3er. Lugar. Concurso literario relámpago "Contigo aprendí..."

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CONTIGO APRENDÍ

Nombre: Juan Angel Espinosa Netro Edad: 37 años

En palabras del diccionario, un maestro es el que enseña o tiene título para enseñar. Se le puede llamar también por el nombre de profesor, instructor, catedrático, guía, mentor, y algunos apelativos más. Sin duda, conforme fui creciendo cada sinónimo iba tomando sentido, y se acomodaba en cada etapa de la enseñanza y de la vida. He tenido muchos maestros, cada uno de ellos ha dejado su legado, la mayoría de las veces bueno, pienso que también de los malos se aprende, aunque soy de la creencia que debemos tomar lo positivo de las personas. Más que relato acerca de un maestro, haré un recorrido por los catedráticos que cuidaron de mi niñez, guiaron mi adolescencia y forjaron a mi yo adulto. De la niñez, recuerdo aquella maestra de quinto grado que infló mi pecho con sus palabras de motivación, que vio el futuro y vislumbró una grandeza que aún sigo buscando, difícil dejar de lado a la instructora que con una nalgada arreglo una posible adultez descarriada. Llevo presente al profesor de la secundaria, que a pesar de su disciplina y rigor en las clases, tenía la nobleza de compartir un pastel en algún festejo, también ese “profe”, que se dirigía con groserías y gritos, pero se preocupaba por el bajo desempeño. Todos esos personajes influyeron quizá de manera inconsciente y aportaron una parte en la forja de mi carácter infantil. Me instruyeron. La prepa llego en paquete junto con la rebeldía. Los estudios quedaron en un lugar apartado, la experimentación, los amigos, las fiestas, las chavas, ocupaban la mayor parte del tiempo. Una vez la figura de un instructor sobresalía, en este nivel, más que un instructor, necesitaba un guía. Tuve dos estandartes: la maestra de química, que siempre confiaba en mí, por lo tanto era su “caballito de guerra” en las competencias escolares; debo confesar que


en varias ocasiones la defraudé. El otro guía que me ayudó en la adolescencia fue un maestro de física, sus clases se me complicaban (no soy bueno para las ciencias exactas), lo maravilloso era como inicia su instrucción, empezaba contándote una historia de la vida diaria: su aventura con una cerveza congelada, el girar de una rueda de la fortuna, el lanzamiento en curva de un partido de béisbol que vio en la tele. Era imposible no ponerle atención. Cursé la universidad ya casado, padre de una niña, con trabajo. Al ver que los catedráticos eran en general contemporáneos, o en el peor de los casos más jóvenes, el ego me decía que no aprendería de ellos más allá de lo que dictara el programa escolar. Estaba equivocado. Como olvidar la maestra de psicología, que reto limitantes y elevó las capacidades de mi cerrazón. Yo, un hombre callado y sin carisma, ¿cómo podría hacer un monologo para hacer reír a los compañeros de clase? Sin embargo, ella no dudó, y lo pude lograr. En esta etapa había encontrado al mentor, o mejor dicho, a la mentora. Un maestro debe ser la persona que despierte el amor por el estudio, no solo en su campo de experiencia, sino también en aspectos varios, y que lleve como bandera aquella frase de Einstein: “es el verdadero arte del maestro despertar la alegría por el trabajo y el conocimiento”.


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