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Ten misericordia de nosotros y del mundo entero

El segundo Domingo de Pascua, este año el 16 de abril, la Iglesia celebrará el Domingo de la Divina Misericordia, una fiesta que fue instituida por San Juan Pablo II y que nos recuerda que Cristo es la Fuente de la Misericordia. La devoción se ha propagado en todo el mundo y seguramente conocerá usted a una o muchas personas que rezan la coronilla todos los días a las tres de la tarde.

Con un rosario normal se va desgranando en las cuentas mayores la oración que reza: “Padre Eterno, Te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero”. Mientras que en cada cuenta chica se dice: “Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”. Para que al final se repita tres veces: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”

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Esta devoción definitivamente que es para las personas que desean conocer el gran tesoro que encierran los escritos de Sor Faustina Kowalska quien, en revelaciones privadas, recibió el encargo de difundir esta devoción, así como para quienes desean experimentar la misericordia divina pues Dios es Misericordioso y nos ama a todos “y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia”, escribió Santa Faustina en su diario.

En la mayoría de versiones Jesús se muestra levantando su mano derecha en señal de bendición, y apuntando con su mano izquierda sobre su pecho fluyen dos rayos: uno rojo y otro blanco. “El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas (…). Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos” (Diario, 299).

Un brazo de Dios, el misericordioso, está conteniendo al otro brazo, el justiciero. Invoquemos pues la misericordia divina, infinita y universal, destinada a todos los hombres de cualquier tiempo y lugar, ¡También para cada uno de nosotros! Y, además, pidamos ser misericordiosos como nuestro Padre del cielo es Misericordioso.

Que tengan una santa y provechosa celebración de la Divina Misericordia.

Al mediodía del lunes 10 de abril, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Regina Coeli con algunos cientos de peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro para ese fin. Al final del rezo el Papa aludió al 25 aniversario del Acuerdo de Belfast con el que se puso fin a la violencia que había perturbado Irlanda del Norte durante varios decenios. A continuación, en español, el texto de la alocución. ***

Hoy el Evangelio nos hace revivir el encuentro de las mujeres con Jesús resucitado en la mañana de Pascua. Nos recuerda así que fueron ellas, las discípulas, las primeras en verlo y encontrarlo.

Podríamos preguntarnos: ¿por qué ellas? Por una razón muy sencilla: porque fueron las primeras en ir al sepulcro. Como todos los discípulos, también ellas sufrían por el modo en que parecía haber terminado la historia de Jesús; pero, a diferencia de los demás, no se quedaron en casa paralizadas por la tristeza y el miedo: por la mañana temprano, al salir el sol, fueron a honrar el cuerpo de Jesús llevando ungüentos aromáticos. El sepulcro había sido sellado y se preguntan quién nos podría quitar esa piedra (cf. Mc 16,1-3), tan pesada. Pero su voluntad de realizar aquel gesto de amor prevalece por encima de todo. No se desaniman, salen de sus miedos y de sus angustias. Este es el camino para encontrar al Resucitado: salir de nuestros temores, salir de nuestras angustias.

Recorramos la escena descrita en el Evangelio: las mujeres llegan, ven el sepulcrovacíoy, «con miedo y gran gozo», corren —dice el texto— «a dar el anuncio a sus discípulos»

(Mt 28,8). Ahora bien, justo cuando van a hacer este anuncio, Jesús sale a su encuentro. Fijémonos bien en esto: Jesús sale a su encuentro cuando van a anunciarlo. Esto es hermoso: Jesús las encuentra mientras van a anun-

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