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Rincón de los artistas. Cuento de Graciela Amalfi

Grinsaurius, un dinosaurio en el parque.

Grinsaurius es un dinosaurio viejo y arrugado que anda escondiéndose por entre los árboles del parque. Y de tan viejo es muy sabio: entiende que si Franco y sus amigos lo llegan a ver, se van a poner locos de contentos. Los chicos tienen un montón de dinosaurios en su casa, pero son todos de juguete. Celestesaurius es azul con pintitas de color blanco y tiene las patas cortitas. Redsaurius es rojo y tiene rayas negras en su cola larga. Oransaurius es naranja y muy, muy largo. Como ya les dije, ninguno es de verdad. El de verdad es Grinsaurius que es bien verde, y eso le viene bien para esconderse entre los árboles y que la gente no lo reconozca.

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El otro día hacía tanto calor que Grinsaurius salió a dar una vuelta. Con su cola larga iba arrastrando todo lo que había suelto por ahí: una pelota de la selección argentina, un ramo de flores que alguien se olvidó en el pasto, un mate y el termo de unos papás que miraban cómo jugaban sus hijos, una sillita de una nena que se fue a jugar al tobogán. Todo, todo lo arrastraba con su cola larga. Y justo esa tarde, Franco no fue al parque: se fue al cumple de un primo que vive en la otra cuadra de su casa. Joaquín y los otros amigos de Franco sí fueron al parque, y sí vieron a nuestro Grinsaurius. Cuando los chicos se dieron cuenta del lío que estaba haciendo el dinosaurio de verdad con su larga y arrugada cola se acercaron para ayudarlo a que camine mejor y no se chocara todo. Y ahí nomás se armó un revuelo bárbaro en el parque. Los chicos se fueron acercando de a poco: no sabían si el dinosaurio de verdad los iba a atacar o algo así. Parecía enojado, pero en realidad estaba asustadísimo y salió corriendo a esconderse de nuevo.

-No nos tengas miedo -le gritaron Joaquín y sus amigos-. Vení mañana cuando haya poca gente. Nosotros te vamos a enseñar a caminar sin tropezar con todo lo que encontrás en el camino.

Al otro día en la escuela, los amigos de Franco le contaron lo que había pasado con el dinosaurio Grinsaurius.

-¡Uy… justo el día en que no fui al parque! -dijo Franco rascándose la oreja.

-Le dijimos que vaya de nuevo hoy —dijeron los chicos.

Franco se quedó pensando, y antes de que tocara el timbre para entrar al aula, dijo:

-Nos va a tener que acompañar algún grande: solos no nos van a dejar ir.

Mientras entraban al grado, todos estaban con cara de serios pensando a quién le dirían que los lleve al parque esa tarde. No le prestaban mucha atención a la seño.

-Le digo a mi abuela Ana -dijo Franco. Y lo dijo tan fuerte que hasta la maestra lo escuchó.

-¿A tu abuela Ana? -dijo la maestra sonriendo- ¿La abuela Ana, vuela?

Todos se rieron, y Franco también -aunque le dio un poco de vergüenza-. Lo que pasó es que la maestra estaba hablando del

vuelo en V de los pájaros, y Franco seguía pensando en el dinosaurio del parque.

-Me equivoqué -dijo Franco, y se largó a reír. Sus amigos también se rieron, y la maestra no entendía mucho.

A la tarde, la abuela Ana llevó al parque a Franco y a tres amigos más.

-¡Grinsaurius! ¡Grinsaurius! -gritaban los chicos.

Y nada. Ni señales del dinosaurio de verdad. Como Grinsaurius no dio señales de andar por ahí, los chicos se fueron a jugar al tobogán. Después de subir y bajar como veinte veces, en una de esas veces en las que Franco estaba bien arriba, señaló para el lado en donde los árboles eran más altos, y dijo:

-¡Miren para allá, me parece que se asomó Grinsaurius! -se largó del tobogán y todos salieron corriendo para donde estaba el dinosaurio. Menos la abuela Ana, que estaba tejiendo y no podía correr tan rápido como los chicos.

Franco, Joaquín y los otros dos amigos se acercaron a Grinsaurius: ahora no tenían miedo, sabían que el dinosaurio era bueno. Cuando Grinsaurius los vio, estiró bien largo el cuello, movió la cola varias veces y habló como lo hacen los dinosaurios: como gritando, pero no de enojo.

- Grinsaurius -dijo Franco- qué lindo verte. ¿Querés venir a mi casa?

El dinosaurio hizo un gesto de no con la cabeza y hasta abrió la bocaza y se le vieron los dientes. Los chicos entendieron que él no podía ir a ninguna casa, si lo veían lo iban a meter en un zoológico. Le hacían caricias y Grinsaurius se quedaba quietito. Se notaba que le hacía falta mucho cariño.

-¿No tenés familia, vos? -le preguntó Franco. Franco y sus amigos pensaron que era mejor que Grinsaurius se quedara escondido en el parque. Le prometieron que no le iban a contar a nadie que él vivía por ahí.

-¿Se lo podemos decir a mi abuela Ana? -le preguntó Franco-. Ella sabe guardar un secreto.

Grinsaurius hizo un gesto como que si con la colaza. Los chicos no podían creer que tenían un nuevo amigo tan distinto a ellos, al que debían visitar y acompañar para que no se sintiera tan solo. Por eso todas las tardes, menos cuando llueve, los chicos vienen al parque, y en lugar de ponerse a jugar en las hamacas o el tobogán se meten entre los árboles para visitar a Grinsaurius. Cuando los llevan sus papás, los chicos les dicen que se van de expedición a los árboles.

-Cuidado -dicen las mamás-, no se vayan a lastimar cuando trepan a los árboles.

-No nos vamos a lastimar -gritan los chicos, y salen corriendo a visitar a Grinsaurius.

Ahora Grinsaurius ya no se siente solo: tiene amigos de verdad que lo cuidan y le dan cariño. Y de tan contento que está, hasta se puso un poco más verde y se le fueron algunas arrugas.

Autora: Graciela Amalfi. E-mail: gracielaamalfi@gmail.com Instagram: @gracielaamalfi

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