El único archiduque en el reino de los Muiscas

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EL ÚNICO ARCHIDUQUE

EN EL REINO DE LOS

MUISCAS

Una

remembranza de Eduardo Vargas Jiménez

Un tributo a la AMISTAD GENUINA

La más complicada y delicada, y a la vez, la más completa y valiosa de las relaciones humanas

Al cabo de quinientos treinta y dos años del descubrimiento de Colón, se cumple en esta misma fecha la primera efemérides del temerario viaje a lo desconocido efectuado por el archiduque de Santana, Bora-Bora, Suescún y Venecia, desde Tibasosa, Boyacá, Colombia.

Allende la lontananza del derrotero que tomó el alma, metida en un ataúd impersonal rodeado y adornado con flores, estaba tendida la materia terrenal que se quedó para despedirla: bien bañada, vestida y peinada, con su carita infantil de yo no fui y sonriente de pura mamadera de gallo de lo que estaba sucediendo por estos lares.

Mereciendo tantos homenajes por tantas razones, lo ciertamente paradójico es que con esa timidez atávica, la alergia por la notoriedad, la incomodidad de ser huésped y el estrés de ir a llorar por la emoción, la única manera de que aceptara el primer y único testimonio privado de su vida era estar en ese estado. Detrás de esa imagen mundana final, habitó en efecto un personaje francamente extraordinario entre los mortales conocidos en persona: solidario, generoso, vivaz y latente, de profundas convenciones e instintos, con una clase de mentalidad enteramente diferente de sus pares de gente rica, sensible, agudo, nihilista, condesciente, gozón, alegre, sonriente y sumamente divertido en sus gestos y en la manera de contar las cosas, consciente de sus fortalezas y debilidades de su propia personalidad y carácter, sin mencionar sus obligaciones con las responsabilidades familiares, económicas, laborales, sociales, éticas y humanas, como lo saben bien todos los que le sirvieron y lo atendieron con dedicación, efectividad y afecto, especialmente las mujeres boyacenses y llaneras y, por supuesto, aquellas de distintas procedencias de altura que lo amaron limpiamente, así como también sus hijas, nueras, nietas, hijos, yernos y nietos, junto con quienes tuvimos el placer de ser sus huéspedes frecuentes y, naturalmente, el privilegio y el honor de haber encontrado, compartir y mantener una excelsa amistad con él (ni un si ni un no) durante treinta años e, igualmente, todos los que estaban en ese día en la capilla y la plaza principal de Suescún para rendirle ese homenaje que -ni de vainas- se hubiese dejado hacer en vida.

Fue emocionante ver la llegada de los viejos caporales y vaqueros llaneros, ya viudos o con sus mujeres de siempre o de ahora, compungidos ellos y llorosas ellas, acompañados por algunos hijos e hijas; los vecinos campesinos y sus familias de la vieja hacienda de encomenderos en el altiplano y una nutrida presencia de la vereda que la comprendía antiguamente; los encargados de las fundaciones, los contratistas y los proveedores tradicionales, los negociantes de ganado llanero, los agentes de toros de lidia, algunos toreros, miembros de cuadrillas distintas, los alumnos de las escuelas de lidia y de equitación fundadas por él, revueltos con tanta gente que atendieron el funeral no por la tribulación ni el duelo sino por el respeto, la admiración y, en especial, la gratitud debida por el Señor de la Tierra en ambos pisos térmicos.

De igual manera, acudieron al llamado espiritual damas y señoritas encopetadas en punto en negro, bonitas, gentiles y visiblemente afectadas, solas o escoltadas por caballeros circunspectos y gentiles, vestidos también con la elegancia debida, a la vez de una delegación representativa de la oligarquía nacional que arribó a presentar sus respetos al difunto archiduque en su plaza mayor. Y el resto de la gente de las últimas dos generaciones de alto nivel, no obstante vestidas como cualquier día normal, en cualquier caso cubiertas con una gran consideración de congoja que reinaba en el ambiente, mientras que la vida siguió andando por encima y por debajo de las apariencias visuales.

QUE SE PUEBLE EL CEMENTERIO Y SIGA LA RUMBA

Era tal la imagen general observada desde el corredor de la vieja casa, donde nos sentábamos tantas veces a tomar tinto y fumar tabacos santandereanos para continuar el tema o un cambio de tercio donde afloraron alguna vez creencias, la muerte, la religión católica, el servicio ritual, la capilla actual de la Encomienda, el cementerio privado que tan gentilmente me ofreció para contribuir al número de tumbas de gente afecta y conocida, y las exequias y los entierros conocidos y deseados, haciendo la salvedad de que él quería ser enterrado en Santana, al lado de las sepulturas pioneras en camino a los corrales sin ningún tipo de arandelas.

Nos divertimos sin duda alguna, al coincidir igualmente el deseo de no ser cremados sino enterrados como llegamos hasta ese punto y la necesidad de invertir esas tradiciones españolas de los oscuros tiempos de terror a la muerte, los llantos, las lágrimas, la pena y la amargura que persisten todavía en estos días, por algo más natural, coherente y significativo de acuerdo con las costumbres aborígenes ancestrales de júbilo y felicidad con la celebración colectiva del trasbordo al inframundo y a una nueva vida en otro espacio y tiempo, en tremenda rumba bien pagana y desordenada en honor al finado y a los asistentes sin ceremonias religiosas y únicamente una breve despedida oficial antes del sepelio y la fiesta, todo lo cual le sacó bastante jugo con la idea de acaso morirse en Boyacá para realizar un acto de despedida para la memoria trascendente de las generaciones en la posteridad:

¡Carajo!, las banderas izadas a media asta, las campanas doblen al vuelo y después por turnos de toque, voladores a granel, trago a raudales, con muchos churritos en minifalda llevadas de Yopal, Sogamoso y Moniquirá que lloren y gritan al principio y después cantan y bailan con la banda de Tibasosa y la comida de cerdo, ternera y cordero encargada del manicomio para que las niñas de Suescún se dediquen a atender la cantidad de gente que no se va a perder semejante jolgorio ni de vainas… y para que nadie se pueda quejar nada del entierro, ¡ni puel el carajo!

Los hijos (Hace falta María)
Los nietos

DESDE LA EMPATIA A LA HERMANDAD

La atracción surge de lo inesperado y el principio no fue el verbo sino un bombón. Una novia polaca de excesiva belleza por fuera y por dentro que cabalgó conmigo desde la Sochaloma cercana a Paipa hasta una de las más distinguidas haciendas de Sotaquirá para atender un ágape campestre, justamente en los tiempos donde rondaba el cuento de que las mujeres más bonitas en Boyacá se llamaban “turistas”, quien impactó la selecta audiencia de ese día, con los ojos de los caballeros desorbitados de admiración, envidia y golosos al recorrerla sin disimulo alguno.

Uno de ellos fue ese señor alto, gordo, con distinguidas facciones y buen gusto al vestir que nos presentó mi padre (Carlos Eduardo Vargas Rubiano) a la llegada. Muy simpático, amable y tantico acelerado, quien, de entrada, nos acribilló con muchas preguntas normales y decididamente anormales sobre la vida privada de cada uno, de manera que no era fácil determinar si se comportaba en serio, en broma, en un descaro indecente abrumador o pura mamadera de gallo de doble sentido nervioso de los colombianos al tratar con mujeres destacadas.

De manera que ahí nació esa relación que duró tres décadas, fundada en la solidez del respeto mutuo de nuestras diferencias y estructurada y enriquecida con las muchas cosas que teníamos en común, encabezadas por la rebeldía, el amor irrestricto por la libertad, la buena vida, la belleza femenina, el romanticismo, los buenos modales, la música, los libros, el humor fino, las buenas rumbas, la observación aguda, la tendencia noctámbula, el fastidio a madrugar, los dos golpes diarios, los chocolates belgas, el café, el tabaco negro, las aventuras de viaje, la mamadera de gallo y el arte de la buena conversación y la controversia sana, entre otras.

El conocimiento evolucionó al compañerismo, prosiguió a la camadería, continuó a la alianza, subió hasta la amistad y finalmente llegó a un nivel superior con la hermandad, cuando fui acatado por un cáncer linfático, un derrame cerebral y un infarto cardiaco simultáneamente que me llevaron al umbral de la realidad y lo desconocido ahí mismo. Se delicó porque no le conté (como a nadie) lo que me sucedía, aunque a diario estuvo pendiente de mí estado y evolución en el transcurro de las quimioterapias, los brutales dolores y la recuperación por fortuna un año después. Era el primero en llamarme para mi cumpleaños, antes de mi hijo Sebastián desde Holanda. Y dos veces me honró al sentarme en la cabecera para presidir el almuerzo en la larga mesa de sesenta invitados al cierre de la tienta anual de sus vaquillas.

Haber expresado nuestras opiniones sobre cuanto tema ha habido y podrá haber adelante en aquellos intemporales y muchas veces descarnados diálogos en sus propiedades y en los recorridos terrestres que realizamos juntos, y haber compartido innumerables momentos sumamente alegres y algunos pocos no tanto pero igualmente significativos, no sólo contribuyó al saber común sino que se consolidó ese vínculo con el cual me destacó doblemente al integrarme a su familia como un miembro más, ofreciéndome no solo extender hacia ella esos lazos de amistad y afecto que a buena hora heredé de mi padre, sino la oportunidad de ver nacer y crecer a las nietas y los nietos que le dieron más sentido al final de su vida y alegraron y endulzaron sus últimos años de manera especial e importante y, para su fortuna propia, (y de toda la corte alrededor suyo), agarrado firmemente al amor femenino que encontró bien arriba de tanto chiquero joven y viejo nacional e internacional que lo asechaba.

Esperando la tienta
Sobremesa llanera
Paseo cartagenero
Navidad en Suescún

PPrefería vivir en el campo, acompañado por la gente sencilla del lugar y haciendo alguna actividad preferente de su ánimo: la jardería y las obras de mampostería, pasatiempos que no encontraba en sus otras viviendas de Bogotá y Cartagena donde los echaba de menos, aunque le gustaba mucho tratar con la gente sofisticada de la urbe y el extranjero a quienes les mamó gallo de lo lindo en el proceso de acercarse y conocer la gente más allá de las hipocresías de la gran vida social -en la que descolló como gentilísimo anfitrión así como irreverente inquisidor- donde emitía destellos involuntarios de una extrema sensibilidad reprimida que prefería ocultar porque, en el fondo, subyacía en él un solitario soñador ilimitado, enfrentado de forma perenne a los demonios y a los molinos de viento de su propio tiempo para manifestar y defender su derecho a ser él mismo con la terquedad recalcitrante que le fue igualmente característica.

Consiguientemente, no era fácil objetivar y menos balancear el realismo con el surrealismo; todo lo puesto en escena cada vez frente a la acción real que sucedía simultáneamente detrás del telón de la trama escondida en la realidad del infinito universo de las causas, razones, motivaciones, impulsos del cimiento de la verdad escondida y guardada subyacente.

Menos aún, el drama interior en la vida presencial (como dicen ahora) de este autárquico rebelde con causa, aventurero por espíritu, curioso por necesidad, contradictor por naturaleza, caballero por convicción y amigo real que nunca creyó seriamente en nada ni en nadie distinto de él mismo y que jamás entregó su libertad a causa distinta de ella misma, por ella misma: lo que inclusive le sirvió para construir un mundo propio y exclusivo, muy bien delimitado y cercado, perfectamente aseado y podado, lleno de rosas y claveles, jazmines, hortensias y pensamientos, en el que convivía con su propia versión de la vida, de las cosas, de la historia universal o nacional, regional o familiar, inventando lo que hiciera falta en el momento para salir del paso, aun cuando con la honradez de advertirlo previamente en público.

Esa libertad que amó tan celosamente, lo convirtió no solo en un ser de una sola pieza, único y genuino dentro esta vasta variopinta colectividad de la vida real que conocimos (y por supuesto digno de una interesante y muy divertida novela social histórica contemporánea), sino igualmente en un prisionero de alta gama de esa misma libertad -fácilmente confundible con el egocentrismo, el despotismo, el derroche o la insensibilidad social- y, en esa misma tendencia libertaria lo llevó por el contrario a ser una persona noble, sencilla, prodiga y llena de calor humano con todas personas de cualquier estrato y que le dio la pujanza y el impulso genético para multiplicar los medios económicos heredados de sus ancestros con el objeto en últimas de poder convertir sus deseos en realidad que fue, precisamente, lo que hizo desde que tomó la decisión de decolar de la pista materna para comenzar a navegar por la vida en solitario, iniciando también así con esa búsqueda que se volvió inacabada de conseguir respuestas a todo lo existente, obligadas a ser tan convincentes como para traspasar la muralla de su propio escepticismo y, ojalá, hasta el punto de pulverizar los esquemas heredados y materializar los anhelados, hallar un equilibrio entre ambos y llenar en el mundo exterior con los vacíos existentes en el interior, en desarrollo de todo lo cual comenzó a buscar el amor para complementar la obra y, en consecuencia, a dar de qué hablar -muchodesde entonces. (“Un perro le ladra a una sombra y mil perros ladran al ladrido”).

Lo que no era para menos, tratándose de uno de “los partidos más cotizados de Bogotá y Boyacá”, de un caballero de quijotesca bizarría que por esa causa nobilísima del amor, se arriesgó a jugar todo o nada, a enfrentarse a todo y a todos y resistió con valor y dignidad el asedio y el ostracismo propio y extraño que lo llevó inclusive a concebir el proyecto de aislarse de las veleidades mundanas completamente, al conquistar una tierra nueva y fundarse en el Vichada, bien lejos de todos y de todo en el límite de la última frontera establecida por él mismo, en esas echadas de globos que, según decía, le inspiraban las hamacas del patio de Santana: las cuales, más bien, lo llevaron a vivir realmente mucho más lejos: en Londres, Edimburgo, Madrid, Cartagena de Indias y Bogotá; a visitar cuatro continentes y a conocer otros lugares geográficos con pueblos, creencias, costumbres y culturas que mucho le ayudaron a entender las suyas propias y a equilibrar el don de TENER con el -más enriquecedor- de SER.

Esa otra realidad conjugada con la libertad, lo llevó a contrariar el orden establecido a lo largo de siglos sin el menor pudor ni reato; a rechazar de plano los dogmas, los convencionalismos y las pretensiones sociales de manera sutil o directa pero invariablemente de mofa; y, en especial, a buscar con total dedicación un cierto grado de perfección en todo lo que significara imaginar, crear, dibujar, construir, criticar, corregir, terminar, embellecer y mantener con el objeto de cambiar y mejorar sus entornos físicos con equilibrios estéticos de muy alta factura y, de esa forma, aparte de engrandecer su espíritu, sin ser un arquitecto de universidad, hizo de Santana en la mitad de los llanos de Casanare un paraíso tropical de excepcional encanto y belleza con un toque mágico en el centro de una ganadería de carne vacuna célebre también por la calidad de sus miles de cabezas criadas allá, donde residía casi la mitad del año, dirigiendo obras, planeando otras, leyendo buenos libros por las tardes y atender las novelas de amor por la televisión satelital en las noches: el invento más importante de la humanidad, según él.

Hizo lo propio con Bora-Bora: la finca entre Villavicencio y Restrepo (otrora estación de recuperación del ganado que llegaba hasta allá caminando por varias semanas entre Casanare y los mercados de Villavicencio y Bogotá). Reformó las habitaciones y amplió la zona social de la casa principal, los prados y los jardines, hizo sembrar en sitios designados una buena cantidad de plantas y árboles floridos que escogía personalmente cada vez que iba (muchas veces conmigo de compañero-conductor por cualquier vía para llegar allá desde Boyacá), donde emprendió ensayos de cultivos de pastos, piñas para la exportación y algunas especies de nueces tropicales que casi todos fracasaron y se decidió regresar a lo que se sabía: la ganadería y formó entonces un pequeño hato selecto de cebú rojo y de esta forma el lugar se convirtió en una de las estancias favoritas donde le gustaba pasar temporadas: haciendo oficio todos los días.

En el altiplano, rescató de la decadencia total, la ruina y el olvido de la gran casa antigua de la encomienda de Suescún en Tibasosa, ya convertida en hotel de silencio, la cual no únicamente conservó hasta el último día como el último bastión de la alta calidad social, gastronómica, hotelera y musical que conocimos y disfrutamos en otros tiempos y después con él al mando, sino que, aparte de la meticulosidad de conservación permanente, mejoró, floreció y ennobleció esa hacienda incidida del cacicazgo aborigen de esa zona, a la cual llevó el siglo pasado la primera ganadería de lidia de Boyacá junto con su amigo y único socio el tolimense Felipe Rocha. Posteriormente, transformó y mejoró la renombrada casa de hacienda del famoso general liberal Silvestre Arenas en Sogamoso -Venecia- en una espléndida mansión sin parangón alguno en la región y, en todas ellas, de forma igualmente metódica y altamente organizada, produjo las reuniones, las tertulias y las fiestas privadas más concurridas, interesantes, animadas y divertidas de los últimos cincuenta años en el oriente medio colombiano que lo constituyeron en referente emblemático de la calidad superior social en Casanare, Boyacá, el norte de la capital del país y otras ciudades nacionales y el extranjero, sin hacer ninguna clase de bulla ni difusión alguna, pese a las ofertas y los pedidos hechos para dar pura pantalla.

A pesar de su timidez, una vez conocido atraía de inmediato su don de gentes con todo el mundo de cualquier nivel aunque no se deja ver que, por dentro, se debatía imperdurable entre un enjambre de creencias válidas y no tanto, de profundas o superficiales posturas, de molestias y tantico dolorosas raíces que, dueño de otra mentalidad harto distinta del común y corriente, lo enfrentaba contra él mismo y contra sus propios valores que marcó para siempre su imagen descontextada y confusa en la memoria colectiva. Se trataba de un tipo que le costaba trabajo llorar de tristeza pero no así de alegría; que fomentaba entre sus nietos la abundancia de dulces, helados, regalos, diversión y anarquía pura y dura, añoradas por él a esas edades, y quien gozaba más que ningún otro al producirlas. De un hombre que aprendió desde temprano a vivir la vida en solitario, toreando siempre la falta del cariño paterno y materno, mucho más antes de la protección económica, y que, con tiempo y esfuerzo, consiguió amansar tantico sus malos genios y “gozar con lo agradable y hacerse el pendejo con lo desagradable”, (siguiendo el sabio postulado del célebre “filósofo” Pizcorrio Joaquín Bustamante: un aristócrata criollo de finales del siglo XIX en Tunja, quien brillaba en la elite del notablato local porque, “sin trabajo conocido y sin haber salido nunca de la ciudad” y, a falta de radio o televisión por entonces, constituía el mejor invitado y la sobremesa ideal posible en esa época, al narrar los acontecimientos nacionales e internacionales y las novedades que traían la prensa atrasada, las revistas gráficas y los libros que recibía por correo desde Francia, Italia, España, los Estados Unidos, México y Argentina para leerlos también en latín, griego o esperanto, siendo uno de los tres ciudadanos locales autodidactas que hablaban idiomas extranjeros en esas épocas).

Santana
Parte de la represa
Jardín exterior Suescún
Jardín interior Suescún
Venecia
Venecia

LOS AHORCADORES PAISAS

Por su parte, el archiduque era aficionado a estudiar filosofía, historia, geografía, genealogía, psicología, arquitectura, astronomía, sociología, mitología y matemáticas, así como también le encantaba contar y repetir las historias de la llanura antes de él y durante el tiempo que las vivió, las anécdotas de sus familias Reyes e Isaza para asombro y estupefacción de las audiencias de todo tipo que las escuchaban en vivo y en tiempo real (como se dice ahora) y que, de regreso a sus respectivos círculos familiares y sociales, repetían en versiones distintas que, a su vez, generaban otras y otras más y así sucesivamente hasta el infinito de la creatividad criolla. Por lo que no fue nada extraño que en el imaginario social y popular se fuera construyendo con el transcurso del tiempo una enorme imagen suya -mezclada un poco con la de su hermano Adolfo y, en especial, la de su pariente el Pipo Reyes: legendario llanero de cuerpo de Atlas y facciones de Adonis que “mató a una mula con un puño”- que lo convirtió en una leyenda viviente en todas partes y que, de todos modos, constituyó sabroso tema que, a falta de otras ocupaciones o distracciones, disfrutaban por igual las familias llaneras en Casanare y las señoras urbanas y rurales de Boyacá y, con todo y televisión, las señoras encopetadas de la metrópoli andina, con altas resonancias en comidillas sociales en el extranjero, desde las épocas de las cartas llevadas por propios entre los llanos orientales y la capital del país y viceversa, hasta estos mismísimos tiempos de la Internet y las redes sociales, acercando la leyenda al mito y a una imagen distorsionada de la verdadera realidad de sus altísimas cualidades y calidades humanas dentro de esa gran comunidad de hoy mezclada con clases sociales diferentes, guachernosa y mayormente ignorante, vulgar, arribista y totalmente artificial por el consumismo que contribuye a mantener en plena vigencia la brutal sentencia del ilustre Barón Von Humboldt ante la academia de Berlín en 1838: “Colombia es un país donde nadie se toma el trabajo de formarse ideas claras sobre nada” y, menos aún, en medio del bombardeo de desinformación de toda índole en los tiempos que corren hoy.

“EL CAPITÁN GORDITO QUE NO OYE”

Aparte de su conspicua flotilla terrestre de grandes y poco comunes automóviles finos que conducía radiante, colorado y orgulloso, se caracterizó mayormente por la nave aérea Cessna 206 de lujo para seis pasajeros que él mismo piloteó durante cincuenta y dos años, ataviado con mocasines Croydon de lona y caucho, shorts arrugados, descamisado y despelucado, sin gafas de sol ni auriculares pero con guantes italianos, con un pucho de tabaco apagado en la boca y preguntándole al pasajero sentado en el puesto del copiloto si había entendido lo que le estaba diciendo la torre de Yopal. O, poniendo cara de niño travieso apenado y sacudiendo la mano derecha dos veces -atortolado- después de haber pasado las ruedas traseras de la avioneta por entre las ramas más altas de uno de los mangos próximos a la cabecera veranera de la pista principal de Santana, en un afortunado aborto de aterrizaje inducido por un vacío que, de repente, nos puso enfrente a los troncos de los árboles en una instantánea situación que, de no haber sido por la rapidez de su reacción refleja, habría ocasionado un choque mortal y tantico indigno y vergonzoso para ambos: un verdadero mangazo. ¡Qué pena, hombre, carajo!

Como concluimos ya sentados en el patio principal, whisky doble en mano, luego de que le ordenó al Poncho Reyes: el escudero mayor, compañero de estancia y cercano amigo, la tala inmediata de esos árboles que él mismo había sembrado y defendido de los animales silvestres durante tantos años, motivo por el cual, al tercer sorbo, resolvió dar la contraorden de sólo podar las ramas superiores y no tirarse semejantes árboles para decidirse finalmente al cabo del último sorbo, por no tocarlos ¡ni de vainas! y, más bien, alargar la pista en mil metros más y no sobar más con esa vaina, carajo.

Cada año me invitaba a acompañarle a Santana al inicio de Diciembre y me hacía quedarme hasta el fin de Enero. Varias veces hizo caer cartones de Pielroja desde avionetas rasantes rumbo al sur, con el fin de evitar que me fuera por la terminación de mis cigarrillos favoritos. Usualmente, por las mañanas, luego del contundente primer golpe (desayuno/almuerzo) el archiduque se dedicaba a revisar las obras que realizaba en el poblado mientras yo escribía al lado de la piscina y, en el transcurro de la tarde, nos reuníamos para tomar tinto y conversar antes de que yo salía a remar en la represa por algunas horas a bordo del “Queen Mary”, mientras él hacía sus crucigramas, llenaba rompecabezas o leía en una hamaca del patio principal y, a la entrada de la noche jugábamos tenis antes del baño y el cambio de ropa para el segundo golpe (cena), donde se hacía una tertulia de sobremesa previamente a ir juntos a la biblioteca en tiempos de rodeo principalmente, cuando él presidia “la junta directiva” con el encargado del hato, el caballerizo principal, los encargados de las fundaciones y el escudero mayor, detrás de su escritorio sobre el cual planeó y dibujó los extensos canales de agua que hizo construir para, en lo posible, evitar el robo continuo de ganado y que supervisada desde la avioneta conmigo de observador.

El único año que no pude atender su amable invitación a bajar al llano, debido al pedido expreso de mi madre ante el delicado estado de salud de Carlosé, cuando me salvé de chiripa de un asalto guerrillero al poblado en una tarde de comienzo de Enero. Luego de estar camuflados en la mata de monte aledaña a la represa, entraron al poblado disparando y buscando llevarse al blanco o sus hijos/hijas o nietos. Merced a la oportuna voz de alarma de una de las empleadas del servicio, se escondieron y se libraron también el archiduque, su familia y los huéspedes que estaban allá. Y, cuando nos encontramos sanos y salvos de nuevo, me aseguró que el único que pudiese haber ser atrapado sin escondite ni escape posible era yo, remando a esa hora en el “Queen Mary”.

La buena biblioteca que ayudé a cuidar libros y limpiar de ratones, cucarachas, arañas y comején en varias ocasiones, fue el escenario de interminables coloquios que sostuve varias tardes durante algunos años con el jefe político de los paramilitares de la AUC en esa zona llanera, a quien le caí en gracia desde la presentación que hizo el archiduque la primera vez y, en adelante, apenas se enteraba que yo estaba en el hato, iba hasta allá y pedía permiso para subir a dialogar conmigo y no con el patrón que me dejaba solo con semejante personaje hiperactivo y paranoico -“Benavides”- que me llamaba “doctor escritor” y me contó su vida en la ilegidad y uno que otro secreto de su macabra organización, aunque nunca permitió que lo grabara para escribirla, en cambio solicitó grabar en un casete que me entregó las tres piezas compuestas y tocadas por mí al piano para “escucharlas en el solaz al término del trabajo”.

EL ASCENSO Y EL DESCENSO

Sospecho que, aun cuando el archiduque no creía en ninguna divinidad inmortal, tuvo que haber existido por ahí alguna angelita de la guarda extraviada que lo protegió entre bambalinas y le ayudó a reforzar las facultades, la energía, la madurez, la frescura, la malicia sutil, el sentido del humor, la buena suerte y el tiempo para hacer lo que le dio la gana, así como mantener la bonhomía, el bienestar y sobretodo la felicidad que generó para poder disfrutar entera y cabalmente de la satisfacción de la plenitud y de su patrimonio, de su familia, de sus amigos y de su vida interna y externa hasta el final: cuando llegó a las frustrantes conclusiones de que SER no importa nada como TENER por encima de todo y todos; que el contacto personal se terminó y la comunicación entre seres humanos se convirtió en un asunto de máquinas, y que más avanza la tecnología, más atrasada se queda la gente que se supone debe estar más desarrollada gracias a ella, de manera que juzgó esta sociedad como degradada, degenerada, decadente y nada respetable por sus graves síntomas que imperan en la actualidad: la maldad, el odio, la doble moral, la indignidad, la traición, el egoísmo, la desunión, la envidia, el resentimiento, la venganza, las mentiras, los amigos falsos, la avaricia, las violencias, los multipolares de todos sexos, la ceguera colectiva, la polarización, los falsos mitos o cualquier otra realidad que se persigue encontrar en estos tiempos neuróticos cuando se perdió igualmente hasta el valiente sabueso belga Wilson al servicio de la Nación que encontró la verdad tan buscada y no obstante despareció en la selva sin dejar rastro. Y mucho menos en esta época demencial, corrupta, indolente, intolerante, prejuiciosa y codiciosa que ha invertido los valores y se ha convertido en una pantomima de esencia con el mimetismo en la falsedad como marco y estilo de vida en el estado fáctico del mundo contemporáneo hecho un desastre político, económico, ecológico, espiritual y social. Por ende, entró en conflicto consigo mismo al ser consciente de su propia incapacidad para poder apaciguar su creciente decepción con el género humano y mucho menos atajar el demoledor avance de su propia senectud.

Tengo la certeza de que el compañero de andanzas y aventuras memorables de no creer ni siquiera en la inteligencia artificial: mi muy querido Don Fernando José Reyes Isaza, archiduque de Santana, Bora-Bora, Suescún y Venecia, decidió efectuar el último periplo en solitario con su primer vuelo metido en el éter sin ningún plan de vuelo, hacia mucho más allá de lo infinito conocido: tanto al frente de los escenarios llanos y claros de la lejanía de los tiempos -con momentos e instantes imborrables de señales brillantes de amor, sinceridad y armoníacomo detrás de los llamativos desde lejos grandes telones cambiantes del fondo -que, de cerca, se transforman en nubes negras y pesadas sobre y bajo los altos picos al frente, los lados y debajo y sin mayor visibilidad en la penumbra donde se camuflan en el suelo todas las desgracias de la humanidad- desembocó en el delirio del hastío donde descubrió al final lo que quería en el entretanto de esa simbiosis con el agua clara hirviendo, agitada o quieta del baño diario en bañera en todas partes y climas, encontró igualmente la inmersión en el reposo, la paz total y el ultra silencio esperados.

De manera que el año precedente me tocó el doloroso honor de atestiguar que el último Gran Señor de la Tierra en esta zona oriental de Colombia se retiró del servicio activo y que, con él, se fue también lo que quedaba de una época dorada de armonía, señorío, esplendor, gallardía y autentico gozo de la existencia que, me temo, ya no se repetirá jamás en estas tierras de Dios y del diablo.

De manera que, desde entonces, reitero la bienvenida más afectuosa y positiva a la inmortalidad sempiterna en éste y el nuevo mundo del porvenir, al concluir que la duda que no existe es que las fuerzas combinadas del todo y de la nada convergen en su compañía para siempre.

12 de Octubre de 2024, Vereda de Mirabal, Paipa, Boyacá, Colombia

EL CABALLERO AMIGO

Nació en Bogotá el 12 de Octubre de 1950. Bachiller del Colegio de Ramírez. Ganador del primer concurso nacional intercolegial de cuento en 1969. Trabajó en el diario El Tiempo como redactor general y director de la sección de Turismo. Jefe de Redacción de la revista Cromos. Se especializó en periodismo investigativo y periodismo para televisión en Gales y Escocia en el Reino Unido. Se graduó en producción y dirección de cine y televisión y la Psicología de los Medios de Comunicación en Hilversum, Países Bajos. Fundó la empresa Camarandes TV, free-lance para estaciones oficiales y privadas del norte de Europa. Regresó al país para organizar y dirigir la información y comunicaciones de Carbocol S.A. Realizó las primeras trasmisiones de televisión del segundo autódromo de Bogotá. Produjo y filmó comerciales para Colombia, Ecuador y El Salvador, así como documentales ecológicos. Consultor de la Corporación Nacional de Turismo para el altiplano. Diseñador y director del programa de señalización turística para Boyacá, Cundinamarca y el norte del Tolima. Director del departamento de Imagen, Relaciones Corporativas, Laborales y Públicas de la agencia de medios Bonilla & Asociados. Asesor de comunicaciones de Sofasa-Renault para la planta de Duitama. Fundador de la primera empresa de turismo ecuestre en Boyacá: Cabalgandes Top Tourism. Escritor, guionista, fotógrafo, creativo, equitador y explorador. Compositor de jingles, músico aficionado de piano y congas.

Diseño, Dirección y Producción

Ted Wargs Inc.

Composición, Diagramación y Montaje Jhonatann Salcedo Chaparro

Fotografías

Diferentes archivos privados

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