Cuadernos por una nueva independencia. Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios 2

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CUADERNOS POR UNA NUEVA INDEPENDENCIA Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

2 Noviembre, 2014


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Presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner Vicepresidente de la Nación Amado Boudou Ministra de Cultura Teresa Parodi Jefa de Gabinete Verónica Fiorito Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional Ricardo Forster

Cuadernos por una Nueva Independencia Dirección general Ricardo Forster Dirección de proyecto Matías Bruera Gabriel D. Lerman Coordinación de la edición Giuliana Mezza Contenidos Mariana Casullo Homero Koncurat Francisco “Teté” Romero Diseño de tapa Carlos Fernández Diseño de interior Mario a. de Mendoza F. Corrección Juan Martín Rosso

Los artículos firmados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no expresan necesariamente la opinión de los editores. Se permite la reproducción total o parcial de esta publicación en cualquier medio a condición de la mención de la fuente y previa autorización de los editores. Se agradecerá el envío de copias.


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Geografías heterogéneas IMPULSADO POR LA POTENCIA DE UNA CULTURA CON ECOS LOcales, nacionales y regionales, el Gobierno llevó adelante el necesario desafío de volverla protagonista de la etapa de transformaciones que atraviesa el país. Se trata, ni más ni menos, de hermanar la cultura con todas aquellas tradiciones políticas, estéticas y filosóficas que definen lo que somos, comprendiendo que no existe la una sin las otras. Se trata de crear espacios contundentes que apunten hacia la construcción del futuro con la memoria del pasado. Precisamente, estos foros –bisagra del pensamiento entre el Bicentenario de 1810 y el de 1816– se proponen revisar los idearios, los procesos y los actores que han configurado una serie de discursos a lo largo de doscientos años de vida soberana. Porque el momento actual de la Argentina requiere poner en palabras, que hablen el lenguaje de la pluralidad, de las geografías heterogéneas, el país que deseamos ser. Con los Foros por la Nueva Independencia, ampliamos los temas de discusión y las perspectivas para abordarlos. La riqueza de una cultura, justamente, anida en el entrecruzamiento de miradas y puntos de vista. Por eso, como ministra de Cultura de la Nación, me enorgullece abrir aquí este espacio federal de debate, guiado por los lemas emancipatorios del pasado, que resuenan, aún hoy, cuando el pueblo latinoamericano pronuncia con esperanza la palabra “futuro”. Teresa Parodi Ministra de Cultura de la Nación

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Introducción a los Foros por una Nueva Independencia >> Ricardo Forster Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional

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EL NUESTRO HA SIDO, DESDE SU FUNDACIÓN, UN país de permanentes controversias entramadas, la mayoría de ellas, con la política; como si cada segmento de la vida pública y privada viniera a expresar una manera de posicionarse ante los modos, distintos, de pensar y construir la Nación. Ya en el amanecer de Mayo se pusieron en juego no sólo alternativas políticas enfrentadas entre sí, sino que también se abrió una clara confrontación cultural que irradió sobre las decisiones económico-políticas hasta definir los proyectos de país que fueron desplegándose a lo largo de nuestra historia. Herencias, tradiciones, debates, conflictos, escrituras y libros estuvieron, desde el comienzo, en el centro de la política, allí donde las identidades nacientes requerían de apropiaciones simbólico-culturales legitimadoras. Pocos gestos más elocuentes y fantásticos como aquel de Mariano Moreno traduciendo el Contrato social de Jean Jacques Rousseau y convirtiéndolo en el núcleo de su visión política, en el sueño de transformar a esa aldea arrojada en los confines del mundo en una sociedad jacobino-republicana; como si allí, en la aurora de nuestra historia, se hubieran cruzado los caminos de la invención cultural con los de la utopía política. Anticipar narrativamente a la Nación sería una constante de nuestro complejo y laberíntico derrotero a lo largo de estos dos siglos de vida independiente. Pero en esos relatos construidos con diversos retazos, lo que se buscó, desde el inicio, fue la solidificación de identidades políticas fuertemente sostenidas sobre pilares legítimos, culturalmente sobresalientes y capaces de inventar identidades arraigadas en venerables tradiciones allí donde poco tiempo antes no había nada, apenas el esfuerzo de sobrevivir en estas geografías lejanas e inhóspitas. Por eso, aunque no exclusivamente, la política en la Argentina se desplegó no sólo como construcción de instituciones o como forma de gestión gubernamental sino también, y de modo decisivo, como espacio de identidades culturales capaces de dar el salto por sobre la racionalidad del relato de origen para arraigarse en sentimientos míticos. En esa narración fundacional y extraordinaria que emerge del Facundo, lo que


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viene a poner en evidencia la pluma de Sarmiento es la convicción de que el combate político sería, fundamentalmente, un combate por los símbolos, es decir, que los lenguajes culturales, su capacidad de generar mitos e identidades colectivas, serían el centro controversial del país, el punto de inflexión para elegir, desde la mirada sarmientina, el camino de la civilización y/o el de la barbarie. Aunque también nos permitió descubrir las imbricaciones y deudas sorprendentes entre visiones y tradiciones intelectuales opuestas y en litigio permanente. Como si no pudiéramos eludir, y esa sea quizás una de las búsquedas secretas de estos foros, la necesidad de interrogar las genealogías compartidas y los caminos cruzados de quienes pensaron el país desde visiones enfrentadas. Una riqueza inesperada nos sale al paso cuando somos capaces de romper los dogmatismos y las miradas unilineales. Poner a dialogar diferentes miradas e interpretaciones constituye un ejercicio de fecundidad democrática que no anula las discrepancias, las querellas y los conflictos que nos siguen atravesando. Simplemente nos permite ser más agudos y comprensivos. Desde aquellos días fundacionales de un país que todavía no se sabía a sí mismo y se buscaba con intemperancias y violencias, con esperanzas y frustraciones, con agudezas teóricas e invenciones poéticas, la política se entrecruzó con lo identitario cultural generando las condiciones de un arraigo que, con matices, continúa hasta el presente: unitarios y federales, alsinistas y mitristas, liberales y radicales, anarquistas y socialistas, peronistas y antiperonistas, han sido algunas de esas cristalizaciones que vuelven muy difícil separar el discurso de la política de ese otro que se entrama con las oscuras amalgamas que definen las identidades y sus mutaciones a lo largo del tiempo. Hoy, cuando las identidades políticas y culturales ya no pueden ser concebidas desde una perspectiva esencialista y cuando los cambios y el flujo constante que caracterizan a las sociedades del capitalismo contemporáneo las debilitan, se vuelve fundamental seguir indagando por sus cristalizaciones y transformaciones a lo largo de nuestra historia. Claro que esas divergencias político-culturales no se dirimieron, por lo general, • Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

en ámbitos académicos o en espacios democráticos; más bien abrieron el camino para distintas formas de guerra civil que atravesaron parte de nuestra historia y que siempre volvieron difícil, por no decir casi imposible, la construcción de una democracia capaz de amparar la diversidad. La violencia, y los sueños de otro país dentro de un país carenciado de justicia y de igualdad, han recorrido como un hilo rojo el laberinto argentino y han definido la compleja urdimbre de las identidades políticas y de los lenguajes culturales sostenedores de esas identidades. Tal vez una de las más significativas, y que todavía sigue actuando en los imaginarios sociales, es la antinomia peronismo-antiperonismo, antinomia que ha sufrido mutaciones significativas a lo largo de más de medio siglo y que hoy vuelve a emerger en la escena política aunque metamorfoseada por la forma kirchnerista del actual peronismo. Han sido esos antagonismos y la virulencia con la que se han ido manifestando los que, en gran medida pero no únicamente, debilitaron la construcción de una genuina práctica democrática, transformando por lo general a la política en un campo de batalla del que sólo se podía salir venciendo al enemigo (o aniquilándolo, como hiciera la dictadura videlista que, cómo olvidarlo, reclamó para sí toda la suma del poder político-militar para “devolverle” al país “la democracia contaminada por la corrupción y las ideas subversivas y extranjerizantes”, de acuerdo al léxico espantoso de la jerga dictatorial). Discutirnos críticamente significa, también, penetrar sin complacencias en los usos del lenguaje, en su profundo impacto en las diferentes construcciones políticas e ideológicas. Pero también significa darles su lugar complejo a los antagonismos ideológicos y económicos como expresión genuina de la democracia y como evidencia de lo no resuelto y de las desigualdades de nuestra sociedad, impidiendo que se conviertan en excusas para violentar la diversidad política y cultural. El saldo de cuentas, al menos desde 1930 en adelante, no ha sido auspicioso a la hora de generar las condiciones para una genuina solidificación de las instituciones democráticas, en especial allí donde algunos de los gobiernos que intentaron beneficiar ——————————————————————

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Introducción

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no a los poderes del establishment sino a los sectores populares, fueron desbancados no sólo por el accionar golpista de los militares y de los grupos concentrados del poder económico sino por el deseo, claramente manifestado, de sectores medios que han sospechado –y lo siguen haciendo– de la política y del Estado como máquinas de recaudación y de saqueo. Una poderosa tradición antipolítica recorre los subsuelos de la historia argentina; una tradición que desde los lejanos años treinta hasta alcanzar también nuestra contemporaneidad ha venido, con movimientos espasmódicos, a confluir con aquellos imaginarios político-culturales inclinados, de distintos modos, hacia lo destituyente de esa misma democracia que sólo puede desplegarse allí donde se afirme la presencia de lo político como forma persistente del litigio y del conflicto, en especial aquel que gira alrededor de la cuestión, siempre insatisfecha, de la igualdad. En todo caso, cuando en algunos de los mojones de nuestra historia ese ha sido el núcleo del conflicto –la visibilidad del litigio por la igualdad, la exigencia de los incontables por ser contados en la distribución tanto de los bienes materiales como de los simbólicos–, lo que inmediatamente fue atacado por algunos de los portadores de la “genuina” gramática republicana ha sido, precisamente, la imperiosa necesidad, convertida en derecho y en afirmación identitaria, de esos incontables por dirimir los lenguajes con los que se iría a nombrar esa misma República. No resulta menor, de cara al Bicentenario de Julio y a la necesidad de interrogar, al mismo tiempo, nuestro recorrido como nación y las perspectivas que se abren en el presente –que suele ser el lugar donde se dirime el futuro–, continuar indagando en esos modos del decir, en esas tramas del lenguaje que han guardado, ayer y hoy, acá, entre nosotros, las claves de una historia atravesada de lado a lado por la querella de los significados. La dictadura iniciada en marzo del 76 profundizó la proliferación del sesgo antipolítico, algo sordamente arraigado en el sentido común de amplios mundos sociales, en especial de las clases medias, que venía a apuntalar la sospecha, nunca disipada, hacia la política y hacia los políticos Cuadernos por una Nueva Independencia • Nº 2

en beneficio de diversos experimentos autoritarios y relacionados con prácticas que viniendo de otros lugares (los cuarteles, los grupos corporativo-económicos, la Iglesia, etcétera) pudieran escapar de la “maldición” política. La frustración alfonsinista, golpeada ella también por las acciones destituyentes que recorrieron y recorren el hilo de la democracia argentina desde Uriburu en adelante y con diferentes modalidades, dejó abierta nuevamente la compuerta para que esas aguas antipolíticas vinieran a inundar las conciencias ciudadanas dispuestas, una vez más, a elegir una opción que les permitiera sumergirse en las aguas puras de una renovación virginal que acabaría, como las otras, arrasando con derechos y patrimonios del conjunto de los argentinos en nombre del progreso y de la regeneración de la vida republicana, eufemismos que escondieron y esconden el deseo de los pocos de seguir usufructuando las riquezas creadas por los incontables. Extraña paradoja la nuestra, que aquellos mismos que siempre hablaron, y lo siguen haciendo impunemente, de calidad institucional y de recreación de la República sean los que, cuando tuvieron la oportunidad, se dedicaron a rapiñar a esa misma República que tanto reclaman y admiran. En nuestra historia ha habido una distancia, a veces infranqueable, entre las palabras y las cosas; distancia multiplicada allí donde la retórica pareció desplegarse con independencia de los acontecimientos generando las condiciones fantasmagóricas de una realidad en absoluta oposición a esa misma trama discursiva que venía supuestamente a legitimarla. Ya no se trató de aquellas escrituras (como las de Moreno o Sarmiento, por citar a estos dos paradigmas que atraviesan nuestra memoria histórica) que se anticipaban a lo todavía por acontecer o que eran portadoras de una potencia que lograba capturar, desde una determinada perspectiva que acabaría por volverse hegemónica, las corrientes profundas de un país en vías de construcción; ni tampoco de aquellas otras (como las de José Ingenieros, Leopoldo Lugones, Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Luis Borges, Carlos Astrada, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, José Luis Romero, John William Cooke, Silvio Frondizi,


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Nicolás Casullo, León Rozitchner, David Viñas, entre otros) que desde el ensayo político, filosófico y literario buscaban auscultar los latidos de una sociedad indescifrable o definitivamente perdida. Se trató, y se trata, de ciertos relatos que proyectan sobre los otros el daño que ellos mismos han contribuido a infligirle a la Nación; relatos que se escudan en la pureza de un republicanismo supuestamente virginal e incontaminado que suele esgrimirse contra todas aquellas experiencias políticas populares, arraigadas en las napas más profundas de la memoria colectiva que, atravesando de diversos modos la historia nacional, tendieron a hacer visibles a los invisibles de esa misma historia. Por eso se trata, en estos tiempos de debates impostergables, de hincarle el diente no sólo al sentido de las palabras, a los modos del nombrar sino, también, a los entrelazamientos efectivos entre esas mismas palabras y las intervenciones materiales en los destinos del país. La experiencia de la década del noventa (hegemonizada por lo que se ha llamado el “menemismo”) ha sido, más cercana a nosotros, el eje de un nuevo giro antipolítico de amplios sectores sociales; una época caracterizada por el dominio abrumador de la ideología de mercado entramada, ahora, con la retórica de un movimiento de raíz popular que vino a deshacer, a través de algunos de sus principales referentes, aquello mismo que había contribuido, décadas atrás, a construir. El menemismo (la forma que entre nosotros asumió la ideología neoliberal), sobre todas las cosas, vació la relación entre política y bien común, devastó la trama entre política e identidades culturales transformándola en una retórica hueca y cínica. Agusanó hasta pudrirla la relación entre democracia, espacio público y Estado, multiplicando el mito, tan argentino, de lo que Horacio González ha llamado la ideología de la “emboscadura”, aquella que cuestiona y sospecha de todo a partir no de una diferenciación ideológica y política sino a partir del amarillismo mediático que siempre “desnuda” lo que hay detrás; la certeza, tan enquistada en la cultura nacional y con fuerte presencia en las clases medias, de que todo se hace

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en función de un cierto negocio. Ya no se trata de discutir ideas, de entender la relación compleja entre política, cultura y economía; lo que se busca es reducir esa dimensión a una cuestión de “caja”, llevando la política hacia ese eterno lugar de sospecha que, entre nosotros, constituye todo un gesto cultural. En estos Foros que buscan indagar los caminos de una nueva Independencia se tratará –esa es nuestra aspiración– de poner en juego las diversas tradiciones argentinas como lenguajes y prácticas sin los cuales no es posible imaginar caminos emancipatorios. Se trata, si intentamos colocarnos en la estela del Bicentenario, de regresar sobre las antiguas querellas, no para cristalizar aquello que nos remite a otro país, sino para reafirmar la convicción tallada intensamente en el cuerpo de nuestra joven democracia de que no hay posibilidad alguna de recrear la Nación, de refundar la República, “olvidando” los caminos recorridos, dejando atrás y sin desatar los nudos de nuestros litigios. Los relatos del pasado siguen siendo un campo de genuina disputa cultural-simbólica no sólo porque ello responde a las necesidades del gremio de los historiadores, sino, fundamentalmente, porque no hay, no puede haber, un proyecto de país más justo e igualitario sin redimir la memoria de los que contribuyeron a hacer visibles a los invisibles: el litigio por la igualdad sigue siendo el eje de nuestras controversias. Buscar la confluencia de los idearios que se vienen desplegando desde los días de Mayo sabiendo que, cada época, enfrenta sus propios espectros y sus propias deudas; pero saber, a su vez, que se vuelve indispensable hacer cruzar las gramáticas de la libertad con los lenguajes de la justicia y la igualdad social. En ese cruce, frustrado una y otra vez por aquellos que en nuestra historia han buscado, con diversas suertes y de modos brutales y homicidas, impedirlo apelando a la violencia y al cercenamiento de los derechos, se juega el destino del país; un destino, insistimos, en el que debemos ser capaces de pagar algunas de las deudas que desde hace más de 200 años no hemos dejado de contraer con los incontables de nuestra sociedad. •

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Pensar la Argentina desde la región

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Del Puelmapu a la Patagonia saudí: de ausencias y peculiaridades >> María Beatriz Gentile

SI ANTES DE 1492 AMÉRICA NO FIGURABA EN ningún mapa, la Patagonia tampoco. Fueron los españoles quienes denominaron así al Puelmapu, el extenso territorio habitado por las parcialidades mapuche y gününa küna, nos dice Adrián Moyano. Llamada “tierra de gigantes” por un cronista de Magallanes, definida como “árida y hostil” por el científico Darwin y sentenciada a formar parte del desierto generador de barbarie por Sarmiento, la Patagonia apenas encontró un lugar redentor en el mito como última frontera. Pensar la Patagonia desde la Nación evoca casi siempre a un pensar desde las ausen-

>> María Beatriz Gentile Doctora en Historia y profesora regular de la UNCo. Integra el Comité Académico del Instituto de Pensamiento y Cultura de América Latina (Ipecal), con sede en México D.F. Actualmente es decana de la Facultad de Humanidades.

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cias. Un pensar donde aquello que no existe en nuestra sociedad ni en nuestro imaginario, es producido activamente como no existente. ¿Qué mejor ausencia que el ícono del desierto? Imagen poderosa y fecunda para producir otras ausencias: ausencia de orden, de progreso, o de civilización por sobre todas las cosas. Ausentes en el relato histórico fundador de la Patria, ajenas a las luchas civiles por la institucionalización del Estado, las tierras al sur del río Negro no formaron parte de esa historia nacional que se fue modelando al ritmo de la guerra y del puerto. Difícilmente los pobladores originarios percibieron la extensión y menos aún la riqueza de la región que habitaban. Tampoco lo hicieron los exploradores del siglo XVII ni los soldados de Julio A. Roca en 1879, aunque estos últimos sabían que aquello no era un desierto. De aquí en adelante el remington y el fiscal se encargaron de su hostilidad mientras el ferrocarril y el ganado convirtieron ese extenso mar de tierra en promesa exportadora. Fundar ciudades para “tomar de la garganta a la barbarie patagónica” escribiría en 1904 un hombre del Progreso como Eduardo Talero. La Patagonia sin pasado, se convertía ahora en tierra de futuro. Por el contrario, pensar la Nación desde la Patagonia ha sido una forma de elaborar la peculiaridad. Peculiaridad que se afirma en la diferencia con el resto de las regiones que la componen. Escasamente valorada en sus orígenes, la trayectoria histórica de la Patagonia se revela en tensión permanente con ese Estado-Nación consolidado y poderoso. Esa peculiaridad fue en parte cimentada en la idea del desierto: frontera y pioneros, dos conceptos que delimitaron rasgos identitarios que forjaron el carácter defensivo con que percibió su vínculo con el conjunto nacional. Su particularismo se alimentó también de la sospecha de poseer una riqueza sin precedentes a la espera de ser descubierta y explotada, casi como evocación de aquella leyenda sobre la “ciudad de oro” buscada incansablemente por los conquistadores españoles. Hoy, la promesa de estas tierras es su principal recurso: petróleo, el oro negro. De esta forma, un federalismo cuasi autonomista ha expresado la relación con una Nación que se asocia, en más de una oca-


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sión, al aparato administrativo del Estado y a los intereses del gobierno de turno. Una Nación percibida a veces como madre protectora de estos nuevos territorios que tardaron medio siglo en alcanzar su independencia política para constituirse en provincias. Otras veces, vista como la madrastra cruel que explota el trabajo y la riqueza sin dejar nada a cambio. Imaginarios y prácticas políticas se han forjado en el cruce de estas configuraciones. Un particularismo desafiante se expone hoy con mayor rigor frente a la promesa económica de la Patagonia saudí. “Vaca Muerta, la nueva frontera del desarrollo” han llamado al descubrimiento de uno de los yacimientos más prolíferos del mundo en gas y petróleo no convencional: “Cuando la producción de Vaca Muerta alcance a 1.000 pozos explotados, el producto bruto geográfico tenderá a crecer entre 75 y 100 por ciento en la provincia de Neuquén y eso impactará en el producto interno bruto del país”, han dicho. También es cierto que por la baja permeabilidad de la roca generadora, será necesario apelar a la tecnología de la fractura hidráulica, también conocida por el término inglés de fracking y ello –según los ambientalistas– acarreará problemas ambientales. Desierto, frontera, progreso, desarrollo, imágenes inconfundibles del paradigma de la Modernidad con que aquella Argentina pretenciosa del siglo XIX creyó haber inventado a la Patagonia, generando ausencias criminales como la de sus pueblos originarios. Para estas comunidades, aceptar esa novel existencia ha sido la marca de su peculiaridad: nuevos territorios, nuevas provincias, nuevos horizontes de realización. Sin deudas con el pasado, sin coparticipación del “granero del mundo”, la región se

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afirmó en la convicción de que sus recursos económicos y su posición de frontera austral son sus ventajas comparativas para negociar su despoblamiento y su extensión inabarcable con una Nación que en ocasiones es percibida como un rival. Habrá que superar estas configuraciones. El paso del capitalismo globalizado no ha sido en vano y los efectos de una comunicación también global han creado la ilusión de cercanía con un mundo de posibilidades para quien posea los recursos. Mientras esto suceda, el sentido de Nación se irá debilitando en la medida en que esta parezca ser cada vez menos necesaria para los particularismos que se pretenden soberanos. Pensar la Nación como problema y no como un presupuesto sería una buena forma de comenzar; entenderla como construcción histórica y no esperar verla crecida y madura con atributos invariables. Incorporar al debate también lo aleatorio, lo contingente, para sobrepasar los condicionamientos que ha establecido como definición de Nación una filosofía de la historia –y no tanto la historia misma. Habrá que repensarla en clave de comunidad política, y en ese sentido volver a vincular la idea de Nación con la de participación y representación. Será necesario restablecer las relaciones de reciprocidad pero sin que las diferencias regionales/provinciales/locales escondan jerarquías que indiquen el reparto inequitativo de la riqueza. Recuperar la dimensión plural en el diseño de las políticas públicas sin convertir la demanda sectorial y/o regional en absoluta, también es un desafío. Por último, nos urge pensar la Nación en base a la unidad en la diversidad y en sintonía con un horizonte más amplio en el que América Latina comienza a encontrarse. •

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Pensar la Argentina desde la región

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Patagonia: parroquias o comunidad nacional >> Gabriel Rafart

LOS ACTORES POLÍTICOS Y CULTURALES DE LAS provincias patagónicas cuentan con su propia memoria de olvidos y presencias. Siempre detrás de una fórmula que se propone exclusiva, para experiencias egoístas, o enfrascados en la compleja tarea de pensarse dentro de la Nación. Pareciera que hay una trampa constitutiva y de futuro en esto de ser o no ser integrantes activos de una comunidad nacional. En la Patagonia, el pertenecer a un mundo de parroquias dispersas, eventualmente configurando una unidad de mayores alcances pero autónoma, marca una de esas pretensiones. Lo mismo que la voluntad

>> Gabriel Rafart Profesor y magíster en Historia, docente e investigador en Historia social y política reciente de la norpatagonia de la Universidad Nacional del Comahue y Nacional del Río Negro. Es columnista en diarios regionales.

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de agruparse dentro de un espacio político de mayor alcance, común, confiable y legítimo. Es parte de una tensión que algunos resumen en un federalismo de reserva, defensivo, del regateo permanente en la disonancia. Mientras tanto, otros piensan un federalismo de pertenencia en la concordancia, de la unidad de sentidos. Nación y parroquia parecen los polos de una Patagonia aún en construcción. La proliferación de fuerzas parroquiales –léase partidos provinciales– es parte del paisaje político patagónico. Por si fuera poco, las biografías de esos actores en provincias jóvenes y territorios igual de recientes, se enfrentan a un capitalismo globalizado. La actual batalla por los recursos naturales y sobre su territorio muestra cuán vivo es el horizonte de incertidumbres. No hay que remontarse al momento en que las fuerzas militares de Julio Roca avanzaron sobre estos territorios sureños para reconocer las tensiones entre una parroquia que asoma y una comunidad nacional que busca instalarse. Recuérdese que hacia el año 2002, frente a la monumental crisis económica, social y política del país, hubo quienes vislumbraban una Argentina sin soberanía. Se habló entonces de la entrega del gobierno a una junta internacional que vendría con suficiente dinero y un manual de medidas drásticas dispuesta a un salvataje extraordinario. Se había pensado en la entrega de recursos naturales o directamente de territorios a cambio de la condonación de una importante porción de una deuda externa inmensa, que se había mostrado como una de las principales responsables del cataclismo de inicios de milenio. Se habló de un país más pequeño, donde la Patagonia dejaría de estar en la comunidad de los argentinos para conformar una nueva unidad en condiciones de inventarse como nación. No era pura imaginería: la idea de la secesión de la Patagonia fue nota de tapa del New York Times el martes 27 de agosto de 2002. En la región, la polémica reabrió viejas tensiones propias de una cultura política que intenta reafirmar por vías diversas una identidad parroquial, cuando no de una oposición hacia un falso “centro imperial” ubicado menos en las sedes del capitalismo globalizado y sí más cerca, en Buenos Aires. Hubo quienes tomaron el


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hecho como factible. De allí la iniciativa puesta en marcha por uno de los partidos gobernantes en una de las provincias hablando de la regionalización patagónica, que, con un confuso sentido de integración planteado en la disolución de provincias, se proponía liquidar dos entidades de la norpatagonia y constituir de esa manera una sola. Sin duda había una parte de las élites locales dispuesta a preparar un liderazgo para producir una realidad estatal nueva con un pedazo de aquella comunidad nacional que se había empezado a construir a fines del siglo XIX. No era la primera vez que la Argentina se pensaba como un país dispuesto a fragmentarse. Había ocurrido en los años de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Alemania de Adolf Hitler se lanzaba a la conquista de Europa. Aquella historia, conocida como el “complot patagónico”, derivaba de la llamada “causa Müller” sobre el activismo nazi en el país. En marzo de 1939, mientras la prensa del mundo informaba de la ocupación alemana de la Checoslovaquia debilitada y de la rendición republicana en Madrid a las fuerzas franquistas, el presidente radical Roberto M. Ortiz recibía en secreto un dossier. Se le había advertido de la falsedad de esa documentación, que según la fuente originaria, provenía de la embajada alemana en Buenos Aires y llevaba la rúbrica de algunos de sus principales funcionarios. Además, comprometía a varios empresarios de la Cámara Alemana de Comercio y miembros prominentes de las distintas asociaciones civiles de alemanes residentes en el país. Por si fuera poco, Ortiz se enteraba de que el presidente de la Junta Central Pro-Autonomía de los Territorios Nacionales era sindicado como agente al servicio de Berlín. Aquella junta bregaba por la rápida provincialización de los territorios patagónicos. Entre los documentos se expusieron fotos y otros datos sobre relevamiento de recursos estratégicos, de infraestructura militar y comunicacional. Se consideraba que esos extensos territorios sureños eran tierra de nadie. Las conclusiones del informe ponían en duda los alcan-

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ces de la soberanía argentina: la Patagonia estaba en condiciones de ser ocupada por la Alemania hitleriana. Hubo investigaciones que derivaron en detenciones de alemanes residentes en el país. Varios legisladores nacionales, entre ellos el líder socialista Enrique Dickmann, iniciaron una pesquisa. Lo único que se obtuvo fue la confirmación de que la secesión patagónica no era más que un fraude elaborado por las tribulaciones de la inteligencia de guerra británica y norteamericana. Si bien Ortiz desechó la denuncia, hacia 1941 el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, exhibió en Washington un mapa secuestrado a un espía alemán como prueba irrefutable de la intentona nazi por establecerse en tan lejanos territorios. A Roosevelt le era funcional aquella jugada, ya que estaba decidido a comprometer a la Argentina ante el cambio de curso de los sucesos internacionales con su entrada a la conflagración mundial. El mapa en cuestión informaba de una Patagonia argentina y chilena bajo la común denominación de los “Estados Unidos Totalitarios del Sur”. Más de siete décadas transcurrieron de aquel episodio fraudulento. Algo más de un decenio desde que se pensó el desguace de la Argentina. También quedó a distancia aquel medio siglo en que la mayor parte de estos espacios obtuvo su autonomía política. Dos gobiernos de signo similar iniciaron el actual momento, que con la creación de cinco provincias, permitió hablar de esa comunidad política nacional que llamamos República Argentina. Todo hizo a la definitiva integración territorial y simbólica. Es que desde los años del primer peronismo se fraguó el último de los grandes proyectos de inclusión social y política que las clases dirigentes argentinas pudieron hacer plausible. También por aquella época se gestó lo “nacional y popular” como marca de una nueva experiencia identitaria. Los actores de la política patagónica, a pesar de su dispersión y dificultades por pensarse en un todo, son los protagonistas de una continuidad que aún tiene en su mira esa producción de lo nacional. •

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El Bicentenario: repensando el Estado >> Lorena Cañuqueo

>> Lorena Cañuqueo Comunidad mapuche Newen Ñuke Mapu, licenciada en Comunicación Social, becaria doctoral del Conicet.

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SI BIEN LA CELEBRACIÓN DE LOS 200 AÑOS DE la fundación del Estado nacional argentino retomó un hito histórico particular que reivindica una serie de valores y programas políticos, en el marco de la propuesta de pensar la propia historia es necesario reflexionar sobre un momento posterior que determinó la configuración actual de Estado nacional: las campañas militares al sur o “Campaña del Desierto” de fines del siglo XIX. Desde la perspectiva socio-histórica, esas campañas representan un momento de quiebre en las sociedades indígenas y la reafirmación de un proyecto político particular. El proyecto que impulsó la conquista de los territorios del sur bonaerense y del sur del río Colorado, tuvo como propósito incorporar un extenso número de hectáreas de tierra que fueron distribuidas entre pocas familias, originando un proceso de concentración de la tierra. Por medio de distintas leyes sancionadas con posterioridad a la finalización de las campañas, se remataron y entregaron como premio más de 40 millones de hectáreas de tierra, a algo más de 1800 terratenientes y otros especuladores. Al mismo tiempo, el objetivo del programa político aplicado por las élites porteñas que conformaban la denominada “Generación del 80”, tenía la finalidad de fragmentar a los núcleos familiares indígenas. El traslado masivo de población mapuche hacia centros de concentración para su posterior aniquilamiento o reparto hacia los centros azucareros, las estancias y los polos urbanos emergentes, forma parte de la continuidad de los objetivos del programa de la “Campaña del Desierto”, cuyas acciones lo encuadran como un


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genocidio, es decir, como actos “perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”, Art. 11° de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de la ONU. En tanto, aquellas poblaciones mapuche que pudieron negociar espacios fueron confinadas a espacios marginales de tierra. En la actualidad, un gran número de comunidades permanece en conflicto por la tenencia de sus territorios. Sin embargo, aun avanzado el siglo XXI, este proceso sigue siendo silenciado y soslayado en los círculos académicos y políticos.1 Reflexionar sobre la denominada “Campaña del Desierto” permitirá entender que

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es un proceso que tiene consecuencias en la actualidad y que no sólo ha afectado a los indígenas, sino que involucra al conjunto de la sociedad. Las políticas de distribución de la tierra, la aplicación de un modelo económico profundamente desigual, así como los valores racistas y los fundamentos autoritarios que guiaron a los ideólogos de las campañas militares, explican en parte el origen de los principales conflictos territoriales y socio-políticos en la Patagonia. Comprenderlos en su real dimensión, abre una puerta hacia la posibilidad de generar cambios profundos que desanden más de un siglo de injusticias y reparen integralmente a toda la sociedad. •

Pese a su escasa visibilidad, son numerosos los trabajos de académicos argentinos que, desde la historia y la antropología, vienen trabajando este período histórico y sus consecuencias actuales. Entre otros, véanse AA.VV., Historia de la crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los pueblos originarios (O. Bayer, coord., Buenos Aires, Ediciones El Augurio, 2010, reimpresión); Delrio, W., Memorias de expropiación. Sometimiento e incorporación indígena en la Patagonia (1872-1943) (Bernal, Unqui, 2005); Escolar, D., El repartimiento de prisioneros indígenas en Mendoza durante y después de la Campaña del Desierto (Actas de las III Jornadas de Historia de la Patagonia, Univ. Nac. del Comahue, 2009); Lenton, D., De centauros a protegidos. La construcción del sujeto de la política indigenista argentina desde los debates parlamentarios (1880-1970) (tesis doctoral, UBA, 2005); Mases, E., Estado y cuestión indígena. El destino final de los indios sometidos en el sur del territorio (1878-1910) (Buenos Aires, Prometeo, 2002); Nagy, M. y Papazian, A., De la Isla como campo. Prácticas de disciplinamiento indígena en la isla Martín García hacia fines del siglo XIX (XII Jornadas Interescuelas-Departamentos de Historia, Univ. Nac. del Comahue, 2010); Pérez, P., Estado, indígenas y violencia. La producción del espacio social en los márgenes del Estado argentino. Patagonia central 1880-1940 (tesis doctoral, UBA, 2014).

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Notas sobre la vigencia del pensamiento nacional >> Ernesto Villanueva “Somos un episodio en la larga lucha por la Liberación integral del país. Si caemos, otros nos sustituirán. Nada se pierde del todo. La memoria de los Pueblos tiene recovecos muy recónditos.” Raúl Scalabrini Ortiz “Hay momentos en la historia en que los que saben escribir no tienen nada que decir y los que tienen algo que decir no saben escribir.” Cesare Pavese

NO RESULTA SENCILLO ENCONTRAR LAS HUELLAS del pensamiento nacional en las más calificadas esferas de la política, la ciencia, la filosofía, o en las universidades. Sin embargo, estamos convencidos de que las transformaciones acontecidas en los últimos once años en la Argentina serían impensables sin este horizonte emancipador. Porque más allá de matices y contrastes inherentes a una tradición heterogénea y prolífica, el pensamiento nacional aportó un diagnóstico certero del problema de la dependencia y ofreció resoluciones concretas a los problemas de la Nación en el difícil tránsito de, como afirmaba Don Arturo Jauretche, “ver desde aquí lo universal”.

>> Ernesto Villanueva Sociólogo de la UBA, especialista en temas de educación superior. Tuvo a su cargo el Rectorado de esa Universidad, fue director del Conicet y vicerrector de la Universidad Nacional de Quilmes. Actualmente, es rector de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.

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Las sucesivas cristalizaciones del pensamiento nacional fueron siempre –aunque en grados variables– emergentes intelectuales de proyectos históricos libertarios que intentaron dar respuesta a la subordinación del país y a la exclusión política y material de nuestro pueblo. De hecho, el énfasis puesto menos en la inscripción geográfica de la producción intelectual que en el modo de abordaje –el debate sobre la Nación–, distingue esta corriente de ideas de la tradición del pensamiento argentino en sentido amplio. En su multiplicidad de expresiones, y sin ánimo de agotar otros modos posibles de historizar su desarrollo –atendiendo, por ejemplo, a aspectos cronológicos de la producción, a la adhesión a escuelas de pensamiento y/o a proyectos políticos específicos (artiguismo, rosismo, yrigoyenismo, peronismo, etc.), al ámbito disciplinar de la producción (Epistemología, Filosofía, Historia, Arte, etc.)–, nos interesa mencionar brevemente su carácter multifacético, ligado al diálogo con gran parte de las tradiciones, doctrinas y corrientes intelectuales que fueron expresión de la vida política del país a lo largo del siglo XX. En este sentido, abrevaron en sus fuentes figuras provenientes de la diversidad propia del movimiento nacional. El inventario demandaría páginas enteras, con lo cual, invitamos a visualizar aunque más no sea esquemáticamente lo antedicho. En las variantes del nacionalismo, podemos mencionar a figuras vinculadas al nacionalismo de derecha como Julio Irazusta; provenientes del nacionalismo de izquierda, expresiones como Forja y figuras como la de Rogelio García Lupo, Arturo Jauretche y John William Cooke. De un nacionalismo ligado al revisionismo histórico en su variante rosista, podemos mencionar a Fermín Chávez, José María Rosa y Ernesto Palacio; en su vertiente federal, a Rodolfo Ortega Peña y a Norberto Galasso. Vinculados a la doctrina social de la Iglesia, a Guillermo Gutiérrez, Arturo Sampay, Conrado Eggers Lan y Amelia Podetti. Al marxismo nacional de orientación trotskista, a Abelardo Ramos; de orientación peronista, a Juan José Hernández Arregui y John William Cooke; de orientación no peronista, a Ismael Viñas y Silvio Frondizi. La conexión entre pensamiento nacional,


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proyectos emancipadores y pueblo, no obstante, aparece muchas veces de manera subterránea o más o menos invisible. Es un hecho que el devenir de las ideas dominantes es siempre más sencillo de reconstruir. Las razones son varias. En principio, es innegable que las tradiciones culturales y políticas de nuestro pueblo han sido frecuentemente soterradas por el pensamiento colonial, cuando no lisa y llanamente confinadas al olvido. Además, ha pesado a lo largo de nuestra historia una sucesión de ofensivas sobre los movimientos populares que han debido resistir la violencia de los bloques de poder. Hace años Rodolfo Walsh escribió casi como una premonición: La dignidad y el coraje de nuestro Pueblo florecen y marcan una página histórica que no se borrará jamás. (…) Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas.

A pesar de aplazamientos, avances y retrocesos del movimiento nacional, el pensamiento nacional permaneció en el subsuelo de la patria, agazapado, esperando la oportunidad para sublevarse nuevamente. Y resurgió en la tendencia actual de forjar un porvenir compartido para profundizar una democracia inclusiva con justicia social integrada a nuestra América. Renació en las políticas de reparación nacional y de avance en la formación de nuestra conciencia para entregarnos un espejo donde mirarnos y reconocernos en nuestros aciertos y contradicciones, pero abandonando definitivamente toda la serie de complejos de autodenigración que coadyuvaron a que se apaguen tantos sueños en los argentinos. En este punto, es dable pensar que el pensamiento nacional en toda su complejidad ha logrado entrar en los intersticios más recónditos de nuestra memoria colectiva. Sabemos que tenemos por delante múltiples desafíos para el pensamiento nacional y los movimientos populares actuales. Quizá, uno de los más urgentes tenga que • Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

ver con contribuir a la propagación del ideario nacional hacia el interior de la comunidad y mermar las distancias originadas, las más de las veces, por lo que consideramos caro a la tradición antiintelectualista de ciertos sectores de nuestra cultura política que han predicado, ayer y hoy, cierto recelo y/o desconfianza hacia lo intelectual. Sortear este problema nos permitirá atraer a los sectores vacilantes e imponer los compromisos sociales y políticos al momento de construir una visión estratégica asentada en los trabajadores, en las clases medias y en los sectores políticos más consecuentes de un país en tren de emancipación. La herencia del pensamiento nacional resulta un aporte fundamental en el proceso de autoconocimiento cultural de las clases populares y en la clarificación del peligro constante del designio neocolonial del Norte, sus buitres y sus operadores internos que pretenden retrotraer el país al pasado con el recorte de la soberanía nacional y la entrega de nuestro patrimonio. La Argentina no concretó aún la conquista de su plena autodeterminación nacional y esa es todavía una lucha general de Latinoamérica. Hurgar entre los recónditos recovecos de la memoria popular, como quería Scalabrini Ortiz, y avanzar en la resolución del desencuentro enunciado por Pavese entre los intelectuales y el pueblo, son tareas que nos comprometen a todos aquellos hombres y mujeres consustanciados con el país y que entendemos, con la característica humildad de Jauretche, que es momento de emprender la tarea: Yo no me atrevería a decir estas cosas si no creyese que hay en los oyentes una predisposición para entender, si yo creyera que estoy hablando a un auditorio encerrado en lo que sabe como en una torre. No. Yo creo que estamos en un momento de gran curiosidad y que esa curiosidad está construida por muchas dudas. La curiosidad puede llevar al escepticismo, pero también a la fe. Tenemos que procurar que nuestra curiosidad nos lleve a que cada uno se convierta en promotor del descubrimiento de nuestra realidad.

A celebrar este tiempo colmado de conquistas y a trabajar por lo que falta. • ——————————————————————

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La experiencia socialista >> Jorge Rivas

>> Jorge Rivas Nació en Lomas de Zamora en 1961. Es abogado, de ideología socialista. Fue electo en octubre de 2011 diputado nacional por cuarta vez, mandato que actualmente cumple hasta diciembre de 2015. Integra el bloque del Frente para la Victoria.

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SI CONVENIMOS QUE EL ÚLTIMO SIGLO ARGENtino ha estado atravesado por la experiencia peronista, podemos pensar en la historia del socialismo como anterior a la irrupción de ese movimiento, casi al modo de su propia prehistoria. Me refiero, además, al socialismo como conjunto de corrientes que se proponía la superación del capitalismo y su reemplazo por una sociedad de iguales. Ese conjunto incluye al partido de cuyas sucesivas rupturas y desgajamientos provenimos los que hoy nos llamamos Socialistas para la Victoria, pero no se agota en él. El socialismo así entendido apareció en la Argentina a fines del siglo XIX, en medio de la expansión del modelo de economía primaria exportadora. Gobernaba el país un régimen político conservador, de élites, que se apoyaba en el fraude electoral y excluía a la abrumadora mayoría. El partido socialista local tuvo dirigentes valiosos, que hicieron un notable esfuerzo intelectual para aplicar la teoría marxista a la realidad histórica argentina, y combinaron esa teoría con lo más progresista del liberalismo que habían aprendido en los ambientes ilustrados en los que se habían formado. Ellos protagonizaron también, al lado de los trabajadores no sólo socialistas sino también anarquistas, y un poco más adelante, después de la Revolución Rusa de 1917, comunistas, luchas heroicas por los derechos laborales y contra la dura represión que los gobiernos oligárquicos prodigaron al movimiento obrero. De entre aquellos militantes y dirigentes, baste la mención de Alfredo Palacios, que en 1904 se convirtió en el primer socialista que resultó elegido diputado en América, y su prolongada tarea de elaboración de una legislación que protegiera y garantizara los más elementales derechos de los trabajadores, completamente ignorados en la Argentina de entonces. Junto a los socialistas que lo eran sin dejar de ser republicanos apegados a las instituciones de la Constitución liberal de 1853, había otros que aspiraban a construir una sociedad justa por la vía revolucionaria, alentados por las transformaciones radicales que parecía inaugurar la Revolución Rusa. La práctica política de todos ellos chocó, a principios de los años cuarenta, con una nueva y nada venturosa realidad. La irrupción en Europa del nazismo y del


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fascismo, que de eso se trata el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y la alianza militar entre las potencias capitalistas occidentales y la Unión Soviética para enfrentar a aquellos regímenes, no sólo alteraron por completo la escena política mundial, sino que en nuestro país generaron en las fuerzas de izquierda algunas confusiones que tendrían efectos duraderos. La aparición del peronismo, un movimiento reformista de masas de inusitada potencia, liderado por un militar que había sido ideólogo del golpe nacionalista y conservador de 1943, suscitó el desconcierto entre los diversos sectores que militaban por el socialismo. Genuinamente confundidos algunos, intencionadamente otros, el grueso de las fuerzas políticas tradicionales se coaligó contra el peronismo. Comunistas y socialistas creyeron repetir la estrategia de la Unión Soviética contra el fascismo y se aliaron a conservadores y liberales. Se enfrentaron, entonces, con quienes debían constituir el sujeto social de sus aspiraciones de cambio. También hubo, hay que decirlo, militantes de diversas expresiones de izquierda que abandonaron las filas de esas organizaciones que ya no los representaban, y se sumaron al nuevo movimiento, o buscaron comprenderlo y reelaborar sus posiciones políticas sin juntarse con los sectores más reaccionarios. Con la experiencia peronista, que no me toca explicar aquí, termina una etapa, como decía al principio, y empieza a forjarse otra tradición para los socialistas argentinos. El derrocamiento de Juan Perón en 1955 y la instalación de la dictadura autodenominada Revolución Libertadora, encontraron en los trabajadores una resistencia encarnizada que dio lugar también a ricos realineamientos políticos. Al promediar el siglo, además, el triunfo de la revolución socialista en Cuba significó una profunda renovación para la izquierda y los movimientos populares en toda América Latina. Algo más de diez años después, la lucha por las libertades democráticas y por la justicia social, que en la Argentina sumaba, aunque en carriles ideológicos diferentes, a sectores del peronismo y de la izquierda socialista, reformista o revolucionaria, alcanzaba uno de sus puntos más altos con el Cordobazo. En Chile,

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mientras tanto, la clase trabajadora encaraba la enorme patriada de construir el Socialismo respetando a rajatabla las instituciones democráticas. Salvador Allende, su conductor, asesinado por la reacción en 1973, se convertía en bandera de la lucha por la igualdad, como el Che Guevara. De esa historia nos sentimos herederos los que militamos hoy en el socialismo popular, democrático, nacional y latinoamericano, que además reivindica sus raíces marxistas y su pertenencia a la lucha del movimiento obrero en todo el mundo. De esa historia, y de la que se siguió construyendo en la lucha por los derechos humanos durante la última dictadura cívico militar, y después de ella, por la verdad y la memoria, y por el castigo penal a los terroristas de Estado, y contra las leyes de la impunidad. De la historia que escribieron las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, y todos los militantes de los organismos de Derechos Humanos, entre los que evocamos especialmente a nuestro inolvidable compañero Alfredo Bravo. Los socialistas participamos de esa lucha, y de la resistencia contra la aplicación de las políticas del Consenso de Washington, que terminaron de devastar al país durante la década de los noventa y que provocaron finalmente el derrumbe de fines de 2001. Una crisis que ningún dirigente político entendió mejor que Néstor Kirchner, que asumió la presidencia el 25 de mayo de 2003, y que también era heredero, como militante peronista, de aquella historia de luchas populares por la justicia social. Kirchner hizo durante los cuatro años que siguieron lo que aquel día dijo que iba a hacer. Los socialistas entendimos entonces que ese gobierno, que pertenecía a una tradición ideológica diferente de la nuestra, estaba llevando adelante, contra viento y marea, muchas de las causas que durante años habíamos levantado, y nos sumamos a él. Este encuentro, en la práctica política concreta, con un movimiento popular de ampliación de derechos encarnado en una corriente del peronismo, inaugura para nosotros una nueva época. Hay también quienes se llaman socialistas y se han alineado con los sectores más reaccionarios de la sociedad. Pero esa es otra historia. •

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Otra vez lo nacional >> Edgardo Mocca

LA CREACIÓN DE UNA AGENCIA ESTATAL NACIOnal para ocuparse del “pensamiento nacional” dio lugar a una módica polvareda en el interior de nuestro campo intelectual. ¿De qué se trataba? De la presuposición, por parte de un sector, de que la palabra “nacional”, sumada a la de “pensamiento”, daba cuenta de una predisposición oficial hacia la promoción de ciertos intelectuales y de ciertas concepciones –básicamente las que históricamente se identificaron con el peronismo– en desmedro de otras. Es necesario decir que la ubicación actual de los contendientes no se dispone exactamente a cada lado de las fronteras del peronismo; hubo peronistas y antiperonistas en ambas veredas. La verdadera división de aguas no tiene tanto que ver con el pa-

>> Edgardo Mocca Politólogo (UBA). Profesor en la Carrera de Ciencia Política, Universidad de Buenos Aires. Dio cursos y conferencias en las universidades de Salamanca y Baleares y en el Centro de Estudios Iberoamericanos de Sevilla. Publicó recientemente el libro Un itinerario intelectual, sobre una conversación con Juan Carlos Portantiero. Es columnista regular en Página/12 en 6,7,8 y en el programa Una vuelta nacional en la radio pública.

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sado sino con el presente, es decir, con estos últimos diez años de historia política. No sé si en muchos países la referencia al “pensamiento nacional” y su promoción por parte del Estado daría lugar a escenas similares de beligerancia, lo cual podría merecer alguna reflexión. Entre fines de la década del cincuenta y mediados de la del sesenta se desarrolló entre nosotros un proceso de “nacionalización” de la discusión intelectual. Es curiosa la alusión cronológica, porque habiendo vivido la experiencia de la primera década del peronismo en el gobierno, no es fácil explicar cómo, entre propios y ajenos a esa experiencia, no se había abierto entonces esa nacionalización. En realidad, el debate sobre lo nacional no dejó de existir nunca entre nosotros y hasta se podría decir que se intensificó durante el primer peronismo. Tal vez lo característico de esta nacionalización de la discusión después del derrocamiento de Perón en el 55, fuera la renovación del histórico intento intelectual de construir una explicación –o un círculo de explicaciones alternativas– de las especificidades de nuestra historia política; una explicación que no se limitara a la posibilidad de encajarla en los esquemas cognitivos creados en otros sitios para explicar otras realidades, sino que reconfigurara parcialmente esos esquemas y mereciera, por tanto, llamarse nacional. No fueron, curiosamente, los intelectuales peronistas los protagonistas principales de ese impulso. Claramente, para los que habían apoyado a Perón durante los años de proscripción y persecución, la “nacionalización” del pensamiento era más una bandera de combate político que la necesidad de un debate intelectual. Los protagonistas centrales fueron los círculos intelectuales que venían del amplio campo del antiperonismo; entre ellos quienes provenían de una tradición liberal-democrática (centroizquierda o lo que hoy llamaríamos progresismo) y quienes iban cerrando el capítulo de su pertenencia al comunismo: las revistas Contorno, nacida en 1953, y Pasado y Presente, en 1963, son, acaso, las dos expresiones más significativas de este proceso. En ambos afluentes latía un impulso autocrítico: no habían “entendido” el peronismo, su profunda inserción en la conciencia de los trabajadores y los


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sectores populares y, a partir de esa incomprensión, habían terminado confluyendo políticamente con quienes, habiéndola entendido perfectamente, consideraron al peronismo como una especie de locura colectiva nacida de la seducción de un genio maligno sobre una multitud atrasada e ignorante. El frondicismo fue el fugaz experimento político de una de esas exploraciones intelectuales y la desilusión que desató la ruptura en la otra. Solemos pensar las discusiones de esa época como si pertenecieran a un pasado remoto y plenamente enterrado. Por momentos puede asaltarnos la sensación de que es mejor no volver a acercarse a esos climas de ideas; tan terribles fueron los hechos que se desencadenaron a continuación de aquella escena político-intelectual que es preferible no volver a desatar aquellos conjuros. Vino el golpe de Onganía con el control autoritario y la decadencia cultural. Vinieron a continuación las luchas de masas que parecían encarnar los sueños que subyacían a esos debates. La radicalización militarizada fue el penúltimo acto. Y la clausura definitiva vino con la dictadura del 76, el terrorismo de Estado y la reconfiguración político-cultural del país que, según hemos venido descubriendo, proyecta su presencia hasta nuestros días. El capítulo del “pensamiento nacional” –no del “pensamiento nacionalista” adherido a una particular matriz ideológica, sino la reflexión sobre el país y su lugar en el mundo– fue cerrado de un modo que parecía definitivo. La onda mundial del dominio neoliberal dejó la discusión sobre lo nacional en los márgenes de un discurso hegemónico cuyos ejes eran (y son) la determinación de lo político por el discurso económico (sociedades de mercado) y la reducción de lo político a las reglas de juego institucionales. Tal vez el episodio que más contribuyó a la hegemonía de esta matriz de pensamiento, que decretó la muerte progresiva de las fronteras nacionales destruidas por los flujos instantáneos del capital financiero, fue el de la guerra de Malvinas. La humillación nacional coincidió entonces con el diagnóstico globalizador. Los mejores herederos de aquellas contiendas político-intelectuales de los primeros años sesenta pasaron por la • Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

trágica experiencia de la masacre terrorista estatal. La pagaron con la propia vida, con la cárcel, la persecución y el exilio. Supieron contribuir a la instalación de la idea democrática como suelo necesario para cualquier convivencia civilizada. Y al mismo tiempo, el fantasma de la amenaza con la repetición de la tragedia (“la psicología del sobreviviente”, la llamó Carlos Ominami) facilitó su confluencia intelectual con un discurso de radical atenuación de los conflictos. Los años del menemismo profundizaron ese estado de situación. De alguna manera significaron la solución de la querella, sustentada en la desarticulación del propio tejido simbólico-material en el que se apoyaba nuestra idea de nación. Es decir, no fueron solamente ideas triunfadoras que circularon masiva y exitosamente en los medios sino también la plena desnacionalización de nuestra estructura económica, política y cultural. Después de la más grave crisis de nuestra historia, el debate se ha vuelto a abrir. Lo ha reabierto la lucha política. Aunque se oculta con frecuencia en los mutuos enconos y descalificaciones, la Argentina discute otra vez su lugar en el mundo, su rumbo, su “destino”, como solía decirse dramáticamente en otros tiempos. Reapareció entre nosotros la discusión sobre nuestra historia y sobre el patrimonio cultural de los argentinos. Tal vez se podría decir que vivimos una época mundial de regreso a la cuestión nacional. Lo es en nuestra región, directamente involucrada en un proceso de recuperación soberana e integración. Lo es en otros sitios del mundo –en Europa, señaladamente– donde la insatisfacción por las duras recetas de las fuerzas rectoras del sistema financiero global desatan protestas y promueven nuevas iniciativas políticas centradas en una agenda conflictiva impensable unos años atrás. Está en juego cuáles son las fuerzas, las ideas y las acciones que se hacen cargo de las renovadas demandas nacionales y populares. La ultraderecha tiene su propia hoja de ruta para esta etapa según lo demuestran sus recientes éxitos electorales. La recuperación y la revisión del patrimonio cultural nacional en nuestra historia es, en estas condiciones, una de las necesidades centrales de esta época. • ——————————————————————

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Conquista del desierto y pacificación de la Araucanía

Antes y después para el pueblo mapuche >> Matías Melillán DE TODAS LAS NACIONES ORIGINARIAS DE América, fue el pueblo mapuche el que por más tiempo resistió a la conquista española. Era uno de los pueblos más políticamente independientes, con una economía de subsistencia balanceada, que le daba autonomía sin descartar la posibilidad de mantener intercambios con otros pueblos. Mientras brillantes civilizaciones como la Azteca y la Inca cayeron en poco tiempo bajo el dominio de Castilla al quedar sometidas sus cabezas y clases dominantes, el pueblo mapuche combatió durante más de tres siglos al invasor, primero español, luego argentino, y chileno después. Esta larga resistencia fue posible gracias a la sólida unidad de la “Gente de la Tierra”, cuya estructura social, aunque sencilla, era bastante homogénea: no había ni hay entre ellos clases dominantes y dominadas, sino un modo de producción en que predominaba el colectivismo. Su base social siempre fueron las familias, unidas en el lof (la comunidad). No hubo clases poderosas, a lo sumo hubo linajes y personas con más tierras y recursos que otros, sin constituir grupos y relaciones opresivas. Antes de la conquista, el territorio mapuche (wallmapu) se extendía desde el río >> Matías Melillán Neuquino, comunicador del pueblo mapuche. Representante de los pueblos indígenas de la Argentina en el Consejo Federal de Comunicacion Audiovisual e integrante de la Coordinadora Audiovisual Indígena Argentina (CCAIA). Coordinador del área de comunicación del INAI.

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Copiapó hasta el archipiélago de Chiloé, ocupando buena parte de lo que hoy es Argentina (sur de Córdoba, sur de Mendoza, sur de Buenos Aires, La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut y norte de Santa Cruz) y el sur de Chile. En la actualidad, los mapuches residen entre Chile y Argentina (Neuquén, Chubut, Santa Cruz, Río Negro). No es vano recordar aquí que el término “mapuche” significa ‘gente de la tierra’, es colectivo, no admite plural y tiene numerosas variantes; puelches, gente del oriente, pehuenche, de la cordillera, lafkenche, de la costa, huilliche, del sur, mapuche propiamente, pero todos pertenecen a una familia común. Y esa tierra a la que pertenecen es el centro sobre el que gravita su cultura: es madre y diosa, y ese carácter sagrado impulsa un vínculo esencial con ella, que explica el rechazo de cualquier partición del terreno o título de propiedad privada. De ahí la intensa virulencia de una conquista que se hizo mucho más larga que la de otras civilizaciones. La sociedad del pueblo mapuche se mantuvo independiente, impermeable hasta la ocupación denominada en Chile “pacificación de la Araucanía” y la “conquista del desierto” en Argentina en el siglo XIX. Desde entonces, los mapuches se han convertido en ciudadanos de los respectivos estados de Chile y de la Argentina. Sin embargo, esa ocupación del territorio no se produjo sin la resistencia mapuche, que se inmortalizaría en las batallas que dieran los Toki Sayhueque, Inacayal, Pincen, Catriel entre tantos otros, de los cuales se destaca al toki (Juan Kalfukura, piedra azul), que lideró la Confederación Mapuche entre 1835 y 1872. Kalfukura y Juan Manuel de Rosas mantuvieron un arreglo respetuoso de sus respectivas fuerzas hasta su final. El toki mapuche en 1855, junto a Cachul y Catriel, vencieron en Sierra Chica al ejército de Buenos Aires, empañando la reputación militar de su conductor, el coronel Bartolomé Mitre, entonces ministro de Guerra de la provincia. Arrollaron y obligaron a retirarse a otras expediciones, como la del general Hornos en 1856 y la del coronel Emilio Mitre en 1858. En la Argentina, distintos sucesos llevarían a que prime una corriente ideológica eurocentrista, sin “indios salvajes”, de exclusión y aniquilamiento, que encarnaron


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Roca, Sarmiento, Mitre y Martínez de Hoz, quienes se encargaron de invisibilizar, negar la existencia de pueblos originarios valiéndose de las escuelas, libros y los medios de comunicación. La unidad continental, aquel sueño por el que combatieron codo a codo miles de indígenas junto a San Martín, Belgrano, Güemes, Artigas fue aplastada por los intereses de unos pocos. La ideología eurocentrista en la Patagonia la reflejó Rodolfo Casamiquela (1932 2008), quien a través de libros como El poblamiento de la Patagonia sintetiza su sentimiento antimapuche. La ideología de la etnicidad separa a los habitantes de un país en ciudadanos del Estado con todos sus derechos y grupos étnicos, con derechos limitados. Esto es exactamente lo que ha venido promoviendo el Sr. Casamiquela y los estancieros argentinos, amparados en su organización “Sociedad Rural” y por supuesto, los medios de comunicación afines a estos postulados. Los pueblos indígenas son para ellos simples minorías étnicas, que bien pueden ser tratados con políticas de menor alcance, sin derechos reales en la sociedad global del Estado-Nación. El avance en la organización de los incipientes estados de Argentina y Chile no sólo excluiría y exterminaría a los pueblos indígenas del sur del continente sino que, a través de sucesivos golpes militares y operaciones de exterminio conjuntas como el Plan Cóndor, aplacarían cualquier intento de organización del pueblo mapuche, a ambos lados de la cordillera. Sin embargo, desde principios de la década del sesenta y setenta se comenzarían a dar las primeras organizaciones mapuche del wallmapu como ad mapu en Chile y la confederación mapuche de Neuquén, quienes posibilitarían a ambos lados de la cordillera el surgimiento de diferentes organizaciones mapuches, que darían un nuevo impulso a la reivindicación de derechos como el territorio, la cosmovisión, justicia, derechos en desarrollo, educación, vivienda, salud y comunicación. El nuevo orden mundial encontraría no sólo al movimiento mapuche, sino a los pueblos a nivel continental, en las celebraciones del Quinto Centenario en 1992 que desataron discusiones y protestas indígenas que llevaron a cambiar la idea del “descubrimiento” de América por la del • Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

“encuentro de dos mundos”. Mientras tanto, la Argentina y Chile se sumían en profundas crisis político económicas que afectarían a los pueblos y surgirían nuevos cambios geopolíticos en el continente. La imposición imperialista de recolonización dictada desde historiadores, antropólogos, sociólogos y la revista Billiken (La Nación), como parte de los monopolios comunicacionales surgidos con la complicidad de los gobiernos cipayos de la década de los noventa en el continente (Televisa, Venevisión, O Globo, Líder, El Mercurio, La Nación y Clarín), se constituyeron en puntas de lanza de la recolonización en marcha del continente. Una vez más, no pudieron hacer mella a la resistencia cultural del pueblo mapuche que continuó resistiendo y trasmitiendo oralmente a través de las generaciones los principios y valores mapuche como (Norche) ser sincero, (Kumeche) ser bueno, (Kimche) ser sabio y (Newenche), hombre y mujer fuerte. Por ello la organización, defensa y proyección del territorio mapuche está encarnado en miles de mapuches que viven en la ruralidad y urbanidad como producto de los despojos y desalojos que han llevado a la reinvención de las identidades territoriales del pueblo. Para el pueblo mapuche es necesario dar señales desde los movimientos sociales indígenas para repensar los caminos a seguir, generar bases propias autónomas, más amplias, pluralistas y representativas, que terminen con los prejuicios internos, las descalificaciones, los caudillismos, los falsos protagonismos y absolutismo, para que con nuevas estrategias, enfocadas en la libre determinación como derecho central a reivindicar, pongan fin a los abusos y atropellos de gobiernos, empresas y en general de un modelo que atenta gravemente contra los derechos esenciales de los Pueblos Originarios. En pos de estar a la altura de los cambios políticos que se suceden en un mundo multipolar, deberán estar presentes la dignidad de la lucha y las reivindicaciones por la defensa del territorio como se han dado a través de doscientos años de historia. La nueva independencia nacional deberá encontrar al pueblo mapuche del lado de la resistencia y reafirmación territorial de lo que hoy es Argentina, combatiendo al imperialismo dominante. • ——————————————————————

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Pueblos indígenas

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Territorio e identidad, pertenecer al pueblo mapuche >> Diego Pereyra

ENTENDER EL TERRITORIO Y LA PERTENENCIA ES sondear en lo más profundo del ser mapuche, es sumergirse en lo trascendental de la vida, que a la vez se entrelaza con lo cotidiano, y dejar los paradigmas colonizadores por un momento, para ser parte de lo que nos rodea. También entender las regionalidades que nos encontramos, por ejemplo Puelche o Guluche (gente del este y oeste, según el lado de la cordillera en que se esté), no corresponde a una división sino a la existencia, permanencia y reconfiguración de unidades sociales autónomas, pero que no dejan de ser parte de la concepción de un todo, el pueblo mapuche. Las identidades territoriales no son un compartimiento estanco, hay que entender su dinamismo y modernidad, los procesos de creación, transformación, reinterpretación de las prácticas y significados culturales, sin obviar la gran importancia de la cosmovisión. Entender el territorio desde otra mirada, olvidarnos de lo folklórico, en lo que muchas veces se nos quiere catalogar, y desprendernos de la concepción de la propiedad privada

>> Diego Pereyra Fue consejero por la zona andina del Parlamento mapuche de Río Negro. En la actualidad es director de Patagonia Norte de los Centros de referencia del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.

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occidental que fue impuesta luego de campañas militares, resulta fundamental. Significa adentrarse en los lugares de la memoria colectiva que se expresan a través de la oralidad; no por nada es que en el mapundugun existe un vocabulario extenso y de uso común referido a los lugares o a la organización territorial. Identidad y territorio están estrechamente ligados y tienden a reafirmar esta relación y recordar que es un lazo fundamental para el sustento del ser mapuche, dado por su relación espiritual entre él y el medio que lo rodea, y no sólo por convivencia sino porque para los mapuches existe un lazo parental con las diferentes fuerzas que habitan la naturaleza (animales, plantas, montañas, etc.). Por ello la defensa del territorio, y aquí es donde el significado del nombre Mapuche cobra toda relevancia; “gente de la tierra”. Todos los lugares tienen significados relacionados y definidos por el tuwun (ascendencia territorial) y kupalme (ascendencia familiar) y de ahí también la diferencia, ya que no hablamos de descendencia, no bajamos a las profundidades, sino que estamos hablando de ascender, de una prolongación, formando un conjunto con todo ello y no sólo siendo el hijo de. Acá es cuando se construye la pertenencia, que podríamos resumirlo en ser protagonista, participar activamente, ser parte del conjunto, no como uno más, sino como una parte especial, como cada una de las partes que conforman este Wall Mapu. Estamos hablando de lo material y lo espiritual, de las sensaciones, de poder estar ante el paisaje y ser el paisaje, el estar presente, la contemplación y no fijarnos en lo bello, no situarnos afuera de lo que nos rodea, no quedar atónitos, sino todo lo contrario; comunicarnos con las diferentes fuerzas de la naturaleza, liberar los sentidos a la percepción del momento. Podemos decir que la pertenencia al territorio se origina por el simple hecho de que uno es el territorio. Después de entender esto hablaremos si uno es wiliche (gente del sur), o pikunche (gente del norte), si es rankulche (gente del totoral) o pehuenche (gente del pehuen) y esas identidades nos hablarán de lo que significa pertenecer a ese territorio, de lo que significa ser mapuche. •


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Otras actividades de la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional

CONVOCATORIA

Primer encuentro cultural del Noroeste argentino Auditorio del Espacio Cultural Tucumán, Suipacha 140 20 de noviembre, de 17 a 19 horas

El Movimiento Cultural para la Integración del Noroeste Argentino, fundado en abril del corriente año, invita, en conjunto con el Ministerio de Cultura de la Nación, a través de su Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, y la Casa de Tucumán en Buenos Aires, a participar del Primer Encuentro para una Planificación Cultural Estratégica del NOA. El objetivo de este Encuentro es impulsar, de modo plural, el desarrollo de un pensamiento crítico sobre la historia cultural de la región, así como de una conciencia estratégica capaz de proyectar al NOA con mayor fuerza en los contextos nacional y latinoamericano. Se convoca especialmente a participar en él a los escritores, poetas, músicos, artistas plásticos y del espectáculo, intelectuales, científicos sociales y gestores culturales nacidos o establecidos en dicha región. Este primer foro se continuará con otros, a realizarse a lo largo del año 2015, tanto en Buenos Aires como en las provincias del NOA, donde ya se conformaron grupos de trabajo, principalmente en el ámbito universitario. Se propone, en tal sentido, la creación del Memorial del Noroeste Argentino, regido por una Fundación que asegure por un lado la participación en él de organismos públicos y privados relacionados con la cultura y la educación, empezando por las universidades de la región, y lo preserve a la vez de tiintereses políticos que intenten servirse de él para fines par medarios. Dicho Memorial tendrá la misión de sistematizar la moria histórica-cultural de la región, y a la vez ser un fuerte centro de operaciones dirigidas a consolidar la región y proyectarla al resto del país y el mundo con una programación estratégica, la que pondrá en diálogo a nuestra región con el NEA y los países vecinos.


Pueblos indígenas

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Para que el silencio se convierta en conciencia del derecho hecho palabra y acción >> Cooperativa campesina. Central Taquimilán Centro

LA ZONA NORTE DE LA PROVINCIA DE NEUQUÉN ofrece diferentes relatos de una historia trazada de luchas y soledades, de voces calladas en medio de la inmensidad de sus cerros y montañas. Integrada por los departamentos Minas, Chos Malal, Pehuenche, Ñorquín y Loncopué, invita a conocer viejas tradiciones campesino-mapuche, quienes tienen su propia versión de la historia fronteriza; diversas formas de resistencia, de sueños y esperanzas, transmitidos de una generación a otra, que impulsan una identidad y un proyecto histórico propios. Pobladores, hombres y mujeres transforman sus condiciones de vida a causa, entre otros procesos, de la aparición de nuevos actores sociales, nuevas instituciones y

>> Cooperativa campesina. Central Taquimilán Centro Conformada en febrero de 2011, nuclea alrededor de 60 familias de las localidades de El Cholar, Trahilathue,Taquimilán y Vilu Mallin. Se encuentra ubicada en el Departamento Ñorquin, norte de la provincia de Neuquén.

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nuevas formas de comprender su entorno. La división de los territorios, la configuración del Estado nacional, la aparición de “nuevos dueños de la tierra” y de empresas mineras y petroleras son algunos de los procesos que ha traído aparejado el devenir de la historia. Estas nuevas condiciones a las que se somete la vida en el campo no dejan de ser acciones tendientes al desplazamiento de los sujetos de sus territorios, generando migraciones a centros poblados en busca de trabajo, lo cual se convierte en oferta de mano de obra barata, desvalorizando los conocimientos adquiridos en el campo tanto en el pasado como en un presente transformado. El vaciamiento del territorio implica a su vez una concepción de la práctica laboral que contradice día a día los derechos del trabajador rural. Se impone una nueva relación con los recursos naturales que pretende un máximo de ganancia a costa de la destrucción del ambiente. Los crianceros son un amplio sector social compuesto por productores con rasgos campesinos dedicados a la cría fundamentalmente de animales menores (chivas y ovejas), con ingresos que no les permiten alcanzar el umbral de capitalización. El objetivo del criancero hoy se enmarca entonces en una lógica de trabajo familiar por medio de la cual obtiene el máximo ingreso posible mediante la aplicación de su disponibilidad total de trabajo en la producción para el mercado, para el autoconsumo y trabajo extrapredial.

La lucha por la tierra Sin tierra no hay vida, no hay trabajo, no hay un hogar…

El norte neuquino tiene un tipo de producción ancestral basado en la trashumancia de animales caprinos desde los campos bajos de invernada a la veranada. Hoy, a causa de esta actividad no es muy difícil encontrar carteles en los márgenes de las rutas provinciales o en los medios masivos de comunicación alertando sobre el inicio de estos recorridos, otorgándole una imagen responsable a un estado provincial que omite explicar el porqué de la nece-


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sidad de estas advertencias. Que exceptúa reconocer que gran parte de las rutas provinciales en el norte neuquino han sido trazadas según el viejo mapa de caminos de arreo; superposición pintoresca para el turismo que ha dado lugar a grandes accidentes sobre el nuevo asfalto. Pero, ¿qué es lo que los campesin@s podemos arrear por estos caminos si no tenemos garantizados nuestros propios campos de invernada y veranada, o si cada diez kilómetros nos encontramos con tranqueras con candados extranjeros que encierran nuestras aguadas? Nuestro modo de producción no es un atractivo turístico; “con mis chivos mandé mi hija a estudiar”, mencionó una compañera durante una reunión. A lo largo de estos años, y en articulación con comunidades mapuche, hemos alzado la voz contra los grandes terratenientes que comprenden nuestra tierra como un bien inmobiliario. Lucha que toma forma trabajando nuestros campos, sembrando para que las próximas generaciones continúen con nuestras jornadas enteras de discusión, de trabajo colectivo, de largos viajes emprendidos sólo con el fin de compartir nuestra realidad como campesinos a la totalidad de la región, para que nos acompañen en este camino.

La Cooperativa Campesina… Al repensar en conjunto la necesaria transformación de las condiciones de vida en el campo para (re)generar una mejor calidad de vida, y reconociendo como indispensable la discusión y acción sobre el acceso a la tierra y al agua, a la educación y al trabajo junto con la problematización sobre qué es lo que entendemos en cada uno de estos ejes que nos forman, las familias de productores hemos decidido nuclearnos en nuestra Cooperativa Campesina, generando espacios de trabajo colectivo que revalorizan viejas prácticas histórico-culturales. Es por eso que hace más de tres años nos hemos constituido como una organización de base compuesta hoy por 60 familias campesinas-indígenas de las localidades de Taquimilán, Trahilatue, El Cholar, Vilu Mallin y Chos Malal ubicadas al norte de la provincia del Neuquén, a 400 km de

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la capital provincial y a sólo 50 km del límite con Chile. Desde nuestros inicios aunamos esfuerzos para mejorar nuestra calidad de vida, mediante la defensa de nuestro territorio, reflejada en cada una de nuestras acciones: la generación de procesos socio-organizativos, el reconocimiento de nuestros derechos, la producción colectiva de alimentos de manera ecológica y autosustentable, fortaleciendo a su vez la comercialización de nuestros productos en las redes de comercio justo a partir del trabajo de la totalidad de la familia, reconociendo dentro de esta las potencialidades de los jóvenes y niñ@s junto con su lectura de la realidad en el campo; como así también el rol que adquiere la mujer rural. Para ilustrar lo desarrollado, compartiremos un fragmento del testimonio de una compañera miembro de la Cooperativa: Bueno, voy a contar cómo empecé en la Cooperativa. Mi familia tenía problemas con su tierra y yo decidí ir a trabajar con ese grupo de personas y comenzamos con ese tema y también con el del agua. Hoy me doy cuenta de que el problema de la tierra no es sólo nuestro sino de todo el territorio y que también es importante estar unidos en la lucha. Comprendí que estar sola no servía para aprender a luchar como mujer y compañera. Que como personas tenemos derechos, valores a ser respetados, ser nosotros mismos y que la posesión es un derecho nuestro. Sin tierra no hay agua, sin agua no hay vida y sin trabajo tampoco. Pero quería compartir algo muy lindo que aprendí de los cumpas: los valores de cada uno, la convivencia, la tolerancia, el respeto de los tiempos de cada uno, ayudar al otro cuando lo necesita y a compartir. Aprendí a escuchar a las otras personas. Cuando logré poner todo esto en marcha comprendí lo importante que era todo esto. Por eso estoy tan orgullosa de haber vivido todo esto con todos ellos y lo voy a valorar siempre y recordar porque es algo maravilloso en mi vida. Rosario Soto, Cooperativa Campesina central El Cholar.

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Derechos humanos y memoria política

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Género, memoria y políticas de justicia >> María Sonderéguer

>> María Sonderéguer Profesora UNQ/UBA, investigadora de la UNQ y docente de posgrado en varias universidades argentinas. Fue directora nacional de Formación en DDHH de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. En 2012 publicó Género y Poder: violencias de género en conflictos armados y contextos represivos.

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EN NUESTRO PAÍS, LA LUCHA POR LA DEFENSA de los derechos humanos y los reclamos de justicia, castigo y verdad respecto de los crímenes del terrorismo de Estado han ocupado, desde los inicios de la postdictadura, un lugar central en la construcción de la institucionalidad democrática. En torno a la demanda de memoria, verdad y justicia se articuló una trama compleja, en la cual la problemática de género operó como una de sus determinaciones estructurales, aunque estuvo invisibilizada. La caracterización de la violencia sexual como un crimen específico atravesado por la condición de género de las víctimas en el marco de prácticas sistemáticas de violencia durante el terrorismo de Estado en la Argentina fue un proceso largo y complejo, que presentó y presenta múltiples resistencias. En su reconocimiento han incidido tanto los avances en la jurisprudencia regional e internacional y la incorporación del enfoque de género a las indagaciones sobre pasados represivos, como las reivindicaciones de los movimientos feministas y algunos temas clave como la trata y tráfico de personas. Este proceso permitió interrogar desde nuevas dimensiones las lógicas represivas y, en ese recorrido, se han ido modificando las preguntas que le hacemos a ese pasado y la delimitación de los hechos investigados. Con la reapertura de los procesos penales por las violaciones a los derechos humanos y los delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura, luego de la declaración de inconstitucionalidad de las llamadas “leyes de impunidad” (la ley de Punto final, la ley de Obediencia debida y los indultos), algunas mujeres que sufrieron distintas formas de violencia sexual en los campos clandestinos de detención comenzaron a narrar una historia que había permanecido obturada hasta el presente. En los años ochenta, en el Juicio a las Juntas, la apelación a la ley supuso el restablecimiento de la vigencia de un código común, y el relato de las víctimas, sometido a la transformación de la escucha legal, redefinió la tragedia vivida en un testimonio ordenado según las normas de producción de la prueba jurídica. Ese relato, en el que los y las testigos devenían sujetos de derecho, se construyó sobre la imagen de un ciudadano abstracto que les escamoteaba


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su condición de varones y mujeres concretos. En ese entonces, las denuncias de prácticas de violencia sexual hacia las mujeres –o hacia los varones– quedaron subsumidas en la figura de los tormentos y de las distintas vejaciones. E incluso quedaron relegadas ante el crimen de la desaparición forzada, que se consideró el elemento central dentro del plan sistemático de represión y exterminio. Sin embargo, en los años noventa, la incorporación de la perspectiva de género en la investigación de violaciones masivas a los derechos humanos en el mundo (en situaciones de conflicto armado o en procesos represivos internos) permitió identificar una práctica reiterada y persistente de violencia sexual hacia las mujeres. El debate jurídico a nivel internacional pudo entonces caracterizar la violencia sexual en el contexto de prácticas sistemáticas de violencia como una violación específica de los derechos humanos y en 1998, el Estatuto de la Corte Penal Internacional la tipificó como crimen de lesa humanidad. En los juicios actuales en la Argentina, los nuevos testimonios sobre violencias sexuales hicieron posible visibilizarlas y esa consideración comenzó a reflejarse en la conformación de las pruebas y en las interpretaciones dadas a los tipos jurídicos existentes. Desde este punto de vista, además de identificarlas como un delito autónomo diferenciado de los tormentos, la jurisprudencia avanzó respecto de la caracterización de los delitos sexuales como delitos de “mano propia”, al señalar la responsabilidad de quienes, aun sin ser sus autores materiales, consintieron desde sus cargos y funciones jerárquicas la práctica de violencia. Desde el año 2010 –con la sentencia del Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Mar del Plata a Gregorio Molina– hasta el 2014, se han producido varias sentencias que establecieron las violencias sexuales como un delito de lesa humanidad y en las que se ha ido ampliando el criterio de imputación a sus autores “mediatos”; los autores indirectos. En las intersecciones entre el género, la memoria social y las políticas de verdad y justicia en nuestra historia reciente, se develan relaciones de poder y una mirada

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sobre la condición humana para la cual los derechos humanos constituyen el horizonte de referencia. En ese sentido, las violencias sexuales ejercidas en los campos clandestinos de detención nos presentan una experiencia paradigmática en la que es posible observar cómo la estructura de género reafirma el sistema hegemónico masculino y permite que esas violencias hayan permanecido invisibilizadas durante casi tres décadas. La impunidad con que se ejecutó la violencia sexual durante el terrorismo de Estado pone de manifiesto los prejuicios sexistas que subyacen en la valoración de los delitos sexuales. Al dirimirlo en el campo de los derechos humanos, la inculpación construye una versión normativa que, en los tribunales de justicia, establece quién es el responsable de los crímenes cometidos y delimita el sentido de los acontecimientos. La narrativa legal expresa una moralidad compartida, sustentada en creencias y expectativas comunes respecto del bien, lo correcto, lo deseable. Sin duda, es necesario seguir avanzando en la incorporación de la perspectiva de género a la interrogación sobre el pasado reciente y ampliar la reflexión a los múltiples aspectos que conciernen al impacto diferenciado de la violencia represiva sobre mujeres y varones. Tenemos que construir protocolos de investigación que permitan a las mujeres reconocer las distintas formas de violencia sexual a las que fueron sometidas (desnudez forzada, manoseos de carácter sexual, penetración con objetos, picana en los pechos y genitales, violaciones sexuales) como un crimen específico marcado por el género. También es indispensable repensar la reparación. Tal como la conocemos, las categorías de la reparación no resuelven la cuestión de violencia sexual que sufrieron las mujeres durante el terrorismo de Estado porque esa violencia no es excepcional. Esa violencia es un continuum en la vida de las mujeres. Es preciso preguntarnos por qué se privatiza la violencia sexual, interrogarnos acerca de cómo –a contrapelo del profuso aparato normativo que la aborda, la tipifica y la judicializa– la sociedad consiente o autoriza la violencia de género. •

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Derechos humanos y memoria política

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La memoria, ese testigo implacable >> Jorge Eduardo Auat

>> Jorge Eduardo Auat Abogado, Universidad Nacional de Córdoba. Fiscal general. Titular de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad.

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LA DECISIÓN POLÍTICA DE DERRIBAR LOS CEPOS de impunidad, que como un “anillo de Saturno” cercaban los crímenes más atroces de nuestra historia, ha sido quizás el gesto moral más profundo de un gobierno democrático. Sólo desde la comprensión del dolor de las víctimas se podía terminar con el oprobio del olvido. Los juicios por los delitos del terrorismo de Estado eran una deuda impostergable de la democracia. Marcaron un antes y un después. Trajeron una nueva voz a la cultura jurídica y a la sociedad toda, la voz “Derechos Humanos”. Permitieron la transmisión del horror en su cabal dimensión y su principal efecto terapéutico es sin duda mirar al futuro para prevenirlo. De modo que no es cierto como se dice livianamente que con los juicios se mira al pasado. Esa idea es un fraude intelectual. Está claro que los hechos ocurrieron en el pasado, y que en los juicios lo que ocurre es una reconstrucción de ese pasado, pero desde la memoria de las víctimas y de cara al futuro. En palabras de Theodor Adorno, se trata de “reordenar el pensamiento para que la barbarie no se repita”. Está claro que el discurso de “no mirar al pasado” es estratégico y es la expresión de un proyecto político de olvido con la impunidad como centro de impacto. Pero lo fundamental, su consecuencia más dolorosa, es que banaliza el crimen pensando en la víctima como costo; al decir de Walter Benjamin, restarle importancia y desconocer lo que ocurrió representa una segunda muerte, la muerte hermenéutica. Ese es el olvido. Los juicios en rigor son algo más que un proceso judicial, son la reedición del pasado pero desde la memoria. Como dice Manuel Reyes Mate, en el testimonio está la anécdota como sustancia; y en los juicios el relato está plagado de anécdotas y esto es lo esencial. De eso se trata la memoria, de evidenciar lo que pasó. Una estrategia para romper la lógica de la construcción del pasado sobre los vencidos a partir de la visibilización de la víctima. Esto último, señala el autor, fue el gran mérito de Benjamin. Esa fue la clave de bóveda para desmontar el andamiaje de la impunidad y el proyecto de olvido. En definitiva, como genialmente lo expresa Adorno: “La condición de toda verdad es dejar hablar al sufrimiento”. Esa


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visibilización de las víctimas trajo consigo su resignificación y así operaron en definitiva como prenda de paz. Queda claro que los juicios son mucho más que un espacio jurídico o judicial. Allí se terminan las coartadas, se revela y se actualiza la injusticia pasada y se le otorga legitimidad a la demanda de justicia. Sin duda fue trascendental el protagonismo de los organismos de derechos humanos que no sólo militaban por un proceso de memoria, verdad y justicia sino –y quizás sea lo más importante– por un cambio de paradigma en la sociedad. Entonces, si los juicios fueron una bisagra en la historia porque derribaron los muros de la impunidad, ¿qué viene después? ¿Alumbraron una nueva realidad? La respuesta es evidente: hay sin duda una toma de conciencia o, mejor aún, una alarma encendida frente a un enemigo que no abandona su posición rampante. Es decir, ¡estemos alertas, la barbarie puede volver! A partir de allí se abre un espacio para repensar la sociedad con un nuevo punto de partida: la dignidad. Pero retomando la cuestión del olvido, no son sólo los responsables de los crímenes los que pretenden borrar lo que pasó. En el caso de estos grupos, es evidente que el objetivo no es otro que la impunidad (sin arrepentimiento); pero en esa estrategia también están empeñados sectores ideológicamente afines cuya finalidad es otra; la destrucción del nuevo escenario. El anticuerpo que dejó la barbarie los inquieta, una nueva sociedad reconstruida desde la memoria, sobre el valor dignidad, implica hablar de justicia y esto no es gratis, hay una nueva moral social, que emerge desde el propio protagonismo de la sociedad toda, pero fundamentalmente desde los oprimidos que reclaman. Nos dice Michel Foucault: “La justica no es la misma para el opresor que para el oprimido: para los primeros es legitimación; para el oprimido, reivindicación”. Ahora bien, ¿en qué se traduce, o cómo se concreta ese protagonismo? A mi juicio, en la interpelación o, mejor aún, en “la pregunta” de los que estuvieron callados y sojuzgados. Es eso lo que les alborota el gallinero. “La pregunta es como un cuchillo que rasga el lienzo de la decoración pintada para que podamos ver lo que se • Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

oculta tras ella” (Milan Kundera, La insoportable levedad del ser). En definitiva se trata del cambio de paradigma del que hablé antes. Los espacios de discusión se desparraman por la sociedad pese a los esfuerzos incansables de los grandes medios y de los sectores dominantes en su negación. Con el discurso perverso de que el Estado de derecho desprotege a la sociedad, se construye un enemigo del que hay que protegerse para lo cual se hace impostergable su destrucción. Es decir, la estrategia es instalar la necesidad de la violencia represiva. Hay un prestigio de la violencia. Esa estrategia, desde luego tramposa pero ingeniosa, impacta de lleno en la conciencia social. Transmite un mensaje que es patético: “olvídense de los derechos humanos, el ‘otro’ es un enemigo”. La amenaza criminal –siguiendo a Foucault– opera como coartada para endurecer más el control social. Así como las brujas justificaron la Inquisición, el delincuente justifica el aparato de policía. Ahora, ¿qué hay detrás de ese discurso del miedo? Indudablemente, el que lo sustenta no puede ser otro que un proyecto que propugna la vuelta al pasado, es decir, hacia una injusticia sin demanda, hacia su naturalización y en tal sentido surge con claridad que la desmoralización del cuerpo social es su viga maestra. El objetivo es que todos clamen por un Estado policial que garantice un modelo de exclusión sin sobresaltos. Así, el contenido moral de la justicia desaparece con la negación del “otro” como sujeto imprescindible de esa nueva sociedad nacida del aprendizaje del dolor. En síntesis, este escenario agonal nos está indicando que no podemos desactivar los sensores de la alarma, porque si sucediera la vuelta del horror, todo habría sido en vano. A modo de conclusión, pienso que los derechos humanos son la voz de la década y su paradigma es la consideración del “otro”. Allí está el mojón de la historia. Pero igualmente hay que tener presente un deber de memoria, porque, como dice Reyes Mate en Medianoche en la Historia invocando a Benjamin, “mientras el enemigo ande suelto los muertos no estarán seguros porque ya se encargará él de que no salgan de sus tumbas”. • ——————————————————————

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Derechos humanos y memoria política

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El rol de los derechos humanos en la reconstrucción de la memoria política nacional

Las luchas de los movimientos sociales y la importancia de un Estado inclusivo >> Carlos Pisoni

>> Carlos Pisoni Hijo de desaparecidos, criado por su abuela, integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Fue director general de la Comisión de Derechos Humanos de la Legislatura de CABA, y desde 2013 se desempeña como subsecretario de Promoción de Derechos Humanos de la Secretaría de DDHH de la Nación.

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¿QUÉ SERÍA DE NUESTRA HISTORIA SIN LA MEmoria? ¿Qué entendemos por memoria? En este sentido, es importante destacar dos definiciones posibles. Por un lado, la memoria como parte de las políticas públicas para reconstruir el pasado, reparar el presente y construir puentes hacia el futuro. Por otro, un sentido popular de la memoria, esa que los pueblos mantienen en acción para oponerse cuando rigen políticas oficiales de olvido y para mantener vivo el recuerdo. En nuestro país, memoria y derechos humanos ya son sentidos mezclados, necesariamente integrados, casi inseparables. En cuanto a las definiciones de los derechos humanos, también es interesante pensar en dos dimensiones, articuladas entre sí: una sostenida por el pueblo y otra ejercida –u ocasionalmente omitida– por los gobiernos. En la Argentina tenemos una historia atravesada por las luchas sociales y populares que son una referencia a nivel global. Un caso reciente es el de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, símbolo y ejemplo ante el mundo. A lo largo del tiempo, distintas organizaciones sociales, estudiantiles, políticas y sindicales han ejercido, y lo siguen haciendo, formas de organización y lucha en reclamo por la plena vigencia de los derechos. Los movimientos sociales han levantado la bandera de los derechos humanos en reclamo de Memoria, Verdad y Justicia. Desde el año 2003 a esta parte, esos mis-


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mos ejes son pilares fundamentales de las políticas de Estado. Esas organizaciones de defensa y promoción de los derechos humanos surgieron, en su mayoría, aún en la plena vigencia del terrorismo de Estado de la última dictadura cívico-militar. Una vez recuperada la democracia, han luchado contra la impunidad y, desde el año 2003 en adelante, por la profundización de la Memoria, la Verdad y la Justicia. Fundamentalmente, esa protección de la memoria que ha tenido lugar en nuestro país, y que se extiende como experiencia a otros lugares de la región, es la que resguardó nuestra historia, la que le puso límites a la impunidad sufrida durante décadas, y la que hoy protege al presente y al futuro ante los intentos de avasallar a nuestros pueblos. De este modo, la memoria no puede ser más que colectiva y una acción permanente. Las formas de la política están atravesadas por las de la memoria, y viceversa. En definitiva, toda memoria es política. Nuestro país conoció la proscripción del peronismo, el robo de la identidad de hijos de desaparecidos, y la cultura del “por algo será” y el “no te metás” como cartas de presentación del olvido y el silencio. Por eso, reconocer y reivindicar la identidad política de los militantes es un modo de ejercer la memoria, es parte de nuestro homenaje. No puede haber un relato de nuestra historia sin la memoria de las luchas sociales, porque estas han sido un factor fundamental que propiciaron los cambios a lo largo de los años. Los derechos humanos, en su vigencia o privación, son el centro de esas luchas. Estos no sólo son inherentes a todas las personas: también son la definición política por excelencia de los proyectos de gobierno. Privilegios para pocos es una decisión de desocupación y hambre para muchos. Más derechos para todos es un objetivo que desde el año 2003 viene desafiando a los sectores de poder concentrado y conservadores que pretenden que la acumulación de su riqueza sea a costa de los derechos del pueblo, de los

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principios sociales y valores propios del sistema democrático. En este sentido, en el marco de esta lectura de la historia, luchas sociales y políticas de Estado no pueden ser más que pensadas en diálogo o ruptura, en un reconocimiento de las luchas en los derechos o, por el contrario, en un avasallamiento de los derechos, en oposición de reclamos de justicia social. Es importante destacar que la recuperación y ampliación de derechos sobre las que trabajamos a diario no son solamente el resultado de un reclamo: son el producto de una convicción política que se siente parte de la historia de los olvidados de siempre, de los desaparecidos, de los excluidos. Ese es justamente el corazón fundamental de este proyecto político comenzado por Néstor Kirchner y continuado por nuestra presidenta Cristina Fernández. Este momento de nuestra historia nos convoca a mirar al presente con la memoria puesta en el futuro. Reconstruir la memoria no es sólo volver a pensar el pasado, sino que es también participar en el presente. Los 30.000 compañeros detenidosdesaparecidos nos marcaron un camino que venimos andando desde hace mucho, de la mano de los pañuelos blancos. Y para quienes digan que ya no hay esperanzas, para quienes creen que todo está perdido, siempre diremos que no, que aunque los poderosos de siempre sigan aferrados a su acumulación e intenten hacernos creer que son los que escriben la historia, nosotros les seguiremos demostrando que somos quienes la cambiamos. Néstor Kirchner así nos convocó, proponiéndonos un sueño: terminar con la impunidad, el sueño de empezar a creer, un sueño de esperanza. Así comenzamos a soñar, pero también a darnos cuenta de que ese sueño era real, palpable, parte del presente, de este presente que llegó para quedarse, y hoy se torna irreversible. La memoria es mucho más que el recuerdo: es la confirmación de que no nos han vencido y que vamos a seguir batallando hasta alcanzar todas las victorias. •

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Rol de la mujer y luchas de género

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Las imágenes que faltan >> Marta Dillon ES UN DÍA FERIADO MIENTRAS ESCRIBO ESTAS líneas. A mi lado, entre revistas y diarios desparramados por el piso, mi hijo de cinco años recorta y pega imágenes en un collage que acumula páginas y que viene a mostrarme, orgulloso de su propia revista. Ha mezclado torsos, piernas y cabezas de distintas figuras, fragmentos de cuerpos, en su mayoría femeninos. Me impresiona el resultado, es como si supiera sobre qué me propongo escribir: las piernas desnudas son de mujeres, los ojos que miran a cámara y por tanto a quien lee son de mujeres, los labios entreabiertos, los ombligos chatos, la ropa interior expuesta; todas representaciones de lo femenino que no sorprenden porque son el paisaje acostumbrado en los medios en papel, en los carteles de la calle, en la televisión. Mujeres en poses lánguidas de cuerpos abandonados a la mirada, mujeres que no hacen sino que ofrecen: electrodomésticos, autos, ropa y calzado, tecnología, procedimientos para conseguir “ese” cuerpo, viajes en cómodas cuotas, alimentos o colchones; todos los pequeños paraísos del consumo parecen incluir un cuerpo femenino disponible. No hay novedad en esto, se viene registrando y denunciando con voz cada vez más fuerte y clara –y casi siempre también de mujeres–. Sin embargo, ahí están las imágenes operando como una plomada que pugna por mantener sumergidas otras imágenes posibles y concretas de las mujeres en la

>> Marta Dillon Periodista y escritora. Dirige el suplemento de mujeres del diario Página/12, Las 12. Ha recibido, entre otros, el premio Lola Mora a la trayectoria. Publicó Vivir con virus (Norma, 2004), sobre la experiencia de vivir con VIH, y Corazones cautivos, la vida en la cárcel de mujeres (Aguilar, 2008).

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vida pública y cotidiana, que podrán ser lo que quieran pero lo que deben, según el orden patriarcal que todavía organiza la convivencia, está ahí en grandes carteles: sumisas, amantes de la casa, de los hombres y de los hijos, delgadas y preocupadas por la belleza convencional, trabajadoras rentadas de tiempo parcial porque su prioridad está siempre en lo doméstico que no tiene precio. La felicidad está para ellas, entonces, en cocinar rápido lo que le guste a la familia, limpiar el inodoro con eficacia, usar toallas íntimas que borren cualquier rastro de su ciclo menstrual, eliminar gérmenes que amenazan a los niños y niñas, y tener siempre la sonrisa dispuesta y el cuerpo listo para las demandas de los otros. Y esto no aparece sólo en la publicidad, que a pesar de ofrecer productos cada vez más modernos, mantiene su discurso anquilosado en modelos completamente fuera de tiempo. La prensa dedicada a las mujeres, la primera especialización del mercado de medios que aparece cerca del año 1830, conserva una particularidad que, salvo excepciones, se cumple siempre: no se trata de medios dedicados a registrar los hechos contemporáneos sino a dar fórmulas; consejos para la cocina, para el maquillaje, para el sexo, para retener al marido, para bajar de peso, para resolver un problema sentimental. Basta darse una vuelta por el quiosco de la esquina, mirar las tapas de las revistas para mujeres o adolescentes y registrar cómo se tutela la vida de las mujeres desde allí, cómo se las devuelve una y otra vez a ese ámbito que se supone propio de ellas; lo privado, el adentro, lo doméstico, la crianza, el placer para otro, para el guerrero que llega cansado de las contiendas públicas en las que ahora ellas participan siempre que se hagan el tiempo para mantener la alegría del hogar. ¿O acaso no es una pregunta que se repite, la que indaga sobre cómo se arregla tal o cual diputada, la presidenta de una empresa o una científica galardonada para realizar su tarea pública y atender las necesidades del hogar? ¿A los hombres se les pregunta lo mismo? Las mujeres reales –que no son siquiera esas que muestran el jabón de turno en ropa interior y con apenas un par de kilos más que el resto de las modelos– se rebelan frente a estos mandatos, aunque la persis-


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tencia de estos modelos sea tan fuerte y permanente que muchas veces haya que hacer un ejercicio consciente para entender qué clase de paraíso inútil es ese de la panza chata o el multiorgasmo conseguido con los diez consejos de la revista más piola. Participan de la vida pública, desoyen el mandato de sumisión, reivindican el placer para sí, trabajan con otras contra el supuesto de que sólo los varones saben de fraternidad, denuncian las violencias, deciden por sí mismas y reclaman el derecho a decidir sobre sus cuerpos a la hora de tener hijos e hijas o no tenerlos y con quién, buscan lugares de poder y lo ejercen, viajan al espacio, construyen sus propias casas; tres presidentas mujeres en América Latina hablan claramente de que ya no hay techo para las aspiraciones de las mujeres. Pero nada de esto ocurre sin costo y el disciplinamiento no tarda en llegar, aunque cada vez pierda más su eficacia. A la mujer que ejerce el poder se la tilda de “yegua” y se explican sus actos por su deseo sexual desenfrenado. O se la muestra en tapas de revistas con moretones y semidesnuda para exhibir sus debilidades. Con la boca amordazada o de rodillas frente a otros poderes. Se las desacredita por locas o frágiles emocionalmente –“locas de la plaza” se llamó a las Madres de Plaza de Mayo para denostar una lucha que cambió la historia–. Los medios dan cuenta de esto, son escenarios privilegiados para reproducir estos discursos impotentes que sin embargo siguen tallando la subjetividad de tantas. Tal vez la operación más cruel de la que hemos sido testigos en el último tiempo es aquella que pone la responsabilidad de lo que les ha sucedido en las víctimas de la violencia sexista. No es una operación nueva. Si el lugar de la mujer está entre las cuatro paredes de la casa, siempre se ha mirado con sospecha a quienes desafiaron ese mandato y si su suerte es ser violentadas, en el relato casi aparece como una consecuencia lógica de su rebeldía. Así fue que por años –por siglos– la voz de las víctimas fue inaudible públicamente tanto como fue desoído su “no” en la intimidad. Sin embargo, ahora el ensañamiento parece directamente proporcional a los logros conseguidos. En nuestro país cada treinta horas una mujer aparece muerta por el hecho de ser mujer. Ya casi no se escuchan descripciones como • Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

la del crimen pasional –que pone al victimario como víctima de sus pasiones y no como responsable–, se habla de femicidios para dar cuenta de los crímenes en cuyas causas se encuentran razones de género. Pero la sospecha recae sobre la víctima; ¿qué hacía tan tarde fuera de casa? Si no quería tener sexo, ¿por qué se fue con ese hombre? ¿Por qué vestía con pantalones cortos o mostrando el ombligo? ¿Por qué la madre de esa chica no la cuidó lo suficiente? Los medios plantean estas preguntas como si fueran inocentes, interrogantes que cualquiera se formula. Pero detrás de ellas está el disciplinamiento, la intención de volver las cosas al lugar tradicional, la amenaza para todas las mujeres. La vida sexual de Nora Dalmasso, asesinada en Córdoba, fue más importante que encontrar un culpable y mereció ríos de tinta. De una niña de once, Candela, asesinada en el conurbano, se llegó a decir que tenía marcas de “relaciones” sexuales de larga data –a esa edad no hay relaciones sino violaciones–, de Ángeles Rawson se dijo en los medios que podría haber tenido prácticas sadomasoquistas consentidas. De Melina Romero se abundó en su vida “disipada” como si eso explicara el horrible final de su vida. Ejemplos del último tiempo, ejemplos que pueden replicarse en otros según las noticias de cada región dan cuenta del doble movimiento que se propone a las mujeres desde los discursos públicos, mediáticos: por un lado se las muestra disponibles, se las quiere bellas y calladas, amorosas con los suyos y siempre heterosexuales. Por otro se les exige recato, que estén disponibles sólo hacia adentro de sus casas, como si a cada una le correspondiera un dueño, porque si salen, ahí estará esperando el escarmiento. Que sufre una pero le habla a todas, yeguas, locas, desalmadas. El collage de mi hijo está terminado. Una de las imágenes me tienta de risa: es una cara masculina con barba, con un torso de mujer amamantando y las piernas de un futbolista. Debajo del barbudo hay otras caras recortadas, de mujeres y varones, “para que elijas”, me dice, y pienso, cuántas más imágenes dislocadas todavía hacen falta para que todas y todos podamos elegir, decidir sobre nuestras propias vidas. • ——————————————————————

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Voces del Capítulo Nordeste del Foro por una Nueva Independencia ¿Qué significa pensar la Argentina entre dos Bicentenarios? ¿Qué significa pensarla desde la región nordeste, corazón geográfico de la América del Sur, antaño conocida como el Gran Chaco Americano o región guaranítica, que incluía el nordeste argentino pero también el Paraguay y el sudeste de Bolivia y de Brasil? Riesgos, desafíos, conflictos; es decir, culturas en su despliegue de dinámicas y tensiones cuyas disputas políticas son, sobre todo, por el sentido común de nuestros modos de vivir comunitarios. “Habremos de ser lo que hagamos con aquello que han hecho de nosotros”, escribía Jean-Paul Sartre en su célebre prólogo de 1964 a Los condenados de la tierra de Franz Fanon. Y cómo resplandece esta idea sartreana en la memoria nordestina de cómo fuimos percibidos y definidos las mujeres y los hombres nacidos en las tierras del norte grande argentino por el poder hegemónico, material y simbólico, del pensamiento único del nuevo orden internacional. Porque fuimos ayer nomás los inviables condenados de nuestras tierras. Porque las fundaciones del pensamiento mercantilista de la banca extranjera, militante orgánica de la valorización financiera, nos grabó en el corazón y el cerebro, cual código de barras y estrellas, la maldita sigla UGI, Unidad Geoeconómica Inviable, a

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todas y a cada una de las provincias del norte argentino. Inviables e invisibles, condenadas por la hora de los tecnócratas y el retiro de la política a no ser, es decir, a ser refuncionalizadas como “esquemas de regiones integradas por debilidad estructural de las partes que las componen”. De esa trágica desventura venimos. Somos sus hijos. Somos, entonces, lo que como sujetos colectivos fuimos capaces de decidir ser a partir del 25 de mayo de 2003. Por eso, en este primer Foro por una Nueva Independencia, que hoy está llegando a su fin, un sábado 13 de septiembre aquí en Resistencia, en el Nordeste, en la Facultad de Humanidades y el Aula Magna de la Universidad Nacional del Nordeste, hemos puesto en valor las cuestiones fundamentales que conmueven, abrazan y promueven los distintos colectivos que han participado en este espacio plural, diverso y profundamente democrático. Porque fueron muchas las coincidencias en los puntos de acuerdo alcanzados, luego de debates tan intensos como respetuosos que se dieron en las siete comisiones del foro y que, notablemente, esbozaron ideas que se complementan y convergen. Del mismo modo que se reconoce enfáticamente la ampliación de derechos generada en la Argentina reciente, que tiene


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por protagonistas a sujetos colectivos otrora acallados, silenciados e indecibles, en el desarrollo del debate se puso en evidencia también la necesidad de no caer en discursos autocomplacientes, en el posibilismo o en la conformidad, señalando en cambio, con claridad y coraje, las deudas y las asignaturas pendientes de los derechos que aún nos falta conquistar o las dificultades en la aplicación de esos nuevos derechos, aún no concretados en la realidad social de la región nordeste. En este sentido, vale la pena decir que en el nordeste, la tenencia de la tierra y los modelos de desarrollo son problemas acuciantes todavía no resueltos, cuya solución nos interpela, urge y compromete. Pensar la Argentina desde esta región es reflexionar acerca de que la cuestión de la tierra se une a una necesaria y profunda transformación cultural, a la necesidad de una democracia dinámica. Porque la tierra es nuestra casa y ella debe ser compartida por hombres y mujeres de todos los pueblos que la habitan, en el máximo respeto entre unos y otros. El Estado debe constituirse, por lo tanto, en garante de ese derecho inalienable, cuyo sentido, búsqueda y cumplimiento nos llevará a una nueva independencia, con nuevos sustentos filosóficos, emancipatorios, desde una concepción integral, siempre

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pasible de reinvención, de la soberanía y la redistribución de la riqueza material y simbólica. Somos, entonces, porque venimos decidiendo serlo, las culturas del nordeste, en cuyo seno los pueblos indígenas son parte fundamental de nuestra historia a la vez que sujetos significativos de nuestro presente. Somos la diversidad cultural, étnica y lingüística, y lejos de pensarnos como carencia, vergüenza, inviabilidad o invisibilidad-marginación, empezamos a sentirnos y pensarnos como potencialidad, riqueza, orgullo, dignidad y horizontes abiertos. Somos, por ende, como una de las acepciones que significan el Chacú quechua original que nos nombra y funda, la unidad de lo diverso para la búsqueda del horizonte colectivo. No un crisol de razas, no una monoidentidad, no una cristalización de una tradición cultural concebida como única, esencial y definitiva. Porque somos tanto la sangre inmigrante que nos puebla, como la profunda vertiente indígena que nos habita, como el criollo que llevamos dentro. Porque somos esa notable mezcla, y todas sus reinvenciones posibles. También la vieja utopía guaraní cuyo horizonte de realización colectiva era –y sigue siendo en nosotros– la búsqueda incesante de la tierra sin mal.

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Rol de la mujer y luchas de género

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Rol cultural y político de las mujeres y luchas de género en la historia y el presente de la Argentina >> Pedro Mouratian

>> Pedro Mouratian Es Interventor del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) y miembro del Consejo de Presidencia de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). En agosto de 2014 fue elegido presidente de la Red Iberoamericana de Organismos y Organizaciones contra la Discriminación (RIOOD).

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EN UN BREVE REPASO POR EL ROL DE LAS MUjeres y las luchas de género en el siglo XX, podemos destacar algunos momentos y situaciones que trascienden la coyuntura específica y se inscriben en lo más significativo de la historia de nuestro país. La Argentina de comienzos del siglo pasado estuvo signada por profundas transformaciones. En ese marco, los debates en torno a los derechos civiles, sociales y políticos de las mujeres se dieron sobre trasfondos múltiples donde la división sexual del trabajo en la sociedad funcionaba como hilo conductor de diversas luchas y reivindicaciones de género. El capitalismo estableció un modelo de sociedad en el que el varón cumple el rol de “productor”, ocupando el espacio público; y la mujer de “reproductora”, relegada a la esfera íntima para ocuparse del cuidado de personas y el trabajo doméstico no remunerado. Sobre la base de diferentes funciones biológicas, como el embarazo y la lactancia, esta división se apoya fundamentalmente en una construcción cultural que se impone sobre el cuerpo y la función de la mujer en sociedad. El peronismo, con su enorme potencial político, implicó importantes avances para las mujeres: Evita, figura central de esta construcción, reivindicó el derecho de las mujeres a ocupar la arena pública. Gracias a su esfuerzo y lucha incansable, concretó una de las más importantes reivindicaciones en materia de derechos políticos: el sufragio femenino. La impronta del peronismo es innegable: además de sancionar leyes y redefinir las políticas públicas a favor de las clases trabajadoras, generó las condiciones para la redistribución del ingreso. Esta etapa significó un ciclo de bienestar material y de cambios en la vida de toda la población. Los trabajadores se imponen en la escena política y los jóvenes y las mujeres toman un rol más visible en la vida pública. Los años sesenta ven una profunda revolución en las costumbres y hábitos sociales, tanto en la esfera pública como en la vida privada. Las mujeres, además de ser sujetos políticos, reivindican sus derechos en todos los espacios de la vida pública y privada. Dos factores son de gran influencia en este sentido: por un lado el acceso de las mujeres a la educación y formación en


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todos los niveles del sistema educativo. Por el otro, se produce un cambio más silencioso, pero igualmente importante: la extensión del uso de anticonceptivos implica que, por primera vez, pueden ejercer con libertad su sexualidad, escindida de la reproducción. En el marco de la apertura democrática, la lucha de las mujeres se relacionó con la democratización de diferentes esferas de la vida cotidiana de las personas y con una herencia de resistencia a la dictadura militar y la lucha por los Derechos Humanos. La democracia emerge con el protagonismo central de la lucha de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, quienes politizaron su rol familiar y salieron a la calle a reclamar por sus hijos/as y nietos/as. En un contexto de incorporación plena a la vida política y social de nuestro país se entrelazaron logros como el divorcio y la patria potestad compartida, y se irán conquistando mayores niveles de igualdad en lo que se refiere a la representación social, sindical y política. Los años noventa presentarán las luchas de las mujeres conquistando mayores niveles de igualdad en lo que se refiere a la representación social, sindical y política. Se sanciona la ley de cupo en 1991, la cara faltante de la moneda del voto femenino. A partir de este momento, las listas de candidatos deben tener al menos un 30% de mujeres en lugares con posibilidad de resultar electas. La reforma de la Constitución Nacional en 1994 es otro aporte significativo a la igualdad ya que otorga jerarquía constitucional a los tratados de derechos humanos, entre ellos la Convención para la eliminación de toda forma de discriminación contra la mujer (CEDAW). Además, hay un reconocimiento de la igualdad de género, de la discriminación como problemática social y se fijan metas de igualdad y participación política. Frente a estos avances en la vida pública, hay un fuerte retroceso en temas de salud sexual y reproductiva. Carlos Menem llevó adelante el mayor plan de ajuste de la historia argentina en democracia, con costos sociales devastadores. El mundo del trabajo fue desarticulado; el 1

desempleo y la pobreza crecieron exponencialmente. En ese contexto, las mujeres acuden masivamente al mercado laboral, como sostén de familia, en una situación de por sí desventajosa para cualquier asalariado. Al interior del hogar, se producen cambios en los roles de género. Frente a la inacción de los sindicatos cooptados por el gobierno menemista, los piquetes y los cortes de ruta, muchas veces encabezados por mujeres y madres de familia, surgen como nuevas formas de resistencia. Este ciclo económico, que comenzó con la dictadura y se profundizó en las décadas siguientes, ya en democracia, culminará con el estallido del 19 y 20 de diciembre de 2001. Sin embargo, el neoliberalismo reinante en nuestro país y buena parte de Occidente, dejará huellas difíciles de borrar en las formas que adoptan las relaciones sociales, tanto en el ámbito laboral, como así también en la constitución de los propios núcleos familiares. En esta reconfiguración, un nuevo rol de las mujeres ganará espacio en forma directa a la fragilidad que adopta el vínculo social. El año 2003 señala el comienzo de una nueva etapa con la elección de Néstor Kirchner como presidente y los dos períodos de Cristina Fernández de Kirchner que le sucedieron. Los niveles de pobreza, indigencia y desempleo fueron reducidos significativamente y se avanzó en la ampliación de derechos y la inclusión social de un porcentaje creciente de la población. En la última década, las mujeres adquirieron un inédito protagonismo político. Por primera vez en la historia del país, una mujer es electa por voto popular. Hay mujeres al frente de carteras y cargos tradicionalmente ocupados por varones, se aprueba una ley contra la violencia hacia las mujeres, contra la trata, una ley de trabajadoras/es de casas particulares, el femicidio es incorporado al Código Penal, además de la consagración de derechos como la Asignación Universal por Hijo, entre otras leyes y políticas públicas.1 Es evidente que los avances desarrollados a lo largo de la historia son producto de

Ley 26.485, Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. Ley 26.364, Prevención y sanción de la trata de personas y asistencia a sus víctimas. Ley 26.844, Régimen especial de contrato de trabajo para el personal de casas particulares. Ley 26.791 que prevé ciertas reformas al Código Penal, incorporando el femicidio en el cuerpo normativo, como figura agravada del delito de homicidio simple.

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un largo proceso de luchas y conquistas políticas y sociales, con momentos importantes de legitimación de las mismas desde el propio Estado. Aun así, quedan tareas pendientes a desarrollar y profundizar. Persiste la violencia contra las mujeres, a la que nos enfrentamos a diario, con asesinatos de mujeres y niñas en distintas partes del país, y a su vez con la violencia simbólica que culpabiliza sus hábitos y modos de vida. Asimismo surgen nuevas necesidades a las que hay que responder con nuevos derechos. La agenda de las organizaciones de las mujeres recoge las viejas tradiciones de lucha que se combinan con las nuevas realidades que imponen los cambios sociales. Así, la legalización del aborto seguro y gratuito, especialmente para las mujeres de sectores populares que se ven expuestas a prácticas de riesgo para interrumpir embarazos no deseados, conviven con una nueva redistribución de las tareas de cuidado en el hogar, donde actualmente existe una fuente de desigualdad social y de reproducción de la pobreza. Para encaminarse hacia una igualdad efectiva

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entre hombres y mujeres, se requieren políticas que reconozcan a las tareas de cuidado como un bien público, asumiendo que requieren de responsabilidades sociales colectivas, tanto de mujeres y varones, como del Estado y el mercado. En conclusión, se puede observar en las luchas de las mujeres una tensión constante entre lo privado y lo público, entre los aspectos biológicos y aquellas desigualdades que son impuestas culturalmente. Si bien en el largo camino recorrido las mujeres han adquirido derechos políticos y sociales, desde el derecho al voto hasta tener una presidenta mujer, aún falta mucho por hacer. Los desafíos que tenemos por delante como sociedad tienen que ver fundamentalmente con desanclar a las mujeres de sus atribuciones biológicas para avanzar en el camino cultural y político de la igualdad, la libertad y la justicia social. Sólo será posible profundizando y fortaleciendo la democracia, los derechos humanos y un proyecto político que con decisión garantice una plena e igualitaria participación de la mujer en la vida social, política, económica y cultural del país. •


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El Ministerio de Cultura de la Nación y la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) organizan La letra argentina, con el objetivo de reflexionar sobre estética, identidad, política y literatura, circulación de libros, y la lengua como escritura y comunicación, entre otros temas. PANELISTAS Mariana Enríquez, Marcelo Figueras, Juan Diego Incardona, Juan Ignacio Boido, Sebastián Scolnik, Luis Chitarroni, Mariano Quirós, Roberto Raschella, Jorge Panesi, Luis Gusmán, Américo Cristófalo, Hernán Vanoli, Sergio Raimondi, Carlos Gamerro, María Pía López, Daniel Freidemberg, Miguel Vitagliano, Daniel Link, Josefina Ludmer, Florencia Garramuño, Claudio Zeiger, Sergio Chejfec, Sergio Olguín, Paula Pérez Alonso, Matilde Sánchez, Arturo Carrera, Horacio González, José Pablo Feinmann. CIERRE MUSICAL Dúo Fuertes Varnerín 6 y 7 de noviembre de 2014, de 11 a 20 Centro Cultural Paco Urondo Facultad de Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires 25 de mayo 201. Ciudad de Buenos Aires


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Soberanía energética: ¿con qué actores? >> Mariano Barrera

UNO DE LOS GRANDES RETROCESOS QUE IMplicó la denominada “década del 90” –que, en rigor, se inició con la instauración del patrón de acumulación de valorización financiera del capital, implementado por la última dictadura cívico-militar– fue construir el mito de que el mercado regula eficientemente la actividad económica. Desde esta perspectiva, el Estado, acusado de “ineficiente”, queda relegado al rol de garante de la justicia, la salud y la educación. En la medida en que el mercado es considerado el mejor asignador de los recursos –“siempre escasos”–, para el neoliberalismo el Estado debe librar al “mercado” el ámbito de la producción y distribución de los bienes y servicios. En la Argentina, la implementación indiscriminada de estos preceptos redundó en que fuera el único país de la región en el

>> Mariano Barrera Lic. Ciencia Política (UBA), Mg. Economía Política y Dr. Ciencias Sociales (Flacso). Becario Conicet e investigador del Área de Economía y Tecnología (Flacso). Autor del libro La entrega de YPF: análisis del proceso de privatización, Ed. Atuel, 2014.

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que se transfiriera la planificación del sector energético en su conjunto al capital privado: se concesionaron la mitad de las reservas petrogasíferas del país, los ductos, terminales portuarias, se privatizaron refinerías y la empresa líder, YPF, como también Gas del Estado. En relación a la generación y distribución de electricidad, se privatizaron represas hidroeléctricas, centrales térmicas y distribuidoras eléctricas. Se trató de un verdadero “modelo privatizador” en tanto fue una política sistemática y planificada cuyo principal objetivo era transferir activos estratégicos y sumamente rentables a la órbita del capital privado. Como sostuvo en 1994 José Estenssoro, impulsor de la reforma energética: “Por primera vez en la historia de nuestro país el futuro es la entera responsabilidad del sector privado”. El esquema normativo del complejo hidrocarburífero configurado en los primeros años del gobierno de Carlos Menem supuso la transferencia de la capacidad regulatoria a un acotado número de actores –la denominada “desregulación”– que le permitió operar en función de ampliar la rentabilidad de la inversión. Los decretos Nº 1.055, 1.212 y 1.589 de 1989, en lo sustancial, eliminaron la capacidad del Estado en la fijación de precios internos –que pasarían a estar regidos por el “mercado”, donde menos de diez actores privados concentran el 90% de la extracción de petróleo y gas natural–; le otorgaron plena libertad a las empresas para operar los hidrocarburos extraídos (anteriormente se controlaba desde la “mesa de crudos”) y sobre el 70% de las divisas generadas por la comercialización; y se habilitó la concentración de áreas por parte de empresas privadas. El supuesto que estaba por detrás de estas disposiciones era que, en un mundo globalizado con bajos costos de transporte y sin barreras arancelarias, el mercado internacional operaría como regulador automático de los precios, exportando cuando hubiera sobrantes o importando cuando existiera escasez.1 Desde la perspectiva del Poder Ejecutivo, este proceso de eliminación de la inter-

Mientras en la década de 1990 se exportó el crudo a un precio promedio de 19 U$S/barril, actualmente se debe importar con un costo de U$S 100, debiendo la sociedad saldar esta diferencia.

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vención estatal propiciaría un “crecimiento de la producción de hidrocarburos, incremento de las reservas del país y equitativa participación en la distribución de la renta petrolera”, con lo que se entraría en un ciclo virtuoso que duraría décadas. Sin embargo, las investigaciones realizadas a este respecto reflejaron que la dinámica que adquirió el complejo hidrocarburífero se basó en la sobreexplotación de los recursos “heredados” de la YPF estatal. Redujeron al mínimo histórico los pozos de exploración para descubrir nuevas reservas y centraron las inversiones en la extracción de los hidrocarburos que adquirieron a muy bajos precios (0,9 U$S/barril equivalente de petróleo cuando el crudo cotizaba a 19 y el gas natural a U$S 5), generando amplios saldos –principalmente de petróleo, aunque también de gas natural– que fueron volcados al exterior. Esta estrategia se sustentó en la plena libertad que tenía el capital privado para decidir el monto y destino de las inversiones. De hecho, esta política permitió a las empresas alcanzar ganancias extraordinarias durante las últimas dos décadas y girarlas al exterior, lo que se tradujo en la descapitalización del complejo hidrocarburífero nacional. Más aún, la estrategia desarrollada por las compañías de capital nacional fue volcarse a aprovechar las áreas concesionadas de YPF S.E. para posicionarse en el mercado local y luego vender sus participaciones al capital extranjero o invertir en otros países de la región, aprovechando la plataforma de negocios que le otorgó el proceso privatizador, lo que redundó en la fuerte extranjerización del mercado local. La reciente aprobación de la Ley N° 26.741 de expropiación del 51% de las acciones que Repsol tenía en YPF, pero principalmente, la sanción del Decreto N° 1.277/12 le permitieron al Estado retomar la regulación de la actividad. No obstante, aun

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con aumentos del precio del barril de petróleo, salvo la recuperada YPF –que actualmente representa algo más de un tercio de la extracción de crudo y gas natural–, los demás actores privados siguen sin revertir la caída de la producción de hidrocarburos, recursos centrales en el esquema energético nacional que depende en un 90% de ellos para funcionar. En el marco de la discusión sobre cómo recuperar la soberanía energética, surge como inquietud ineludible si es posible alcanzar un desarrollo autónomo que permita diversificar la matriz energética con el capital privado como actor dinamizador. La experiencia argentina enseña que las actividades estratégicas deben ser comandadas desde el Estado no sólo a través de regulaciones normativas sino también de instituciones (como fueron la “mesa de crudos” o las juntas reguladoras) y empresas estatales insertas en la producción.2 En las sociedades de capitalismo periférico no es posible el desarrollo de la economía sin el predominio del Estado en la producción (no sólo la regulación) de sectores estratégicos de la economía. Además de controlar precios clave de la estructura económica, permite desarrollar proveedores locales que expandan el entramado productivo afianzando la sustitución de importaciones y ampliando las capacidades científicas y técnicas domésticas. Incluso, dado que se trata de mercados dominados por el capital extranjero con inserción de actores locales que operan de forma transnacionalizada, el predominio del Estado también permite reducir la fuga de divisas al exterior. De allí que en esta coyuntura sea necesario repensar el esquema de funcionamiento del complejo energético en pos de afianzar el predominio de una YPF de carácter estatal y seguir avanzando en otros eslabones de la cadena energética. •

La composición societaria de YPF (51% estatal y 49% privado) podrá generar conflictos de intereses a futuro ante la disyuntiva de seguir una operatoria vinculada al desarrollo estratégico del sector (con baja rentabilidad) o una dinámica de maximización del beneficio que reclamarán los inversores privados.

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Soberanía energética

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YPF, inversiones extranjeras y soberanía energética >> Víctor Bronstein

LAS SOCIEDADES HUMANAS, SUS ORGANIZACIOnes políticas y su sistema productivo requieren de un continuo flujo de energía que establece las condiciones necesarias para su viabilidad. Al mismo tiempo, los mecanismos que utilizan estas sociedades para obtener y distribuir los recursos básicos para su supervivencia están condicionados e integrados dentro de instituciones sociopolíticas. Por lo tanto, el flujo de energía y las relaciones políticas y sociales son términos de una misma ecuación. En la actualidad, nuestras sociedades se sustentan en un altísimo consumo energético estructurado a partir de tres flujos que moldean y posibilitan nuestra forma de vida: alimentos, combustibles y electricidad. Sin ellos, se derrumba nuestra civilización. En este marco, el petróleo es el recurso crítico ya que es no renovable, está distribuido de manera desigual en el mundo y por el momento es irreemplaza>> Víctor Bronstein Ingeniero electromecánico y doctorando en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Director del Instituto del Gas y del Petróleo de la UBA. Coordinador de la licenciatura en Energética, Untref. Director e investigador principal del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad (Ceepys). Profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA.

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ble, por lo que los distintos países tratan de garantizarse su suministro. Los EE.UU. y los demás países desarrollados han establecido a partir de la crisis petrolera de 1973, una geopolítica de la seguridad energética con el objetivo de asegurarse la provisión de petróleo a largo plazo. Esta política explica muchos de los conflictos armados que sufre el mundo hoy. El petróleo participa con un 34% en la matriz energética mundial, pero lo más significativo es que el 95% del transporte se mueve con derivados de este hidrocarburo. Sin petróleo se para y colapsa el mundo. Por su parte, el gas participa con un 23% cuya disponibilidad es fundamental para la industria, los hogares y la generación eléctrica. En particular, nuestro país se caracteriza por una matriz energética altamente dependiente del gas, ya que el 51% de la energía que utilizamos proviene de esta fuente. Hoy, más del 90% de las reservas mundiales están en manos de los Estados, pero su producción requiere de inversiones y tecnología que aportan en buena medida las empresas privadas. En las primeras décadas del siglo pasado, las grandes empresas petroleras salieron al mundo a buscar reservas, y esta asimetría generó actitudes imperialistas que lesionaban la soberanía de los países. Es en ese momento cuando se crea YPF, bajo el impulso del general Mosconi, con el objetivo de defender el recurso, participar de la renta petrolera e intervenir en el mercado de combustibles que estaba dominado casi monopólicamente por las grandes empresas petroleras extranjeras. YPF fue más que una empresa. Era el brazo del Estado en los remotos lugares de nuestro país donde se encontraban los recursos petroleros. Así, construyó caminos, escuelas, hospitales y se ocupaba de tareas que eran propias del Estado. También tuvo que luchar contra la falta de recursos y las disputas políticas que impedían definir y ejecutar una estrategia clara para su desarrollo como empresa. La Argentina es un país con petróleo, no un país petrolero. Esta situación obligaba a desarrollar un nivel de eficiencia empresarial y de inversiones que YPF no logró alcanzar y que llevó a que el objetivo del autoabastecimiento, que era otro de los ideales del general Mosconi, sólo se lograra en breves períodos de su historia. Al


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fracasar en el logro del autoabastecimiento, su lugar como empresa estatal empezó a ser discutido en la sociedad y entre los distintos sectores políticos, generándose así un círculo vicioso que dificultó aún más el cumplimiento de este objetivo. En 1990, George Bush, preocupado por la creciente importación de petróleo de los EE.UU., presenta la “Iniciativa de las Américas”, donde, entre otras cosas, desarrolla la idea de facilitar el ingreso de las empresas petroleras de su país en el mercado energético de América Latina. Esta iniciativa tuvo una amplia e inesperada acogida por parte del menemismo, lo que llevó a la desregulación del sector hidrocarburífero y a la impensable privatización de YPF, símbolo de nuestra nacionalidad y empresa insignia de nuestro país. Nace así en 1993 una nueva YPF, que era en realidad una empresa mixta; ya que si bien no tenía mayoría accionaria estatal, tenía cierto control por parte del Estado. En esta nueva etapa, YPF consigue atraer capitales, se organiza como una empresa privada con gran capacidad de gestión y pone en producción muchas de las reservas que la YPF estatal había descubierto, pero que por falta de inversión no había podido explotar. De esta manera, en pocos años, la Argentina logra el autoabastecimiento e incluso se convierte en exportadora de hidrocarburos. Sin embargo, la concepción liberal de su gestión hace que no se tengan en cuenta las cuestiones estratégicas que hacen al manejo del recurso petrolero. Se esfuma así la empresa que ideó Mosconi y el país se queda sin una herramienta fundamental de política energética. En 2012, ante la caída de la producción y el aumento de las necesidades de consumo –producto del sostenido crecimiento económico– el gobierno de Cristina Kirchner decide un cambio radical en materia petrolera con el objetivo de recuperar el autoabastecimiento, que es la clave para nuestra soberanía energética. Pero para ello necesitaba una herramienta que permitiera llevar a cabo esa nueva política; y esa herramienta era YPF. Se retoma entonces el control de la empresa, expropiando el 51% de las acciones de Repsol y dando origen así a una nueva YPF, portadora de un desafío fundamental: lograr poner en producción los recursos no convencionales • Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

que nuestro país tiene en abundancia. Para lograrlo, son necesarias grandes inversiones, y es en este contexto que debe entenderse el acuerdo de YPF con Chevron y los distintos acuerdos que se están firmando con otras empresas petroleras. Nuestro país fue el propulsor del llamado nacionalismo petrolero que asociaba la defensa del petróleo a la defensa de la soberanía, entendiendo como defensa del petróleo que sólo YPF pudiera explotarlo. Esta ideología era comprensible a principios del siglo XX, pero sería un error tomarlo de forma dogmática. Este error ha generado muchos desencuentros y ha dificultado el desarrollo económico de nuestro país. Así ha sido históricamente. El primer gobierno peronista sufrió una grave crisis energética, por eso Perón entiende que la soberanía petrolera no se ejerce declamando el monopolio estatal para la explotación del petróleo, sino estableciendo una política energética y abriendo la posibilidad de inversión extranjera, intentando firmar entonces el contrato con la Standard Oil de California para lograr el autoabastecimiento. Sin embargo, los “nacionalistas de opereta”, como los llamaba Perón, se oponen tenazmente y logran impedirlo. Uno de los grandes opositores en aquel momento fue Frondizi, quien luego, en 1958, comprende también que la defensa de la soberanía pasa por lograr el autoabastecimiento y firma contratos con varias empresas norteamericanas, logrando ese objetivo en poco tiempo. Esta tensión permanente que vivió nuestro país entre soberanía y autoabastecimiento, vuelve a repetirse en la discusión pública ante la necesidad que tenemos de desarrollar los recursos no convencionales. Lamentablemente, esta discusión se sostiene con falsas consignas propias del pasado y con muy poco conocimiento de la situación petrolera mundial. Hoy el mundo tiene dificultades para satisfacer la creciente demanda de crudo y esto genera importantes turbulencias geopolíticas. En este contexto, el petróleo será cada vez más crítico, y conseguir el autoabastecimiento nos va a garantizar la energía que necesitamos para nuestro desarrollo. Las petroleras extranjeras que vienen a asociarse con YPF no lesionan nuestra soberanía, la falta de autoabastecimiento, sí. • ——————————————————————

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Soberanía energética

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La soberanía incompleta >> Enrique Martínez

>> Enrique Martínez Ingeniero químico egresado de la UBA. Presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (2002-2011). Actualmente, es coordinador del Instituto de Producción Popular, organismo del Movimiento Evita.

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LA BANDERA DE LA SOBERANÍA ES DE ANTIGUA data, levantada cada vez que la nación argentina se vio amenazada por algún imperio. Durante el gobierno peronista de la posguerra pasó de la dimensión nacional a ser nacional y popular, ligándose fuertemente a la idea de que el poder del pueblo, al interior de una nación independiente, era la meta a defender. Poco ha estado la soberanía en el centro de la escena social desde entonces, en un país que ha debido sobrellevar crisis institucionales de variada y dura dimensión, acompañadas por enormes cimbronazos en la calidad de vida de gran parte de la población. El concepto reapareció con fuerza en 2005, cuando la cancelación de la deuda con el FMI y el desendeudamiento como objetivo superior fueron asociados –con total razón– con la recuperación de la soberanía nacional. Esta, por entonces, estaba condicionada al extremo por irresponsables y mafiosas conductas de funcionarios vinculados a las peores prácticas de especulación financiera, en un mundo donde hacer dinero con dinero se convirtió en la actividad dominante. El conflicto con los fondos buitre es, si se quiere, el eslabón final de una cadena que se rompió, y que deberíamos ser conscientes de la necesidad de nunca reconstruir. Este éxito estratégico, sin embargo, abre un escenario de debate muy extenso –que en buena medida está pendiente– acerca de la aplicación del sentido amplio del concepto de soberanía nacional y popular, abierto a todos los espacios de actividad e interés de una comunidad. Al presente, las exportaciones de granos y aceites las determinan compañías multinacionales. Las semillas que compran nuestros productores también son definidas de igual manera. El modo de producción minero, gran parte de la producción petrolera, los autos o los televisores que compramos, hasta lo que encontramos en las góndolas de los supermercados, depende de decisiones que toman compañías cuya sede e interés central no están en nuestro país. Si la soberanía es ejercer de manera independiente el poder de decisión sobre el presente y el futuro, no tenemos soberanía productiva o energética o comercial plenas. Podríamos discutir si la meta original se desgastó y es pertinente cambiarla. Co-


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rres ponde analizarlo. Sin embargo, la conclusión es inmediata. Si no hay soberanía productiva, energética o comercial, a la extranjerización se le adiciona la concentración, que permite que pequeños grupos se apropien de los intentos de aumentar los salarios reales a través de aumentos nominales, por el simple expediente de generar inflación y adelantarse a ella. Del mismo modo, los giros de utilidades no sólo tienen peso en nuestra balanza de pagos y restringen nuestras inversiones, sino que además las cadenas de valor controladas por multinacionales tienen los segmentos más valiosos en el exterior, empezando por la I&D, con lo cual la productividad media se resiente y aparece un techo concreto a los salarios reales, que se pueden aceptar sin llevar la economía al desorden. Además de eso, finalmente, las importaciones de insumos y partes son mayores que las que podrían ser si se tomaran decisiones con autonomía para producir aquí todo lo que eficientemente se pueda hacer. En suma, la restricción externa, la inflación y el bloqueo a la mayor equidad, que son los problemas centrales actuales de la economía argentina, son fruto directo o indirecto de esta soberanía incompleta en la que vivimos. Veamos con mayor detalle el plano energético. En términos absolutos, la soberanía energética se perdió en la Argentina en 1959. Durante el período anterior, el país –a través de YPF– controlaba los recursos del subsuelo y su explotación. La insuficiencia de su inversión, cuyo análisis excede este documento, no garantizaba la demanda nacional y había que importar parte de nuestro consumo. Pero es necesario no confundir abastecimiento con soberanía. Los contratos petroleros firmados por Arturo Frondizi aseguraron abastecimiento a cambio de la soberanía. ¿Era necesario ese canje? Lo analizaremos en tiempo presente, antes que retrocediendo más de medio siglo. Lo concreto es que desde entonces hasta ahora, con diversos gobiernos y algunos cambios legislativos, el sistema se afianzó: se concesiona territorio para explorar y explotar; se otorgan beneficios especiales a las empresas y se abastece la demanda interna y/o de ex-

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portación en función de la ecuación de negocios que hace cada concesionario. Con esa política, el país pasó de importador a exportador de hidrocarburos y hace pocos años volvió a ser importador neto. Otra vez aparece el dilema: ¿dejamos la soberanía casi definitivamente de lado y aplicamos instrumentos para recuperar el abastecimiento? Por las dudas, ¿jugamos con las palabras y cuando buscamos recuperar el abastecimiento local decimos que eso será alcanzar la soberanía energética? ¿Tenemos opciones? El Estado nacional ha recuperado la mayoría del capital de YPF, lo cual le permite condicionar desde dentro del mercado la política futura en el área. ¿Tiene opciones YPF para mejorar nuestra soberanía energética, sin caer en ser un vehículo promotor de nuevas concesiones a multinacionales? Las tiene. Tiene tecnología propia importante y la que le falte la puede contratar. Tiene capacidad propia de inversión y la que le falte –que podría ser mucha– la puede ante todo buscar entre los centenares de miles de argentinos a los que las crisis de décadas los han acostumbrado a ahorrar en dólares, la mayoría sin renta alguna. Este camino es de franca recuperación de soberanía, a la vez que conduce a recuperar el autoabastecimiento y a eliminar la restricción externa, por incorporar a las reservas miles de millones de dólares que podrían salir de las cajas de seguridad y los colchones. Es una alternativa válida y necesaria, cuya factibilidad –en todo caso– debe ser comprobada en la práctica antes de seguir el curso indicado por la reforma a la ley de hidrocarburos, que refuerza el camino de canjear soberanía por petróleo, con una fuerza inusitada para los tiempos del mundo en que vivimos. La reforma de la ley permite reducir las regalías a valores impensados del 5%, cuando la tendencia mundial es la inversa, permite disponer de volúmenes importantes de producto para la exportación directa y hasta impide que el Estado en cualquiera de sus formas de participación –incluye a YPF– se reserve futuras zonas sin participar en licitaciones con el capital privado. No es el camino. Al menos no lo es sin probar antes con fuerza mejores opciones. •

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Soberanía política y económica

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La desregulación atenta contra el sistema financiero internacional >> Santiago Fraschina

>> Santiago Fraschina Es economista (Universidad de Buenos Aires) y posee una maestría en Sociología Económica (Unsam). En el ámbito de la educación, se desempeñó como docente en las universidades nacionales de Buenos Aires, Morón y Lomas de Zamora. Actualmente es coordinador nacional de la Red Comprar.

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EN LOS MÁS DE 200 AÑOS DE PERSISTENCIA DEL capitalismo, sistema económico rector de todas las dimensiones de nuestro comportamiento en sociedad, nunca se había vislumbrado una situación tan concreta de crisis sistémica como la actual. Además de los pesares económicos que soportan los pueblos de los países periféricos por las fluctuaciones en los valores de activos abstractos de los que nunca fueron partícipes, se empieza a poner en duda la sustentabilidad de un sistema excesivamente cimentado sobre el capital financiero. Echemos algo de luz sobre este tema. Actualmente en la economía mundial existen, entre los diferentes países, flujos comerciales de bienes y de servicios, entre los cuales se encuentran los servicios financieros. Para dar una idea de la magnitud de estos últimos, se calcula que mueven diez veces mayor monto de operaciones que los primeros. Estas operaciones incluyen contratos entre privados, como la apertura de una cuenta bancaria, la adquisición de un seguro o la compra de un bono. Es importante en este momento preguntarnos si semejante volumen de transacciones no deberían estar sujetas a una regia supervisión, que establezca con claridad el mecanismo de resolución de diferendos ante cierta irregularidad. La cuestión de la regulación podría ocuparnos un extenso debate. Hay quienes creen que la mejor forma de funcionamiento de los mercados es cuando los mismos están liberalizados. En este sentido, consideran que la existencia de una institución de control sólo agrega distorsiones a su correcto funcionamiento. Por otro lado, existen posturas teóricas volcadas para el lado de la supervisión activa. Estas evalúan que el funcionamiento perfecto de los mercados es un tipo puro ideal, que no se presenta en la realidad. Creen que la liberalización siempre deja agujeros donde se filtran prácticas abusivas de alguna de las partes (como la concentración, las barreras a la entrada y la competencia desleal). Ahora bien, vamos a poner en debate el caso patente de la cuestión del sistema financiero internacional. Los flujos de instrumentos financieros entre países e inversores de distintas partes del mundo se rigen por la legislación que cada contrato determine. Esto no pareciera acarrear mayores problemas si es aceptado por las partes, y en la práctica se traduce


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en que ciertas “plazas financieras” se consideran como las más apropiadas y terminan acaparando la mayoría de las operaciones. Es interesante, en tal sentido, comprender que ante un conflicto de tipo legal, será el tribunal de alguna determinada jurisdicción local el que falle a favor de una u otra parte. No está latente la posibilidad de recurrir a una instancia superior “a las partes” que entienda sobre la naturaleza del conflicto y aplique un criterio normativo. Para el caso particular de la negociación por la deuda argentina del default de 2001 esta cuestión adquirió la mayor relevancia por varios factores, entre los que se cuentan: – Se trató del impago de deuda más grande de la historia. – Derivó en el proceso de reestructuración de deuda más exitoso de la historia, en términos de porcentaje de aceptación de las condiciones ofrecidas por el país deudor. – Involucró a inversionistas y fondos de inversión de todo el mundo, cobrando relevancia el rol de un nuevo actor, que hasta el momento no había sido tan altamente nocivo para el sistema: los fondos buitre. Harto conocido ya es el accionar de estos fondos especulativos. Su accionar se puede sintetizar en que compran deuda a precio vil, mayormente de países que ya han caído en cesación de pagos, con el único propósito de litigar en tribunales afines y obtener la totalidad de los valores adeudados (previo a la renegociación), sumado a los intereses y a los punitorios por el impago. En este punto nos preguntamos: ¿qué sucede cuando el tribunal de la jurisdicción que tiene que entender en la resolución del conflicto de deuda no sólo falla a favor de estos fondos especulativos sino que además pone en riesgo la totalidad del proceso de negociación? Este es el caso. Es entonces que surge la necesidad de una regulación superior. Una institución, organismo o sistema que reglamente la resolución de conflictos en caso de obligaciones incumplidas cuando una de las partes involucradas es un país soberano. Y esto último no es un dato menor, porque detrás de la capacidad actual de capitales internacionales voraces, como los fondos buitre, de poner en riesgo un proceso entero de reestructu-

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ración de deuda se encuentra una nación entera, que ve afectada su posibilidad de crecimiento y el bienestar de su población. Por otro lado, el caso argentino demuestra la imposibilidad de los mercados de autorregularse. La cantidad de agujeros legales que se detectaron, tan sólo por la aparición en escena de los fondos buitre, muestra a las claras la imposibilidad del sistema financiero internacional de funcionar de manera desregulada. Y la causa tiene una razón de ser que se puede encontrar en los manuales de economía más convencionales: los supuestos de funcionamiento perfecto del mercado no se cumplen. Esto se debe al desbalanceo de peso entre las partes y la capacidad de una de ellas de trabar la resolución del conflicto, aun con la anuencia negociadora de la mayor proporción de inversores involucrados en el proceso. Para finalizar entonces, una breve mención a modo de disparador sobre las perspectivas a futuro. Nuestro país, gracias a la prolija gestión en materia de deuda de esta última década, ha logrado instalar el tema en la agenda internacional. En vez de atenerse a la absurda sentencia que pone en jaque las posibilidades de desarrollo de nuestra economía a largo plazo, se sostuvo una postura firme y consistente en pos de enfatizar que la amenaza del accionar de los fondos buitre es sobre el correcto funcionamiento de todo el sistema financiero y no sólo sobre un país en particular. Así, la Argentina llevó el reclamo a la ONU y ya obtuvo dos resoluciones favorables, en una de las cuales el organismo llama a establecer un marco legal para los procesos de reestructuración de deudas soberanas. Se piensa, a futuro, en una instancia “supranacional” que logre entender en última instancia, cuando algún tribunal específico atente contra la estabilidad del sistema con su fallo. Seguramente la problemática seguirá en debate por un buen tiempo. Lo importante es que a partir del caso argentino el sistema no funcionará igual. El mundo ahora pasó a mirar de reojo y poner en duda la falta de regulación, entendiendo que, cuando existen jugadores del peso político y poder de lobby propio de los fondos buitre, ningún supuesto de funcionamiento perfecto y desregulado de los mercados financieros puede lograrse. •

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Soberanía política y económica

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Por otro “Nunca más” >> Fernanda Vallejos

EL EXTREMISMO DE LA VALORIZACIÓN FINANciera encarnado en los fondos buitre abrió debates profundos. En el plano internacional porque empujó a los Estados a discutir la sustentabilidad del sistema-mundo como lo conocemos desde mediados de los 70 y la necesidad de contar con instrumentos para restablecer el control político sobre los mercados financieros desregulados. En el local porque, junto con la reafirmación del ejercicio de soberanía, la Ley de Pago Soberano Local creó una comisión bicameral con el objeto de analizar la deuda, cuyas secuelas aún trabajamos para reparar. Una materia sobre la que ya se ha investigado pero que merece emerger a la luz pública, y cuyos hechos y actores ameritan ser incorporados al juicio social a la hora de interpretar la historia nacional y justipreciar el presente, pero más de decidir sobre el futuro. La última dictadura cívico-militar abrió las puertas al neoliberalismo, coincidentemente con la inauguración del estadio de valorización financiera dentro del desarrollo capitalista mundial, que marcó el ritmo de las crisis recurrentes padecidas, en las décadas del 80 y 90, primero por las naciones en vías de desarrollo, y hoy, por las desarrolladas. El mecanismo de la deuda devino determinante para el despliegue de la valorización financiera. >> Fernanda Vallejos Economista (UBA). Docente de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Investigadora del Observatorio de la Energía, Tecnología e Infraestructura para el Desarrollo. Columnista económica en Revista Veintitrés. Asesora en el sector público nacional, tanto en el ámbito ejecutivo como legislativo. Miembro-fundadora del Foro del Pensamiento Económico para el Proyecto Nacional.

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Como señalaba Rodolfo Walsh al cumplirse un año de aquel 24 de marzo: (…) han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse (…) implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina.

Esa restauración impuso el programa de los poderes fácticos: la transformación brutal de la economía nacional, planificada por Martínez de Hoz, parte insoslayable de los crímenes de la dictadura, con la deuda como parte de la lista criminal, hecho plasmado en la causa Olmos. La deuda que en 1976 ascendía a US$ 7.600 millones, en siete años se multiplicó seis veces, mientras el PBI creció apenas 7 puntos, deteriorando severamente los indicadores de sustentabilidad. La deuda creada –según los peritos designados por la Justicia, careció “de justificación económica, financiera y administrativa”– constituyó un implacable dispositivo de sojuzgamiento que se perpetuó a lo largo de las décadas siguientes. Se formó mediante la fragua de deuda inexistente, la carencia de registración oficial o de la debida autorización o justificación de operaciones. Con el agravante de que la toma de decisiones del Banco Central, con Adolfo Diz a la cabeza, se hizo bajo el asesoramiento de técnicos del FMI. Las empresas públicas fueron sobreendeudadas y desviado el destino de las divisas para financiar la vocación fugadora de algunos sectores (cada dólar de deuda tiene como contrapartida un dólar de fuga, tal como se indica en Basualdo y Kulfas, La fuga de capitales en Argentina). A esto hay que sumar la deuda contraída por corporaciones a las que se otorgó avales del Tesoro Nacional a través de los bancos Nación y Nacional de Desarrollo, sin controles de incobrabilidad y que a la postre fueron pagadas con fondos públicos. Finalmente, se estatizó la deuda privada de grandes empresas y bancos, vía seguros de cambio ideados por Cavallo en 1982. Entre los beneficiarios se cuentan Autopistas Urbanas, Acindar, Banco Río, Banco Galicia, Bridas, Macri, Alpargatas, Pérez


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Companc, Citibank, Siderca, Chase Manhattan Bank, Ford, Banco Francés, Swift, Esso, por sólo nombrar algunos. El primer gobierno democrático aceptó los lastres de la dictadura, asumiendo la totalidad de la deuda y absorbiendo la privada. A partir de allí, la pesada carga se traspasaría, incrementada, de gobierno en gobierno, junto con el bastón y la banda, hasta 2003. Para ilustrar, apúntese que, durante 1983-1989, atender servicios de la deuda por US$ 4.600 millones demandaba el 6% del PBI, o el 22% del gasto público, mientras el superávit comercial promedio era de 4.000 millones (600 millones menos que los intereses). En 1992 nuestro país suscribió al Plan Brady, un diseño estadounidense que implicó el reconocimiento del total de la deuda con los niveles de tasas de interés aplicadas unilateralmente por los acreedores y su conversión en bonos, transformando el perfil de los acreedores. Más adelante, parte de esa deuda sería canjeada, rifando los principales activos del país, a través de las privatizaciones. El régimen de Convertibilidad, de déficit crónico de cuenta corriente, impuso la profundización del sobreendeudamiento, al tiempo que en 1996 el jefe del Departamento de Deuda Externa, Carlos Melconian, terminó de convalidar la estatización de la deuda privada, a pesar de que los auditores del Banco Central habían detectado autopréstamos, créditos ficticios y otros fraudes cometidos con los seguros de cambio por, al menos, US$ 6.000 millones (en el momento en que fue contraída). La fuga de capitales, una estructura de deuda insostenible y la profunda recesión –acentuada por los planes de ajuste impuestos por el FMI, que tras alentar el endeudamiento y avalar la fuga, exigió ajustes en el gasto, con el que el Estado da respuesta a las necesidades de los argentinos, y superávit fiscal, para el pago de la deuda a los acreedores externos– conducían indefectiblemente al default durante el mandato de De la Rúa. Sin embargo, el blindaje y el megacanje, con Cavallo nuevamente al frente del Ministerio de Economía, y Federico Sturzenegger en la Secretaría de Política Económica, sumaron otros US$ 55.000 millones a la deuda (además de escandalosas comisiones pa• Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

gadas a los agentes financieros) antes de que el radicalismo dejara el gobierno en medio de la crisis. A fines de 2001, Rodríguez Saá declaró la cesación de pagos sobre US$ 81.800 millones. La Argentina estaba en quiebra y la deuda ascendía a US$ 145.000 millones, un 113% del PBI. La creación del Boden en 2002, como respuesta al corralito y el corralón, otra política de Cavallo, sumó US$ 31.000 millones que, junto con los intereses impagos, llevaron la deuda hasta el 166% del PBI cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia. En 2003 comienza el capítulo del desendeudamiento. Un 22 de septiembre el gobierno anunciaba la quita nominal del 75% sobre la deuda defaulteada. La propuesta fue histórica. Por la cuantía, y porque el país se plantaba frente al establishment financiero con una propuesta soberana. El primer canje se produjo en 2005 –tras dos años de presiones del FMI y otros lobbistas– con el ingreso del 76% de los acreedores. En enero de 2006, la Argentina canceló su deuda con el Fondo, que nos había sometido durante cinco décadas (el país ingresó al FMI tras el derrocamiento de Perón en 1955, iniciando el derrotero de préstamos stand by y condicionamientos de política económica). En 2010 se realizó el segundo canje, alcanzando al 92,4% de bonistas. El desendeudamiento fue pilar estratégico de una política que permitió, entre 2003 y la actualidad, reducir el desempleo desde el 22% al 7,5%, la informalidad desde el 51% al 33%, la pobreza desde el 54% al 10% (según datos del Banco Mundial), redistribuyendo el ingreso con un Gini que pasó de 0,54 a 0,41. La caída de la deuda desde aquel 166% al 40% del PBI, mejorando su composición (menos de un 10% es en dólares con privados) y perfil de vencimientos, posibilitó disponer de los recursos para financiar las políticas públicas con las que se construyeron esos resultados. También aportó la autonomía para desplegarlas, a contramano de las prescripciones de la ortodoxia y el FMI. Bienvenido el debate bicameral y su reflejo en nuestra sociedad. Sirva como base de un renovado NUNCA MÁS. Donde Memoria, Verdad y Justicia sobre las responsabilidades políticas y económicas del pasado sean el dique definitivo para su restauración en el porvenir. • ——————————————————————

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Soberanía política y económica

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Identidad y territorio

Tierra que es vida campesina >> Mesa Campesina del Norte Neuquino

>> Mesa Campesina del Norte Neuquino Organización campesina de base que forma parte del Movimiento Nacional Campesino Indígena, CLOC-Vía Campesina, conformada por 200 familias criancerascampesinas del norte neuquino. Nuestras banderas de lucha son la defensa de la tierra y la trashumancia, la soberanía alimentaria, la reforma agraria integral. mesacampesinadelnorteneuquino@gmail.com

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HISTÓRICAMENTE EL SECTOR AGRARIO SE RECOnoce como un campo en disputa entre clases y sectores dominantes y la resistencia por parte de los campesinos y pequeños productores frente a los procesos de exclusión del capitalismo global. La profundización de las políticas neoliberales implementadas en las últimas décadas ha producido cambios en la estructura social y productiva del sector agropecuario argentino, lo que implicó mayor concentración económica, mayor especialización productiva y progresiva subordinación de las producciones primarias a la industria. Así las decisiones relativas a la producción, las opciones tecnológicas (en íntima relación con la sustentabilidad y el cuidado del medio ambiente) y las divisas de exportación quedan en manos de las grandes transnacionales. Esta nueva configuración puso de relieve las disputas existentes en los territorios y tierras rurales, en tanto en las provincias de Santiago del Estero, Salta, Jujuy, La Rioja, Catamarca, norte de Córdoba y Santa Fe, Corrientes, Misiones, Formosa y Chaco entre otras, es común que quienes han vivido y trabajado históricamente en esas tierras no coinciden con los nuevos adquirentes o titulares registrales. Al intentar estos últimos tomar posesión de las propiedades que no ocuparon, ni trabajaron ni deslindaron durante largo tiempo se encuentran con parajes, pueblos,1 familias y comunidades campesinas que viven y trabajan estas tierras, y allí entonces se produce el conflicto. Desafiando los procesos de exclusión, los crianceros y crianceras del norte de la provincia de Neuquén hemos estructurado nuestra producción a partir de tener un campo de veranada, uno de invernada y una ruta de arreo que nos permite circular entre estos. Las grandes extensiones de tierras fiscales y la integración de campos que se encuentran en distintos espacios de esta región, han sido la base sobre la que hemos conformado nuestro escenario agrario. Sin embargo, los condicionantes socio-institucionales que se han venido su-

Resulta en este caso importante destacar el caso del remate del lote El Ceibal, en la región del Salado Norte de la provincia de Santiago del Estero; este lote, de 11.500 hectáreas, fue rematado por el Banco Platense en el juicio de quiebra que se llevaba adelante en la ciudad de La Plata sin atender que en él habitaban unas 400 familias (2000 personas), había una escuela, un hospital, iglesia, ruinas jesuíticas además de una comisión municipal.

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cediendo, hablan de una falta de claridad en la distribución de tierras, y dificultan cada vez más esta forma de vida. El alambrado de campos temporada a temporada, los callejones y alojos reducidos de extrema aridez para desplazar nuestros piños (majadas) y las autorizaciones para veranar en zonas cada vez más alejadas, son claros gestos de marginación en pos de otros proyectos productivos. Desde la Mesa Campesina del Norte Neuquino sumamos organización y seguimos denunciando la conflictividad opacada intencionalmente con destellos culturales y negación de una identidad que no nos reconoce como sujetos productivos. El no resolverse la situación de tenencia de la tierra contribuye a expulsarnos de nuestros campos, y esto deviene de un respaldo ideológico y político que lleva a un proceso de apropiación en pocas manos, completando la ocupación posterior a la conquista. Las estrategias políticas impulsadas por el Estado neuquino han hecho de nosotros, hombres y mujeres luchadores, sólo una imagen pintoresca, una postal, una idea de historia cristalizada y paralizada como pasado. Nosotros buscamos comprender qué significado tiene el territorio, la vida campesina, la identidad viva de este sector históricamente condicionado por la política provincial neuquina a constituirse desde la marginación o la inclusión subalterna. Desde el Movimiento Nacional Campesino Indígena decimos que es tiempo de que se nos reconozca, es tiempo de que la tierra sea considerada un Territorio como bien común de nuestros pueblos donde ancestralmente vivimos las familias campesino

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indígenas que lo cuidamos, lo producimos y lo multiplicamos construyendo la soberanía alimentaria en el campo y la ciudad. Luchamos contra las representaciones que ejercen su dominio expresadas como palabra autorizada, como imágenes legítimas. Los discursos –cuando se convierten en palabra racionalizada desde proyectos y planes de desarrollo, por ejemplo– ejercen un “aplanamiento” de las concepciones territoriales, una anulación de nuestra identidad y de nuestra vida. Bajo la condición de pequeño/a productor/a nos anulan como actores políticos e históricos; niegan el conflicto y simulan el consenso. El territorio simplificado parece orientarse por una estrategia más general que legitima el consenso como forma de estabilización del sujeto político. Queremos que se reconozca a la tierra como un bien social y no como una mercancía. Esto quiere decir que la permanencia en el territorio sea para quien garantice la sustentabilidad ambiental, la salud, la producción y el trabajo digno. Volver a pensar en nuestro territorio tal como lo vivimos, como bien común, como espacio para la vida campesina, con sus luchas y su historia, es parte también de una transformación histórica. Una historia que, si rumbea sin grandes relatos, es puro olvido. Una historia donde los discursos de planes y proyectos de integración en lo simbólico resultan altamente expulsores en lo político. Por eso recuperamos nuestra historia viva, hecha de identidad y memoria, de lucha y futuro. Historia que hoy más que nunca escucha nuestro grito de ¡JUSTICIA! NI UN METRO MÁS, LA TIERRA ES NUESTRA. •

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Cultura y comunicación

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Vecindades >> Juan Raúl Rithner

>> Juan Raúl Rithner Escritor, comunicador, cuentista para niños y adultos, autor de teatro, guionista de TV y cine, profesor titular regular e investigador de la Universidad Nacional del Comahue. Especialista en Planificación y Gestión Social. Obtuvo más de veinte premios a nivel regional y nacional. juanrithner@gmail.com / www.juanrithner.com.ar

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MILENARIAS CULTURAS INTANGIBLES “BAJARON de los barcos”. Atrás: hambre, miedo y muerte. Ahora: la esperanza en un lugar para vivir en paz y con dignidad. Pero ¿y aquí, quiénes, qué? Los criollos, ocupados en la ilusión de independencia aunque atentos al mandato europeo en lo político, social, estético, arquitectónico, estilo de vida… Y algunos, ya jugando a favor de las potencias de turno con la miope y soberbia visión del entreguismo que cree, además, estar haciendo favores a la Patria. Hacía más de tres siglos que Europa había invadido y saqueado Abya Yala, rebautizándola América y alterando el sentido de sus espacios, rituales y figuras modélicas. Ya próximo, el inicio de la segunda conquista genocida ocurrida al sur, en la mitad de abajo del “maldito” –diría Darwin– sur de nuestro país… A dos décadas de iniciado el siglo XX, la matanza salvaje de los obreros (muchos de ellos, “llegados de los barcos”) que reclamaban derechos y, paralelamente, la silenciosa y cruel matanza del pueblo tehuelche mediante cazadores a quienes se pagaba por oreja, y por un par de testículos. Doble exterminio a cargo de los representantes del poder y de la oligarquía con intereses puestos en el sur que necesitó de historiadores distraídos y maestros ingenuos modeladores de nuevos obreros y ciudadanos al servicio del orden y organización del país. Como estrategia se califican reuniones abiertas y asambleas como desorden y tiempo perdido. Se desvaloriza lo grupal y también los saberes y la lengua de las culturas pisoteadas hasta solidificar el mandato familiar de no transmitir la lengua a los hijos y prohibirles hablar de su origen para que puedan aspirar a integrarse a la sociedad dominante. ¿Adónde los saberes de las otras culturas reinantes en estas tierras? ¿Adónde sus fiestas y su por qué? ¿Adónde la cosmovisión propia de esas naciones? ¿Adónde la manera de entender la vida y la muerte y el amor y el para qué estamos en este planeta? ¿Adónde los espíritus que suelen aparecerse y contarnos y advertirnos y aconsejarnos? Nada de ese caudal cultural servirá para la educación hegemónica que busca sólo hacernos útiles para la sociedad imperante. Se desconoce, descalifica, sinonimiza con prototípico de lo vulgar e ignorante a todo


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lo que hace a imaginario popular, universos míticos y canonizaciones populares. No se ve la afirmación callada de los pueblos cuando amplían el territorio de culto a su correntino Gauchito Antonio Cruz Gil Núñez. ¿Por qué? ¿Fue casualidad que esta amplificación masiva y espontánea de un santo sanador de una región se inicie, calladamente, al decretar Alfonsín el “todo está bien, amnistía y olvido”? ¿Por qué nuestros tantos y vigentes bandoleros sociales latinoamericanos fueron apoyados por las clases sociales más disminuidas y luego santificados por el pueblo fuera de los templos? ¿Por qué las víctimas de la injusticia (niños que trabajan, niños maltratados por los patrones, mujeres golpeadas…) alimentan la aparición de otros modelos? ¿No será el momento de detenerse, y desde una mirada más amplia, reflexionar grupalmente acerca de las vecindades entre Cultura y Comunicación? ¿Pensamos qué iniciativas de esta vecindad estimulamos desde el centro, los barrios, clubes sociales, centros profesionales, Casas de Cultura pero también desde los fogones, las villas, las tomas, y hasta de las esquinas con cerveza y otras yerbas? ¿Por qué no abunda el diseño de políticas culturales que promuevan encuentros y expresión, a la inversa de lo vivido en tiempos de la dictadura ¡perdón! del Proceso de Reorganización Nacional? ¿Por qué no estimular la poesía y el teatro entre quienes tal vez no sepan de Proust, Enrique Molina o Saint-John Perse pero sí de estremecerse ante una amanecida junto al río, o de gozar del beso de la llovizna cuando, calma, recién se inicia? ¿Por qué no estimular la creación musical no sólo desde auditar a un maravilloso concertista de piano sentado en su butaca sino desde ensayar sonidos con la garganta hasta poder crear uno que entienda la calandria para que, desde entonces, empiece a venir siempre a la terraza? ¿Qué función tiene el arte además de la expresión y la producción de algo bello o conmocionante? ¿Por qué tan pocos zapateros, camioneros, comerciantes, médicos e ingenieras, además de ejercer seriamente sus profesiones y oficios no cantan, escriben, pintan, esculpen, hacen música, bailan y se reúnen para escuchar • Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

las canciones de sus abuelas para luego cantárselas a esos niños que ahora están en sus brazos? ¿Nos detenemos a discutir con profundidad en lo pertinente a la concepción del cuerpo como soporte y modo comunicativo? ¿Nos detenemos a reflexionar acerca de la jerarquización de lo lúdico como factor liberador y de desarrollo de la creatividad? ¿Ana li za mos cuán saludable es promover la ejercitación de los cinco sentidos para ampliar el rasgo perceptual de estudiantes y docentes, incrementando la receptividad de toda manifestación universal que busca conectarse, reciclarse, expandirse? ¿Tenemos en cuenta que la percepción nos vincula con nosotros mismos y con los otros? ¿Y que la creatividad transforma desde uno hacia los otros? ¿Seguimos promoviendo el “para qué” aún vigente de la Educación (que el ser humano sea educado para llegar a ser lo que no es y se adapte a un ideal predeterminado por lo instituido de una sociedad a la cual nos hemos incorporado involuntariamente) o al otro saludable para qué, instituyente: cada persona tiene potencialidades individuales y diferentes, y el ser humano debe ser educado para ser lo que naturalmente es y poder insertarse en una sociedad “que permita una variedad infinita de tipos” (H. Read)? ¿Cuál de las dos concepciones promovemos al valorizar la participación, el autorreconocimiento y la independencia? ¿Sólo los saberes adquiridos y la capacidad de postular conceptos son garantía de un profesor eficaz? ¿Es con la metodología educativa tradicional con la que hay que formar a profesores y maestros? Al pensar conceptualmente todo proceso comunicativo interpersonal y grupal, además de Herbert Read, Buber y Lowenfeld, Ander-Egg, Juan Díaz Bordenave y Mario Kaplún, entre otros, surge un concepto que aporta más a este pan de la “común unión” (Uranga): la “autocalificación cultural” de Daniel Prieto Castillo. Su “autocalificar” es quererse y valorarse –barro y cielo, fango infecto y alas translúcidas–, para querer y valorar al otro y no sólo aceptarlo. ¡O tolerarlo! “Autocalificar” y “calificar” es respetar diferencias, potenciar lo singular propio y ajeno (géneros, ——————————————————————

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Cultura y comunicación

actitudes, saberes, opciones, percepciones, racionalidades), potenciar lo singular desde la integración. La autocalificación se vincula con la identidad cultural de cada persona, grupo, comunidad… Es identidad cultural entendida como conciencia de sí mismo en un universo de significaciones interactuantes. El aprendizaje de la calificación cultural demanda una mirada amplia fuertemente vinculada a la memoria personal, familiar, grupal y comunitaria que contiene el proceso de autoafirmación de ese ser humano. Este ejercicio cotidiano de mirar al otro, y de mirarse a través de los otros, permite autocalificarse (Prieto Castillo), poder valorizar lo singular de la otredad. Estos conceptos se vinculan estrechamente en los espacios públicos, “espacios (…) para practicar el ejercicio de la ciudadanía” (López de Lucio); allí se hilan. ¿Con quiénes? Con los inmersos en promover el “volar en bandada” (Tejada Gómez): psicólogos, agentes sanitarios, educadores, trabajadores sociales, comunicadores, bibliotecarios, animadores y artistas que apuestan a la diversidad y no a la tolerancia: Juan Núñez (porteño, 42 años): “Perdí mi familia, dos casas y empecé a vivir en la calle. Fui a parar al Hospital Rawson y al

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Hogar Monteagudo. Me esforcé por estudiar computación y jardinería. Estuve en un taller de dibujo para gente de la calle. Ahora soy pintor. El arte me devolvió la dignidad”. “Y mire, señora, el Óscar empezó a tocar la guitarra con el Menduco ahora. ¡Cómo voy´aflojar ahora! Vale la pena todo. El Óscar canta también ¿sabe?” (Vecina a la nutricionista Beatriz Llórens; “Menduco” Araujo, músico, General Roca, Río Negro). “Si te metés en el sindicato para pelear de adentro o te metés en la sucia política, seguro que terminás crucificado. Y traicionando. Con el arte sos libre, hermano… ¿Quién me para acá? ¿Quién me pone en duda?” (Juanjo, changuista, 20 años).

¿Podremos construir y fomentar la aparición de espacios públicos ocupados por locutores y oyentes, por interlocutores (Kaplún, 1997), por plataformas de juegos y encuentros, y (como propone Augusto Boal desde una dramaturgia social y política latinoamericana) promover la gestación de “espect-actores” y ambicionar receptividad, creatividad, diálogo y participación mediante la gestación de “espect-actores” y “espect-autores” de una realidad en transformación? •


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Otras actividades de la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional Programa

Imaginación política Colección

Manifiestos Se trata de una antología de manifiestos, proclamas y escritos políticos de la historia argentina. Una edición en dos volúmenes de los textos fundamentales de la cultura política argentina de los siglos XX y XXI. Un diálogo de coincidencias o discrepancias que reúne a sujetos políticos, intelectuales y artistas de tradiciones y trayectorias disímiles: radicales, sindicales, socialistas, anarquistas y peronistas, todos los cuales han sido partícipes, con sus escrituras, de la perpetua querella por los significados, la memoria y la búsqueda de un sentido para la Nación Argentina. Que con sus ideas configuraron y configuran, en parte, el imaginario político, económico, social y cultural de nuestra escena presente. El primer volumen se inicia con la Revolución del Parque en 1890 y finaliza con el Golpe de 1955. El segundo continúa desde 1955 y la Resistencia peronista y concluye en el Bicentenario de la Revolución de Mayo.


Cultura y comunicación

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Los nuevos desafíos de las radios nacionales en la Patagonia >> Pirén Gutiérrez

CUANDO OBSERVAMOS EN EL MAPA DE NUESTRO país la distribución de las radios nacionales en la Patagonia, queda claro que en la mayoría de los casos la idea era fijar los límites geopolíticos a propósito del conflicto surgido con el país hermano de Chile. Hoy, estas radios, en un giro crucial, se han consolidado en puntos de integración acordes al contexto sociopolítico de interacción latinoamericana, aun por encima del propósito para el cual fueron creadas. En ese marco, resulta indispensable entender también que los procesos políticos que atravesó la Argentina fueron vividos con la

>> Pirén Gutiérrez Comunicadora social, dedicada a la comunicación audiovisual, radiofónica, institucional y política. Se desempeñó como comunicadora política para gestiones locales y provinciales. Desde el año 2010 es directora de Radio Nacional Chos Malal.

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misma intensidad en las radios nacionales. Especialmente en las radios ubicadas en la cordillera patagónica, que no sólo fueron la cúspide de la propaganda dictatorial, sino también –y menos mal que así fue– de la explosión de la primavera democrática; y por supuesto, de los vaivenes económicos y sociales subsiguientes. Las políticas de desguace ocurridas en la década de los 90 también se vieron reflejadas en las radios nacionales. El neoliberalismo económico dejó como saldo una estructura mínima de personal, equipamientos sin mantenimiento y tecnología obsoleta, con el consecuente vaciamiento de contenidos. Todo ello contribuyó a generar una concepción de radios de frontera, ligadas a la idea de aislamiento, desfasadas con la industria del entretenimiento y despojadas de la producción de contenido. Hacia lo más profundo, se las asociaba a la ruralidad por el alcance que tenían, pero con la doble intención de quitarles presencia en los centros donde se generaba la información y donde efectivamente se ubicaban. Idea que en algunas emisoras se fue consolidando en busca de una identidad que pudiera sostenerlas en ese escenario de neoliberalismo económico. Como una fortaleza, los servicios de mensajes entre pobladores sin ningún tipo de comunicación más que la radio, habían subsistido y hasta se habían constituido como la estructura más importante de las emisoras. A partir del proceso social y político reconstructivo que se dio en el país con la asunción del presidente Néstor Kirchner y la continuidad del modelo, junto al impulso económico que consolidó la presidenta Cristina Fernández, se generaron condiciones impensadas para los medios de comunicación. La masividad de la telefonía celular y el acceso a internet obligó a repensar las definiciones con las que en este caso, las radios públicas de frontera, eran conceptuadas. ¿Cabía, entonces, la anquilosada división entre radios rurales y urbanas que empujaba al encasillamiento? ¿Qué contenidos eran necesarios, ahora, en estos nuevos escenarios y cuál era el sujeto al que debían emitirse? Estos cuestionamientos, entre otros, eran parte de un permanente debate entre los propios trabajadores de las emisoras. Sólo permanecían como es-


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tructura sobreviviente, los mensajes entre pobladores y esto había sido, en algunos casos, a costa de los servicios informativos, columna vertebral de cualquier radio informativa. La necesidad de sostenerlos contrastaba con el nuevo escenario tecnológico y las posibilidades que brindaba. Fue necesario –y aún lo es– repensar el lugar que ocupa la radio –especialmente las públicas– por la ampliación de su alcance, que ya no está supeditado tan sólo a las potencias de los transmisores, sino que también está ligado al acceso a internet. En tanto la masividad ha servido para homogeneizar contenidos e instalar discursos centralizados, también representa la posibilidad de llegar a lugares y públicos impensados con la tecnología analógica. Las radios nacionales cordilleranas tienen el desafío y la responsabilidad de lograr contenidos plurales y de calidad, ya no dentro de su propio medio sino dentro de un ámbito mucho mayor, entrelazado y abrumado por una exuberante cantidad de contenidos, que sin embargo, dan la enorme ventaja de ser similares entre sí. Es precisamente en ese punto donde se abre la puerta a una nueva dimensión que no debemos dejar de atravesar. Y para ello resulta fundamental que entendamos, quienes participamos activamente de estas emisoras, que las radios nacionales no podemos ser parte (y nunca lo fuimos) de la estrecha conceptualización de radios “rurales”, radios “locales” y radios “de frontera”. Conceptos, todos, que han sido la consecuencia de políticas que no abordaron las posibilidades de comunicación democrática que brinda la red de radios nacionales en un proyecto maestro nacional. El alcance hacia las zonas rurales nos coloca en la complejidad de entender que nuestro público es diverso y disperso, y que lo “local” debe ser entendido como regional. Que debemos lograr incluir e interpretar a los sectores rurales desde sus necesidades comunicacionales, informativas, discursivas, pero no acotarnos a ese único enfoque. La Patagonia rural, además, atraviesa ya desde hace varios años un contexto multimedial dado por la instalación de antenas de televisión digital y de internet en escuelas rurales, más un incipiente acceso a telefonía celular que ha cambiado el contexto en el que se escucha • Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

la radio. Así han dado cuenta los propios mensajes al poblador rural, que se emiten por Radio Nacional. Del “vengo a poner un comunicado”, típico de los primeros años de las emisoras hasta entrados los 90, pasando por “quisiera dejar un mensaje”, de mitad de los 90 hasta entrado el nuevo siglo; hasta el más reciente “quisiera mandar un mensajito”, en un claro lenguaje asociado a los mensajes de textos de celulares; así, se percibe de modo general la interacción con otros medios. Incluir a los sectores rurales no sólo significa poder llegar a ellos sino también poder darlos a conocer, difundir hacia otras regiones, hacia el resto del país, lo que allí ocurre. Visibilizarlo. A su vez, comprender que “lo que llega” debe ser reconstruido hacia lo regional. Y esa idea es la que debe guiarnos al momento de pensar en el significado de lo local en una radio nacional, entendiendo que su identidad la trasciende desde el momento en que forma parte de una red de emisoras distribuidas en todo el país. Pero por sobre todo, teniendo en cuenta que allí donde el alcance de la emisora llegue, y desde donde pueda establecerse un diálogo con el oyente, con sus intereses y sus expectativas, seguirá siendo “local”. Mucho más clara es la idea completamente obsoleta de “radios de frontera”, que debemos abandonar. El contexto político que desde hace una década estamos atravesando en América Latina nos empuja al fortalecimiento de los vínculos con los hermanos de los países limítrofes y la construcción de una comunicación más solidaria y creativa. Las radios nacionales, por tanto, ya no pueden ser consideradas como una frontera, sino como puentes que fortalezcan lo que siempre ocurrió: el intercambio cultural y la solidaridad entre vecinos. Dar por terminada esa etapa de rigidez conceptual es el mayor y primer desafío que debe plantearse la radio pública, al tiempo que deberá asumir su carácter nodal en el mapa general de las emisoras nacionales. En definitiva, dar cuenta de una radio nueva, en sintonía con los intereses populares y plurales, y como parte de un proyecto nacional integrador que atienda las posibilidades que brinda la tecnología, y en un escenario geopolítico mucho mayor como es Latinoamérica. • ——————————————————————

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Cultura y comunicación

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La radio: posible combustible para el diálogo social >> Ricardo Haye

>> Ricardo Haye Docente-investigador de la Universidad Nacional del Comahue. Doctor en Comunicación Audiovisual por la Universidad Autónoma de Barcelona. Es autor de varios libros sobre radio. Publicó artículos en periódicos y revistas de Argentina, Ecuador, Venezuela, España, Brasil y México. Fue el primer coordinador del Nodo Tecnológico Audiovisual “Ríos & Bardas”. Es miembro del Comité Académico de la Bienal Internacional de Radio de México.

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RAÚL TREJO DELARBRE ES UN INTELECTUAL MExicano que durante un encuentro académico en la Universidad Nacional Autónoma de su país suelta sin inmutarse: “En nuestra sociedad el diálogo está en decadencia”. La aseveración tiene como receptora a la amplia audiencia que asiste a un coloquio de “Radio & Cultura”. Muchos de los asistentes, la mayoría, son estudiantes. Uno no sabe cuáles serán las resonancias de la frase en ese recorte etario crecido en medio de un desarrollo tecnológico vertiginoso que nos hace transitar hacia un mundo desmaterializado y virtual donde la generación del átomo deja cada vez más espacio a la del bit. A la muchachada en cuestión le ha tocado vivir en un tiempo en el que la profecía nietzscheana se ha vuelto realidad: ya estamos viviendo en la cultura del fragmento que vislumbraba el filósofo alemán. Abundan los refucilos textuales; las redes sociales imponen una discursividad de concisión extrema. Los tiempos siempre escasos que tenemos para el divague y la socialización suelen irse por el vertedero de los mensajes telefónicos, que tampoco descuellan por el florilegio. Recuerdo una frase que acabo de ver estampada en una pared de México: “La semilla rebelde de la juventud está ocupada con su celular”. ¿Se habrá extinguido definitivamente aquel hábito gregario, tan caro a nuestra tradición latina, de charlas colosales en la mesa de un cafetín? Carece uno de constatación científica que lo pruebe o lo desmienta. Pero, inquietante, asoma la imposibilidad de recordar cuándo fue la última vez que uno mismo desgranó palabras y se dejó atravesar por las de su interlocutor junto a sendas tazas humeantes. ¿Acaso tendrá razón Trejo? La sola posibilidad de que su diagnóstico resulte cierto es motivo más que suficiente para que quienes trabajamos, enseñamos o estudiamos la radio, extrememos nuestra atención e invirtamos energías en pos de insuflar vitalidad a la práctica conversatoria. En tiempos lejanos, la radio sustituyó a los fogones en la centralidad hogareña que convocaba a la familia a departir en derredor. Su texto sonoro convocaba tanto como los leños crepitantes. “Ronda nocturna” permitía seguir los sucesos policiales; el “Glostora Tango Club” ponía a discutir a los abuelos acerca de qué


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cantante ensamblaba mejor en la orquesta de Alfredo De Angelis; “Los Pérez García” terminaban por abrumar con sus peripecias interminables. Y de todo se podía hablar. A cada momento ese bello mueble de madera lustrosa emitía un estímulo que despertaba reflexiones, comentarios, polémica. La radio no se calló nunca desde entonces. Pero su escucha se individualizó después de que los ingenieros japoneses inventaran los transistores y facilitaran la miniaturización y abaratamiento en los costos de los aparatos receptores. Cada miembro de la familia pasó a tener su propia radio y la audiencia grupal dejó paso a la escucha aislada. Aunque ahora sea irremediablemente tarde para volver a escuchar en compañía que “fue vencido por Jack Dempsey el futuro campeón del mundo, Luis Ángel Firpo”, no deberíamos transigir en la exploración de construcciones sonoras que devengan en generadores discursivo-dialécticos. Lo que proponemos es investir a los textos de la radio de una profundidad y consistencia que no renuncie a la expresividad y la gracia. Se trata de edificar una poética radiofónica que reivindique la fruición estética y el deleite perceptual y que se sobreponga a la oquedad significante de tantísimos parlamentos insignificantes. Es preciso recuperar la figura de enunciadores “con tesis”, con ideas, que le den a sus oyentes en qué pensar y que los pongan en diálogo con su familia, el vecino, la compañera de trabajo. Que induzcan el debate, que propongan la puesta en común, que no retrocedan ante el desafío de cultivar sentido(s) y de forjar valores. Nada de esto es posible sin inteligencia, sensibilidad e imaginación. Esas son las destrezas que deben reunir los realizadores de una radio “de autor”. Hoy, cuando tanto se especula sobre el definitivo deceso de esa figura, no está mal

• Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

reivindicarla desde un medio que acostumbró a sus escuchas a prácticas de repentización e improvisación constantes. El reclamo de “que vuelvan las ideas” debe ir acompañado de la exigencia de recuperar una conciencia acerca del valor del trabajo de pre-producción (y también de post-producción, allí cuando corresponda). Las consecuencias inevitables (y deseables) de esta transformación serán de dos tipos. Por un lado, el ensanchamiento de las agendas del medio, a cuyo torrente discursivo hay cantidades ingentes de temas que no ingresan; y, por otro, la diversificación estilística de unas programaciones que se encuentran tan cómoda como inexpresivamente ancladas a la fórmula exasperantemente reiterada de los magazines o radio-revistas. En un continente que la pluma luminosa de Antonio Pasquali caracterizó como “la ciudadela de la libre empresa” y que, por consiguiente, padece de una radiodifusión excesivamente comercial y caótica, tenemos que poner en discusión la regla que preside la conducta de los propietarios: “obtener la máxima utilidad con el mínimo esfuerzo”. Pero, al mismo tiempo, es imprescindible confrontar la actitud de muchos trabajadores que se han entregado a conductas de patética “pereza intelectual”. En su formato tradicional y desde los nuevos dispositivos telefónicos e informáticos que ahora nos la acercan, la radio continúa siendo ese medio de formidable penetración popular y tan altas cotas de credibilidad social (en algunos casos más justificados que en otros). Revitalizarla y ponerla al servicio del desarrollo a escala individual y comunitaria, hacer que sirva para que retrocedan nuestras zonas de ignorancia y para que en nosotros florezcan apetitos superiores, resulta tan imprescindible como recuperar la dinámica del diálogo social, en caso de que alguien logre confirmar su presunta declinación. •

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Arte y pensamiento estético

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La Argentina inclusiva de los hermanos Mansilla >> María Rosa Lojo

>> María Rosa Lojo Escritora. Doctora en Letras (UBA). Investigadora principal del Conicet. Publicó cuatro libros de cuento, ocho novelas y cuatro libros de poema en prosa. Como investigadora, es autora de seis libros de ensayo, tres ediciones críticas y numerosos trabajos en medios académicos.

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LAS FALSAS DICOTOMÍAS OCASIONARON DISTORsiones, fragmentaciones y mutilaciones varias en el cuerpo de una Argentina total que muy rara vez nos hemos mostrado capaces de aceptar en su integridad. Predominaron las antítesis irreconciliables, las operaciones de exclusión. Con todo, la literatura, con su ambivalencia simbólica y su capacidad de apelación e identificación afectiva, excedió largamente los propósitos partidarios de sus autores. La “seducción de la ‘barbarie’”, para usar la acertada expresión de Rodolfo Kusch, ejerce su magnetismo desde adentro de las escrituras de Sarmiento, de Mármol, de Echeverría. Ante el grandioso titanismo de Facundo, con un pie en el mito, empalidece la pulcra imagen de Paz, adalid de la civilización. Los héroes de Amalia o de El Matadero, Daniel Bello o el joven unitario, no son, si se lee atentamente, menos violentos que sus enemigos. Sarmiento mismo afirma en el Facundo: “Pues si solevantáis las solapas del frac con que el argentino se disfraza, hallaréis siempre el gaucho más o menos civilizado, pero siempre el gaucho”.1 No obstante, en la segunda mitad del siglo XIX, se impone, con optimismo triunfante, un proyecto nacional “civilizador y modernizador” que irá adquiriendo perfiles claramente racistas, enmarcados en el positivismo filosófico y político. Se oyen, pese a ello, algunas voces disidentes, más proclives a la apuesta compleja de una síntesis que a las facilidades de la mera negación. Como las de los hermanos Mansilla: Lucio Victorio (1831-1913) y Eduarda (1834-1892), hijos del general Lucio Norberto Mansilla, y de la bella Agustina Ortiz de Rozas, hermana del entonces Gobernador de Buenos Aires. Ambos escritores representan, en el mapa de nuestro siglo XIX, no sólo una mirada diferente sino el modelo posible de una Argentina que aspira a integrar sin aplastar, superando conflictos, lo arcaico y lo moderno, lo indígena y lo hispánico, los criollos y los europeos afincados en el país (los inmigrantes cruzan Mis memorias de Lucio V.; inmigrante es el Dr. Wilson, protagonista de El médico de San Luis,2 primera novela pu-

Me referí a estas cuestiones en María Rosa Lojo, La “barbarie” en la narrativa argentina (siglo XIX). Buenos Aires: Corregidor, 1994. 2 El médico de San Luis (1ª ed 1860). Buenos Aires: Eudeba, 1962.

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blicada de Eduarda). Una república donde los marginados y excluidos: clases populares, minorías étnicas, y –traspasando verticalmente los estamentos sociales– las mujeres en general, podrían aspirar a un lugar propio, y evitar la aniquilación física y/o simbólica (gauchos e indios) o la desintegración espiritual (las “parias del pensamiento”, las “madres” en las novelas de Eduarda, condenadas a la locura cuando el poder les asesina los hijos). Los Mansilla nos recuerdan que hay dos “barbaries”: la de quienes, desde una mirada eurocéntrica, son juzgados como “primitivos” e “inferiores”, y la barbarie de la misma civilización, que pretende imponer la libertad a golpes de sable y utiliza el ideal de justicia como instrumento opresor. Los ranqueles que describe Lucio Victorio –desde una óptica desusada en nuestra literatura del siglo XIX– pertenecen ciertamente al ámbito de la cultura, e incluso aventajan en algunas facetas a la “arrogante civilización”.3 Los timbúes de Lucía Miranda integran el tejido fundador de la futura sociedad argentina, y las mujeres de los conquistadores (como su Lucía) pueden ejercer un protagonismo cultural de transmisión, recreación y mediación, que aparece como contracara no violenta de la épica masculina.4 Para ambos, antes de juzgar a los gauchos, hay que considerar la situación de ignorancia, descalificación e iniquidad a la que viven sometidos. Si los dos fueron amigos de Sarmiento, también debatieron con él. En algunos aspectos estaban de acuerdo –como en la educación igualitaria para todos, y en particular (insiste Eduarda) para las mujeres, el sector más postergado en este rubro–, pero en otros disentían. Creían firmemente en la posibilidad de rescatar,

como integrante activo y ciudadano de la Argentina moderna, al gaucho e incluso al aborigen (esta era la posición de Lucio, en la etapa de Ranqueles...). Ambos desconfiaban de la teoría de la “tabla rasa” –limpiar al país del supuestamente inservible elemento autóctono para buscar sólo en la inmigración ejemplares humanos mejor constituidos–; ambos relativizaron la obstinada imputación de “barbarie” que se lanzaba sobre Hispanoamérica. La violencia fratricida no es únicamente nuestro patrimonio –dice Eduarda, en francés y para ilustrar a los franceses, en su novela Pablo, ou la vie dans les Pampas (1869)–.5 Si tantos europeos buscan refugio en América es acaso porque llegan huyendo de males que a nosotros nos son desconocidos. Es hora –remata– de que aprendan a dejar de vernos como salvajes. O de proyectar sobre los sudamericanos su propio salvajismo. La particular sensibilidad de los Mansilla hacia quienes habitan los márgenes de una civilización hegemónica tiene que ver con su propia experiencia de haber estado en esa franja, como viajeros. Un jovencísimo Lucio descubre que para el imaginario de los europeos de Calcuta o de Madrás,6 él, un “niño bien” de la alta burguesía porteña, no es menos “salvaje” que los aborígenes de la pampa central sobre quienes escribirá, de primera mano, veinte años más tarde. O Eduarda, diplomática consorte, será vista como rara excepción a la “barbarie” sudamericana, por un desdeñoso senador estadounidense (al que devolverá la gentileza).7 Los dos se revelaron capaces de construir nuevas imágenes de su sociedad de origen en relación con otras culturas, y de perforar la coraza de los prejuicios con letras lúcidas, de actualidad sorprendente. •

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Una excursión a los indios ranqueles (1ª ed. 1870). Estudio preliminar y notas de Guillermo Ara. Buenos Aires: Kapelusz, 1966. 4 Lucía Miranda (1860) de Eduarda Mansilla, con estudio preliminar, notas gramaticales, léxicas e históricas, glosario, bibliografía, iconografía y apéndices de María Rosa Lojo (directora) y equipo (Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert, Colección Teci –Textos y estudios coloniales y de la independencia–), 2007. 5 Véase Pablo, o la vida en las Pampas. Estudio preliminar de María Gabriela Mizraje. Buenos Aires: Colección Los Raros, Biblioteca Nacional, 2007. 6 Diario de viaje a Oriente (1850-51) y otras crónicas del viaje oriental, de Lucio V. Mansilla. Introducción y notas gramaticales, léxicas e históricas de María Rosa Lojo (directora) y equipo. Buenos Aires: Ediciones Corregidor, Colección EALA (Ediciones Académicas de Literatura Argentina, siglos XIX y XX), 2012. 7 Mansilla, Eduarda. Recuerdos de viaje. Prólogo de María Rosa Lojo. Colección Las Antiguas. Córdoba: Buena Vista, 2011.

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Arte y pensamiento estético

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El dibujo en el marco >> Fernando “Cany” Soto

LAS POLÍTICAS CULTURALES EXPRESAN SIEMPRE ideologías. Tanto en la acción como en la omisión, en los acompañamientos respetuosos o direccionamientos groseros como en las delegaciones o desentendimientos. Por un lado está el Estado que impulsa un conjunto de valores y símbolos, también el mercado –con su lógica–, y por otro están los artistas que, en ejercicio de su libertad creadora –pudiendo o no estar en sintonía con esos postulados–, eligen expresarse de modos más o menos explícitos. Esta tensión modela la calidad y la autenticidad de las producciones y determina el perfil cultural de un país. Son los artistas los que deben establecer los límites de esa legítima relación dialéctica. No los operadores oficiales que suelen promover panfletos superficiales, ni los mercaderes, que tratan siempre de empujar las producciones hacia los territorios de la moda. Ambos son culturalmente peligrosos porque auspician falacias artísticas.

>> Fernando “Cany” Soto Nació en Chaco en 1964. Vive en Ushuaia y se desempeña como muralista y editor. Creó y dirigió las revistas Fuego! y Kuanip. Es uno de los creadores de los Murales del Museo del Fin del Mundo y de los Hospitales. Dirige las muestras Pescados, Pájaros, Bichos y Humanos.

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La amenaza externa En la Argentina –y en América Latina– por razones que no viene al caso detallar, hubo intentos más o menos violentos pero constantes de sometimiento cultural. Las persecuciones, la censura, el exilio y los asesinatos de artistas efectuados por las dictaduras producen reacciones artísticas admirables. La solidaridad y el sentido de pertenencia se activan ante un enemigo común produciendo arte comprometido y genuino. En tiempos de libertad los anticuerpos se relajan, favoreciendo paradójicamente la penetración que no lograron mediante la fuerza. Desde 1983, cada gobierno tuvo urgencias que atender y dispuso una parte de los presupuestos de Cultura a las “expresiones populares”, y otra a las “expresiones elevadas”, cediendo la autorregulación al mercado y a las élites culturales respectivamente. El problema es que muchas “expresiones populares” suelen ser diseñadas por zares del entretenimiento para imponer modas y prácticas de consumo y poco tienen que ver con lo genuino que dicen representar y que contribuyen a envilecer. Proliferan folcloristas melifluos o disfrazados de gaucho vociferando patriotismo, muralistas repitiendo las fórmulas de personajes hipertróficos y gritones, mal dibujados pero políticamente correctos; poetas sumariantes de paisajes, cumbieros, raperos y bachateros misóginos que suenan feo, graffiteros, estencileros replicadores de modas pasajeras, etc. Y los aristócratas del hermetismo, poetas, teatreros, artistas visuales y músicos cultores de la inaccesibilidad; autolegitimados, autolaureados pero financiados por un Estado que los contiene con respetuosa prescindencia. Mientras tanto hay muchos creadores honestos cuya supervivencia artística está en riesgo permanente.

Optimismo Este gobierno, encaminado a reconstruir el Estado, sanear el entramado social, recuperar soberanía política y económica, afronta el desafío de refundar la autonomía cultural. La creación de un Ministerio y la persona elegida para conducirlo expresan consis-


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tencia en ese sentido: una artista folclórica respetada por músicos y poetas, cuyos pergaminos no provienen de un cenáculo de iniciados sino del aval popular. La vigencia de Teresa Parodi demuestra que para lograr excelencia artística no es preciso vivir actualizándose y mirando al Norte. Y que abordar la localía con actitud patriotera o paternalista no produce arte genuino.

y “exportador” de dibujantes a nivel global –como pasa hoy con los futbolistas–. El arte argentino fue entregado a un clan de iniciados cuyo mayor mérito es la actualización permanente y su ejercicio más sobresaliente, la negación de nuestra historia y el desprecio por los oficios. El problema no es tanto su ignorancia, sino la ilusión de conocimiento y la descarada arrogancia que los distingue: proponen abiertamente desterrar al dibujo y prácticas análogas de las currículas de la enseñanza artística y de los salones a la vez que impulsan cualquier réplica de las estéticas importadas (comics, graffitis, street art, performances, digital art; en fin: lo “contemporáneo”), construyendo un arte falaz, homogéneo e incapaz de enamorar o siquiera inquietar al público. Si consideramos además que el dibujo es la disciplina que disciplina a todas las artes visuales –ya que sin este no hay pintura ni escultura ni diseño gráfico o industrial– es un asunto preocupante. •

El dibujo argentino La caricatura y la historieta, hasta principios de 1990, habían sido elementos distintivos de nuestra cultura de masas. Desde El Mosquito, Caras y Caretas, pasando por el boom de la historieta de los años 50 a los 80, hasta las revistas de humor político, diversos formatos editoriales que tuvieron al dibujo como protagonista han sido exitosos y eficaces divulgadores del arte, la historia, la literatura y el pensamiento; además de posicionar a nuestro país como productor

Anexo localista: Tierra del Fuego Esta es una comunidad insular, alejada, trashumante y multicultural, traccionada por el fácil ascenso social y con la mirada puesta en el regreso. Una ciudadanía rotativa observada con inquina por un pequeño grupo de pioneros, y con curiosidad por los turistas. Los provincianos e inmigrantes limítrofes pugnan por mantener sus rasgos culturales, participando en desfiles populares con sus trajes típicos, con sus vírgenes, santitos, su música, sus radios y sus comidas. No obstante, su descendencia tiende a despegarse y sumarse a los ritos y modas globales con mayor intensidad

que en otras provincias. La inestabilidad, la baja resistencia a la frustración y la premura se reflejan en las conductas cívicas y culturales. Desde la provincialización, aquí han sido electos gobernantes de todos los colores. La dinámica cultural no está ajena a esa lógica. Los artistas, con la casi nula posibilidad de ventas locales o de participación del mercado nacional del arte, se ven compelidos a producir falacias pintoresquistas para el turismo o a satisfacer funcionarios que demandan evidencias localistas y patrioteras o a seguir los fatales trayectos del “arte contemporáneo”. Esta es la provincia menos

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invitada a eventos de intercambio artístico que se realizan en el país y la más mencionada cuando se habla de territorialidad y soberanía. Y las esporádicas y superficiales visitas de emisarios culturales oficiales que vienen a enseñarnos cómo mirar, qué contar y cómo producir para ser actuales y desarrollar “pertenencia” sólo engendran mímesis artísticas circunstanciales e irreales. En este territorio en riesgo permanente, sólo una intervención del Estado decidida (pero respetuosa) ayudará a consolidar un perfil cultural en armonía con los principios de soberanía declamados. •

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Arte y pensamiento estético

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Garantizar el acceso igualitario a la exhibición es democratizar la producción audiovisual >> Adrián Caetano EL ÚLTIMO PASO EMPIEZA AL DAR EL PRIMERO. La distancia recorrida entre un espacio artístico subsidiado por el Estado y su distribución debería ser la más corta, el camino más lógico y breve. El Estado, al subsidiar, intenta no discriminar –en función de su más honesto sentir democrático– y sería interesante poder debatirlo, en tanto discriminar es individualizar el análisis y no aplicar reglas masivas que no son necesariamente igualitarias. Hoy la producción se ha masificado, pero no aún democratizado. La democratización requiere de principios cívicos y sociales, para terminar en hechos culturales, que incluyan la participación de todos los estratos de la sociedad. Incluso de aquellos que acceden como espectadores frente al hecho artístico. Al momento de concretar el hecho cultural, que es cuando un artista logra exponer su obra a la sociedad, el hecho democrático no se materializa. La cuestión del acceso a la obra no es considerada a la hora de pensar la distribución igualitaria de la cultura. La distribución, en >> Adrián Caetano Director de cine y TV. Dirigió Pizza, birra y faso; Bolivia; Un oso rojo; Crónica de una fuga; Francia; NK y Mala. En TV dirigió la miniserie Tumberos. Fue premiado en los festivales de Toulouse, San Sebastián, Rotterdam, Huelva, La Habana y Cannes.

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el caso de la abundante producción cinematográfica que tiene lugar actualmente en nuestro país, no tiene una política consecuente con la del apoyo masivo y generalizado a la producción. Allí el Estado se rinde ante el monopolio extranjero en las principales salas de distribución de cine y pantallas alternativas (piratas y no piratas) que responden al capital foráneo. En esa instancia todo se diluye. Suele decirse, de modo falaz, que se hacen gran cantidad de películas pero se estrenan muchas menos, o que las que se estrenan se acompañan con un pobre lanzamiento. Quienes señalan la escasa repercusión en la taquilla para criticar la política de subsidios, lo hacen sumergidos en la lógica de la sociedad de consumo. Para estos críticos seriales de las políticas públicas, es válido sostener el “por algo será” para referirse a las falencias en la distribución, suponiendo falta de calidad en las obras, o sospechas de corrupción en el mecanismo de asignación de fondos. Lamentablemente nunca logró erradicarse esa lógica cipaya y extranjerizada. En realidad, lo que explica especialmente esta situación es que el Estado no propicia el espacio democrático para que las obras que él mismo ayuda a producir tengan la difusión correspondiente. Para que el proceso completo sea realmente democrático, también tendría que propiciar igualdad de oportunidades en el acceso a la exhibición y circulación en las diversas pantallas. En ese sentido, el cine argentino logró un acuerdo con las salas de cine, que finalmente resulta muy pobre: la cuota de pantalla. Las condiciones del mismo son tan amplias que los monopolios extranjeros han encontrado la forma de cumplir esa premisa sin que su negocio se vea afectado. En ningún momento han intentado desarrollar una estrategia de mercado que les permita que las películas argentinas sean atractivas como una fuente genuina de recaudación. Para ellos son solamente películas que están obligados a exhibir en una sala, por lo que lo hacen en horarios incomprensibles y en una sola función. Si la película no logra vender las entradas requeridas por la “media” establecida para la sala, inmediatamente se la baja de cartel. Hay oportunidades, miles, que otorga el Estado subsidiando la creación, pero ninguna real preocupación para que el cine


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nacional ocupe un espacio de llegada al público en igualdad de condiciones ante la peor película extranjera. La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual no sólo protege el derecho de expresión individual y la igualdad para acceder a los medios. Tutela esencialmente el derecho del pueblo a informarse con acceso a medios y fuentes diversas. En el caso de la exhibición cinematográfica, el acceso del público al cine argentino está limitado y no existen políticas consistentes para evitar la concentración en las pantallas. Ante una película argentina exitosa, se computan las semanas en cartel de la misma como si con ella se cumpliera la totalidad de la cuota de pantalla. De modo que con un puñado de películas exitosas en el año, las salas cumplen su obligación de exhibición de cine argentino, dejando fuera del circuito comercial un centenar de obras que podrían ser exhibidas. Si tienen que completar algunas semanas, lo hacen con películas que convienen según acuerdos de distribución que las propias empresas extranjeras tienen con algunos productores. Obviamente el cine nacional independiente desaparece de esas pantallas masivas. El monopolio sobre las salas no se ve afectado en absoluto. El acuerdo es endeble. No es que no se cumple, se cumple porque es endeble. La construcción, compra o expropiación de una sala por complejo cinematográfico serían opciones, radicalmente diferentes una de otra, para que el cambio tibio de la cuota de pantalla deje de estancar el progreso del cine argentino. Es conocida la existencia de los espacios INCAA y la reapertura de muchas salas. Pero los productores están destinados al fracaso con la recaudación que de allí se obtiene. Quisiera dar un ejemplo: existe la actitud caritativa de llevar la ópera a lugares donde la ópera no llega. El discurso es perverso porque está planteado al revés: hay que lograr que quien no pueda concurrir a la ópera pueda hacerlo. La ópera se ve en el teatro, ahí radica su origen y su encanto. Podría también citar otro del extranjero: el cine B en los EE.UU. no refiere únicamente a los medios de producción escasos, sino también a las salas B de cine. El mercado de exhibición contaba con un segmento • Pensar la Argentina entre dos Bicentenarios

más adinerado con un precio alto, y salas de cine clase B con entradas más económicas. El espectador descubrió entonces no sólo a ese cine como opción económica sino también como opción cinematográfica. Todo el cine estadounidense de hoy se nutre de realizadores influidos por ese cine antes condenado. Ese cine es actualmente el pilar de la industria cinematográfica de ese país, un cine con identidad pétrea más allá de las diferencias ideológicas que pueda sostener con los discursos impuestos por el imperio. En nuestro país, como en todos, el espectador concurre a las salas más como un hábito que por la programación. Así florecieron los cines de barrio. Lo que ocurrió es que durante los años noventa, con la desaparición de salas en las ciudades, los pueblos y los barrios, las multipantallas monopolizaron la exhibición cinematográfica. De modo que son los cines en los centros comerciales, básicamente, los que se apropiaron de ese hábito. Hasta que el espectador no sea asiduo concurrente a los escasos y poco estratégicos espacios INCAA, hay que ocupar pantallas en los lugares donde el cine ocurre hoy, que son las salas de los monopolios. El cine debe verse en el cine, con el mismo sonido que cualquier película extranjera, en igualdad de condiciones. Si bien el futuro de los espacios INCAA es promisorio y realmente democrático, el monopolio no se ve afectado y sigue reservándose la mayor recaudación posible pagando un nimio porcentaje por dicha presencia conquistadora. El espectador tiene que tener una opción para ver el cine argentino –todo el cine argentino– donde se sitúan las salas que dominan el mercado, no sólo en espacios marginales. Se necesita un apoyo real, una acción conjunta entre supervisar las cuotas de pantalla, exigir mejores horarios, y que un éxito argentino no merme al cine de menor presupuesto que se realiza en el país, un impuesto mayor que el irrisorio que pagan hoy día, y una difusión para los lanzamientos proporcional al aporte que ha hecho el INCAA para asistir a la producción. Asegurar la exhibición de lo que se produce, alentando lo promisorio, es fundamental para generar un campo emergente de artistas y profesionales como base formadora a futuro. • ——————————————————————

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