Bajo la mirada de Jesús Guerrero
Él no lo dice. Cuando Ramón Chávez mira a esos niños, que lo escuchan tocar en San Nicolás Tolentino¹, él se regresa a Tamiahua; son los años cincuenta. Es un mocoso que va al muelle junto al restaurante a orillas del río a bailar y cantar, frente a un turismo llegado del “Defectuoso” (DF) —un tanto por el afán de aventura y otro, en busca de deliciosos mariscos—. Ellos no lo saben, pero están en presencia de los gestos de un artista en ciernes.
Ahí se contempla a Ramoncito en su primer escenario. Se contorsiona y desentona algunas melodías en busca de propinas y, para llenarse las bolsas con “lana”. Nadie le obliga a hacerlo, baila y payasea con gusto; estas son quizá las mejores y más bellas instantáneas de su niñez.
Desde chico fue muy dado a alegrar los corazones y, nada lo hacía más feliz que participar en las asambleas o los bailables del Día de las madres o en los fines de curso de la primaria.
—Siempre fui muy payaso de niño. Mi madre temblaba cuando había fiestas, porque luego luego era el número uno para el baile; todos los años, que “El ratón vaquero”, que “El comal y la olla”, que “Sobre las olas” y, eran los trajes “acá”, les costaba una lana a las mamás vestirnos—, señala con su característica forma de endulzar todas estas imágenes.
Otra historia lo espera a solo 138 kilómetros, de Tamiahua, viajan para quedarse en los años sesenta, en Tampico; tiene once años y vive momentos muy tristes y desgarradores.
—Mi padre fue un hombre irresponsable, que le importaba poco si sus hijos comían o no, fue sin duda una época dura; ¿qué alegría ibas a traer? Sin embargo, mi alegría era algo genético—, nos cuenta Chávez con la energía y vitalidad que le caracterizan.
Llega el momento de entrar a la universidad y decide irse a Ciudad Victoria; conoce grupos y movimientos musicales. Conoce en 1973 a Carlos Martín Herrera de la Garza, quien le enseña a tocar la guitarra un poco; ya con la guitarra y la armónica empieza una nueva época para el Jaranero.
—Con tres tonos y lo que sabía, me traían como el showman de UAT; hicimos recorrido por toda la frontera.
Fue entonces cuando conoce a quien sería su maestro: Alfredo Ponce, personaje con mucha energía que lo impactó; cargaba con una jaranita que usó toda su vida, nos señala Ramón.
También en ese tiempo viaja a Ciudad Obregón, Sonora, a trabajar en Capacitación Campesina, al Valle del Yaqui, con yaquis y mayos. En una de esas veces, otro amigo va a Paracho, Michoacán y le encarga una jarana; llega con una jarana rara; una con cuerpo como jarana jarocha pero con una afinación de cuatro venezolano doble.
En Sonora nadie la supo afinar, hasta que regresa a la capital tamaulipeca, y su maestro Alfredo la afina y le dice: órale, empiézale: y desde entonces no ha parado de rasguear.
—Como primera lección me puso una décima, “La tiendita”, a finales del 78 y principios del 79; ahí empiezo yo como jaranero, esto fue lo que me marcó mi vida musical. El otro momento musical determinante es cuando ya tenía un repertorio folclórico de música latinoamericana, tocaba un poco la quena, el charango y el cuatro venezolano. Me cobija el grupo cultural en Tampico, Visual 15, con Caín Valdez, Hiram Céspedes, Adolfo Castro y toda la pandilla; actuando en sus presentaciones —, recuerda con gusto ese momento.
Tras su ausencia, nuevamente tuvo que darse a conocer en Tampico. Tocaba en cada exposición realizada y salía con su jarana para tocar por las calles, con el poeta Juan Jesús Aguilar; iban al icónico Bar Comercio (El BarCo), conviviendo con los huapangueros de aquel tiempo.
—Aquellos huapangueros no conocían la décima (musicalizada), porque el huapango no se canta en décima, por lo que, al cantar las décimas mías, o las que cantaba, me decían que eran canciones muy largas y cómo era la forma en que me las aprendía. Lo menciono como una referencia de que no se movía, entonces, la décima en Tampico; no me la quiero “pellizcar de que yo fui el motivador, pero de una manera creo que sí — puntualiza Ramón Chávez.
Fue en el año de la muerte de Constantino Blanco Ruiz² (Tío Costilla), precisamente en Tlacotalpan, que llevó la canción de “El tragón”, la cual hizo inspirado en sus décimas de “El puntalito”, más él muere el 15 de enero y el festival se efectuó en febrero. Ya no se la pudo cantar, pero la gente que estuvo en el festival la acogió bien, aunque asegura les pareció muy rara. Señala sin pretensión que hizo un estilo para cantar en décima.
—Todo lo toco a mi manera, así que me cuesta mucho el tocar huapango huapango, y por otro lado, tampoco puedo decir que toco son jarocho, lo que hice, fue que entre lo ajarochado, lo huasteco y lo cubano, toco la décima pero cantada. Cuando fui a Tlacotalpan, al encuentro de jaraneros, me di cuenta, que ahí también la décima era recitada; los poetas eran acompañados con un fondo musical, mientras la décima se recitaba —, recuerda de este híbrido, que ha hecho muy de la zona, pues en buena parte se considera tampiqueño.
Hay otro momento musical importante para él, cuando el músico y arreglista
Ramón Alarcón, lo invita a la Peña del Sapo Cancionero, quien lo pone en el escenario y se ve en la necesidad de profesionalizarse. —Y esa confianza que me tuvo, esa fe que tuvo de que El Jaranero podía hacer más de lo que ni yo sabía, fue lo que me formó; y ahí sí no me canso de reconocerle a mi tocayo —, confiesa su admiración a todos sus antecesores.
En un comentario, realizado por la poetisa tampiqueña Gloria Gómez Guzmán sobre una grabación dada a conocer por Facebook de una de sus presentaciones, resalta:
Es un placer -siempre- escuchar al comediante huasteco de Tamiahua, que ya es tampiqueño, para nuestro honor.
Ramón Chávez Rodríguez, nace un 17 de octubre del año de 1951, es Licenciado en Ciencias de la Educación, es profesor de carrera, con 40 años de trabajo en el Tecnológico de Ciudad Madero.
Entrevista: Jesús Guerrero Valdez
Fotografías proporcionadas por Ramón Chávez
La canción del Zacahuil se interpreta por vez primera en el Festival de la Huasteca 1996, lo que motiva crear el libro: El que come y canta, Cancionero
Gastronómico de México, Lecturas Mexicanas 1999, CONACULTA, Culturas Populares.
¹. “Qué manera de arrullar el niño”, cantándole a los niños de San Nicolás en casa de Cliterio. https://www.youtube.com/watch?v=3PBkUE4p_2E
². Constantino Blanco Ruiz, conocido como “Tío Costilla”. Fue un escritor (decimista). Nació en el rancho Mata Gallinas, en el municipio Tierra Blanca, Veracruz. Falleció el 15 de enero de 1996 en Lerdo de Tejada. Sus décimas, alegres y picarescas, son reconocidas no sólo en el estado de Veracruz.