Salvador rogelio ortega martínez troya

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Salvador Rogelio Ortega Martínez Gobernador del Estado Libre y Soberano de Guerrero Rafael Tovar y de Teresa Presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes Arturo Martínez Secretario de Cultura

Núñez

Antonio Vera Crestani Director General de Vinculación Cultural Citlali Guerrero Morales Subsecretaria de Formación y Vinculación Cultural Antonio Salinas Bautista Director de Formación Artística y Fomento a la Lectura


Troya sobre una muralla Zel Cabrera


Troya sobre una murralla Zel Cabrera

Cabrera, Zel Troya sobre una muralla / Zel Cabrera 24 p. 14 cm


Primera edición, 2015 © Zel Cabrera

Editor: Walter Jay Portada y formación: Jetzabel Selene Solano Jandete Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito. Impreso en México / Printed in Mexico

Ganador del Premio Estatal de Cuento, Poesía y Ensayo Literario Joven 2013 en la categoría de poesía


…parecía una muralla natural, blanca al resplandor del sol, azul en el ocaso purpúreo, pálida al alba, sangrienta a la aurora, algunos días confundida entre las nubes o centelleante entre los relámpagos. Umberto Eco


¿Cómo atravesar una muralla plagada de púas y toxina? Esta muralla es un árido jardín que mide treinta y cinco leguas de altura. ¿Para qué escalar murallas? ¿Cuántas puertas y francotiradores me esperan si escapo de aquí? ¿Cómo atravesar esta muralla con las manos vacías antes de la guerra, antes de imponer la lengua y las cómicas tradiciones? Mi madre dice que viene una hecatombe hacia la casa. Me postro en la ventana y los pájaros se han marchado. Mi madre meprotege del frío con un deshilachado suéter.


Abro la ventana y mi casa está sitiada por los hijos de Holofernes: somos breves, vamos en una corriente de sangre marchita y los frutos son minas que esperan una pierna que las active. Un ejército fantasma me aguarda en la esquina, me incita a formar parte de sus andanzas. Ese ejército, supongo con mi miope entendimiento, son larvas que se reproducen bajo el tifón que me acorrala. Prisionera. La asamblea observaba los albores de la batalla. Odiseo, con los brazos cruzados y el pensamiento contaminado de quiméricas añoranzas, recordaba el pelo de Penélope con el que le tejió un pañuelo que lo regresaría, después de diez inviernos, a su morada; eso sí, más viejo y menos amable, con el alma desbordada de arrugas y alientos podridos. “Esta guerra se debe a ti, no a los dioses que anegaron de pasión los músculos cerebrales de París”, le dijo Príamo a Helena. El ejército cercó Troya por diez años y las mujeres y niños enloquecían por la falta de comida, por el olor fétido de los muertos, por la


tranquilidad con la que sus líderes se divertían en medio de flechas, espadas y carrozas de oro envueltas en moho. “Cada aqueo que lucha con serenidad es un animal en celo que rumia penas y glorias”, contaba Helena y después, arrepentida de cambiar a su hijo por Paris, intentó aventarse desde la muralla y evitar los castigos por su infame decisión. Es la necesidad de fantasear con el horizonte, de poner los ojos en el techo y llorar hasta que la garganta quede espesa de soledad. Es curarse la ceguera que produce el encierro, estos tabiques como aguja. Es caer exhausto de imaginación y preparar la maquinaria para


torcerse las entrañas en el silencio de la frontera. Mi padre sale por el periódico todas las mañanas. Los últimos tres días, traen la misma primera plana: Falta agua, comida y algunos litros de alcohol. “Judith”, que es como me llaman en los prostíbulos, “¿cuándo traerás un miligramo de Valium para soportar el encierro?”, me preguntan los viajeros que consumen lo poco que nos queda. Camino sobre el sendero delas lamentaciones y los perros, creaturas que no me pertenecen, galopan hacia la imagen de una virgen, la violan y escupen sobre ella el veneno que les corroe la existencia.


Las últimas noticias: hace tres días se agotaron las reservas de maíz, chile, carne de res y los asuntos más urgentes del amor. Con Kafka callan las sirenas, dice Walter Benjamin, porque la música es la expresión y la fianza para escaparse. Kafka tocó puertas aún después de muerto; fue ese joven melancólico que manipulaba el portón de un sórdido castillo para que lo acogieran en la comunidad. Fue el migrante que cruzó la frontera en un tren o a pie, soportando el frío, la violencia natural y humana; es el joven que paga la travesía con los pocos centavos que le quedan o con el rosario de oro que le heredó su abuela. Kafka entendió que no hay canto, sólo las imploraciones al dios en turno para morir de sed o de hambre bajo una lluvia de vinagre. Lo que abandonas te abandona, por ello escribes sobre la pared, crees que alguien derrumbará la muralla: algún ejército del


siglo XX, tu madre y tus hermanos, una gota de agua bendita, un huracán de categoría 5. Trepar murallas vuelve al horizonte aún más lejano. No reconoces los árboles, los panteones, la necedad de las aves por adaptarse a una ciudad. Caes en cada cuerpo que fuiste en tu pasado: la niña, el perro, el esclavo, la madre con la pancita de cinco meses. Todo ello te abandona y levantas los ojos y tropiezas con tu dios burlándose de tu pies. Hoy soy poca cosa y lo único que recuerdo es que más allá de la muralla está la bahía que nos encamina hacia Ítaca; llegaremos a esa urbe sin necesidad de cortejar a diosas con el pubis hambriento, ni enterrarle lanzas a cíclopes,


no tenemos que hacer ningún trabajode Heracles como cortar las cabezas de una mujer que nació con un problema genético y sus padres la abandonaron; y frente al mar hay un cerro en el que brota oro pero sólo nuestro pueblo lo sabe y sabe que el metal brillante se acabará pues no germina como las semillas. Pero, desde hace quince días, la playa y el cerro están cercados por hombres persuadidos por la vanidad de Nabuconodosor. Iré, le digo a mi padre, con Holofernes para que me embriague y me posea y me fertilice y deje en paz a mi pueblo, para que se marche con mis fluidos y jamás vuelva a negarnos el alimento. El viejo Ezra entró en la cárcel con sus pasos esquizofrénicos, con una reciente edición norteamericana de Confucio (1945) y con los bolsillos llenos de vanidad. En la sala del juicio


dijo que era poeta, pero a nadie le importó. Los guardias dijeron que masticaba una semilla de eucalipto y los retó a jugar tenis con su sombra. El viejo Ezra trataba, con su lucidez, de derrumbar la muralla de metal que lo sacó de su cotidianidad. Después de un mes de encierro, le pasaron una Remington con la que se olvidó de las mafias y las perogrulladas fascistas; en las jornadas que podía estar en el patio le daba de comer a las aves raquíticas que posaban en sus pies. Durante las noches de desasosiego, se agarraba de los barrotes de su celda en busca de una frase que le diera inmortalidad. A los pocos meses lo cambiaron de encierro, y aunque los críticos literarios digan que en esa cárcel, rodeado de sicarios, traidores a la patria, gánsters y violadores de niñas, escribió sus diez mejores poemas, fue en un hospital psiquiátrico donde se le ocurrió la línea ideal para escaparse de la moralidad de la gente. Una muralla es una tumba. Describir murallas y el oficio de atravesarlas es un sacrificio


agradable, quedarse por voluntad propia en el encierro es un sacrificio seductor. Pero si al otro lado de la muralla hay un ejército, entonces, esos muros son un mito y una catástrofe. Así nacen las leyendas, así cayó Troya, así se hizo famosa Judith, así se escribe la belleza de una muralla.


Troya sobre una muralla De Zel Cabrera, Se terminĂł de imprimir en mayo de 2015 en los talleres de Guevara impresores s.a. de c.v. MĂŠxico, Distrito Federal. En su composiciĂłn se utilizaron fuentes de la familia candara y arno pro. el tiro consta de 500 ejemplares. Servicios editoriales De otro tipo. www.deotrotipo.mx



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