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El legado del escritor inglés lleva consigo la osadía para sortear todo despropósito y extender los alcances morales de la novela Martin Amis: la ironía como credo y antídoto
¿Qué inconcebible literatura ladoramente rar las lones que alterna a oscuras victimario; de la amistad venganza violencia, de comedia; de un los cuarenta de una en un patanería trica.
o solo hemos perdido a un gran escritor. La muerte de Martin Amis (Oxford, 1949-Florida, 2023) anuncia también los funerales de un estilo, de una actitud frente al mundo. ¿De qué estamos hablando? No sin sobrecogedora nostalgia, de esa voz proveniente de una insatisfacción que callada y disciplinadamente va abriéndose paso cuando nuestro inframundo bulle y se revuelve contra una herida profunda. Hablamos de la ironía.
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La ironía es el estilo del siglo XX, escribió Martin Amis en Experiencia(2000), suerte de autobiografía en la que el Yo es inaceptable sin la compañía y el ejemplo vocacional de los otros (los padres, los amores, los amigos). Y cuando decimos ironía, sobre todo cuando hablamos de Martin Amis, estamos obligados a inclinarnos frente a Vladimir Nabokov. Consideremos las primeras novelas: El libro de Rachel (1973) y Niños muertos (1975). Son hijas legítimas de la mejor tradición satírica en Gran Bretaña pero, a pesar de su originalidad, no saben —o no quieren— disimular su deseo de sentarse a la diestra del “escritor a quien las cosas lepasabande verdad”.
Así que ahí está el cazador ruso de mariposas ejerciendo su embrujo narrativo. Y ahí está, en el mismo peldaño, ya que se trata de influencias mayores, el águila blanca de Chicago, ante quien resultaba imposible no sentir “una especie de vértigo de las alturas”.
Puede sonar a exageración pero creo que Dinero (1984) es un homenaje, quizás inconsciente, a Las
NaventurasdeAugieMarch. Como el Chicago de Saul Bellow, el de la Gran Depresión y los mafiosos almidonados, la Nueva York de Dineroes un ser viviente, voraz e inmisericorde con sus criaturas débiles e incapaces de responder a los golpes que reciben. Claro que el antiheroico John Self —y adicto a la pornografía, el whisky y la cocaína— es un tipo curtido al lado de la desgarbada inocencia de Augie… y, sin embargo, comparte con éste la misma filiación picaresca. En 1984, un año después de conocer a Saul Bellow en el Chicago Arts Club, Martin Amis había dejado de ser el joven irreverente de las letras inglesas, un miembro honorario del “infierno imbécil de mi vida amorosa”, para encaminarse hacia la edad en que toda ambición estaba en el horizonte cercano del talento y, por supuesto, del aguante.
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Antes de la Edad de la Ambición, sería oportuno darse una vuelta por la Edad del Presentimiento, consignada en Desdedentro(2020), la última sonrisa de Martin Amis. Como Experiencia, tiene la forma de unas memorias, aunque ya sin la omnipresencia de Kingsley, el padre y el modelo de la irrupción de un huracán en una cristalería. Como Experiencia, y con todo y sus escarceos intelectuales, sus llamaradas humorísticas y sus picantes revelaciones, es un libro sobre la muerte, cuyas tentativas llegan como algo impuesto. Si allá vio “el lugar de mi inconsciente donde nacen mis novelas”, acá avizora el verdadero problema de la vida: su “calidad de informe”, su “fluidez ridícula”. Leemos en el preludio: “bajé hasta la orilla y me senté en una roca con mi libreta de notas, como solía hacer muchas veces: el impetuoso Atlántico Sur, las grandes rocas sin aristas, del tamaño y la forma de dinosaurios adormilados, el faro macizo recortado contra el azul claro y candoroso del cielo. Y no escribí ni una sola sílaba. La escena no me instaba a nada. Pensé que estaba acabado. Era una sensación horriblemente insólita. Una especie de anti-inspiración. Cuando llega a ti una novela tienes una sensación familiar pero siempre sorprendente de insuflación calorífica; te sientes bendecido, fortalecido y maravillosamente confortado. Pero ahora la marea fluía en sentido contrario. Algo en mi interior parecía desaparecer: se alejaba, con una mano en los labios, y me decía adiós…”. Esa fue la primera muerte. La segunda, la definitiva, ocurrió el 19 de mayo pasado. La muerte expele su aliento sobre Saul Bellow (2005) y Christopher Hitchens (2011), a quienes dedica páginas de refinada admiración y dolorosa complicidad. La muerte nunca había estado tan viva, dice luego de manifestar que la vida podía ganarse un lugar en la ficción. ¿En qué consiste entonces la tarea de Martin Amis? En novelar sus recuerdos bajo la cubierta de una anécdota, una lección de crítica literaria y aun del ensayo político. No es raro que vuelva sobre sus grandes temores. De entre ellos, y quizá condimentando sus opiniones con cantidades significativas de intransigencia, sobresale, por su sinceridad confesional, una redoblada visita al 11-S, la materia quemante que ya había modelado en Elsegundoavión (2008), catorce piezas periodísticas que componen una apasionada reflexión en torno al terror islamista y al aburrimiento, es decir, a la doctrina que solo se complace en dar muerte a los infieles. El 11-S: sí, el mundo dio un vuelco. Los aviones de pasajeros ya no eran los vehículos ordinarios que usábamos en el mejor de los casos. Se habían convertido en misiles. Y algo doblemente aterrador: esa creencia ilusoria de que los padres podíamos proteger a nuestros hijos había mostrado su sinsentido. “Estábamos ante una modalidad nueva de enemigo”, escribe Martin Amis: “increíblemente innovador, audaz y disciplinado, y sin el menor miedo a morir”.
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(Un caprichoso paréntesis. Los seguidores de Martin Amis suelen encomiar tres de sus novelas maduras: Campos de Londres (1989), La información (1995) y Perrocallejero(2003), y tienen razón. Pero, deslumbrados por su inextinguible fulgor, dejan en el olvido una de sus novelas de formación: Éxito(1978). No solo es cruelmente divertida; es una apuesta de elevada arquitectura narrativa. Mientras el agraciado, y rico y carismático Gregory prospera en los negocios y con las mujeres —“en un mundo más sensato, uno contaría con poder llegar rápidamente a su trabajo en su lujoso automóvil verde”—, su hermanastro Terry se afana en esculpir la imagen de la indigencia física y sentimental —“Es bastante fácil darse cuenta de qué fue lo que me ha jodido”—. La fortunamutabile, el argumento profano de la fragilidad de las acciones humanas frente a la providencia, es un tópico medieval que desvelaba a pintores y poetas. Pues bien, esa misma fortuna mueve la rueda a la que Gregory y Terry se han subido hasta poner abajo lo que estaba arriba, y viceversa, y vuelta a empezar. Como en otras construcciones novelísticas La flecha del tiempo (1991) brilla por su estructura en reversa—, Martin Amis no ocultó nunca su fascinación por los alcances incendiarios, y las consecuencias morales, de todo despropósito, aun literario.)
Antes que son les de información escritas Ambición, de Martin la prensa si se tratara la realeza: bucal, viejas cháchara fondo las. Pues común? lúrica apremia nocer, y deformaciones raya y para ofrecerles incomprensible viveza. midos pueden o algo nen el Quiero y Nicola Xan Meo, esas novelas, convidados muerte, amargo el beso La la que generación tánicos, convocatoria
Alineaban Barnes, Ishiguro, Swift pos de ción, extremo (2012), una excursión peligrosa la riqueza—, muy bien un escenario al menos estado circunstancia la sátira en cuenta la cual lenguaje nos modales historia cribió: logros,
*** tienen en común la historia — inconcebible en estos días en que la literatura parece destinada, o calculadoramente dispuesta, a decolas salas de espera de los sade belleza— de una mujer alterna los bares y las calles oscuras en busca de su futuro victimario; las transfiguraciones amistad en una espiral de venganza que, no sin sofisticada violencia, contiene altas dosis comedia; y las tribulaciones hombre en la frontera de cuarenta a quien las secuelas una golpiza ha transformado digno representante de la patanería y la virilidad egocén¿Qué tienen en común?
Antes de responder, digamos son los hilos argumentade Campos de Londres, La informacióny Perrocallejero, escritas durante la Edad de la Ambición, cuando la intimidad
Martin Amis se ventilaba en prensa sensacionalista como tratara de un miembro de realeza: divorcio, prótesis bucal, contratos de seis cifras, amistades perdidas…, la cháchara que hace de ruido de fondo en muchas de sus novePues bien, ¿qué tienen en común? Son la expresión telúrica de un genio satírico que apremia a sus personajes a conocer, y alimentar, las pulsiones deformaciones que creían a y de pronto salen del baúl ofrecerles una realidad tan incomprensible como llena de viveza. Las inquietudes y los gemidos que salen de sus páginas pueden semejar un mal sueño, parecido, pero nunca tieel aroma del desamparo.
Quiero decir que Keith Talent Nicola Six, que Richard Tull y Meo, los protagonistas de novelas, se mueven como convidados del abandono y la muerte, y al final, con un avance amargo y dulce a la vez, reciben beso compasivo de su creador. Clase 83, la etiqueta con que Granta proyectó a una generación de narradores británicos, fue sin duda la primera convocatoria de un dreamteam.
Alineaban Ian McEwan, Julian Barnes, Salman Rushdie, Kazio Ishiguro, William Boyd, Graham y Martin Amis. Tras Camde Londres, La informaPerrocallejero —y, en un extremo temporal, LionelAsbo (2012), malamente olvidada, excursión hacia la frontera peligrosa entre el lumpenaje y riqueza—, Martin Amis supo bien cuál era su tarea en escenario que demandaba, menos en Gran Bretaña, otro estado de cosas: interpretar su circunstancia con los dones de sátira y la comedia sin tomar cuenta la mirada ridícula con cual los pobres correctores del lenguaje y los revisores de los buemodales ante el tribunal de la historia suelen dirigirse a quien escribió: “Entre otras adquisiciones y logros, las mujeres han conseguido importantes avances en el dominio predominantemente masculino del egocentrismo” (Perrocallejero).
Martin Amis no solo fue señalado por ocuparse demasiado de los trofeos de la virilidad (cuando en realidad mostraba su sonoro fracaso), sino por banalizar el Holocausto. La Zona de Interés (2014) —por cierto, la adaptación cinematográfica de esta que fue su última novela se exhibió con gran estruendo hace unos días en el Festival de Cannes— sigue las correrías sexuales y sentimentales de un oficial nazi llamado a supervisar la mano de obra en un campo de concentración y, de manera lateral, de un judío que trabaja para los verdugos. Su destino en Francia y Alemania fue sellado por el silencio y la incomprensión. Gallimard y Hanser Verlag la juzgaron “comercialmente” inaceptable. ¿O es que donde había una inmersión en la cotidianeidad de un ángel exterminador quisieron ver una humanizacióndel mal?
¿Tan mala respuesta merecía la visión tragicómica de una era en la que la muerte careció tanto de prestigio como la vida? ¿La mofa, el sarcasmo, no podían también dejar en evidencia los vicios y atrocidades del nazismo? Como sea, el escándalo tomó por sorpresa a Martin Amis cuando su propensión a sacudir el avispero del mundo literario ya era cosa del pasado.
Y así volvemos a Desdedentro, no un testamento —aunque, en algunos pasajes, Martin Amis sopesa abandonar el tabaco, cuyos efectos suenan a coro de gaviotas cada vez que sube las escaleras— sino una larga carta de principios. Ya de salida, Mart se detiene a contemplar la posibilidad de escribir un libro de relatos sobre el racismo en Estados Unidos y otra novela —de breve aliento— sobre la esperpéntica naturaleza del nacionalsocialismo. Lo que más deslumbra, lo que más ejerce un poder de seducción, es el tono insurrecto con el cual declara su temor a la fatiga que advierte de los apocalipsis de la memoria. Ninguna imagen tan desoladora como la de una anciana Iris Murdoch embobada mientras sigue un episodio de los Teletubbies
El escritor inglés nació el 25 de agosto de 1949 y murió este 19 de mayo.
Cuatro libros esenciales en los géneros de la novela, el ensayo y las memorias.
Mientras tanto, sugiere Martin Amis, hay que hacer acopio de inteligencia, de riqueza verbal, de expresividad sonora, de osadía, de temperamento insumiso para no dar nada por sentado, de energía amorosa, porque la literatura no es para los crédulos ni para quienes guardan siempre una “reserva decorosa”. Pues, asegura, “estoy convencido de que no hay nada, absolutamente nada, que se deba proteger de la mirada del escritor. Si esa es la perspectiva de un fundamentalista literario, eso es lo que soy”. _