Enrique Cebrian

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Enrique Cebrián Zazurca

españa

Doctor en Derecho y licenciado en Derecho y Ciencias Políticas. Es profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Zaragoza (España). Ha realizado estancias de investigación y de formación en el Institut d’Études Juridiques Ibériques et Ibérico-Americains (Université de Pau et des Pays de l’Adour), en el Centre de Recherches Politiques (Sciences Po) (París), en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (Madrid), en la London School of Economics and Political Science, y en la Fundación Transición Española (Madrid). Fue el ganador del VI Premio Manuel Giménez Abad para trabajos de investigación sobre el Parlamento.

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MODELOS DE DEMOCRACIA:

Modelos de democracia

O N Y

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ace no muchos años la democracia representativa vivía momentos de absoluta placidez. Nada parecía sobresaltarla. Se hablaba, es cierto, de la crisis de la representación política, pero el posible peligro había quedado desactivado al convertirse en un cliché. Desde su origen, se ha venido repitiendo que la representación política está en crisis, hasta el punto de que, cuando se enumeran sus características, parece obligado hablar de esta crisis como de uno más de sus elementos definitorios. Ocurre algo similar a lo que se predica de la novela: llevamos decenios oyendo hablar de su crisis mientras no paran de escribirse y de publicarse novelas. Mientras se hablaba de la crisis de la representación, los sistemas representativos funcionaban y se multiplicaban en la práctica. Si tenían mala salud, era desde luego una mala salud de hierro. Como ha sido aceptado mayoritariamente, no se trataba tanto de que la representación estuviese en crisis, sino de que su esencia se basa en la aceptación de una ficción jurídico-política: la de que es posible representar a los ciudadanos y construir así la voluntad de una comunidad. Más allá de esto, como digo, todo era un mar en calma. Las disputas entre la representación y la democracia directa eran solo batallas intelectuales que no erosionaban en absoluto el estado de cosas realmente existente. Porque es cierto que el mito del directismo –la Atenas clásica, sobre todo; pero también el modelo suizo o la abortada Constitución francesa de 1793– siempre ha acompañado a la representación política, colgándole al cuello la etiqueta de mal menor. Pero también es cierto que, en realidad, se trataba solo de juegos académicos destinados a las páginas de una tesis doctoral. La realidad caminaba por otra senda. Dos han sido los cambios que en los últimos tiempos han modificado ese viejo panorama. El primero de ellos ha sido la aparición y extensión de internet. Internet viene a inhabilitar el que ha sido históricamente el principal argumento en defensa de la representación política y como barrera frente a otro tipo de pretensiones participativas. Este consiste en certificar la imposibilidad de que en los grandes estados los ciudadanos puedan reunirse a debatir y decidir las cuestiones políticas. Con internet, la reunión física sigue siendo un imposible, pero no así la reunión virtual. EDICION 3 / 2014


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Ante esta posibilidad, debe recordarse que es esencial que exista una reunión articulada institucionalmente, con unas funciones determinadas, con unas reglas establecidas y con un sistema fijado de responsabilidades. El segundo cambio es más reciente y se ha concretado en un descrédito de la democracia representativa en sectores cada vez más amplios de la sociedad. Una impugnación que crece por momentos. Crisis económica y crisis política van de la mano dando lugar a una crisis sistémica. Los movimientos de los indignados, 15-M, etc. han acuñado una máxima –No nos representan– que posee, en su aparente sencillez, una carga de alto voltaje, porque tiene la cualidad de ir directamente al núcleo de la representación política, desarmando la convención que la sostiene. Que a un sistema de organización política de la sociedad que se basa precisamente en la idea de la representación se le diga que no existe en realidad una verdadera representación equivale a lanzar un misil en la línea de flotación del modelo. Es muy posible que esté equivocado, pero creo que estamos viviendo un momento histórico de gran importancia. Si sobrevive la fórmula representativa, lo tendrá que hacer obligatoriamente tras haber pasado por una enorme redefinición interna, similar a la revolución que supusieron a principios del siglo XX los modernos partidos políticos como piezas centrales de la organización del sistema representativo. Y, verdaderamente, estimo muy necesario que la fórmula representativa efectivamente sobreviva. En esta situación de incertidumbre es necesario salvaguardar las bondades del sistema representativo, hasta el punto de que debemos reconocer que, elementos que hoy consideramos inherentes a la idea de democracia y a los que no estaríamos dispuestos a renunciar, son elementos establecidos gracias a la representación. Aun con deficiencias, la representación y el parlamentarismo permiten la discusión política razonada, el control de los representantes, y lo que en la literatura científica se conoce con el nombre de accountability, esto es, la rendición de cuentas. Pero tan necesario como huir del peligro de arrasarlo todo es no caer en la complacencia y reconocer las importantes deficiencias de las que adolece la actual representación. Como si de la cara y la cruz EDICION 3 / 2014

de una moneda se tratase, muchas de las bondades comentadas pueden al mismo tiempo ser vistas como carencias. De este modo, deberemos admitir que el debate parlamentario suele ser pobre o inexistente, y que los mecanismos de control y de exigencia hacia los representantes son muy deficientes. También habremos de reconocer que las principales carencias se presentan en el aspecto participativo. Por ello, deberían articularse mecanismos por los cuales la participación de los ciudadanos en el sistema fuera mayor y mejor, y no se viera reducida al mecánico acto de introducir una papeleta en una urna cada cierto tiempo. Porque si bien es cierto que un directismo democrático de corte tecnológico acarrearía más inconvenientes que soluciones, también lo es que internet constituye una fantástica herramienta para profundizar en el debate y en la participación política. Porque es cierto que quien grita ¡No nos representan!, lejos de querer firmar la sentencia de muerte del modelo, puede muy bien ser su mejor aliado, recuperando el valor de conceptos como soberanía o democracia frente a oscuros intereses privados. Porque no se trata de oponer, sino de complementar y sumar. Se trata de corregir la escasez con la que en la mayoría de los textos constitucionales son recogidas las llamadas vías de participación directa o semidirecta, tales como el referéndum, la iniciativa legislativa popular o el derecho de petición. Se trata de abrir cada vez más los Parlamentos a los ciudadanos y a los grupos sociales, favoreciendo su participación en el proceso legislativo. Se trata de estas y de otras muchas posibilidades. Mejorando la participación permitiremos que la representación política esté cada vez más cerca de ser una verdadera democracia representativa. Merece la pena conservar la fórmula representativa, igual que merece la pena construir sociedades más participativas. El debate ya no es solo un ejercicio intelectual, es un debate en la calle, en la polis, en la red, en la sociedad; un debate del que dependerá el futuro del modelo. Cuando las disputas eran solo las viejas disputas académicas, la discusión quedaba personificada en ocasiones en dos nombres: Montesquieu frente a Rousseau. La defensa de la representación política frente al abogado de la democracia directa. Hoy, que ya no es el tiempo de las simulaciones, podríamos concluir afirmando que necesitamos más Rousseau para poder seguir manteniendo a Montesquieu.

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