“si quieres correr, corre una milla; si quieres experimentar una vida diferente, corre un maratón” EL MARATÓN DE MI VIDA (I parte) No sé verdaderamente por qué lo hice. Ni sé tampoco qué me llevo hacerlo. Y ni tan siquiera puedo recordar realmente cuando empecé a pensarlo. Pero lo cierto es que el día 3 de junio de 2012 participé por primera vez en mi vida en una maratón: 42 km. 195 metros corriendo sin motivo aparente contra todo y contra nadie, aunque para ser más exacto debo reconocer que corría contra mi mismo. Todo empezó allá por el mes de septiembre de 2011 cuando después de un mes de agosto de merecido descanso y desenfreno me propuse salir a correr con la sana intención de recuperar la forma y reiniciar mi actividad boxística en el mes de octubre, pero lo cierto es que a medida que iba avanzando en mi entrenamiento de running le iba cogiendo el gustillo a esto de “salir a correr” y, pasadas unas semanas, me propuse participar en una carrera. Pues sí, me sentía con ganas y fuerzas de correr un 10.000 en mi ciudad, Talavera, sólo por el simple hecho de participar en una competición atlética y disfrutar de correr por mi ciudad con las calles cortadas y sin tráfico. Una ocasión excepcional. En la citada carrera se podía ampliar la longitud del recorrido y hacer media maratón, pero yo solamente me planteé acabar los 10 km, puesto que sólo llevaba entrenando un mes. A medida que iba avanzando la carrera me iba encontrando cada vez en mejor forma y al llegar al kilómetro 10 decidí de manera pasional seguir corriendo, ya que me encontraba bien de fuerzas. En ningún momento me arrepentí de haber tomado esa decisión, a pesar de que en el kilómetro 18 empezaron a flaquear las fuerzas, pero pude acabar la media maratón sin contratiempos en una hora y cincuenta minutos. Me sentía muy contento de haber terminado la prueba, era la primera vez en mi vida que corría, sin meditarlo, una carrera y las sensaciones habían sido sensacionales. Pasados los días mi afición por el runnig fue en aumento, entrenando más tiempo, haciendo rutas, series, diversos entrenamientos, cambios de ritmos, subidas, bajadas, investigando en Internet, metiéndome de lleno en el mundillo, hasta que llegado el mes de noviembre me lesioné la rodilla izquierda: sobrecarga muscular. Todo ello fue derivado de no tener un entrenamiento coherente, sino autónomo y sin sentido. Por lo que tuve que hacer rehabilitación y estuve parado sin entrenar una temporada.
Al reiniciar la actividad me lo tomé con más calma y, sobre todo, los entrenos los realizaba de una forma ordenada e inteligente, nada alocado ni temperamental, aunque en algunos casos el desahogo y desasosiego era uno de los motivos de mis ansias por correr, o, en algunos casos, de huir. Hay un momento en el que los problemas y las inquietudes se olvidan. La angustia, ansiedad y desazón desaparecen. Ese momento es la carrera. Corriendo se le planta cara a todo: a la crisis, al sistema, a la fatiga, al dolor, al sufrimiento, a la resignación, a los pensamientos negativos, al pesimismo, a las cosas que menos nos gustan de nosotros mismos; corriendo soñamos, encontramos soluciones, recuperamos la ilusión, olvidamos el rencor y los disgustos; te liberan la mente, descargas tensiones, volvemos a ser nosotros mismos, te permite recordar, por eso creo que seguí corriendo. Y es que esta afición se estaba convirtiendo sin saber por qué en devoción, a pesar de haberme puesto las zapatillas por casualidad y sin convencimiento aparente, pero poco a poco el running te va enganchando y a pesar de ser un deporte aburrido no sé que tiene que te engancha. Puede ser que es un deporte muy sacrificado, solitario, disciplinado, en el que se sufre mucho y el esfuerzo y afán de superación son sus principales señas de identidad, y todo eso encaja totalmente con mi personalidad y con mi otra gran y primordial afición: el boxeo. Hablando de boxeo, en el mes de diciembre reinicié mis entrenamientos de boxeo que compartía con la nueva afición de correr, hasta corrí el 31 de diciembre la San Silvestre Talaverana con una buena marca. Y como el destino de vez en cuando juega conmigo, este mismo destino decidió por capricho enviarme a vivir a Valladolid, puesto que encontré trabajo en una agencia de comunicación trabajando en lo que llevo realizando desde que descubrí mi verdadera vocación profesional: la producción de eventos, aunque más que vocación profesional podemos decir que es una prolongación de mi personalidad, debido a que soy extremadamente meticuloso. Así que en Pucela reinicié mis entrenamientos corriendo por la ribera del río Pisuerga sin un objetivo aparente ni un rumbo certero. Hasta que kilómetro a kilómetro me iba sintiendo cada vez en mejor estado de forma, no obstante de vez en cuando tenía algunos dolores en los músculos inferiores, sobre todo, rodilla y cadera. Esto venía propinado por mi particular comprensión, aunque esto no me impedía que contra viento y marea, y sobre todo mucho frío pucelano, saliera a correr semanalmente por las calles, parques, riberas, caminos de la vieja capital castellana que tanto daño a hecho a Poyales con el injusto e inmoral robo de nuestro Proindiviso.
Todo esto me llevo a decidir de manera imprevista e improvisada hacer la maratón de Madrid, a celebrar el 22 de abril, ya que me sentía muy motivado y con ganas de superar mis propósitos y ponerme a prueba. Por lo que, de esta forma, conseguí un objetivo por el que correr. Y es que hasta entonces no sabía por qué corría, me recordaba mucho a la escena de la maravillosa película Forrest Gump, cuando Tom Hanks se pone a correr sin sentido y sin un motivo aparente. Ahora yo lo tenía. Aunque mi gozo se quedo en un pozo debido a que tuve que desplazarme dos semanas a Barcelona para organizar el Mundial de Pádel en el Palau Sant Jordi y no puede entrenar prácticamente nada. Así que descarté correr la maratón madrileña, si bien me reemplacé a mi mismo a otra prueba, ya que estando en la Barcelona coincidí con la maratón local y pude comprobar el ambiente que rodea a estas pruebas y allí mismo decidí que si la carrera de Madrid no la hacía tenía que hacer otra. Era ya un objetivo de superación personal. Y dicho y hecho, a mi vuelta a Valladolid reinicié mis entrenamientos semanales, 5 días a la semana dividido en fartlek, carrera continua, series y resistencia, así como fortalecimiento de piernas en el gimnasio, con el único objetivo de estar preparado para cuando se cruzara en mi camino un maratón, a pesar de no tenerlo visualizado todavía. Además, como test participé en un cross de 8 km. y en la media ½ de la ciudad, denominada “la antigua” que consiste en recorrer la zona antigua de la capital vallisoletana. Ambas carreras las hice con buenas marcas. Hasta que conocí por medio de la revista runners que el 3 de junio se celebraba la XXX edición de la maratón de Bilbao, y, sin miramientos ni escepticismo, decidí correr la primera maratón de mi vida. La maratón está totalmente impregnada de épica y dramatismo. Cuenta la leyenda que en la ciudad griega de Atenas, las mujeres esperaban saber si sus maridos ganaban o perdían la batalla en la llanura de Maratón, debido que sus enemigos persas habían jurado que tras vencer a los griegos irían a Atenas a saquear la ciudad, violar a las mujeres y sacrificar a los niños. Al conocer esto, los griegos decidieron que si las mujeres de Atenas no recibían la noticia de la victoria coincidiendo con la puesta del sol, serían ellas mismas quienes matarían a sus hijos y se suicidarían a continuación. Los griegos ganaron la batalla, pero les llevó más tiempo del esperado, así que corrían el riesgo de que sus mujeres, por ignorarlo, ejecutasen el plan. El general ateniense envió al mensajero Filípides, que además de haber estado combatiendo un día entero, tuvo que recorrer la distancia de los míticos 42 km. 195 metros, puesto que la ciudad de Maratón está al noroeste de Atenas. Tomó tanto empeño en llegar a su destino a la mayor brevedad que, cuando llegó, cayó agotado y antes de morir sólo pudo decir una palabra: "νίκη" (-Níki- victoria en griego antiguo).
Ahora me tocaba a mí correr esa distancia mítica y cargada de leyenda solamente por el simple hecho de cumplir un objetivo de superación personal. El día 3 de junio de 2011 amaneció en Bilbao con la neblina típica de Vascongadas. Las sensaciones al despertar a las 06:45 horas eran de nerviosismo y ardor ante el envite que me esperaba. Vi desde la habitación del hotel como salía el sol con recelo, haciendo presagiar la dureza de la prueba que me tenía preparado ese histórico día. La salida del maratón la tomé a las 08:30 desde la Gran Vía con paso firme y templanza, pero como mucho respeto y algo de recelo al no saber como iba a responder mi cuerpo en el mítico kilómetro 30, que es denominado en el argot como “el muro”, puesto que a partir de ese kilómetro el cuerpo se queda totalmente sin fuerzas y energías y lo único que le lleva es el afán de acabar la carrera y la fuerza vital. Y así fue, los primeros kilómetros los corría a un ritmo lento intentando reservar fuerzas para la fase final del recorrido, lo que me facilito el poder disfrutar de la ciudad, sus calles, monumentos y paisajes, ya que nunca había estado en la capital de Vizcaya. Conseguí encontrar un grupo de 4 “runners” que llevaban mi mismo ritmo de carrera y hasta la media Maratón lo hice con ellos, pero al superar el ecuador de la carrera decidí cambiar de ritmo, puesto que iban muy lentos y no me encontraba del todo bien. Por lo que aceleré el ritmo y les dejé atrás sin miramientos. De ahí en adelante hice el resto de la carrera totalmente solo, lo cual no me preocupaba en absoluto, puesto que estoy acostumbrado a entrenar en solitario y si algo me fascina de este popular deporte, es la soledad del corredor, puesto que en la mayoría de los casos, los atletas corren contra si mismos y no por ganar la prueba. Hasta que llegué al temible kilómetro 30. Sabía que a partir de ahí las fuerzas iban cediendo y que una “pájara” podría acecharme en cualquier momento. Para contrarrestar esta situación, había tomado alimento y liquido en todos los avituallamientos de la competición, ya que es aconsejable estar hidratado en todo instante. Y a partir del km. 33 empecé a sentir como mis asediadas piernas se iban durmiendo lentamente. Primero empecé a no sentir los pies, luego las espinillas, después las rodillas y finalmente los cuadriceps. Y eso que me encontraba bien de fuerzas, pero a pesar de que intentaba acelerar el ritmo, las piernas me frenaban. En ese momento comprendí el misticismo que rodea a esta legendaria prueba atlética. Lo estaba sintiendo en mi propio cuerpo, lo que dotaba de más emoción y épica a este día inolvidable para mi persona.
Los kilómetros pasaban y al llegar al número 40 sabía que iba a terminar la carrera. Al pasar al lado del Museo Guggenhein, la piel se me iba erizando, la emoción invadía mi cuerpo, ya no sentía ninguna extremidad inferior, pero me daba igual, estaba haciendo realizada un sueño. La gente aplaudía y animaba mis últimos metros antes de llegar a la meta. Iba controlando el tiempo y la llevaba justo 4 horas corriendo si parar. Al llegar a la Gran Vía bilbaína aprecié la meta al final de la calle, lo que me llevó a levantar los brazos, como si hubiera ganado, porque me sabía ganador de mi mismo. Fue ahí cuando solté una lágrima de emoción. Los últimos metros fueron lo mejor de la carrera, puesto que la gente suele recomendar en la primera maratón que debes guardar fuerzas para el final y disfrutar de la misma. Pero hasta esos últimos metros no había disfrutado de la carrera. Al cruzar la meta me estaba esperando uno de mis amigos que me abrazó al llegar. La alegría y satisfacción recorría mi maltrecho organismo, y el alma esta repleto de sensaciones satisfactorias. Estaba en pleno éxtasis emocional difícil de describir con palabras y que nunca había sentido. Pasados unos minutos me dieron un masaje relajante y me retire al hotel para descansar. Por la tarde volví a Valladolid entre la sensación de satisfacción y numerosos dolores que recorrían mi cuerpo. Pasé la tarde tirado en el sofá saboreando y recordando el día maratoniano que había tenido y disfrutando de las sensaciones satisfactorias acaecidas, del sabor dulce de haberme superado a mi mismo, porque, verdaderamente, había corrido contra mí mismo y no contra nadie más. Tras unos días de descanso recuperé mi actividad deportiva semanal, pero de una manera más pausada, puesto que ya había superado con gran satisfacción y regocijo la dura prueba de la maratón, pero, lo que no sabía es que había iniciado un nuevo camino personal que llevaría, sin saberlo realmente, a una infinidad de pruebas y competiciones de running. Paralelamente mi vida personal seguía en la ciudad pucelana de manera ordenada y pausada, aunque en lo profesional estaba cargada de sobresaltos, siguiendo en el trabajo que llevo realizando prácticamente toda la vida laboral: la producción de eventos. Puesto que me dedico a ello por vocación profesional, trabajando en lo que me gusta y con talento, algo completamente olvidado y difícil de encontrar en la España actual. Pienso que mi vida caminaba o corría en mi caso a la par que los entrenamientos, e, incluso, podemos decir que mi vida se había convertido en una metáfora de las
carreras. Ya que, tenía que solventar duros trances personales, profesionales, sentimentales, etc… en algunos casos me encontraba muy solo, al igual que en los entrenamientos, puesto que entreno en solitario. O en otras ocasiones la vida me ponía obstáculos, que en el running pueden ser las lesiones; pero seguía saliendo a correr por la rivera del Pisuerga semanalmente con mayor entusiasmo y pensando en la siguiente carrera que ya tenía localizada: la maratón de Madrid. El mes de diciembre lo pasé sin entrenar por diversos motivos, trabajo, enfermedad y viaje a Marrakech. Reinicié los entrenos el día 1 de enero después de 1 mes en el dique seco, coincidiendo con un resacon del demonio pero con muchas ganas de volver a ponerme en forma. Y así fue. Volvieron las carreras diarias, me apunté al gimnasio para fortalecer las piernas, competía en carreras locales, así como seguía disfrutando de una vida que ahora denominan de single, aunque muy de vez en cuando me corría una buena fiesta, que siempre viene bien. La maratón de Madrid era a finales de abril y el año anterior no la puede realizar por motivos laborales, pero este año era mi máxima ilusión poder realizarla y bajar de marca, las 4 horas de la prueba bilbaina. Para ello entrenaba 5 y/o 6 días a la semana, divididos en entrenos de running y gimnasio. Y llegó el día, 20.000 participantes llenaban el Paseo de la Castellana madrileña con ilusión y arrojo. La prueba estaba dividida en tres competiciones, 10 K, media maratón y la Maratón. A primera hora de la mañana amanecí con la incertidumbre de saber qué me iba a acontecer. Incrédulo y nervioso, pero ansioso por empezar la carrera y dejar atrás los nervios. Como se suele decir, la maratón es el premio a la constancia y al esfuerzo de todo un año. Aunque mi inquietud venía dada porque tres semanas anteriores había sufrido tendinitis en la rodilla derecha y temía que durante la carrera volviera a florecer. A las nueve en punto de la mañana se inició la carrera. El ambiente era espectacular, nunca había vivido nada parecido. Las calles estaban llenas de runners procedentes de toda la geografía española y mundial entusiasmados por disfrutar de esta legendaria carrera. Cada corredor llevaba una vestimenta particular, zapatillas, camisetas, gorras, medias… de diferentes marcas y colores, aunque todos con un denominador común, la superación personal. En los primeros kilómetros la sensaciones no podían ser mejores, calor, buen ambiente, corría por calles conocidas, nada de viento y las piernas estaban respondiendo correctamente. La mente la tenía totalmente en blanco, me dejé envolver por los gritos de ánimo de los ciudadanos que abarrotaban las calles. Estaba totalmente extasiado y entusiasmado por las sensaciones que estaba teniendo. El ritmo de mi carrera era de 5 minutos el Km. y la idea era mantenerlo toda la carrera
para hacer la marca de 3 horas y media, por ello necesitaba mantener esa ritmo durante todo el recorrido. Y llegó el kilometro 30, el fatídico muro o “el hombre del mazo”, justo en la zona de la casa de campo. Allí empecé a ver imágenes dantescas de corredores vomitando, tirados en el suelo, otros se retiraban y otros visitaban la enfermería. Y entra esas escenas estremecedoras, la rodilla derecha me empezó a doler. Tal y como temía y al igual que tres semanas anteriores la tendinitis empezó a incrementar. Tuve que bajar el ritmo de carrera para poder continuar, si apretaba un poco me dolía a horrores y mi único objetivo en ese momento era terminar la carrera. Se me pasó un sinfín de pensamientos por la cabeza, sobre todo de desesperación, puesto que llevaba todo el año entrenando y esperando la carrera y era ahora una lesión lo que me podía impedir que la terminara. Pero, a pesar de ello, saque el pundonor y lucha que es innato en mi espíritu, me armé de valor, apreté los dientes y tiré para adelante cojeando. Fueron los 10 kilómetros más sufridos de mi vida. Los dolores aumentaban a medida que pasaban lo metros, la cojera era cada vez mayor y mi temor que quedar lesionado después de la carrera empezaba a rondar mi cabeza, pero me daba igual, lo que quería era atravesar la meta y cumplir mi objetivo. Me podía más el corazón que la cabeza. También puede ser debido al estado de excitación por el calor, el ambiente, la catarsis espiritual y emocional de lo que estaba aconteciendo, los dolores, la desazón… Y tras mucho sufrir llegué a la puerta de Alcalá, que es la antesala de la entrada al Parque de “el retiro”, en donde se encontraba la meta. Mi emoción absorbió todos los dolores y todo el padecimiento de esos últimos kilómetros parecía como que desparecía por momentos. El público abarrotaba la llegada, gritaba, animaba, pero no podía oír ni entender nada, estaba en una nube. Iba a cumplir un sueño, terminar otra maratón, y esta vez con grandes dosis de estoicismo debido a los imprevistos que estaba teniendo; lo que convertía ese momento en un hecho memorable y épico para mi persona que nunca podré olvidar. Al traspasar la meta levanté los brazos como si del mismísimo campeón del mundo se tratara. Sabía que lo que estaba consiguiendo era algo insólito en mi vida y que reforzaría mi personalidad y moral. Tras sobrepasar la línea de meta, con una marca de 3 horas y 50 minutos, pasee unos metros agonizando e intentando reponerme entre leves sollozos y múltiples dolores. Pasé unos minutos fuera de mí, como si estuviera en el mismísimo “nirvana”; y tras vestirme con ropa seca y beber sales minerales me reencontré con uno de mis amigos para felicitarnos mutuamente y comentar lo acontecido.
Esa tarde la pase en casa meditando y saboreando todo lo que había pasado ese día histórico de mi vida. Creo que por cosas como esta la vida merece la pena y que momentos estoicos y de superación personal como los vividos lo único que hacen es reforzar mi alma. Había merecido la pena. Al día siguiente volví a la oficina cojeando, lo que motivó los comentarios y preocupaciones de los compañeros, puesto que cojeaba considerablemente. Aunque a mi eso no me importaba en absoluto porque intrínsecamente estaba más fuerte que nunca y con esperanzas renovadas de seguir experimentando con esta legendaria y dramática prueba denominada La Maratón. Continuará…