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La invención de lo Cinematográfico por Carlos Gamerro

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¿Por qué insiste en meterse con Shakespeare el cine? Para algunos se trata apenas de la mala conciencia causada por su carácter comercial y masivo: la adaptación de los grandes clásicos le daría un aura, o al menos un barniz, de cultura, de seriedad, a un entretenimiento cuya condición de artístico nunca estaría libre de toda sospecha. Pero si es este el objetivo ¿por qué no adaptar a Virgilio, a Dante, a Cervantes, a Milton con la misma fruición? Una primera respuesta sería postular simplemente que si Shakespeare viviera, sería guionista en lugar de dramaturgo. De hecho, puede decirse que Shakespeare inventó el cine – o, para ser menos efectistas y más precisos, digamos el lenguaje y el espectáculo cinematográficos - trescientos años antes de que la fotografía del movimiento y el celuloide lo hicieran técnicamente posible. Inventó el espectáculo (lo que es decir, también el negocio), porque su teatro era – como no lo fue ningún teatro antes o después – un entretenimiento popular, para todas las clases, y cotidiano, no limitado a festividades religiosas o celebraciones oficiales – exactamente lo que el cine ha sido desde sus inicios. Inventó el lenguaje, porque las obras de Shakespeare, con su alternancia a veces desenfrenada de momentos de acción y escenas íntimas o reflexivas (sus panorámicas y sus primeros planos, digamos); con la variedad de locaciones –desde la intimidad del dormitorio hasta los campos de batalla – y el manejo nada continuo de los tiempos; con la cantidad y variedad de personajes; y sobre todo por su estructura episódica más que escénica (la división de sus obras en actos es posterior) no tuvieron herederas en el teatro posterior y sí en el cine – y no únicamente en sus productos de arte, sino en el cine de Hollywood sobre todo.

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