‑ secución. Parece que la curación no fue acompañada de fe. 5.17 mi padre siempre ha trabajado. Desde su eternidad, Dios viene trabajando ininterrumpidamente y Jesús también lo hizo así durante su vida: “Yo te he glorificado aquí en el mun‑ do, pues he terminado la obra que tú me confiaste” (17.4). Además de ese trabajo especial, de la misión salvadora de Jesús, el trabajo común también representa un gran bien: en muchos casos el trabajo funciona como auxiliar en la curación de algunas enfermedades. El trabajo físico o mental es bene‑ ficioso en todos los sentidos, inclusive para no dejar nuestra mente vacía. Para las personas jubiladas o sin ocupación, se aconseja que realicen alguna actividad voluntaria en favor de los excluidos o de personas carentes para sentirse útiles.
13 Pero
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Pruebas de la autoridad de Jesús 30 »Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta. Juzgo según el Padre me ordena, y mi
juicio es justo, pues no trato de hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre, que me ha enviado. 31 Si yo diera testimonio en favor mío, mi testimonio no valdría como prueba. 32 Pero hay otro que da testimonio en favor mío, y me consta que su testimonio sí vale como prueba. 33 Ustedes enviaron a preguntarle a Juan, y él dio testimonio a favor de la verdad. 34 Pero yo no dependo del testimonio de ningún hombre. Sólo digo esto para que ustedes alcancen la salvación. 35 Juan era como una lámpara que ardía y alumbraba, y ustedes quisieron gozar de su luz por un corto tiempo. 36 Pero tengo a mi favor un testimonio más valioso que el de Juan. Lo que yo hago, que es lo que el Padre me encargó que hiciera, comprueba que de veras el Padre me ha enviado. 37 Y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio a mi favor, a pesar de que ustedes nunca han oído su voz ni lo han visto, 38 ni dejan que su palabra permanezca en ustedes, porque no creen en aquel que el Padre envió. 39 Ustedes estudian las Escrituras con mucho cuidado, porque esperan encontrar en ellas la vida eterna; sin embargo, aunque las Escrituras dan testimonio de mí, 40 ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida. 41 »Yo no acepto gloria que venga de los hombres. 42 Además, los conozco a ustedes y sé que no tienen el amor de Dios. 43 Yo he venido en nombre de mi Padre, y ustedes no me aceptan; en cambio, si viniera otro en nombre propio, a ése lo aceptarían. 44 ¿Cómo pueden creer ustedes, si reciben gloria los unos de los otros y no buscan la gloria que viene del Dios único? 45 No crean que yo los voy a acusar delante de
5.19 no puede hacer nada por su propia cuenta. Aquí Jesús empieza a explicar más su “filosofía de vida”, que es también modelo para sus seguidores: básicamente, Jesús se dedica a hacer las obras que Dios Padre hace y dice las palabras que el Padre le enseña. Se trata de vivir como un auxiliar del Padre, y recibir de él el sustento necesario para ello (4.34). Todo eso en un nivel profundo de fe, sin dejar de utilizar su percepción de la realidad (7.1), ni de reaccionar frente a las situaciones que se le presentan (4.40): tiene la certeza de que el Padre está cuidando de todo, a través de las circunstancias. 5.21 el Padre resucita a los muertos y les da vida. La curaci‑ ón del paralítico fue una representación viva de lo que Dios hace. Era como si el paralítico estuviera muerto, acostado durante 38 años, sin fe ni conocimiento, pero oyó la voz de Jesús y creyó/obedeció. 5.23 para que todos den al Hijo la misma honra. Aquí se re‑ fiere a tomar a Jesús en serio, así como a Dios Padre. Pero en las relaciones humanas en general, uno de los graves proble‑ mas que vivimos está relacionado con la falta de respeto. El respeto está en relación directa con la aceptación del otro, sin importar si esa persona piensa igual o diferente. Las guerras que asolan a la humanidad casi siempre se inician en la intole‑
rancia a la cultura religiosa, a la diferencia racial, a las diferen‑ cias ideológicas entre las naciones. La vida sería mucho mejor si existiera respeto mutuo entre los pueblos y los individuos. 5.24 ya ha pasado de la muerte a la vida. A diferencia de lo que muchos piensan, nuestro destino eterno se decide aquí y ahora, en función de lo que hacemos en relación a Jesucristo: si lo aceptamos como enviado de Dios y creemos en él ya estamos salvados, y en eso se resume el “juicio final”. 5.39 estudian las Escrituras… sin embargo, ustedes no quie‑ ren venir a mí. La Biblia, aún siendo Palabra de Dios, no tiene vida en sí misma. Solamente el Hijo de Dios, que es la Palabra que se hizo carne, tiene la autoridad recibida de Dios Padre de dar la vida eterna a todo aquel que cree en él. Los líderes del pueblo de Dios varias veces se apegan a la Biblia para no aceptar a Jesús, y así terminan por “morir en su pecado” (8.21). Dios jamás forzará a nadie a creer en él contra su voluntad. 5.42 no tienen el amor de Dios. Jesús se refiere a tener el amor de Dios en el corazón. La única manera de que tenga‑ mos amor verdadero es recibiendo primeramente el amor de Dios por nosotros (1Jn 4.19). Hacer de cuenta que amamos a Dios es una de las mayores tentaciones de los líderes del pueblo de Dios.
La autoridad del Hijo de Dios 19 Jesús les dijo: «Les aseguro que el Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta; solamente hace lo que ve hacer al Padre. Todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo. 20 Pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace; y le mostrará cosas todavía más grandes, que los dejarán a ustedes asombrados. 21 Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, también el Hijo da vida a quienes quiere dársela. 22 Y el Padre no juzga a nadie, sino que le ha dado a su Hijo todo el poder de juzgar, 23 para que todos den al Hijo la misma honra que dan al Padre. El que no honra al Hijo, tampoco honra al Padre, que lo ha enviado. 24 »Les aseguro que quien presta atención a lo que yo digo y cree en el que me envió, tiene vida eterna; y no será condenado, pues ya ha pasado de la muerte a la vida. 25 Les aseguro que viene la hora, y es ahora mismo, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán. 26 Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha hecho que el Hijo tenga vida en sí mismo, 27 y le ha dado autoridad para juzgar, por cuanto que es el Hijo del hombre. 28 No se admiren de esto, porque va a llegar la hora en que todos los muertos oirán su voz 29 y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el bien, resucitarán para tener vida; pero los que hicieron el mal, resucitarán para ser condenados.
23 mi Padre; el que los acusa es Moisés mismo, en quien ustedes han puesto su confianza. 46 Porque si ustedes le creyeran a Moisés, también me creerían a mí, porque Moisés escribió acerca de mí. 47 Pero si no creen lo que él escribió, ¿cómo van a creer lo que yo les digo?»
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Jesús da de comer a una multitud (Mt 14.13‑21; Mc 6.30‑44; Lc 9.10‑17) 1 Después de esto, Jesús se fue al otro lado del Lago de Galilea, que es el mismo Lago de Tiberias. 2 Mucha gente lo seguía, porque habían visto las señales milagrosas que hacía sanando a los enfermos. 3 Entonces Jesús subió a un monte, y se sentó con sus discípulos. 4 Ya estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. 5 Cuando Jesús miró y vio la mucha gente que lo seguía, le dijo a Felipe: —¿Dónde vamos a comprar pan para toda esta gente? 6 Pero lo dijo por ver qué contestaría Felipe, porque Jesús mismo sabía bien lo que había de hacer. 7 Felipe le respondió: —Ni siquiera el salario de doscientos días
bastaría para comprar el pan suficiente para que cada uno recibiera un poco. 8 Entonces Andrés, que era otro de sus discípulos y hermano de Simón Pedro, le dijo: 9 —Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero, ¿qué es esto para tanta gente? 10 Jesús respondió: —Díganles a todos que se sienten. Había mucha hierba en aquel lugar, y se sentaron. Eran unos cinco mil hombres. 11 Jesús tomó en sus manos los panes y, después de dar gracias a Dios, los repartió entre los que estaban sentados. Hizo lo mismo con los pescados, dándoles todo lo que querían. 12 Cuando ya estuvieron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: —Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicie nada. 13 Ellos los recogieron, y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. 14 La gente, al ver esta señal milagrosa hecha por Jesús, decía: —De veras éste es el profeta que había de venir al mundo.
5.44 reciben gloria los unos de los otros. Creer en Jesús re‑ quiere humildad, por el reconocimiento de nuestra incapaci‑ dad de ser buenos y, por lo tanto, de nuestra necesidad de un Salvador. Buscar los elogios de los demás va en la dirección contraria. Por otro lado, someternos a Dios y querer agradarlo nos saca de centrarnos en nosotros mismos, y así nos ayuda a confiar en Jesús. 6.4 la Pascua, la fiesta de los judíos. Celebrada en el mes de abril, la Pascua marca el inicio de la existencia del pueblo de Israel cuando, por medio de Moisés, Dios liberó al pueblo de la esclavitud de Egipto. A través de una señal hecha con la sangre del cordero (que después era comido rápidamente en una cena), los israelitas escaparon de la plaga de la muerte de los hijos mayores, que atacó a todas las familias de los egipcios, así pudieron salir del país egipcio y peregrinar por el desierto, hasta entrar en la “Tierra Prometida” de Canaán. Durante toda la peregrinación, Dios sustentó al pueblo en el desierto diariamente con el maná, especie de semillitas de pan. Aquí Jesús ya prepara sus oyentes para lo que hará en la próxima Pascua, cuando va a entregarse para ser crucificado y muerto, inaugurando la nueva alianza con Dios a través de su propia sangre, que también da inicio a un nuevo pueblo de Dios y lo libera de la esclavitud del pecado y de la muerte. Ver el cuadro: “Provisiones para nuestra necesidad simbólica”. 6.5 miró y vio la mucha gente. Viendo Jesús que muchos y muchas lo seguían, sintió en su corazón que precisaba darles de comer. Ese momento representaba el símbolo de su gracia y misericordia, pues él se daría a sí mismo por nosotros. 6.6‑9 Felipe y Andrés. Jesús se estaba dedicando a enseñar a los discípulos a creer en él y ya podemos darnos cuenta de las diferencias de niveles de fe entre ellos: frente al proble‑ ma planteado por Jesús de alimentar aquella multitud, Felipe ofrece una “respuesta técnica” con los ojos fijos en la enor‑ midad del desafío: una moneda de plata equivalía al pago de
un jornal, por lo tanto 200 jornales sería una fortuna (para un jornal de 30 dólares), doscientos sumarían 6.000 dólares. Con esto queda claro que ellos no estarían en condiciones de atender a la multitud, pero Felipe no dijo que no se haría. En cambio Andrés dio un paso más al mirar las pequeñas pistas para la solución: aunque afirmó que ni por lejos alcanzaría, le presentó a Jesús un niño con su comida. 6.11 dar gracias a Dios. Jesús siempre reconoce que es el Pa‑ dre del Cielo el que da el alimento. ya estuvieron satisfechos. Así como en la travesía del desierto hecha por los israelitas li‑ berados por Moisés, Dios les dio comida suficiente para todos. 6.12 no se desperdicie nada. Probablemente la conciencia ecológica de Jesús estaba más avanzada que la comprensión de la época; pero más allá de la valorización del alimento y del cuidado para no dejar restos desperdigados, tenía tambi‑ én la intensión de enseñar vivencialmente a los discípulos: una cosa es oír que todos quedaron satisfechos y aún sobró; otra cosa es distribuir los panes para todos, comer también y después recoger pedazo por pedazo las sobras, cargando su canasta hasta quedar bien llena. Ninguno de los discípulos olvidó jamás ese milagro (de hecho, es el único narrado en todos los Evangelios). 6.13 doce canastas. No por casualidad, tanto el número de discípulos como el número de canastas llenas de pan recuer‑ dan las doce tribus de Israel que peregrinaron de Egipto hasta Canaán. 6.14 el profeta que había de venir al mundo. Esta frase in‑ dica que el pueblo se dio cuenta del significado del milagro. No se trata de “un profeta”, sino específicamente del profeta anunciado por Moisés, que Dios pondría como su sucesor para liderar el pueblo de Israel (cf. Dt 18.15‑18). Jesús asume el lugar de Moisés, al igual que Josué (fíjate en la gran seme‑ janza de los nombres), para guiar al pueblo de Dios hacia su glorioso destino final, la Tierra Prometida.
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Provisiones para nuestra necesidad simbólica Jesús alimenta a la muchedumbre multiplicando los cinco panes de cebada y dos peces que un niño llevaba como comida (Jn 6.9‑11). Este milagro hizo que muchos lo buscaran justamente a causa del milagro en sí, la multiplicación de los alimentos, sin comprender lo que el milagro indicaba. Dándose cuenta de esto, Jesús trató de motivarlos a ir más allá del pan concreto. Es cuando habla de sí mismo como el pan venido del cielo, superior al maná comido en el desierto. Entonces afirma: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed” (Jn 6.35). Así establece un vínculo entre el saciar necesidades del cuerpo y revelar cómo saciar el alma de un bien no físico, sino mucho más importante: la relación del alma con la fuente que la mantiene viva. En otra ocasión, mientras esperaba la comida que le iban a traer los discípulos, Jesús pidió de beber a una mujer que sacaba agua de un pozo de Samaria (Jn 4.7). Ella se extrañó de ese pedido poco común, ya que existía una fuerte hostilidad entre judíos y samaritanos (v. 9). Jesús respondió directamente: “Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva” (v. 10). La mujer continuó razonando con una compren‑ sión material, preguntando a Jesús cómo iba a sacar agua en un pozo profundo si él ni tenía balde (v. 11). Jesús vuelve a hablar de un agua especial, no de la que proviene de las lluvias y de las fuentes, sino de la que él quiere darnos y que se transforma en una fuente que da vida eterna (v. 13). En otros momentos, en plena Fiesta de las Tiendas, poniéndose de pie, él dice bien fuerte: “Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura, del interior de aquél correrán ríos de agua viva” (7.37‑38). Él mismo comenta este texto aplicándolo a sí mismo y al Espíritu Santo que recibirían los que creyeran en él (v. 39). Del agua pasa al brotar del Espíritu Santo de nuestro interior. Solamente existimos en profundidad si nos alimentamos no sólo de alimentos comunes, digeridos en el estómago para sustento de nuestro cuerpo, sino más bien si alimentamos nuestro espíritu con la Palabra de Dios. A esto lo llamamos realidad simbólica. Somos seres con deseos, con imaginación y pensamientos lógicos, que son facultades psíquicas. Necesitamos la mejor provisión para la vida de nuestra alma y solamente la Palabra de Dios puede saciarnos plenamente con sentido, salud psíquica y salvación. Cuando no encontramos sentido a lo que hacemos, o cuando sentimos propia vida la como vacía de significado, sabemos qué angustiante y opresivo que es eso. ¡De nada sirven los bienes, los honores, lo que los demás piensan, lo aparentemente normal de las circunstancias! Nada vale si el corazón está marchito, seco, si no tenemos sueños. Pobre de aquel que se ilusiona con lo efímero del dinero, con las marcas de estatus, con el éxito según los medios de comunicación social, con valores mundanos. ¡Son símbolos perversos y opresivos como las pirámides de Egipto para los esclavos israelitas! Las Escrituras nos presentan una novedad radical en relación a las respuestas humanas en el campo simbólico: Dios mismo, que por su Palabra creó y sustenta el universo, viene hasta nosotros en carne y hueso por su Hijo, el Verbo de la vida, la Palabra encarnada (Jn 1.14); así él entrelaza realidades materiales y simbólicas, para enseñarnos sobre la vida eterna.
Jesús camina sobre el agua (Mt 14.22‑27; Mc 6.45‑52) 16 Al llegar la noche, los discípulos de Jesús bajaron al lago, 17 subieron a una barca y comenzaron a cruzar el lago para llegar a Ca-
farnaúm. Ya estaba completamente oscuro, y Jesús no había regresado todavía. 18 En esto, el lago se alborotó a causa de un fuerte viento que se había levantado. 19 Cuando ya habían avanzado unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. 20 Él les dijo: —¡Soy yo, no tengan miedo! 21 Con gusto lo recibieron en la barca, y en un momento llegaron a la tierra adonde iban.
6.15 llevárselo a la fuerza para hacerlo rey. Después de un milagro tan fabuloso, y entendiendo que Jesús era la realiza‑ ción de la profecía de Moisés, la consecuencia automática sería constituirlo en líder de un movimiento liberador de Is‑ rael contra el dominio romano. Lo que el pueblo no había entendido es lo que Jesús diría claramente un año después, en su juico frente a Pilato: “mi reino no es de este mundo” (18.36). 6.15 se retiró para estar solo. Un elemento muy importante para la salud del alma es pasar un tiempo a solas con Dios. Es aún más importante después de un evento de “éxito en el público”, en el que la tendencia natural humana sería disfrutar de la “vida de celebridad”. El tiempo a solas con Dios pone nuestra vida de nuevo en su lugar. 6.16 los discípulos bajaron. Marcos y Mateo cuentan más
detalles de ese acontecimiento. Aquí Juan enfatiza que, mien‑ tras Jesús se queda solo, a su vez envía a sus discípulos para que enfrenten sin él un viaje en la oscuridad, contra vientos y fuertes olas. Es muy probable que ellos se hayan sentido frustrados con el rechazo de Jesús en ser proclamado Rey de Israel. En nuestro ser discípulos de Jesús podemos contar con experiencias parecidas, cuando en medio de las dificultades y decepciones, nos sentimos “a oscuras” y sin la ayuda de Dios. 6.19 cinco o seis kilómetros. Exactamente a mitad del cami‑ no, cuando volver atrás ya no aliviaría nada. caminando so‑ bre el agua. ¿Estamos preparados para reconocer a Jesús de una manera inesperada? tuvieron miedo. Aún después de ha‑ ber presenciado la multiplicación de los panes, la expectativa humana parece ser siempre pesimista: tendemos a imaginar que es un fantasma o un ataque maligno.
15 Pero como Jesús se dio cuenta de que querían llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, se retiró otra vez a lo alto del cerro, para estar solo.
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Jesús, el pan de la vida 25 Al llegar ellos al otro lado del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: —Maestro, ¿cuándo viniste acá? 26 Jesús les dijo: —Les aseguro que ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse, y no porque hayan entendido las señales milagrosas. 27 No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les da vida eterna. Ésta es la comida que les dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él. 28 Le preguntaron: —¿Qué debemos hacer para realizar las obras que Dios quiere que hagamos? 29 Jesús les contestó: —La única obra que Dios quiere es que crean en aquel que él ha enviado. 30 Le preguntaron entonces: —¿Qué señal puedes darnos, para que al verla te creamos? ¿Cuáles son tus obras? 31 Nuestros
antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: “Les dio a comer pan del cielo.” 32 Jesús les contestó: —Les aseguro que no fue Moisés quien les dio a ustedes el pan del cielo, sino que mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo. 33 Porque el pan que Dios da es el que ha bajado del cielo y da vida al mundo. 34 Ellos le pidieron: —Señor, danos siempre ese pan. 35 Y Jesús les dijo: —Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed. 36 Pero como ya les dije, ustedes no creen aunque me han visto. 37 Todos los que el Padre me da, vienen a mí; y a los que vienen a mí, no los echaré fuera. 38 Porque yo no he bajado del cielo para hacer mi propia voluntad, sino para hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado. 39 Y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite en el día último. 40 Porque la voluntad de mi Padre es que todos los que miran al Hijo de Dios y creen en él, tengan vida eterna; y yo los resucitaré en el día último. 41 Por esto los judíos comenzaron a murmurar de Jesús, porque afirmó: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo.» 42 Y dijeron: —¿No es este Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
6.20 ¡Soy yo! La certeza de la presencia de Jesús elimina el miedo y supera todas las dificultades. 6.27 trabajen… por la comida que permanece y que les da vida eterna. Conseguir el pan de cada día es una tarea imprescindible ya que sin comida el cuerpo se debilita, se enferma y muere. En cambio, las palabras de Jesús nos desa‑ fían a completar la dieta e ir más allá de la satisfacción de las necesidades básicas y buscar la comida que nutre el alma y el espíritu. Jesús es el “verdadero pan del cielo” (v. 32), el único que puede satisfacer el hambre y la sed del corazón humano. Solamente con él podemos vivir una vida armoniosa y plena disfrutando ya la vida eterna aquí en la tierra. 6.28 ¿Qué debemos hacer? En esta vida material la pregunta natural es: “¿qué tengo que hacer?” Para la vida eterna, la pregunta pasa a ser: “¿en qué debo creer?”. Así en la nueva alianza con Jesús se nos exime de la obligación de hacer co‑ sas para conquistar el favor de Dios, y se nos invita a creer en Jesús. 6.29 en aquel que él ha enviado. El pan que Dios envió para darnos vida eterna es su hijo, Jesucristo. Cree en él y vivirá. 6.31‑32 nuestros antepasados en el desierto. La cuestión aquí es si Jesús es más o menos importante que Moisés. Jesús responde claramente a esa duda en los vv. 48‑51.
6.33‑35 el pan de vida. Solamente en Jesús encontramos lo que buscamos en nuestro interior: él vino para darnos vida eterna, sustentándonos todos los días de nuestra vida, en‑ señándonos “El que come mi carne y bebe mi sangre perma‑ nece en mí y yo en él, y nadie va al Padre sino por mí”. Él es la respuesta a nuestros anhelos y necesidades. Ver el cuadro: “Provisiones para nuestra vida simbólica”. 6.37 no los echaré fuera. Por peor que sea tu situación, Jesús no rechaza a nadie. Si tú sientes deseo de acercarte a Jesús, esa es la obra de Dios en tu corazón: síguelo, pues es el cami‑ no de la vida, y vida eterna. Jesús va a recibirte, independien‑ temente de cómo estés. 6.39 la voluntad del que me ha enviado. Detrás de todo ese esfuerzo salvador de Jesucristo está el amor de Dios Padre (ver 3.16, nota, p. ##?). 6.40 los resucite. Posiblemente Jesús ya esté anticipando que a partir de su muerte la Pascua pasará a significar también la resurrección — y su resurrección es garantía de la resurrección de los que creen en él, de modo que nuestra muerte ya no es más el fin de la vida. 6.42 ¿hijo de José? Aquí en la discusión con los judíos, esta pregunta muestra que ellos se niegan a creer en Jesús como Hijo de Dios y que el mero conocimiento humano y familiar
La gente busca a Jesús 22 Al día siguiente, la gente que estaba al otro lado del lago se dio cuenta de que los discípulos se habían ido en la única barca que allí había, y que Jesús no iba con ellos. 23 Mientras tanto, otras barcas llegaron de la ciudad de Tiberias a un lugar cerca de donde habían comido el pan después que el Señor dio gracias. 24 Así que, al ver que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, la gente subió también a las barcas y se dirigió a Cafarnaúm, a buscarlo.
San Juan 6 26 43 Jesús les dijo entonces: —Dejen de murmurar. 44 Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre, que me ha enviado; y yo lo resucitaré en el día último. 45 En los libros de los profetas se dice: “Dios instruirá a todos.” Así que todos los que escuchan al Padre y aprenden de él, vienen a mí. 46 «No es que alguno haya visto al Padre; el único que lo ha visto es el que procede de Dios. 47 Les aseguro que quien cree, tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan que da vida. 49 Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto, y a pesar de ello murieron; 50 pero yo hablo del pan que baja del cielo; quien come de él, no muere. 51 Yo soy ese pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan, vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propia carne. Lo daré por la vida del mundo.» 52 Los judíos se pusieron a discutir unos con otros: —¿Cómo puede éste darnos a comer su propia carne? 53 Jesús les dijo: —Les aseguro que si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida. 54 El que come mi carne y bebe
mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último. 55 Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él. 57 El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él; de la misma manera, el que se alimenta de mí, vivirá por mí. 58 Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron los antepasados de ustedes, que a pesar de haberlo comido murieron; el que come de este pan, vivirá para siempre. 59 Jesús enseñó estas cosas en la sinagoga en Cafarnaúm.
es aquí un obstáculo para la fe. Por otro lado, la pregunta confirma la identidad social humana de Jesús. José, muy dig‑ namente, ejerció el papel de padre humano de Jesús al recibir a María embarazada de aquel que fue concebido en ella por el Espíritu Santo. José cumple con el sentido de la paternidad verdadera al reconocer, adoptar y dar nombre a Jesús. Cada padre y cada madre necesitan también realizar, como José, la adopción psíquica del propio hijo o hija, que es una acogida y un vínculo de corazón, algo superior a la mera procreación biológica. 6.44 Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre. Es el otro lado del no rechazo por parte de Jesús del v. 37. Al mismo tiempo que podemos ir a Jesús — y así se habrá cumplido la voluntad de Dios — también podemos no querer creer en Jesús y en ese caso Dios tampoco nos llevará. 6.47‑51 maná… pan de vida. Aún grandes bendiciones como el maná para los israelitas en el desierto no vencen la muerte. La primer Pascua representó el “escapar de la muerte” por la sangre de un cordero, y el maná en el desierto sustentó la vida terrena del pueblo de Dios, pero todos acabaron murien‑ do en el desierto como consecuencia de la falta de fe para entrar en la Tierra Prometida. Solamente la muerte de Cristo, con su cuerpo y sangre ofrecidos en sacrificio — la Nueva Pas‑ cua — es capaz de dar vida eterna y vencer la muerte gene‑ rando resurrección. Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”, (Jn 3), p. ##. 6.51 pan… carne… Jesús nuevamente relaciona el pan, sím‑ bolo universal del alimento que sustenta nuestra vida terre‑ na, para presentarse como el pan del cielo que concederá la vida eterna a los que se alimenten de él, por la resurrección. Concretamente anuncia su muerte en cruz, muerte sacrificial, es decir, ofrecida por los pecados de toda la humanidad. Su
muerte tiene el poder de cancelar nuestra propia condenaci‑ ón a la muerte eterna. Por eso, celebramos el misterio de su presencia en nuestra vida cuando participamos de la Santa Cena que él estableció como símbolo de su nueva alianza con nosotros. Él es la vida que sacrificada, vuelve glorificada y santifica a los que participan de su muerte y resurrección. 6.52 ¿Cómo puede? Los judíos tenían prohibido comer car‑ ne con sangre. Carne humana, entonces, era absolutamente impensable. 6.53 comen la carne y beben su sangre. En el contexto de la Pascua, Jesús se está refiriendo a sí mismo como el cordero de la cena del Éxodo, cuya sangre en las puertas de las casas libró de la muerte a los hijos de los israelitas y cuyo cuerpo sirvió de alimento para la salida de Egipto. Ahora en la Nue‑ va Alianza, la sangre del Cordero de Dios paga y remueve totalmente los pecados, y el cuerpo pasa por nuestra muerte y triunfa en la resurrección. El masticar y tragar, actualizados en cada Santa Cena, son una forma más completa, no con‑ ceptual, de transmitir la unión del creyente con la muerte y con la resurrección de Jesucristo, verdad central del evangelio que nos salva. 6.56‑57 vive unido a mí, y yo vivo unido a él. Esa unión entre el creyente y su Salvador es la única forma de salvarnos de la muerte de nuestros pecados y de disfrutar de la vida eterna con Dios (v. 68). 6.60 Esto que dice es muy difícil de aceptar. Más difícil de aceptar que de entender. Jesús, al contrario de los gurús, de los falsos maestros y de los falsos profetas, presenta su enseñanza coherentemente. No busca popularidad con propuestas de fá‑ cil aceptación y no actúa sólo para agradar al público. 6.63 El espíritu es el que da vida. El secreto de la vida en la nueva alianza es la presencia del Espíritu Santo en el corazón
Palabras de vida eterna 60 Al oír estas enseñanzas, muchos de los que seguían a Jesús dijeron: —Esto que dice es muy difícil de aceptar; ¿quién puede hacerle caso? 61 Jesús, dándose cuenta de lo que estaban murmurando, les preguntó: —¿Esto les ofende? 62 ¿Qué pasaría entonces, si vieran al Hijo del hombre subir a donde antes estaba? 63 El espíritu es el que da vida; lo carnal no sirve para nada. Y las cosas que yo les
27 he dicho son espíritu y vida. todavía hay algunos de ustedes que no creen. Es que Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién era el que lo iba a traicionar. 65 Y añadió: —Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede. 66 Desde entonces, muchos de los que habían seguido a Jesús lo dejaron, y ya no andaban con él. 67 Jesús les preguntó a los doce discípulos: —¿También ustedes quieren irse? 68 Simón Pedro le contestó: —Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna. 69 Nosotros ya hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios. 70 Jesús les contestó: —¿No los he escogido yo a ustedes doce? Sin embargo, uno de ustedes es un diablo. 71 Al decir esto, Jesús hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque Judas iba a traicionarlo, aunque era uno de los doce discípulos. 64 Pero
del que cree en Jesús, generando vida desde ya. Es un pro‑ ceso sobrenatural, a disposición de todo aquel que cree en Jesús (1.12). 6.66‑67 muchos lo dejaron. El éxito en público puede ser muy engañoso. Jesús no intenta revertir la situación cambian‑ do su prédica; al contrario, él le pregunta a sus discípulos si ellos también quieren irse. 6.68 ¿a quién podemos ir? Por más decepción que podamos sentir y por más que no entendamos lo que Dios hace o quie‑ re, no hay otro camino para la vida eterna con Dios: solamen‑ te Jesús. Algunas cosas de ese camino ya las conocernos, en cuanto a otras, tenemos que creer, confiando en Jesús. 6.70 uno de ustedes es un diablo. Tal como en el v. 62, siem‑ pre puede estar pasando algo más que no sabemos. La situ‑ ación podría ser mucho peor (o mucho mejor), y sólo Jesús sabe todo y controla todo. De parte nuestra, sólo queda la invitación a que siempre creamos en él. 7.1 lo buscaban para matarlo. La diferencia entre el modo de pensar y de actuar de Jesús y el modo de pensar y de actuar de los líderes judíos va quedando cada vez más clara y varios contrastes aparecen en estos dos próximos capítulos, con varios momentos en que los judíos intentan matar a Jesús. Observa que a veces la mejor actitud es alejarse del peligro y evitar las amenazas; Jesús “sabía su hora” de morir (v. 6), y aún no había llegado. 7.2 la fiesta de las Enramadas. Duraba una semana, en el inicio de octubre, y servía para recordar al pueblo judío que Dios los sustentó durante 40 años mientras eran peregri‑ nos, viviendo en carpas en las tierras secas del desierto, sin garantía de tener agua ni comida, hasta entrar en la Tierra Prometida y poder vivir en casas y ciudades, en una región privilegiada. De la misma forma, Jesús vino a vivir entre noso‑ tros (1.14), desprendiéndose de todo su bienestar y gloria en los cielos, y vivió así, totalmente dependiente de Dios durante
San Juan 6 — 7 3. Jesús es rechazado por su propio pueblo (7.1—12.50)
Los hermanos de Jesús no creían en él de esto, Jesús andaba por la región de Galilea. No quería estar en Judea, porque allí los judíos lo buscaban para matarlo. 2 Pero como se acercaba la fiesta de las Enramadas, una de las fiestas de los judíos, 3 sus hermanos le dijeron: —No te quedes aquí; vete a Judea, para que los seguidores que tienes allá también vean lo que haces. 4 Pues cuando uno quiere ser conocido, no hace las cosas en secreto. Ya que haces cosas como éstas, hazlas delante de todo el mundo. 5 Y es que ni siquiera sus hermanos creían en él. 6 Jesús les dijo: —Todavía no ha llegado mi hora, pero para ustedes cualquier hora es buena. 7 Los que son del mundo no pueden odiarlos a ustedes; pero a mí me odian, porque yo hago ver claramente que lo que hacen es malo. 8 Vayan ustedes a la fiesta; yo no voy, porque todavía no se ha cumplido mi hora.
7
1 Después
todo su ministerio en la Tierra. 7.3 que tus seguidores vean. Es probable que los hermanos de Jesús quisieran reconquistar a muchos que se desilusio‑ naron y dejaron de seguirlo (6.66). En Judea querían matar‑ lo y en Galilea muchos se decepcionaron y se retiraron. A nuestros ojos humanos el ministerio de Jesús parecía estar en seria crisis, y la solución propuesta por los hermanos sería una “acción de marketing” más agresiva. 7.4 cuando uno quiere ser conocido. La mejor estrategia de marketing humano no sirve para los propósitos de Dios. Los hermanos reconocían los milagros de Jesús, pero los veían como una oportunidad de alcanzar fama e importancia pú‑ blica. Jesús, sin embargo, creía que Dios lo sustentaba, aún en medio del desierto, y le correspondería a él superar las dificultades. 7.5‑6 ni siquiera creían en él. Jesús se movía en el terre‑ no de la fe: sólo Dios puede atraer verdaderos discípulos (6.65), y la hora de recibir gloria no es ahora, en esta socie‑ dad humana, en el tiempo presente. 7.6 mi hora. (También vv. 8,30.) El tiempo en Jesús: él no se sometía a la presión de los grupos o a la programación de otros. Jesús ejercitaba su discernimiento en relación a qué hacer, dónde estar, con quién estar. Su personalidad se enriquecía e instruía en la comunión con el Padre. Si era necesario, se quedaba solo y seguía en otro momento. Así actuaba con libertad, firmeza, coraje e integridad. Él nos deja esta gran lección para todos nosotros y especialmente para los líderes: respetar las ne‑ cesidades, el ritmo y el discernimiento de las personas, sin imponer actividades. 7.7 lo que hacen es malo. Tal como fue presentado por Juan en el comienzo, Jesús nunca deja de juntar la verdad a su amor. Aunque despertara odio, su amor por nosotros lo hace ser siempre verdadero. Aunque esto tenga un costo: la pérdi‑ da de la compañía de sus amigos y hermanos.
San Juan 7 28
9 Les
dijo esto, y se quedó en Galilea.
—Todos ustedes se admiran por una sola cosa que hice en sábado. 22 Sin embargo, Moisés les mandó practicar el rito de la circuncisión (aunque no procede de Moisés, sino de los patriarcas), y ustedes circuncidan a un hombre aunque sea en sábado. 23 Ahora bien, si por no faltar a la ley de Moisés ustedes circuncidan al niño aunque sea en sábado, ¿por qué se enojan conmigo por haber sanado en sábado al hombre entero? 24 No juzguen ustedes por las apariencias. Cuando juzguen, háganlo con rectitud.
Jesús en la fiesta de las Enramadas 10 Pero después que se fueron sus hermanos, también Jesús fue a la fiesta, aunque no públicamente, sino casi en secreto. 11 Los judíos lo buscaban en la fiesta, y decían: —¿Dónde estará ese hombre? 12 Entre la gente se hablaba mucho de él. Unos decían: «Es un hombre de bien»; pero otros decían: «No es bueno; engaña a la gente.» 13 Sin embargo, nadie hablaba abiertamente de él, por miedo a los judíos. 14 Hacia la mitad de la fiesta, Jesús entró en el templo y comenzó a enseñar. 15 Los judíos decían admirados: —¿Cómo sabe éste tantas cosas, sin haber estudiado? 16 Jesús les contestó: —Mi enseñanza no es mía, sino de aquel que me envió. 17 Si alguien está dispuesto a hacer la voluntad de Dios, podrá reconocer si mi enseñanza viene de Dios o si hablo por mi propia cuenta. 18 El que habla por su cuenta, busca su propia gloria; pero quien busca la gloria del que lo envió, ése dice la verdad y en él no hay nada reprochable. 19 »¿No es verdad que Moisés les dio a ustedes la ley? Sin embargo, ninguno de ustedes la obedece. ¿Por qué quieren matarme? 20 La gente le contestó: —¡Estás endemoniado! ¿Quién quiere matarte? 21 Jesús les dijo:
Jesús habla de su origen 25 Algunos de los que vivían en Jerusalén comenzaron entonces a preguntar: —¿No es a éste al que andan buscando para matarlo? 26 Pues ahí está, hablando en público, y nadie le dice nada. ¿Será que las autoridades creen de veras que este hombre es el Mesías? 27 Pero nosotros sabemos de dónde viene éste; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde viene. 28 Al oír esto, Jesús, que estaba enseñando en el templo, dijo con voz fuerte: —¡Así que ustedes me conocen y saben de dónde vengo! Pero no he venido por mi propia cuenta, sino que vengo enviado por uno que es digno de confianza y a quien ustedes no conocen. 29 Yo lo conozco porque procedo de él, y él me ha enviado. 30 Entonces quisieron arrestarlo, pero ninguno le echó mano porque todavía no había llegado su hora. 31 Muchos creyeron en él, y decían:
7.10 también Jesús fue a la fiesta. Podríamos extrañarnos del aparente cambio de decisión. En la sabiduría de condu‑ cir su vida hasta la hora cierta, Jesús esperó para exponerse solamente en la mitad de la semana de la fiesta (v. 14). To‑ dos sabían del clima de terror creado en torno a su nombre, por la decisión de los líderes de matarlo (v. 13), que ya venía desde la curación del paralítico en el estanque de Betzatá (5.18). 7.12 engaña a la gente. Recordemos que no siempre todos hablaban bien del mismo Jesús. Entonces, no es muy realista esperar que siempre se hable bien de sus seguidores. 7.15 sin haber estudiado. Además de las acciones promo‑ cionales de marketing, también la educación formal, con sus muchos cursos y graduaciones, no significa tener la verda‑ dera sabiduría, y pueden hacernos hablar sólo “por cuenta nuestra”. La verdadera sabiduría viene del Padre, el único que toma las iniciativas ciertas. 7.17 si viene de Dios. Basta la sinceridad del servicio a Dios para que tengamos la oportunidad de reconocer a Jesucristo como verdadero. 7.18 busca su propia gloria. El marketing y nuestras acciones humanas buscan elogios y reconocimiento para nosotros mis‑
mos. El servicio al Padre busca elogios para Dios. 7.19 ninguno de ustedes obedece. Como ya lo había men‑ cionado en otra oportunidad, nadie es bueno, solamente Dios. Jesús sabe muy bien que nadie es perfecto. quieren matarme. Jesús no es ingenuo y denuncia las verdaderas in‑ tenciones de los que lo cercan. 7.20 ¡Estás endemoniado! La tensión en el diálogo va subien‑ do y frente a la verdad dicha por Jesús, la multitud reacciona con insultos. Aún así, Jesús continúa la conversación y enseña la verdad de modo que ellos puedan entender (vv. 22‑23). 7.24 juzgar por las apariencias. Hasta hoy, cuando los jue‑ ces no quieren juzgar injusticias, es común que se apeguen a normas técnicas y reglas de procedimiento. De esta forma, si Jesús rompe el principio del descanso en sábado “no inte‑ resa” si él le hizo bien a un necesitado o no (Jesús se refiere a la curación del paralítico en la piscina de Betzatá relatada en 5.2‑16). 7.28‑29 vengo enviado. Solamente teniendo una buena re‑ lación con el Padre se puede centrar nuestra vida y soportar tantas críticas. También en el v. 33, Jesús muestra claramente que está obedeciendo a Dios y ése es el compromiso que vale.
29 —Cuando venga el Mesías, ¿acaso hará más señales milagrosas que este hombre? Los fariseos intentan arrestar a Jesús 32 Los fariseos oyeron lo que la gente decía de Jesús; y ellos y los jefes de los sacerdotes mandaron a unos guardianes del templo a que lo arrestaran. 33 Entonces Jesús dijo: —Voy a estar con ustedes solamente un poco de tiempo, y después regresaré al que me ha enviado. 34 Ustedes me buscarán, pero no me encontrarán, porque no podrán ir a donde yo voy a estar. 35 Los judíos comenzaron entonces a preguntarse unos a otros: —¿A dónde se va a ir este, que no podremos encontrarlo? ¿Acaso va a ir a los judíos que viven dispersos en el extranjero, y a enseñar a los paganos? 36 ¿Qué quiere decir eso de que “Me buscarán, pero no me encontrarán, porque no podrán ir a donde yo voy a estar”?
San Juan 7
División entre la gente 40 Había algunos entre la gente que cuando oyeron estas palabras dijeron: —Seguro que este hombre es el profeta. 41 Otros decían: —Éste es el Mesías. Pero otros decían: —No, porque el Mesías no puede proceder de Galilea. 42 La Escritura dice que el Mesías tiene que ser descendiente del rey David, y que procederá de Belén, el mismo pueblo de donde era David. 43 Así que la gente se dividió por causa de Jesús. 44 Algunos querían llevárselo preso, pero nadie lo hizo.
Ríos de agua viva 37-38 El último día de la fiesta era el más importante. Aquel día Jesús, puesto de pie, dijo con voz fuerte: —Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura, del interior de aquél correrán ríos de agua viva. 39 Con esto, Jesús quería decir que los que creyeran en él recibirían el Espíritu; y es que el Espíritu todavía no estaba, porque Jesús aún no había sido glorificado.
Las autoridades no creían en Jesús 45 Los guardianes del templo volvieron a donde estaban los fariseos y los jefes de los sacerdotes, que les preguntaron: —¿Por qué no lo trajeron? 46 Los guardianes contestaron: —¡Jamás ningún hombre ha hablado así! 47 Entonces los fariseos les dijeron: —¿También ustedes se han dejado engañar? 48 ¿Acaso ha creído en él alguno de nuestros jefes, o de los fariseos? 49 Pero esta gente, que no conoce la ley, está maldita. 50 Nicodemo, el fariseo que en una ocasión había ido a ver a Jesús, les dijo: 51 —Según nuestra ley, no podemos condenar a un hombre sin antes haberlo oído para saber qué es lo que ha hecho.
7.37 Si alguien tiene sed. Como la Fiesta de las Enramadas (“Tabernáculos”) rememora los años en el desierto, saciar la sed era la principal necesidad del pueblo de Dios. Busca en tu alma ese sentimiento de la falta de una vida de verdad: va a ser saciado en Jesús. 7.38 agua viva. La fuente de verdadera vida, que es el Espíritu Santo, sacia toda nuestra sed. Es el inicio del cumplimiento de la profecía que dice que Dios será el rey de toda la tierra, en Zac 14.8, donde todos los sobrevivientes, los que habían ata‑ cado al pueblo de Dios, vendrán a adorar al Señor y celebrar esta Fiesta de las Enramadas (Zac 14.16). Jesús está haciendo una invitación a cambiar de lado: dejar de ser su enemigo, pa‑ sar a creer en él, y así aprender a vivir creyendo que Dios está cuidando de todo (tal como en el tiempo en que los israelitas vivían en el desierto en tiendas). el que cree en mí. Esa es la clave para la verdadera vida: creer en Jesucristo. 7.39 el Espíritu todavía no estaba. Aquí está la principal diferencia entre vivir en la antigua o en la nueva alianza: el Espíritu Santo sólo podría venir a habitar en el corazón humano después que Jesús hubiera terminado su obra, muriendo por los pecados de la humanidad, resucitando y volviendo al Padre. Esa fue la enseñanza desde el inicio del Evangelio de Juan: es el Espíritu Santo el que realiza la
transformación en hijos de Dios (1.12), el nuevo nacimiento (3.5), la verdadera adoración (4.23). En la antigua alianza, el pueblo de Dios se esforzaba por obedecer las leyes exter‑ nas — y nunca lograba hacerlo suficientemente (v. 19). En la nueva alianza, instituida por la muerte de Jesús, el Espíritu Santo, de adentro hacia afuera, hace que el creyente en Cris‑ to quiera amar a Dios. 7.42 de Belén. El pueblo no sabía que, a pesar de haber sido criado en Nazaret, Jesús en verdad había nacido en Belén. Jesús no revela ese hecho, porque sabe que no iba a cambiar nada: la conducción del proceso de creer en él corresponde a Dios Padre; en ese “desierto de la fe” es Dios quien provee el sustento. 7.45 guardianes. Se trata de guardianes del Templo y no de romanos que no conocerían las enseñanzas sobre el Mesías de Israel. Ellos creyeron en Jesús, pero sus superiores — los líderes del Templo — no. 7.48 jefes. ¡Qué difícil es que los líderes reconozcan que es‑ tán equivocados! Es más fácil ofender al que piensa diferente (v. 49) y empecinarse en el error. 7.49 no conoce la ley. Lamentablemente, la Palabra de Dios muchas veces se usa para que no veamos la obra de Dios que está justamente delante nuestro.
San Juan 7 — 8 30 52 Ellos le contestaron: —¿También tú eres de Galilea? Estudia las Escrituras y verás que de Galilea jamás procede un profeta. La mujer adúltera [ 53 Cada uno se fue a su casa. 1 Pero Jesús se dirigió al Monte de los Olivos, 2 y al día siguiente, al amanecer, volvió al templo. La gente se le acercó, y él se sentó y comenzó a enseñarles. 3 Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer, a la que habían sorprendido cometiendo adulterio. La pusieron en medio de todos los presentes, 4 y dijeron a Jesús: —Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de cometer adulterio. 5 En la ley, Moisés nos ordenó que se matara a pedradas a esta clase de mujeres. ¿Tú qué dices? 6 Ellos preguntaron esto para ponerlo a prueba, y tener así de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y comenzó a escribir en la tierra con el
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7.52 Galilea. Nuevamente, apegándose a un detalle de las Escrituras, los líderes judíos cierran los ojos a la verdad eviden‑ te de que Jesús es el enviado de Dios. Prefieren descalificar al colega Nicodemo, que quería darles una oportunidad de que oyeran a Jesús, antes que dudar de sus propias convic‑ ciones. Nuestras convicciones pueden cegar nuestros ojos a la verdad. 8.4 sorprendida en el acto mismo. En el corazón de estos hombres había un deseo cruel de aprovecharse del pecado de esta mujer para encontrar en Jesús una contradicción, pues la ley dada por Moisés era clara: debían apedrear a toda mujer que fuera sorprendida en adulterio. Dependiendo de la respuesta que el Señor Jesús les diera, tendrían un motivo para denunciarlo. Así es el corazón humano, débil para enten‑ der el don más grande que es el amor. 8.5 se matara a pedradas. En este capítulo se habla de muer‑ te varias veces: aquí, en el v. 21 (en su pecado), en el v. 22 (matarse), en el v. 28 (levanten en alto al Hijo del hombre), en el v. 44 (asesino), y por último en el v. 59, cuando amenazan a Jesús de matarlo a pedradas. 8.6 escribir en la tierra. No entendieron la actitud de Jesús al inclinarse en la arena. Habían ganado tiempo para reflexionar y buscar en su propio corazón el justo destino; sin embargo, endurecidos e insensibles al amor y con el propósito de “atra‑ par” a Jesús, volvieron a preguntarle qué debían hacer. 8.7 Aquel de ustedes. El amor engendra respeto por la vida del prójimo y, para tener respeto por el prójimo, es preciso tener respeto por uno mismo. Si tengo respeto por mí mismo, miro mis actitudes y no señalo las de los otros. ¿Qué peso tiene esta respuesta? ¿Es la ley que va a definir lo que debe hacerse o lo más íntimo de mi ser? ¿Esta respuesta era la que esperaban? ¿Mirar para adentro de su propio corazón? ¿Den‑ tro de su propia vida? ¿Extraer del propio interior el destino de esta mujer? “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Nadie esperaba que lo invitaran a ponerse como juez de esta vida a partir de una mirada hacia dentro de sí mismo. Por eso Jesús los acusó de juzgar de
dedo. 7 Luego, como seguían preguntándole, se enderezó y les dijo: —Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra. 8 Y volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra. 9 Al oír esto, uno tras otro comenzaron a irse, y los primeros en hacerlo fueron los más viejos. Cuando Jesús se encontró solo con la mujer, que se había quedado allí, 10 se enderezó y le preguntó: —Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? 11 Ella le contestó: —Ninguno, Señor. Jesús le dijo: —Tampoco yo te condeno; ahora, vete y no vuelvas a pecar.] Jesús, la luz del mundo 12 Jesús se dirigió otra vez a la gente, diciendo: —Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, modo puramente humano (v. 15). Fíjate además que esta invi‑ tación de Jesús a que cada uno se examine es prácticamente la misma que las recomendaciones para la Cena del Señor (1Co 11.28). La conciencia de ser pecadores necesitados de un Salvador salva vidas y evita muertes. 8.9 comenzaron a irse. Fueron saliendo uno por uno, de‑ jando al pecado (la mujer adúltera) en la presencia de Jesús. Los más ancianos que habían vivido más y por lo tanto sabí‑ an que también habían pecado más, fueron los primeros en renunciar a asumir la responsabilidad de matar a una mujer. Jesús la despidió en paz, enseñando que no volviera a pecar (probablemente, que no cometiera más adulterio). 8.11 Tampoco yo te condeno. Jesús ya había dicho que vino para salvar al mundo, no para juzgarlo ni condenarlo (3.17). Eso ilustra bien la diferencia de intención entre la antigua alianza de la Ley y la nueva alianza de Jesús: mientras la vie‑ ja se concentraba en los errores, teniendo como intención identificar el pecado y dejar claro que todos son pecadores, la nueva busca engendrar nueva vida, concentrándose en los aciertos, como la misericordia y el amor. 8.12 la luz del mundo. ¡Qué difícil era para los fariseos entender que el Jesús que ellos conocían era el verdadero Mesías prometido por Dios! Sus ojos estaban ciegos a las verdades anunciadas. Cuántas veces nos es difícil buscar en Jesús la luz de nuestra vida, la sabiduría para nuestros con‑ flictos y angustias. Andamos muchas y muchas veces en la oscuridad porque no logramos creer en una entrega total de nuestros caminos tortuosos a alguien que sepa mostrarnos la mejor dirección y nos desea el camino de la luz, lleno de gracia y de sabiduría. Estamos oprimidos, pero no vemos la luz de la esperanza. “Luz” da idea de brillo, inspiración, en‑ tendimiento, libertad y suavidad en la dirección de los pasos a dar. Andar en la luz es poder decidir si quiero o no trope‑ zar delante de las espinas del camino, es darse cuenta de sí mismo y de la elección del camino que quiero seguir. La invitación se dirige a todos: tú decides si deseas andar en la luz o en las tinieblas.
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tendrá la luz que le da vida, y nunca andará en la oscuridad. 13 Los fariseos le dijeron: —Tú estás dando testimonio a favor tuyo: ese testimonio no tiene valor. 14 Jesús les contestó: —Mi testimonio sí tiene valor, aunque lo dé yo mismo a mi favor. Pues yo sé de dónde vine y a dónde voy; en cambio, ustedes no lo saben. 15 Ustedes juzgan según los criterios humanos. Yo no juzgo a nadie; 16 pero si juzgo, mi juicio está de acuerdo con la verdad, porque no juzgo yo solo, sino que el Padre que me envió juzga conmigo. 17 En la ley de ustedes está escrito que cuando dos testigos dicen lo mismo, su testimonio tiene valor. 18 Pues bien, yo mismo soy un testigo a mi favor, y el Padre que me envió es el otro testigo. 19 Le preguntaron: —¿Dónde está tu padre? Jesús les contestó: —Ustedes no me conocen a mí, ni tampoco a mi Padre; si me conocieran a mí, también conocerían a mi Padre. 20 Jesús dijo estas cosas mientras enseñaba en el templo, en el lugar donde estaban los cofres de las ofrendas. Pero nadie lo arrestó, porque todavía no había llegado su hora.
«A donde yo voy, ustedes no pueden ir» 21 Jesús les volvió a decir: —Yo me voy, y ustedes me van a buscar, pero morirán en su pecado. A donde yo voy, ustedes no pueden ir. 22 Los judíos dijeron: —¿Acaso estará pensando en matarse, y por eso dice que no podemos ir a donde él va? 23 Jesús les dijo: —Ustedes son de aquí abajo, pero yo soy de arriba; ustedes son de este mundo, pero yo no soy de este mundo. 24 Por eso les dije que morirán en sus pecados; porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados. 25 Entonces le preguntaron: —¿Quién eres tú? Jesús les respondió: —En primer lugar, ¿por qué he de hablar con ustedes? 26 Tengo mucho que decir y que juzgar de ustedes, pero el que me ha enviado dice la verdad, y lo que yo le digo al mundo es lo mismo que le he oído decir a él. 27 Pero ellos no entendieron que les hablaba del Padre. 28 Por eso les dijo: —Cuando ustedes levanten en alto al Hijo del hombre, reconocerán que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; solamente digo lo que el Padre me ha enseñado. 29 Porque
8.15 Yo no juzgo a nadie. Una enseñanza preciosa, sin em‑ bargo poco divulgada: el hecho de señalar los errores y las culpas es típico de nuestra naturaleza humana que aún no fue transformada por Jesús. Siendo el único humano que no fue esclavo del pecado, podría juzgar con perfección, en sintonía con Dios Padre. Pero así como él enseñó en presencia de la mujer adúltera (v. 7), para nosotros la actitud que produce vida es mirar nuestros pecados, en vez de condenar los de los demás — eso sólo lleva a la muerte. 8.17 En la ley de ustedes. Jesús deja clara la diferencia entre su enseñanza y la Ley, entre la nueva y la antigua alianza, entre su actitud y la de los fariseos. 8.19 también conocerían. Jesús es el camino para llegar a conocer a Dios Padre. 8.20 donde estaban los cofres de las ofrendas. Por eso cier‑ tamente había muchos guardias allí, pero ninguno lo detuvo. 8.21,24 morirán en sus pecados. ¡La eterna separación de Dios, el infierno, es algo terrible que le puede suceder al que muera sin el perdón de los pecados! De ahí la fuerza con la cual en todas las Escrituras encontramos advertencias sobre el pecado y llamados al arrepentimiento y a la fe en Jesús. Mucha gente insiste en que no existe el pecado, que este con‑ cepto sería puro invento para que los poderosos controlen las poblaciones. Otros de forma cínica afirman que es necesario disfrutar de la vida y que el infierno, si existiera, está aquí mismo en la tierra. Jesús vino al mundo para librarnos de la condenación que nos trae el pecado; murió por la eternidad de nuestra existencia, redimida. Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”, (Jn 3) p. ##.
8.22 ¿Acaso estará pensando en matarse? A pesar de que los judíos no entendían el sentido profundo de la enseñanza de Jesús, no deja de ser verdad que, como el sacrificio de Jesús fue voluntario, lo que él hizo no es totalmente dife‑ rente de un suicidio. Por lo menos podemos estar seguros que Jesús comprendía bien las angustias por las que pasa un suicida. 8.23 Ustedes son de aquí abajo, pero yo soy de arriba. La vida eterna no se alcanza obedeciendo leyes, sino solamente a través de un nuevo nacimiento, de un origen divino (3.3), de la nueva alianza hecha en la cruz (v. 28). No es cuestión de un mayor esfuerzo, compromiso o seriedad: es necesario ser “del planeta del Padre” y no de este mundo (13.1), algo que la obediencia a la Ley no tiene la menor posibilidad de producir. Sólo la fe en Jesús puede realizar este nuevo naci‑ miento (v. 24; 1.12). 8.24 si no creen. El gran pecado, desde el principio de la humanidad, es no creer en Dios. Y desde la venida de Jesús, consiste en no creer que él es el Hijo de Dios, enviado para salvar a las personas del castigo por sus pe‑ cados. 8.28 levanten en alto al Hijo del hombre. Se refiere a ser clavado y levantado en una cruz: Jesús ya sabía cómo iba a morir. El conocimiento que él tenía de Dios Padre y de su misión en la tierra, dejaba eso bien claro. 8.29 siempre hago lo que a él le agrada. Jesús fue el único hombre que no pecó. A diferencia de Adán, él resistió a las tentaciones, y sólo por eso puede morir por los pecadores. Y el Padre permanece siempre a su lado.
San Juan 8 32 el que me ha enviado está conmigo; mi Padre no me ha dejado solo, porque yo siempre hago lo que a él le agrada. 30 Cuando Jesús dijo esto, muchos creyeron en él. Los hijos de Dios y los esclavos del pecado 31 Jesús les dijo a los judíos que habían creído en él: —Si ustedes se mantienen fieles a mi palabra, serán de veras mis discípulos; 32 conocerán la verdad, y la verdad los hará libres. 33 Ellos le contestaron: —Nosotros somos descendientes de Abraham, y nunca hemos sido esclavos de nadie; ¿cómo dices tú que seremos libres? 34 Jesús les dijo: —Les aseguro que todos los que pecan son esclavos del pecado. 35 Un esclavo no pertenece para siempre a la familia; pero un hijo sí pertenece para siempre a la familia. 36 Así que, si el Hijo los hace libres, ustedes serán verdaderamente libres. 37 Ya sé que ustedes son descendientes de Abraham; pero quieren matarme porque no aceptan mi palabra. 38 Yo hablo de
lo que el Padre me ha mostrado; así también ustedes, hagan lo que del Padre han escuchado. 39 Ellos le dijeron: —¡Nuestro padre es Abraham! Pero Jesús les contestó: —Si ustedes fueran de veras hijos de Abraham, harían lo que él hizo. 40 Sin embargo, aunque les he dicho la verdad que Dios me ha enseñado, ustedes quieren matarme. ¡Abraham nunca hizo nada así! 41 Ustedes hacen lo mismo que hace su padre. Ellos le dijeron: —¡Nosotros no somos hijos bastardos; tenemos un solo Padre, que es Dios! 42 Jesús les contestó: —Si de veras Dios fuera su padre, ustedes me amarían, porque yo vengo de Dios y aquí estoy. No he venido por mi propia cuenta, sino que Dios me ha enviado. 43 ¿Por qué no pueden entender ustedes mi mensaje? Pues simplemente porque no pueden escuchar mi palabra. 44 El padre de ustedes es el diablo; ustedes le pertenecen, y tratan de hacer lo que él quiere. El diablo ha sido un asesino desde el principio. No se mantiene en la verdad, y nunca dice la ver-
8.31 se mantienen fieles a mi palabra. Más que un mero acuerdo de ideas, lo que identifica a los verdaderos discípulos es el seguir las enseñanzas de Jesús. 8.32 la verdad los hará libres. En un sentido profundo, esa verdad aparece totalmente en el mismo Jesús (14.6). Por lo tanto, se trata de una persona, de una relación personal con Dios, más que de un concepto intelectual. Hasta ahora aquellos judíos sólo estaban de acuerdo con lo que él acaba‑ ba de decir, pero de hecho todavía no conocían a Jesús, la verdad en persona. En un sentido más general, éste es tambi‑ én un principio muy terapéutico: sin verdad no hay liberación, ni de vicios, ni de pecados, ni de problemas de relación. Y eso vale especialmente para la verdad sobre nuestros propios defectos y pecados (cf. 4.17‑18): sin esa sincera autocrítica seremos eternos prisioneros de un autoengaño (1Jn 1.8), per‑ diendo unos cuantos años de vida intentando mantener imá‑ genes falsas de nosotros mismos. El camino es juntar los dos sentidos: nuestros defectos, traídos humildemente a la luz de Jesucristo. Esa es la adoración en verdad (4.25). 8.34 todos los que pecan son esclavos del pecado. Con esa frase, Jesús resumió la situación de absolutamente toda la hu‑ manidad: somos esclavos, pecadores ya desde el nacimiento, así como los hijos de los esclavos ya nacían en esa condición. Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”, (Jn 3), p. ##. 8.35 esclavo… hijo. Jesús está enseñando la diferencia funda‑ mental de la actitud en la antigua alianza de la ley, y la actitud en la nueva alianza (de la muerte de Jesús): un esclavo se esfuerza en todo para agradar a su señor, es recompensado o castigado de acuerdo a lo que hace, y no tiene participación garantizada en la familia. Pero el hijo tiene ese derecho inde‑ pendientemente de lo que haga o deje de hacer. Compara la enseñanza de Pablo al respecto, en Ro 8.14‑16.
8.36 si el Hijo los hace libres. La verdad es que Jesús, como único Hijo de Dios, es el único que puede liberarnos de la esclavitud del pecado (v. 34) e integrarnos en la familia Dios. (1.12). 8.37 quieren matarme. Así como en el caso de la mujer adúl‑ tera (v. 5), el interés humano de juzgar, condenar y matar no proviene de Dios, sino del Diablo (v. 44). Además, la diferen‑ cia entre las dos situaciones es que Jesús no pecó (v. 46). Ver el cuadro: “Biología de la resurrección y búsqueda de la muerte” (Jn 12), p. ##. 8.38 hagan lo que del Padre han escuchado. Los hijos siem‑ pre aprenden con lo que el padre y la madre hacen (y no con lo que dicen). A pesar de ser descendientes de Abraham (v. 37), estos judíos estaban actuando como el Diablo, inten‑ tando matar a Jesús (v. 44). Tal como en el v. 23, es una cues‑ tión de origen. 8.44 El padre de ustedes es el diablo. Antes quisieron ma‑ tar a la mujer (v. 5), ahora quieren matar a Jesús. Padre de la mentira. Mentira y verdad son opuestas. Decir la verdad es una manifestación de confianza para el que la escucha. Cuando una persona le miente a alguien de su círculo íntimo, inmediatamente crea una separación, un distanciamiento en‑ tre los dos, ocasionando una herida. En las relaciones de tra‑ bajo, sociales y principalmente familiares las verbalizaciones deben ser verdaderas, porque conducen a una relación de transparencia y confianza. Como el creador de la mentira es el Diablo, es también el padre de la discordia y amante de la confusión entre las personas. Para el Diablo, cuanto más dis‑ cordia exista entre los seres, más se cumplen sus objetivos y eso fue claramente desenmascarado con las palabras de Cris‑ to a aquellos judíos que se decían libres e hijos de Abraham, pero interiormente eran homicidas, pues sus corazones esta‑ ban llenos de odio y falsedad. La mentira aliena y separa a las
33 dad. Cuando dice mentiras, habla como lo que es; porque es mentiroso y es el padre de la mentira. 45 Pero como yo digo la verdad, ustedes no me creen. 46 ¿Quién de ustedes puede demostrar que yo tengo algún pecado? Y si digo la verdad, ¿por qué no me creen? 47 El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; pero como ustedes no son de Dios, no quieren escuchar. Cristo existe desde antes de Abraham 48 Los judíos le dijeron entonces: —Tenemos razón cuando decimos que eres un samaritano y que tienes un demonio. 49 Jesús les contestó: —No tengo ningún demonio. Lo que hago es honrar a mi Padre; en cambio, ustedes me deshonran. 50 Yo no busco mi gloria; hay alguien que la busca, y él es el que juzga. 51 Les aseguro que quien hace caso de mi palabra, no morirá. 52 Los judíos le contestaron: —Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham y todos los profetas murieron, y tú dices: “El que hace caso de mi palabra, no morirá.” 53 ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Abraham? Él murió, y los profetas también murieron. ¿Quién te has creído que eres? 54 Jesús les contestó: —Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria personas; la vida sólo es buena cuando se comparte en un clima amplio de confianza mutua. Una pareja, cuando decide empezar una relación conyugal, necesita hacerlo cimentada en la verdad. La verdad debe ser la columna que sostiene la convivencia preliminar entre los cónyuges, y más tarde en‑ señada a los hijos, viviéndola intensamente en el día a día del hogar, porque el aprendizaje más puro y convincente se da a través del ejemplo de los padres. La mentira entre la pareja produce tristeza, sufrimiento y dolor, y en algunos casos es la principal causa de las separaciones. En la relación de trabajo y en la vida social la mentira sólo trae desconfianza y confusi‑ ón. Sólo a través de la verdad declarada se logra la liberación de las aflicciones y de los sufrimientos humanos. 8.51 no morirá. Esa es una hermosa verdad: seguir lo que Jesús enseñó y creer en él nos libra de la muerte. 8.58 yo existo (literalmente, yo soy). El nombre indica la eter‑ nidad y la divinidad de Jesús, que siempre existió, mucho antes del nacimiento como ser humano en Belén (cf. 1,1). Yo soy equivale a Yavé en el Antiguo Testamento y, por eso, los judíos, aquellos mismos que poco antes habían “creído” (v. 31), resolvieron apedrear a Jesús (v. 59). 8.59 se escondió y salió. El hecho de que Jesús fuera Dios, la verdad y la fuente de vida, no excluye la sabiduría y la sensatez de que, como humano, él también tenía que cuidarse y prote‑ gerse. En otros momentos, tal vez cuando eso no era posible, aparece más visible la protección de Dios (como en 8.20). 9.1 nació ciego. Algunos males son consecuencias de nues‑ tros descuidos o errores. Sin embargo, hay otros que no de‑ penden en nada de nosotros. En este capítulo, como dice
San Juan 8 — 9
no vale nada. Pero el que me glorifica es mi Padre, el mismo que ustedes dicen que es su Dios. 55 Pero ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco; y si dijera que no lo conozco, sería yo tan mentiroso como ustedes. Pero ciertamente lo conozco, y hago caso de su palabra. 56 Abraham, el antepasado de ustedes, se alegró porque iba a ver mi día; y lo vio, y se llenó de gozo. 57 Los judíos dijeron a Jesús: —Todavía no tienes cincuenta años, ¿y dices que has visto a Abraham? 58 Jesús les contestó: —Les aseguro que yo existo desde antes que existiera Abraham. 59 Entonces ellos tomaron piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo. Jesús da la vista a un hombre que nació ciego 1 Al salir, Jesús vio a su paso a un hombre que había nacido ciego. 2 Sus discípulos le preguntaron: —Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres, o por su propio pecado? 3 Jesús les contestó: —Ni por su propio pecado ni por el de sus padres; fue más bien para que en él se demues-
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el v. 39, Juan presenta el contraste entre la actitud del que nace ciego, pero logra ver quién es realmente Jesús (v. 33), y la actitud de los líderes del pueblo de Dios, que afirman ver y saber todo, pero no ven que Jesús es el enviado de Dios (vv. 34,41; también 7.49). Al aprender con la discusión, tene‑ mos un excelente ejemplo de cómo resolver el problema de los pecados, para no “morir en el pecado” (cf. 8.24): todo gira en torno a reconocer y a creer quién es Jesús. Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”, (Jn 3), p. ##. 9.2 por su propio pecado. Aquí nos encontramos con una clara intención de los discípulos, que buscan un culpable de la enfermedad. Esto sucede también con algunos religiosos en nuestros días que, por ignorancia teológica, miran al en‑ fermo y a la enfermedad atribuyéndoles culpa, como conse‑ cuencia de algún acto pecaminoso por parte del enfermo, lo que sólo les aumenta el sentimiento de culpa. El sentimiento de culpa causa dolor, sufrimiento, miedo, angustia, baja auto‑ estima, depresión y otros males, llevando a veces hasta el de‑ seo suicida. Jesús claramente niega la relación lógica y directa entre pecado y enfermedad. La pregunta de los discípulos: “por el pecado de” es una generalización de Ex 34.7, que, a su vez recuerda Ex 20.5, en que se indican las “consecuen‑ cias de pecado” para los descendientes. Los fariseos también pensaban así (v. 34). Cuando la persona “victimizada” por el sufrimiento pregunta: “¿Pero por qué a mí? ¿Yo qué hice?”, también presupone la presencia de esa idea. 9.3 lo que Dios puede hacer. Aquí el Maestro enseña que la enseñanza del Antiguo Testamento sobre el tema no debía leerse al pie de la letra. El texto antiguo era verdadero, pero
San Juan 9 34 tre lo que Dios puede hacer. 4 Mientras es de día, tenemos que hacer el trabajo del que me envió; pues viene la noche, cuando nadie puede trabajar. 5 Mientras estoy en este mundo, soy la luz del mundo. 6 Después de haber dicho esto, Jesús escupió en el suelo, hizo con la saliva un poco de lodo y se lo untó al ciego en los ojos. 7 Luego le dijo: —Ve a lavarte al estanque de Siloé (que significa: «Enviado»). El ciego fue y se lavó, y cuando regresó ya podía ver. 8 Los vecinos y los que antes lo habían visto pedir limosna se preguntaban: —¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna? 9 Unos decían: —Sí, es él. Otros decían: —No, no es él, aunque se le parece. Pero él mismo decía: —Sí, yo soy. 10 Entonces le preguntaron: —¿Y cómo es que ahora puedes ver? 11 Él les contestó: —Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo untó en los ojos, y me dijo: “Ve al estanque de Siloé, y lávate.” Yo fui, y en cuanto me lavé, pude ver. 12 Entonces le preguntaron: —¿Dónde está ese hombre?
Los fariseos interrogan al ciego que fue sanado 13-14 El día en que Jesús hizo el lodo y devolvió la vista al ciego era sábado. Por eso llevaron ante los fariseos al que había sido ciego, 15 y ellos le preguntaron cómo era que ya podía ver. Y él les contestó: —Me puso lodo en los ojos, me lavé, y ahora veo. 16 Algunos fariseos dijeron: —El que hizo esto no puede ser de Dios, porque no respeta el sábado. Pero otros decían: —¿Cómo puede hacer estas señales milagrosas, si es pecador? De manera que hubo división entre ellos, 17 y volvieron a preguntarle al que antes era ciego: —Puesto que te ha dado la vista, ¿qué dices de él? Él contestó: —Yo digo que es un profeta. 18 Pero los judíos no quisieron creer que había sido ciego y que ahora podía ver, hasta que llamaron a sus padres 19 y les preguntaron: —¿Es éste su hijo? ¿Declaran ustedes que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver? 20 Sus padres contestaron: —Sabemos que éste es nuestro hijo, y que
era parte de la verdad; no abarcaba toda la verdad. La mise‑ ricordia, la gloria y el poder de Dios también son verdades que tienen que ver con el sufrimiento humano. Esta especie de miopía espiritual nos vuelve incapaces de ver un contexto amplio, obligándonos a pensar sólo en lo que está en el es‑ crito delante de nuestros ojos. Todo el ministerio de Jesús se desarrolló para curar esta enfermedad psicológica, una cura‑ ción que se da creyendo en él y aceptándolo. 9.7 Siloé (que significa: “Enviado”). No es por casualidad que Juan explica el significado de este nombre. La curación del ciego con el lavado en el agua de aquel que fue “enviado” señala fuertemente, como orientación para nuestra fe, que Jesús no resolvió por cuenta propia comenzar a predicar, sino que fue expresamente enviado por Dios para hacer lo que está haciendo y decir lo que está diciendo. Cree que Jesús fue enviado por Dios, y tus ojos también van a abrirse. Ese es el camino para no morir sin el perdón de los pecados (8.24), para ser liberado de la esclavitud del pecado (8.32,34). se lavó, y cuando regresó ya podía ver. La ceguera era un hecho físico y la curación también lo fue. Él escuchó, obedeció a Jesús y empezó a ver en el mismo día. Es verdad que existe también la ceguera espiritual, la psicológica, la ceguera moral, la intelectual y tal vez otras más. Cualquiera de ellas puede ser tratada por Jesús. 9.9 Sí, soy yo. La fuerza de la gracia que produce vida quita el poder a la acción del pecado que conduce a la muerte. Aquel hombre era ciego no por causa de sus pecados o los
de sus padres, sino para que se manifestara la gloria de Dios a través de la doble acción terapéutica. El ciego de nacimiento, después de haber sido curado, no se quedó más solo, senta‑ do al borde del camino, clamando por limosnas; al contrario, enseguida se transformó en un predicador sin miedo de las verdades de Dios. A partir de aquel momento nada lo deten‑ drá en su propósito de testimoniar las maravillas alcanzadas. Algunos de los que pasaban creían que se trataba de otra persona parecida a él, pero el ciego con coraje se exponía diciendo: “Sí, yo soy”. 9.16 hubo división entre ellos. Los que fueron en búsqueda del hombre curado y hasta de sus padres para investigar las circunstancias y detalles de la pretendida curación, en el fon‑ do no querían admitir que aquella curación los hacía pensar en el Mesías esperado. Por un lado, ellos no podían negar que la curación se hubiera realizado y que eso fue un gran acontecimiento (v. 16). Por otro, no podían “dar el brazo a torcer”, dándole todo el crédito a Jesús. Si lo hicieran, estarían aceptándolo como Mesías, cosa que no querían hacer. Esta actitud mostraba un cuadro psicológico de inseguridad y mie‑ do. Ellos no podían ni imaginar algún cambio en su situación. Hasta llaman a Jesús “pecador” (v. 24), un claro mecanismo de proyección. Por eso, con nerviosismo, corren para “tomar precauciones” en relación a lo ocurrido. Esa “precaución” consistió en apegarse a la regla del sábado para descartar que Jesús viniera de Dios, y expulsar al hombre de la sinagoga (v. 34). Era la cosa más fácil y más “conveniente” para ellos.
Y él les dijo: —No lo sé.
35 21 pero
nació ciego; no sabemos cómo es que ahora puede ver, ni tampoco sabemos quién le dio la vista. Pregúntenselo a él; ya es mayor de edad, y él mismo puede darles razón. 22 Sus padres dijeron esto por miedo, pues los judíos se habían puesto de acuerdo para expulsar de la sinagoga a cualquiera que reconociera que Jesús era el Mesías. 23 Por eso dijeron sus padres: «Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad.» 24 Los judíos volvieron a llamar al que había sido ciego, y le dijeron: —Dinos la verdad delante de Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador. 25 Él les contestó: —Si es pecador, no lo sé. Lo que sí sé es que yo era ciego y ahora veo. 26 Volvieron a preguntarle: —¿Qué te hizo? ¿Qué hizo para darte la vista? 27 Les contestó: —Ya se lo he dicho, pero no me hacen caso. ¿Por qué quieren que se lo repita? ¿Es que también ustedes quieren seguirlo? 28 Entonces lo insultaron, y le dijeron: —Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. 29 Y sabemos que Dios le habló a Moisés, pero de ése no sabemos ni siquiera de dónde ha salido. 30 El hombre les contestó: —¡Qué cosa tan rara! Ustedes no saben de dónde ha salido, y en cambio a mí me ha dado la vista. 31 Bien sabemos que Dios no escucha a los pecadores; solamente escucha a los que lo adoran y hacen su voluntad. 32 Nunca se ha oído decir de nadie que diera la vista a una persona que nació ciega. 33 Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada. 9.33 viniera de Dios. Ese era el significado del nombre del estanque indicado por Jesús para que el ciego se lavara (9,7, nota, p. ##). Como enviado de Dios, Jesús es de hecho la luz del mundo; él sólo no abre los ojos a quien no quiere ver. 9.34 Creo, Señor. Para que la curación tuviera la dimensión física y espiritual, nítidamente contextualizada en este capítu‑ lo, el ex‑ciego tenía que confesar su fe en Jesucristo como el Hijo de Dios, lo que sucedió en su primer encuentro visual con Jesús. Se puso de rodillas. Con este gesto de reveren‑ cia y adoración, se completaba la doble acción terapéutica, reconociendo a Jesucristo como su Señor y Dios, porque el que fue curado de la ceguera física empezó a ver también las cosas celestiales. 9.39 para hacer juicio. Ahora que su ministerio llegaba al su fin, los contrastes quedan más claros y la consecuencia de nuestra actitud para con Jesús es nítida y drástica: salvación o condenación, ceguera o luz. 9.41 son culpables. Literalmente, “el pecado de ustedes per‑ manece”. Jesús les muestra, a través de un juego de ironía
San Juan 9 — 10 34 Le
dijeron entonces: —Tú, que naciste lleno de pecado, ¿quieres darnos lecciones a nosotros? Y lo expulsaron de la sinagoga. Ciegos espirituales 35 Jesús oyó decir que habían expulsado al ciego; y cuando se encontró con él, le preguntó: —¿Crees tú en el Hijo del hombre? 36 Él le dijo: —Señor, dime quién es, para que yo crea en él. 37 Jesús le contestó: —Ya lo has visto: soy yo, con quien estás hablando. 38 Entonces el hombre se puso de rodillas delante de Jesús, y le dijo: —Creo, Señor. 39 Luego dijo Jesús: —Yo he venido a este mundo para hacer juicio, para que los ciegos vean y para que los que ven se vuelvan ciegos. 40 Algunos fariseos que estaban con él, al oír esto, le preguntaron: —¿Acaso nosotros también somos ciegos? 41 Jesús les contestó: —Si ustedes fueran ciegos, no tendrían culpa de sus pecados. Pero como dicen que ven, son culpables. El pastor y sus ovejas Jesús dijo: «Les aseguro que el que no entra en el redil de las ovejas por la puerta es un ladrón y un bandido. 2 Pero el que entra por la puerta es el pastor que cuida las ovejas. 3 El portero le abre la puerta, y el
10
1 Entonces
fina, que ellos eran, sí, los culpables (v. 41), a pesar de que no se daban cuenta. Es exactamente aquí que está su ceguera, la verdadera y peor ceguera: el ex‑ciego reconoció a Jesús como el Hijo del Hombre y creyó en él en cuanto Jesús se le reveló (vv. 36‑38). Sale del acontecimiento viendo doblemente: reci‑ bió la vista física, que nunca tuvo, y vio/reconoció al Hijo del Hombre/Mesías en Jesús. En su alma surge un sentimiento de enorme alegría por la vista, y otro de paz, que ciertamente nunca había sentido antes en la vida. Ver: v. 1, nota, p. ##. 10.1 “Les aseguro…”. (literalmente “Amén, amén les digo…” El teólogo Joachim Jeremías aclara que ésta es una de las ex‑ presiones exclusivas de Jesús, porque no aparece en ningún otro escrito, ni en boca de otro, ni en otra época. Por lo tanto, Jesús quiso darle a esta figura de lenguaje, en este capítulo, un carácter de absoluto empeño de su “palabra de honor”. Quiso crear un clima de confianza. Esto es de gran valor psicológico ‑emocional, seamos niños o adultos. El ser humano precisa un clima de confianza para tener asertividad, creatividad y espí‑ ritu emprendedor. Sin confianza, el ser humano es inseguro,
San Juan 10 36 pastor llama a cada oveja por su nombre, y las ovejas reconocen su voz; las saca del redil, 4 y cuando ya han salido todas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque reconocen su voz. 5 En cambio, a un desconocido no lo siguen, sino que huyen de él, porque desconocen su voz.» 6 Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron lo que les quería decir. Jesús, el buen pastor volvió a decirles: «Esto les aseguro: Yo
soy la puerta por donde pasan las ovejas. 8 Todos los que vinieron antes de mí, fueron unos ladrones y unos bandidos; pero las ovejas no les hicieron caso. 9 Yo soy la puerta: el que por mí entre, se salvará. Será como una oveja que entra y sale y encuentra pastos. 10 »El ladrón viene solamente para robar, matar y destruir; pero yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. 11 Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; 12 pero el que trabaja solamente por la paga, cuando ve venir al lobo deja
indeciso, miedoso, se vuelve dependiente de mecanismos de defensa — puerta abierta para los trastornos neuróticos. Jesús es terapeuta y su palabra es terapéutica, ya que nos trae la confianza que viene de Dios, de donde él mismo vino. 10.1 redil. El redil servía para que varios rebaños pasaran la noche seguros, cercados por muros, con una puerta contro‑ lada por el portero. Cada pastor llamaba a su rebaño, que lo seguía. entra… por la puerta. Jesús es la encarnación de la justicia, en términos de rectitud, aserto, estabilidad, vera‑ cidad. Se presenta, nuevamente, como el Mesías en quien podemos confiar, asegurándonos que conoce y obedece al Padre y, así, puede entrar por la “puerta del Señor”, lo que puede ser una referencia al Sal 118.19‑20. Visto de otro án‑ gulo, reforzado por el v. 13, significa que Jesús no usa de estratagemas o de recursos retóricos que atemorizan para en‑ trar en el corazón y en la mente de las personas. Él entra por la puerta, o sea, de forma franca, despertando sentimientos positivos y respetando la inteligencia de los que lo escuchan. De este modo actúan también sus verdaderos seguidores. En cambio, los que se valen de mensajes aterrorizadores y de estrategias tortuosas, explotando los miedos y las debilidades de las personas, no entran por la puerta: son ladrones y ban‑ didos. ladrones. Las diferencias van quedando cada vez más claras: así como el que quiere matar a Jesús está al servicio del Diablo (8.43‑44), también el líder que sólo busca prove‑ cho para sí mismo no es pastor, sino un ladrón de ovejas. 10.2 es el pastor que cuida las ovejas. La palabra “pastor” forma parte de la cultura de Medio Oriente y transmite la noción de “cuidador”, “protector” y “proveedor”, enfatizando su cuidado en el modo de ser, como alguien que sirve y se dona, a partir de sí mismo, de su persona, y no solamente de los actos de bondad. Junto con esto, todo lo demás que Jesús dice sobre el tema se refiere a sí mismo y a su relación con nosotros. Es ése el estilo que imprime a sus actitudes, su disposición del alma al tratar con nosotros; este es el perfil psicológico de Jesús. Observa la representación de un estilo de vida tranquilo y previsible, basado en el conocimiento y en el amor mutuo entre el pastor y las ovejas. 10.3 el pastor llama a cada oveja por su nombre, y las ovejas reconocen su voz. El pasaje sugiere que Dios puso en lo ínti‑ mo de cada ser humano la capacidad de reconocer la voz del “buen pastor” y de distinguirla de la voz de los que sólo quieren sacar provecho de aquellos que tiene a su cargo. Probablemen‑ te, para este reconocimiento actúan conjuntamente un aspecto intuitivo, subconsciente, basado en sentimientos, y otro aspecto racional que nos permite desarrollar sabiduría y prudencia. 10.4 las ovejas lo siguen. El verdadero pastor “entra por la puer‑ ta” (v. 1), las ovejas lo reconocen, habla con ellas y ellas entien‑ den su lenguaje. Llama a las ovejas para que vayan fuera del redil,
para cuidarlas, para alimentarlas, para saciar su sed y para curar sus heridas. Aquí se ve el perfil del verdadero pastor que, cami‑ nando adelante, apacienta el rebaño de forma cariñosa y tiene una buena relación con ellas, conversa y les habla el lenguaje que las ovejas entienden; por eso ellas lo oyen y le obedecen. 10.5 desconocido. El ladrón no es conocido y, por ser ex‑ traño, las ovejas no obedecen su voz y huyen espantadas por los campos, exponiéndose a todos los peligros; algunas mue‑ ren y otras permanecen asustadas, desesperadas y sin rumbo, como “ovejas perdidas”. 10.6 no entendieron. Ni siquiera el Maestro perfecto es siempre entendido. Pero Jesús no desistió y agregó otros ejemplos (v. 7). 10.7 la puerta. En este pasaje, él se presenta como puerta del redil. La puerta es el pasaje principal, por donde las ove‑ jas entran y salen del redil. En esta imagen se observan dos funciones de la puerta: una es la de estar abierta — Jesús es la puerta abierta para la salida de las ovejas que buscan alimen‑ to y agua, y para la entrada al reposo nocturno. En el diario vi‑ vir, las ovejas están seguras de que esa puerta estará siempre abierta y receptiva en el ir y venir del rebaño, receptiva a las necesidades de los individuos. En un mundo en que la com‑ prensión y el diálogo son cada vez más escasos, el ser huma‑ no — carente de solidaridad, hambriento de un gesto amigo, ahogado en la necesidad de respuestas para sus problemas espirituales y emocionales — se sentirá aliviado si encuentra una puerta por donde pueda salir y encontrar alimento. Un buen ejemplo para que el cristiano esté siempre abierto para ayudar a sus semejantes en sus múltiples necesidades. 10.9 se salvará. Otra función de la puerta es proteger, garanti‑ zando a las ovejas noches tranquilas, librándolas de los perros salvajes, de los lobos y de los hombres malos. Otra vez más Jesucristo usa esa imagen de manera acogedora y protectora. Así como una casa con puertas acoge y protege a sus mora‑ dores de la acción devastadora de hombres malvados y de animales salvajes, de la misma manera el redil de las ovejas está seguro gracias a protección y al abrigo de la puerta prin‑ cipal. Jesús se presenta como esa puerta que guía y protege a los suyos. En esta comparación se nos hace también una invitación a realizar nuestro movimiento individual hacia la salvación: decidirnos a entrar por la puerta que es Jesús. Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”, (Jn 3), p. ##. entra y sale. Descubre la libertad de vida que Jesús sugiere, lo que seguramente asustaba e indignaba a los líderes del pueblo, responsables de la ley y del orden. 10.10 para que tengan vida. Al contrario del ladrón que quita la vida, Jesús vino a dar vida. Él nos ofrece, nos desafía, nos ins‑ pira y nos capacita para una forma de vida que es plena, com‑ pleta, abundante. Lo que esto implica no tiene que ver con las circunstancias en que vivimos, sino con una transformación
7 Jesús
37
San Juan 10
las ovejas y huye, porque no es el pastor y porque las ovejas no son suyas. Y el lobo ataca a las ovejas y las dispersa en todas direcciones. 13 Ese hombre huye porque lo único que le importa es la paga, y no las ovejas. 14-15 »Yo soy el buen pastor. Así como mi Padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así también yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy mi vida por las ovejas. 16 También tengo otras ovejas que no son de este redil; y también a ellas debo traerlas. Ellas me obedecerán, y formarán un solo rebaño, con un solo pastor. 17 »El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. 18 Nadie me quita la vida,
sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla. Esto es lo que me ordenó mi Padre.» 19 Cuando los judíos oyeron estas palabras, volvieron a dividirse. 20 Muchos de ellos decían: —¿Por qué le hacen caso, si tiene un demonio y está loco? 21 Pero otros decían: —Nadie que tenga un demonio puede hablar así. ¿Acaso un demonio puede dar la vista a los ciegos?
profunda de lo íntimo de nuestro ser. En vez de conformarnos con ser eternas “víctimas de los ladrones”, renunciando a pen‑ sar por cuenta propia, haciendo oídos sordos a lo que Dios propone, no dejando que la compasión guíe nuestra visión del prójimo, estamos invitados a creer en la ofrenda gratuita de Jesús, el enviado de Dios para ser nuestro pastor. 10.11 Yo soy el buen pastor. A partir del lenguaje bíblico, Jesús utiliza la metáfora del pastor, que se basa en la actividad pastoril de animales que son criados en el campo. La palabra “buen” aquí no quiere decir simplemente “buenito”, sino “ver‑ dadero”, “capaz”, “confiable”; el sentido puede ser el pastor bello, o sea, el de perfección ejemplar. La palabra recuerda a Dios en la creación, repitiendo varias veces que lo que hacía era “bueno” o “muy bueno” (Gn 1). Porque Jesús, presentán‑ dose como el “buen pastor”, es todo eso a la vez: un pastor apropiado, adecuado, oportuno y que cumple bien su fina‑ lidad. Jesús tiene las características de un verdadero pastor, pues reúne las cuatro funciones constantes de todo pastor en el Antiguo Testamento: guía (camina delante de los animales), provee (alimentación: pasto y agua), defiende y cuida (salvaci‑ ón, liberación) y se vincula afectivamente con el rebaño (alian‑ za). da su vida. Es inevitable que asociemos aquí la muerte de Jesús por nosotros. Pero recordemos también que, en todo lo que hizo, Jesús tenía una deliberación personal, una actitud específica, una determinación. Él no fue mera “víctima de un plan”. El buen pastor marchó resueltamente para la conclusión de su misión. En el v. 17 él dice que el Padre lo ama justamen‑ te por causa de esta determinación o deliberación, de esta actitud libre y autónoma. Sin embargo, esta autonomía no le impidió ser solidario con el Padre, uniendo su voluntad a la suya. ¡Sin duda un gran y bellísimo misterio! 10.12 el que trabaja. En esta imagen, Jesús vuelve a presentar dos personajes en contraste: el buen pastor, que prefiere morir él mismo antes que la oveja, y el empleado aprovechador que, como un mercenario, trabaja sólo por el dinero y no le importa la muerte de una oveja. La principal misión del buen pastor es cuidar las ovejas y esforzarse para que ninguna se pierda, ade‑ más de alimentarlas, curar sus heridas y protegerlas de la acción de los depredadores. La manifestación más grande como buen pastor se expresa en el infinito amor que tiene por las ovejas, y así también hay gente que se dedica a servir a los otros a partir del ejemplo de Jesús. Pero en el mundo actual, dominado por el dios Dinero, algunos cristianos sufren los ataques de sus adora‑ dores voraces, falsos pastores y verdaderos ladrones. 10.13 la paga. El empleado aprovechador busca la ganancia,
es egoísta, interesado, sólo quiere obtener lucro de las ovejas y desatiende los cuidados, porque sólo piensa en sí mismo y en el dinero. El empleado busca sus propios intereses y se enriquece con el rebaño. 10.14 buen. Ver: v. 11, nota. 10.16 otras ovejas. Aún cumpliendo su misión de anunciar el evangelio a “las ovejas de Israel”, Jesús es consciente de que los no judíos también serían alcanzados y, a pesar de que en la antigua alianza eran objeto de separación y “des‑ contaminación”, en la nueva alianza todos serán reunidos en un solo pueblo. Esas “otras ovejas” tenían necesidad de él y lo percibían. Ellas seguramente lo aceptarían y él no podría huir de esta situación. ¡Dejarlas perdidas, olvidarlas, nunca! Él iría a buscarlas — y lo está haciendo hasta hoy, por medio de nosotros, o incluso a pesar de nosotros. A propósito, ¿qué aceptación tenemos para con grupos “diferentes”? 10.17 doy mi vida. Ver: v. 11, nota. 10.19 volvieron a dividirse. Es siempre así: el pueblo se dividirá entre los que creen y los que no creen, los que aceptan y los que rechazan. Lamentablemente, Jesús no tuvo unanimidad. Los que oyen a Jesús sólo con una mente lógica van a rechazarlo, como hizo aquel pueblo, porque en su lógica él no tiene autoridad para afirmar lo que afirma. Es que la presuposición era que “úni‑ camente el Mesías hablaría así, ¡y este muchacho de ninguna manera podía ser el Mesías! Inclusive nosotros hoy psicológi‑ camente podemos comprender esto. El problema es que ellos no oyeron a Jesús con el corazón, no lo oyeron a partir de sus necesidades y sufrimientos, sino sólo a partir de sus “razones”. Solamente es posible aceptar a Jesús contra las evidencias de la lógica. Las “razones del corazón”, de las que hablaba Blaise Pas‑ cal, son las que nos abren los oídos. En vez de “argumentar racio‑ nalmente”, debemos siempre “tomar en cuenta también nuestro interior”. En lugar de centrarnos en lo que estamos de acuerdo con Jesús y en lo que no, deberíamos concentrarnos en qué ne‑ cesitamos de Jesús y por qué. Por eso, nuestras razones pueden incluso alejarnos de Jesús, sin embargo ¡nuestras necesidades, tanto espirituales como psicológicas, nos empujan hacia él! 10.20 demonio. Encontraron fácil esta salida. Otra vez actuó el mecanismo de la proyección: sus demonios interiores no po‑ dían tolerar la salud que había en las palabras de Jesús. Y se lanzaron contra él con esa acusación evidentemente infundada. Otra vez, la lógica excluía la posibilidad de que Jesús pudiera hablar como hablaba. Otros pensaban exactamente lo contra‑ rio (v. 21). El punto central era que Jesús hacía cosas dignas del Mesías, pero ellos no querían admitir que él lo fuera.
Los judíos rechazan a Jesús 22 Era invierno, y en Jerusalén estaban celebrando la fiesta en que se conmemoraba la
San Juan 10 38 dedicación del templo. 23 Jesús estaba en el templo, y andaba por el Pórtico de Salomón. 24 Entonces los judíos lo rodearon y le preguntaron: —¿Hasta cuándo nos vas a tener en dudas? Si tú eres el Mesías, dínoslo de una vez. 25 Jesús les contestó: —Ya se lo dije a ustedes, y no me creyeron. Las cosas que yo hago con la autoridad de mi Padre, lo demuestran claramente; 26 pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. 27 Mis ovejas reconocen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen. 28 Yo les doy vida eterna, y jamás perecerán ni nadie me las quitará. 29 Lo que el Padre me ha dado es más grande que todo, y nadie se lo puede quitar. 30 El Padre y yo somos uno solo. 31 Los judíos volvieron a tomar piedras para tirárselas, 32 pero Jesús les dijo: —Por el poder de mi Padre he hecho muchas cosas buenas delante de ustedes; ¿por cuál de ellas me van a apedrear? 33 Los judíos le contestaron: —No te vamos a apedrear por ninguna cosa buena que hayas hecho, sino porque tus palabras son una ofensa contra Dios. Tú no eres
más que un hombre, pero te estás haciendo Dios a ti mismo. 34 Jesús les dijo: —En la ley de ustedes está escrito: “Yo dije que ustedes son dioses.” 35 Sabemos que lo que la Escritura dice, no se puede negar; y Dios llamó dioses a aquellas personas a quienes dirigió su mensaje. 36 Y si Dios me consagró a mí y me envió al mundo, ¿cómo pueden ustedes decir que lo he ofendido porque dije que soy Hijo de Dios? 37 Si yo no hago las obras que hace mi Padre, no me crean. 38 Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean en las obras que hago, para que sepan de una vez por todas que el Padre está en mí y que yo estoy en el Padre. 39 Otra vez quisieron arrestarlo, pero Jesús se les escapó. 40 Regresó Jesús al otro lado del Jordán, y se quedó allí, en el lugar donde Juan había estado antes bautizando. 41 Mucha gente fue a verlo, y decían: —De veras, aunque Juan no hizo ninguna señal milagrosa, todo lo que dijo de este hombre era verdad. 42 Y muchos en aquel lugar creyeron en Jesús.
10.22 fiesta de la dedicación. También llamada Hanucá o Fiesta de las Luces era a mediados de diciembre y celebraba la reconstrucción del Templo y la dedicación a Dios del altar, realizada en el año 165 AC, por el libertador Judas Macabeo. Este Judas liberó a la nación judía de la esclavitud impuesta por los generales, sucesores de Alejandro Magno. Con varias victorias militares impresionantes estableció la independencia política de Israel, lo que posibilitó que el pueblo volviera a dar culto a Dios y a observar la Ley, que antes estaba prohibido y perseguido. Ciertamente Judas Macabeo, el héroe de esta fiesta, era el tipo de mesías que los líderes y el pueblo judío esperaba que liderase militarmente la nación, ahora contra la dominación romana. Con esa expectativa de fuerza, poder político y nacionalismo, los judíos permanecían ciegos al Hijo de Dios, que se presentaba como un inofensivo pastor de ovejas, y apuntaba a la liberación de otra esclavitud mucho más profunda, la del pecado. Jesús hablaba, pero la mayoría de los judíos no oía su voz. 10.24‑25 dínoslo de una vez. Una cosa es decir y otra creer. Quien no quiere creer en Jesús siempre encontrará algún mo‑ tivo para no seguirlo. Las cosas… lo demuestran claramente. Jesús no precisaba convencer con palabras. En el capítulo an‑ terior, la falta de fe en Jesús fue tratada como ceguera. Ahora es tratada como una especie de sordera. 10.26 no creen, porque no son de mis ovejas. No es a Jesús a quien ellos querían seguir, sino a un líder como Judas Ma‑ cabeo, que rechazó la pasividad y la docilidad de las ovejas para asumir una conducta más agresiva, más parecida a la de los lobos (ver: 10,22, nota). Dios, y no el ser humano, es quien dirige todas las acciones. El envió a Jesús para ser el héroe de la campaña de la liberación y de la salvación eterna, en que todas las acciones son hechas por el poder del Padre.
10.27 Mis ovejas reconocen mi voz. El Buen Pastor conduce hacia la relación entre el verdadero pastor y su rebaño: entre ellos existe una profunda comunión; cada animal conoce su voz, y el pastor sabe sus nombres. Al chasquear la lengua, el pastor emite un sonido característico que el animal reconoce. Así, este pasaje del Buen Pastor nos anima a conocer a aquel que nos conoce (ver: vv. 3‑4,16, notas). 10.28‑29 nadie se lo puede quitar. La seguridad de la perso‑ na que cree en Jesús está garantizada por el propio Señor y por el amor y el poder supremo de Dios Padre. Es tan simple como ser una oveja y confiar totalmente en el buen pastor, Jesús. Los enemigos son enfrentados por el pastor — las ovejas sólo dependen de él. 10.30 El Padre y yo somos uno solo. Jesús es Dios. Perfecta‑ mente hombre, perfectamente Dios. Tanto en aquella época como hoy, esa verdad causa enormes dificultades (pero es real). 10.31 piedras para tirárselas. El celo religioso, tanto en aquella época como actualmente, puede hacer que las per‑ sonas devotas se vuelvan ciegas y sordas a la presencia del mismo Dios. Jesús también prepara a sus discípulos para sufrir esos ataques de odio (16.2). Ahora, sin embargo, ya era tiem‑ po de confrontar hablando de una manera que los celosos escucharían: citando versículos de la Biblia (vv. 34‑35). 10.40 al otro lado. Nuevamente Jesús decide que es hora de retirarse; todavía había gente que lo recibiría bien y que creería en él (v. 42), y la hora de ser crucificado aún no había llegado. Pocos meses antes de morir, Jesús vuelve al lugar en que fue bautizado por Juan, cerca de tres años antes, y fue presentado por él como “el Cordero de Dios, que quita el pe‑ cado del mundo” (ver: 1.29, p. ##), una figura más apropiada para las ovejas de este capítulo.
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San Juan 11
Muerte de Lázaro un hombre enfermo que se llamaba Lázaro, natural de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. 2 Esta María, que era hermana de Lázaro, fue la que derramó perfume sobre los pies del Señor y los secó con sus cabellos. 3 Así pues, las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: —Señor, tu amigo querido está enfermo. 4 Jesús, al oírlo, dijo: —Esta enfermedad no va a terminar en muerte, sino que ha de servir para mostrar la gloria de Dios, y también la gloria del Hijo de Dios. 5 Aunque Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro, 6 cuando le dijeron que Lázaro estaba enfermo se quedó dos días más en el lugar donde se encontraba. 7 Después dijo a sus discípulos: —Vamos otra vez a Judea. 8 Los discípulos le dijeron: —Maestro, hace poco los judíos de esa región trataron de matarte a pedradas, ¿y otra vez quieres ir allá? 9 Jesús les dijo:
—¿No es cierto que el día tiene doce horas? Pues si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz que hay en este mundo; 10 pero si uno anda de noche, tropieza, porque le falta la luz. 11 Después añadió: —Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarlo. 12 Los discípulos le dijeron: —Señor, si se ha dormido, es señal de que va a sanar. 13 Pero lo que Jesús les decía es que Lázaro había muerto, mientras que los discípulos pensaban que se había referido al sueño natural. 14 Entonces Jesús les dijo claramente: —Lázaro ha muerto. 15 Y me alegro de no haber estado allí, porque así es mejor para ustedes, para que crean. Pero vamos a verlo. 16 Entonces Tomás, al que llamaban el Gemelo, dijo a los otros discípulos: —Vamos también nosotros, para morir con él.
10.41‑42 Mucha gente fue a verlo. No todos los judíos re‑ chazaban seguir a un Mesías que se presentaba como un Cordero, y no como un líder militar; para ellos, la “puerta de las ovejas” para la salvación estaba abierta (v. 9, nota,) y la verdad los liberó. 11.1 hombre enfermo. La enfermedad es una experiencia humana universal. Alcanza inclusive a los amigos de Jesús — a los que él ama (v. 3). No por eso deja de ser una experiencia traumática para toda la familia. La enfermedad nos pone en contacto con nuestra finitud y fragilidad. Sin embargo, en la perspectiva de Jesús, la enfermedad puede tener una finali‑ dad mayor: puede servir para la gloria de Dios (v. 4). María, Marta y Lázaro. Tres hermanos que se hicieron muy amigos de Jesús (v. 5). Su primer encuentro nos es contado por Lucas (Lc 10.38‑42). 11.2 derramó perfume sobre los pies del Señor. Juan conta‑ rá lo sucedido en el próximo capítulo (12.2‑4). 11.4 no va a terminar en muerte. Hay enfermedades que lle‑ van a la muerte; pero ésta aquí tiene la finalidad de preparar a los discípulos (y a otras personas) para que vean la realidad de la resurrección a través de Jesús. Aquí Dios revela su poder glorioso y la divinidad de Jesús de dos maneras: Jesús rea‑ liza su mayor milagro, resucitando triunfalmente un muerto de cuarto días. Y al mismo tiempo, ese milagro provoca la decisión definitiva de matar a Jesús (vv. 48,50), revelando la gloria paradójica de la cruz: es el nuevo tiempo de la fe — el camino que pasa por la cruz, donde Jesús voluntariamente se desprende de la condición divina y nos muestra otro camino, que requiere la crucifixión de nuestras expectativas triunfalis‑ tas, de nuestros deseos de éxito, y a la apertura para un nuevo modo de vivir, un modo que trasciende la dimensión humana de tiempo y espacio, 11.5 Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Láza‑ ro. Es interesante observar las transformaciones ocurridas en esa familia por el contacto más cercano con Jesús. No fueron
consejos u orientaciones, sino la propia presencia de Jesús lo que los ayudó (ver: 12.3‑4, nota). 11.6 se quedó dos días más. Es común que tengamos la impresión de que Dios demora mucho en atender nuestros pedidos. Jesús no se dejó llevar por el clima de urgencia y por la ansiedad que estas situaciones generan. Él sabía que la demora era importante para las intenciones de Dios. 11.8 trataron de matarte. Referencia a 10.39‑40 y al rechazo durante la Fiesta de la Dedicación. Jesús y sus discípulos tení‑ an que evitar pasar por Judea, como si fueran fugitivos de la policía y de la muchedumbre. 11.9 si uno anda de día, no tropieza. Al mismo tiempo que tomaba precauciones para que no lo mataran, Jesús sabía que su seguridad estaba en manos de Dios. Con la noticia de la enfermedad mortal de Lázaro, Jesús entendió lo que Dios quería y que, independientemente de todo peligro, era hora de ir para allá. Probablemente aquí está el significado de esa comparación: la luz en que Jesús andaba era el camino mos‑ trado por Dios, en el tiempo indicado por Dios. 11.12 si se ha dormido, es señal de que va a sanar. Los discí‑ pulos sabían del gran riesgo que Jesús y ellos corrían al volver a Judea. El miedo puede llevarnos a no entender bien las co‑ sas que se nos dicen. Pero Jesús sabe cómo tratarnos también en esa situación (v. 14). 11.15 porque así es mejor para ustedes, para que crean. Dios busca hacer crecer nuestra fe en Jesús a través de las cosas que suceden. Recuerda esto cuando te toque enfren‑ tar tragedias: el camino para lidiar con la muerte es la fe en Jesús. 11.16 Vamos también nosotros, para morir con él. Parece que Tomás no tenía mucha dificultad en lidiar con la idea de la muerte — eso pasa con muchos pesimistas. Su dificultad era hacerse un lugar para creer en la posibilidad de la resurrecci‑ ón (ver: 20.24‑29, notas, p. ##). Jesús nuevamente sabe lidiar con nuestras deficiencias.
11
1 Había
Jesús, la resurrección y la vida 17 Al llegar, Jesús se encontró con que ya hacía cuatro días que Lázaro había sido sepulta-
San Juan 11 40 do. 18 Betania se hallaba cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros; 19 y muchos de los judíos habían ido a visitar a Marta y a María, para consolarlas por la muerte de su hermano. 20 Cuando Marta supo que Jesús estaba llegando, salió a recibirlo; pero María se quedó en la casa. 21 Marta le dijo a Jesús: —Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. 22 Pero yo sé que aun ahora Dios te dará todo lo que le pidas. 23 Jesús le contestó: —Tu hermano volverá a vivir. 24 Marta le dijo: —Sí, ya sé que volverá a vivir cuando los muertos resuciten, en el día último. 25 Jesús le dijo entonces: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; 26 y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? 27 Ella le dijo: —Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Jesús llora junto al sepulcro de Lázaro 28 Después de decir esto, Marta fue a llamar a su hermana María, y le dijo en secreto: —El Maestro está aquí y te llama. 29 Tan pronto como lo oyó, María se levantó y fue a ver a Jesús. 30 Jesús no había entrado todavía en el pueblo; estaba en el lugar donde Marta se había encontrado con él. 31 Al ver que María se levantaba y salía rápidamente, los judíos que estaban con ella en la casa, consolándola, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar. 32 Cuando María llegó a donde estaba Jesús, se puso de rodillas a sus pies, diciendo: —Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. 33 Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que habían llegado con ella, se conmovió profundamente y se estremeció, 34 y les preguntó: —¿Dónde lo sepultaron? Le dijeron: —Ven a verlo, Señor. 35 Y Jesús lloró. 36 Los judíos dijeron entonces: —¡Miren cuánto lo quería!
11.20 Marta fue, pero María se quedó. Jesús no anula las di‑ ferencias de personalidad, él sabe tratarnos tal como somos, más activos o contemplativos. 11.21 Señor, si hubieras estado aquí. Jesús decepciona a la familia de Marta y María: al no llegar a tiempo, no impide la muerte de Lázaro. Jesús no corresponde a las expectativas: él no es como imaginamos. Él deja morir nuestros anhelos, nues‑ tros familiares, nuestros sueños ¿Para qué? Así puede realizar cambios más profundos en nuestra vida (ver: 12.3‑4, nota) y revela su gloria divina (v. 4). 11.22‑23 yo sé que aun ahora Marta muestra que ya tenía un poco más de fe, dando a entender que Jesús todavía es‑ taba a tiempo de realizar alguna cosa. Por eso, Jesús puede anunciarle que Lázaro va a resucitar (v. 23), lo que ya era un desafío más difícil de creer (v. 24, nota). 11.24‑25 ya sé que volverá a vivir. Marta es una persona práctica; manifiesta sus reparos, pero también muestra su ver‑ satilidad. Pero, como alguien que se ocupa del “quehacer” en vez de cultivar una mayor intimidad (como María), ella redu‑ ce lo que Jesús dice a lo conocido: sí, yo sé, existe una “doc‑ trina de la resurrección del último día”. Es entonces que Jesús atraviesa el reduccionismo racionalista de Marta, al afirmar: Yo soy la resurrección y la vida. Con eso, continúa desafián‑ dola a creer que él, allí presente, es la victoria sobre la muerte. Jesús se presenta como Yo soy, el nombre de Dios revelado a Moisés. La Resurrección y la Vida son una persona, no una doctrina. Esto exige una relación, una entrega, una fe devota y no acciones, como Marta está acostumbrada. Y así Marta logra pasar de la doctrina a la persona de Cristo (ver: v. 27) 11.25 aunque muera, vivirá. ¡Qué sorprendente promesa! Jesús se presenta como la resurrección y la vida, y nos desafía a creer. Con Jesús pasaremos más allá de la muerte y seremos revestidos de inmortalidad (1Co 15.42‑44). Creyendo en su palabra tene‑ mos esperanza más allá de toda circunstancia. Aquí Jesús enseña
a sus seguidores que la fe en él es lo que rompe el dominio de la muerte y nos libera para una vida nueva. Ver el cuadro: “Biología de la resurrección y búsqueda de la muerte” (Jn 12). 11.27 creo que tú eres el Mesías. Tal vez la declaración de Jesús de que él es la resurrección fuera un poco complicada para Marta, pero ella sabía que todo se resumía en creer en quién es Jesús, el Salvador, el enviado de Dios para salvarnos de la muerte — y era exactamente eso lo que Jesús estaba haciendo. Jesús es la fuente de toda resurrección, Señor de la eternidad. La muerte en el tiempo le está ya sometida, Jesús es “el que viene”. Eso era suficiente — ya no importaba si Lázaro viviría ahora o después — en Marta ya empezó a ac‑ tuar una biología de la resurrección, y no ve más la situación con los ojos prisioneros de los hechos. Ella dejó de ser la “práctica”, que precisa hechos. Ahora, lo que importa, es la relación con aquel que ella llama “Maestro” (v. 28). 11.32 se puso de rodillas a sus pies. María se ubica en su po‑ sición predilecta — a los pies de Jesús. Hace los mismos repa‑ ros que Marta, pero provocaron otro tipo de reacción (v. 33). 11.33 se conmovió. Jesús está profundamente conmovido frente a la tumba de su amigo Lázaro. Más que de discusiones prácticas, ahora la expresión es reveladora de una comunión de afectos, de intimidad. Jesús se revela más humano con Ma‑ ría; la intensidad de los afectos va creciendo — la conmoción de Jesús, el temor de que Lázaro huela mal, el quitar la piedra (vv. 35,39). Cuando experimentamos una pérdida, una tragedia o una crisis, no estamos solos. Jesús, que asumió plenamente nuestra humanidad, siente el dolor con nosotros. Aunque no tengamos respuestas fáciles para explicar el dolor humano, te‑ nemos la certeza de que Jesús se turba, se conmueve y llora con nosotros. Ver el cuadro: “Enfrentando el luto y las pérdidas”. 11.35 Jesús lloró. Este pequeño versículo de la Biblia revela la gran humanidad de Jesús. La muerte nunca es algo lindo ni agradable, aunque sepamos que habrá resurrección: la pér‑
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Enfrentando el luto y las pérdidas En este pasaje que narra la muerte y la resurrección de Lázaro, podemos verificar algunos elementos importantes en el proceso de elaboración de una pérdida. Observamos que los diferentes personajes de la narración tienen comporta‑ mientos diferentes dentro de lo que denominamos “reacciones iniciales” en la elaboración de crisis y pérdidas. Marta está agitada (v. 20), María está postrada (v. 20) y Jesús llora (v. 35). Las reacciones iniciales frente a una crisis o pérdida están marcadas por cuatro características principales: emociones fuertes (tristeza, rabia, etc.); desorganización personal (apatía, hiperactividad, etc.); ideas extrañas (alucinaciones, etc.) y somatizaciones (dolores de cabeza, insomnio, gastri‑ tis, etc.). Estas reacciones iniciales son naturales, normales y necesarias para trabajarlas con la crisis y la pérdida. Vivimos en una cultura que niega el dolor y busca incesantemente el placer y, por eso, muchas veces reprime estas reacciones iniciales, no permitiendo que la persona llore o tenga alguna otra de estas expresiones. La no expresión del dolor a tra‑ vés de estas reacciones iniciales puede llevar a la persona a desarrollar una segunda crisis con síntomas más acentuados (depresión prolongada, farmacodependencia, etc.). Una persona necesita de seis a ocho semanas para iniciar la recuperación emocional de una pérdida, y esta recu‑ peración tiene algunos elementos claves en su proceso, entre los cuales podemos destacar cuatro: expresión de los sentimientos, elaboración del dolor, dominio consciente y adaptación de la conducta. En especial el dominio consciente es de vital importancia. En la actitud de Jesús para con las hermanas Marta y María, vemos que las orienta a ejercer este dominio. Para la agitación de Marta, causada por la desorganización personal, él da una explicación racional (vv. 25‑26); en cambio para María el estimulo es a que salga de la apatía (vv. 28‑29). ¿Cuál es tu necesidad: una explicación, o tal vez un llamado a moverte?
37 Pero algunos de ellos decían: —Éste, que dio la vista al ciego, ¿no podría haber hecho algo para que Lázaro no muriera? Resurrección de Lázaro 38 Jesús, otra vez muy conmovido, se acercó a la tumba. Era una cueva, cuya entrada estaba tapada con una piedra. 39 Jesús dijo: —Quiten la piedra. Marta, la hermana del muerto, le dijo: —Señor, ya huele mal, porque hace cuatro días que murió. 40 Jesús le contestó: —¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios? 41 Quitaron la piedra, y Jesús, mirando al cielo, dijo: dida de una persona querida siempre es motivo de mucha tristeza, y es natural y saludable llorarla. Ver el cuadro: “Enfren‑ tando el luto y las pérdidas”. 11.39 Quiten la piedra. Jesús no hizo lo que otros podían hacer, ni antes, ni después del milagro (v. 44). Más que exigir acción, esto sirve para darle a más personas el privilegio de participar del trabajo de Dios en la tierra. 11.40 ¿No te dije que, si crees, verás. La gloria de Dios, su na‑ turaleza de amor y de verdad, es accesible por la fe en Jesús. Nosotros preferimos, como Tomás, “ver para creer”; pero Jesús muestra que el orden de las cosas de Dios es inverso: los que creen terminan viendo (y los que no creen no verán nada). La invitación es la misma de los vv. 25‑26: cree en Jesús, él venció la muerte. 11.41 mirando al cielo. A diferencia de los judíos, que se dirigían al Templo de Jerusalén para hacer sus oraciones — la antigua alianza — Jesús levanta sus ojos al cielo, lugar que simboliza la omnipresencia del Padre.
—Padre, te doy gracias porque me has escuchado. 42 Yo sé que siempre me escuchas, pero lo digo por el bien de esta gente que está aquí, para que crean que tú me has enviado. 43 Después de decir esto, gritó: —¡Lázaro, sal de ahí! 44 Y el que había estado muerto salió, con las manos y los pies atados con vendas y la cara envuelta en un lienzo. Jesús les dijo: —Desátenlo y déjenlo ir. Conspiración para arrestar a Jesús (Mt 26.1‑5; Mc 14.1‑2; Lc 22.1‑2) 45 Por esto creyeron en Jesús muchos de los judíos que habían ido a acompañar a María y que vieron lo que él había hecho. 46 Pero algunos fueron a ver a los fariseos, y les contaron lo 11.42 para que crean. Esa fe en Jesús como el enviado de Dios es la que salva y resucita. Ese es el propósito principal de los milagros de Jesús. 11.44 con las manos y los pies atados con vendas. Ante la poderosa voz de Jesús, la muerte suelta su presa y Lázaro es resucitado. Pero sale de la tumba con vendas que no le permiten caminar, ver y vivir esa nueva vida. El “lienzo” (li‑ teralmente, sudario) que cubría su rostro puede simbolizar toda una forma de pensar orientada hacia la muerte, porque en la familia de Lázaro parece que había mucha enfermedad y muerte. A pesar de que su familia es mencionada en los cuatro Evangelios, pues Jesús visitaba su casa con frecuencia, no se hace mención a sus padres, solamente de un posible pariente “leproso”. Es probable que ante los primeros signos de la enfermedad (v. 1) Lázaro, en su mente, haya dejado de luchar, y por eso sus hermanas se asustaron y llamaron a Jesús (v. 3). Jesús sabe que es una batalla entre la muerte y la vida. Lo asombroso es que Jesús no ordena que caigan las
San Juan 11 — 12 42 que había hecho Jesús. 47 Entonces los fariseos y los jefes de los sacerdotes reunieron a la Junta Suprema, y dijeron: —¿Qué haremos? Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas. 48 Si lo dejamos, todos van a creer en él, y las autoridades romanas vendrán y destruirán nuestro templo y nuestra nación. 49 Pero uno de ellos, llamado Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, les dijo: —Ustedes no saben nada, 50 ni se dan cuenta de que es mejor para ustedes que muera un solo hombre por el pueblo, y no que toda la nación sea destruida. 51 Pero Caifás no dijo esto por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, dijo proféticamente que Jesús iba a morir por la nación judía; 52 y no solamente por esta nación, sino también para reunir a todos los hijos de Dios que estaban dispersos. 53 Así que desde aquel día las autoridades judías tomaron la decisión de matar a Jesús. 54 Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que salió de la región de vendas de los ojos de Lázaro, sino que le pide a los testigos de la resurrección: “Desaten las vendas y déjenlo ir”. Aquí podemos encontrar una metáfora para el ministerio del acom‑ pañamiento cristiano. 11.48 Si lo dejamos. Este milagro desencadenó, en el mismo día, la decisión de los sacerdotes de matar a Jesús. Ahora quedan solamente dos alternativas: matarlo o reconocerlo como “el Mesías que tenía que venir al mundo” (v. 27). Los sacerdotes resuelven matarlo; Marta, María y Lázaro prefie‑ ren reconocerlo y honrarlo con una cena (12.2). 11.52 reunir a todos los hijos de Dios que estaban disper‑ sos. Tal como las ovejas de 10.16, Jesús atrae hacia sí a todos los hijos de Dios, de todos los pueblos. La idea de que el Cuerpo de Cristo alcanza a toda la comunidad de los que creen en él está aquí presente, en una ampliación de la en‑ señanza de 2.19‑22. 11.55 Faltaba poco para la fiesta de la Pascua. La Pascua fes‑ teja la salida del pueblo judío de Egipto, su liberación de la esclavitud, y el hecho de que ellos se escaparon de la plaga de la muerte que golpeó a los egipcios. Ahora la Pascua será concretizada por Jesucristo, con la liberación eterna de la escla‑ vitud del pecado. Ver: 6.4, nota, p. ##. purificación. Mientras Jesús se preparaba para realizar la nueva alianza con Dios, y así purificar de todos sus pecados a los que creen, Juan sigue contrastando la importancia que los judíos de la antigua alianza le daban a su purificación ritual, con lavados y cambio de ropa, cuyo principal objetivo era evitar el “contagio” por el contacto con los no judíos. O sea, en la antigua alianza el problema está afuera, son los otros; en la nueva alianza el problema está adentro, en el corazón humano, y sólo puede resolverse con la muerte (de Jesús). Las repetidas citas en este Evangelio mues‑ tran la importancia central de esta cuestión (ver: 2.6 y 3.25, notas p. ## y ##) para que veamos la diferencia entre la Ley de Moisés y la verdad y el amor de Jesús (1.17).
Judea y se fue a un lugar cerca del desierto, a un pueblo llamado Efraín. Allí se quedó con sus discípulos. 55 Faltaba poco para la fiesta de la Pascua de los judíos, y mucha gente de los pueblos se dirigía a Jerusalén a celebrar los ritos de purificación antes de la Pascua. 56 Andaban buscando a Jesús, y se preguntaban unos a otros en el templo: —¿Qué les parece? ¿Vendrá a la fiesta o no? 57 Los fariseos y los jefes de los sacerdotes habían dado orden de que, si alguien sabía dónde estaba Jesús, lo dijera, para poder arrestarlo. Una mujer derrama perfume sobre Jesús 1 Seis días antes de la Pascua, Jesús fue a Betania, donde vivía Lázaro, a quien él había resucitado. 2 Allí hicieron una cena en honor de Jesús; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa comiendo con él. 3 María trajo unos trescientos gramos de perfume de nardo puro, muy caro, y perfumó los pies de Jesús; luego se los secó con sus cabellos. Y toda la casa se llenó del aroma del perfume.
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12.1 Seis días antes de la Pascua. Juan pone mucho esmero en situarnos en esta “semana decisiva para la humanidad” (Ver 11.55; 6.4, nota p. ##). 12.2 una cena en honor de Jesús. Una de las mejores cosas de la vida es cuando podemos recibir amigos queridos en nuestra casa como huéspedes, durante algunos días o sólo durante algunas horas. Esos momentos pueden estar llenos de gracia y alegría, como celebración de la vida. Marta y Ma‑ ría invitan amigos y ofrecen una cena a Jesús, manifestando gratitud por la resurrección de su hermano Lázaro, quien los acompaña en la mesa. Esa casa era un lugar que Jesús fre‑ cuentaba buscando recogimiento y descanso. Aún siendo una persona tan especial, él no cayó en excesos como el ac‑ tivismo; se permitió alegrarse con los amigos como en este hecho. Y esta cena es muy especial (vv. 3‑4) 12.2‑3 Marta servía. A diferencia de su primer encuentro (Lc 10.38), ahora Marta estaba en paz con su actividad; no había ninguna tensión en el ambiente, ninguna incomodidad, ni decepción, ni reclamo. Marta sirve al “Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (11.27), sin insistir en que todas hagan como ella. Ya no hay reduccionismos ni doc‑ trinas — hay libertad para demostrar amor. María. Ella también sirve a su modo: nuevamente su lugar es a los pies de Jesús, pero en el último homenaje de quien pasó de la pasividad de la escucha a la actividad amorosa: ungir los pies con el perfu‑ me precioso (tal vez comprado por la muerte de Lázaro). Sin palabras, apenas con perfume, cabellos y lágrimas, anticipan‑ do su consuelo en la hora más difícil, y expresando cariño con su piel. ¿Habrá sido ella quien ungió a Lázaro, aprendiendo a sopesar la muerte, para reconocer ahora al que dona la Vida? O el “solo una cosa es necesaria” (Lc 10.42) fue llevado en su vida a las últimas consecuencias — no importa el precio, importa mostrar la devoción. ¿Qué sucedió entre la primera cena y ésta? El versículo inicial indica la pauta: Betania pasó
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Biología de la resurrección y búsqueda de la muerte “Biología de la resurrección” es una expresión creada para manifestar las transformaciones de vida que se ya se dan en esta dimensión, operadas por el mismo poder que resucitó a Jesús de entre los muertos (Ef 1.19‑20). En nuestra biología tenemos inscripto el doble movimiento de la vida: morir y resucitar, como nos muestra la naturaleza en sus diferentes estaciones. La biología de la resurrección se manifiesta en esta biología por las transformaciones a través de las cuales lo que es mortífero en nosotros — pecado, amargura, venganza, decadencia, enfermedad, agresión, etc. — es modificado y transformado en señales de vida, perdón, fuerza, salud, amor. No solamente en la mente, sino también en el cuerpo, en la carne: la vivencia de fe transforma el latido del corazón, el ritmo de la respiración, las conexiones del cerebro, la cadencia del paso. Todo esto se cambia cuando asumimos la esperanza contenida en la promesa de la resurrección. Pablo escribe que Dios nos amó en Jesucristo cuando todavía éramos pecadores (Ro 5.8). Es decir, Dios revirtió el gesto cruel del pecado en un movimiento de vida, desarmando el impulso negativo y orientándolo hacia la creatividad. De esta manera, retiró el poder de la muerte — que nos hace repetir los gestos de venganza y agresión — y lo elevó al campo de la vida, donde triunfa el amor, la creatividad y la fecundidad. La creencia en la resurrección reorganiza la biología e inscribe en ella la dimensión eterna, posibilitando ya aquí la resurrección del amor y de las relaciones. La dinámica de la cruz‑resurrección conquista la libertad en todos los ámbi‑ tos del ser: el cuerpo y las emociones pueden reaccionar de otra forma a partir del momento en que hacen morir la lógica de la venganza y se entregan a la lógica del perdón. Esta libertad es posible cuando nos damos cuenta de que la amargura deja de ser la consecuencia inescapable del dolor. El perdón nos deja livianos: está bajo el comando de esta nueva biología actuando sobre nuestro cuerpo (nuestra “carne”), la biología de la resurrección. En nuestra vida — y también en el acompañamiento cristiano — se trata de entregarnos al nuevo movimiento de la resurrección en nuestras crisis. Aquel que dice: “Hago nuevas todas las cosas” (Ap 21.5) no estaba ausente cuando la crisis llegó. Cada crisis puede ser superada por el efecto de la biología de la resurrección en nuestra vida. En el acom‑ pañamiento, podemos ayudar a la persona a expresar su dolor y, juntos, llevarla al trono de la gracia, donde obtenemos ayuda (Heb 4.16). Aquí en Jn 12 vemos claramente cómo la certeza de la resurrección, que se fortaleció con Jesús que resucita a Lázaro (11.38‑44), hace que esa familia de amigos, en vez de temer la prisión y la muerte, hayan resuelto ofrecer una cena a Jesús. Estaban tranquilos, aprovechando los últimos momentos con Jesús, no había señal de pánico en su biología.
Búsqueda de la muerte
Del lado opuesto a la biología de la resurrección está la “búsqueda de la muerte” que nos hace acercarnos a lo que es mortífero. Esa búsqueda se refiere a las tendencias mortíferas que pueden instalarse en la persona, no sólo en forma de posesiones y opresiones, sino también como tendencias a provocar el mal para sí mismo y para los demás. La muerte es la expresión final del mal. El Mal es toda fuerza que se opone a la vida, a la creación y a la creatividad; es la fuerza que intenta destruir el mundo y sus criaturas (todo lo que Dios llamó “bueno”). La muerte intenta destruir especialmente a los seres humanos, porque ellos llevan la imagen de Dios. Las tendencias de búsqueda de la muerte son tendencias inconscientes, a veces hasta instaladas en el sistema neu‑ rovegetativo, que impulsan a la persona a repetir lo que le hace mal. Cuando esta se siente angustiada, su cuerpo produce reacciones internas (por ej. síntomas cardíacos, respiratorios, erupciones en la piel) o se pone en situaciones de riesgo (drogas, velocidad, falta de atención, autoagresión o provocación de agresión), como induciendo al ambiente a traumatizarla nuevamente. Es necesario estar atento para señalar y prevenir esa tendencia en donde aparezca, y evaluar si es necesario encami‑ nar a una ayuda especializada (médica o psicológica). En el plano del acompañamiento, es preciso revertir la tendencia mortífera por el recurso a hablar sobre lo que siente, en vez de actuar movido por esos sentimientos. De ahí la impor‑ tancia de ponerse a disposición para que la persona pida ayuda, si la invade la angustia. Si logra pedir ayuda en vez de dejarse llevar por actos destructivos, estaremos en el camino de la restauración. En el plano espiritual, el consejero puede ayudar a la persona a expresar su dolor en la presencia de Cristo, para revertir esa tendencia por el “poder que resucitó a Cristo de entre los muertos”. El poder de la cruz es eficaz sobre toda forma de “amistad con la muerte”. Pero cuidado con las simplificaciones: sabemos que toda sanación fue conquistada por Cristo en la cruz, pero muchas veces es necesario bastante tiempo y una ayuda especializa‑ da; y en este proceso ayuda mucho cuando, en vez de enfocar sólo en lo que falta, aprendemos a identificar los signos de vida nueva que aparecen, a veces aquí, otras veces allí, que ya son manifestaciones de la biología de la resurrección. Que nadie sea considerado culpable de falta de fe por no lograr la “curación total” — eso sólo pondría una carga más sobre la persona que ya está sufriendo. ¡La redención completa nos fue prometida para la eternidad; aquí experimen‑ tamos el comienzo de la biología de la resurrección, el poder que resucitó a Jesús de los muertos — lo que no es poca cosa! “Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en ustedes” (Ro 8.11).
San Juan 12 44 4 Entonces
Judas Iscariote, que era aquel de los discípulos que iba a traicionar a Jesús, dijo: 5 —¿Por qué no se ha vendido este perfume por el equivalente al salario de trescientos días, para ayudar a los pobres? 6 Pero Judas no dijo esto porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa del dinero, robaba de lo que echaban en ella. 7 Jesús le dijo: —Déjala, pues lo estaba guardando para el día de mi entierro. 8 A los pobres siempre los tendrán entre ustedes, pero a mí no siempre me tendrán. Conspiración contra Lázaro 9 Muchos de los judíos se enteraron de que Jesús estaba en Betania, y fueron allá, no sólo para ver a Jesús sino también a Lázaro, a quien Jesús había resucitado. 10 Entonces los jefes de los sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, 11 porque por causa suya muchos judíos se estaban separando de ellos para creer en Jesús.
Jesús entra en Jerusalén (Mt 21.1‑11; Mc 11.1‑11; Lc 19.28‑40) 12 Mucha gente había ido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Al día siguiente, supieron que Jesús iba a llegar a la ciudad. 13 Entonces cortaron hojas de palmera y salieron a recibirlo, gritando: —¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! 14 Jesús encontró un burro y montó en él, como se dice en la Escritura: 15 «No tengas miedo, ciudad de Sión; mira, tu Rey viene montado en un burrito.» 16 Al principio, sus discípulos no entendieron estas cosas; pero después, cuando Jesús fue glorificado, se acordaron de que todo esto que le habían hecho estaba en la Escritura y se refería a él. 17 La gente que estaba con Jesús cuando él llamó a Lázaro de la tumba y lo resucitó, contaba lo que había visto. 18 Por eso, la gente salió
de ser el lugar de Marta y María al lugar donde vivió Láza‑ ro, el resucitado de entre los muertos. La familia pasó por una tremenda experiencia, que modificó sus percepciones, modificó incluso la descripción del lugar. La dimensión de la muerte entró en la vida de la familia. Pero no sólo la de la muerte: también la de la resurrección. Los tres hermanos, a partir de esta experiencia biológica, superan todos los niveles del miedo de “vivir muriendo”, esto es, transformándose. La presencia de Jesús surge de la muerte de todas nuestras segu‑ ridades, inclusive las construcciones sociológicas y religiosas, y crea una comunión donde las lágrimas de alegría y de dolor tocan la piel de los que se aman. Ver el cuadro: “Biología de la resurrección y la búsqueda de la muerte”. 12.4 Entonces Judas Iscariote… dijo. María de Betania expre‑ sa su gratitud y devoción de modo bien femenino al amigo y maestro, derramando todo el precioso bálsamo en los pies de Jesús. Para ella la vida merece celebrarse, algo más allá de cualquier precio. Hizo algo que pareció absurdo y reprocha‑ ble a los ojos de Judas, que tenía un discurso de defensa de los pobres, pero en verdad era ladrón. Ya en aquel tiempo, los pobres eran usados para obtener beneficios propios. Jesús que caminaba con los excluidos y los atendía, al contrario, fue receptivo a este cariñoso gesto que señaló como un embalsa‑ mamiento previo de su cuerpo. En el día de su muerte no ha‑ bría tiempo para hacerlo. Judas se muestra como un personaje siniestro, crítico, malhumorado. Sus palabras contra María de Betania que ungió al Señor, son propias de quien tiene un visión moralista, propias de quien ve siempre el error en los de‑ más, y está convencido de su propia santidad y justicia. Cada uno de nosotros puede descubrir en sí mismo ese “complejo de Judas” que aleja el amor de la espiritualidad. Judas, quien también presenció el milagro de la resurrección de Lázaro, no entiende el gesto de María. Está dividido — éste es uno de los sentidos del término dia‑bólico — y no acepta el significado más elevado de ese momento. Sirve como alerta para mostrar que no todos los que vivencian momentos de revelación los comprenden: nuevamente la fe es el requisito esencial.
12.5 equivalente al salario de trescientos días. Para un jornal de 50 dólares serían 15.000 dólares. 12.6 Judas… robaba. Juan nos revela dos detalles de la administración interna de los discípulos: había una “caja común” para sus necesidades, en la que también se reserva‑ ba un monto especial para los pobres (también queda cla‑ ro en 13.29); y Judas ya estaba corrompido por el amor al dinero hacía mucho tiempo. La traición a Jesús por treinta monedas de plata no fue una debilidad momentánea, sino un paso más en el apego al dinero. Así como en la compa‑ ración del buen pastor y del empleado mercenario (10.13), el apego al dinero es totalmente negativo, estando del lado opuesto al de Jesús. 12.8 A los pobres siempre los tendrán entre ustedes. El objetivo aquí no era enseñar sobre los pobres, sino sobre la muerte cercana de Jesús; incluso así, la frase revela una sabi‑ duría realista de que nuestro mundo, por sus propios medios, nunca eliminará la pobreza, 12.10 decidieron matar también a Lázaro. No es raro que ciertos amigos de Jesús acaben siendo perseguidos y mata‑ dos como lo fue él. Sin embargo, en compensación, ellos tienen el privilegio de vivir en su compañía y de vencer la muerte por la resurrección. 12.11 muchos judíos se estaban separando de ellos para creer en Jesús. Juan Bautista se alegraba en orientar sus se‑ guidores a Jesús (1.35‑37), haciendo la conexión perfecta en‑ tre la antigua y la nueva alianza. En cambio los líderes que buscan reconocimiento para ellos mismos terminan actuando como enemigos de Cristo. Esta desbandada aumentó todavía más con la entrada de Jesús en Jerusalén (v. 19). 12.15 tu Rey viene montado en un burrito. En vez de la marcha militar victoriosa en caballos y carros de guerra, esta profecía de Zac 9.9 muestra hasta qué punto Jesús era dife‑ rente — y su Reino no era de guerra en términos humanos. De hecho, es un victorioso que no inspira miedo, sino paz. 12.18 la gente. La mayoría del pueblo judío quedó encantada por el milagro de la
45 al encuentro de Jesús, porque supieron de la señal milagrosa que había hecho. 19 Pero los fariseos se decían unos a otros: —Ya ven ustedes que así no vamos a conseguir nada. Miren, ¡todo el mundo se va con él!
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Unos griegos buscan a Jesús 20 Entre la gente que había ido a Jerusalén a adorar durante la fiesta, había algunos griegos. 21 Éstos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida, un pueblo de Galilea, y le rogaron: —Señor, queremos ver a Jesús. 22 Felipe fue y se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a contárselo a Jesús. 23 Jesús les dijo entonces: —Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. 24 Les aseguro que si el grano de trigo al caer en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha. 25 El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. 26 Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también el que me sirva. Si alguno me sirve, mi Padre lo honrará.
Jesús anuncia su muerte 27 »¡Siento en este momento una angustia terrible! ¿Y qué voy a decir? ¿Diré: “Padre, líbrame de esta angustia”? ¡Pero precisamente para esto he venido! 28 Padre, glorifica tu nombre. Entonces se oyó una voz del cielo, que decía: «Ya lo he glorificado, y lo voy a glorificar otra vez.» 29 La gente que estaba allí escuchando, decía que había sido un trueno; pero algunos afirmaban: —Un ángel le ha hablado. 30 Jesús les dijo: —No fue por mí por quien se oyó esta voz, sino por ustedes. 31 Éste es el momento en que el mundo va a ser juzgado, y ahora será expulsado el que manda en este mundo. 32 Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo. 33 Con esto daba a entender de qué forma había de morir. 34 La gente le contestó: —Por la ley sabemos que el Mesías vivirá para siempre. ¿Cómo, pues, dices tú que el Hijo del hombre tiene que ser levantado? ¿Quién es ese Hijo del hombre?
12.20 algunos griegos. A pesar de que el dominio militar era romano, el dominio cultural era griego, empezando por la lengua. Una invitación a ser oída por los griegos significaba para Jesús una tentación bastante fuerte, porque ellos estarían reconociendo el valor y la importancia de Jesús, cosa que su propio pueblo judío no reconocía. 12.23 Ha llegado la hora. A lo largo de todo el Evangelio, Juan resalta que todavía no había llegado la hora de Jesús. Ahora, en la preparación para la Pascua, el Cordero de Dios sabe que la hora de morir llegó. va a ser glorificado. La gloria del hijo del hombre e hijo de Dios es su esencia y también su modo de ser y de actuar, su naturaleza. ¿Y cuál es esa natu‑ raleza? Es la disposición de sufrir y morir por creaturas que ni entienden lo que se está haciendo. A diferencia de nosotros los humanos, Dios está dispuesto a entregar su vida para ben‑ decir y salvar a muchos. 12.24 si el grano de trigo al caer en tierra no muere. Jesús resiste a la tentación, y sabe que ya es hora de que él muera — éste es el único camino para poder salvar a las personas de sus pecados (inclusive a los griegos). queda él solo. Sin pasar por la muerte, Jesús no sería condenado, pero su justicia se limitará a él mismo, perdiendo la oportunidad de salvar a la humanidad. 12.25 El que ama su vida. Comienza la enseñanza final a sus discípulos, aquí aún en medio de la muchedumbre. Nue‑ vamente se trata de creer que Dios conduce bien todas las cosas, inclusive si ese camino estuviera llevando al sufrimien‑ to. La vida “del Padre” y la vida “del mundo” quieren cosas opuestas, tal como el amor a Dios y el amor al dinero. Es mejor estar dispuesto a sufrir pérdidas (literalmente, “perder” y “odiar su vida”) en este mundo. 12.26 Si alguno quiere servirme, que me siga. Dicho en la semana de la crucifixión es el equivalente a “tome su cruz”, indicando la disposición a morir.
12.27 ¡Siento en este momento una angustia terrible! El ser humano no fue hecho para sufrir, y su alma reacciona con an‑ gustia y aflicción. Lo “natural” sería pedir y esperar que Dios lo libre, pero Jesús sabe que si él se librara, eso significaría el fin de todos nosotros. Ese amor dispuesto al sacrificio, a pesar de la angustia, revela la naturaleza divina de Jesús (ver: 13.1; 18.11). 12.28 glorifica tu nombre. Un modelo de oración del que sufre que, al igual que en el Padrenuestro, pide que se haga la voluntad de Dios y se vea lo bueno que es Dios. 12.31 será expulsado el que manda en este mundo. A pesar de que del punto de vista humano la prisión y crucifixión de Jesús parezcan una derrota, la verdad es que precisamente en la muerte de un justo en la cruz es cuando Satanás es derrota‑ do y pierde el derecho de mandar en el mundo. Esa autoridad pasará a Jesús (cf. Mt 28.28, “Dios me ha dado toda autori‑ dad en el cielo y en la tierra”). Con el juicio y la condenación a muerte de Jesús es este mundo que en verdad fue juzgado. 12.32 cuando yo sea levantado de la tierra. Clavado en una cruz, entre la tierra y el cielo, Jesús se transformó en el cami‑ no que lleva a las personas a Dios (14.6), el puente para pasar de este mundo condenado a la casa del Padre (14.1‑4). Ver cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”, (Jn 3), p. ##. 12.34 Por la ley sabemos… ¿Cómo, pues, dices tú que…? Nuevamente el pueblo se apega a una comprensión (limi‑ tada) de las Escrituras para no reconocer lo que Dios está haciendo delante de sus propios ojos. La idea de que Dios pueda mandar el sufrimiento no es aceptada por la lógica de este mundo, más aún tratándose del Mesías, del libertador. Hijo del hombre. De la misma forma que “Hijo de Dios” sig‑ nifica ser Dios, “Hijo del Hombre” significa ser hombre. Jesús era y es perfectamente ambos y su pueblo no logra aceptar ninguna de esas naturalezas. Curiosamente, su sumisión a la
San Juan 12 46 35 Jesús les dijo: —Todavía estará entre ustedes la luz, pero solamente por un poco de tiempo. Anden, pues, mientras tienen esta luz, para que no les sorprenda la oscuridad; porque el que anda en oscuridad, no sabe por dónde va. 36 Crean en la luz mientras todavía la tienen, para que pertenezcan a la luz. Después de decir estas cosas, Jesús se fue y se escondió de ellos.
41 Isaías
dijo esto porque había visto la gloria de Jesús, y hablaba de él. 42 Sin embargo, muchos de los judíos creyeron en Jesús, incluso algunos de los más importantes. Pero no lo decían en público por miedo a los fariseos, para que no los expulsaran de las sinagogas. 43 Preferían la gloria que dan los hombres a la gloria que da Dios.
Por qué los judíos no creían en Jesús 37 A pesar de que Jesús había hecho tan grandes señales milagrosas delante de ellos, no creían en él; 38 pues tenía que cumplirse lo que escribió el profeta Isaías: «Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje? ¿A quién ha revelado el Señor su poder?» 39 Así que no podían creer, pues también escribió Isaías: 40 «Dios les ha cerrado los ojos y ha entorpecido su mente, para que no puedan ver ni puedan entender; para que no se vuelvan a mí, y yo no los sane.»
Las palabras de Jesús juzgarán a la gente 44 Jesús dijo con voz fuerte: «El que cree en mí, no cree solamente en mí, sino también en el Padre, que me ha enviado. 45 Y el que me ve a mí, ve también al que me ha enviado. 46 Yo, que soy la luz, he venido al mundo para que los que creen en mí no se queden en la oscuridad. 47 Pero a aquel que oye mis palabras y no las obedece, no soy yo quien lo condena; porque yo no vine para condenar al mundo, sino para salvarlo. 48 El que me desprecia y no hace caso de mis palabras, ya tiene quien lo condene: las palabras que yo he dicho lo condenarán en el día último. 49 Porque yo no hablo por mi cuenta; el Padre, que me ha enviado, me ha ordenado lo que debo decir y enseñar. 50 Y sé que el mandato de mi Padre es para vida eterna. Así pues,
muerte humana revela su naturaleza divina, sin nuestro peca‑ do (vv. 23‑24). El titulo “Hijo del Hombre” ya había sido atri‑ buido al profeta Ezequiel que, igual que Jesús, había asumido la misión de vivir y predicar humanamente entre el pueblo de Dios esclavizado en el exilio por castigo divino, para conver‑ tirlos de nuevo al Señor. Y el título también aparece en una visión del profeta Daniel (7.13‑14), identificando el futuro y eterno Rey de todo el universo. 12.36 Crean en la luz. Se destaca la sinceridad del deseo de Jesús de que las personas crean en él y sean salvas. Esa opor‑ tunidad permanece “aún un poco más” — en ese momento, hasta su muerte; ahora hasta su vuelta (14.3). Jesús se fue. Aún sabiendo que sería rechazado, Jesús ciertamente sintió la decepción y la tristeza por la incomprensión e incredulidad del pueblo. 12.38 profeta Isaías. La cita de Is 53.1 es parte de la profecía del Siervo Sufriente, que revela de forma hermosa cómo el Mesías cargaría las enfermedades y los pecados de la huma‑ nidad, a pesar de la incredulidad de ella (Is 52.13—53.12). 12.40 Dios les ha cerrado los ojos. Nuevamente una cita de Isaías, ahora de 6.10, relacionada con el llamado y el envío de aquel gran profeta. Igual que Isaías, Jesús también fue en‑ viado para anunciar la maravillosa salvación que Dios ofrecía a su pueblo, pero ya fue avisado que el pueblo rebelde no aceptaría su mensaje. Es Dios, y no el ser humano, quien tiene el control de la historia. Podríamos preguntar: ¿por qué Jesús vino a predicar y ofrecer la salvación si sabía que iba a ser rechazado? ¿Por qué insistir en predicar? La respuesta es “por amor a nosotros” (13.1). A través de la minoría que creyó en él, esa gran salvación continúa disponible hasta ahora, y muchos la han aceptado, especialmente fuera de su pueblo. ¡Nuevamente la sabiduría de Dios esté mucho más allá de nuestro alcance! no puedan ver ni puedan entender. Recuer‑
da la salida de Egipto, cuando el corazón del Faraón estaba endurecido. No ver con los ojos y no percibir con el corazón puede indicar las resistencias que psicológicamente nos im‑ piden ver y evaluar nuestros defectos, nuestro lado oscuro. El camino de la curación pasa por mirar nuestros “pecados”. los sane. Jesús es el cordero que da vida por su muerte, y el herido que trae la curación de nuestras enfermedades. Como metáfora de la curación por las debilidades podemos citar la leyenda griega de Escolapio: el profesor Quirón, un cen‑ tauro que enseñaba medicina, era famoso por su sabiduría y conocimiento del arte de curar. Quirón es una de las figuras más contradictorias de la mitología griega, porque a pesar de ser un dios sufre una herida incurable. Accidentalmente alcanzado por una flecha envenenada, se transformó en un gran médico que sabía comprender a sus pacientes por ser él mismo un médico herido. 12.41 Isaías había visto la gloria de Jesús. Ambas profecías de Isaías se referían a Jesucristo. 12.42 muchos de los judíos creyeron… Pero no lo decían. El miedo de sufrir pérdidas en esta vida es un obstáculo para ga‑ nar la verdadera vida, como ya lo había enseñado Jesús (v. 25). 12.44‑50 Jesús dijo con voz fuerte. Las últimas palabras de Jesús dirigidas al pueblo exponen las tres actitudes posibles en relación a la salvación traída por él, considerando que él dice exactamente lo que Dios le mandó decir (v. 50): 1) po‑ demos creer en Jesús, y así caminamos en la luz de Dios y re‑ cibimos la vida eterna (vv. 44‑46); 2) podemos oír su mensaje pero no hacer nada al respecto, y así “dejamos para después” el encuentro salvador con Jesús — él deja claro que ahora la prioridad absoluta es para los que quieren ser salvos (v. 47). 3) podemos rechazarlo, juntamente con su mensaje, y eso significará condenación en el día del juicio final (v. 48). Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en Jesús”, (Jn 3) p. ##.
47 lo que yo digo, lo digo como el Padre me ha ordenado.»
San Juan 12 — 13
Jesús lava los pies de sus discípulos 1 Era antes de la fiesta de la Pascua, y Jesús sabía que había llegado la hora de que él dejara este mundo para ir a reunirse con el Padre. Él siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, y así los amó hasta el fin. 2-4 El diablo ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la idea de traicionar a Jesús. Jesús sabía que había venido de Dios, que iba a volver a Dios y que el Padre le había dado toda autoridad; así que, mientras estaban cenando, se levantó de la mesa, se quitó la capa y se ató una toalla a la cintura. 5 Luego echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura. 6 Cuando iba a lavarle los pies a Simón Pedro, éste le dijo: —Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí? 7 Jesús le contestó:
—Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero después lo entenderás. 8 Pedro le dijo: —¡Jamás permitiré que me laves los pies! Respondió Jesús: —Si no te los lavo, no podrás ser de los míos. 9 Simón Pedro le dijo: —¡Entonces, Señor, no me laves solamente los pies, sino también las manos y la cabeza! 10 Pero Jesús le contestó: —El que está recién bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está todo limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos. 11 Dijo: «No están limpios todos», porque sabía quién lo iba a traicionar. 12 Después de lavarles los pies, Jesús volvió a ponerse la capa, se sentó otra vez a la mesa y les dijo: —¿Entienden ustedes lo que les he hecho? 13 Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. 14 Pues si yo, el Maestro y Señor, les he lavado a ustedes los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. 15 Yo les he dado un ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo que yo les he hecho. 16 Les aseguro que ningún servidor es más que su señor, y que ningún enviado es más que el que lo envía. 17 Si entienden estas cosas y las ponen en práctica, serán dichosos.
13.1 Era antes de. Estamos a 24 horas del inicio tradicional de la cena de la Pascua, la noche del “Jueves santo”. Las palabras para el pueblo ya terminaron y ahora Juan va a explicar la intensa preparación que Jesús hace con sus discípulos para la hora de su muerte. la fiesta de la Pascua. Esta Pascua es absolutamente única y especial. Jesús ya sabe que él será el Cordero que con su sangre va a salvar de la muerte al pueblo de Dios, exactamente en el acontecimiento y en el significado de la Pascua (ver 6.4, nota). que él dejara este mundo para ir a reunirse con el Padre. Esas dos esferas de existencia forman algo semejante a dos universos paralelos. Jesús está comple‑ tando su misión de rescate en este mundo condenado, y llega la hora de volver al Padre del Cielo. los amó hasta el fin. Esta es la respuesta para preguntas como: “¿Por qué Jesús tuvo que morir?” o “¿Por qué él no evitó la cruz?” Jesús no muere por causa de planes o estrategias, sino por amor a las perso‑ nas, como Pedro, Juan, María; Jesús muere por nuestra causa, porque nos ama y quiso salvarnos. 13.3 Jesús sabía. Juan no deja ninguna duda de que Jesús no era víctima de las circunstancias. El tenía conciencia de todo lo que estaba sucediendo y de lo que todavía debía suceder (también vv. 1.7,11,20). 13.4 una toalla a la cintura. En los capítulos doce y trece se verifica una interesante secuencia y semejanza de actitudes de María de Betania y Jesús. Primero, María unge los pies de Jesús; después Jesús lava los pies de los discípulos. ¿La ami‑ ga de Jesús lo habrá inspirado con su gesto? Ambos simple‑ mente hicieron el bien de forma no convencional. Jesús aún sabiendo que había recibido del Padre todo el poder (v. 3),
realizó un servicio de siervo que asustó a Pedro. ¿Tenemos esta misma disposición para con los demás o nos creemos importantes y evitamos el trabajo considerado inferior? 13.5 lavar los pies. Lavar los pies del otro es estar inclinado delante de él, es colocarse en una posición de estar sirviendo, hacer del otro alguien importante. Quien logra inclinarse ver‑ daderamente delante del otro, ciertamente no vive a partir de su espíritu, sino que está lleno del Espíritu de Dios, pues sabe cuál es su función, sabe que el que sirve es mucho mayor que el que es servido. Lavar los pies del otro es dejarlo limpio, es hacer posible que pise en lugares sagrados, es invitarlo a ser parte de su familia. Poder estar en el lugar de quien es digno de tener los pies lavados ciertamente nos llenará de un profundo sentimiento de humildad y simplicidad, llevándo‑ nos a inclinarnos delante del que nos lava. Permitir que otro se incline delante de mí para lavarme los pies es aceptar mi condición de tener necesidad de ser lavado, es percibir que necesito al verdadero maestro y su misericordia. 13.7 después lo entenderás. Muchas cosas que Dios hace no se entienden en ese momento. Siempre se nos recuerda e invita a confiar en que Jesús sabe lo que está haciendo. 13.11 “No están limpios todos”. Estaba llegando la hora de exponer al grupo la existencia del traidor. Sabiendo de quien se trataba, Jesús no dejó de acusar el hecho, pero también le lavó los pies, otro ejemplo práctico de cómo decir la verdad y actuar con amor para con la persona (1.17). 13.13 tienen razón, porque lo soy. Entre amigos y ya próxi‑ mo a despedirse, Jesús no tiene problema en asumir abierta‑ mente la verdad sobre sí mismo y su señorío.
II. JESÚS REGRESA AL PADRE. PASIÓN DE JESÚS (13—21) 1. Cena de despedida con los discípulos (13.1—17.26)
13
San Juan 13 48 18 »No estoy hablando de todos ustedes; yo sé quiénes son los que he escogido. Pero tiene que cumplirse lo que dice la Escritura: “El que come conmigo, se ha vuelto contra mí.” 19 Les digo esto de antemano para que, cuando suceda, ustedes crean que Yo Soy. 20 Les aseguro que el que recibe al que yo envío, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. Jesús anuncia que Judas lo traicionará (Mt 26.20‑25; Mc 14.17‑21; Lc 22.21‑23) 21 Después de decir esto, Jesús se sintió profundamente conmovido, y añadió con toda claridad: —Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar. 22 Los discípulos comenzaron entonces a mirarse unos a otros, sin saber de quién estaba hablando. 23 Uno de ellos, a quién Jesús quería mucho, estaba junto a él, mientras cenaban, 24 y Simón Pedro le dijo por señas que le preguntara de quién estaba hablando. 25 Él, acercándose más a Jesús, le preguntó: —Señor, ¿quién es? 26 Jesús le contestó: —Voy a mojar un pedazo de pan, y a quien se lo dé, ése es. 13.17 serán dichosos. Un secreto de la felicidad está en no ponerse nunca en una posición más importante que la del Señor Jesús. 13.18 No estoy hablando de todos ustedes. Había un discí‑ pulo que no iba a ser feliz y que se consideraría más impor‑ tante que su señor. 13.19 ustedes crean que Yo Soy. Esa expresión equivale al nombre de Dios en el Antiguo Testamento. El hecho de que el traidor fuera un compañero, un discípulo elegido por el mis‑ mo Señor, podría hacer que los discípulos pensasen que Jesús estaba engañado o había elegido mal a sus colaboradores. Pero Jesús es el Eterno Dios, uno con el Padre Todopoderoso, y estaba cumpliendo las profecías cuando eligió y cuando mantuvo consigo un “amigo” que acabaría por traicionarlo. 13.20 el que recibe… me recibe a mí. Al mismo tiempo que enseña la humildad, Jesús demuestra confianza en sus discí‑ pulos, al punto de identificase con ellos, de la misma forma como el Padre lo hace con él. 13.21 se sintió profundamente conmovido. Saber que uno de los que está sentado a la misma mesa conmigo, comiendo del mismo pan, se levantará de allí y dirá al enemigo dónde puedo ser encontrado para que me entreguen como a un criminal, aflige el corazón, entristece el alma y perturba el espíritu. Sentir la angustia de que queda poco para estar con los que amo, y que llega el tiempo de que la gran misión lle‑ gue a término; ver delante de mí todo el escenario de dolor, aflicción y sufrimiento y dejar que se cumpla tal hecho sin im‑ pedirlo, aún teniendo el poder de hacerlo… Para nosotros de espíritu humano, es prácticamente imposible entender que seamos merecedores de una gracia tan grande, de un sacri‑
En seguida mojó un pedazo de pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. 27 Y tan pronto como Judas recibió el pan, Satanás entró en su corazón. Jesús le dijo: —Lo que vas a hacer, hazlo pronto. 28 Pero ninguno de los que estaban cenando a la mesa entendió por qué le decía eso. 29 Como Judas era el encargado de la bolsa del dinero, algunos pensaron que Jesús le quería decir que comprara algo para la fiesta, o que diera algo a los pobres. 30 Una vez que Judas hubo recibido el pan, salió. Ya era de noche. El nuevo mandamiento 31 Después que Judas hubo salido, Jesús dijo: —Ahora se muestra la gloria del Hijo del hombre, y la gloria de Dios se muestra en él. 32 Y si el Hijo del hombre muestra la gloria de Dios, también Dios mostrará la gloria de él; y lo hará pronto. 33 Hijitos míos, ya no estaré con ustedes mucho tiempo. Ustedes me buscarán, pero lo mismo que les dije a los judíos les digo ahora a ustedes: No podrán ir a donde yo voy. 34 Les doy este mandamiento nuevo: Que se amen los unos a los otros. Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros. 35 Si se aman los unos a los otros, todo ficio así por parte de Jesús. Estamos acostumbrados a hacer intercambios, damos para recibir. Aquí Jesús sabía sobre su traidor, el momento y las consecuencias de esa traición, pero no se echó atrás a pesar de su aflicción y a pesar de nuestra poca fidelidad. 13.22 sin saber de quién. A pesar de que Jesús supiese clara‑ mente sobre la traición y el traidor, eso no era evidente en la convivencia diaria de los discípulos. Los discípulos quedaron perplejos con la revelación; ni Pedro ni Juan desconfiaban en Judas. 13.27 Satanás entró en su corazón. Hasta aquí aunque Judas no estuviera “limpio” (v. 10), estaba bajo la protección de Jesús. Además de eso, el Espíritu Santo todavía no habitaba permanentemente en el corazón de los creyentes. Cuando Jesús delata al traidor, de cierta manera lo libera para servir a Satanás, pero aunque Satanás ya había entrado en él, es toda‑ vía Jesús quien le da las órdenes (“hazlo pronto”). 13.28 ninguno… entendió. Jesús no expone a Judas delante de todo el grupo. Había cosas más importantes para enseñar a los discípulos que quedarse focalizado en el traidor. 13.31‑32 la gloria. Lo que sigue con la prisión y la crucifixión no es motivo de vergüenza, sino que muestran la belleza del amor de Dios. 13.33 Hijitos. Jesús muestra un cuidado paterno en relación a sus discípulos, tal como un padre que va a ausentarse por un viaje. Y él sabe que sus discípulos no podrían soportar los sufrimientos y la muerte por los que él iba a pasar. 13.34 mandamiento nuevo. Ahora vendrá una situación to‑ talmente nueva: Jesús ya no estará físicamente presente. En cierta manera hay una “sustitución” del cuerpo del Señor por
49 el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos. Jesús anuncia que Pedro lo negará (Mt 26.31‑35; Mc 14.27‑31; Lc 22.31‑34) 36 Simón Pedro le preguntó a Jesús: —Señor, ¿a dónde vas? —A donde yo voy —le contestó Jesús—, no puedes seguirme ahora; pero me seguirás después. 37 Pedro le dijo: —Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? ¡Estoy dispuesto a dar mi vida por ti! 38 Jesús le respondió: —¿De veras estás dispuesto a dar tu vida por mí? Pues te aseguro que antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Jesús, el camino al Padre se angustien ustedes. Crean en Dios y crean también en mí. 2 En la casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir; si no fuera así, yo no les hubiera dicho que voy a prepararles un lugar. 3 Y después de irme y de prepararles un lugar, vendré otra vez para llevarlos conmigo, para que ustedes estén en el mismo lugar en donde yo voy a estar. 4 Ustedes saben el camino que lleva a donde yo voy.» 5 Tomás le dijo a Jesús: —Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?
14
1 «No
el conjunto de hermanos y hermanas, el “Cuerpo de Cristo” — ahora es a ellos a quienes debemos dedicar todo nuestro amor. El amor que Jesús demostró durante el tiempo en que convivió con ellos nos sirve de modelo. 13.35 el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos. El amor entre los seguidores de Jesús hace que Jesús mismo sea recordado. 13.36 me seguirás después. Con actitud paternal, Jesús con‑ suela a Pedro como un padre a su hijito: “Ahora no, pero cuando tú crezcas vas a lograrlo”. 13.37 ¡Estoy dispuesto a dar mi vida por ti! Como niños nos creemos fuertes y llenos de coraje y prometemos que lo con‑ fesaremos en cualquier situación, sin embargo Jesús sabe que lo negaremos siempre que nos convenga. Y es inmediatamen‑ te después de decir esa verdad a Pedro que Jesús agrega: “no se angustien ustedes” (14.1). Esa ausencia temporal de Jesús, y especialmente la revelación de la incapacidad de los discípulos de acompañarlo en el sufrimiento y la muerte pro‑ vocarán mucha pena y aflicción en sus corazones. 14.1 No se angustien ustedes. Crean… En su infinito amor por nosotros, Jesús nos enseña a no afligirnos: “Crean en Dios y en mí, estoy yendo a preparar un lugar para los que me aman”. La invitación es personal e individual, y el deseo de Jesús es que todas las personas lo comprendan y lo puedan aceptar, aunque pregunten: “¿cómo vamos a saber el cami‑ no?” (v. 5). Jesús nos explica que él es el camino, la verdad y
San Juan 13 — 14 6 Jesús
le contestó: —Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre. 7 Si ustedes me conocen a mí, también conocerán a mi Padre; y ya lo conocen desde ahora, pues lo han estado viendo. 8 Felipe le dijo entonces: —Señor, déjanos ver al Padre, y con eso nos basta. 9 Jesús le contestó: —Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿por qué me pides que les deje ver al Padre? 10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las cosas que les digo, no las digo por mi propia cuenta. El Padre, que vive en mí, es el que hace sus propias obras. 11 Créanme que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no, crean al menos por las obras mismas. 12 Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago; y hará otras todavía más grandes, porque yo voy a donde está el Padre. 13 Y todo lo que ustedes pidan en mi nombre, yo lo haré, para que por el Hijo se muestre la gloria del Padre. 14 Yo haré cualquier cosa que en mi nombre ustedes me pidan. Jesús promete enviar el Espíritu Santo 15 »Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. 16-17 Y yo le pediré al Padre que les la vida, y que vamos hacia la casa de su Padre y moraremos juntos si en nuestro corazón podemos creer en esta verdad. ¡Cuánta gracia y misericordia es tener alguien que va delante de nosotros a preparar nuestro lugar! 14.6 Yo soy el camino, la verdad y la vida. El pasaje del mun‑ do al Padre (16.28) no es un viaje común, pues son dos di‑ mensiones muy diferentes. A pesar de que Dios habló por los profetas y de muchas maneras, solamente con Jesús se reveló completamente, y solamente con la muerte de Jesús en la cruz se abrió el acceso al Dios Santo para todos los pecadores que creen en Jesús, la verdad que vino a morar entre nosotros con su amor. Como lo había prometido, esa fe en Jesús se convierte en fuente de vida eterna, inagotable. 14.10 el Padre está en mí. Esta no es una predicación públi‑ ca, sino una preciosa enseñanza para sus queridos discípulos. Dios está en Jesús y Jesús es Dios. Tanto las palabras como los milagros demuestran eso claramente. Y la fe en Jesús nos transforma al punto de que podamos hacer milagros y tambi‑ én podamos tener su actitud frente a la vida y a las personas. 14.13 Y todo lo que ustedes pidan en mi nombre. La iden‑ tificación de Jesús con sus discípulos es de ida y vuelta. Ellos van a imitarlo, y Jesús va a atender sus pedidos realizados en esa unión. 14.15 Si ustedes me aman. El que ama automáticamente es‑ tará obedeciendo al Señor por placer y no por deber. Por eso el mandamiento que Jesús había dado era exactamente
San Juan 14 50 mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. 18 »No los voy a dejar huérfanos; volveré para estar con ustedes. 19 Dentro de poco, los que son del mundo ya no me verán; pero ustedes me verán, y vivirán porque yo vivo. 20 En aquel día, ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes están en mí, y yo en ustedes. 21 El que recibe mis mandamientos y los obedece, demuestra que de veras me ama. Y mi Padre amará al que me ama, y yo también lo amaré y me mostraré a él. 22 Judas (no el Iscariote) le preguntó: —Señor, ¿por qué vas a mostrarte a nosotros y no a la gente del mundo? 23 Jesús le contestó: —El que me ama, hace caso de mi palabra; y
mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a vivir con él. 24 El que no me ama, no hace caso de mis palabras. Las palabras que ustedes están escuchando no son mías, sino del Padre, que me ha enviado. 25 »Les estoy diciendo todo esto mientras estoy con ustedes; 26 pero el Defensor, el Espíritu Santo que el Padre va a enviar en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho. 27 »Les dejo la paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan los que son del mundo. No se angustien ni tengan miedo. 28 Ya me oyeron decir que me voy y que vendré para estar otra vez con ustedes. Si de veras me amaran, se habrían alegrado al saber que voy al Padre, porque él es más que yo. 29 Les digo esto de antemano para que, cuando suceda, entonces crean. 30 »Ya no hablaré mucho con ustedes, porque viene el que manda en este mundo. Aunque no tiene ningún poder sobre mí, 31 así tiene que
el amor de unos por los otros (13.34). De frases como ésta, Agustín dedujo: “ama a Dios y haz lo que quieras”. 14.18 No los voy a dejar huérfanos. Jesús continúa con su amor paternal y nos dice que no nos va a dejar solos mien‑ tras esté cuidando de todos los detalles de nuestra morada, porque él sabe que difícilmente lograríamos discernir entre la verdad y la no verdad. Por eso nos dejó el Espíritu divino, que guiará a quien crea en Dios Padre y en Jesucristo como hijo de Dios. Y el que ame al Padre hará las cosas que el Padre hace. La invitación está hecha, sabemos que hay mucho lugar y también sabemos el camino a seguir para llegar hasta allí: basta la decisión de creer en Jesús. 14.19 los que son del mundo ya no me verán; pero ustedes me verán. Como Jesús sale del mundo y va al universo del Padre (16.28), así los que no creyeron en él no lo verán más después de la resurrección. Pero los que creyeron en él lo ve‑ rían varias veces, hasta la ascensión a los cielos (1Co 15.3‑7), como prueba de que los seguidores de Jesús dejaron de ser “del mundo” y, unidos a él, pasaron a ser “del Padre” (v. 20; 17.9). Después de la ascensión, la presencia de Jesús fue sus‑ tituida por la presencia del Espíritu Santo en el corazón de cada creyente en Jesús (vv. 16‑17). 14.22, ¿por qué vas a mostrarte…? Esa verdad de mostrarse sólo a algunos era realmente difícil de imaginar. 14.23 El que me ama. Esa es la única clave de la cuestión: desde 13.1, donde se dice que Jesús siempre amó a los suyos, y los amó hasta el fin, queda claro que la fe en Jesús produce una intensa relación de amor, y ésa es la puerta de entrada al universo del Padre. Sin ese amor no hay manera de se‑ guir la enseñanza de Jesús, pues no se trata de un temeroso obedecer leyes, sino de “verdad y amor” (1.17), o “Espíritu y verdad” (4.23), y sin la libertad del amor eso no es posible. En el lenguaje paulino, el equivalente sería: “los que están en la carne (la naturaleza humana) no pueden agradar a Dios” (Ro 8.8). 14.27 Les dejo la paz. Jesús está yéndose de este mundo, y sabe que sus discípulos no soportarían continuar sin él. Ade‑ más de enviar el Espíritu Santo, él los deja en una situación
de verdadera paz a través de lo que hizo. como la dan los que son del mundo. ¿Cómo hace el mundo para intentar dar paz? Intentando ofrecer un pago material por pérdidas y ac‑ cidentes (seguros), intentando ofrecer servicios de atención a la salud para las enfermedades que surjan, equipamiento y vigilancia contra robos, todo a cambio de mucho dinero. En suma, nuestra sociedad (el mundo) no está en condiciones de garantizar nada, mucho menos de eliminar el miedo. Jesús, sin embargo, introduce a sus seguidores en la familia del Dios Todopoderoso, los acompaña personalmente por medio del Espíritu Santo durante todos los días de su vida y, aún en me‑ dio de las aflicciones y hasta a través de la muerte, puede asegurar que todo está y va a terminar bien, como el buen Padre del Cielo quiere (ver 16.16‑33, notas). 14.28 Si de veras me amaran. Jesús estaba asentando las ba‑ ses para esa relación de amor. Hasta entonces, el verdadero amor estaba en Jesús mismo; y llegará también al corazón de los discípulos después de la muerte y resurrección del Mesí‑ as y del recibimiento del Espíritu Santo. Hernández comenta que hasta aquí los discípulos no lograban ver que, por causa de Jesús, la muerte llegaba muerta y la vida triunfaba. Su fe aún era limitada, y debían crecer en el amor (tal vez María de Betania había entendido eso antes, cf. 12.3). 14.29 para que, cuando suceda, entonces crean. Aún des‑ pués de tres años intensivos con Jesús, la fe aún puede crecer mucho. Como lección para nosotros: ¿Cuál es nuestra actitud cuando nos suceden cosas difíciles? La invitación de Jesús es que creamos en la orientación amorosa del Padre y así continuemos en paz. 14.30 el que manda en este mundo. Satanás, que actuaba en la traición de Judas, tiene su autoridad limitada a los pecado‑ res de ese mundo. En el universo del Padre, él no tiene nin‑ guna autoridad, y por amor a nosotros, Dios quiso que Jesús se sometiera al castigo por el pecado humano, para poder rescatar a las personas que creyeran en él. 14.31 hago lo que él me ha mandado. Queda bien claro que es Dios, y no Satanás, el que tiene el poder supremo. 15.1 la vid verdadera. Los judíos, así como los discípulos,
51 ser, para que el mundo sepa que yo amo al Padre y que hago lo que él me ha mandado. »Levántense. Vámonos de aquí. La vid verdadera 1 »Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el que la cultiva. 2 Si una de mis ramas no da uvas, la corta; pero si da uvas, la poda y la limpia, para que dé más. 3 Ustedes ya están limpios por las palabras que les he dicho. 4 Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes. Una rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera, ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. 5 »Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada. 6 El que no permanece unido a mí, será echado fuera y se secará como las ramas que se recogen y se queman en el fuego. 7 »Si ustedes permanecen unidos a mí, y si permanecen fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará. 8 En esto se muestra la gloria de mi Padre, en que den mucho fruto y lleguen así a ser verdaderos discípulos míos. 9 Yo los amo a ustedes como el Padre me ama
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sabían que la imagen de la vid en la Biblia representaba al pueblo de Israel, el pueblo de Dios (por ejemplo, Sal 80.816; Is 5.1‑7); según el Dr. Shedd, esa figura siempre tuvo un as‑ pecto negativo en el Antiguo Testamento; estando en mal estado, Dios se lamenta porque su viña no responde a su cuidado con buenos frutos. Hablando de “verdadera”, Jesús quiere decir que él es quien encarna esa acción de Dios y ahora, a través de sus seguidores, Dios finalmente tendría un pueblo que correspondería a su buen cuidado de labrador, y los frutos aparecerían. 15.2 la corta… la poda. La unión con Jesús por la fe debe au‑ tomáticamente mostrarse en la vida del discípulo, producien‑ do cambios visibles. El objetivo de la vid es producir uvas, y Dios se ocupará de cuidarla para que esto suceda. Él es quien cuida de la vida del “pueblo de Jesús”, y es su enseñanza la que nos limpia para producir frutos. Fíjate que no se trata de una amenaza que quiere asustar, sino que, después de garan‑ tizar la paz (14.27), es una explicación de cómo es dirigida la vida del conjunto de los seguidores de Cristo. Tanto es así que Jesús asegura: “ustedes ya están limpios” (v. 3). 15.4 Sigan unidos a mí. Ese es el llamado central de la com‑ paración de la vid. Como Pedro ya había respondido cuando le preguntaron si los discípulos también querían abandonar a Jesús: “Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna” (6.68), Jesús está preparando a los discípulos para momentos difíciles, y la enseñanza principal es: “Conti‑ núen unidos a mí. De las podas y limpiezas necesarias, Dios se encarga. Continúen conmigo, pues sólo así ustedes podrán producir uvas”. 15.6 El que no permanece… se secará. Lamentablemente muchos conocen ejemplos de seguidores que dejaron de de‑ pender de Jesús y acabaron “no pudiendo hacer nada” (v. 5).
San Juan 14 — 15
a mí; permanezcan, pues, en el amor que les tengo. 10 Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. 11 »Les hablo así para que se alegren conmigo y su alegría sea completa. 12 Mi mandamiento es este: Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes. 13 El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos. 14 Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. 15 Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho. 16 Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. 17 Esto, pues, es lo que les mando: Que se amen unos a otros. El mundo odia a Jesús y a los suyos 18 »Si el mundo los odia a ustedes, sepan que a mí me odió primero. 19 Si ustedes fueran del mundo, la gente del mundo los amaría, como 15.7 si permanecen fieles a mis enseñanzas. Mira la impor‑ tancia fundamental de las enseñanzas de Jesús, del papel de “limpieza” que tiene la Biblia. 15.8 se muestra la gloria de mi Padre. La finalidad de nuestra vida como pueblo de Dios en este mundo, es revelar la belle‑ za del amor de Dios. 15.9 en el amor que les tengo. El amor cristiano comienza entre Dios Padre y el Hijo, y por Jesús llega a nosotros, en una especie de transmisión de vida divina. 15.10 mandamientos… amor. La obediencia y el amor a Jesús se combinan y se identifican. Y esa obediencia amorosa al Salvador está marcada por la alegría (en la antigua alianza era por el temor), una alegría que no le hace falta nada más. 15.12 amen… como yo los he amado. El tema central de Juan es el amor; el mismo amor que viene de Dios debe ser extendido entre los que siguen a Cristo. El lenguaje de Juan nos remite a los afectos y no a largas explicaciones o prescrip‑ ciones rituales. 15.13‑15 mis amigos. La unión entre Jesús y los que creen en él produce una vida amorosa y obediente, pero con la alegría de amigos y no con la dedicación de siervos o empleados a sus señores. El gran amor de Jesús para con sus seguidores, al punto de dar la vida por ellos, hace que no haya más se‑ cretos, y se establece una alegre relación de confianza. Hay una enseñanza parecida en los escritos del apóstol Pablo: la diferencia entre hijos y siervos (Ro 8.14‑16). 15.16 yo los he escogido. Los méritos son todos de Jesús, y él es quien garantiza nuestra seguridad y nuestra paz. todo lo que le pidan. En este espíritu de amor, obediencia, alegría y amistad con Cristo, los pedidos que se identifican con Jesús son naturalmente todos atendidos por el Padre. 15.17 Esto, pues, es lo que les mando. Jesús continúa siendo
San Juan 15 — 16 52 ama a los suyos. Pero yo los escogí a ustedes entre los que son del mundo, y por eso el mundo los odia, porque ya no son del mundo. 20 Acuérdense de esto que les dije: “Ningún servidor es más que su señor.” Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; y si han hecho caso de mi palabra, también harán caso de la de ustedes. 21 Todo esto van a hacerles por mi causa, porque no conocen al que me envió. 22 »Ellos no tendrían ninguna culpa, si yo no hubiera venido a hablarles. Pero ahora no tienen disculpa por su pecado; 23 pues los que me odian a mí, odian también a mi Padre. 24 No tendrían ninguna culpa, si yo no hubiera hecho entre ellos cosas que ningún otro ha hecho; pero ya han visto estas cosas y, a pesar de ello, me odian a mí y odian también a mi Padre. 25 Pero esto sucede porque tienen que cumplirse las palabras que están escritas en la ley de ellos: “Me odiaron sin motivo.” 26 »Pero cuando venga el Defensor que yo voy a enviar de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él será mi testigo. 27 Y ustedes también serán mis testigos, porque han estado conmigo desde el principio. el Señor, al mismo tiempo que el amigo y hermano. Para sim‑ plificar y resumir, y no dejar brecha para que introduzcamos varias reglas y principios, durante su ausencia física, él reduce todo a que dirijamos nuestro amor a todos los seguidores y seguidoras de Jesús: en eso consiste la vida en el “universo del Padre” (13.1). 15.18‑20 el mundo los odia. El otro lado de la moneda es que, al unirnos e identificarnos con Cristo, sufriremos el mis‑ mo tipo de rechazo y persecución que él sufrió (y también el mismo tipo de aceptación que él tuvo). 15.25 en la ley de ellos. Jesús marca la diferencia entre su nueva alianza y la antigua, con la cual los judíos se apegaban a la Biblia. Pero sabiendo que los que lo persiguen no van a entrar en esa nueva relación basada en su amor y amistad, Jesús muestra que ellos sin saberlo, están cumpliendo una profecía mesiánica de su antepasado David (Sal 35.19; 69.4). 15.26 el Defensor. El “Paráclito” que reconforta. Este término, que es usado solamente por Juan en el Nuevo Testamento, será empleado después del siglo IV para designar al que ayuda en el tribunal, colocándose al lado del necesitado. En latín cor‑ responde al término advocatus. Aquí sirve como ayuda de lo alto en los momentos de persecución. Sin el Espíritu Santo, los seguidores de Jesús abandonarían su fe por causa de la fuerte persecución (16.1‑2). 16.2 creerá que así presta un servicio a Dios. Jesús conocía bien el odio fundamentalista que mata “en nombre de Dios”, del cual él mismo fue víctima. En verdad quien conoce a Dios no hace esas cosas (v. 3). 16.4 porque yo estaba con ustedes. Aquí tenemos preciosas instrucciones para la vida cristiana tal como es hoy, guiada por el Espíritu de Dios y no por Jesús físicamente presente. Según el mismo Señor “es mejor para nosotros” que sea así (v. 7). La presencia del Espíritu en los corazones humanos
»Les digo estas cosas para que no pier16 dan su fe en mí. Los expulsarán de las sinagogas, y aun llegará el momento en que 1
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cualquiera que los mate creerá que así presta un servicio a Dios. 3 Esto lo harán porque no nos han conocido, ni al Padre ni a mí. 4 Les digo esto para que, cuando llegue el momento, se acuerden de que yo se lo había dicho ya. Lo que hace el Espíritu Santo »No les dije esto desde un principio porque yo estaba con ustedes. 5 Pero ahora me voy para estar con el que me ha enviado, y ninguno de ustedes me pregunta a dónde voy; 6 al contrario, se han puesto muy tristes porque les he dicho estas cosas. 7 Pero les digo la verdad: es mejor para ustedes que yo me vaya. Porque si no me voy, el Defensor no vendrá para estar con ustedes; pero si me voy, yo se lo enviaré. 8 Cuando él venga, mostrará claramente a la gente del mundo quién es pecador, quién es inocente, y quién recibe el juicio de Dios. 9 Quién es pecador: el que no cree en mí; 10 quién es inocente: yo, que voy al Padre, y ustedes ya no me verán; 11 quién recibe el juicio de Dios: el que gobierna este mundo, que ya ha sido condenado. hará que la vid produzca frutos, ayudando a los cristianos a convencer de sus errores a las personas que actualmen‑ te rechazan a Jesús (v. 8). En un leguaje paterno es como si Jesús estuviese diciendo a “sus hijitos” que sin su la presencia visible l y con la compañía del Espíritu, los discípulos lograrán caminar mejor “sin agarrarse de las dos manos”. 16.8 quién es pecador, quién es inocente, y quién recibe el juicio de Dios. Son las tres verdades más importantes para toda la existencia humana y todas ellas fueron comprendidas equivocadamente (en la versión tradicional: “pecado, justicia y juicio”). Y recuerda que las personas que estaban por cruci‑ ficar a Jesús eran mayormente del pueblo de Dios y conoce‑ dores de la Palabra de Dios. 16.9 Quién es pecador: el que no cree en mí. El verdadero pecado es no creer en Jesús, negarse a recibir al Mesías, al Sal‑ vador enviado por Dios. El esfuerzo de buscar agradar a Dios por obedecer un mandamiento, o por no desobedecer algún otro, está condenado al fracaso. Lo que Dios quiere es que cre‑ amos en la Solución que él nos dio: el Mesías, Jesucristo. Todos los otros males provienen de no creer en el enviado de Dios. 16.10 voy al Padre. Dios es justo y Jesús es nuestra justicia. El hecho de que Jesús haya resucitado y vuelto al Padre, el Dios Santo y Justo, en una existencia superior e inmortal, solamen‑ te comprueba que él es perfectamente justo y está unido al Padre. De esta manera, sólo en unión con Jesús podemos verdaderamente hacer lo que es recto y justo. 16.11 el que gobierna este mundo, que ya ha sido conde‑ nado. Las personas en general piensan que al final de la vida serán juzgadas por el bien y por el mal que hicieron. A pesar de que va a ser en el último día en que cada uno va a conocer su destino eterno, el mundo estaba juzgado desde ya, al re‑ chazar al Salvador enviado por Dios. El mundo no logra hacer nada diferente del que manda en él, Satanás. Y Satanás fue
53 mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes. 13 Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que van a suceder. 14 Él mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes. 15 Todo lo que el Padre tiene, es mío también; por eso dije que el Espíritu recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes. 16 »Dentro de poco, ustedes ya no me verán, pero un poco más tarde me volverán a ver. 12 »Tengo
La tristeza se cambiará en alegría 17 Entonces algunos de sus discípulos se preguntaron unos a otros: —¿Qué quiere decir con esto? Nos dice que dentro de poco ya no lo veremos, y que un poco más tarde lo volveremos a ver, y que es porque se va a donde está el Padre. 18 ¿Qué quiere decir con eso de “dentro de poco”? No entendemos de qué está hablando. 19 Jesús se dio cuenta de que querían hacerle preguntas, y les dijo: —Yo les he dicho que dentro de poco ya no me verán, y que un poco más tarde me volverán a ver. juzgado y condenado a llevar al mundo a no creer en Dios, y a rechazar y a crucificar a Jesús, el Hijo de Dios. El último día será el momento de la ejecución de la sentencia, en que el verdadero pecado será expuesto, así como la justicia de Jesús y la injusticia de todos lo que siguieron a Satanás, recha‑ zando y crucificando al Mesías. En la antigua alianza, el juicio se basaba de hecho en las obras buenas y malas que eran realizadas. En la nueva alianza de Jesús, el juicio se basa en nuestra actitud para con él: creer o no creer. El Espíritu Santo ayudó al pueblo de Dios a presentar a Jesús, la verdad con amor, lo que deja en claro que el mundo y su comandante están completamente equivocados. Ver: 5.24; 12.31, notas. 16.12‑15 en este momento sería demasiado para ustedes. Un buen padre sabe evaluar las capacidades de sus hijos. La misión de Jesús era salvar a las personas del mundo por su muerte y, con ese fin, él formó un nuevo pueblo de Dios. Para el resto de la vida de ese pueblo de Dios en la tierra habría más enseñanzas importantes y necesarias como, por ejemplo, todo el texto del Nuevo Testamento, que serían pro‑ ducidas en compañía del Espíritu Santo, pero siguiendo exac‑ tamente el mismo curso que Jesús (vv. 13‑14), con la misma actitud de servicio que Jesús demostró para con el Padre. 16.16‑33 para que encuentren paz. A lo largo de este pasaje observamos varias enseñanzas de Jesús que apuntan a ayudar a los discípulos a tener paz durante las próximas horas y días terribles, cuando Jesús sea arrestado, crucificado y sepultado, hasta la resurrección el tercer día, algo que los discípulos aún no habían comprendido claramente. Las mismas enseñanzas sirven para nuestra situación actual, en que él no está física‑ mente visible. ustedes ya no me verán. Para el que convivía con Jesús intensamente en los últimos tres años, eso sería
San Juan 16
¿Es esto lo que se están preguntando ustedes? 20 Les aseguro que ustedes llorarán y estarán tristes, mientras que la gente del mundo se alegrará. Sin embargo, aunque ustedes estén tristes, su tristeza se convertirá en alegría. 21 Cuando una mujer va a dar a luz, se aflige porque le ha llegado la hora; pero después que nace la criatura, se olvida del dolor a causa de la alegría de que haya nacido un hombre en el mundo. 22 Así también, ustedes se afligen ahora; pero yo volveré a verlos, y entonces su corazón se llenará de alegría, una alegría que nadie les podrá quitar. 23 »En aquel día ya no me preguntarán nada. Les aseguro que el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. 24 Hasta ahora, ustedes no han pedido nada en mi nombre; pidan y recibirán, para que su alegría sea completa. Jesucristo, vencedor del mundo 25 »Les he dicho estas cosas poniéndoles comparaciones; pero viene la hora en que ya no les pondré más comparaciones, sino que les hablaré claramente acerca del Padre. 26 Aquel día, ustedes le pedirán en mi nombre; y no digo que yo voy a rogar por ustedes al Padre, 27 porque el Padre mismo los ama. Los ama porque ustedes me aman a mí, y porque han creído que yo he muy chocante. Él ya no volvería a estar siempre visible con nosotros — la preparación ahora era para pasar de la visión a la fe. Pero el primer paso, la muerte de Jesús, sería un duro golpe. 16.17 ¿Qué quiere decir con esto? No entender el mensaje de Dios causa ansiedad, saca la paz. Especialmente cuando se percibe que las noticias no son buenas. 16.20 ustedes llorarán. En una actitud paternal de quien pre‑ para niños para un remedio que duele, Jesús revela la verdad: “va a doler”. la gente del mundo se alegrará. Como si no bastase la tristeza de perder a Jesús, alrededor habría fiesta y alegría por su muerte. su tristeza se convertirá en alegría. El mayor consuelo para quien va a pasar por el dolor es saber que será pasajero, que después mejorará todo. 16.21 va a dar a luz. De lo paternal a lo maternal: los sufri‑ mientos en esta vida muchas veces son comparados en la Biblia con los dolores de parto. Absolutamente inevitables en esa época en que no existía anestesia ni cesárea, esos dolores son muy fuertes, pero mucho menores que la satisfacción de contemplar un nuevo ser vivo traído al mundo. 16.22 una alegría que nadie les podrá quitar. Cuando vieron a Jesús resucitado, una alegría permanente se apoderó de los discípulos: la muerte, el mayor y más temido enemigo, fue definitivamente derrotado. Esa es la base sólida de la paz que Jesús trae. 16.27 el Padre mismo los ama. Hasta la muerte de Jesús, la persona podía relacionarse con Dios solamente a través de sacerdotes y sacrificios. Jesús dirige las últimas horas de vi‑ gencia de la antigua alianza, ya enseñando a vivir en la nueva, en que todos los creyentes en Cristo tienen acceso directo a Dios y, principalmente, son personalmente amados por Dios.
San Juan 16 — 17 54 venido de Dios. 28 Salí de la presencia del Padre para venir a este mundo, y ahora dejo el mundo para volver al Padre. 29 Entonces dijeron sus discípulos: —Ahora sí estás hablando claramente, sin usar comparaciones. 30 Ahora vemos que sabes todas las cosas y que no hay necesidad de que nadie te haga preguntas. Por esto creemos que has venido de Dios. 31 Jesús les contestó: —¿Así que ahora creen? 32 Pues ya llega la hora, y es ahora mismo, cuando ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está
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Esa es la mayor base para la paz dada por Jesús: el amor de Dios. porque ustedes me aman a mí, y porque han creído. La fe en Jesús produce una relación de amor. 16.28 Salí de la presencia del Padre para venir a este mun‑ do. Como dos “universos paralelos”, el Padre y el mundo coe‑ xisten hasta ahora. Jesús hace el pasaje de uno para otro, a fin de salvar a todos los que lo recibieron, antes de la condenaci‑ ón de este mundo por haber rechazado a Dios y a su Hijo. La figura de la vid (15.1‑8) sirve para mostrar la única forma en que nosotros los seres humanos existamos en el “universo del Padre”: unidos con Jesús. 16.29 Ahora sí. La duda que Tomás había expresado pocas horas antes (14.5: “Señor, no sabemos a dónde vas”) ahora finalmente fue comprendida por los discípulos. 16.30 Por esto creemos. La explicación de Jesús animó a los discípulos, al punto de que ellos querían asumir un papel más activo en la fe y en la relación con Jesús. Expresiones como “ahora sí”, “ahora vemos”, “creemos”, revelan un sentimiento de importancia, de participación más activa de los discípulos, en lo que sería probablemente considerado un clímax, el pun‑ to alto del mensaje sobre la paz para cualquiera de nosotros. Pero no para Jesús (ver v. 31). 16.31 ¿Así que ahora creen? Jesús continúa diciendo la ver‑ dad con amor. La paz, para ser verdadera, no podría asentar‑ se en la seguridad de la fe de los discípulos. Para la liberación, faltaba otra verdad importante, que aparece en el v. 32. 16.32 me dejarán solo. La verdad que faltaba era la concien‑ cia de la debilidad de cada uno. Aquel coraje confiado dura‑ ría solamente diez minutos, hasta que los guardias llegaran con Judas al frente. Cambiando el escenario, el coraje daría lugar al miedo, y todos saldrían corriendo para intentar salvar sus vidas. Ver: v. 33. 16.33 Les digo todo esto para que encuentren paz. Es ahora, al haber denunciado la falla de sus discípulos, que Jesús ofre‑ ce la paz. Sólo después de la aceptación de nuestra debilidad, y de darnos cuenta que él ya la conocía desde siempre, es que la paz puede establecerse en base verdadera. Esa verdad fue olvidada por muchos cristianos, tal vez por eso esa pri‑ mera frase del versículo no haya sido tan memorizada como las siguientes: “en el mundo tendrán aflicciones; pero tengan ánimo; yo he vencido al mundo”, en la versión tradicional. Es justamente en medio de las aflicciones por las que pasamos en este mundo que precisamos la paz duradera de Jesús. yo he vencido al mundo. Observa que la conversación de Jesús termina allí. Muchos predicadores equivocadamente agregan una “conclusión” con el sentido de “entonces ustedes tambi‑
én podrán vencer”. Pero no fue eso lo que Jesús enseñó. El dijo: “yo he vencido al mundo” y nada más. Eso basta y signifi‑ ca: ustedes no lo logran (cf. v. 32), pero yo vencí por ustedes. Esa es la base de la nueva alianza. Jesús está diciendo: coraje, no se desanimen, yo ya sabía de las debilidades de ustedes, y es exactamente por eso que voy a morir. La base de la paz está en Jesús y no en nuestras conquistas. Habiendo esta‑ blecido esto, Jesús terminó la preparación de sus discípulos. Llegó la hora de interceder por ellos ante al Padre. 17.1 miró al cielo. El momento es difícil para Jesús y sus discí‑ pulos. Él habla abiertamente de los sufrimientos que vendrán e indica que la unión con él garantizará la paz (16.33). Sabien‑ do que dentro de poco él será apresado, lo que desencade‑ naría una onda de terror sobre sus seguidores, mira al cielo y ora por ellos, lo que también nos incluye en nuestro tiempo y circunstancias. Mirar al cielo nos trae el recuerdo de nuestro Dios y creador que manda su paz sobre los cielos y la tierra. Es una actitud interior que nos posibilita resurgir de dentro de los problemas del mundo y ascender hasta la presencia del Señor que nos anima. La percepción de la realidad eterna nos da confianza y perseverancia en nuestro caminar terreno. “Padre, la hora ha llegado”. En el inicio de su ministerio él sabía que aún no había llegado su hora (2.4). Jesús es cons‑ ciente de que la hora de su partida había llegado. Falta muy poco para ser arrestado, juzgado, sentenciado y ejecutado. Jesús no niega la seriedad de la situación, ni se queda callado. Conversa primeramente con el Padre y le pide su asistencia para esa hora difícil, a fin de ser obediente hasta el fin y en‑ frentar con coraje, entereza y dignidad la humillación, el es‑ carnio, el sufrimiento y la horrorosa muerte de cruz. glorifica a tu Hijo, para que también él te glorifique a ti. ¿Es posible glorificar a Dios justo en el momento de la muerte? Jesús nos da ejemplo: él acepta la situación sin negarla ni escapar de ella; hace lo que fue llamado a hacer y enfrenta la partida con confianza y esperanza. Así nos revela el carácter amoroso y verdadero de Dios, tanto del Padre cuanto del Hijo. 17.2 autoridad sobre todo hombre. Por determinación de Dios, debido al pecado de la humanidad, el mundo pasó a ser dirigido por Satanás y yace en la muerte. También por de‑ terminación de Dios, por su gran amor por las personas, Jesús muere en la cruz y tiene autoridad para salvar, dando vida a todos los que el Padre atrae hacia él (6.37). 17.3 la vida eterna consiste en que te conozcan a ti… y a Je‑ sucristo. ¡Qué buena noticia! La vida eterna comienza aquí en la tierra, y consiste en conocer a Jesús, que nos lleva al Padre. Así experimentamos de primera mano el amor insondable, in‑
conmigo. 33 Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo. Jesús ora por sus discípulos 1 Después de decir estas cosas, Jesús miró al cielo y dijo: «Padre, la hora ha llegado: glorifica a tu Hijo, para que también él te glorifique a ti. 2 Pues tú has dado a tu Hijo autoridad sobre todo hombre, para dar vida eterna a todos los que le diste. 3 Y la vida eterna consiste en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste.
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te he glorificado aquí en el mundo, pues he terminado la obra que tú me confiaste. 5 Ahora, pues, Padre, dame en tu presencia la misma gloria que yo tenía contigo desde antes que existiera el mundo. 6 »A los que escogiste del mundo para dármelos, les he hecho saber quién eres. Eran tuyos, y tú me los diste, y han hecho caso de tu palabra. 7 Ahora saben que todo lo que me diste viene de ti; 8 pues les he dado el mensaje que me diste, y ellos lo han aceptado. Se han dado cuenta de que en verdad he venido de ti, y han creído que tú me enviaste. 9 »Yo te ruego por ellos; no ruego por los que son del mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. 10 Todo lo que es mío es tuyo, y lo que es tuyo es mío; y mi gloria se hace visible en ellos. 11 »Yo no voy a seguir en el mundo, pero ellos sí van a seguir en el mundo, mientras que yo me voy para estar contigo. Padre santo, cuídalos con el poder de tu nombre, el nombre que me has dado, para que estén completamente
yo estaba con unidos, como tú y yo. ellos en este mundo, los cuidaba y los protegía con el poder de tu nombre, el nombre que me has dado. Y ninguno de ellos se perdió, sino aquel que ya estaba perdido, para que se cumpliera lo que dice la Escritura. 13 »Ahora voy a donde tú estás; pero digo estas cosas mientras estoy en el mundo, para que ellos se llenen de la misma perfecta alegría que yo tengo. 14 Yo les he comunicado tu palabra, pero el mundo los odia porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 15 No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal. 16 Así como yo no soy del mundo, ellos tampoco son del mundo. 17 Conságralos a ti mismo por medio de la verdad; tu palabra es la verdad. 18 Como me enviaste a mí entre los que son del mundo, también yo los envío a ellos entre los que son del mundo. 19 Y por causa de ellos me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados por medio de la verdad. 20 »No te ruego solamente por éstos, sino
condicional y permanente de Dios. La vida eterna consiste en disfrutar de la comunión con el Dios Trino, con la familia de Dios aquí en la tierra y algún día, la comunión con los que se adelantaron a nosotros para contemplar cara a cara al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. El cuidado que Jesús daba al alma tenía como objetivo único revelar al Padre como aquel que va a saciar la sed del alma. No revelar el pecado o el error en sí, sino el amor del Padre, y dejar que la percepción de este amor revele entonces todas las búsquedas insensatas que se hicie‑ ron. Este amor del Padre no se descubre mientras miramos so‑ lamente el pecado o lo que está equivocado. La mirada crítica es característica de una de las enfermedades psicológicas más comunes en el medio religioso: la neurosis obsesiva. 17.5 la misma gloria que yo tenía contigo. Jesús “se vació” al venir a vivir a la tierra como hombre y, después de haber contemplado completado todo el trabajo de salvación, vuelve al Padre, llevando con él la humanidad glorificada. 17.6 A los que escogiste del mundo. Existe una especie de “cambio de nacionalidad” cuando alguien cree en Jesús. Tal como Jesús, la persona unida a él sale del mundo y entra en el universo del Padre (13.1; 16.28, nota, p. ##), con la diferencia de que aún permanecerá aquí en el mundo por algún tiempo (vv. 11,14). 17.7‑8 en verdad he venido de ti. Reconocer a Jesús como el enviado por Dios y creer en él es el camino hacia Dios. 17.10 mi gloria se hace visible en ellos. Nosotros que cree‑ mos en Jesús somos la revelación de que él es Dios y Salvador. 17.11 cuídalos… para que estén completamente unidos. El mandamiento único de amarnos unos a otros y estar unidos, es el punto crucial para la supervivencia de la iglesia de Jesús en la tierra. El modelo que él nos presenta es el de su unidad perfecta con el Padre. El propio Dios es quien hace posible y preserva tal unidad, en un nivel mucho más profundo que las instituciones, con sus diversos nombres, creados por nosotros. 17.13 se llenen de la misma perfecta alegría. Seguir a Jesús en la tierra, aún con toda la persecución, no es una experien‑
cia triste, sombría y llena de seriedad: existe un tipo de alegría muy especial, que viene del propio Jesús. 17.14 ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mun‑ do. Nuestra identificación con el Señor Jesús nos hace extraños para el mundo. Estaremos constantemente en una tensión exis‑ tencial debido a que estamos en el mundo, pero no pertenece‑ mos más a él. El seguidor de Jesús se destaca del común de la gente, tal como Noé se destacó de sus contemporáneos. 17.15‑16 No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal. Jesús se está despidiendo de sus discípulos y está preocupado con el mundo en el cual ellos tendrán que desempeñarse. Sus discípulos pertenecen a otro Reino, al Reino de los Cielos, al universo del Padre. Su ciudadanía, sus estatutos y sus valores son diferentes. Además de eso, tiene una ardua tarea que cumplir: llevar las buenas noticias del Rei‑ no hasta el fin del mundo — mensaje y mensajeros no siempre serán bien recibidos. Jesús comparte su preocupación con el Padre… ¡Qué consuelo saber que Jesús intercedió e intercede por sus seguidores, y que es el mismo Dios Padre el que se encarga de guardar a sus hijos de todo mal! A pesar de que el Maligno, Satanás, todavía actúa en el mundo, los creyentes en Cristo son cuidados por el Padre celestial. 17.17 verdad. La palabra de Dios, su mensaje a la humanidad es la verdad; encarnada en Jesús (1.1) y enseñada por él a los seres humanos. 17.18 como. Aquí Jesús parte de la Encarnación, el evento de Navidad en el cual Dios se presenta al mundo en la persona del Hijo, nacido de la virgen María. Este “como” acentúa la semejanza de su misión al mundo y la de sus discípulos, y también sirve de orientación para las actitudes y el estilo de vida de los discípulos en este mundo. 17.19 por causa de ellos me consagro. Jesús, al igual que Dios Padre, amaba a las personas y se entregó por causa de gente como nosotros, mucho más que por planes o estrate‑ gias. Es con nosotros que él quiere convivir en la casa del Padre (14.1‑2).
4 »Yo
12 Cuando
San Juan 17 — 18 56 también por los que han de creer en mí al oír el mensaje de ellos. 21 Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. 22 Les he dado la misma gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa, así como tú y yo somos una sola cosa: 23 yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno, y que así el mundo pueda darse cuenta de que tú me enviaste, y que los amas como me amas a mí. 24 »Padre, tú me los diste, y quiero que estén conmigo donde yo voy a estar, para que vean mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes que el mundo fuera hecho. 25 Oh Padre justo, los que son del mundo no te conocen; pero yo te conozco, y éstos también saben que tú me enviaste. 26 Les he dado a conocer quién eres, y aún seguiré haciéndolo, para que el amor que me tienes esté en ellos, y para que yo mismo esté en ellos.» 2. Pasión y muerte (18.1—19.42) Arrestan a Jesús (Mt 26.47‑56; Mc 14.43‑50; Lc 22.47‑53) 1 Después de decir esto, Jesús salió con sus discípulos para ir al otro lado del arroyo Cedrón. Allí había un huerto, donde Jesús entró con sus discípulos. 2 También Judas,
el que lo estaba traicionando, conocía el lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos. 3 Así que Judas llegó con una tropa de soldados y con algunos guardianes del templo enviados por los jefes de los sacerdotes y por los fariseos. Estaban armados, y llevaban lámparas y antorchas. 4 Pero como Jesús ya sabía todo lo que le iba a pasar, salió y les preguntó: —¿A quién buscan? 5 Ellos le contestaron: —A Jesús de Nazaret. Jesús dijo: —Yo soy. Judas, el que lo estaba traicionando, se encontraba allí con ellos. 6 Cuando Jesús les dijo: «Yo soy», se echaron hacia atrás y cayeron al suelo. 7 Jesús volvió a preguntarles: —¿A quién buscan? Y ellos repitieron: —A Jesús de Nazaret. 8 Jesús les dijo otra vez: —Ya les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que estos otros se vayan. 9 Esto sucedió para que se cumpliera lo que Jesús mismo había dicho: «Padre, de los que me diste, no se perdió ninguno.» 10 Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la sacó y le cortó la oreja derecha a uno llamado Malco, que era criado del sumo sacerdote. 11 Jesús le dijo a Pedro: —Vuelve a poner la espada en su lugar. Si el
17.20 por los que han de creer en mí. Jesús oró por ti. El sa‑ bía muy bien que el mensaje de vida y salvación a través de la fe en él llegaría a una muchedumbre incontable de personas a lo largo de los siglos. 17.21 Te pido que todos ellos estén unidos. Esa unidad de los seguidores de Jesús es tan importante que él repite el pe‑ dido, que ahora alcanza a los futuros discípulos. para que el mundo crea. El amor entre los cristianos es el único método de evangelización realmente eficiente. 17.22 Les he dado la misma gloria. Jesús comunicó a sus se‑ guidores la naturaleza divina, la vida eterna que proviene del Padre, en una prueba de extrema confianza y amor, y así él también comunica la relación especial que tiene con el Padre (v. 23). 17.24 Padre, tú me los diste, y quiero que estén conmigo. Esta es la última petición de la oración intercesora de Jesús. Nos revela a Jesús en toda su humanidad y generosidad, an‑ ticipando ya el reencuentro con sus discípulos, para que con‑ templen su gloria y para compartir con ellos el amor del Padre. 17.26 que el amor que me tienes esté en ellos. La mayor virtud cristiana, el amor, es en verdad una cualidad de la Tri‑ nidad, que Jesús “implanta” en sus seguidores, a través de la unión del discípulo con el propio Cristo. La finalidad mayor era que el amor del Padre del Cielo estuviera en nosotros. Todo esto fue dicho por Jesús las vísperas antes de morir, de transformar en actos el mayor amor. Éste fue el modo que él usó para “continuar haciendo eso”.
18.1‑2 al otro lado del arroyo Cedrón. Allí había un huerto. Terreno fértil, cerca de fuentes de agua, donde se encontra‑ ban olivos, viñas y flores; un lugar frecuentado por Jesús y por sus discípulos para una pausa, un descanso, alimentación, co‑ munión y oración. Después de reconfortarse, retoman sus tra‑ bajos. Necesitamos disfrutar de una dinámica así, junto con nuestros amigos y familiares, con los colegas de trabajo, y con la naturaleza. Jesús lidera con cariño, cuidando del bienestar de sus colaboradores, pues es más importante el obrero que la obra. Esa hora es dramática, pero antes, varias veces el gru‑ po ya había estado ahí. El descanso también puede ser santo. 18.6 se echaron hacia atrás y cayeron al suelo. Los guardias y los colaboradores de los líderes judíos no frecuentaban las reuniones de los discípulos de Jesús y muchos no lo conocían personalmente, por eso precisaban un “guía traidor”. Por la gran obstinación, rabia y preocupación de sus señores, pode‑ mos imaginar que estuvieran preparados para una reacción violenta por parte de Jesús y sus seguidores, tal como lo haría una banda de ladrones. 18.10 una espada. La espada es un arma de ataque, profun‑ damente enraizada en la cultura de los pueblos de Oriente, equivalente a las armas de fuego actuales. Pedro instintiva‑ mente la empuña en defensa del amigo amenazado. A pesar de que su reacción sea comprensible, Jesús ordena a Pedro que la guarde. Y de forma sorprendente demuestra compren‑ sión de los hechos políticos y religiosos, enseñando acerca de la soberanía de Dios, que acepta, aunque signifique su‑
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57 Padre me da a beber este trago amargo, ¿acaso no habré de beberlo? Jesús ante Anás (Mt 26.57‑58; Mc 14.53‑54; Lc 22.54) 12 Los soldados de la tropa, con su comandante y los guardianes judíos del templo, arrestaron a Jesús y lo ataron. 13 Lo llevaron primero a la casa de Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. 14 Este Caifás era el mismo que había dicho a los judíos que era mejor para ellos que un solo hombre muriera por el pueblo. Pedro niega conocer a Jesús (Mt 26.69‑70; Mc 14.66‑68; Lc 22.55‑57) 15 Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. El otro discípulo era conocido del sumo sacerdote, de modo que entró con Jesús en la casa; 16 pero Pedro se quedó fuera, a la puerta. Por esto, el discípulo conocido del sumo sacerdote salió y habló con la portera, e hizo entrar a Pedro. 17 La portera le preguntó a Pedro: —¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre? Pedro contestó: —No, no lo soy. 18 Como hacía frío, los criados y los guardianes del templo habían hecho fuego, y estaban allí calentándose. Pedro también estaba con ellos, calentándose junto al fuego. El sumo sacerdote interroga a Jesús (Mt 26.59‑66; Mc 14.55‑64; Lc 22.66‑71) 19 El sumo sacerdote comenzó a preguntarle a Jesús acerca de sus discípulos y de lo que él enseñaba. 20 Jesús le dijo: frimiento y muerte. La actitud de Jesús es guiada por las Pa‑ labras de Dios dichas por el ángel al profeta Zacarías: “No depende del ejército, ni de la fuerza, sino de mi Espíritu, dice el Señor todopoderoso” (Zac 4.6). Lamentablemente, en mu‑ chas ocasiones en la historia, batallas, conquistas territoriales, ejecuciones de “herejes” o no creyentes y actos de violencia fueron practicados en una supuesta defensa de la fe, con‑ trariando el Espíritu de Dios. Jesús, al contrario, demostró el poder superior de la confianza en Dios, que se expresa a través del autodominio, del amor y del diálogo. A diferencia de la impulsividad del apóstol que intentó hacer justicia con sus propias manos, Jesús inició el diálogo presentándose a los que lo capturaron y cuidando para que dejaran libres a sus amigos (vv. 5,8). el Padre me da a beber este trago amargo. Con su fe fortalecida en la oración al Padre, Jesús sabe y cree que Dios tiene el control de todo, inclusive en esa “hora de las tinieblas”, por eso acepta el sufrimiento como venido del buen Padre. Pedro, al contrario, en esa hora todavía no está en paz, pues aún no es consciente de sus debilidades y del amor del Padre, a pesar de sus debilidades y por causa de
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—Yo he hablado públicamente delante de todo el mundo; siempre he enseñado en las sinagogas y en el templo, donde se reúnen todos los judíos; así que no he dicho nada en secreto. 21 ¿Por qué me preguntas a mí? Pregúntales a los que me han escuchado, y que ellos digan de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho. 22 Cuando Jesús dijo esto, uno de los guardianes del templo le dio una bofetada, diciéndole: —¿Así contestas al sumo sacerdote? 23 Jesús le respondió: —Si he dicho algo malo, dime en qué ha consistido; y si lo que he dicho está bien, ¿por qué me pegas? 24 Entonces Anás lo envió, atado, a Caifás, el sumo sacerdote. Pedro niega otra vez a Jesús (Mt 26.71‑75; Mc 14.69‑72; Lc 22.58‑62) 25 Entre tanto, Pedro seguía allí, calentándose junto al fuego. Le preguntaron: —¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre? Pedro lo negó, diciendo: —No, no lo soy. 26 Luego le preguntó uno de los criados del sumo sacerdote, pariente del hombre a quien Pedro le había cortado la oreja: —¿No te vi con él en el huerto? 27 Pedro lo negó otra vez, y en ese mismo instante cantó el gallo. Jesús ante Pilato (Mt 27.1‑2,11‑14; Mc 15.1‑5; Lc 23.1‑5) 28 Llevaron a Jesús de la casa de Caifás al palacio del gobernador romano. Como ya coellas (16.33, nota, p.??). Pedro sentía que tenía que hacer al‑ guna cosa para cambiar la situación… 18.16 la portera. El débil derriba al fuerte. Gente simple como la empleada doméstica puede ser un instrumento que revela la debilidad de Pedro, alguien que siempre se presentó como fuerte, sin miedo, confiado (v. 10). 18.17 No, no lo soy. ¿Cuál es el motivo de la negación? En‑ seguida después de la captura, los discípulos corrían un gran riesgo de que también fueran arrestados, tanto que el Sumo Sacerdote intentó obtener de Jesús informaciones sobre sus se‑ guidores (v. 19). Por lo tanto, alrededor del fuego, en medio de los guardias y de los que capturaron a Jesús, el miedo a ser lle‑ vado preso y morir fue el que hizo que Pedro negara que era su seguidor. El miedo lanzó fuera al amor. Pedro se autoexcluye. El instinto de supervivencia humana fue más fuerte que el amor por Cristo. Tantos milagros vistos, la gloria contemplada, pero la transformación aún no había llegado a los instintos básicos. 18.27 cantó el gallo. Se cumple el anuncio de Jesús en 13.38, después de las tres negaciones de Pedro. Otros evangelistas cuentan que Pedro salió y lloró amargamente.
San Juan 18 — 19 58 menzaba a amanecer, los judíos no entraron en el palacio, pues de lo contrario faltarían a las leyes sobre la pureza ritual y entonces no podrían comer la cena de Pascua. 29 Por eso Pilato salió a hablarles. Les dijo: —¿De qué acusan a este hombre? 30 —Si no fuera un criminal —le contestaron—, no te lo habríamos entregado. 31 Pilato les dijo: —Llévenselo ustedes, y júzguenlo conforme a su propia ley. Pero las autoridades judías contestaron: —Los judíos no tenemos el derecho de dar muerte a nadie. 32 Así se cumplió lo que Jesús había dicho sobre la manera en que tendría que morir. 33 Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: —¿Eres tú el Rey de los judíos? 34 Jesús le dijo: —¿Eso lo preguntas tú por tu cuenta, o porque otros te lo han dicho de mí? 35 Le contestó Pilato: —¿Acaso yo soy judío? Los de tu nación y los jefes de los sacerdotes son los que te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? 36 Jesús le contestó: —Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, tendría gente a mi servicio que pelearía para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí. 37 Le preguntó entonces Pilato: —¿Así que tú eres rey? Jesús le contestó: —Tú lo has dicho: soy rey. Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad. Y todos los que pertenecen a la verdad, me escuchan. 18.28 la pureza ritual. Habiendo ya realizado la purificación ritual, que procuraba “descontaminarse” del contacto con los extranjeros, los judíos, según las reglas, quedarían impuros si entraran en la casa de un no judío. Es imposible no percibir la ironía entre la enorme “impureza” que cometían y la ob‑ servancia de la ley que les garantizaba estar “puros” para la Pascua que iba a ser celebrada aquella noche. 18.36 Mi reino no es de este mundo. Como Pilato no te‑ nía probabilidad de reconocer en Jesús al Mesías enviado al pueblo judío, Jesús pudo responder mucho más de lo que lo hizo a los sacerdotes judíos. Esa importante verdad ha sido frecuentemente olvidada: Jesús es rey, pero no terrenal, ma‑ terial y político. Así, quien se identifica con Cristo recibe una nueva conciencia que guíe sus pensamientos y elecciones, y sabe de la fragilidad de los poderes y valores que gobiernan el tiempo presente, aunque éstos sean crueles. Teniendo el corazón orientado al Reino de Dios, podremos enfrentar el desprecio del mundo o las adversidades que se presentan. Finalmente, pasaremos y superaremos la propia muerte.
38 Pilato le dijo: —¿Y qué es la verdad? Jesús es sentenciado a muerte (Mt 27.15‑31; Mc 15.6‑20; Lc 23.13‑25) Después de hacer esta pregunta, Pilato salió otra vez a hablar con los judíos, y les dijo: —Yo no encuentro ningún delito en este hombre. 39 Pero ustedes tienen la costumbre de que yo les suelte un preso durante la fiesta de la Pascua: ¿quieren que les deje libre al Rey de los judíos? 40 Todos volvieron a gritar: —¡A ése no! ¡Suelta a Barrabás! Y Barrabás era un bandido. 1 Pilato tomó entonces a Jesús y mandó azotarlo. 2 Los soldados trenzaron una corona de espinas, la pusieron en la cabeza de Jesús y lo vistieron con una capa de color rojo oscuro. 3 Luego se acercaron a él, diciendo: —¡Viva el Rey de los judíos! Y le pegaban en la cara. 4 Pilato volvió a salir, y les dijo: —Miren, aquí lo traigo, para que se den cuenta de que no encuentro en él ningún delito. 5 Salió, pues, Jesús, con la corona de espinas en la cabeza y vestido con aquella capa de color rojo oscuro. Pilato dijo: —¡Ahí tienen a este hombre! 6 Cuando lo vieron los jefes de los sacerdotes y los guardianes del templo, comenzaron a gritar: —¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Pilato les dijo: —Pues llévenselo y crucifíquenlo ustedes, porque yo no encuentro ningún delito en él. 7 Las autoridades judías le contestaron:
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18.38 ¿Y qué es la verdad? Pilato hace esta importante pre‑ gunta, pero al mismo tiempo evita oír la respuesta. Observa que él se aleja de Jesús para ir a negociar con la muchedum‑ bre. Del mismo modo, muchas personas no quieren de hecho aproximarse a la verdad. no encuentro ningún delito… Pilato, al igual que muchos populistas, traicionó su propia concien‑ cia. Frente a las amenazas o deseos de la muchedumbre, mu‑ chas personas se despersonalizan y hacen lo que saben que no deberían hacer. 18.40 ¡A ese no! El pueblo judío cooperó con sus líderes en la condenación de Jesús, frustrando la maniobra política de Pilato para librarlo de la muerte. Preferían un criminal, un la‑ drón que viene a matar, antes que un buen pastor que da la vida por las ovejas. 19.3 le pegaban en la cara. La orden de Pilato fue que lo azotaran; la “broma” de la corona de espinas y las bofetadas fueron iniciativa de los propios soldados, lo que revela cómo la maldad humana entra en acción simplemente porque se le permitió — en este caso, bajo la protección de la autoridad.
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San Juan 19 16 Entonces
—Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se ha hecho pasar por Hijo de Dios. 8 Al oír esto, Pilato tuvo más miedo todavía. 9 Entró de nuevo en el palacio y le preguntó a Jesús: —¿De dónde eres tú? Pero Jesús no le contestó nada. 10 Pilato le dijo: —¿Es que no me vas a contestar? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, lo mismo que para ponerte en libertad? 11 Entonces Jesús le contestó: —No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si Dios no te lo hubiera permitido; por eso, el que me entregó a ti es más culpable de pecado que tú. 12 Desde aquel momento, Pilato buscaba la manera de dejar libre a Jesús; pero los judíos le gritaron: —¡Si lo dejas libre, no eres amigo del emperador! ¡Cualquiera que se hace rey, es enemigo del emperador! 13 Pilato, al oír esto, sacó a Jesús, y luego se sentó en el tribunal, en el lugar que en hebreo se llamaba Gabatá, que quiere decir El Empedrado. 14 Era el día antes de la Pascua, como al mediodía. Pilato dijo a los judíos: —¡Ahí tienen a su rey! 15 Pero ellos gritaron: —¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo! Pilato les preguntó: —¿Acaso voy a crucificar a su rey? Y los jefes de los sacerdotes le contestaron: —¡Nosotros no tenemos más rey que el emperador!
Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
19.7 se ha hecho pasar por Hijo de Dios. Observa que el motivo alegado para su condenación no fue una mentira, sino lo que Jesús verdaderamente era. 19.8 Pilato tuvo más miedo todavía. Por el interrogatorio que había hecho, Pilato ya se había dado cuenta de que Jesús era especial y tímidamente intentó soltarlo. Percibiendo que ahora habría más riego de que él se decidiera a soltarlo, Jesús no respondió a la pregunta (v. 9). 19.11 si Dios no te lo hubiera permitido. Jesús sabe que aún los malos gobernantes como Pilato están bajo la autoridad de Dios. más culpable de pecado. Los que decidieron prenderlo y crucificarlo, y quien decidió traicionarlo, todos eran judíos conocedores de la palabra de Dios, a diferencia de Pilato. 19.15 ¡Nosotros no tenemos más rey que el emperador! una verdadera capitulación política, defendiendo públicamente lo que en secreto detestarían hacer, la sumisión a Roma. Eso demuestra que quieren la muerte de Jesús a cualquier precio. 19.18 uno a cada lado. Cientos de miles fueron crucifica‑ dos antes y después de ellos. Significativamente, Jesús fue puesto al lado de dos condenados, porque se encuentra en
medio del dolor y la agonía de la humanidad, compartiendo íntimamente nuestra existencia y destino. De ese modo, él nos comprende, ama y salva. 19.24 Así se cumplió la Escritura. Juan considera importante que sepamos que muchos hechos de la vida y de la muerte de Jesús fueron profetizados en la Biblia. Éste proviene del Sal 22, escrito por el Rey David, el antepasado más famoso del Mesías (algunas veces Jesús era llamado Hijo de David). 19.25‑30 Junto a la cruz. Su muerte fue transformada en espectáculo por parte de los sacerdotes y de Pilato, con la participación de soldados primitivos y de una muchedumbre alienada. Mientras tanto, su madre, María Magdalena, María de Cleofás y Juan son testigos de su agonía y le hacen com‑ pañía en la despedida, en actitud de amor y coraje, lo que conforta emocional y espiritualmente. El tiempo de morir es el momento más solemne y misterioso de nuestras vidas. Pero el hecho mismo de morir es un acto solitario. Jesús, cons‑ ciente de todo y habiendo presentido el final, dijo: “¡Todo está cumplido!”. Aquel que supo morir para que tengamos vida, nos acompañará en la hora de nuestra muerte, hasta la
Jesús es crucificado (Mt 27.32‑44; Mc 15.21‑32; Lc 23.26‑43) 17 Jesús salió llevando su cruz, para ir al llamado «Lugar de la Calavera» (que en hebreo se llama Gólgota). 18 Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, quedando Jesús en el medio. 19 Pilato escribió un letrero que decía: «Jesús de Nazaret, Rey de los judíos», y lo mandó poner sobre la cruz. 20 Muchos judíos leyeron aquel letrero, porque el lugar donde crucificaron a Jesús estaba cerca de la ciudad, y el letrero estaba escrito en hebreo, latín y griego. 21 Por eso, los jefes de los sacerdotes judíos dijeron a Pilato: —No escribas: “Rey de los judíos”, sino escribe: “El que dice ser Rey de los judíos”. 22 Pero Pilato les contestó: —Lo que he escrito, escrito lo dejo. 23 Después que los soldados crucificaron a Jesús, recogieron su ropa y la repartieron en cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también la túnica, pero como era sin costura, tejida de arriba abajo de una sola pieza, 24 los soldados se dijeron unos a otros: —No la rompamos, sino echémosla a suertes, a ver a quién le toca. Así se cumplió la Escritura que dice: «Se repartieron entre sí mi ropa, y echaron a suertes mi túnica.» Esto fue lo que hicieron los soldados. 25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena. 26 Cuando Jesús vio a su madre, y junto a ella al discípulo a quien él quería mucho, dijo a su madre:
San Juan 19 — 20 60 —Mujer, ahí tienes a tu hijo. 27 Luego le dijo al discípulo: —Ahí tienes a tu madre. Desde entonces, ese discípulo la recibió en su casa. Muerte de Jesús (Mt 27.45‑56; Mc 15.33‑41; Lc 23.44‑49) 28 Después de esto, como Jesús sabía que ya todo se había cumplido, y para que se cumpliera la Escritura, dijo: —Tengo sed. 29 Había allí un jarro lleno de vino agrio. Empaparon una esponja en el vino, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. 30 Jesús bebió el vino agrio, y dijo: —Todo está cumplido. Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu. La lanzada en el costado de Jesús 31 Era el día antes de la Pascua, y los judíos no querían que los cuerpos quedaran en las cruces durante el sábado, pues precisamente aquel sábado era muy solemne. Por eso le pidieron a Pilato que ordenara quebrar las piernas a los crucificados y que quitaran de allí los cuerpos. 32 Los soldados fueron entonces y le quebraron las piernas al primero, y también al otro que estaba crucificado junto a Jesús. 33 Pero al acercarse a Jesús, vieron que ya estaba muerto. Por eso no le quebraron las piernas. 34 Sin embargo, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al momento salió sangre y agua. 35 El que cuenta esto es uno que lo vio, y dice la verdad; él sabe que dice la verdad, para que ustedes también crean. 36 Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliera la Escritura que dice: «No le quebrarán ningún presencia del Padre en el paraíso. Vea el cuadro: “Enfrentando el luto y las pérdidas”, (Jn 11) p. ##. 19.26 ahí tienes a tu hijo. Jesús, aún sufriendo terriblemente y al borde de la muerte, no pierde el cariño y el cuidado de los suyos, y como hijo mayor le confía el cuidado de su madre a su mejor amigo, y éste a ella. Es también una señal clara de que Jesús no era simplemente un hombre con propósitos, que buscaba realizar objetivos de vida: acercar a María y a Juan no tenía ninguna influencia en el plan de salvación de la humanidad; fue un gesto motivado por afectos auténticos, por el amor verdadero a las personas con las que convivía. 19.30 inclinó la cabeza y entregó el espíritu. Hasta el últi‑ mo momento Jesús condujo el proceso de salvación de la humanidad. 19.31 quebrar las piernas. Para acelerar la muerte, porque después de la puesta del sol de ese viernes empezaba el sá‑ bado de la Pascua. Aún después de muerto, todavía hubo un intento de atacar a Jesús, pero del que Dios lo protegió (v. 33)
hueso.» 37 Y en otra parte, la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron.» Jesús es sepultado (Mt 27.57‑61; Mc 15.42‑47; Lc 23.50‑56) 38 Después de esto, José, el de Arimatea, pidió permiso a Pilato para llevarse el cuerpo de Jesús. José era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a las autoridades judías. Pilato le dio permiso, y José fue y se llevó el cuerpo. 39 También Nicodemo, el que una noche fue a hablar con Jesús, llegó con unos treinta kilos de un perfume, mezcla de mirra y áloe. 40 Así pues, José y Nicodemo tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas empapadas en aquel perfume, según la costumbre que siguen los judíos para enterrar a los muertos. 41 En el lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde todavía no habían puesto a nadie. 42 Allí pusieron el cuerpo de Jesús, porque el sepulcro estaba cerca y porque ya iba a empezar el sábado de los judíos. 3. Apariciones de Jesús resucitado (20.1—21.25) El sepulcro vacío (Mt 28.1‑10; Mc 16.1‑8; Lc 24.1‑12) 1 El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro; y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. 2 Entonces se fue corriendo a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo: —¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto!
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19.35 El que cuenta esto es uno que lo vio. Juan continuaba junto a la cruz. Todo ese libro no es un simple relato desin‑ teresado, sino un testimonio verdadero de quien conoció a Jesús personalmente, creyó en él y así encontró vida plena, profundamente impactado por todo lo que vio y oyó. 19.38‑39 José… Nicodemo. Parece que fue necesaria la muer‑ te de Jesús para que estos dos seguidores asumieran su fe. 19.41 huerto y sepulcro. Jesús sufrió en sí la maldición puesta sobre la humanidad desde la caída en el jardín del Edén. Su sepultura en un jardín cierra esta etapa de maldición, cum‑ pliendo el juicio de Dios sobre el pecado. Su siembra en el vientre de la tierra nos promete la resurrección de la vida. 20.1 María Magdalena. Jesús se apareció primero a ella, que fue a visitar el sepulcro antes que los demás — probablemen‑ te los discípulos estaban todavía escondiéndose para que no los atraparan (v. 19). María Magdalena permaneció junto a la cruz en la hora de la muerte (19.25), no esperaba la resurrec‑ ción (v. 15), pero no lograba alejarse de Jesús, quien le había
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y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. 4 Los dos iban corriendo juntos; pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. 5 Se agachó a mirar, y vio allí las vendas, pero no entró. 6 Detrás de él llegó Simón Pedro, y entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas; 7 y además vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado, y creyó. 9 Pues todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar. 10 Luego, aquellos discípulos regresaron a su casa. Jesús se aparece a María Magdalena (Mc 16.9‑11) 11 María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó para mirar dentro, 12 y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús; uno a la cabecera y otro a los pies. 13 Los ángeles le preguntaron: —Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: —Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto. 14 Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él. 15 Jesús le preguntó: —Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo: —Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, para que yo vaya a buscarlo. transformado la vida y la había liberado de siete demonios (Mc 16.9). Nuevamente es el afecto, el amor a Jesús, el que abre las puertas a las buenas sorpresas, y nos transforma en 20.8 vio lo que había pasado, y creyó. Juan, autor de este li‑ bro y mejor amigo de Jesús, puede creer por el mero sepulcro vacío, sin haber visto antes a Jesús resucitado. Es otro ejemplo de cómo una relación íntima con Jesús fortalece nuestra fe. 20.17 No me retengas. Es probable que María Magdalena estuviera tan conmovida por la pérdida de Jesús y tan sor‑ prendida por su aparición que no lo quisiera soltar más, para no perderlo nuevamente. Las palabras “todavía no he ido a reunirme con mi Padre” señalarían entonces que Jesús le ga‑ rantiza que no iba a desaparecer ya en aquel momento (de hecho, Jesús continuó apareciendo visiblemente en la tierra por más de cuarenta días). 20.19 ¡Paz a ustedes! El jueves de noche Jesús terminó sus palabras preparando a los discípulos para que quedaran en paz durante su ausencia (ver: 16.33, notas,). Y la paz es su pri‑ mera palabra para ellos después de resucitado — es su mayor regalo para nosotros en esta tierra (ver: 14.28; 16.16, notas).
San Juan 20 16 Jesús
entonces le dijo: —¡María! Ella se volvió y le dijo en hebreo: —¡Rabuni! (que quiere decir: «Maestro»). 17 Jesús le dijo: —No me retengas, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y Padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes. 18 Entonces María Magdalena fue y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también les contó lo que él le había dicho. Jesús se aparece a los discípulos (Mt 28.16‑20; Mc 16.14‑18; Lc 24.36‑49) 19 Al llegar la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, los discípulos se habían reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo: —¡Paz a ustedes! 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. 21 Luego Jesús les dijo otra vez: —¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. 22 Y sopló sobre ellos, y les dijo: —Reciban el Espíritu Santo. 23 A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar. Tomás ve al Señor resucitado 24 Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuan20.21 así yo los envío a ustedes. Ahora los discípulos tienen una misión: repetir el ministerio de Jesús, llevando la salvación a través de la fe en Jesús a todas las personas. 20.22 Reciban el Espíritu Santo. Eso aún era algo nuevo para los discípulos, a pesar de que Jesús les hubiera hablado so‑ bre el Espíritu Santo en las vísperas de su crucifixión. Aquí Jesús indica cuál sería el nuevo guía de los discípulos (en la práctica, el descenso del Espíritu Santo sucedió en una gran manifestación en el día de Pentecostés, exactamente 50 días después, cf. Hch 2.1). 20.23 a quienes no se los perdonen, les quedarán sin per‑ donar. No sólo el discípulo cree en Jesús; aquí Jesús muestra que él también cree en sus seguidores — con el Espíritu Santo — y les da autonomía (o sintonía) para tratar el difícil tema de los pecados y del perdón. A primera vista estamos acostum‑ brados a entender la frase como una referencia a perdonar pecados de otros, pero los dos próximos episodios (Tomás y Pedro) muestran que el perdón más difícil de conceder puede ser a uno mismo (ver: vv. 20‑29; 21.1‑19). 20.24 Tomás. No sabemos por qué ese discípulo no estaba
San Juan 20 — 21 62 do llegó Jesús. 25 Después los otros discípulos le dijeron: —Hemos visto al Señor. Pero Tomás les contestó: —Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer. 26 Ocho días después, los discípulos se habían reunido de nuevo en una casa, y esta vez Tomás estaba también. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, se puso en medio de ellos y los saludó, diciendo: —¡Paz a ustedes! 27 Luego dijo a Tomás: —Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado. No seas incrédulo; ¡cree! 28 Tomás entonces exclamó: —¡Mi Señor y mi Dios! 29 Jesús le dijo: —¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto! junto con los demás en la tarde del domingo de la resurrec‑ ción; tal vez él hubiera imaginado una forma individual de esconderse de los líderes judíos; tal vez estuviera más decep‑ cionado que los otros. El hecho de que él esperaba la muerte de Jesús (11.16), pero no la resurrección, y ahora no podía creer. 20.25 Si no veo… no lo podré creer. La duda no es solamente de Tomás, pero él necesita que sus sentidos estén incluidos en el creer. De esta manera, concretamente y sin reprensio‑ nes, él fue invitado a creer (v. 27). Se nos desafía a creer a par‑ tir de lo que no vemos, y por eso mismo Jesús nos nombra, valorizando a los que se adhieren sin haber visto. 20.26 Ocho días después. Jesús aparece otra vez, proba‑ blemente sólo por causa de Tomás (y de muchos otros que tienen dificultad para creer). Es la misericordia del buen pas‑ tor, que prefiere morir a perder una oveja (10.11). Podemos contar siempre con esa misericordia para con nuestras debi‑ lidades. Paralelamente, el buen pastor está preparando a sus discípulos para su ausencia total en términos visibles, que se daría con la ascensión, 33 días más tarde. Como un padre y una madre hacen con sus hijos, apareciendo, saliendo y después volviendo nuevamente, Jesús acostumbra a sus dis‑ cípulos a guiar su relación con él por la fe y ya no más por la visión (v. 29). 20.27 No seas incrédulo; ¡cree! Jesús no sólo tiene miseri‑ cordia de nuestras debilidades, sino que también nos ayuda a enfrentarlas. 20.29 ¿Crees porque me has visto? Jesús atiende la necesi‑ dad de Tomás de tener una experiencia “visible” con él. Pero diciendo la verdad con amor, él le muestra que esa necesidad de una prueba visible nos hace menos felices — la felicidad está en creer, no en ver. Aquella semana que Tomás pasó entre una manifestación de Jesús y la otra, debe haber sido muy angustiante, muy infeliz. 20.31 para que creyendo tengan vida. Juan nos explica el camino para que tengamos vida: creer que Jesús es el Mesí‑ as, el Salvador (Ver el cuadro: “Los pecados y la salvación en
El porqué de este libro 30 Jesús hizo muchas otras señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. 31 Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él. Jesús se aparece a siete de sus discípulos 1 Después de esto, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos, a orillas del Lago de Tiberias. Sucedió de esta manera: 2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, al que llamaban el Gemelo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos de Jesús. 3 Simón Pedro les dijo: —Voy a pescar. Ellos contestaron: —Nosotros también vamos contigo. Fueron, pues, y subieron a una barca; pero aquella noche no pescaron nada. 4 Cuando comenzaba a amanecer, Jesús se apareció en la
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Jesús”, (Jn 3) p. ##). Este versículo parece ser el final del libro — es posible que Juan haya escrito el capítulo siguiente algún tiempo después, al darse cuenta que era importante relatar un hecho más. 21.2 Estaban juntos. En esta oportunidad eran siete, posible‑ mente un grupo con más afinidad, por amistad o por la proce‑ dencia de Galilea o por la pesca. El hecho es que el grupo de los doce empezaba a subdividirse, sin la presencia física de Jesús todos los días. Simón Pedro y Tomás. Los dos discípu‑ los que tuvieron sus debilidades expuestas son mencionados primero. Tomás ya había sido rescatado por Jesús; llegó el momento del líder Pedro. 21.3 Voy a pescar. ¿Por qué Pedro resolvió volver a la pes‑ ca, que era su profesión antes de conocer a Jesús? Proba‑ blemente estaba muy decepcionado consigo mismo. Jesús venció la muerte, triunfó. Pero Pedro no olvidó que, en la hora del peligro, tuvo miedo y negó tres veces que conocía a Jesús, rompiendo su promesa de que daría la vida por él. (13.36‑38; 18.25‑27). Pedro ciertamente estaba muy aver‑ gonzado, sintiendo como alguno de nosotros: “el problema no está con Dios ni con Jesús sino que el problema soy yo”. Con eso estaba sintiéndose incapaz e inadecuado para ser el líder del grupo. Pedro estuvo amargado durante tres largos días condoliéndose y pensando: “Jesús murió, y la última cosa que yo hice por él fue negar que lo conocía”. El valiente muestra que es cobarde (ver 20.23, nota, p. ##). No‑ sotros también vamos contigo. Tal vez estuvieran actuando como amigos, solidarios con las tristezas y dificultades del amigo triste consigo mismo, pero el hecho es que un líder como Pedro influencia a los que están cerca. no pescaron nada. ¡ Ni siquiera lo que Pedro creía que sabía hacer le estaba saliendo bien! 21.4 Jesús se apareció en la orilla, El buen pastor va a buscar sus ovejas. no sabían que era él. En una situación parecida al encuentro de Jesús con dos discípulos en el camino a Emaús (Lc 24.13), la resignación y la frustración parecen impedir el reconocimiento de la presencia de Jesús.
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orilla, pero los discípulos no sabían que era él. les preguntó: —Muchachos, ¿no tienen pescado? Ellos le contestaron: —No. 6 Jesús les dijo: —Echen la red a la derecha de la barca, y pescarán. Así lo hicieron, y después no podían sacar la red por los muchos pescados que tenía. 7 Entonces el discípulo a quien Jesús quería mucho, le dijo a Pedro: —¡Es el Señor! Apenas oyó Simón Pedro que era el Señor, se vistió, porque estaba sin ropa, y se tiró al agua. 8 Los otros discípulos llegaron a la playa con la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban a cien metros escasos de la orilla. 9 Al bajar a tierra, encontraron un fuego encendido, con un pescado encima, y pan. 10 Jesús les dijo: —Traigan algunos pescados de los que acaban de sacar. 11 Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la playa la red llena de grandes pescados, ciento cincuenta y tres; y aunque eran tantos, la red no se rompió. 12 Jesús les dijo: —Vengan a desayunarse.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor. 13 Luego Jesús se acercó, tomó en sus manos el pan y se lo dio a ellos; y lo mismo hizo con el pescado. 14 Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de haber resucitado.
21.5 Muchachos. Literalmente, “hijos”, lo que indica una pre‑ ocupación paternal de parte de Jesús. ¿no tienen pescado? Es posible que con el fin del discipulado intensivo con Jesús, la vida cotidiana estuviera volviendo a ocupar un lugar importan‑ te. La familia de Pedro vivía en Cafarnaún, a la orilla del lago. Sin el marido/hijo presente, puede ser que la situación econó‑ mica no fuera buena, y ellos no tuvieran mucho para comer. 21.6 Echen la red a la derecha. Si hubiéramos sido nosotros, tal vez hubiésemos cuestionado: “¿Quién los mandó a uste‑ des volver a pescar?” Pero Jesús no sólo no condena, sino que incluso les ayuda a que puedan realizar su deseo. Era la obra conjunta de la dimensión natural (los discípulos echando la red) con la sobrenatural (los pescados indicados por Jesús). Jesús opera a través de ambas. 21.7 el discípulo a quien Jesús quería mucho. Juan, el autor de este libro, que evita mencionar su nombre. La misma amis‑ tad profunda que lo llevó a estar más cerca de Jesús en su sufrimiento y en la cruz, ahora lo ayudaba a abrir los ojos y a reconocer a su amigo. 21.8 porque estaba sin ropa. Sólo tenía ropa interior, lo que revela que estaban en confianza, entre amigos, trabajando juntos. 21.9 fuego encendido, con un pescado encima, y pan. En esta escena se condensan los símbolos de varios momentos de la vida de Pedro: la escena del llamado a ser discípulo, la cena de despedida, el fuego de la tentación para negarlo… Jesucristo con su amor trae todos los elementos a la memoria, para poder curar cada uno de ellos, e integrarlos en un nuevo significado. Éste es el amor que nos cura y nos salva. 21.10 Traigan algunos pescados. Nuevamente en una actitud
paternal, Jesús hace que los discípulos participen proveyendo alimentos para una comida juntos. 21.13 tomó… y se lo dio. Jesús ya resucitado se interesa en participar de una actividad bien humana, de “carne y hueso”, presidiendo la mesa como acostumbraba hacer. 21.15 Simón Pedro… Simón, hijo de Juan. Mientras el evan‑ gelista Juan lo llama Pedro (el nuevo nombre que Jesús le dio, ver: 2.42, nota, p. ##), Jesús lo llama por su antiguo nom‑ bre y apellido. Así como Pedro había vuelto a pescar, por los nombres que usa, Jesús probablemente está mostrando que Pedro está intentando volver a ser apenas el Simón que no lo conocía. ¿me amas más que estos? La palabra original “estos” también puede significar “esto” (la situación de pesca), reu‑ niendo tanto el grupo de amigos como su profesión original. Aquí Jesús, con toda la gracia posible, va directamente a la verdad central, la única motivación legítima en la nueva alian‑ za: el amor. Sí, Señor, tú sabes que te quiero. A pesar de ser sinónimos, Jesús y Pedro utilizan dos verbos diferentes para “amar”. Jesús pregunta utilizando el amor “agape”, un amor que se sacrifica por el otro, que se dedica sin esperar nada a cambio. Pedro, más humilde y consciente de su cobardía para el sacrificio, responde afirmativamente, pero utiliza el amor “fileo”, que indica gran afección, amor de hermano. Cuida de mis corderos. El primer llamado fue a ser pescador de hombres; este llamado es a ser pastor de ovejas. Jesús está señalando el ministerio de Pedro de aquí en más. Y 21.16 Volvió a preguntarle: Nuevamente Jesús utiliza “aga‑ pe” y Pedro responde afirmativamente, pero usando “fileo” (v. 15, nota). 21.17 Por tercera vez. Hasta ahora ni Jesús ni Pedro habían
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Palabras de Jesús a Simón Pedro 15 Terminado el desayuno, Jesús le preguntó a Simón Pedro: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le contestó: —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: —Cuida de mis corderos. 16 Volvió a preguntarle: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le contestó: —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: —Cuida de mis ovejas. 17 Por tercera vez le preguntó: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro, triste porque le había preguntado por tercera vez si lo quería, le contestó:
San Juan 21 64 —Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: —Cuida de mis ovejas. 18 Te aseguro que cuando eras más joven, te vestías para ir a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás los brazos y otro te vestirá, y te llevará a donde no quieras ir. 19 Al decir esto, Jesús estaba dando a entender de qué manera Pedro iba a morir y a glorificar con su muerte a Dios. Después le dijo: —¡Sígueme! El discípulo a quien Jesús quería mucho 20 Al volverse, Pedro vio que detrás venía el discípulo a quien Jesús quería mucho, el mismo que en la cena había estado a su lado y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te
va a traicionar?» 21 Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: —Señor, y a éste, ¿qué le va a pasar? 22 Jesús le contestó: —Si quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿qué te importa a ti? Tú sígueme. 23 Por esto corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no dijo que no moriría. Lo que dijo fue: «Si quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿qué te importa a ti?» 24 Éste es el mismo discípulo que da testimonio de estas cosas, y que las ha escrito. Y sabemos que dice la verdad. 25 Jesús hizo muchas otras cosas; tantas que, si se escribieran una por una, creo que en todo el mundo no cabrían los libros que podrían escribirse.
tocado el tema de las tres veces que él había negado conocer a Jesús. Al ser preguntado por tercera vez, Pedro automática‑ mente debe haberse acordado de su gran fracaso. ¿me quie‑ res? Esta vez Jesús cambia la palabra, y también utiliza “fileo” en la pregunta, bajando al nivel en que está Pedro (v. 15, nota). La invitación es que Pedro sea pastor de los seguidores de Jesús, pero él sabía que no tenía condiciones de tener un amor sacrificial. Jesús, al utilizar el amor afectivo, de herma‑ no, quiere comunicar dos verdades: 1) para servir a Cristo es suficiente tener amor fraterno por él: cobardes y otros im‑ perfectos pueden servirlo sin tener que resolver primero sus imperfecciones. 2) al sentimiento de incapacidad para la obra de Jesús, el Señor contrapone la verdad de nuestro corazón, como diciendo: “¿No es verdad que tú me quieres? Entonces eso basta: cuida de mis ovejas”. Pedro no podía negarse por‑ que su amor por Jesús era la más pura verdad. 21.18 joven… viejo. Jesús afirma que aún en esa debilidad habrá victoria. Un día, a diferencia de lo que sucedió en el patio del Sumo Sacerdote (18.17), Pedro lograría morir por su
Señor Jesús. Ahora no estaba pronto para eso (13.36). Por lo tanto, aún sin que estemos todavía prontos, podemos desde ya servir a Jesús. 21.19 ¡Sígueme! Jesús le hace a Pedro la misma invitación que le había hecho tres años atrás: la gracia de un nuevo llamado, una renovación de la invitación, con mucho apren‑ dizaje a cuestas entre una oportunidad y otra. En esos tres años podemos constatar que Jesús llevó a Pedro a madurar, a contactarse con su cobardía, a la experiencia de la gracia y a la esperanza en la resurrección. 21.22 ¿qué te importa a ti? Nuestro camino con Jesús cierta‑ mente será diferente del de otros hermanos en la fe. Lo que nos toca es responder al “sígueme” que nos fue dirigido, y no fijarnos en los caminos de los demás. 21.25 muchas otras cosas. Los cuatro Evangelios, y éste de Juan en particular, seleccionaron muy bien cuáles son los mi‑ lagros y las enseñanzas que iban a ser presentadas a los lecto‑ res. Aquí en Juan la intención fue producir y fortalecer la fe en Jesús, para que recibamos vida eterna (cf. 20.31).