Diario digital 17 abril 2017

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Gabo NÚMERO 589 - AÑO XIII

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LUNES 17 DE ABRIL 2017


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Cultura

Gabriel

García Márquez Agencias

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Su prestigio literario, que en 1982 le valió el Premio Nobel de Literatura, le confirió autoridad para hacer oír su voz sobre la vida política y social colombiana. Su actividad como periodista quedó recogida en Textos costeños (1981) y Entre cachacos (1983), compendios de artículos publicados en la prensa escrita, y en Noticia de un secuestro, amplio reportaje novelado editado en 1996 que trata de la dramática peripecia de nueve periodistas secuestrados por orden del narcotraficante Pablo Escobar. Relato de un náufrago, reportaje sobre un caso real publicado en forma de novela en 1968, constituye un brillante ejemplo de «nuevo realismo» y puso de manifiesto su capacidad para cambiar de registro. Gabriel García Márquez falleció en la ciudad de México en 2014, tras una recaída en el cáncer linfático que le había sido diagnosticado en 1999.

director general Dr. Carlos García Méndez / director editorial Mtro. Oscar García Soberano jefe de información/redacción Nallely Martínez Reyes / diseño y formación Ricardo Abraham Trejo Hernández parte de redacción Briseida Montes, Joanna Nava, Lina Rodríguez, Ana Paula, Zeus Fabre corrección de estilo Ulises Monfil / reportera Berenice Arellano / colaboradores Naldy Rodríguez, Hilario Barcelata Chávez, Miguel A. Elorza-Vásquez, Hugo Jair Ortiz Landa, José Francisco Báez Corona

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ovelista Colombiano que nació en 1927, ganó el premio Nobel de Literatura en 1982 y es uno de los grandes maestros de la literatura universal. García Márquez fue la figura fundamental del llamado Boom de la literatura hispanoamericana, fenómeno editorial que, en la década de 1960, dio proyección mundial a las últimas hornadas de narradores del continente. En todos ellos era palpable la superación del realismo y una renovación de las técnicas narrativas que entroncaba con la novela europea y estadounidense de entreguerras (Kafka, Joyce, Proust, Faulkner); Gabo sumó a ello su portentosa fantasía y sus insuperables dotes de narrador, patentes en la obra que representa la culminación del realismo mágico: Cien años de soledad (1967). Los años de su primera infancia en Aracataca, Colombia, marcarían decisivamente su labor como escritor; la fabulosa riqueza de las tradiciones orales transmitidas por sus abuelos nutrió buena parte de su obra. Afincado desde muy joven en la capital de Colombia, Gabriel García Márquez estudió derecho y periodismo en la Universidad Nacional e inició sus primeras colaboraciones periodísticas en el diario El Espectador. A los veintiocho años publicó su primera novela, La hojarasca (1955), en la que ya apuntaba algunos de los rasgos más característicos de su obra de ficción. En este primer libro y algunas de las novelas y cuentos que le siguieron empezaron a vislumbrarse la aldea de Macondo y algunos personajes que configurarían Cien años de soledad, al tiempo que el autor hallaba en algunos creadores estadounidenses, sobre todo en William Faulkner, nuevas fórmulas expresivas. Comprometido con los movimientos de izquierda, Gabriel García Márquez siguió de cerca la insurrección guerrillera cubana hasta su triunfo en 1959. Amigo de Fidel Castro, participó por entonces en la fundación de Prensa Latina, la agencia de noticias de Cuba. Al cabo de no pocas vicisitudes con diversos editores, García Márquez logró que una editorial argentina le publicase la que constituye su obra maestra y una de las novelas más importantes de la literatura universal del siglo XX, Cien años de soledad (1967). Tras una temporada en París, Gabriel García Márquez se instaló en Barcelona en 1969, donde entabló amistad con intelectuales españoles, como Carlos Barral, y sudamericanos, como Mario Vargas Llosa. Su estancia allí fue decisiva para la concreción de lo que se conoció como el Boom de la literatura hispanoamericana, que supuso el descubrimiento internacional de los jóvenes y no tan jóvenes narradores del continente: el peruano Mario Vargas Llosa, los argentinos Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, los mexicanos Juan Rulfo y Carlos Fuentes y el uruguayo Juan Carlos Onetti, entre otros. En 1972 obtuvo el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, y pocos años más tarde regresó a América Latina para residir alternativamente en Cartagena de Indias y en Ciudad de México, debido sobre todo a la inestabilidad política de su país.

presidente Carlos García Méndez/ vicepresidente Estela García Herrera/ vocal Isabel Soberano de la Cruz/ director fundador Carlos García Herrera/ contralor Erik García Herrera

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Top 10: Diez obras imprescindibles de Gabriel García Márquez Agencias

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uando muere un escritor que deja un legado tan vasto, es difícil destacar únicamente unas cuantas de sus creaciones. Sin embargo, aquí seleccionamos diez de las obras más queridas de Gabriel García Márquez, un muestrario de su poderío narrativo. Felizmente, casi todo su trabajo se puede conseguir en cualquier librería de América Latina. Fue uno de los autores más vendidos en lengua española y fue traducido a docenas idiomas. Como todas las listas, esta es solo una introducción a la creación de su autor. Si no lo ha leído, esta es una pauta para empezar. Cada lector tiene su favorita. 10. Vivir para contarla (2002) La mayor confesión literaria de Gabo fue la primera parte de su autobiografía. En ella, contó de su vida, sus placeres y sus amores, para trazar la historia de un niño que se hizo escritor. 9. Del amor y otros demonios (1994) A Sierva María de Todos los Ángeles la muerde un perro rabioso y todos en la Cartagena colonial creen que está poseída. Su mayor padecimiento es amar. En el 2009, la costarricense Hilda Hidalgo realizó una adaptación cinematográfica. 8. Los funerales de la Mamá Grande (1962) Ocho cuentos, entre los cuales destaca el que da título al libro. El relato cuenta de la matriarca de Macondo. 7. El otoño del patriarca (1975) Uno de los grandes temas de García Márquez es el poder. Pocas veces lo analizó con la minuciosidad y vigor de esta compleja novela. 6. Relato de un náufrago (1955 / 1970) García Márquez, periodista. Esta historia se publicó en partes en un periódico, y luego fue reunida como libro. 5. El coronel no tiene quien le escriba (1961) El anciano coronel espera largo tiempo por una pensión que nunca llega. Lo único que tiene es un gallo de pelea con el cual espera ganar las apuestas en unos meses. 4. La hojarasca (1955) El nacimiento de Macondo. 3. El amor en los tiempos del cólera (1985) Si el amor tiene límites, esta novela nos hace creer que no. Fermina y Juvenal encantan en una historia recientemente adaptada al cine. 2. Crónica de una muerte anunciada (1981) Compacta, violenta, fascinante y perfecta: es uno de los libros más recordados de García Márquez, pues despliega una técnica narrativa impecable. Sabemos el desenlace desde la primera página, pero no por ello se teme lo peor antes del final. 1. Cien años de soledad (1967) Cada era tiene su mito fundacional, y el de la nuestra es esta novela. Cuando salió, en 1967, provocó una auténtica revolución en las letras latinoamericanas. Sus personajes se han convertido en parte del vecindario que comparten los lectores en español.


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Las leyendas de “Cien años de soledad”

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n mayo próximo se cumplen 50 años de la publicación en la capital argentina de la obra cumbre del premio Nobel de Literatura colombiano. En septiembre de 1966, después de trabajar 18 meses como un galeote en “Cien Años de Soledad”, Gabriel Márquez fue a la oficina de correos más cercana de su casa en Ciudad de México para a enviar a Buenos Aires el voluminoso manuscrito de casi 500 páginas. Una vez allí, él y su esposa Mercedes descubrieron que sólo tenían dinero suficiente para enviar la mitad. Recontaron los billetes y las monedas, volvieron a pesar las hojas. Pagaron. Y sólo se fue la mitad. Regresaron a su casa, empeñaron los únicos electrodomésticos que les quedaban -el secador, el calentador y la batidora- y volvieron para enviar el resto. Al salir de nuevo -según recordaría múltiples veces Gabo- Mercedes descargaría en una frase todo el peso que llevaba 18 meses acumulándose en su corazón: -Lo único que falta ahora es que la novela sea mala. Mito y realidad Como muchas otras escenas en su vida, es posible que Gabriel García Márquez haya fabulado la realidad para hacerla más atractiva -”la vida no es como uno la vivió, sino como uno la recuerda y cómo la recuerda para contarla”, dijo famosamente en el epígrafe de sus memorias. Y no sería la única vez que sucedió con “Cien años de soledad”. De hecho, García Márquez se cuidó de que el origen mismo de la novela se hundiera en la bruma del mito. En el artículo “La novela detrás de la novela”, publicado en la desaparecida revista colombiana Cambio en 2002, relató así el origen de la obra: “De pronto, a principios de de 1965, iba con Mercedes y mis dos hijos para un fin de semana en Acapulco, cuando me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y desgarrador que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera. Rodrigo dio un grito de felicidad: -Yo también cuando sea grande voy a matar vacas en la carretera. No tuve un minuto de sosiego en la playa. El martes, cuando regresamos a México, me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: ‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo’. Desde entonces no me interrumpí un sólo día, en una especie de sueño demoledor, hasta la línea final en que a Macondo se lo lleva el carajo”. Exactamente 20 años antes, en “El olor de la guayaba”, libro de conversaciones con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza publicado en 1982, Gabo había dado una versión aún más fabulosa de lo ocurrido. “(...) Un día, yendo para Acapulco con Mercedes y los niños, tuve la revelación: debía contar la historia como mi abuela me contaba las suyas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre para conocer el hielo. -Una historia lineal -Una historia lineal donde con toda inocencia lo extraordinario entrara en lo cotidiano -¿Es cierto que diste media vuelta en la carretera y te pusiste a escribirla? Es cierto, nunca llegué a Acapulco”.

La famosa portada En su biografía de Gabo (“Gabriel García Márquez, una vida”) el británico Gerald Martin le da, por supuesto, más credibilidad a la versión de que la familia siguió su viaje a Acapulco, donde el escritor tomo extensas notas sobre el tema. Sin embargo añade: “Sea cual sea la verdad, desde luego ocurrió algo misterioso, por no decir mágico”. Y es que, 50 años después -la novela fue publicada en mayo de 1967- la historia de cómo se escribió y publicó “Cien años de soledad” parece rodeada de un halo mágico. Desde el nombre del cuarto en el que la escribió (la “cueva de la mafia” en el número 19 de la calle de La Loma en el barrio San Ángel de Ciudad de México), hasta la portada que tuvieron que improvisar para la primera edición -con un galeón azul contra un bosque espectral y unos lirios amarillos- porque la diseñada por Vicente Rojo (con la famosa E al revés en el título) no alcanzó a llegar a tiempo. Se utilizó para la segunda edición. Desde la versión (al parecer falsa) de que el gran editor español Carlos Barral rechazó el manuscrito de la novela, hasta la historia (cierta y confirmada a mi por el propio Vicente Rojo) del librero ecuatoriano que se dedicó a corregir la E al revés en cada uno de los ejemplares que vendió, pues creyó que se trataba de un error tipográfico. O cómo Mercedes Barcha se encargó de resolver todos los problemas económicos del día a día durante los 18 meses que le tomó a Gabo escribir la obra. Y unida indisolublemente a esa leyenda está la ciudad de Buenos Aires, donde la editorial Sudamericana publicó por primera vez la novela. En su libro “Tras las claves de Melquíades», Eligio García Márquez (hermano menor del escritor), dice que sólo en la primera semana de publicada se vendieron 1.800 ejemplares de la novela. La cifra se triplicaría a la semana siguiente. Los 8.000 ejemplares de esa primera edición (una cifra enorme para le época) se agotaron en tres semanas. Después de Buenos Aires nada volvió a ser lo mismo para Gabriel García Márquez. El escritor argentino Tomás Eloy Martínez era entonces el jefe de redacción de la revista Primera Plana. Paco Porrúa, editor de Sudamericana, le había mostrado el manuscrito del libro y quedó tan fascinado que decidió enviar a un periodista a México para escribir un reportaje especial sobre el escritor. Los García Márquez llegaron a Buenos Aires en la madrugada (del 20 de junio de 1967, según las biografías de Gerard Martin y Dasso Saldívar; el 19 de agosto según el artículo “Los cien años de García Márquez” de Tomás Eloy Martínez). En el aeropuerto de Ezeiza los estaban esperando Porrúa y Eloy Martínez. En el mencionado artículo, Tomás Eloy Martínez dice que vio el momento exacto en que la fama cayó sobre García Márquez “como un rayo”. Así lo describió: “Aquella misma noche fuimos al teatro del Instituto di Tella. Estrenaban, recuerdo, “Los siameses” de Griselda Gambaro. Mercedes y él se adelantaron a la platea, desconcertados por tantas pieles tempranas y plumas resplandecientes. La sala estaba en penumbras, pero a ellos, no sé por qué, un reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido, gritó “¡Bravo!”, y prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: “Por su novela”, le dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso momento vi que la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrado aleteo de sábanas, como Remedios la bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos tiempos de luz inmunes a los estragos de los años”. La vida de Gabo nunca volvió a ser igual. Y jamás quiso regresar a Buenos Aires. Eso también forma parte de la leyenda que rodea la publicación de «Cien años de soledad”. No se conoce una explicación del propio García Márquez, pero según el diario argentino Página 12, Jaime Abello Banfi, amigo cercano y director de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, trató de dar una respuesta en la Feria del Libro del 2015 en esa ciudad. “Cuando terminó ‘La hojarasca’, le envió el manuscrito a Guillermo de Torre, de Losada, quien le recomendó “que no debía dedicarse a la literatura”. (La obra, la primera novela de Gabo fue finalmente publicada en una pequeña editorial colombiana). “El director de la FNPI opinó que luego de esa experiencia, Gabo podría haber dicho: “Hay que tener cuidado con Buenos Aires, quizá te haga sufrir”. Como sea, la capital argentina está indisolublemente unida a la leyenda de “Cien años de soledad”.


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La herencia de Juan Manuel Fangio Miguel Prenz Segunda parte

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n una vereda del centro de Mar del Plata, bajo el techo de la entrada de un edificio de líneas funcionales, protegiéndose de la llovizna helada, espera Oscar, zapatos, pantalón, campera y boina en diferentes tonos de marrón. Mira hacia ambas esquinas y saluda con la mano a un hombre canoso, bajo y fornido, que viste casi igual y avanza hacia él cubriéndose con un paraguas blanco y azul que tiene dibujos borrosos de autos de carrera. —Ahí viene Juan, mi otro hermano —dice Oscar, y lo saluda con un abrazo. A diferencia de Oscar y Rubén, Juan, de setenta años, no tiene ningún parecido con Fangio. Sus ojos son marrones, tiene la cabellera corta y frondosa ordenada por una raya al costado. Entran en el edificio, suben hasta el estudio del abogado de ambos y se sientan en una pequeña sala de reuniones a través de cuya ventana, desde la que puede verse la plaza del otro lado de la calle, entra una masa de luz grisácea. —Nosotros nos conocemos hace muchos años —dice Oscar—. Juan andaba siempre con el hermano menor de mi papá, el tío Toto. —Yo vivía con mi mamá y con mi abuela en Balcarce, todavía vivo ahí, pero iba siempre al taller de Toto porque él armaba autos de carrera —dice Juan—. Y a mí desde chiquito me gustaron los autos, los motores. Hice el secundario en una escuela técnica y después, cuando me recibí de ingeniero agrónomo, hice una maestría en Inglaterra y un doctorado en Estados Unidos sobre maquinaria agrícola. —En Balcarce era vox populi que él —Oscar señala a Juan— era hijo de Toto, así que en algún momento llegué a pensar que era mi primo. Con los años sumamos conocidos en común, compartimos asados, carreras y nos fuimos haciendo amigos. Nos vemos muy seguido porque vivimos cerca. Con Rubén nos vemos un poco menos porque Cañuelas está más lejos. Hasta ahora una sola vez nos juntamos los tres, un fin de semana en una cabaña en Tandil, que nos queda a todos a mitad de camino. Fue muy emocionante. Conversamos muchísimo, cada uno de su historia. —Mi historia es muy distinta a la de Oscar, él sí tuvo relación con nuestro padre. Yo nací el 6 de junio de 1945. Como ya estaba separada de Juan Manuel, mi vieja me anotó con su apellido, porque se llama Susana Rodríguez. Ella me contó que Toto, a pedido de Juan, la había ayudado a comprar las cosas que se necesitaban para mi nacimiento. —¿Y por qué Toto, sabiendo todo esto, nunca me dijo “Oscar, Juan es tu hermano”? —Creo que no nos dijo nada porque se imaginaba que nosotros sabíamos. Toto siempre me dijo que yo era hijo de Juan Manuel, y así me presentaba ante los demás en cualquier situación. Tres abogados y una abogada son parte del asunto. Miguel Pierri, en representación de Rubén. Apenas tomó el caso, en 2005, solicitó la exhumación del cadáver de Fangio, enterrado en el cementerio de Balcarce, del cual debían tomarse las muestras para el análisis comparativo de ADN. “Y así comenzó una batalla de años —dice Pierri—. Primero fue la Fundación Museo del Automovilismo Juan Manuel Fangio la que nos puso todo tipo

de obstáculos. Y luego enfrentamos un bloqueo pertinaz de parte de la familia Fangio a través de Ethel, una sobrina que vivió muchos años con él y lo cuidó hasta que murió. Ethel, que ya falleció, nos tomó como enemigos. Después de la lucha procesal, el juez autorizó que se hiciera la exhumación el 7 de agosto de 2015”. Los peritos obtuvieron la muestra del ADN de Fangio y la cotejaron no sólo con la de Rubén, sino con la de Oscar, quien se había sumado al pedido de exhumación. El resultado del análisis de Oscar se hizo público cuatro meses después, en diciembre de 2015, y el de Rubén en febrero de de 2016. Para ambos fue el mismo: hijo de Juan Manuel Fangio con el 99.9% de certeza. (Según el análisis que Juan se hizo luego con Oscar y Rubén, los tres son hermanos por línea paterna con el 97.4% de certeza.) “Lo que uno debería preguntarse después de conocer esos resultados evidentes es por qué la Fundación y la familia Fangio se opusieron tanto a que nosotros siguiéramos adelante con la exhumación. Tanto unos como otros dispusieron de todos los bienes de Juan Manuel, y se hicieron cargo de desarrollos inmobiliarios y del manejo de la marca Fangio”. Con la imagen y el apellido Fangio se venden y han vendido exclusivas líneas de ropa masculina, vinos de exportación, ediciones limitadas de relojes TAG Heuer, un combustible premium de la petrolera argentina YPF llamado Fangio XXI, las trescientas cincuenta Ferraris de colección de la serie The Fangio fabricadas por la firma italiana para celebrar su septuagésimo aniversario, y vehículos Mercedes-Benz, empresa que tiene al quíntuple campeón como uno de los pilares de su imagen corporativa; incluso su fábrica en la ciudad bonaerense de Virrey del Pino se llama Centro Industrial Juan Manuel Fangio. Ese inventario, que ya vale millones, es incompleto, según Pierri, y por eso se está realizando una auditoría que permita determinar con exactitud a cuánto asciende la herencia de Fangio que, tras su muerte, pasó a sus hermanos y sobrinos, ante la inexistencia de hijos reconocidos legalmente. “La fortuna de Fangio podría ascender a los cincuenta millones de dólares o más, porque además de las propiedades y los campos hay negocios en marcha. Sabemos que YPF pagó unos diez millones de dólares que se repartieron entre la Fundación y la familia. Puede ser que haya habido ocultamiento de bienes que, mediante supuestas ventas y subastas, se hayan transferido a supuestos terceros compradores. Hay gente que deberá dar cuenta por sus actos”. Erika Hooft, en representación de los cuatro sobrinos de Fangio que viven entre Balcarce y Mar del Plata, los mismos que, junto a Ethel, se opusieron a la exhumación porque, según la abogada, temían que las imágenes del cadáver fueran difundidas con morbo en los medios, algo que, finalmente, no ocurrió. “Una cosa es la exhumación y todo lo que tiene que ver con el derecho a la identidad, y otra muy distinta es la cuestión patrimonial —dice Hooft—. Según me han dicho mis clientes, Fangio se gastó todo su dinero en tratamientos médicos, y luego donó lo que le quedaba, autos, trofeos, medallas, al municipio de Balcarce para que se exhibiera en el Museo. El uso de la marca Fangio es administrado, en gran medida, por la Fundación, con la que mis representados tienen buen Continúa en la página 6


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vínculo, si bien no la integran activamente. De todos modos, entiendo que haya un reclamo por los bienes. Si yo fuese la abogada de los hijos de Fangio, ya estaría trabajando para aclarar la cuestión patrimonial. Cuando hay plata de por medio, uno pelea hasta sacarse los ojos para defender lo que considera propio”. Oscar Scarcella, en representación de Oscar y Juan. “No sabemos si Fangio fue cediendo todos sus bienes en vida o si los dejó a nombre de distintas sociedades. También hay que tener en cuenta los dividendos que genera la marca Fangio, que la están usufructuando el Museo y los familiares de Juan Manuel. A menos que se demuestre lo contrario, los familiares han actuado legítimamente porque no había otros herederos reconocidos. Pero una cosa es la legitimidad de un derecho y otra cosa es la buena fe con la que puede ejercerse. Y yo creo que los familiares de Fangio no han procedido de buena fe, porque saben de la existencia de Oscar desde siempre, capaz que de Rubén y Juan también, y lo único que han hecho es poner trabas procesales, incluso negando la historia de Oscar, que fue pública”. Christian Verdier, en representación de sí mismo, en tanto sobrino nieto de Fangio, y fundador y gerente de Los Templarios srl, la sociedad que comercializa la marca Fangio para cualquier tipo de producto, excepto los autos y otros vehículos, área de negocios que le pertenece a Mercedes-Benz Argentina, y los tractores, porque Fangio alguna vez autorizó a un conocido suyo a fabricarlos y venderlos con su nombre, aunque hasta el momento no lo ha hecho . “De Oscar sí sabíamos porque Juan Manuel tuvo una relación de muchos años con Beba, pero de Rubén y Juan nunca escuchamos nada —dice el abogado—. La verdad es que Juan Manuel y sus hermanos salían de joda todo el tiempo cuando eran jóvenes, y tenían mucho éxito con las mujeres. Juan Manuel siempre tuvo su harén”. Lo primero que debe quedar claro respecto del patrimonio de Fangio, según él, es que los ídolos deportivos de los cincuenta no ganaban lo mismo que Messi en la actualidad. “Juan Manuel ganó fortunas, por supuesto, pero durante los últimos años de su vida invirtió todo en la enfermedad renal crónica que lo llevó a la muerte. Con Los Templarios siempre actuamos en conjunto con la gente del Museo. Participamos del proyecto de la nafta Fangio XXI, por ejemplo, pero la que cobraba era la Fundación. Ahora la marca está desactivada… Perdón… En realidad, no está desactivada porque se está construyendo en Balcarce un hotel con el nombre Fangio, también con la Fundación”. *** El proyecto no consiste solamente en la construcción de un hotel en Balcarce, según anunció públicamente la Fundación Fangio, sino en el desarrollo y gestión por treinta años de una cadena de cuarenta y cuatro hoteles en la Argentina y otros países, el primero de los cuales se está levantando desde 2013 en esa ciudad de casas bajas en cuyo ingreso hay emplazada una escultura de Fangio al volante de La Flecha de Plata, como se conoce el Mercedes-Benz con que ganó dos campeonatos de Fórmula 1, hecha con discos de arado. A pocas cuadras del hotel en construcción, frente a la plaza principal, se

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encuentra el Museo del Automovilismo Juan Manuel Fangio, que ocupa el edificio de un cuarto de manzana en el que funcionó a comienzos del siglo XX la municipalidad. Hasta las mañanas de días laborables el lugar es visitado por turistas que lo recorren para fotografiar las medallas, los trofeos y las condecoraciones exhibidas en vitrinas, y la colección de medio centenar de autos, entre originales y réplicas, que está distribuida entre la planta baja y las ocho bandejas a las que se accede mediante una rampa helicoidal. Autos negros, blancos, amarillos, rojos, celestes, verdes, naranjas, de varias formas y marcas, los que Juan Manuel Fangio, el héroe argentino —como se lee en carteles y folletos— usó en su vida diaria y aquellos con los que compitió, también los de carrera que la Fundación recibió como donaciones de parte de Ayrton Senna, Alain Prost y otras figuras del automovilismo mundial. —Balcarce explotó turísticamente cuando se abrió el Museo, en 1986 — dice Antonio Mandiola, presidente de la Fundación desde 1998, en el bar de la planta baja. Fuma, aunque en el lugar esté prohibido, y el humo le envuelve la cara, el bigote y el pelo entrecanos. —El sueño de Fangio era que, para aprovechar el impulso del Museo, el grupo de gente de la Fundación formara una empresa que fuera redituable para sus integrantes y también para la economía del pueblo. En ese sentido, explica, se desarrolla el proyecto hotelero, que es gestionado por la firma Fangio Épos, de la que son parte la Fundación, una empresa inmobiliaria de Balcarce y otros socios particulares. Fangio Épos administra también una estancia en el circuito de turismo rural, un bar y un restaurante. Con el dinero de esos emprendimientos y el de las entradas se mantiene el Museo, como en otro momento se sustentó con lo que la Fundación cobraba por la nafta Fangio XXI o las ediciones especiales de TAG Heuer que, según Mandiola, fueron idea suya. —Nosotros no somos titulares de la marca, pero sí tenemos responsabilidad en su cuidado y en su uso. Ahora, con el tema de los hijos que le han aparecido a Juan Manuel, se están diciendo muchas cosas. Ellos y sus abogados han dicho que nosotros pusimos trabas para que se hiciera la exhumación, que nosotros hacemos negocios. Nosotros no tenemos problemas con nadie y evitamos la polémica. De hecho, a Cacho lo conocemos de siempre y ha venido infinidad de veces al Museo. De Rubén nunca jamás habíamos escuchado nada, así que nos tomó por sorpresa cuando lo vimos en los medios. Lo de Juancito también nos sorprendió, pero la diferencia es que a él lo conocemos desde hace años porque es de Balcarce y estaba todo el día con Toto. El comentario que corría acá era que Juancito era hijo de Toto. Los juicios de filiación, según Mandiola, no afectaron en nada la imagen de Fangio, no modificaron en absoluto lo que él representa en el ideario argentino: “modelo de hombre”, “arquetipo de valores espirituales como fe, tenacidad, valentía, inteligencia, aguante y espíritu de observación”, “alguien que ha visto la vida y sobre todo la muerte demasiado de cerca y demasiadas veces, que ha alcanzado esa ataraxia de los sabios que han meditado sobre la fragilidad del triunfo y sobre la vanidad de las coronas de laurel”, como


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música danza teatro letras cine pintura escribió Ernesto Sábato en un artículo publicado en marzo de 1973, pocos días después de que Fangio hubiera sido declarado ciudadano ilustre de Buenos Aires junto al Nobel de Química Luis Federico Leloir y Jorge Luis Borges; el texto está reproducido en una pared del Museo próxima al bar. —Alguna que otra mujer sí me dijo que se le había caído un ídolo —dice Mandiola—. Y recalco que fueron mujeres porque tienen sentimientos distintos respecto de lo que es la paternidad, de lo que son los hijos, y no saben del valor que tiene la trayectoria deportiva de Fangio en todo el mundo. Fangio era un exitoso y tenía todo a favor para poder salir con las mujeres que quisiera. Se acerca un hombre que se presenta como uno de los siete integrantes de la Fundación y le dice a Mandiola “acá te dejo tus llaves”, mientras apoya sobre la mesa las llaves de un Mercedes. Juan mira la pantalla, que cambia con cada click del mouse. Andrea, su esposa, menuda, rubia y de ojos celestes, entra en el living, grande, con revestimientos de piedra laja beige y ventanas al parque del fondo. Lo ve encorvado sobre la mesa de la computadora y le pregunta qué busca, antes de perderse en otro cuarto. En voz alta, para que Andrea pueda escucharlo, Juan dice “una foto” y, segundos después, “acá está”. Delante de una pared de ladrillos a la vista conversan cuatro hombres, a cuyos lados se ven los medios cuerpos de otros dos, mientras al frente de todos ellos, sentados a una mesa sobre la que hay un vaso de agua, una fuente con pan y una servilleta, posan, de izquierda a derecha, Fangio, Toto y Juan, quien, con una sonrisa recta, mira a Toto abrazar por el hombro a Fangio. —Esta foto se sacó a principios de los noventa en el quincho de la casa de los Fangio —dice Juan—. Debe haber sido una de las últimas veces que Juan Manuel vino a Balcarce. Esta es la única foto que tengo con él… y está Toto en el medio. Yo estuve con Juan Manuel en muchos de los asados que hacía acá, en su casa de Balcarce. Charlamos de un montón de temas, pero nunca salía la cuestión de la paternidad. Sinceramente, nunca tuve dudas sobre mi identidad porque siempre supe quién era mi padre. De chiquito mi madre me dijo que yo era hijo de Fangio. Ella me contó que tenía quince años cuando tuvo una relación corta con él, que en ese entonces tenía treinta y tres. Cuando nací, mi vieja tenía dieciséis recién cumplidos. Susana Rodríguez, la madre, tiene ahora ochenta y siete años y vive cerca de esta casa. Justo en el momento en que Juan ofrece conocerla, Andrea aparece y le dice que a esta hora, las tres de la tarde, seguro está durmiendo la siesta. Entonces, Juan dice que mejor será en otro momento, no porque a Susana le afecte hablar de Fangio, de hecho tiene un buen recuerdo de él, sino porque es mejor dejarla descansar. *** Desde el parque donde se encuentra la parrilla, el césped corto, las plantas cuidadas, los frutos maduros del naranjo, llega un aroma apetitoso que se mete dentro de la cocina, un ambiente pequeño en el que Rubén y Ercilia toman mate mientras esperan que, como casi todos los sábados, lleguen familiares para almorzar. Ercilia luce bastante delgada en su jogging marrón y, aunque tiene un año menos que su marido, setenta y tres, se le ven pocas canas en el pelo —teñido de— castaño. Dice que los únicos lujos de esta casa baja de frente amarillo, cercana a la estación de trenes de Cañuelas, son los servicios de internet y televisión por cable, que las jubilaciones de ambos no alcanzan para mucho, pero que tampoco se lamentan por eso porque siempre se han arreglado con lo justo. —Cuando nos casamos, yo quería entrar en la fábrica de Mercedes-Benz que está acá cerca, en Virrey del Pino, porque pagaban mucho mejor que en el ferrocarril —dice Rubén—. Entonces fui a ver a Fangio a su concesionaria de Buenos Aires para pedirle una carta de recomendación. Yo pensaba que, como era mi padrino, me iba a ayudar. Me saludó pero no me preguntó nada. Le pidió a un secretario que me escribiera la carta y me fui. Esa fue la única vez que lo vi. Llevé la carta a Mercedes-Benz, contento como perro con dos colas, pero nunca me lla-

maron. Fangio, según Rubén, debe haber dado la orden de que no lo contrataran para evitar las sospechas que seguro habrían surgido a raíz del innegable parecido físico entre ambos. Tenía el poder para hacerlo porque era uno de los principales concesionarios del país. De hecho, pocos años después de ese encuentro, en 1974, fue nombrado presidente de Mercedes-Benz Argentina. —Yo no entraba en la fábrica y veía que todo el tiempo contrataban gente, hasta conocidos míos. Ahí siempre trabajó medio Cañuelas. Algunos de los desaparecidos de la Mercedes-Benz eran de acá. Uno de ellos se llamaba Esteban Reimer y era el marido de una amiga mía de la escuela primaria, María Luján Reimer, Maruca. Entre 1976 y 1977, los primeros años de la última dictadura argentina, fueron perseguidos por su actividad política y sindical al menos veinte obreros de Mercedes-Benz, quince de los cuales, entre ellos Esteban Reimer, continúan desaparecidos. Según el informe Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad, publicado en 2015 por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos argentino, “existen pruebas e indicios que muestran las distintas formas en que Mercedes-Benz se involucró en los crímenes de lesa humanidad cometidos contra los trabajadores”, por ejemplo, facilitándoles a los perseguidores los legajos de sus empleados. Sin embargo, Fangio, la máxima autoridad de la filial local en aquellos años —y hasta 1987—, murió sin ser investigado por el Poder Judicial. Fangio nunca hablaba públicamente de ese tema ni de ningún otro vinculado a la política, salvo cuando aclaraba que no era peronista, a pesar de que muchos creyeran que sí lo era porque Perón, en 1949, había otorgado fondos al Automóvil Club Argentino para que comprara dos Ferraris para el equipo de pilotos que participaba de competencias internacionales en representación del país. En verdad, Fangio era conservador y, en nombre de ese partido, fue fiscal y presidente de mesa en varias de las elecciones que el conservadurismo ganó hasta mediados de los cuarenta en todo el país mediante fraude durante la –por tal motivo llamada– Década Infame. Rubén, en cambio, sí es peronista, y es uno de esos peronistas que, además de saludar retratos de Perón, exhiben en alguna parte de su casa una foto de Evita, en este caso en la tapa de un pequeño libro que está junto a la computadora. –Ese librito se publicó cuando murió Evita —dice Rubén—. Era de mi viejo… Vázquez. Él era tan peronista que hasta le decíamos Pocho, como le decían a Perón. Golpean la puerta de entrada. Ercilia se levanta para atender y manda a Rubén, pantalón de jogging gris, buzo negro y boina blanca, a controlar el asado, “para qué te pusiste, si no, la ropa de asador”. A Ercilia le toma unos veinte pasos salir de la cocina, atravesar el comedor, el living, y llegar al picaporte. Quienes acaban de llegar son Ricardo Vázquez, hermano de Rubén por línea materna, y su hijo. En el juego de las diferencias sería difícil marcar siete entre Ricardo Vázquez y Rubén porque las que hay entre ellos superan por mucho ese número. Alcanza con saber que Ricardo Vázquez tiene los ojos marrones, la piel mate y, a sus ochenta y siete años, algo de pelo para peinar. Se sienta a la cabecera de la mesa del comedor, con las manos apoyadas en su bastón. Viste un chaleco de tela polar y una remera marrón de mangas cortas que le permiten lucir los tatuajes azulados, ya difusos, que tiene en sus antebrazos y que se hizo cuando visitó varios países como suboficial de la Marina, no muchos años después de que hubiera trabajado como ayudante en el taller Fangio, Duffard y Cía., donde, recuerda, una tarde se quemó el pecho con un radiador. Golpean la puerta una, dos, tres veces y ya son doce los comensales. Ercilia se apura a tender la mesa porque Rubén ya sacó la carne de la parrilla. Despliega un mantel de tela escocesa verde y blanca, e inmediatamente después de haber visto un agujero en el centro lo retira con movimiento de mago. Regresa de la cocina con otro mantel de la misma tela, lo despliega y pone encima la vajilla, el pan, el vino, las ensaladas. La carne llega con Rubén. Todos mantienen viva una conversación que pasa de la política al fútbol y luego al tema que capta la atención por mayor cantidad de tiempo, la familia. Continúa en la página 8


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El mantel es el tablero sobre el cual Rubén, mientras conversa, juega con las migas de pan. Las barre con las yemas de los dedos hasta juntar un pequeño puñado que luego acomoda, alternadamente, en cuadrados blancos y cuadrados verdes. Es un movimiento lento que se vuelve rápido, errático, cuando la charla se concentra en Fangio y Catalina Basili, y todos tienen algo para decir. Ricardo, que siempre sospechó que su hermano era hijo de Fangio. Una de las hijas de Rubén, que su abuela le dijo que había callado por vergüenza y por miedo. Ercilia, que la familia nunca culpó a Catalina Basili por los momentos difíciles que vivió Rubén, pero sí a Fangio. —Por más mal que haya actuado —interrumpe Rubén—, no se puede hablar mal del Chueco, no se puede destruir a un ídolo. Todos tenemos grandezas y miserias… aunque es fuerte decir miserias. Digamos flaquezas. Todos tenemos grandezas y flaquezas. Vuelve la mirada hacia las migas y las mueve de un cuadrado verde a otro blanco. Fue debido a un acontecimiento inesperado que Oscar terminó acompañando a Fangio en su última actuación memorable en el automovilismo, en las 84 Horas de Nürburgring, de 1969. En esa época, Oscar ya no trabajaba en la concesionaria Fangio S.A. de Mar del Plata; tenía en esa ciudad un taller en el que, cuando no estaba reparando el auto de un cliente, preparaba sus coches de carrera. Mantenía una relación cordial pero distante con su padre, que vivía en Buenos Aires dedicado a los negocios, aunque en el último tiempo estaba también abocado a la dirección deportiva de La Misión Argentina que correría en Nürburgring, el circuito en el que doce años antes había ganado su quinto título. Con él a la cabeza, todo estuvo listo a tiempo. Sin embargo, cuando faltaban pocas semanas para viajar a Alemania, se retiraron del equipo dos de los diez pilotos. Fangio convocó entonces a Oscar para ocupar una de las vacantes. —Había muchos pilotos a los que podrían haber llamado, pero Froilán, que era un tipazo, hizo que me llamaran a mí —dice Oscar—. Para mí era un compromiso muy grande porque había que ir a hacer buena letra. Durante el mes previo a la competencia, cuenta entusiasmado, el equipo recorrió a diario el circuito alemán para estudiar las pendientes, los tramos de cornisa, las ciento setenta y dos curvas, siempre bajo las órdenes de Fangio, que compartió con todos el método con el que había ganado allí en 1957: aprender el camino por etapas de dos o tres kilómetros, con árboles, postes, lomadas y alambrados como referencias, para así saber dónde obtener ventajas. En la carrera, de todos modos, se despistaron dos de los tres Renault Torino de La Misión Argentina y el tercero quedó en el puesto número cuatro —en ninguno de los casos mientras Oscar estuvo al volante—, aunque había dado más vueltas que ningún otro coche y, por ende, era el ganador; los jueces le descontaron puntos porque el escape hacía mucho ruido y se pasaba del límite de sonoridad. Fangio protestó, manteniendo siempre los buenos modales. Más allá del resultado, dice Oscar, integrar La Misión Argentina fue uno de los máximos logros de su carrera como piloto, de la que se retiró a comienzos de los ochenta, tras cerrar su taller, para concentrarse en mantener a su familia, primero con un negocio de ropa y luego, hasta su jubilación, al frente de una agencia de lotería que había heredado su esposa, Norma. —Corrí unas setenta carreras, pero subí poco al podio. Debo haber ganado unas tres carreras o por ahí. A mí me costó mucho llegar a correr. Yo lo que quería era algún día andar entre los cinco primeros. Desapareció de la voz de Oscar el entusiasmo con el que suele hablar de su pasado como piloto. —Cuando vos corrés y sos el hijo de, piensan que sos igual. Pero no se pueden hacer comparaciones. Mi viejo es como un Messi, como un Maradona, uno de esos que nace cada tanto. Yo corría para aprender y todos me buscaban más defectos que al resto porque pensaban que estaba corriendo con el caballo del comisario, que iba a ganar seguro. Por eso yo decía “cuando pueda andar entre los cinco primeros voy a estar contento”. Y cuando llegué a andar entre los cinco primeros, cuando estaba andando más o menos bien, tuve que dejar el automovilismo porque no tenía los medios económicos. Me costó dejar porque era lo que ansiaba. A Oscar ni se le pasó por la cabeza pedirle ayuda a su padre para seguir corriendo. Eso habría implicado que

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mantuvieran una conversación, algo que, si bien nunca habían hecho a menudo, no hacían en absoluto desde mediados de los setenta. *** Enfrentados en la doble página, Fangio a la izquierda y Oscar a la derecha, tienen un parecido evidente, más allá de que, en las fotos, el padre tenga sesenta y largos, y el hijo, casi cuarenta. Sobre la cabeza de Fangio se leen la volanta “Juan Manuel ya no reconoce a Cacho” y el título “¿Qué pasó entre Fangio y su hijo?” de la nota publicada en diciembre de 1977 en la revista argentina La Semana. Los periodistas han viajado a Mar del Plata para buscar a Oscar. Cuando lo encuentran en la puerta de su chalet y le preguntan “¿Qué pasa con tu padre?”, Oscar responde “con mi padre no pasa nada”. Luego se distiende y explica que insiste en pedirle que resuelva la cuestión del apellido porque no quiere que sus hijas vivan el drama que a él lo ha marcado desde su nacimiento. “Es una cuota de crueldad que quisiera ahorrarles”. De regreso en Buenos Aires, los periodistas entrevistan a Fangio en una de sus oficinas. Al principio todo es sonrisas con el recuerdo de las victorias del pasado. Pero cuando le preguntan “¿Qué significa Oscar en su vida?”, él se queda en silencio. “Demuda el rostro. Los ojos se le endurecen repentinamente” y responde: —De eso no quiero hablar. —¿Por qué? —Es mi vida privada, y de eso no quiero hablar. —¿Cacho Fangio es su hijo? —Le reitero. Perdóneme. Pero ese es un tema privado, y no quiero hablar nada. A esa altura de la charla, Fangio “no puede controlar su nerviosismo”. Tiene “el rostro transfigurado” y mueve constantemente sus manos, “ágiles y expresivas cuando hablaba de automovilismo”, que ahora, sin embargo, le tiemblan. —Mi mamá nunca se metió en todo esto del apellido, ni antes ni después de separarse de mi viejo. Ella vivía su vida y yo la mía. Igual me la traje a Mar del Plata cuando ya estaba mayor, y acá murió en 2013. Oscar tiene las manos cruzadas, los dedos entrelazados, rígidos, sobre la tabla de la mesa. —Cuando mi hija mayor tenía cuatro o cinco años, eso debe haber sido en 1973, lo fui a ver a mi viejo a su oficina para arreglar de una vez las cosas. Yo le dije “de tu dinero no quiero nada, hacé testamento, regalá todo, hacé lo que quieras, yo lo que quiero es que me arregles la parte moral, la del apellido, que es lo que corresponde”. Y él… me dijo… “para que arreglemos todo y te deje sólo mi apellido vos tenés que hacer mérito”. Oscar se mira las manos, se las aprieta hasta que los nudillos parecen de nácar cuando dice mérito. —Le dejé de hablar por muchos años. En 1994 nos cruzamos en un homenaje que nos hizo Presidencia de la Nación por los veinticinco años de las 84 Horas de Nürburgring, pero sólo nos dimos la mano. Recién volvimos a hablar en 1995. Lo fui a ver a su casa de Buenos Aires porque sabía que estaba muy delicado. Le conté que mis hijas estaban en la universidad y él se puso muy contento. Ni hablamos del tema del apellido. Me pidió que fuera a verlo de nuevo y lo vi entusiasmado con eso. Volví pero mi prima Ethel me hizo atender por una mucama que no me dejó entrar y me dijo que mi viejo estaba internado. Y era mentira porque mi viejo estaba ahí, en la cama. No volví a verlo. Un silencio profundo permite oír con nitidez cómo, del otro lado de la puerta del living, juegan Norma y uno de sus nietos.


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Baloncesto en silla de ruedas

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esde su creación, en el año 1944, el baloncesto en silla de ruedas se ha convertido en una de las modalidades deportivas más populares, no sólo de los Juegos Paralímpicos, sino también como una eficaz herramienta para la rehabilitación de personas discapacitadas. Te proponemos conocer todo lo referente a este deporte y su forma de juego.

¿Cómo surgió? El baloncesto en silla de ruedas cobró notoriedad mundial cuando fue introducido en los Estados Unidos como parte de un programa de rehabilitación para veteranos de guerra incapacitados en el combate. Anteriormente, ya se había demostrado su eficacia como tratamiento terapéutico en Inglaterra, alrededor de los años 40. Los resultados tan positivos obtenidos en la rehabilitación y el ánimo de sus practicantes, hizo que en el año 1960, este deporte fuera introducido en los Juegos Paralímpicos de Roma. Normas básicas Regido por la Federación Internacional de Baloncesto en silla de ruedas (IWBF) y bajo supervisión de la FIBA, este deporte establece un número de reglas muy similares al baloncesto clásico, como por ejemplo, igual número de jugadores en cancha y medidas idénticas para el terreno de juego. La altura de la canasta también es la misma y los pases o tiros deberán ser realizados tras dos impulsos con la silla de ruedas. Además se establece que el jugador no puede levantarse en ningún momento de la silla, y sólo las ruedas podrán tocar el piso. Cuando el jugador sobrepasa los límites del terreno con cualquier sección de su silla, se considerará como una infracción y deberá sacar el equipo contrario. Por otra parte, teniendo en cuenta que el grado de discapacidad de los jugadores no siempre es el mismo, las reglas establecen un sistema de puntos que varía según la habilidad y capacidades de cada practicante. En total, la sumatoria total de cada equipo no deberá exceder los 14 puntos. Equipamiento Para este deporte, las ruedas de las sillas se han diseñado ligeramente inclinadas con el objetivo de simplificar algunos movimientos como los vuel-

cos y giros. Una silla podrá presentar un máximo de 6 ruedas que no sobrepasarán los 66 centímetros de diámetro, mientras que la altura máxima del asiento es de unos 53 centímetros. El cojín utilizado (sólo se permite uno) tampoco deberá ser mayor a los 10 centímetros. Por otra parte, están prohibidos los frenos en las sillas de ruedas, los reposabrazos que excedan la altura de las piernas y los neumáticos de color negro. Del mismo modo, sólo debe existir un aro de impulso por cada rueda, y para evitar accidentes se han provisto algunas medidas como las roldanas pivotantes para prevenir las caídas hacia atrás y las barras-rodillos que protegen los pies de hacer contacto con el suelo. Competiciones oficiales El Campeonato Mundial para éste deporte se ha celebrado desde 1973, con Bruges, Bélgica como la primera ciudad anfitriona. El primer campeonato del mundo de los hombres fue ganado por Gran Bretaña. En el mundo se han organizado 12 campeonatos en 12 ocasiones, 7 veces han sido ganados por los Estados Unidos (1979, 1983, 1986, 1990, 1994, 1998, 2002); por Canadá en dos ocasiones (1994, 2006); por Gran Bretaña una vez (el primer campeonato en 1973), Israel (en 1975) y Francia (1990). España ha participado en tres ediciones del campeonato (1985,1998 y 2002) ganando en el 85’ con el capitán Henares al frente. En España existe actualmente la Liga Nacional de División de Honor, compuesta por 2 grupos de 6 equipos que se enfrentan bajo el sistema Play-off. Similarmente, la Liga Nacional de Primera División comprende 12 equipos que se disputarán el ascenso a la Liga Nacional de División de Honor (los dos primeros clasificados), mientras que los dos últimos clasificados descenderán a la Liga Nacional de Segunda División. Este sistema de ascensos y descensos se aplica para cada una de las tres ligas descritas anteriormente. Paralelamente, se desarrollan otras competiciones como el Cpto. España de Selecciones Autonómicas y la Copa SM El Rey, compuesta por ocho equipos (siete pertenecientes a la Liga Nacional de División de Honor y un equipo de la ciudad organizadora del evento). Cada año, el campeón de la Copa SM El Rey podrá participar en la Copa Andre Vergauwen, mientras que el campeón de la Liga tendrá su voto garantizado para la EUROCOPA. El próximo Campeonato Mundial de Baloncesto en silla de ruedas se llevará a cabo en julio de 2018 en Alemania.


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Quién es Isabella Springmühl, la e diseñadora de moda con Síndrome

H Agencias

ace 20 años, a Isabel Tejada, madre de tres hijos, la sorprendió a sus 40 un embarazo no planificado. Ella sabía que a su edad emprendía un dulce camino pero con diversos riesgos. Efectivamente, en el nacimiento de su cuarta hija, comprobó que Isabella había nacido con síndrome de Down, uno de los trastornos genéticos más comunes del mundo. “Hasta este momento fui feliz”, recuerda haber pensado en ese instante Isabel y haber sentido una gran incertidumbre respecto del futuro de su familia y sus otros hijos. “Pero qué equivocada estaba”, confesó. “Hoy sé que Isabella tenía que llegar a mi vida”. Diecinueve años después de su nacimiento, Isabella Springmühl no hace más que llenar de orgullo a toda su familia con su constancia y su esfuerzo. Siendo tan joven, se convirtió en la primer diseñadora de modas con síndrome de Down en

presentarse con sus creaciones como artista emergente en la International Fashion Showcase, como parte del London Fashion Week. sabella está segura de que su talento como diseñadora de modas corre por sus venas. Fue la herencia directa de su abuela materna, que solía diseñar y confeccionar ropa. “Desde pequeña pasaba horas con las revistas de moda y con hojas de papel empezaba a trazar”, contó su madre en una entrevista con CNN. “Tenía como 16 muñecas de trapo y me pedía que le comprara tela que luego cortaba, y con alfileres iba haciéndole vestidos a las muñecas”. Después de graduarse del colegio como bachiller en Ciencias y Letras, Isabella intentó acceder a la única Universidad en Guatemala que posee una carrera de diseño de moda. Sin embargo, la discriminación y la ignorancia le impidieron estudiar una carrera universitaria por su condición. Recién en la tercera escuela donde aplicó, fue admitida. Así, Isabella comenzó a aprender cómo aplicar su pasión por el mundo fashionista y empezó a soñar con ser reconocida y triunfar en las grandes capitales de la moda. Su esfuerzo y su dedicación por entrar en una industria llena de obstáculos y dificultades callaron las voces que la intentaron convencer de que su condición no le iba a permitir triunfar. De tal modo, fue reconocida por las esferas más altas de la alta costura, que le permitieron cumplir su sueño de participar en la semana de la moda londinense y consagrarse como una de las diseñadoras más jóvenes presentes. Además, fue una de las primeras participaciones guatemaltecas en el evento y la primera diseñadora con síndrome de Down en brillar en las pasarelas británicas. Tuvo a su madre como cómplice y confidente, acompañándola en cada paso. El estilo novedoso de Isabella Springmühl pone toda la atención en sus creaciones, que combinan telas y estampados propios del folklore guatemalteco con el glam del mundo occidental en accesorios, carteras, ponchos y vestidos repletos de color, originalidad y estética latinoamericana. Trabajando en conjunto con artistas indígenas guatemaltecos, Isabella crea piezas eclécticas de autor. De hecho, ella misma se define como una diseñadora perfeccionista, que no deja nada librado al azar. Como resultado de su enorme talento y sacrificio, la joven diseñadora recibió en los últimos tiempos un merecido reconocimiento internacional. En el 2015, Isabella tuvo la oportunidad de mostrar sus diseños en el Museo Ixchel del Traje Indígena en Guatemala, donde toda su colección se agotó. Desde entonces, su carrera transitó en medio de un ininterrumpido crecimiento, ya que casi inmediatamente se trasladó sin escalas a la semana de la moda londinense de 2016, donde recibió uno de los aplausos más fuertes que se recuerden en la historia de festival. En octubre próximo viajará a Roma con su nueva colección. A pesar de que su ropa es para cualquier persona, Springmühl también quiere centrarse en quienes, como ella, sufren muchas veces la discriminación y la marginalidad: otras personas con síndrome de Down. “Debido a nuestras características físicas, a veces resulta difícil encontrar ropa bonita que nos quede bien”, explicó Isabella. “Tenemos cuellos cortos, torsos cortos”. Así fue que creó Down to Xjabelle, una línea creada específicamente para personas con Síndrome de Down. Isabella es sólo un ejemplo más de que nadie puede imponer los propios límites. Le quisieron negar su formación y le quisieron inculcar que una persona con Síndrome de Down no puede crecer ni mucho menos destacarse. Sin embargo, ella nunca dudó de sus condiciones y confió en que podía distinguirse. Desafió todas las limitaciones y llenó de felicidad a una familia que, como muchas otras personas, creyó que el Síndrome de Down era sinónimo de tristeza.


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exitosa e de Down

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