Cuéntame otra vez esa historia tan bonita: Cuentos inspirados en la historia oral de Panimávida

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AGRADECIMIENTOS Secretaria Regional Ministerial de las Culturas, las Artes y el Patrimonio:

Relatos/Testimonio: Alejandra Jiménez Carvajal, Andrea Salas SaPía Soler Mouliat lazar, Carlos Marín Guevara, Carmen Aguirre Director Regional FUSUPO: Ojeda, Sara Bravo Sepúlveda, Fernando MonÁlvaro Gatica Soto tecinos Canales, Humberto (Valentín) SepúlPrograma RedCultura: veda Palma, Jorge Guzmán Flores, José MaCoordinadora del departamento de Ciudadanía Cultural: nuel Sepúlveda Muñoz, Juan Carlos González Carolina Sepúlveda Olave Sazo, Marcela Lagos Freire, Marcelo SepúlveCoordinadora Regional del Programa Red da Leiva, Margarita Cofré Cofré, María CrisCultura: Patricia Torres Sepúlveda tina Bravo Sepúlveda, María Elena Sepúlveda Bustos, Violeta Barros Vásquez, Wilibaldo Programa Servicio País Robles Meza, Yanett Freire Sepúlveda, Carola Jefe Territorial: Pablo Flores Parada Gajardo Pinto, Ana (Isabel) Pinto Váldes , Olga Profesional Servicio País Cultura: Vásquez Salas, Oscar Faúdez Martínez, Pablo Francisca Correa Collado Bustamante Riveros y Verónica Gajardo Pinto. Agrupación Cultural Creemos Panimávida Transcripciones: Víctor Gamonal Reveco, David Norambuena Barros, Wladimir Olivos Carter, Ángela González Sánchez, Daihana Contreras Muñoz, Karina González Contreras y Francisca Correa Collado. Edición: Francisca Correa Collado Pilar Collado Lizama Diseño editorial: Camila Bastías Arévalo Ilustración: Paola Alarcón Berrios Fotografía: Juan Francisco González Garrido

Creación literaria: “Fuente de vida” de Ángela González Sánchez, “Cuando la Chepa conoció el cielo” de David Norambuena Barros, “Un viaje inolvidable” de Víctor Gamonal Reveco y “Ser niño en Panimávida” de Alejandro Salas Fuentes.

Está permitida la reproducción, difusión, exposición al públiles o de lucro, y a condición que sean citado con autorización de los/as autores.


ÍNDICE Prólogo

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CAPÍTULO 1: Nace una idea

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CAPÍTULO 2: Cuentos 1. 1 Fuente de vida 12 1. 2 Un viaje inolvidable 18 1.3 Ser niño en Panimávida 26 1.4 Cuando La Chepa conoció el cielo 32 CAPÍTULO 3: Compartir y recordar

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PRÓLOGO ¿Recuerdas a tus abuelos y abuelas contando sus anécdotas de juventud? Entusiasmados y entusiasmadas, con los ojos bien abiertos, con las piernas en cuclillas o cruzadas, imaginándonos esas historias de tal manera que era hasta imposible conciliar el sueño y que al llegar a las casas de nuestros propios vecinos y vecinas, no podíamos esperar a contarlas. ¿Recuerdas cómo esos relatos, de alguna u otra manera, marcaron nuestras formas de ver lugares, personas del pasado, e incluso el cómo interpretamos los acontecimientos históricos de un determinado lugar? Las historias cobran vida, y se apropian de todos los espacios comunes, como La publicación que presentamos es el resultado del Iniciativa Cultural Comunitaria denominada “Cuéntanos otra vez esa historia tan bonita”, cuyo objetivo principal es reconocer y valorar la historia local de la comunidad de Panimávida, comuna de Colbún. La obra materializa la creación de cuatro cuentos inspirados desde los testimonios y relatos orales que fueron compartidos durante dos clásicas mateadas de la zona, y que fueron contados por los y las portadores de conocimiento relevantes del territorio, en el afán, no tan solo de recogerlas, sino más bien de ser traspasadas de una forma creativa hacia las nuevas generaciones, de modo de proveerles mayor información y cariño sobre su propio pueblo. Esperamos que estos cuentos sean de su agrado, y que todo este trabajo active a los y las habitantes de este hermoso lugar a generar más actividades que permitan visibilizar la historia contada por sus propios protagonistas.

Francisca Correa Collado, Servicio País – Ámbito Cultura Colbún 6


La riqueza patrimonial de los pueblos del Maule, está íntimamente ligada a la preservación oral de su más variadas expresiones, es así como identificamos zonas con invaluables manifestaciones pictóricas prehispánicas, las que sin la oralidad de los naturales en sus orígenes habrían sido totalmente desconocidas; otros son hito en la historia de la independencia del país, y de forma complementaria a la bibliografía existente, quienes les han dado valor constantemente son esas personas que aún mantienen viva aquella historia a través de sus propias palabras; de igual forma ocurre con los saberes y sabores propios de cada localidad que van pasando de generación en generación, fortaleciendo la identidad local y logrando mantener vivos importantes aspectos de la historia de cada territorio. Todos estos aspectos de la historia no son comúnmente documentados, y en zonas rurales de nuestro país carecen de priorización y se transforman en trozos invisibles y olvidados, cuya única forma de permanecer en la memoria colectiva es contar estas historias de una manera creativa para cautivar el interés de niños, niñas y jóvenes del pueblo. Es por esto que es fundamental para las generaciones futuras este tipo de trabajos que se están desarrollando hoy con el apoyo de Servicio País Cultura cuya intervención dejará huellas y un registro para quienes vengan después de nosotros.

Jorge Rodríguez Moya, Investigador – Gestor Cultura Colbún 7


NACE UNA IDEA

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Capítulo 1: Nace una idea

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mediados de marzo del 2018, el equipo de profesionales Servicio País se instala en la comuna de Colbún, iniciando y generando diversos diálogos comunitarios con variadas organizaciones e instituciones del territorio, con quienes por medio de reuniones, elaboraciones de árboles de problemas y otras metodologías participativas, se levanta una amplia gama de información que deja entrever una serie de problemáticas, que a juicio de la comunidad, afectan directamente a personas, familias y organizaciones del sector, pero que también componen una inspiración en la generación de ideas y los convocan a la participación de proyectos comunitarios que permitan reconocer los recursos propios de un territorio para lograr transformaciones sociales importantes para su comunidad. Dentro de los ejes temáticos consensuados por la misma comunidad, se prioriza una sensación de pérdida e invisibilización de la memoria colectiva como un factor identitario. Ante esto, se establecieron vínculos con diversas organizaciones de la comuna que, sumadas a la idea conjunta, decidieron incorporarse al trabajo participativo. 9


Entre ellas, se integran como grupo motor de vital importancia, la Agrupación Cultural “Creemos Panimávida” - organización funcional constituida el 2017 por jóvenes de la localidad cuyo objetivo principal es poner en valor la identidad de su territorio salvaguardando el patrimonio, memoria colectiva y prácticas culturales locales- con quienes se indagó sobre varias temáticas. Entre las diversas necesidades detectadas, se priorizó la escasez de registros orales por parte de adultos y adultas mayores como portadores de conocimiento relevante de la historia local y el alto desconocimiento por parte de niños, niñas y jóvenes sobre su pueblo, generando así un desarraigo cultural y posiblemente pérdida de sentido de pertenencia. Bajo estos criterios nace el proyecto “Cuéntanos otra vez esa historia tan bonita” el cual se propone y orienta a poner en valor la historia local a través de cuentos inspirados en la historia oral de Panimávida. Para ello. Sus propósitos fueron, en primera instancia, sensibilizar y potenciar el interés de las personas y organizaciones sobre la importancia de la historia local y la memoria colectiva, en segunda, promover las relaciones comunitarias y fortalecer del desarrollo de iniciativas artísticas y culturales, y como última instancia, traspasar la historia local a las nuevas generaciones. Todo esto se llevó a cabo a través de mateadas, en donde se reunieron locatarios y locatarias mayoritariamente adultos y adultas de avanzada edad, los cuales mediante conversaciones, fueron relatando cómo era la vida cotidiana en Panimávida. De estos dos encuentros, se levantaron los testimonios orales, y la información relevante de la historia local que inspiró la creación de los cuatro cuentos que conocerán a continuación.

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CapĂ­tulo 1: Nace una idea

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Capítulo 2: Cuentos - Fuente de Vida

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oy fuente de vida, soy agua termal. He viajado desde las profundidades más puras de la tierra a aflorar en un lugar recóndito en la historia del mundo: Panimávida «tierra de pumas». Aquí fluyo, naturalmente y hasta hoy en día más conocida como Fuente “La Mona”. Las cosas han cambiado con el pasar de los años. Cada vez estoy más prisionera y solitaria. Menos personas vienen a deleitarse con mis poderes curativos. No comprendo aún cuál es el motivo, mas solo sé que esto ha perjudicado mis fuerzas, al tiempo que mi encanto ha decaído junto con la historia de lo que algún día fue nuestro pueblo de Panimávida. Hace muchos años atrás, cuando todo mi pueblo era un bosque, habitaban estos lugares personas muy diferentes a las de hoy en día. Ellos eran Los Putaganes, indígenas de la madre tierra, sabios y guerreros de la naturaleza. Se bañaban con mis cálidas aguas, también me bebían, ya que su sabiduría interior les indicaba que mis fuentes eran absolutamente curativas e importantes para una vida saludable.

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Capítulo 2: Cuentos - Fuente de Vida

Así, transcurrieron muchos años más. Las tierras continuaban poblándose, pero esta vez de personas que al parecer no eran de por estos lugares. Sus prendas eran más coloridas y elegantes, así como también sus hogares, mucho más cerrados y grandes que en otros tiempos. Ellos, a diferencia de Los Putaganes, comenzaron a dividir los terrenos. Decían ser los dueños de esas tierras, las que alguna vez florecían libremente. Eran personas adineradas que se sentían superiores a la gente nacida y criada en estas tierras. Pero un día, conocí a una dama que marcó una gran diferencia. Era Esperanza Opazo, quien si bien provenía también de otro lugar como aquellas elegantes personas, encarnó una labor sumamente significativa: fue la fundadora de mi querido pueblo, Panimávida. Ella determinó la frontera actual de los terrenos y fue quien se acercó con un interés humano a las personas de la zona, quienes provenían mayormente de Rari: un lugar maravilloso camino a las montañas, lleno de encantos y naturaleza, muy cerca de Panimávida. Esperanza fue generando nuevas proyecciones de trabajo como ranchos, huertos, un anfiteatro y además creó el primer edificio del Hotel de Panimávida y una iglesia muy bella que, hasta el día de hoy, se mantiene en pie, llevando su nombre en reconocimiento. Y como se darán cuenta, mi pueblo comenzó a tomar forma y a ser un lugar muy próspero y apto para surgir y disfrutarlo por completo. Recuerdo muy bien esos jardines hermosos que lo rodeaban y que tan cuidadosamente se conservaban para ser admirados en los recorridos por mi querido pueblo. ¡Panimávida estaba lleno de vida! El motivo de todos esos avances, fue porque hubo alguien que indagó sobre mí con profunda dedicación. Él era el Dr. Fernando Bravo, quien cambió la frecuencia de personas que utilizaban mis aguas, ya que ahora venían turistas de muchos lugares. Unos de pieles más claras, otros más oscuras, algunos con lenguajes que yo no comprendía. Así comenzó mi fama, y el Dr. Bravo se encargó de hacerme reconocida por el mundo entero. Nombraron a mis fuentes de aguas como Las Termas de Panimávida. Desde esos muchos años, estoy aquí, en el que hoy es mi Pueblo.

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Recuerdo que antes, las personas del pueblo eran muy agradecidas y respetuosas, la pasábamos muy bien juntos. Ellos disfrutando de mis aguas entre amigos y familia, y yo… disfrutando de cada historia que ellos contaban o que tuvieron estando conmigo. Por ello, siempre me causaba profunda emoción entregarles lo mejor de mí. Fueron mis mejores años, y lo digo con mucha nostalgia hoy en día. Fueron años bellos, quizás los mejores de mi vida, en donde todos querían sentir y conocer el agua de La Mona. Miles y miles de personas recurrían a mis elogiadas características naturales y con ello también yo sentía lo bien que les hacía… Incluso fui el agua de las bebidas “Panimávida”, hechas con agua termal muy conocidas también por la gran calidad en su sabor y agua. Su fábrica estaba también en el pueblo... (Recuerdo haber sentido cada vez que el tren chico de Panimávida, se iba y volvía cargado de botellas para entregarlas en muchos más lugares). Cuándo venían los turistas a conocerme, los pobladores les llamaban a algunos ricachones, médicos, presidentes, autoridades, profesores, obispos, entre otros, las personas agradecían mucho su presencia ya que, gracias a ello, el pueblo comenzó a surgir. Ellos mismos aprovechaban cuando llegaban a la estación del tren de Panimávida las personas más adineradas que viajaban a conocer mis termas para ofrecer sus productos caseros, sus animales y frutos. También les ofrecían alojamiento en pensiones o residenciales ya que no todos se quedaban en nuestro Hotel. Fueron tiempos hermosos y llenos de vida, que quizás algún día, no pierdo la esperanza, puedan volver no solo en mi memoria. Hoy las cosas cambiaron, me siento muy abandonada, pocos de los pobladores de mis tierras que antes disfrutaban en familia de venir a beberme, bañarse o a solo contemplar mis fuentes, han dejado de venir. Ya no los oigo decir que vienen a La Mona, se sienten lejanos, y siento gran nostalgia al no entender qué ocurrió. Solo espero que la gente de mi pueblo me siga recordando con amor y gratitud. No pierdo las esperanzas de volver a sentir aquella libertad que algún día tuve... y en la que mi pueblo se oía de lejos, mucho más vivo y feliz.

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CapĂ­tulo 2: Cuentos - Fuente de Vida

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Capítulo 2: Cuentos - Un viaje inolvidable

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lo lejos se oyó el pitido del tren chico que venía de Colbún, aproximándose por el lado norte de Panimávida. Yo, un niño de 11 años, jugaba en los alrededores de la estación, a un costado de la embotelladora, viendo si podía conseguir una rica bebida con sabor y con la angustia de que me dejara el tren. Cuando vi que ya se aproximaba el humito que desprendía la máquina con cada pitido, corrí hacia la estación, en donde se encontraba mi abuela Margarita, quien me llevaría a la ciudad para vender sus artesanías en crin y hacer compras. Luego de llegar a la estación, vi que un vagón del tren se desvió hacia la embotelladora, acercándose a unas bodegas para cargar cientos de bebidas de distintos sabores que serían repartidas a lo largo del país. Al cabo de unos minutos de cargar los carros con bebidas, el maquinista, un hombre alto y fornido dio marcha atrás para ya poder tomar a sus pasajeros, a quienes iría dejando en cada una de las estaciones del recorrido hacia Linares. 19


De los pasajeros, se puede decir que unos iban muy bien vestidos con sombrero, traje y corbata; otros más de la zona, con ojotas, chupallas o su ropa de trabajo. También había mujeres de largos vestidos y paraguas para cubrirse tanto del sol como de la lluvia. ¡Llevaban consigo toda clase de paquetes! Una vez que todos los pasajeros abordaron el tren, el maquinista hizo un pitido avisando que ya estaba listo para llevar a cabo su recorrido. Ya en marcha, el auxiliar pasó marcando los boletos a cada uno de los pasajeros y preguntando cuál sería su destino. Mientras mi abuelita tejía, yo leía y disfrutaba del paisaje, los más pirulos - al parecer gringos y chilenos- hablaban de su estadía en las termas. Los menos pirulos, lo hacían sobre las pensiones, mostrando que los turistas pertenecían a diferentes estratos sociales. Al cabo de unos minutos, el auxiliar avisó que habíamos llegado a la primera estación, gritando su nombre: “Estación Rari”. Unos pocos pasajeros bajaron con chanchos y gallinas, otros solo con su lonchera de trabajo y su clásica botella de la mona. Una vez que descendieron los pasajeros, el tren continuó con su recorrido. Ya un poco aburrido de tanto leer, me dispuse a recorrer cada uno de los vagones, intentando entretenerme en algo. Cuando ya había llegado casi al último vagón, se escuchó el pitido del tren. Eso quería decir que ya habíamos llegado a la segunda estación: San Juan. Miré por una ventanilla. Al parecer no bajó nadie, pero sí subió más gente con bolsos y mercadería, que llevarían a Linares para su venta.

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Capítulo 2: Cuentos - Un viaje inolvidable

Cuando por fin llegué al último vagón, me senté junto a una ventanilla para disfrutar del paisaje y vi a un señor en una carreta tirada por dos caballos cargada con chanchos, gallinas, frutas y verduras para vender por el camino a Linares. Muy amablemente, me saludó con una sonrisa, mientras el tren lentamente lo iba dejando atrás. En ese mismo instante, apareció una señora con un canastito, ofreciendo tortillas, empanadas, huevos duros y charqui de caballo… ¡Y yo sin un peso en los bolsillos! Volví a mi lugar, mientras el auxiliar se asomaba por cada uno de los vagones para anunciar la llegada a la estación de Abranquil. “¿Abramclin?”, le pregunté a mi yayita. “No, mi amor… A-BRAN-QUIL, termina en L”, me corrigió dulcemente. “¿Y cuánto falta?, ¿Cuánto queda?”, insistí. “Quedan dos estaciones: Yerbas Buenas y Arrayanes”, me dijo con una mirada que pedía un poco de paciencia, que se hizo muy necesaria hasta el momento que el pitido del tren anunció la llegada a la estación de destino.

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El clima no acompañaba y se sentía un viento de lluvia. Mi abuela, muy apresurada para que no nos tocara lluvia, me tomó de la mano para ir al mercado en donde tenía a quien venderle sus productos. Luego de vender sus artesanías – mi abuela era muy religiosa- me pidió que la acompañara a la catedral de Linares, luego a hacer las compras para la casa y marcharnos a la estación para tomar el tren que ya volvía a Panimávida. 22


Capítulo 2: Cuentos - Un viaje inolvidable

Casi corriendo, partimos a la estación. Ella iba con una canasta con verduras y yo con unas bolsas de mercadería que casi arrastraba por el suelo. La lluvia ya había comenzado y eso significaba que el camino de vuelta sería un poco complicado. Llegamos a las oficinas de la estación de Linares cuando ya se pone a llover fuertemente. Mucha gente estaba en aquel lugar. Un par de hombres, con overoles y manchados de grasa, le daban los últimos ajustes al tren antes de volver a hacer su recorrido al pueblo de Panimávida mientras el maquinista y su acompañante se preparaban para comenzar el viaje. Subimos con mi abuelita buscando algún asiento en los primeros vagones y, en eso que nos sentamos, justo había terminado la mantención y la máquina se puso en marcha. El cansancio se apoderó de mí y la cabeza se me caía del sueño. Mi abuela, tiernamente, me abrazó y acurrucó junto a ella. En sueños escuchaba el andar del tren y a algunos pasajeros hablando entre ellos sobre cómo sería su estadía en las termas. “Chu-chuuu” sonó de repente. “Estación Rari”, pasó avisando el auxiliar. Medio despierto, medio durmiendo, le pregunté la hora. “Las 3 de la tarde”, respondió, mientras avanzaba al siguiente vagón. “Ya no queda nada para llegar a casa” le dije a mi abuelita, mientras ella tejía una brujita en crin. Mirándome con una sonrisa, me dijo: “Sí, ya queda poco”. “Ojalá no se haiga echado a perder la subía que está antes de llegar a la plaza de Panimávida”, dijo un caballero más atrás. “Ojalá”, le respondió un señor que iba junto a él. 23


Mal agüero: de repente vieron que se aproximaba la subida y el tren se detuvo de repente. “¡Uyuyuy!”, dijo uno. “¡Hay que bajarse! ¡Todos a empujar!”, dijo otro. Miré por la ventanilla y ya había algunos hombres caminando hacia los últimos vagones, decididos a empujar la máquina. Luego de unos segundos y con ayuda de todos, la máquina comenzó a moverse. Al cabo de 10 minutos, el tren ya había logrado subir. Veía cómo algunos pasajeros se limpiaban los zapatos, antes de subir por el barro que se había generado a causa de la lluvia. Otros, solo llegaban y se subían lo más rápido posible. El tren se puso en marcha nuevamente. Se oía algunos comentarios sobre aquella anécdota y otros reían por lo ocurrido pocos minutos antes.

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Capítulo 2: Cuentos - Un viaje inolvidable

Luego de un rato, se escucharía el pitido y al auxiliar avisando la llegada a la estación de Panimávida. “¡Al fin llegamos! ¡Acuérdate de las bolsas!”, dijo mi abuela riéndose. “Verdad”, me dije a mí mismo, ya que casi se me quedan debajo del asiento. Apenas el tren se detuvo, todos comenzaron a bajar mientras yo tomaba las bolsas que iban debajo de mí, mientras abandonaba el vagón. En la esquina de la estación vi a varios niños que gritaban “¡Pensión, pensión, pensión!” a aquellos turistas que habían bajado recién. Me fijé que hombres con familia se les acercaban para preguntar por dichas pensiones. Algunos decían que ojalá no tuvieran pulgas, a lo que los niños respondían que no con una sonrisa. Se veían entusiasmados dando las indicaciones a los turistas, mientras anotaban el número de turistas que habían mandado a las pensiones del sector para después cobrar su incentivo. A los otros, los más acomodados, los esperaban con carretas para llevarlos al hotel. Con mi abuelita, camino a la casa cerca de La Poza, escuchamos el clásico “Chu-chuuu”. Al pasar los años, recordaría que ese fue mi último e inolvidable viaje en el tren chico.

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Capítulo 2: Cuentos - Ser niño en Panimávida

E sta es la historia de un pequeño niño que tenía apenas 10 añitos. Su padre trabajaba en la embotelladora y sabía cuándo era la hora de entrar a trabajar o la hora de salida: sonaba un pito de vapor en todo el pueblo. Al escucharlo, él le decía tiernamente: “Hijo, debo ir a trabajar”. Tenía alrededor de 10 a 15 minutos para llegar a la embotelladora. Cuando le tocaba turno de tarde, siempre le hacía compañía su pequeña hermana. ¡Iban muy contentos! Sabían que tomarían bebidas con sabor. De guinda para él, de piña para ella. ¡Llegaban a quedar con el ombligo paradito de tanto tomar bebidas! “No podemos ser egoístas”, le comentaba la pequeña niña a su hermano. “Tienes razón”, respondía él y se llevaban unas bebidas para la casa. ¡Las cuidaban como hueso de santo! Al llegar a casa, le pedían plata a su mamá para ir a La Poza a bañarse y jugar en la ruleta o los otros juegos. “¡Nadie me ganaba en la taca taca! ¡Yo era seco pa´ la pelota!”, decía este chiquillo. Se bañaban en las piscinas hasta que tocaba el pito de la embotelladora y había que llegar antes que su padre a la casa. Si no; ¡salía fleta! 27


Un día, al llegar a la escuela, les dieron una gran sorpresa: habían sido invitados a La Poza a un paseo por parte de la embotelladora… ¡Estaban muy contentos! ¡Saltaban de alegría! Sus maestros los mandaron para la casa a mediodía porque, a las 2 de la tarde, tenían que estar en La Poza. Ese era un lugar conocido para el pequeño. Había aprendido a nadar por debajo del agua solo por un tema de sobrevivencia: cuando llegaba don Carlos Hidalgo, el encargado de La Poza, tenían que esconderse, porque entraban sin permiso alguno. Uno, dos, tres… se metían al agua y aguantaban la respiración hasta que se iba el caballero. Se sentían cómplices entre los amigos porque no se demoraban mucho en desvestirse, gracias a una “vieja técnica”: traían sus pantalones cortos debajo de la ropa. ¡Qué manera de divertirse en el bosque de pinos! ¡Les dolían los pies de tanto jugar a la pelota! ¡Era algo de otro mundo! El agua era perfecta: tenía una temperatura de 37°C. ¡Qué maravillosa era la vieja casucha!, pensaba. Cuando llegaron con su madre, estaba todo muy bien arreglado: unos mesones largos y blancos, unas sillas de madera con fierros y, encima de las mesas, unas jabas de madera amarillas con letras de Panimávida de color negro. Al pasar los minutos, llegaron sus compañeros de curso con sus padres, ansiosos de bañarse en las piscinas, pero tenían que ayudar a ordenar a los que eran más malillas.

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Capítulo 2: Cuentos - Ser niño en Panimávida

Ordenaron las bebidas en función de los sabores que les gustaban. En los puestos en que se sentaron, pusieron platos de cartón, bolsitas de dulces, vasos plásticos con bombillas. Al terminar de ordenar la mesa, se fueron a bañar con el grito de guerra: “¡Al agua, pato!”. En ese justo momento, los llamaron sus padres: “¡Es la hora de almorzar!” Al llegar a la mesa, se sentaron en los puestos donde habían dejado las bebidas que les gustaban. Unos se secaron y otros se pusieron las toallas en la espalda. ¡Ay que tengo hambre!, dijo una compañera impaciente. En ese justo momento, entró gente a repartir pollo asado y humas calentitas en la parrilla. ¡Que delicia! Un trozo de carne asada con ensalada de tomate, lechuga, papas cocidas y la preciada bebida. ¡Comieron como condenados! Ya reposando, con la guatita llena, entró a escena el papá del compañero de este niño que trabajaba en la embotelladora. Con una enorme sonrisa, llegó con 2 grandes sacos: uno estaba lleno de pelotas con pituto de goma y hediondas a plástico y otro saco de muñecas para las mujeres. ¡Ya pueden ir a bañarse!, dijo el padre. Contentos, pasaron la tarde con sus pelotas de goma. Sus padres llamaron de nuevo: “Es la hora de tomar once, cámbiense ropa en los camarines”, gritó una de las madres, llevando ropa a sus hijos. Se había acabado la hora de bañarse, pero a pesar de estar tristes porque se terminaba la piscina, se alegraron porque llegaba el mejor momento de todos: la once. Un trocito de torta y una rica leche tibia con chocolate hacían que el pequeño niño y sus amigos se encontraran en su salsa.

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Llegó la hora de guardar las cosas: a botar la basura y ordenar los mesones y sillas. No se dejaba ni un papel, ni una hoja de humita, absolutamente nada, porque era su lugar y ellos lo querían y respetaban. Así, casi finalizando la jornada, los niños retornaron juntos a sus casas. Los hombres jugando con las pelotas de plástico hediondo y las mujeres con sus muñecas. Todo iba muy bien, hasta que a uno de los amigos se le ocurrió la idea de quitar las muñecas a las mujeres. “¡Muy mala idea!”: empezaron a volar las chanclas directo a la cabeza. Al otro día, este niño despertó impaciente por ir a la escuela a jugar con su pelota y sacarle pica a su rival sobre el paseo que se perdió. “Ya, pero yo conozco la fábrica por dentro”, se defendió su compañero. “De hecho, he visto con mis propios ojitos a caballeros que se visten como doctores para hacer el jarabe que les da el sabor a las bebidas. Uno de ellos es el tío Califo, el más capo de todos. Tiene una campanita para medir el jarabe. Les quedan súper ricas”, se reía maliciosamente el rival, aguijoneando al niño. “Además, nos llevaron a las correas por donde salían las bebidas. Conocimos donde cargaban para su distribución en camiones y las calderas que usaban carbón de piedra”, seguía picando, mientras movía las cejas con rapidez. “Luego de eso, nos fuimos a un salón donde almorzaban los trabajadores y nos tenían muchas bebidas para tomar… ¿y tú? ¿Porque no lo conoces, si tu papá trabaja ahí?”.

El niño se fue pensando en todo lo que le dijo su compañero y llegó a preguntarle a su papá: “Oiga, ¿cómo es su trabajo? El padre respondió: “Me gusta mucho conversar con mis compañeros. Además, los jefes son rebuenas personas. A veces llego cansado, pero no puedo decir nada del trato”. Miró a su hijo, se emocionó y le dio un abrazo. Este testimonio es el reflejo de la historia de un niño que vivía en Panimávida, un joven que podrías ser tú, podría ser yo, que podría ser todo este pueblo.

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Capítulo 2: Cuentos - Ser niño en Panimávida

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Capítulo 2: Cuentos - Cuando la Chepa conoció el cielo

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uenta Don Valentín que, cuando se inauguró la tradición de los vuelos populares en la Cancha de Aterrizaje de Panimávida, estaba toda la gente conmocionada y expectante ante tan asombroso espectáculo que significaba en aquel tiempo mirar la comuna desde una vista panorámica privilegiada en el aire. Para hacer más atractivo el espectáculo, la organización del evento quiso rifar el primer vuelo: quien sacara el número premiado, podría dar un paseo en avioneta por la comuna totalmente gratis. Es así como en medio del campo, alrededor del espacio por donde transitaban los aviones, con ojotas, chupalla, pantalones arremangados a la rodilla, pala en mano y cigarrillo en la boca, apareció quien tenía el número premiado. ¿Quién inauguraría la tradición de los vuelos populares? Un hombre que, por su apariencia, era un campesino que difícilmente había despegado sus pies de la tierra en su vida. 33


Cuando la organización hubo comprobado que el número que tenía el campesino correspondía al premiado, fue dirigido por el piloto a la cabina de La Chepa, el pequeño aeroplano que representaba al pueblo de Panimávida en las competencias aéreas, conocido por sus tradicionales colores blanco y amarillo. Lo gracioso de esta historia es que, cuando el piloto dejó instalado a su afortunado acompañante en el asiento del copiloto, al dar la vuelta por la parte trasera de la nave para ubicarse en los controles, el avión comenzó a moverse lentamente, iniciando la marcha. Ante tal situación, el temor y la preocupación se apoderó de todos los asistentes, quienes corrían detrás de La Chepa y del piloto que intentaba subirse a ella. “¡Párenlo! ¡Párenlo! ¡Se va a matar!”, gritaba la gente, mientras uno a uno se colgaba de los fierros del pequeño avión con la esperanza de detenerlo. Una muchedumbre sujetaba la máquina tratando de frenarla y de impedir el despegue, pero fue imposible. El pequeño motor tenía una fuerza superior. Al andar unos 200 metros de manera irregular por la pista, finalmente se desprendió del piso arrastrando peligrosamente, por casi 2 metros de altura, a una pequeña niña que quedó colgada de la parte trasera y que, gracias a su padre, que se colgó de ella entremedio de la gente, pudo volver a tierra. Así comenzó el temerario vuelo del señor con ojotas que salió del maizal.

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CapĂ­tulo 2: Cuentos - Cuando la Chepa conociĂł el cielo

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Ya en el aire, fue un caos total. Todos miraban al cielo, concentrados en la escena. Nadie sabía lo que pasaba en la cabina de La Chepa, pero, por sus movimientos abruptos y violentos, podían deducir que la cosa… no andaba bien. El piloto trataba de controlar la nave, pero esta se movía para todos lados entre las nubes blancas de primavera, pasando en más de una ocasión muy cerca de la pista de aterrizaje, donde se encontraba el centenar de personas que mientras huían lo más lejos posible del avión, repetían y repetían “¡Se va a matar! ¡Se va a matar! ¡Virgen Santa! ¡Por la chita, que alguien baje a ese hombre!”. Lo más increíble fue cuando en un momento el avión subió en línea recta hacia el cielo por unos largos segundos y cada vez a mayor velocidad, como si fuera un cohete que va al espacio, hasta que en lo más alto se apagó de repente el motor y comenzó a descender rápidamente al piso ¡Uf! ¡Realmente era para morirse! Las personas se tapaban los ojos para no ver el impacto: “¡Uh!, ¡Señor, tenlo en tu santo reino!, ¡Qué Dios lo ayude!, ¡No!”, exclamaban. Cuando ya estaba cerca del suelo y el avión descendía hacia un desastre inminente, momentos antes de topar tierra se encendió el motor y rozó el piso, pasando casi a tres metros de la gente, que ya estaba a punto de morirse de un ataque al corazón. ¡Nadie podía creer lo que estaba pasando! El avión subió a una altura media y reguló su velocidad. De pronto, luego de dar un par de vueltas, se puso en posición de aterrizaje y descendió hacia la pista, extrañamente, de manera muy normal: La Chepa, siguiendo de manera recta la pista de aterrizaje, se detuvo con total seguridad. 36


Capítulo 2: Cuentos - Cuando la Chepa conoció el cielo

Luego de tal experiencia, el piloto puso en marcha el avión en medio de la pista, pero ahora dirigiéndose a donde estaba toda la gente que, a estas alturas, no sabía qué pasaba. Finalmente, se detuvo a un par de metros de la multitud y se bajó de la cabina, haciendo una reverencia cual si hubiera terminado un número artístico. Recién en ese momento, la gente se enteró de que todo lo que había observado formaba parte de un montaje, preparado por la administración del Hotel de Panimávida para dar mayor realce a la inauguración de la fiesta de los vuelos populares. La gente no dejaba de aplaudir y de comentar lo espectacular de la puesta en escena. “¿A quién se le habrá ocurrido?”, decían. Con la emoción de haber vivido esta tremenda presentación, olvidaron todo el bochorno que habían vivido minutos antes. El supuesto campesino, que en realidad era un piloto profesional, con más de 4.000 horas de vuelo, además de ser propietario de La Chepa, circulaba entre la muchedumbre saludando a las personas cual estrella de cine. La jornada fue un total éxito. Muchas personas subieron a las distintas avionetas que estaban a disposición para pasear a los interesados por sobre el lago Machicura, Canal de Devolución, Rari y un sinfín de lugares que pudieron apreciar desde las alturas. Y fue así como, año tras año, el pueblo y las miles de personas que visitaban las termas esperaban con ansias el mes de septiembre por la apertura de los famosos y tradicionales vuelos populares, que durarían muchos años, convirtiéndose en una de las mayores atracciones turísticas de Panimávida. 37


compartir y recordar

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Los cuatro cuentos expuestos fueron inspirados por relatos obtenidos a través de dos mateadas. Ambas fueron realizadas en el Colegio Javiera Carrera de Panimávida en el mes de octubre de 2018. La finalidad de estos encuentros fue compartir, recordar y escuchar cómo era vivir en Panimávida cuando eran jóvenes. Para ello, se aplicó la historia oral, técnica utilizada para transmitir la historia no registrada o no formal, y a su vez, obtener testimonios de acontecimientos contados por ellos y ellas mismas: “Lo cierto es que –transcurridos muchos años– no tendremos la oportunidad de conocer el testimonio de los protagonistas. Y aquí es donde adquiere su sentido la historia oral”. (“Algunos apuntes sobre historia oral”; Barela, Miguez & García, 2009). Es importante destacar que no sólo se compartieron hechos históricos del pueblo, sino que también sus sensaciones y emociones, reconstruyendo el pasado de manera colectiva desde un presente diferente. Fue así cómo se observaron temas recurrentes que inspiraron la creación literaria de cuento para las nuevas generaciones. Entre las más mencionadas fueron: Panimávida como pueblo medicinal, aguas y termas, la Poza, la embotelladora, el tren chico, las pensiones, el pueblo de Rari, el carismático doctor Bravo y los vuelos populares. A continuación, se expondrán sus testimonios:

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Panimávida, pueblo medicinal “Panimávida en el sentido de la medicina… tiene harto porcentaje de salud. Para mí, es lo más hermoso, porque yo he vivido aquí, he crecido aquí… y es la tranquilidad que tiene para vivir. Por eso toda la gente que se jubila se viene para acá. Entonces, uno quiere de nuevo aprovechar, porque uno ya está de edad, entonces les vienen las enfermedades y quiero recurrir a eso también. Panimávida para mí es salud porque tiene un recurso muy valioso: con las mejores aguas, hemos ganado tres veces a nivel mundial. Y eso no se puede decir que está arreglado”. (Fernando Montecinos, Panimávida, 2018)

“Mira, desde el punto de vista social, la importancia de Panimávida estaba en su fuente termal y la gente venía esperanzada a quitarse las enfermedades (…) Aquí se han mencionado los baños, se han mencionado La Poza… Le voy a decir que en ese tiempo estaba en el Instituto de Linares y el profesor Cancino nos hacía venir a las aguas de Panimávida. Él explicaba que el dolor de cabeza o de los músculos era por el sodio. Nos traía a tomar agüita a las 10 de la mañana, hora en que llegaba el tren”. (Wilibaldo Robles, Panimávida, 2018)

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Capítulo 3: Compartir y recordar

Vista panorámica del parque del hotel

“Yo quisiera recalcar que lo que más me duele es que esta no era una localidad con beneficios científicos, los baños o La Poza tenían la finalidad de buscar la salud de la gente”.(Wilibaldo Robles, Panimávida, 2018)

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Agua y termas de Panimávida “Las termas uno las asocia al hotel, pero los pueblos originarios traían aquí a su gente. Los putaganes y los chiquillanes venían a las termas. Ya en esos tiempos eran conocidas. Entonces, nosotros las conocimos por el tema comercial”. (Manuel Cofré, Panimávida, 2018) “El agua termal de acá ha sido reconocida a nivel mundial: tres veces ha sido destacada en Francia y en otros lados. A veces pasábamos por La Mona y nos encontrábamos con personas que hablaban otro idioma. No entendíamos, pero había gente de varios países, Yo me acuerdo de los baños de segunda, que estaban por ahí donde estaban las casas termales”. (Andrea Salas, Panimávida, 2018) “Yo tuve el privilegio de bañarme en la casucha antes de que la cerraran. Era impecable. Estaba en el bosque y nosotros nos quedábamos en la noche. Con el cambio de temperatura, había neblina, así es que estaba todo temperado. Nosotros veníamos de cabros chicos y a mí me impresionaba mucho el ambiente. Esa parte me quedó a mí, porque era impresionante ir a bañarse ahí y ver la neblina alrededor”. (Manuel Cofré, Panimávida, 2018) “El chorrito era el típico baño en el chorro y donde se juntaban todos: llevaban su champucito, su toallita y las típicas chalitas “Zico”. De repente, había días en que te encontrabas con tus amigos y les contabas todo lo que no les habías dicho en la semana. El chorrito tenía 36.6 grados y era como el boom, porque ahí se armaban muchas parejas. Ahí te veías tal cual eras”. (Alejandra Jiménez, Panimávida, 2018)

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Capítulo 3: Compartir y recordar

Vista pa Antigua piscina termal del Hotel

“Yo me acuerdo que a los 16 nos íbamos primero por Rari. Después íbamos a Rinconada por los baños de barro. Nos embarrábamos hasta el pelo y unos se sacaban el traje de baño por dos horas… Terminábamos en el río. Yo traía amigos, pero esas cosas se perdieron… Éramos 5 o 6, pero como viajaba harto, llegué a contar 16 amigos una vez. Para arriba también hay barro, como “El pantano del burro”. Hay en hartas partes. Es algo muy lindo, yo nací con eso. ¿Ahora están secos? No, no están secos. Están funcionando, pero son de más difícil acceso. Estos baños están aquí, solo que ahora son barros privados”. (Fernando Montecinos, Panimávida, 2018) 43


La Poza “Esta avenida que está aquí se llamaba Esperanza Opazo, nombre de la señora que donó los terrenos al obispado y les donó una quinta, llamada “La quinta del cura”. Ojalá se recupere La Poza porque está en mano de los sacerdotes. La señora Esperanza Opazo primero dio La Poza para el cementerio, pero los sacerdotes descubrieron que salía agua y la dejaron, no tomaron en cuenta que las aguas eran termales. Entonces, ¿qué pasó? Que nosotras, cuando éramos chicas, nos bañábamos en la noche, porque el agua era más calentita que en el día. Me bañaba en La Poza que está encerrada en la casucha. Esa fue la primera piscina popular: se llenaba de gente y también venía la gente del tren”. (Margarita Cofré, Panimávida, 2018) “Fíjese que los niños de los hijos de aquí, de los que trabajaban en la fábrica, iban a buscar coiles pa´l cerro, copihue, maqui y todo eso lo traían para vender en La Poza por tazas… Unas canastadas de 30 o 40 kilos de maqui lo vendían en 1 o 2 horas, era muy bueno el comercio… Sí, aquí Panimávida clotió cuando se cerró La Poza”. (Valentín Sepúlveda, Panimávida, 2018)

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Capítulo 3: Compartir y recordar

Grupo de personas bañándose en la Poza

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“Nosotros veníamos de La Poza y era como una competencia: la gente venía del semillero, allá de los fundos, de Maule, con cantoras y bailarinas y buenos gallos pa’ la cueca. Nosotros, los de Rari, dijimos: “Vamos con cartón a La Poza”. Les dejé los artistas solo para ellos: trajimos a cantoras… Usted debería haber conocido a la Luchita Bustos, cantaba muy lindo esa señora. Bueno, trajimos a la hermana del Raúl Méndez, doña Concepción Toledo y unas bailarinas bien buenas, además de unos cabros bien buenos también. Nosotros nos llevamos todos los premios de la competencia. Entonces se premiaban a los mejores artistas.” (Valentín Sepúlveda, Panimávida, 2018) “Hay otro hecho que nadie ha nombrado. Cuando jugábamos a la pelota ahí en la cancha y quedábamos hediondos a transpiración y embarrados, adivinen dónde íbamos: partíamos a bañarnos a las pozas a 37 grados de calor en pleno invierno, cuando había cinco grados de temperatura. Estábamos en la piscina una media hora metidos o, a veces más, cuando decían: “Viene don Carlos Hidalgo”. Cuando venía don Carlos. Teníamos que tomar aire y hundirnos, quedándonos abajo hasta que pasaba. Hubo un tiempo en que nos prestaba las llaves”. (David Norambuena, Panimávida, 2018)

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Capítulo 3: Compartir y recordar

“En La Poza me acuerdo que había un río, que había un bosquecito de pinos y que había mucha gente los domingos. Venía mucha gente a comer y se tiraban toda la tarde. Eso era muy bonito: uno iba a cualquier hora a La Poza con negocios adentro: artesanía, vendedores ambulantes… Iban a pasear, era muy relajante, era muy lindo”. (Violeta Barros, Panimávida, 2018) “A La Poza venía un montón de gente de todas partes. Se llenaba el bosque con carpas que estaban semanas con sus carretas y sus caballos. En los años 40, yo tenía uno 7 años y recuerdo que me llevaban a bañar. Don Eloy era el único fotógrafo que había y sacaba fotos con los ponys.” (Margarita Cofré, Panimávida, 2018) “El día domingo nos arrancábamos con mi hermana a La Poza a mirar un ratito como bailaban adentro. Ni siquiera alcanzábamos a entrar. Una vez, vimos que llegaba el perro de la casa y era mi papá que, a tranco largo, venía a buscarnos. Nosotros nos arrancamos por la calle de detrás del bosque”. (Isabel Pinto, Panimávida, 2018)

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“La señora Esperanza Opazo dejó La Poza para la gente que tenemos menos recursos”. (Wilibaldo Robles, Panimávida, 2018) “Antes La Poza estaba abierta, estaban los negocios, las ruletas, los taca taca… Había mucha gente que vendía ahí. ¡Pucha! Había mucha entrada. Les iba bien porque estaba abierta y, como no cobraban, se llenaba”. (Alejandra Jiménez, Panimávida, 2018) “Si aquí abrieran los bosques y las lagunas de antes para bañarse gratis, como La Poza, tal como era antes, volvería la mitad de la gente. Eso es del pueblo. Antes se bañaba toda la gente gratis en esas aguas, todos pasábamos en el agua… Ahora vienen los de sanidad y no permiten que ocurra eso por las infecciones, pero antes usted se bañaba con personas con sarna, lepra y todas esas enfermedades, pero usted no se pegaba nada porque el agua caliente termal mata todas las infecciones¨. (Valentín Sepúlveda, Panimávida, 2018) “La Poza igual era gratis, íbamos en la noche a bañarnos… ¡Calentita la agüita! En la noche nos juntábamos todos en La Poza a bañarnos, lleno de gente hasta en invierno. Antes los pasajes tenían nombres divertidos: El Pelambre, La Calle de los Perros, El Machicura… Y nos bañábamos todos, ahí conversando, tirando la talla, primero eran las mujeres y después los hombres”. (Sara Bravo, Panimávida, 2018)

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Capítulo 3: Compartir y recordar

Grupo de mujeres bañándose en la poza

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La Embotelladora “Yo tengo recuerdos del 90 o 91, cuando yo todavía, después de clases, pasaba a buscar bebidas o tomaba bebidas ahí en la fábrica e iba a buscar a mi tío Califo. Les daban a todos los trabajadores dos jabas mensuales para que se llevaran a la casa”. (Alejandra Jiménez, Panimávida, 2018) “Yo trabajé en la embotelladora: hacíamos la bebida, le echábamos el jarabe a la botella porque antes era manual. En el 72 estuve trabajando en la fábrica como 3 meses, con 15 años de edad. Echaba el jarabe a las bebidas, utilizando una campanita para medir la dosis. Trabajé poco, pero me gustaba el trabajo. ¿Cuáles eran los trabajos que se desarrollaban ahí en la fábrica? No sé. Yo ahí ponía poco cuidado, pero me acuerdo que unos echaban las botellas a la máquina para que se lavaran, mientras otros las secaban y ponían en la cinta. De ahí pasaban a la tapadora, después de que estar llenas, para irse finalmente a la caja. Todo lo que era carpintería estaba para atrás de la fábrica: ahí hacían las cajas, las jabas y las jabas especiales. Me acuerdo haber recibido juguetes en el teatro cuando era chica”. (Yanett Freire, Panimávida, 2018) ´

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Capítulo 3: Compartir y recordar

“La fábrica tenía dos símbolos que identificaban al pueblo: uno era que todo el año tenía una bandera de Chile en la torre. Era una bandera gigante en donde todo el mundo la podía ver. El otro era como el reloj de la gente de Panimávida: el pito de la fábrica. Este sonaba a las 6 y las 7 de la mañana, además del mediodía. Me parece que en la noche de Año Nuevo también se escuchaba. A mí me pasó una anécdota: para un Año Nuevo me subí a tocar las doce campanadas con los tambores, porque ya no había pito, y quedé toda la noche con los oídos tapados. Para los que no conocieron el pito: era un acumulador de aire con un tubo delgadito que salía al techo y tenía un alambre. Había unos viejos que sabían la técnica para emitir un pito largo y un pito corto. Uno de ellos era don Carlos Bravo. El famoso pito funcionaba tirando el alambre para abajo y medía de 10 a 12 metros. Tuve la suerte de estar al lado y tocarlo”. (Pablo Bustamante, Panimávida, 2018)

Trabajadores de la Embotelladora de Bebida de Agua y termas de Panimávida 51


“En esa época de la fábrica, en la básica del colegio de Panimávida, nos llevaban una vez a la semana a la fábrica embotelladora. Me acuerdo haber ido a pedir bebidas con sabor o sin sabor. Nos daban hasta que quedábamos empachados. Era tomar y tomar agua, además de que era rica. Esa agua llevaba elementos curativos porque eran 100% aguas de origen termal, con sabores agregados, pero agua curativa y sana. También me acuerdo que tocaban la campana para ir a comer y los tres pitos de la fábrica. El esposo de la Challo Grande, trabajó en la fábrica. Venía de Rari a trabajar todos los días.” (Marcelo Leiva, Panimávida, 2018)

“El trato era bueno y les daban la Panimávida. Mi papá decía: ‘Hoy toca que me entreguen la jaba de Panimávida”… Entonces, iba un hermano, ¡hasta una misma, con una carretita! y nos ponían los cajoncitos con las bebidas para la casa. Ahí uno las hacia aguantar todo el mes. Era bueno que los papás no que se quejaran en la casa y que uno escuchara ´Chica, tuve un problema con el patrón, me retaron´. Eran relajados, aunque sí los pobres viejos llegaban cansados. Hacían paseos todos los años a la playa”. (Isabel Pinto, Panimávida, 2018)

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CapĂ­tulo 3: Compartir y recordar

Sistema de embotellamiento de la bebida de agua y termas de PanimĂĄvida

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El Tren Chico de Panimávida “Mi papá contaba que había el tren chico, mucha gente, muchos pensionistas, gente en el hotel. Todo eso que la gente conoce. Siempre pregunté por qué se acabaría y, por lo que capté, el tren tuvo un accidente y por eso lo retiraron”. (Isabel Pinto, Panimávida, 2018) “Yo conocí el tren: tenía 8 años cuando acompañaba a mi tía a Yerbas Buenas a ver un médico que, según ella, era muy bueno. La primera estación era Rari y le seguían San Juan, Abranquil y Arrayanes. Salía a las 8 de Panimávida y volvía en la tarde, siendo el único medio para viajar. Sacábamos boletos en una ventanita chica donde estaba la señora Eugenia. Recuerdo que andaban de azul, con un gorrito y un alicate que marcaba el boleto con un hoyito. Mi papá también me llevaba a Linares y eso que tenía como 8 años. Iba muy muy despacito y funcionaba con carbón de piedra”. (María Elena Sepúlveda, Panimávida, 2018)

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Capítulo 3: Compartir y recordar

“Y en cuanto al tren, iba acompañada casi todas las semanas, porque comprábamos quesos en Abranquil. Solo una vez fui con una abuelita y ella se quedó abajo: tuve que tirarme, pero caí parada, gracias a que el tren iba despacito. Como resultado, mi mamá ya no me dio más permiso. Por otra parte, mi papá criaba chanchos y a veces iba a venderlos a la feria en la carretela. Entonces empezaba el tren chico a correr y se iban juntos a Linares (…) No había caminos como los que hay ahora. Había caminos de tierra, tenían que pasar sobre los rieles y, cuando llovía, por los ríos y el lodo, no se podía ir a Linares”. (Margarita Cofré, Panimávida, 2018) “Mi mamá con mi tía se iban por la línea del tren al colegio. Se colocaban de guatita a escuchar si venia el tren. A la salida de la avenida, don Carlos Aguirre tenía el kiosco de diarios. Él era bastante mayor que mi mamá y, cuando la veía en el piso escuchando si venía el tren, la retaba y la mandaba a su casa.” (Sara Bravo, Panimávida, 2018) “El último paseo en tren lo hice cuando me fui a entregar al Servicio Militar (…) Pasaba por aquí, llegaba a Rari, luego a San Rafael, San Sebastián y Abranquil, hasta llegar a Linares.” (Valentín Sepúlveda, Panimávida, 2018)

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“El tren chico hacía la parada en la estación con los pasajeros de Santiago. Mis hermanos volaban a bajarles las maletas cuando llegaban al hotel o a las casas de pensión. Así se ganaban sus moneditas”. (Sara Bravo, Panimávida, 2018) “Nosotros nos íbamos a colocar donde Los Abarzúa porque ahí el tren iba despacito y nos subíamos a los carros para convencer a la gente de llevarlos a la pensión, donde nos pagaban un peso por persona. Y, aparte, también ganábamos propina. Cuando venía mucha gente, entre las hosterías se sugerían como alternativas para recibir a todos los que llegaban”. (Valentín Sepúlveda, Panimávida, 2018) “La señora Margarita vivía en Colbún. Hacía pan amasado y empanadas y se venía en el tren chico vendiendo con su canasto.” (Yanett Freire, Panimávida, 2018) “En esos tiempos, ¡pucha!, pocos sabíamos leer y cuando llegaban los ricos, mandaban a los trabajadores a comprar el diario, que lo vendían ahí mismo en la estación. Yo tendría como ocho años cuando vivía ahí, esperando que llegaran los pasajeros en el tren. Un día estábamos con don Pedro Rebolledo y vimos que un tío mío vino a comprar el diario para unos pasajeros. No sabía leer, pero hizo como que leía y pasó tremenda vergüenza: estaba con el diario al revés”. (Valentín Sepúlveda, Panimávida, 2018)

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CapĂ­tulo 3: Compartir y recordar

Camino de tierra del Tren Chico

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Las Pensiones “Mis familiares trabajaban acá y todos los años arrendaban ciertos espacios de sus casas o recibían pensionistas. Eso generaba el ingreso del pueblo”. (Alejandra Jiménez, Panimávida, 2018) “A la casa de mi abuela Encarnación llegaban pasajeros. Ellos desocupaban la casa para arrendarla y todos salían a dormir a la parte de atrás en cuartos preparados para el verano cuando llegaba esa gente. Y eso era bonito. Mi mamá igual decía: “Vayan a las micros a ver si encuentran pasajeros. Y uno le preguntaba a la gente: “Se va a quedar”. Entonces si la gente decía que sí, uno la invitaba para la casa, diciendo: “Tenemos una pieza’. Mi mamá recibía gente de Molina, de Curicó, de Talca y de varias otras partes”. (Isabel Pinto, Panimávida, 2018) “Yo recuerdo que cuando era chica, la gente llegaba al hotel y venía la gente de todas las clases. La gente más popular venía a La Poza y a pensiones. Entonces, en todas las casas daban pensión y cada cual tenía su visita, que la preparaban para atender a sus pasajeros. Para el invierno, era una entrada que ellos tenían. Había gente que trabajaba adentro del hotel, pero había casas que aprovechaban de obtener sus recursos a través de ese negocio, como era la pensión casera mientras los cabros chicos llevaban pasajeros a las pensiones al grito de “¡Pensión, pensión, pensión!”. Pero, sacaron los baños de segunda y eso se perdió… Eso favorecía mucho a la gente porque la beneficiaba en lo económico”. (Carmen Aguirre, Panimávida, 2018)

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Capítulo 3: Compartir y recordar

Llegada del tren chico de Panimávida donde esperaban los pensionistas

“Lo único que no me gustaría a mí que no volviera de cuando todas las casas de Panimávida traían pasajeros y el tren no daba abasto es que los papás nos dejaban durmiendo donde estaban los piojos”. (Valentín Sepúlveda, Panimávida, 2018)

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El pueblo de Rari “Rari fue un pueblo grande, habitado por artesanos que tienen su prestigio y han destacado por eso. Y se va a destacar siempre por su trabajo único y mundial. De las primeras raíces, la verdadera artesana creo que fue la abuelita de Nanchito Sepúlveda. Una señora que fue partera, que era la matrona del campo. Pero Rari era un pueblo de campesinos trabajadores muy sencillos. Sembraban, tenían gallinas, pavos, chanchos. Todos sembraban, nunca dejaban de sembrar. Ahora no hay ningún terreno que este sembrado para allá”. (Olga Vásquez, Panimávida, 2018) “La gente de Rari es muy inteligente. De hecho, la gente de Panimávida, la mayoría de los de acá, vienen de allá.” (Pablo Bustamante, Panimávida, 2018) “Siempre dicen de los chonchones de Rari, son brujos y esa no es la realidad. Cuando empezó el trabajo de la fábrica, aquí no había población de gente obrera. Hubo que buscar gente de otros lugares y la primera que llegó era de Rari. Entonces no había luz eléctrica y los caminos eran solo barriales. La gente de Rari, para alumbrarse en el camino, cada cual solucionó el problema a su modo: unos arreglaron un tarrito con carburo, otros rompieron una calabaza y le metieron un chonchón a parafina. Así, cuando se veía venir la fila de chonchones de Rari, la gente decía: ‘Ahí vienen los chonchones”. (Valentín Sepúlveda, Panimávida, 2018) “Toda esa bonanza jugó en contra del pueblo. Por lo que hemos conversado, me he dado cuenta con que la historia hizo que la gente de Panimávida fuera muy arrogante, orgullosa y cómoda. Así lo puede comprobar don Valentín, que era de Rari, donde tenían otro tipo de vida. Ni se miraban porque los de Panimávida eran muy creídos y los de Rari eran más trabajadores. Panimávida le debe mucho al pueblo de Rari.” (Pablo Bustamante, Panimávida, 2018) 60


Capítulo 3: Compartir y recordar

Entrada al pueblo de Rari

“Decían que eran brujos porque en Rari había muchas mujeres yerbateras que, cada vez que alguien se enfermaba, usaban más las hierbas que la medicina. También había otras personas que sacaban el mal de ojo o componían huesos. Entonces, ser de Rari era equivalente a ser brujo”. (Alejandra Jiménez, Panimávida, 2018) 61


El carismático doctor Bravo “Era muy buena persona. Fíjese que, cuando él estaba atrasado, me mandaba a decir que le dejara los platos tapaditos no más y que él se atendía solo. Y no pues: yo tenía que esperarlo”. (Valentín Sepúlveda, Panimávida, 2018) “A mí me traían casi todos los días aquí al consultorio. Me tocaba la nariz y me saltaba la sangre… Mi papá a las 3 o 4 de la mañana partía conmigo y el doctor me ponía tapones. El me los ponía y yo me los sacaba todos. A la hora que usted llegara, él lo atendía… Lo iba a buscar mi papá donde el estuviera y lo traía para que me viera. Muy buen doctor, muy buena persona. A alguna gente les cobraba por las consultas: a los que podían pagar, porque a nosotros nunca nos cobró”. (María Bravo, Panimávida, 2018 “El doctor Bravo era una persona muy humanitaria: podía estar en una cena en el hotel con los más adinerados que venían al hotel de Panimávida, pero llegaba alguien y le avisaba que un obrero la estaba pasando mal, él se paraba de la mesa e iba a ver a esa persona. Él estaba para atender a los pasajeros del hotel, conjuntamente con el doctor Rodríguez que vivía en la casa del parque, sin embargo, ellos atendían tanto a la población de Panimávida como a los trabajadores de las termas y la fábrica”. (Juan Carlos González, Panimávida, 2018)

“Es un poco representativo que la oficina del doctor Bravo haya estado justo hacia adentro y hacia afuera del hotel porque él era el nexo que había en el hotel entre la clase alta y la clase baja”. (David Norambuena, Panimávida, 2018)

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Capítulo 3: Compartir y recordar

Doctor Fernando Bravo junto al pueblo de Panimávida

“A mí me atendió el doctor Bravo cuando chica: me enfermé y el me atendió a la entrada del hotel. Tenía dones de pintar: pintó a mi tía en un quiosco que tenían, pero no sé qué se hizo esa pintura. Llegó de doctor y aquí se enamoró de la hija de la Chepita, como le llamamos, y se casó. Tenía una empleada y a ella le decía que a los niños no les diera pan fresco, sino que le diera pan del día anterior. Lo otro que decía es que a los niños les sacara los zapatos y los dejará con contacto con la tierra uno o dos veces al día”. (Margarita Cofré, Panimávida, 2018)

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Vuelos Populares “¿Se imaginan que abriéramos la cancha de aterrizaje e hiciéramos una fiesta para inaugurar la cancha? ¿Se acuerdan de esa fiesta? Cuando se hizo la inauguración, había mucha gente y hartos aviones. Se hizo un número artístico y una rifa. El que se sacara la rifa iba a volar al lado del piloto e iba a manejar el avión, pero eso estaba todo arreglado. Vieran las chalas que tenían puestas el que se ganó la rifa. Se había puesto unas correas y un sombrero que era un espantajo mientras de lejos observaba la gente con la boca abierta. El piloto le dijo: ‘Mire, usted va a mover esta palanca, va a carga ahí’… Y partió el avión mientras el piloto daba las instrucciones en tierra. La gente decía que se iba a matar por las vueltas del avión que hacía clavados y que pasaba así de tanto de la cabeza de la gente… Eso sí que fue un hito… El que se hizo pasar como ganador de la rifa era hijo de estos caballeros que manejaba aviones y había sido piloto. Pero yo creo que la gente recordó eso durante varios meses: que el piloto los iba a matar, cuando el piloto se las sabía todas.” (Valentín Sepúlveda, Panimávida, 2018)

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CapĂ­tulo 3: Compartir y recordar

Cancha de aterrizaje de Vuelos Populares

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agradecimientos

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Un saludo especial a Salvador Molina, director del Colegio Javiera Carrera de Panimávida por gestionar el espacio para las dos mateadas; a Ricardo Jeria, director de la Escuela Básica de Panimávida por prestar elementos para la óptima realización de las actividades, además de otorgarnos una instancia para relatar los cuentos; a la Fundación para la Superación de la Pobreza y al programa Servicio País por darnos la oportunidad única de vivir esta experiencia. Al Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio y el programa Red Cultura, en el marco del convenio que sostiene el presente proyecto. Agradecer a la agrupación cultural Creemos Panimávida, quienes con voluntad y ganas de ser un aporte a su comunidad han logrado co-elaborar esta hermoso proyecto. Finalmente, darle las gracias a todas y cada una de los y las asistentes de las mateadas por contarnos todas las historias de su pueblo, porque sin ellas, este libro no habría sido posible.

¡Muchas gracias!

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Primera mateada 20 de Octubre 2018

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Segunda mateada 27 de Octubre 2018

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