2 minute read

Túnel

En El Banquillo Tedi L Pez Mills

Desde la ventana de uno de los departamentos del edificio donde vivo una joven arroja huevos contra el coche estacionado en el zaguán, le sube el volumen a su música y se ríe con sus amigas. Alguien barre los pasillos, se acerca a mi puerta, se aleja de mi puerta. Los ruidos posteriores a los hechos parecen doblajes. Son las nueve de la mañana. No debo confundir las unidades de acción, lugar y tiempo —según dictan las normas canónicas— y tampoco debo suponer que me está ocurriendo a mí lo que percibo, por más difícil que sea fijarle un sitio exacto al matiz: ¿soy yo, somos nosotros o serán ellos? A los gritos de la joven los criba el sonido grave, rugoso de la bomba de agua y el tintineo de la pequeña campana de mi reja. Habrá más ráfagas de viento en la tarde, me avisa el hijo de la portera, “y por favor señora no se lastime con las ramas cuando salga a darse su vuelta”. Invento palabras para mi circunstancia: crimbustis: lesiones en los dedos cuyo origen proviene de delgadísimos cortes en la piel causados por filos metálicos, latas de comestibles, etcétera, aunque el vocablo posee también referentes simbólicos; randrestán: maltrato laboral, gremial, de tipo complejo; su rasgo sobresaliente es una amabilidad extrema e inexplicable (muy común entre mujeres); lebrandúculo: alude a un objeto de superficie opaca, áspera, que no logra sujetarse con las manos (dícese también de las personas sin vínculos nítidos o racionales con el mundo).

Advertisement

Pienso en la costra de la yema escurrida en el cofre del coche o el friso de plumas y polvo en la mancha de aceite junto a los basureros: el arco iris a ras de tierra en las orlas secas. Aún no se incluye la concordia en mi vida nueva, pero oigo las puntualizaciones:

“te preocupas demasiado”, “ya es hora de que retomes tus actividades literarias”, “te estás repitiendo”, “acepta que el don de la poesía se nos da solo a algunas o a algunos”. Ha de ser extraño saber tantas cosas y gozar de tanta suerte. Por lo pronto, suspendo poco a poco mi incredulidad. Cinco adultos mayores en torno a una mesa no fuimos capaces de armar una conversación: ahí despuntaron los primeros síntomas de la melancolía de los atardeceres. “¿A quién podría yo imitar para ser original?” —escribió Rubén Darío en 1896—. “Pues, a todos… Y el caso es que resulté original… Sé tú mismo: ésa es la regla”. Si la identidad es difusa y carece de centro quizá baste con encerrarla para que se defina. Observo el mapa de mis constelaciones, el mirlo de Wallace Stevens, las palomas de Carlos Pellicer, el racimo de fechas contiguas: Renato Leduc y e.e. cummings nacieron en 1894; Xavier Villaurrutia y Lorine Niedecker, en 1903; Salvador Novo y Louis Zukofsky, en 1904; Gilberto Owen y Kenneth Rexroth, en 1905; Octavio Paz y John Berryman, en 1914. “Busque inflexiones, alusiones, claves. Pájarosdorados, alfileres. Evite desencuentros. Instrúyase. Todavía se desconoce quién será usted a solas. Cualquier parodia la pondrá en peligro: cuide las formas”. _

HOMBRE DE CELULOIDE

This article is from: