Revista Pensamiento Iberoamericano nº3. Laura Chinchilla.

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Historia y etapas de la revista Pensamiento Iberoamericano / 25

Los desafíos de la coyuntura internacional y un nuevo regionalismo para América Latina Laura Chinchilla Miranda*

Ex Presidenta de la República de Costa Rica

Los recientes acontecimientos en Europa y Estados Unidos constituyen importantes desafíos para América Latina, cuyos países tienen el imperativo de aprender de esas lecciones y emprender las reformas requeridas para enfrentar con relativo éxito su presente y porvenir. Para ello, deberían plantearse un nuevo regionalismo que permita que el avance de cada nación se convierta también en la fuerza que nos mueva a todas las demás naciones.

Una coyuntura internacional de grandes desafíos Nos encontramos en un escenario internacional en donde los procesos de integración de las naciones atraviesan importantes desafíos y en el que algunas experiencias recientes nos recuerdan que dichos procesos no parecieran ser irreversibles, como lo creíamos hasta hace poco. Hoy, millones de ciudadanos alrededor del mundo experimentan —y no solo perciben— que la globalización no les ha beneficiado, o que ha beneficiado considerablemente más a unos que a otros y por lo tanto, ponen en duda la efectividad de los mecanismos de integración promovidos en las últimas décadas. Los más recientes escenarios políticos en Europa y en Estados Unidos dan cuenta de ello.

* Ex Presidenta de la República de Costa Rica 2010-2014. Conferencista, consultora y profesora invitada en la Escuela de Políticas Públicas de la Universidad de Georgetown y en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Instituto Tecnológico de Monterrey.


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En Europa los ejemplos más elocuentes son el referéndum en Gran Bretaña o Brexit, las tendencias nacionalistas con opciones de triunfos electorales en varios países y el escepticismo de un importante sector de la población europea hacia las instituciones de Bruselas. Los datos de la encuesta del Eurobarómetro (Standard Eurobarómeter 86) del año 2016 confirman la enorme pérdida de confianza hacia la Unión Europea en un periodo de tan solo cinco años, la cual pasó de un 57% en 2007 a un 31% en 2012, manteniéndose casi invariable desde entonces. Esa caída ha estado asociada fundamentalmente a la crisis económica y financiera y a su consecuente impacto social del cual varios Estados europeos no terminan de recuperarse. La desafección hacia las instituciones de la UE se ha hecho acompañar también de una fuerte desafección por las instituciones políticas locales. El proceso de integración seguido en nuestro hemisferio ha sido radicalmente diferente al que tuvo lugar en Europa; sin embargo, observamos similares tendencias de antiglobalización y de desafección hacia las instituciones en la región. Prueba de esto fue el sorpresivo triunfo de Donald Trump en las elecciones de 2016; un triunfo construido sobre la crítica a los acuerdos comerciales —especialmente el NAFTA—, y la exaltación al nacionalismo y proteccionismo comercial, respaldada en la promesa

de denunciar el NAFTA y de frenar el avance de otros instrumentos de integración como el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP).

Los ciudadanos de América Latina son los que muestran menos niveles de satisfacción con sus respectivas democracias. Por su parte, desde hace unos tres años en varios de los países de América Latina se viven tendencias similares a las que ha vivido Europa: me refiero a una preocupante desaceleración económica que inevitablemente impacta las variables sociales y a un deterioro de la confianza de los ciudadanos en las instituciones que les gobiernan. De acuerdo a los estudios de opinión elaborados por el Latinobarómetro, los ciudadanos de América Latina son los que muestran menos niveles de satisfacción con sus respectivas democracias; así por ejemplo, en el año 2015 solo 37% de los latinoamericanos dijeron sentirse satisfechos con las instituciones democráticas, frente a cifras del 49%, 59% y 70% en Africa, Europa y Asia, respectivamente. A nuestro favor debemos reconocer que nunca como hoy las naciones de nuestro hemisferio habían estado más integradas comercial y políticamente y


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que dicho proceso de integración no ha resultado fuertemente cuestionado por parte de los ciudadanos. En materia comercial y de cooperación, a los acuerdos subregionales que dieron nacimiento a la creación de mercados comunes en los años 60 y 70 del siglo pasado, se sumaron en las décadas posteriores innumerables acuerdos de libre comercio a nivel bilateral y entre bloques de naciones. En materia de diálogo político hemos sido testigos de la intensificación de los esfuerzos y la creación de nuevos mecanismos como el ALBA (2004), Unasur (2008) y CELAC (2010), los cuales vinieron a complementar a los ya existentes. Todo este entramado de acuerdos y mecanismos cuenta con el soporte de una sólida plataforma de organismos regionales, entre ellos la OEA, el BID, la CAF, la CEPAL y la Secretaría General Iberoamericana. Este conjunto de acuerdos, si bien constituye una plataforma robusta que rige las relaciones entre nuestros países, no nos asegura por sí mismo el futuro de la integración regional, ni la recuperación sostenida de nuestras economías. Es mucho más lo que debemos hacer. Debemos avanzar hacia un nuevo regionalismo capaz de responder a los desafíos que plantean los vertiginosos cambios en el contexto internacional y más acorde con las demandas y aspiraciones de los ciudadanos de nuestra región. El impulso de un nuevo regionalismo se convierte en una tarea aún más

crucial a la luz de las señales de política comercial, política exterior y política doméstica que en sus primeros meses de gobierno ha enviado al mundo y a sus vecinos del sur la Administración Trump.

Debemos avanzar hacia un nuevo regionalismo capaz de responder a los desafíos que plantean los vertiginosos cambios en el contexto internacional. En materia comercial, aun cuando el mayor foco de atención se ha centrado en la renegociación del NAFTA, los balances históricos que habían caracterizado la política de Washington se rompieron, siendo que hoy tanto republicanos como demócratas se proclaman abiertamente proteccionistas. Esto no constituye un buen augurio para las naciones de América Latina, muchas de las cuales hicieron una fuerte apuesta por el libre comercio y tienen en Estados Unidos uno de sus principales socios comerciales. Las amenazas parecen ser más que retóricas; de acuerdo a los registros del Global Trade Alert, entre los meses de enero a mayo de este año, Estados Unidos adoptó el mayor número de medidas proteccionistas en el mundo.


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Al mismo tiempo que se retrocede en materia de libre comercio, Washington también anuncia posiciones contrarias a la ayuda para el desarrollo y en favor del gasto militar, y muestra un manifiesto desdén hacia las instituciones multilaterales. En materia de cooperación para el desarrollo, si bien es cierto que la mayor parte de las naciones de América Latina son naciones de renta media y, en consecuencia, poco dependientes de los flujos de asistencia, existen aún algunos países o subregiones que requieren de niveles significativos de cooperación no reembolsable, tales como Haití y el llamado Triángulo Norte de Centroamérica, conformado por Guatemala, Honduras y El Salvador. Por su parte, en materia de política multilateral, los países latinoamericanos han venido jugando cada vez un papel más activo y comprometido con las agendas para el desarrollo humano, el cambio climático, el desarme y otras más, todo lo cual no pareciera poder contar en adelante, de manera oficiosa, con el apoyo aliado de los Estados Unidos.

Hacia un nuevo regionalismo en América Latina Los acontecimientos en Europa y Estados Unidos constituyen importantes desafíos para América Latina, cuyos países tienen el imperativo de aprender de esas

lecciones y emprender las reformas requeridas para enfrentar con relativo éxito su presente y porvenir. Visualizo así la necesidad de plantear un nuevo regionalismo caracterizado por los siguientes aspectos: 1) replanteamiento de nuestras alianzas con socios extrarregionales, 2) mayor integración hacia el interior de la región, 3) cohesión al interior de cada una de nuestras naciones, y 4) énfasis en la variable democrática como condición para progresar.

1. Replanteamiento de las alianzas con socios extrarregionales La entronización en Washington del discurso proteccionista constituye el principal incentivo para la búsqueda y/o consolidación de socios fuera de nuestro hemisferio que nos permitan diversificar mercados, incrementar las exportaciones y promover una más agresiva política de atracción de inversiones. Esta tarea es en sí misma necesaria, dado el estancamiento que han venido mostrando las exportaciones de la región desde comienzos de siglo, las cuales, de acuerdo a la CEPAL, en materia de bienes pasaron de representar en el año 2000 un 5,7% del total de las exportaciones globales a representar un 5,5% en 2015; el dato es aún más preocupante en relación con las exportaciones de servicios, las cuales pasaron de representar un 4,1% a tan solo un 3,4%.


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Con Europa, China y otros mercados extrarregionales, nuestros países deben hacer un esfuerzo por fortalecer los mecanismos de negociación multilateral. Europa constituye una de las regiones en donde debemos hacer una de las mayores apuestas, no solo por la tradicional comunión de intereses y principios en muchos foros multilaterales, sino por la existencia de acuerdos bilaterales de comercio y cooperación entre países de la región con el bloque europeo (Chile, México, Perú y Colombia), así como multilaterales como el Acuerdo de Asociación entre los países de Centroamérica y la Unión Europea. En este sentido, resulta esperanzador el impulso que han venido tomando las negociaciones entre el Mercosur y la Unión Europea, las cuales se ven propulsadas por una Europa deseosa de consolidar nuevas asociaciones comerciales luego del golpe del Brexit y ante las tendencias nacionalistas a su interior, y un Mercosur en donde los recientes cambios políticos han instaurado gobiernos identificados con políticas más bien de corte liberal. La otra región con la que debemos intensificar los esfuerzos en marcha

es el Asia Pacífico y particularmente China. Con este último país la región ha multiplicado su comercio por 22 veces desde el año 2000, y los mensajes desde esa nación no admiten dudas sobre su interés en llenar cualquier vacío que Estados Unidos vaya a dejar. Coincidiendo con las elecciones en las que resultó triunfador Donald Trump, el gobierno chino emitió en noviembre de 2016 el “Documento sobre la Política de China hacia América Latina y el Caribe”, en el que se plantean los principios rectores y los objetivos de su relación con la región hacia adelante. Aparte de expresar sus intenciones de fortalecer las relaciones de cooperación, políticas y diplomáticas en el plano bilateral y multilateral, en áreas como la seguridad, la promoción de la paz y el cambio climático, el gobierno de China propone una agresiva política comercial y de inversiones. El mismo presidente Xi Jinping había anunciado desde inicios del año 2015 un incremento del comercio con nuestra región para la próxima década de 500.000 millones de dólares y de la inversión proveniente de ese país en 250.000 millones de dólares. Ahora bien, tanto con Europa como con China y otros mercados extrarregionales, nuestros países deben hacer un esfuerzo por fortalecer los mecanismos de negociación multilateral y por promover la convergencia de tratados bilaterales ya existentes en instrumentos multilaterales.


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Igualmente deberán atender la necesidad de mejorar aspectos logísticos para el eficiente acceso a nuevos mercados y apoyar al sector productivo para insertarlo en las cadenas globales de valor.

2. Integración al interior de nuestra región Más que un único proceso de integración a diversos niveles, lo que ha prevalecido en nuestro hemisferio ha sido un esquema de diversos proyectos de integración a nivel subregional y bilateral. Estos proyectos han estado económica y comercialmente motivados y con una fuerte orientación “hacia fuera” de la región; es decir, han sido concebidos como plataformas para la atracción de inversiones y la promoción del comercio internacional con otras regiones del mundo. En este sentido, al analizar el impacto de los diversos instrumentos sobre el comercio intrarregional, observamos que es relativamente menor de lo que podría y debería ser. En comparación con otras regiones como Europa y Asia, los países de América Latina, en promedio, comercializamos bastante menos entre nosotros. Esta situación se ha agravado con el bajo dinamismo de varias de las economías de la región en los últimos tres años, según lo confirma la CEPAL. Este organismo advirtió en 2015 de que, a la par de la grave caída en un 14% de las exportaciones

totales de América Latina y el Caribe, las exportaciones intrarregionales —destinadas a países de la propia región— se contrajeron en un 21%.

Las recientes señales de un posible acercamiento entre Mercosur y la Alianza del Pacífico para explorar eventuales mecanismos de integración resultan esperanzadoras. Resulta por ello indispensable poner todo el énfasis posible en el impulso del intercambio intrarregional, avanzando medidas como la facilitación del comercio, la mejora en la eficiencia de los sistemas de logística y comunicaciones, y la convergencia de acuerdos bilaterales o subregionales en instrumentos únicos de mayor alcance. Resulta también necesario elevar nuestras aspiraciones, profundizando las medidas de acceso a mercados, diversificando nuestra oferta productiva, elevando nuestros niveles de competitividad, y ampliando la agenda de los procesos de integración de la región. En este sentido, el ejemplo más notable que nos debería inspirar es el de la Alianza del Pacífico que, tal y como se presenta a sí misma, busca consolidar un área de “integración profunda” no solo en lo


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que respecta al intercambio de bienes, servicios y capitales, sino también de personas, y que más allá del objetivo de dinamizar las economías de sus socios, se propone crear cadenas de valor en sus procesos productivos e incidir en los niveles de productividad. Las recientes señales de un posible acercamiento entre Mercosur y la Alianza del Pacífico para explorar eventuales mecanismos de integración resultan esperanzadoras.

3. Cohesión social al interior de nuestras naciones La segunda condición es la urgente atención a los procesos de integración económica y de cohesión social al interior de todas y cada una de nuestras naciones. Aunque duela admitirlo, es más lo que algunos líderes de la región han hecho para integrar sus países con el mundo que lo que han hecho para integrar y cohesionar a sus propias sociedades. Aun cuando en los años de bonanza económica América Latina experimentó significativos avances en la disminución de la pobreza y en la reducción de la desigualdad, seguimos siendo una región de grandes y vergonzosos contrastes económicos y sociales. Los procesos de integración de nuestras economías con el mundo han hecho más dramáticas dichas diferencias. Sabemos que la integración tiende a generar beneficios económicos para una nación, pero esos beneficios

se distribuyen de manera desigual cuando no todos cuentan con las mismas herramientas para insertarse en los procesos de globalización. A menos que cambiemos esos escenarios de ganadores y perdedores que alimentan la polarización social y el descontento, estaremos alentando el germen que paraliza o revierte los procesos de integración. Más y mejor educación, cuido integral en la infancia temprana, mayores condiciones de equidad para la mujer en el mercado laboral, reconversión productiva y laboral, emprendedurismo de la mano de la ciencia, la tecnología y la innovación, son algunas de las políticas que el nuevo regionalismo debe poner en el corazón de su agenda.

Debemos promover no solo sociedades más integradas, sino también sociedades mejor compartidas. Adicionalmente, debo subrayar que no basta con promover una más justa participación de nuestros ciudadanos en los beneficios del desarrollo; se trata también de dar mayor protagonismo a sus voces en los procesos que definen el rumbo de nuestras naciones. Es decir, debemos promover no solo sociedades más integradas, sino también sociedades mejor compartidas.


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4. La democracia como condición para un desarrollo sostenible Junto con las políticas comerciales y de cooperación, otro factor que ayudó a impulsar el crecimiento y la integración en la región fue la promoción de la democracia; sin embargo, la tarea resultó inacabada.

Si deseamos afianzar los procesos de integración en la región debemos también hacer una apuesta más fuerte y decidida por la democracia. Luego del florecimiento democrático experimentado por América Latina en las últimas dos décadas del siglo anterior, se sucedieron numerosos acontecimientos que nos advierten de democracias con bajos estándares de calidad y altos niveles de disfuncionalidad, lo cual las sigue haciendo permeables a los liderazgos autocráticos, a la corrupción, y a la influencia de poderes fácticos como el crimen organizado. Si deseamos afianzar los procesos de integración en la región debemos también hacer una apuesta más fuerte y decidida por la democracia. No debemos condonar Estados que violan garantías políticas mínimas, arropados

por la apariencia de elecciones libres y gobiernos mayoritarios. Donde haya presos políticos, violaciones a las libertades de expresión y participación política, y ausencia de alternancia en el ejercicio del poder, simplemente no hay democracia. Y sin ella, tarde o temprano crecerá el descontento, la inestabilidad y la pérdida de legitimidad de las instituciones nacionales y supranacionales. Igualmente grave resulta la corrupción que ha penetrado las más altas esferas de la política latinoamericana y de la que han participado los más diversos intereses del mundo corporativo. Estas prácticas fuertemente asentadas en las instituciones son las mismas que invitan al narcotráfico y al crimen organizado a arraigarse en nuestras sociedades. Frente a este vergonzoso flagelo, se deben impulsar instituciones más íntegras y transparentes, acciones y políticas más efectivas en la prevención y control y un decidido combate a la impunidad. Al igual que está sucediendo en materia de combate a la corrupción desde Naciones Unidas con el impulso a la CICIG en Guatemala, o desde la OEA con la creación de la MACIH en Honduras; o en materia de defensa de la democracia en Venezuela desde la OEA y el Mercosur, más instituciones regionales deberían ser capaces de reafirmar el valor de la integridad, el Estado de derecho y la democracia como elementos centrales de los procesos de integración.


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Conclusión En la primera Cumbre de las Américas realizada en Miami en el año 1994, y en el marco de lo que parecía ser un consenso irreversible, se lanzaron las campanas al aire anunciando la creación del Área de Libre Comercio de las Américas. En ese entonces, incluso varias ciudades del hemisferio se disputaban ser la sede del ALCA, es decir, la que pudo haber sido la “Bruselas de las Américas”. Diez años después, un pequeño grupo de naciones, que luego se expandiría a un número más grande, anunciaba la creación del ALBA como contraposición al ALCA. El ALCA no logró prosperar y el ALBA está a punto de colapsar. El primero se impulsó desde el norte; el segundo, desde el sur. Ambas iniciativas abrigaron idearios contrastantes. Sin embargo, ambas iniciativas también se inspiraron en los esfuerzos promovidos desde las Conferencias Panamericanas y, antes de ello, en el Congreso de Panamá, convocado en 1826 por el libertador Simón

Bolívar. En otras palabras, el ideal de la unión de Estados de América ha sido acariciado por países del norte y del sur desde hace más de doscientos años. Es un ideal al que no debemos renunciar, pero es también un ideal que solo podremos realizar si lo construimos por vías diferentes por las que hasta ahora lo hemos intentado. Es decir, por vías sin pretensiones hegemónicas y caudillistas, donde más bien impere el diálogo constructivo entre naciones diversas pero igualmente respetables; por vías donde la retórica y la demagogia den paso a la acción efectiva fundada en claros derroteros; por vías en donde nadie avance más rápido a costa de otros, sino que el avance de cada nación se convierta también en la fuerza que nos mueva a todas las demás naciones. Esas son las vías hacia un nuevo regionalismo que nos permita fortalecer nuestras capacidades para enfrentar con éxito los grandes desafíos que hoy nos presenta el contexto internacional a nuestra región.


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