Manifiesto - Foro Nacional y Latinoamericano por una Nueva Independencia

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FORO NACIONAL Y LATINOAMERICANO POR UNA NUEVA INDEPENDENCIA PENSAR LA ARGENTINA Y LATINOAMERICA ENTRE DOS BICENTENARIOS Reflexiones sobre el ideario independentista, emancipatorio y latinoamericano desde las diversas tradiciones políticas y culturales

Hoy, como ayer, otro mundo es posible. En nuestra América ese mundo posible se ha vuelto una realidad, debido a la decisión de liderazgos políticos emanados de la voluntad popular, a la que expresan fielmente. Sabemos que la tarea continúa, pues la realidad nunca alcanza a la utopía, siempre camina hacia ella. Caminamos hacia la utopía de un mundo posible sin pausa, con la prisa de los que más lo necesitan y con el aplomo de los que saben que el camino es irreversible. Hicimos de nuestras debilidades una fortaleza. Fuimos el lugar de la tierra donde la globalización neoliberal se aplicó de manera más inescrupulosa y cruel, hasta convertirnos en la región más desigual del planeta. Esa traumática debacle nos transformó en el eslabón más débil de la cadena neoliberal y, justo allí, en el talón de Aquiles del neoliberalismo, trocamos debilidad en desafío transformador e impulso emancipatorio. Otro mundo es posible es más que una consigna. Es, en sí misma, una acción creativa y liberadora. Al pronunciarla emana la fuerza creadora de la palabra que, como el verbo, da vida. Su enunciación pone en movimiento la idea de un mundo mejor, digno, justo y soberano. Un mundo que honre la vida. No morirá la flor de la palabra. Podrá morir el rostro oculto de quien la nombra hoy, pero la palabra que vino desde el fondo de la historia y de la tierra ya no podrá ser arrancada por la soberbia del poder. (Manifiesto Zapatista en Nahuatl)

Nuestra América ha dado a luz un nuevo horizonte de época, un ideal posible en el cual creer. Somos palabra y acción, somos el camino y el caminar. Nada hay más lindo que avanzar, nada como ir juntos a la par, hacia ese horizonte. La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar. (Eduardo Galeano)


Hoy como hace doscientos años, América Latina es potencia ideológica, política y cultural. Nuestras luchas son referencias globales. Nuestros pasos, espejos en los que se reflejan otros pueblos dispuestos a creer y a comprometerse en la construcción de otro mundo posible. Hoy como ayer, desafiamos a la adversidad y al desánimo, con sueños. Fugamos hacia adelante. Nunca hacia atrás, nunca menos. En 1816, cuando la revolución de la independencia atravesaba su crisis más profunda. Cuando nos asfixiaban económicamente. Cuando intentaban aislarnos y dividirnos políticamente. Cuando quisieron quebrarnos anímicamente. Cuando nos decían que era imposible cambiar el orden colonial establecido. Cuando los enemigos externos se aliaban con sus cómplices internos para decirnos que no había otra alternativa que resignarse. Entonces, decidimos transformar la adversidad en impulso, para afirmar que solo aceptaríamos el mandato soberano de nuestros pueblos: Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia, que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra que, es voluntad unánime e indudable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias.

Nuestra independencia fue global e irreversible. Hoy como ayer, que así sea. La equidad integra, la desigualdad divide. Sin equidad no habrá inclusión, solo habrá conflicto y dependencia. Por ello, decir desendeudamiento en la actualidad, es lo mismo que decir independencia en 1816. Hoy nuestra América, que fue la región más desigual del planeta ha logrado recomponer su tejido social incluyendo, ampliando derechos y reconociendo sus culturas y sus identidades diversas. Sin integración no habrá liberación. Sin equidad no habrá independencia. Hoy como ayer, éste es nuestro desafío: el reconocimiento de una identidad plural, multiétnica, multicultural y plurinacional en nuestros estados. La educación de nuestros niños y jóvenes es la clave para un futuro de integración y desarrollo. Educarlos para la libertad, la justicia, la defensa irrestricta de los derechos


humanos, la inclusión, la dignidad y el respeto por las diferencias, el orgullo por nuestra identidad plural y diversa. La educación, el conocimiento aplicado y comprometido con las tradiciones, están en la base de todo proyecto liberador. En el origen de nuestra independencia, antes que guerras, hubo educación. De Chuquisaca, cuna de estudiantes y patriotas, hasta nuestras escuelas y universidades de la actualidad, la educación y el pensamiento nacional son condiciones necesarias para la verdadera emancipación. Como decía Alberdi en 1837: Dos cadenas nos ataban a Europa: una material que tronó; otra inteligente que vive aún. Nuestros padres rompieron la una por la espada; nosotros romperemos la otra por el pensamiento. Esta nueva conquista deberá consumar nuestra emancipación.

Debemos pensarnos desde una óptica propia, genuina. Debemos establecer una epistemología del Sur, con lugar para nuestros saberes ancestrales y nuestras prácticas milenarias. No significa esto una cultura endogámica. Todo lo contrario: significa dialogar con el mundo desde nuestra identidad. Porque un pueblo sin identidad, sin autoestima no se integra, se entrega. La educación es creatividad y orgullo, capacidad crítica, sentido de lo colectivo. La educación es entusiasmo y alegría. La educación es presente y futuro. La educación es, en definitiva, garante de la independencia, motor para la victoria en la interminable tarea de la emancipación. La educación da confianza y determinación, los pueblos deprimidos no vencen, los pueblos educados en la subestimación de sus capacidades, son pueblos deprimidos, dependientes.

La visibilización, el desarrollo y la profundización del debate político cultural en la Argentina La independencia argentina fue un proceso histórico atravesado por tensiones, conflictos y paradojas y que tuvo en el Congreso de Tucumán su momento culminante, representado en la Declaración de la Independencia. Hoy como ayer, late en Tucumán el corazón de la Argentina y de la Patria Grande. La construcción de la Nación argentina supuso profundos conflictos en cuanto a la forma de organización política del país. Fuimos ciudades y provincias antes que Nación. Este factor fue clave en nuestros trances post revolucionarios. Los pueblos del interior


reclamaron autonomía, representatividad y una distribución equitativa de los recursos. Dos proyectos bien diferenciados se enfrentaron y aspiraron a organizar institucionalmente el país. Fue la desigualdad la que profundizó esta división y estuvo en la raíz de los profundos debates que atravesaron nuestro siglo XIX. A los pueblos del Norte les tocó una gran responsabilidad en las guerras de independencia. En una tarea difícil, muchas veces llevada a cabo desde el aislamiento y la soledad, la defensa de la revolución y la independencia fueron un logro y un esfuerzo colectivo. La jerarquía militar y familias acomodadas de las provincias hicieron aportes importantes para el triunfo, mientras que cientos de miles de hombres y mujeres conformaron la masa crítica de los ejércitos revolucionarios. La historiografía no los consagró como héroes individuales y pocas veces encontraremos sus nombres en los relatos. Pero su gloria es colectiva. Su heroísmo es el heroísmo del pueblo. Es nuestro deber darles visibilidad, protagonismo y un lugar privilegiado en la memoria. En nuestra memoria resuenan los sonidos de los erkes, quenas y zampoñas con los que miles de Juanes Calchaquíes marcharon en defensa de la vida contra el invasor español. Vuelven a nosotros los sonidos de telares belichos con los que curtidas manos anónimas tejieron la tela que vistió a los norteños que nutrieron los ejércitos de Belgrano y San Martín.

Esos pueblos tuvieron en los caudillos sus líderes y representantes naturales que hicieron su decisivo aporte en las luchas por nuestra independencia. Hoy como ayer, el Noroeste palpita la hora de los pueblos, asume su responsabilidad histórica y se lanza hacia un nuevo horizonte. El legado de aquellos que estuvieron y ya no están, la fuerza de quienes estamos y un día no estaremos, el futuro de los que vendrán. Somos la memoria viva de nuestros pueblos, sin cuyos ideales, su noble entrega y pasión revolucionaria la independencia habría sucumbido. Somos nuestros trabajadores, campesinos, soldados, nuestros jóvenes, nuestros ancianos, nuestros pueblos originarios, nuestros vecinos, nuestros religiosos. Somos las familias, las comunidades en la diversidad, los pueblos. Somos las madres, abuelas e hijos. Somos nuestros estudiantes, nuestros docentes e intelectuales, nuestros artistas. Somos nuestros científicos. Somos también nuestros líderes populares, nuestros caudillos, nuestras mujeres revolucionarias. Somos Martín y Macacha Güemes, el canónigo Gorriti, Juana Azurduy, Felipe Ibarra, Chacho Peñaloza y Victoria Romero, Felipe Varela y Facundo Quiroga. Somos Manuela


Pedraza, Manuel Belgrano y Simón Bolívar, Tupac Katari, Bernardo de Monteagudo, Idelfonso de la Muñecas, José Artigas. Somos Juan Chelemín y José de San Martin. La unidad en la diversidad. Todas las voces en nuestra voz. Toda la piel de América en nuestra piel.

Las encrucijadas y los desafíos en vísperas del Bicentenario de la Independencia

La emancipación es siempre un porvenir, un desafío y una tarea. Pensarla en el Bicentenario es una invitación a recuperar el legado independentista en tiempos presentes y proyectarlos hacia un futuro en común. Nos sentimos parte de una Patria Grande porque compartimos el mismo territorio, la historia y la cultura que nos vinculan con las naciones. Por ello no podemos pensar el desarrollo sin anteponer las culturas de los pueblos, su identidad histórica y prospectiva. El verdadero lazo comunitario es pensar un futuro en común. Allí radica la más fuerte identidad que un pueblo pueda tener. Los pueblos sin identidad y orgullo no se integran, se subordinan. Es nuestro deber integrarnos y desarrollarnos desde nuestra propia identidad, diversa, plural y democrática. Latinoamérica ha vuelto a ser la Patria Grande con la recuperación de una democracia con inédito tinte participativo y horizontal. Con la madurez cívica para proteger los gobiernos democráticamente electos. Con la consagración democrática de presidentes que poseen la decisión política de avanzar solidariamente hacia la integración continental. Con políticas de inclusión, distribución de la riqueza, ampliación de derechos. Con la firme defensa de nuestra identidad y nuestros intereses nacionales en los foros internacionales, dando las batallas necesarias sin temor a caernos del mapa o aislarnos, todo lo contrario, no se cae del mundo quien está de pie. El desarrollo humano y el desarrollo social se retroalimentan y promueven valores que nos dignifican. El desarrollo implica el enriquecimiento de la identidad profunda de un pueblo, de las aspiraciones, del carácter integral de su vida. Nuestros países han puesto la política al servicio del pueblo y de la equitativa distribución de la riqueza, de los bienes materiales y simbólicos. Esto es poner a la política en el lugar prioritario que le corresponde como herramienta para ejercer nuestro derecho a transformar la realidad, a construir una patria más justa, libre, plural, democrática y soberana.


Toda verdadera batalla es cultural. No aceptamos la máxima individualista, mercantil y excluyente que dice, a cada uno lo que le toca. En el espíritu de nuestra independencia, la emancipación de los pueblos no reconocía fronteras: debía ser integral. Así llevaron sus luchas a los diversos puntos de la América. Donde otros veían fronteras, ellos vieron puentes. Su legado es universal y americano, es inclusivo y total, no admite pensar la parte sin pensar el todo. Creemos en una América infinita en su alcance emancipatorio. Referente de otro mundo posible, cuna de una nueva generación de hombres y mujeres, escenario de la revolución del buen vivir y del bien común y proyección de un nuevo horizonte de época para toda la humanidad, una América potente, genuina y de una entrañable transparencia. Ahora más que nunca, se necesita que todos andemos unidos, con todo nuestro corazón, y con todo nuestro empeño, en ese gran trabajo de la unificación maravillosa, bien verdadera, de aquellos que empezaron la lucha, que guardan en su corazón puros esos principios y no pierden la fe de la vida buena. (Manifiesto Zapatista en Nahuatl)

Hoy como ayer, de Tucumán en 1816 a la selva Lacandona en 1994, de Mar del Plata en 2005 al Bicentenario en 2016, la emancipación será para todos o no será para nadie. Para todos la libertad, la igualdad, la cultura, el trabajo y la riqueza, para todos la educación y la historia, para todos la dignidad y la rebeldía, para todos la patria. Para todos, Todo. Subo desde el sur hacia la entraña América y total pura raíz de un grito, destinado a crecer y a estallar, todas las voces, todas, todas las manos, todas, toda la sangre puede, ser canción en el viento…

Redactado por el Dr. Juan Pablo Lichtmajer con el aporte de las Provincias que integran el Consejo Regional Norte Cultura


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