5 minute read
EDITORIAL
from INFORMATIVO 34
by SECREPROVES
P. Juan de la Rosa
Advertisement
Director Provincial
A esta altura de la vida…
En ocasiones solemos oír a personas entradas en años decir que ya lo han visto todo, incluso alardean de que a estas alturas de la vida ya nada les puede sorprender, como si la vida no les pudiese deparar ninguna sorpresa, porque ya lo han visto todo, y todo lo tienen controlado. Nada más lejos de la realidad. Ahí tenemos la prueba reciente de la pandemia de Covid-19, que bastante nos ha hecho sufrir a toda la humanidad, y de la noche a la mañana hemos visto cómo nuestra imagen de gigantes y poderosos se desvanecía en un santiamén y nos convertíamos en indefensos liliputienses atemorizados ante el gigante que nos podía destruir.
Qué curioso, el mundo no hay quien lo pare, decíamos, asumiendo que así tenía que ser, que el ritmo que llevábamos era el correcto, porque a una minoría les iba bien, sin importarnos las personas que no podían seguir el ritmo impuesto por los poderosos. Pero el Covid no hizo acepción de personas, y nos paró a todos por igual, sin diferencias ni distinción, y todos, ricos y pobres hemos sufrido los estragos de una pandemia que a modo de dura lección nos ha hecho ver la realidad, lo frágiles que somos y lo expuestos que estamos a lo que la vida nos quiera deparar.
Saldremos mejores, más fortalecidos, pero no solo se trata de estar preparados y tener remedios para afrontar los virus y bacterias que nos pueden atacar y que en cualquier momento nos pueden parar la vida acabando con la raza humana, es necesario aprender a vivir, eligiendo los valores que nos ayuden a ser mejores. Todavía
no hemos terminado con la pandemia y Rusia entra en guerra contra Ucrania, y por eso de la globalización todos estamos sufriendo las consecuencias desastrosas que produce. Es evidente que esos dos pueblos hermanos están sufriendo directamente las consecuencias de este litigio que se alarga en el tiempo, produciendo muchas muertes y destrucción.
Estas crisis humanitarias ponen de manifiesto la fragilidad de la raza humana, incapaz de crecer en fraternidad, dispuesta en cualquier momento a demostrar lo que somos y llevamos dentro, el mal y la capacidad de destrucción y, como siempre, los pobres pagan las consecuencias de intereses políticos y económicos, por la escasez de alimentos, por la fuertes subidas de precios y una hambruna que ya se vaticina que afectará a 50 millones de pobres. Nos consuela ver que la solidaridad no se ha extinguido, y muchas familias que han tenido que abandonar su país ante la destrucción y la inseguridad, han sido acogidas por familias donde han encontrado la seguridad y el calor del hogar que habían perdido.
A esta altura del año…
Y a pesar de los augurios que se van haciendo realidad, la gente necesita respirar y aunque el litro de gasolina se ha disparado y esté por las nubes vemos los fines de semana las carreteras llenas de coches y las ciudades vacías de gentes que se desplazan a playas y campo para poder respirar otro aire más limpio que les permita oxigenarse para seguir afrontando las sorpresas que la vida no deja de presentarles a diario.
Ante esta realidad, nuestra misión es, como siempre, estar al lado del que sufre, aportándole esperanza, la que vivimos por la fe en ese Dios misericordioso que está al lado del que sufre y nos ha llamado para que seamos consuelo y futuro de tantas gentes que no encuentran sentido para seguir esperando.
No quiero terminar estas palabras sin agradeceros, una vez más, todo el bien que me habéis hecho con vuestras oraciones que no me han faltado durante mi enfermedad y que han contribuido a mi curación. Gracias a todas, Dios os lo pagará. ¡Feliz verano!
Sor Mª del Carmen Polo
Al terminar, sencillamente la besé…
Ayer, nuevamente, tuve que destinar a una Hermana nonagenaria. A esto nunca se acostumbra una. Al iniciar el diálogo, con rostro sereno y palabras precisas, me dijo: “No te canses de hablar a las Hermanas sobre la pobreza”. Me quedé sorprendida ante el inesperado mensaje de una persona que estaba ante el trance de tener que salir de una Comunidad en la que había permanecido por más de treinta y seis años. ¿Eso es lo que más te preocupa en este momento? le pregunté. Sin punto y aparte siguió su íntima narración, “he sido muy feliz en la Compañía y para mí, ahora, esto es lo más importante. Tengo poco, pero menos necesito. Lo único que me preocupa es mantenerme fiel hasta el final”. En ese mismo instante sentí el deber de obedecerle. Su fidelidad me estaba desafiando. ¿Qué querrá que diga? ¿Qué querrá que me diga?. Para empezar me pareció importante releer la C.30 en la que la vi reflejada con rapidez. Que Dios era su único tesoro estaba claro. También descubrí, cómo vivía la pobreza de corazón al “aceptar con paz las contradicciones y las limitaciones personales”. Atenta a la voluntad de Dios no quería complicar la vida a ninguna persona y, mucho menos, hacer sufrir. Si tenía algún temor era en relación a la Compañía. Ella no tenía miedo a nada ni a nadie. Cuando llegamos al terreno personal estas fueron sus preguntas: “Donde voy ¿podré confesarme a menudo? ¿Podré seguir teniendo dirección espiritual? Se sentía contenta porque podría asistir a la Eucaristía a diario y celebrarla con las Hermanas de la Comunidad. ¿Podré seguir haciendo vendas para los pobres?…” En ese momento sé que entré en estado de contemplación. Atenta a su rostro y a sus palabras dejé de oír ruidos exteriores. Como si del Sagrario se tratara quedé transportada a otro nivel de atención. Nada en ella era superficial ni forzado. Tenía muy claro qué era lo que quería para ella y para la Compañía. Para concluir, como si quisiera resumir en una sola frase todo lo que contenía su mente y su corazón me dijo: “Hay que vivir enamorada de Cristo”. ¿Cómo se puede transmitir lo esencial de la vida en tan poco tiempo y con tanta claridad? Con respeto y confianza ella guardó silencio esperando de mí algunas palabras que pudieran serenar sus inquietudes. Yo, siendo consciente de que pisaba un terreno sagrado, con emoción contenida, al terminar, sencillamente la besé.