Sulfóxido
de tiopropanal Clide Di Tulio y Pedro González
SULFÓXIDO DE TIOPROPANAL
Antes, cuando todavía Matilda no estaba, me preguntaba por vos. Y yo le contaba y le volvía a contar siempre lo mismo. No preguntaba por celos, me preguntaba porque quería conocer “cómo es que había sido, cómo fue que elegí partir”. Lo decía así, con una canción de Fito Páez que yo no conocía, y así me ayudó a entender que fue como migrar, como salir de un país y entrar en otro. Con la diferencia de que les migrantes, muchas veces, tienen que abandonar forzados su patria (o su matria) y yo, en cambio, llegué a la mía. En mi camino, sin saber bien adónde iba, me crucé con vos y con vos crucé la frontera. De este lado –que en aquel entonces era el otro lado- no sabía qué había, aunque sabía que iría. (Matilda me ve llorar, pero no sabe que estoy hablando mentalmente. Mi madre también lo hacía, pero ella murmuraba, parecido a las mujeres que rezaban en la radio, como contando un chisme o una cosa impronunciable. Parecía ahogarse, parecía sofocarse de palabras. Eran palabras que no diría, era todo lo que se escondía o se aguantaba. Yo, por suerte, no lo hago para esconderme: este diálogo mental que tengo, con vos y conmigo, es como un mantel donde dispongo los platos que quiero servirme).
“Luego me abrió su boca, como la libertad”, me cantaba cuando yo le contaba que, en medio de la cancha, cuando pasamos a semifinales del campeonato de fútbol 7, me besaste delante de todos y nos fuimos, y ya no volvimos, hartes estábamos de las bromas homofóbicas, de los chistes de putos, del asco que les dábamos.
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SULFÓXIDO DE TIOPROPANAL
Todavía no dejo de acordarme, cuando paso por el Parque Las Heras, de la vez que me llevaste con la excusa de que te acompañara a dibujar un gazebo. Llegamos y era una fiesta de colores: había banderas arco iris y todas las personas parecían arco iris, brillantes como el orgullo. “¿Cuánto tiempo antes del beso en el partido fue esto?”, solía preguntarme antes de que estuviera Matilda. Un años antes o más, porque todavía usaba el pelo muy corto y los pantalones de la moda de entonces eran anchos.
“Fuimos ella y yo, dos en la ciudad. Pasó, pasó… pasó nuestro cuarto de hora”, cantaba cuando, antes de que tuviéramos a Matilda, le contaba el final: que me citaste en las escalinatas del Parque Sarmiento, que subimos hasta la rotonda mientras atardecía y la rueda Eiffel es más hermosa. Me soltaste el pelo, me acariciaste el mentón recién afeitado y me dijiste: —¿Hasta cuándo vas a fingir que sos un hombre? —Me sorprendí y largué una carcajada, pero vos estabas tan serio y perfumado.
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SULFÓXIDO DE TIOPROPANAL
Está fuertísima la cebolla. Matilda, sin apartarse de sus juguetes, me dice: “mamá, ¿estás llorando por el sucócido detional?”. Mi hermana le enseñó que cuando picamos cebolla, se libera un gas que nos irrita los ojos y nos hace lagrimear: se llama sulfóxido de tiopropanal. “Sí, hija, es eso”, le digo, casi segura de que no miento.
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