La Historia del Jardín Prohibido | Tomo 1

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Guillermo Bermúdez S.

LAS HISTORIAS DEL JARDÍN PROHIBIDO 1. FENÓMENOS PARANORMALES EN GUATEMALA

© Es propiedad del autor. Reservados todos los derechos y derechos conexos Reg. 5/50/2-2004 Registro de la Propiedad Intelectual de Guatemala.


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LAS HISTORIAS DEL JARDÍN PROHIBIDO SERIE COLECCIONABLE TOMO 1 FENÓMENOS PARANORMALES EN GUATEMALA Tomados de la obra El Misterioso Jardín Prohibido del mismo autor.

“Los jóvenes pueden ser la solución, no sólo a sus problemas, sino de otros desafíos a los que se enfrenta el mundo hoy en día” ONU Programa de la Juventud


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CONTENIDO

1. CONOCIENDO AL AUTOR. 2. PREFACIO. 3. A LOS DOCENTES. 4. CONSTRUYENDO LA PAZ. 5. LA PAZ EN GUATEMALA. 6. MORIR POR LA PAZ PARTE 1. 7. MORIR POR LA PAZ PARTE 2. 8. LA CANCIÓN DE FRANÇOIS.


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CONOCIENDO AL AUTOR El guatemalteco Guillermo Bermúdez S. Embajador de la Paz, recibió homenaje y trofeo en Palacio Nacional de Cultura “Por su loable Labor En La Construcción De La Paz”, por Secretaría de la Paz de la Presidencia de la República de Guatemala SEPAZ, acto en el que efectuó el cambio de la Rosa de la Paz. Ha publicado novela, cuento y ensayo y fue homenajeado por su obra en Festival Cultural Marco Antonio Ceballos Cóbar. La Universidad de San Carlos de Guatemala USAC (Escuela de Negocios, Facultad de Agronomía) le otorgó el título de “Flechador Del Sol”, por el carácter social de su propuesta. Es Primer Lugar Nacional Premio Libreto de Teatro Ecológico 1995, por Comisión Nacional del Medio Ambiente de la Presidencia de la República de Guatemala, CONAMA. Entre sus investigaciones descubrió símbolos mayas, quedando inscrito en el Registro Nacional de Investigadores de la Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología SENACYT, del Consejo Nacional de Ciencia CONCYT de Guatemala. Sus ensayos: “El Séptimo sello del Código Maya” y “El Oxlajuj B’aqtun Oculto en los Alimentos”, fueron validados por el Ministerio de Cultura y Deportes y el Instituto de Estudios Interétnicos IDEI, publicados por el Centro de Estudios Folklóricos de la Universidad de San Carlos USAC. Fue fundador, junto a su esposa e hija, de la entidad sin fines de lucro Organicemos un Mundo Mejor y su primer presidente. Es Administrador Cultural diplomado por el Instituto de Administración Pública INAP y Gestor Cultural por la Municipalidad de Guatemala y el Centro Cultural de España. Inscrito en el Sistema Nacional de Información Cultural SIC del Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala. Pertenece a la Red Nacional de Gestores del Aporte para Descentralización Cultural y Artística ADESCA y colabora en la defensa de los derechos humanos con Amnistía Internacional.


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PREFACIO En una época violenta cuando en mi país no se respetaban los derechos humanos y había masacres muriendo muchos guías espirituales mayas, yo era apenas un adolescente. Esa experiencia vivencial me ha llevado a reflexionar que, como consecuencia, se perdieron los valores y la identidad cultural. Más tarde se degeneró en una crisis de existencias vacías, acabando con la autoestima de las nuevas generaciones, sin ilusiones ni motivaciones por hacer patria, migrando en oleadas pero sin sus raíces culturales para triunfar y, deportados, ahora traen costumbres de barriada formando pandillas delincuenciales o “maras”. Eso aumenta la drogadicción, extorciones y violencia y gran parte de la población padece estrés y trastornos depresivos por la inseguridad ciudadana, lo que me llevó a la comprensión que todas mis vivencias debían ser compartidas. Decidí, entonces, tomar de mi libro “El Misterioso Jardín Prohibido”, historias que trasmiten conocimiento y sensibilizan sobre la defensa de los derechos humanos y la cultura de paz. Lecciones de amor y muerte con las que nace esta serie narrativa, desnudando el problema de los más jóvenes en fascículos coleccionables fáciles de leer. El objetivo es encender una luz para que despiertes el deseo de conocer el valor de tus raíces y reflexiones en tu propia identidad cultural y te fortalezcas teniendo, además, una luz de alerta sobre la problemática de los migrantes y la drogadicción, para que tu vida sea extraordinaria y, dejando de ser espectador, seas un protagonista del cambio. Entonces tendrás temas positivos para hablar en las redes sociales y con tus amigos y familiares; te tomarán más en cuenta. Serás importante y nunca sentirás la soledad, ni baja autoestima, lo que te impulsará hacia el éxito contribuyendo al desarrollo y la paz, haciendo de este un mundo mejor. Guillermo Bermúdez S.


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A LOS DOCENTES: Información: Los contenidos de la serie se tomaron de “El Misterioso Jardín Prohibido”, cubriendo siete programas del Ministerio de Educación: Lectura, educación en valores, educación sexual, prevención de VIH-SIDA, prevención de drogadicción, conservación del ambiente y cultura de paz. Se autorizó su aprobación y difusión en dictamen No. 536-2008 por la Dirección General de Acreditación y Certificación DIGEACE del Ministerio de Educación de Guatemala MINEDUC. La valoración global efectuada, determinó que aplican en áreas integradas del CNB, permitiendo la realización de actividades de: Formación ciudadana, Ciencias sociales, ciencias naturales, tecnología, comunicación y lenguaje. Concuerda con el Plan Nacional de Desarrollo Cultural: “El ser humano también descubre que la realidad es cambiante y que la puede modificar cuando toma conciencia de su capacidad de transformar su entorno y crítica y creativamente se responsabiliza de sus acciones, en ese momento hace cultura y se convierte en el agente único del desarrollo”. (Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala). Objetivos: Estimular comunicación y liderazgo en orientación, generando un pensamiento divergente. El alumno desarrollará capacidades de expresión y será un actor del cambio lo que elevará su autoestima. Práctica: Formar grupos de 10 alumnos con un representante. Material: Ejemplares de este tomo, marcadores y cartulinas. Desarrollo: Encontrar los mensajes de las historias en una puesta en común y se da inicio a la experiencia, formando un grupo teatral para representarlos en otras aulas como mini dramas, así como en actividades con padres de familia.


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Finalización de la práctica y evaluación: Expondrán sobre qué fue lo que más gustó y porqué; qué aprendieron y cómo creen que pueden mejorarlo.

CONSTRUYENDO LA PAZ Cierto día, sobre los techos de las humildes viviendas aún no se disipaba el olor de la paja empapada por el rocío del amanecer, cuando un padre y su hijo discutían. El niño, lloraba triste. El padre, acongojado, trataba de consolarlo sin remediar su pena. Guatemala se ha caracterizado por el intenso verde de sus bosques, por lo que le llamaron “Lugar de los muchos árboles” y, a pesar de la tala inmoderada, todavía quedan montañas con bosques nubosos y muchas especies de pájaros y mariposas, donde encontraron refugio los desarraigados. Sin embargo, bajo ese límpido cielo tan azul como su bandera, la candorosa campiña se veía atemorizada por un despreciable malvado que jugaba con las vidas de todos para quedar bien con los poderosos.


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Allí sorprende al visitante la fuerte respiración de los monos cuando se balancean entre las ramas y por entre los helechos, pequeños animalitos que corren escondiéndose y de vez en cuando, se puede ver el imponente vuelo del quetzal. Sutilmente, el aroma fresco de la vegetación era matizado con el humo de la leña brotando de los fogones y se escuchaba desde lejos el palmoteo de las mujeres preparando las sagradas tortillas de maíz, base de su alimento cotidiano. Nadie entonces podría imaginar que tras aquellas paredes de cañas y barro nacería la luz de la conciencia para construir la paz, pero sobre la base del horror y de la sangre de cuando los derechos humanos son deplorablemente pisoteados, como ocurría en aquella época nefasta. Porque ese mismo niño había sido feliz algún tiempo atrás cuando jugaba inocente, sintiendo el familiar aroma de la olla de tamales, en el fogón que su madre cuidaba amorosamente. Aunque eso ya era cosa del pasado, porque hora la desdicha era notoria en aquella mísera vivienda. Sin embargo aquel día fue sin lugar a dudas el más importante de todos en la región, porque la semilla del deseo por la paz brotaría en el corazón de un niño, aunque entonces aún era tan solo un anhelo. Su padre, afligido, le decía: — ¿Pero qué tienes hijo, qué te pasa?— Porque aquel alegre y juguetón chiquillo, había dejado de serlo desde hacía algún un tiempo, convirtiéndose en un niño triste y retraído. ¡Claro que suficiente razón había! Y el padre lo sabía de sobra pero, disimulando se hacía el desentendido. El niño, entonces, le respondió lloriqueando: —Es que… papá… en la escuela nos pidieron una composición por los derechos humanos y la paz —sollozaba— y… y yo no entiendo nada de eso. —Se quejaba. Su padre, recordándose de su infancia quizá, le decía:


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— ¿Pero, qué más paz que la de los niños? — y se quedó pensativo, en silencio, como ensoñador. Porque se le venían a la memoria sus correrías con su alegre perrito de cuando era chico, cundo disfrutaba en el campo de la miel de los panales y en donde el silencio del bosque solo era roto por el murmullo del agua cayendo por entre las piedras de la cascada. Cuando cazaba cangrejos, con las mariposas danzando como compañía y los pájaros cantando a sus oídos, para que disfrutara de aquel maravilloso jardín de Dios, que había sido su tierra. —Es que, como he faltado a la escuela, no entiendo nada de los derechos humanos ni de la paz. —Le replicaba su niño. Se había quedado sin asistir a sus clases por andar de un lugar en otro por la desmovilización que se daba y por ayudar a su padre en el campo y ahora que iba de nuevo, pensaba que no comprendía debido a su retraso escolar. —Sí; es verdad que no fuiste. Pero ya estás estudiando de nuevo. —Le dijo su padre, tratando de reanimarlo. Pero no iba a funcionar fácilmente. —Los compañeros de la escuela dicen que aquí ya no hay paz ¿por qué será, papacito? —Preguntaba el niño, con sus lloriqueos. —Bueno... pues... —dudó en responderle su padre— es que la paz es igual que el amor. Hay que cuidarlo muy bien porque si no, se pierde. —Le respondió, tan solo por decirle algo porque, deprimido, tenía la misma duda desde hacía ya mucho tiempo. Desde la noche que todo aquello ocurriera. — ¿Y… y por qué se pierde la paz, papá? —Preguntaba, inocente. —Porque hay malvados que, resentidos, no saben valorar la cultura de nuestros abuelos y nos combaten a los pueblos indígenas. La inconsciencia, la intolerancia y la ambición, han


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hecho que quieran apoderarse de todas las tierras y así, desarraigados y empobrecidos, explotarnos más fácilmente a los pocos que vayamos quedando… —Le respondió su padre y se quedó callado porque en ese momento se produjo un fenómeno extraño como cosa del otro mundo. Tuvo una aparición de la noche cuando todo se bañó en sangre y se le vinieron encima todos aquellos recuerdos y las lágrimas oprimieron su garganta. — ¿Papá; pero qué tienen que ver los pueblos indígenas, con la paz? —Insistía el niño, confundido totalmente. —Porque algunos quieren vernos como animales; pero ellos no tienen lo que nos enseñaron nuestros abuelos y han perdido lo que les enseñaron los suyos a ellos. ¡Qué bueno fuera que alcanzáramos la sabiduría que los antiguos tuvieron! Eso subiría el entusiasmo del pueblo y, como resultado mejoraría el trabajo y, en consecuencia, también el desarrollo y la paz. —Le dijo, callando otra vez. Así trataba de explicarle algo que con mucha dificultad había intentado comprender pero que, desde el fondo de su corazón, él sabía que era la raíz de todos los males. En realidad tenía mucho de qué hablarle, mucho de su experiencia para decirle. Todo aquello que siempre había anhelado gritarle al mundo para que todos supieran la verdadera historia. Pero cuando reflexionaba en eso, su emoción se atoraba hecha un nudo en su garganta y ya no lo dejaba seguir hablando, porque los recuerdos se le venían a su cabeza como un torrente, amenazando en desbordarse en llanto. Porque la muerte de su querida mujer lo había dejado devastado y comprendía que al pequeño le afectaba más que a él mismo y por eso hubiera querido decirle algo… algo que nunca se lo diría…


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Algo como que si apreciáramos la sabiduría de nuestros antepasados, nuestra autoestima aumentaría, evitando así la degradación social y que esos valores serían la mayor garantía que se puede tener para la paz y el desarrollo, dejando de humillarnos entre los vicios del alcohol y de las drogas. Y que en lugar de conceder tierras que después quedarán arruinadas, se debería de producir alimentos, porque la falta de producción origina la carestía, lo que será una catástrofe y así, se conservaría la paz. Que todos deberíamos de unirnos para acabar con el deterioro del medio ambiente y que, si dejamos que avance, nos vamos a quedar sin el agua y sin alimentos. Que, entonces, la gente pobre ya que eso va a aumentar la violencia y la todavía, desmotivando a la población posibilidades de construir una paz que duradera.

no podrá subsistir y inseguridad aún más y acabando con las sea firme y también

—Es por eso que debemos de estar convencidos de la necesidad de vivir en paz, porque el beneficio será para todos. —Rumoraba el papá, casi entre dientes, porque no hablaba para el niño, sino para sí mismo. Porque de sobra sabía que solo él se entendía y se acordaba de aquella trágica noche, al pie de su querido arbolito. Aquella vez, cuando habló sobre eso frente a toda la gente de su comunidad, cuando les dijo lo que pensaba y el dolor que sufría de ver el hambre de los niños y el aumento de las necesidades del pueblo. Aquella vez cuando trató de explicarles a todos que no era con la violencia, ni derramando la sangre, que se arreglarían las cosas. Cuando les dijo lo que ahora le hubiera querido decir a su hijo.


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Pero esa vez comprendió que nadie le entendería. Porque aquel desgraciado, el que los acusó a todos los de su comunidad de ser subversivos, lo confundió todo. Talvez debido a su propia ignorancia o tan solo para granjearse los favores y la protección de los poderosos. La vez cuando aquel apacible lugar que fue siempre como un jardín del edén, se convirtió en un infierno. Aquella noche oscura, la del llanto de los niños sin padres, la de las mujeres sin sus maridos, la de la tierra sin hijos… Él, había salido al monte como siempre lo hacía y por andar recogiendo la leña se le había hecho tarde y sin la menor idea de lo que estaba pasando, se dirigió de regreso a su casa. Pero… al llegar, su aldea estaba arrasada… ¡La sangre lo bañaba todo! La sangre de los campesinos agricultores, antes que las hambrunas llegaran… La muerte de sus guías espirituales, antes que toda su sabiduría se perdiera y se dieran las migraciones. Aquella noche de la desgracia, cuando encontró entre todos los muertos al pequeño niño que asustado lloraba, refugiado entre los brazos de la madre herida, al pie de su querido arbolito. ¡Su amada mujer! El niño lloraba de hambre. Él, lloró de la pena. ¡Esa noche, cuando ella se fue al otro mundo! —Papito: ¿Entonces… es muy importante lo que nos enseñaron en la escuela: que no debemos ver las ruinas de nuestros antepasados tan solo como atractivos turísticos, porque eso no es rescatar nuestra cultura, ni la identidad nacional? —Preguntaba el niño, repitiendo lo que su maestra decía. —Sí; exactamente, así es. —Afirmó él, sorprendido por semejante acierto— Porque, a causa de eso, muchos van perdiendo el conocimiento de nuestros abuelos. Ya no tienen valores que les den una identidad cultural. —Añadió, entristecido.


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—Entonces estudiaré mucho para que, cuando sea mayor, pueda rescatar los valores de nuestra cultura. Así, todos juntos, nos beneficiaremos de tener una identidad y viviremos en paz. ¡Esa será la misión de mi vida! —Exclamó emocionado aquel niño. — ¡Y así todos podríamos alcanzar de nuevo la grandeza que tuvieron nuestros pueblos! —Dijo el padre, como hablándole al viento. — ¡Si; porque la maestra dijo en la escuela que todos somos parte de la misma tierra! ¿O no es así papá? — Preguntó el inocente. —Sí. Así es, hijo. Porque ésta tierra se compone de todos; cada uno aportando su cultura y juntos, construiremos la paz y la armonía en el mundo— Agregó el padre con voz temblorosa. Pero ya no continuó porque un nudo oprimió su garganta. La emoción los embargó entonces y abrazados vivieron unos momentos de feliz ternura. El niño añoraba a su madre; el padre, recordaba aquel arbolito donde muriera su compañera y porque, no muchos años atrás, bajo su sombra le declarase su amor. Porque allí se conocieron y en ese mismo lugar se juraron amarse. Ahora, recordaba aquel trágico momento en que se despidieron. Aquel fue, sin lugar a dudas, el día más importante de todos. Porque se estaría dando el más grande avance en la construcción de la paz, ya que un niño lo había entendido, aunque con el dolor de su padre. ***


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LA PAZ EN GUATEMALA Todo empezó cuando investigábamos el misterioso mundo mágico de los mayas en el apartamento de mi amigo Walter, en Hannover, Alemania. Un fenómeno extraño empezaba a interferir en nuestras vidas. A cada momento me sorprendía. Todavía siento escalofríos en la espalda cuando me recuerdo. Todo era muy confuso. Él decía que era una actividad paranormal. Fue un período muy dramático. Al parecer, fuerzas ocultas se desencadenaron cuando me preparaba para un seminario sobre la cultura maya que estaba por impartir. Según Walter, alguna energía del más allá intentaba comunicarme algo sin que yo lo pudiera evitar. Bueno; no me fue fácil comprender lo que mi a migo decía, ya que no soy conocedor de eso como él; pero llegué a creer que estaba poseído por alguna clase de influencia espiritual. Sí; pensé que algo estaba jugando con mi vida. Era muy extraño; no lo podía comprender y eso me preocupaba.


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Él me decía que podría ser como una preparación que el universo me daba para algo grande que se manifestaría en mi vida, sin yo saber cuándo ni cómo y me aseguraba que ningún mal le ocurre a uno, sin que haya un bien oculto dentro de eso y que finalmente resulta ser provechoso. Claro que yo no podía ni tan siquiera imaginar todo lo que iba a pasar en Miami, en aquella ocasión, muy lejos de Hannover en donde me encontraba. Aún se me hiela la sangre cuando me recuerdo de eso que a nadie he querido contar, para que no piensen que me he vuelto loco. A un grupo de alumnos de Walter, de la universidad de Hannover, yo les había dicho algo sobre los ritos y tradiciones de Guatemala —multiculturalidad de etnias e idiomas, que prisma coloridas facetas dentro de la población— y se habían asombrado, porque no conocían nada de las bellas tierras tropicales en donde tuve la dicha de haber nacido. Para ellos era como si se tratara de otro mundo. Uno muy extraño donde la magia se respira en el ambiente, con danzas alegóricas con ceremonias y misteriosos rezos, entre velas de colores y el aroma de pino, humaredas de incienso y resinas de pom, estoraque y mirra. Entonces él, aprovechando que sus alumnos estaban por salir de vacaciones, les llevaría para que asistieran al seminario de la misteriosa cultura que yo estaba por impartir y de paso, podrían conocer de cerca las exóticas costumbres que tanto les afamara. Yo iría primero para organizar todo lo necesario, pues aún tendría que hacer una escala obligada en Miami y otros arreglos a mi tema; ellos llegarían después, cuando se acercara el evento. Aproveché hacer algunas construcciones engalanando el

la parada que el avión hacía en Miami, para compras y dar una vuelta admirando las estilo Art Déco, que aún se observan ambiente de aquella ciudad, muy de moda


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entre los años mil novecientos veinte a los cuarenta. El aroma de la comida y una música que hacía tiempo no escuchaba salían de un local y me detuve para tomar una taza de buen café en una de las mesitas de afuera y revisar mis notas para el seminario, buscando cómo rescatar los conocimientos de una riqueza cultural que se está perdiendo. Entonces, sumergido en mis pensamientos estaba, cuando una voz me llamó. Naturalmente, me asusté. Claro que yo ignoraba por completo lo que estaba por pasar. Era un muchacho latino con mala planta con otro su compinche abrazando a una jovencita quien me llamaba. No se miraban muy amigables y, por supuesto, no los conocía. Yo presentía como que algo misterioso se avecinaba cuando ocurriría aquello. — ¡Hey, bato! ―Me dijo, jugando con una moneda que lanzaba al aire. Pensando que serían pandilleros, los parroquianos que se hallaban en el café los observaban curiosos y tuve temor de ser asaltado. ¿Pero qué querrán? Pensaba. —Tranquilo, brother. ―Exclamó uno, al ver mi cara de asustado. Vestía camiseta estampada de vivos colores y tenía tatuajes en ambos brazos desde los hombros, rapado a los lados de la cabeza. —Take it easy, man. Somos paisanos, carnal. ―Me dijo en spanglish la chica. —Simón, ya vas paisano, ―afirmó en caló el primero, dejándome más sorprendido todavía. ¡Habían descubierto la banderita de Guatemala que tenía en mi solapa, identificándome! y se quedaron allí parados observándome y me sonreían como esperando que yo dijera algo. Mi primera impresión fue que su sonrisa era burlona. Yo no me atreví a decir nada, porque me tenían desconcertado y… en ese momento… el muchacho se fue


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acercando… yo casi salgo corriendo, pero me detuve y fue a partir de allí cuando habría de ocurrir algo verdaderamente curioso. Él, poniendo su moneda sobre la mesa se me quedó mirando. Inmediatamente reconocí el letrerito de las monedas de mi patria que dice “paz”, y notando un no sé qué de sinceridad en su mirada respiré más tranquilo y con una leve inclinación saludé medio sonriente. Me dijeron que buscando un mejor futuro se habían aventurado a migrar al país del norte dejando atrás el hogar. Entonces, temerariamente, tuve un arranque y arriesgándome, decidí invitarles a mi mesa. Ahora, “mojados” —como decían ellos— hacían trabajos temporales para los latinos de “La pequeña Habana”. —Nuestra tierra es un paraíso y su gente buena y amable, pero faltan oportunidades y en las fincas ya no hay trabajo. Aquí, en cambio, se gana en dólares, pero la vida es dura y cuesta, porque somos ilegales. ―Me explicaron. Recordé las noticias que mostraban en la televisión los alborotos de los campesinos inconformes, que manifestaban entre humaredas negras, bajo una lluvia de pedradas que le lanzaban a los policías antimotines en reclamo de las tierras y condiciones de vida más dignas. —Ustedes son de los que, si no emigran, se dedican a quemar llantas y estorbar el tránsito con sus protestas. —Les dije, como reprochándoles. Pero fue un error porque se pusieron serios y bajaron la mirada. Entonces, en un impulso de conmiseración venido de no sé dónde, opté por ofrecerles algo de comer y aceptaron gustosos. Les dije que, por migrar a otro país, van olvidando los valores ancestrales y se adaptan a cualquier corriente sin


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saber cuál es nuestra verdadera identidad cultural y que, entonces, ya no hacen esfuerzos por hacer de la patria una nación más próspera que nos lleve a construir la paz. —Qué bonito hablas, man ―me dijo socarrón uno de ellos— mencionas ideales, pero nosotros hemos vivido realidades. ¿Qué sabes tú sobre la frustración y la indignación? ¿O de ser vapuleados durante una marcha de protesta, entre garrotazos, arrestos y bombas lacrimógenas y tener que salir huyendo, golpeados y humillados a escondernos? — ¿Alguna vez sufriste la pena de llevar a un hijo enfermo al seguro social y que te negaran atención, por estar sin trabajo? ―Me dijo alterada la muchacha— ¡Y después que te han descontado cuotas durante años! Pero los muchos millones que se robaron de allí descaradamente ya nunca aparecen, aunque sepan quiénes fueron los que después vivirán como millonarios, sin que les importe que por falta de atención tu hijo se muera. ―Agregó. — ¿Sabes lo que significa una protesta popular? ―Preguntó el segundo— Es un síntoma de la frustración, de la desigualdad social y por sobre todas las cosas, la indignación de ser vistos y tratados como animales por una sociedad enferma de avaricia y de racismo. Son los gritos de hambre, como cuando los niños lloran. Es el llanto del pueblo con lágrimas de sangre, por la injusticia social. Porque solo buscamos que se hagan valer nuestros derechos, porque la justicia no funciona igual para los pobres que para los poderosos. —Para vivir en paz —dijo el primero—, porque la paz no debe ser una simple palabra vacía de acción, vacía de voluntad. No; sino que debe de asentarse en hechos concretos. No debe de ser un papel firmado, sino sentimientos arraigados en nuestros corazones. ¡En los de todos nosotros!


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—No solo en los de aquellos que gozan de todas las ventajas y quieren vivir sin saber de los problemas, porque tienen el refrigerador lleno de víveres y la cuenta bancaria repleta, creyendo que eso es la paz. —Añadió ella, llorosa— ¡La paz debe ser un sentimiento colectivo parecido al amor! Pero la sociedad de hoy ya no ama. Nuestros corazones han quedado vacíos de sufrir y de llorar como nuestro pueblo. —Man: ¡despierta a la realidad! ―Me dijeron— No sueñes, brother. —Entonces me quedé callado. El silencio lo inundó todo y casi como si nos hubiéramos detenido en el tiempo, nos quedamos como congelados. La cara me ardía, como si hubiera recibido una bofetada. Me avergoncé de mí mismo, de mi actitud estúpida frente a los muchachos aquellos que trataban de ser amables conmigo y que yo, desde mi ladina altivez, tan despreciativamente les había tratado. Sentí entonces un gran remordimiento y humillándome, bajé el rostro para ocultar mi vergüenza. ¡Ahora entendía por qué el avión tenía que hacer escala en Miami y el destino me había llevado a charlar con ellos, que en ese momento fueron como mis maestros y aturdido me hice consciente de mi propia vanidad. ¡Había querido dictar aquel seminario sobre una cultura que yo mismo no entendía! ¡Mi propia cultura! Qué ridículo me sentí. El inexplicable suceso que Walter me vaticinara, había ocurrido. Sí; porque ellos me habían instruido de manera inesperada en los principales temas de los que debería de tratar en aquel seminario que estaba por impartir. — ¡Pero podemos alcanzar la paz! ―Les aseguré con voz emocionada en medio del silencio que se había formado. Ellos me miraban extrañados— Ese será el día en que todos comprendamos que nuestra sangre es tan igual como la de todas las etnias del mundo y que la violencia y el rencor no son la mejor educación para nuestros hijos. Entonces yo veo brillar la paz en mi patria, la de los


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bosques húmedos nubosos, en donde anida el quetzal y los arroyos cantan como las aves que adornan el cielo azul como nuestra bandera. En donde todos juntos elevaremos a las naciones como los dedos de las manos, como los órganos de un mismo cuerpo, como los latidos de un mismo corazón. ¡Allí veo yo brillar la paz! No como un concepto vacío que suena muy bonito en los discursos; sino como una realidad de vida, conquistada con el esfuerzo y la voluntad de todos y cada uno de nuestros compatriotas. —Les decía yo, como poseído, con el pelo sobre la cara, sudoroso, como si estuviera dictando un discurso ante un gran auditorio. En mí se había operado una especie de transformación. Ellos estaban admirados. —Ve en paz, brother. ―Me dijeron sonrientes y nos despedimos con un fuerte abrazo y en sus ojos brillaban lágrimas de añoranza. Me di la vuelta rápido, para que no vieran que, en mis ojos enrojecidos, también estaba a punto de desbordarse el llanto. Aquello fue un suceso muy extraño, porque después de eso cambiaría mi vida para siempre. Ya nunca sería el mismo… El avión aterrizó entonces y me alegré que por fin llegábamos… pero… ¡Entonces me di cuenta que no estábamos en Guatemala! Recién estábamos llegando al aeropuerto de Miami, como lo anunciaran en los altavoces. La sangre se me congeló y me quedé asombrado. ¿Qué me había pasado? Aún no lo he podido entender. Cuando por fin reaccioné, comprendí que sí; que Walter tenía razón cuando decía que algo extraño estaba por sucederme y que en cada mal, hay un bien encerrado. Un fenómeno paranormal había ocurrido. ***


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MORIR POR LA PAZ PARTE 1 Balanceándome en la mecedora de mi abuelo ya difunto, recordaba con nostalgia cuando me reencontré con mi entrañable amigo y compañero del colegio François —un flacucho pelirrojo de mi grado—, durante un viaje que hiciera en mi juventud a Luisiana, hace ya muchos años, durante la época del movimiento hippie. A lo lejos resuenan en mi mente algunas pocas melodías de las que cantaba, acompañado de su inseparable guitarra. Me electrizaba cuando entonaba ciertas estrofas como: El hombre basa su vida a lo que anhela tener. Sin valores humanos, es un miserable inútil y vivirá esclavizado por siempre, a lo que pueda comprar. Si tus ideales fueran universales, ante la inmensidad del universo, tu conciencia se ampliaría hacia valores superiores que serían universales y, de insignificante insecto


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que pronto habrá de morir, te cambiarías en un ser humano consciente. Porque sin conciencia no hay cambio, ni cambiará tu conducta, haciendo imposible la paz. Pero no sería sino hasta mucho tiempo después y sin que yo lo sospechara, que iría a descubrir al terrible enemigo que había permanecido acechándonos, cuando uno a uno fue acabando con todos, como un asesino en serie; como un vil depredador. De niño, en la primaria, mi amigo François me insistido que cuando fuéramos mayores estudiáramos universidad de Tulane; en su tierra, Nueva Orleans, estado de Luisiana, los Estados Unidos, a antes de la devastación del Katrina, por supuesto.

había en la en el de la

Que iríamos al festival de Mardi Gras, el carnaval de allá y pasearíamos por la calle Bourbon en el barrio francés, en donde estaríamos muy alegres. Que iríamos a visitar Baton Rouge y que lo pasaríamos de lo lindo. Siempre me hablaba de eso y me contaba de sus antepasados francófonos y de lindas chicas rubias con pequitas en el escote. Que me mostraría el Mississippi y los barcos de vapor con aspas de madera. Cuando se regresó a los Estados Unidos, me escribía diciéndome que debería de gozar de la libertad; que dejara de estar viviendo con mi anciano abuelo y que me fuera con él, a vivir allá. Yo soñaba con todo eso y con el día en que, pasados los años, pudiera inscribirme en aquella universidad y llevar a cabo los planes de la infancia y por eso me sentí muy emocionado cuando, por fin, logré hacer aquel viaje tan anhelado. Porque, a pesar de las consecuencias, ese viaje me dejó la huella imborrable que marcaría el resto de mi vida, ya que fue aquella vez que la semilla de la paz sería sembrada en lo


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profundo de mi alma. Yo era apenas un jovencito inmaduro y nunca imaginé la desgracia que estaba por ocurrir. Cuando lo descubrí, ya era demasiado tarde y me torturaba pensar que de haberlo sabido a tiempo quizá hubiera podido evitarlo. Pronto, me encontré frente a mi amigo. ¡Casi no podía reconocerlo! Aquel rostro paliducho de niño pecoso había sido transformado por un pelambre que casi ocultaba toda su cara. Tenía barba y patillas largas, como su cabellera y un grueso bigote, luciendo mayor, a pesar de ser tan joven como yo. Se veía rozagante dorado por el sol. Susan, su bella pareja me dio una cálida bienvenida. Ella era de pelo largo y liso, con unas cejas oscuras muy pobladas que le daban marco a sus encantadores ojos celestes, que parecía que lo absorbían a uno. Nuestro futuro sería esplendoroso, pensaba. Habíamos soñado con ese dichoso día en que por fin, nos inscribiríamos en la universidad y ahora parecía que todo estaba por hacerse realidad. Ardía en deseos de visitar aquellos lugares de los que él me contaba en la infancia, pero no sabía que pronto iba a enfrentarme con terribles acontecimientos a causa de aquel malvado que, como una fiera acechando a sus presas, nos esperaba. Sin que me diera tiempo para pensarlo, François y su compañera me llevaron casi arrastrado en un viaje relámpago a uno de los barrios más pobres de Nueva Orleáns. — ¿Pero qué hacemos aquí? Le pregunté extrañado a mi amigo. La miseria era notoria. Quizá por falta de oportunidades para los afroamericanos, descendientes creoles y latinos. Pasaban el tiempo en los billares o en los portales de sus destartaladas casuchas. Algunos, trabajaban en los bares por las noches. Los músicos, amenizaban con la magia del jazz. Por las calles, algunos otros tocando blues con sus viejos saxofones, procuraban ganarse la vida. Niños de color y latinos, con


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armónicas y latas vacías bailaban por unas cuantas monedas para los turistas. —Ven. ―Me dijo Susan por toda respuesta y tomándome de la mano me condujo cariñosamente al traspatio de una vieja casona que parecía como si estuviera por caerse. Allí dentro, niños de razas distintas jugaban juntos, sin distingo de color, lo que me extrañó muchísimo pues por aquellos días imperaba la segregación, lo que no permitía que los blancos se mezclaran con los morenos. Sin embargo, allí estaban reunidos conviviendo, como una forma de rebeldía en contra de aquellas estúpidas costumbres racistas. También había gallinas, perros y otros animales domésticos deambulando. Al fondo, unas niñas jugaban a una ronda. Al ingresar, no me percaté de la cantaleta; pronto me sorprendí al descubrir que hablaban de tristeza y abandono. Pero mi sorpresa fue mayor al acercarnos. ¡Estaban embarazadas! —Esta es nuestra familia― Me dijo François y se me quedó viendo retador con una ceja levantada. Su mirada hablaba por sí sola, como quien dice: “Me importa poco lo que puedan criticarnos”. Sí; aquella era su familia, pero no la de sus parientes, sino formada en unión libre entre varias parejas; una comunidad en la que lo compartían todo. Las chicas embarazadas se habían fugado de sus hogares por el abuso, el alcoholismo y la violencia doméstica. — ¿Por qué François? ―Le pregunté, extrañado de aquel estilo de vida tan diferente a nuestras costumbres tradicionales— ¿Qué fue de la universidad y de tus planes de hacerte ingeniero? —Y me lanzó una mirada como de reproche, la que recibí impactado con extrañeza. En los Estados Unidos se había vuelto una moda en la


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que muchísimos jóvenes ya vivían así, en una convivencia pacífica, sin los convencionalismos impuestos por la sociedad. —Esta noche cenaremos “la sopa”; hablaremos entonces. ―Me dijo ceremonioso, por toda respuesta. Aquel chico, al que tanto le gustaba hablar, se había vuelto callado. No dijo nada más, pero con su expresión parecía como si me dijera lo estúpido que debí parecerle, mientras el viento mecía su pelo largo con matices rojizos. No entendí qué tenía que ver esa “sopa” con mis preguntas, pero no tardaría en averiguarlo, quién sabe si para mi infortunio o si fuese uno de esos misteriosos designios por los que uno va descubriendo el trasfondo de la verdad, a fuerza de ir dando tumbos por la vida. Aquello que no se encuentra escrito en los libros y que por mucho que estudies nunca te lo dirán tus maestros, porque se aprende por la pura experiencia o porque la vida te lo revela de golpe, o por largas reflexiones a través de los años. Nos encontrábamos pues, en medio de una comuna, como muchas que abundaban por aquel entonces, tanto allí, como en California y que empezaban a extenderse por todas partes del mundo. Amaban la naturaleza y la vida en libertad y tenían entre unos matorrales la marihuana que fumaban. Luego, iría conociendo a los miembros de aquella familia comunal, sin sospechar que el peor de sus enemigos se escondía entre todos pasando desapercibido, tanto para ellos como para mí, durante lo que duró mi permanencia en la poética paz de aquella comuna. El aroma de la leña de la fogata que ardía en el patio inundaba el ambiente en donde todos, con miradas ensoñadoras, contemplaban las llamas en un sacro silencio, solo roto por el chisporroteo que de vez en cuando se producía, como para advertirles de aquel enemigo oculto que solo el fuego sabía.


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La olla, como queriendo manifestar su deseo de participar, ardía a borbotones, cuando en realidad sería el centro de la reunión, por algo que yo estaba muy lejos de imaginar. —Es “la sopa” ―me dijo Susan, con cierta picardía en los ojos que no supe interpretar y tomándome de la mano, sonriente, me atrajo junto a ella acomodándonos frente al fogón en donde la enorme olla soltaba vapores. Por su rico aroma parecía estar bien condimentada. Sin embargo, cuando el momento cumbre se acercaba, aún habría de recibir de manos de las chicas los más raros ingredientes, convirtiéndola en un exótico brebaje o la “pócima del caldero de los brujos”. Para ellos no era como cualquier fogata campestre, sino como una especie de ritual, porque elevaron sus tazones con una actitud reverente y con misticismo, como si estuvieran haciendo una ofrenda, pedían a la naturaleza que llenara de amor a la humanidad, para poder vivir en paz. Había llegado mi oportunidad para descubrir el misterio de la extraña ceremonia. Aquella comida estaba deliciosa, aunque picante, al estilo “cajún”. Pronto me acostumbré porque se me adormeció un poco la lengua. Cuando François tocaba la guitarra, la reunión se animaba y todos alrededor de la hoguera le seguían en su canción. Apenas si puedo recordar que decían algo como: El hombre basa su vida a lo que anhela tener. Sin valores humanos, es un miserable inútil y vivirá esclavizado por siempre, a lo que pueda comprar. Porque sin conciencia no hay cambio, Lo que hará imposible la paz.


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Me sentí fascinado por la amabilidad y la confianza que Susan me daba y conversamos largamente, como si nos conociéramos de toda la vida y estuvimos muy alegres. Entonces ella, poniéndose melancólica, me dijo: —Mi padre era norteamericano, pero nunca lo conocí― y se quedó llorando por la desventura de un hogar desintegrado. —Mi madre, fue amerindia de Nuevo México— agregó, mientras yo me deleitaba con ese sabor tan peculiar de la sopa, que me reconfortaba. Sus rostros sudorosos brillaban en la oscuridad con un color dorado por las cambiantes llamaradas de la fogata y compartían conmigo diversas golosinas artesanales con miel y semillas. Las chicas nos adornaban con flores y nos untaban aceites de diversas fragancias, llenándonos de afecto sincero. —Somos amantes de lo natural ―me dijo François, interrumpiendo mis cavilaciones— por eso, estas galleticas son de marihuana y la “sopa”, está preparada con todo lo que la naturaleza nos ofrece, porque no nos gustan las drogas “duras” que intoxican tu organismo y matan la mente. —Susan me indicó que la “sopa” era a base de hongos “psilocybe”; una especie psicotrópica, con la más rara mezcla de cactos llamados “peyote”, con alto contenido de mezcalina; flores alucinógenas y hasta frijoles rojos, los llamados “de pito”, entre otros raros ingredientes que obtenían del campo. Luego, todos cantaron por largas horas. Pero no escandalosamente, como hacen los borrachos, sino que eran más como baladas de añoranzas, armonía y amor, como si de esa manera rindiesen un sincero culto a la paz y así continuaron hasta el amanecer. —La paz alimenta el alma. ―Me dijo François. Sus palabras me sonaban como desde el fondo de alguna caverna, como si fueran las voces de los ancestros venidas desde la lejanía. Como si lo utilizaran a él como canal para comunicarse conmigo, en una muy larga conversación que


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duró casi toda aquella noche memorable. Mientras él hablaba, yo me sumergía en reflexiones profundas que jamás había tenido, durante las que me cuestioné sobre muchas cosas que la sociedad ha ido programando en nuestras mentes. Siempre había escuchado hablar sobre la violencia, aún hasta a los más importantes personajes de la política internacional, entre la sicosis que se vivía por la guerra fría y lo del Vietnam y él, en cambio, con su aspecto de vagabundo, chiflado e inadaptado social, me hablaba sobe la paz. Era sorprendente. Cuando el fulgor del fogón hacía resplandecer su barba y su larga melena pelirroja, lucía como si fuera una especie de profeta. Bueno; así se me figuraba a mí en aquel momento. —El mundo, que se cree cuerdo, se ha vuelto loco, ―me decía— la intolerancia y la discriminación racista, son pequeñas muestras de la crisis humana que más tarde nos estará llevando al borde de la extinción. M i e n t ra s , v i v i r e m o s c o n v u l s i o n á n d o n o s p o r l a criminalidad y la violencia, sin paz. Porque aún entre las mismas familias se vive con guerra. Esas chiquillas que ves allá, me dijo, refiriéndose a las niñas embarazadas, se han fugado de sus hogares porque allí solo veían la guerra entre sus padres. Ellas buscan anhelantemente la paz, pero el mundo no es capaz de dárselas, todavía. Casi todos prefieren vivir pacíficamente en esta y otras comunas. Humildemente, pero felices, porque vivimos en paz, en lugar de las vidas de frustración e inconformidad como las que padece la gente allí afuera. Se nos hace creer que la felicidad es tener muchas cosas, pero se nos niegan los empleos bien remunerados para comprarlas, porque la mayoría, afrodescendientes y latinos,


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no somos del agrado de los supremacistas blancos. ¿No es acaso más cuerdo vernos todos como hermanos, como miembros de una misma familia —la familia humana— y vivir en paz, sin discriminaciones de razas, de etnias, ni de clases sociales? ¿Por qué viniste a Luisiana, en lugar de estudiar en otras partes, como Boston, por ejemplo? Porque eres latino y sabes que al venir aquí no serías discriminado, porque tenemos una mezcla cultural y porque ya se aprobó la ley de derechos civiles, para que en la universidad se terminen la segregación y el racismo. ¡Por eso viniste ahora y no antes! ¿De qué sirve vivir en época de paz, si nos hacemos esclavos? Porque, creándonos necesidades que no tenemos, viviendo solo para comprar más cosas cada día, nos esclavizamos por las ambiciones de riqueza y de poder. ¡Esclavos! ¡Eso es lo que quieren hacer de nosotros! ¡Hasta a nuestros hijos y los hijos de ellos habrán de ser esclavizados! Lamento decírtelo, pero la realidad es que cuando viví en tu país pude darme cuenta de los miserables sueldos de hambre de los trabajadores. Eso es una forma de moderna esclavitud, contraria a los derechos humanos y de ese modo nunca habrá una paz duradera. Porque la explotación lleva a la inconformidad y eso conduce a la frustración. ¡Pero el espíritu del hombre es libre! ¡Libre para auto determinarse y vivir! —Protestaba vociferando exaltado— ¡La naturaleza no cobra precio alguno por la vida!... —Y así, continuó François todos aquellos días con sus incendiarias charlas sobre la libertad, los derechos humanos y la paz, lo que al parecer está fuera del alcance del común de los mortales y, por ahora, de la comprensión humana y con su


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guitarra cantaba nostálgicas melodías como: La oscuridad de la humanidad es la causa de ser una especie en peligro de la extinción y es por la falta de su conciencia que vive con la oscuridad. Yo, sin que pudiera darme cuenta, perdía por momentos el hilo de sus palabras. Los vapores de aquella “sopa” me hacían efecto y solamente le veía gesticular, moviendo sus manos apasionadamente. Mientras el trataba de hacerme despertar a la realidad de la vida, mi imaginación volaba, remontándome a los bosques húmedos de mi querido país y me ponía a cantar: “Antes muerto, que esclavo serás”... Entre tanto, los otros jóvenes entonaban románticas baladas “country” alrededor de la fogata, ignorando el oculto enemigo que les acechaba. Yo tampoco lo sospechaba y, lamentablemente, no lo supe sino hasta mucho después; hasta ahora, cuando mis reflexiones me han hecho caer en cuenta de todo lo que habría de ocurrir, sin que alguien hubiese podido evitarlo. Ahora, años después, balanceándome como un loco catatónico en la mecedora de mi abuelo ya difunto y reflexionando en aquellos lejanos momentos, he comprendido cómo la historia de la comuna se fue trasformando en una terrible tragedia hasta desaparecer. Entonces fue cuando, resuelto, me propuse hacer algo que reivindicara aquel sacrificio de mi amigo que, dejando pasar su oportunidad para estudiar en la universidad y graduarse como lo habíamos planeado, se había convertido en un heraldo de la paz. Sí, porque con sus charlas y canciones fue llegando a ser como un caudillo de los jóvenes de la comuna y fue entonces que decidí publicar su canción, en su memoria, pero ya era


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demasiado tarde porque, para entonces, ya la había olvidado casi por completo. Sería tan solo por cierto extraño suceso que ocurrió una noche en la oscuridad del cuarto de mi abuelo fallecido, cuando tuve una rara experiencia espiritual, que logré rescatar algunas estrofas venidas del mundo del más allá. Pero esa es una historia de ultratumba; un fenómeno paranormal que no sé si me atreveré a revelar algún día… ***


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MORIR POR LA PAZ, PARTE II Mi amigo François, había cambiado los planes que teníamos de estudiar en la universidad de Tulane y solo por eso hice aquel viaje hasta Luisiana, sin imaginarme yo que se había convertido en líder de una comuna. En aquel entonces él vivía con una mestiza, hija de un norteamericano con una amerindia de Nuevo México. Susan, su compañera, que tenía unos preciosos ojos celestes bajo unas gruesas cejas pobladas. Convivían junto a un grupo de jóvenes pacifistas, como su nueva familia, con quienes celebraban una especie de rituales en donde todos, al grito de amor y paz, clamaban porque reinara el amor entre toda la gente del mundo, para lograr la paz. Por las noches, cuando participábamos de la fogata como parte de sus tradiciones, Susan me desconcertaba cuando se me quedaba viendo fijamente por largo rato y tomaba mi mano para hablarme muy tiernamente. Yo no podía imaginar lo que ocurría, pero fueron experiencias hermosísimas. En nuestro mundo solo vemos lo negativo en todo, porque nadie actúa con verdadera sinceridad. Por eso no podemos reconocerla cuando alguien nos prodiga cariño. Así entre mi desconcierto reflexionaba que, durante años, nadie me había tratado con tanta ternura. Me abrió su corazón y me reveló su vida íntima y la discriminación que había padecido. No la querían los de su tribu por ser hija de un blanco, ni tampoco los americanos


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supremacistas blancos por ser mitad india. Por eso era segregada por ambos. En la comuna, en cambio, la apreciaban como una hermana, porque para ellos todos eran hijos de la misma madre tierra. Mis fibras emocionales también afloraban en aquellos momentos en que sentía el calor de unas jovencitas, cuando se acercaban sinceras. Me proporcionaban reconfortantes masajes con aceites aromáticos en las sienes y el rostro. Otras, desde atrás, en el cuello y los hombros. Recuerdo que también me cubrían con pétalos de flores. Ellas comprendían que todos tenemos necesidad de ternura y cariño y me trataban con la misma delicadeza como cuando un bebé es mimado por su madre, de manera muy distinta a cuando nos adulan por puros intereses o somos tratados con total frialdad e indiferencia por la sociedad, acostumbrándonos a la hipocresía. En el fogón que solían encender en el patio trasero durante las noches, habría de vivir lo que luego se convertiría en una práctica cotidiana, conociendo sentimientos puros y sinceros en mayor grado, que durante toda mi vida de ciudad. Quizá la gente da tantas atenciones a sus mascotas y a las cosas que compulsivamente compran, que ya no les queda nada de afecto para darles a sus prójimos. Algunos, con las chicas que les acompañaban y guitarras, cantaban preciosas baladas. Fue cuando compartíamos una sabrosa sopa; pero yo no sabía que contenía ingredientes psicotrópicos. Así, mientras François se esforzaba por explicarme más de lo que podrían enseñarme en las universidades sobre la vida, yo me sumía en reflexiones, volando con mi imaginación hacia mi patria, no pudiendo seguir siempre el hilo de sus


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charlas. Él hacía esfuerzos por explicarme sobre la crisis humana que está llevándonos a todos a la violencia, que todo el mundo se ha vuelto loco creyendo que esta cuerdo y sobre el agotamiento de los recursos naturales y las consecuencias que tendría. Me decía que si todos acabáramos con el racismo y la discriminación juntos como una familia, alimentando el alma con la paz, seríamos la esperanza de la humanidad. Pero yo, no pudiendo concentrarme, ya que me sentía confundido pues lo que me decía era muy distinto a todo lo que nos han venido metiendo en la cabeza. Con nostalgia, pensaba en los rostros cobrizos de los campesinos de mi tierra. Los veía brillantes de sudor, haciendo resonar sus hachas en el eco de la montaña cortando la leña, sin darse cuenta que ellos son parte del paisaje y sin enterarse de la riqueza que su esfuerzo producía, para quienes ahora los discriminan por ser indígenas. Así, viviendo en una eterna rutina, viendo crecer a su prole semidesnuda y llena de lombrices, atentos al canto del gallo para tomar sus escasos alimentos con el aroma del humo de aquella leña que ellos mismos acareaban e ignorando lo que irá a ser del futuro de su gente, vivían en paz, antes del genocidio. Porque la paz la llevaban en sus corazones por convivir con la naturaleza, entre el murmullo de los arroyos que resonaban tranquilos y endulzaban sus vidas con el cántico de los pajarillos que ahora ya no se escuchan en la ajetreada vida de las ciudades a donde se han visto obligados a migrar, buscando mejorar sus condiciones de vida. Los reflejos del amanecer teñían el cielo, cuando aquel brebaje que ingeríamos como sopa me hacía volar hacia la conflictiva vida de mis compatriotas, luchando por subsistir


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entre la violencia y la inseguridad ciudadana. Entonces ya no ponía atención a sus bellas canciones y lejanamente escuchaba todo aquello que mi amigo me decía. Él me hablaba sobre la paz y yo, lleno de una febril indignación por todo lo que he visto y he vivido, era en lo que menos pensaba. Oía sus reflexiones como un eco lejano, entre risas y cánticos de los miembros de aquella espontanea “familia”, como ellos llamaban a su comuna, mientras yo cantaba para mí mismo con fervor las enardecedoras estrofas del himno nacional de mi patria, conforme iban llegando a mi mente. Por eso, años después, de vuelta en mi terruño me balanceaba como un loco catatónico en la mecedora de mi querido abuelo ya difunto, sin poder recordar las canciones con las que él nos deleitaba en la poética paz de la comuna Horrorizado, reflexioné sobre todo lo que pasó después, debido a ése vil y terrible enemigo que, como un depredador, habría de permanecer acechando todo el tiempo y en la tragedia que acabaría con la vida de aquel joven y de muchos otros que se le habían escapado deambulando como sombras. Pero me consuelo al pensar que aún de haberlo sabido a tiempo no hubiera podido detenerlo, porque no me hubiera sido posible, ni a mí, ni a nadie, por las poderosas fuerzas ocultas que lo respaldaron, como ha sido siempre y seguirá siendo. Sí; porque como a un diabólico “Frankenstein” lo crearon, programado para enloquecer a sus víctimas como un maldito engendro del demonio, para irlas exterminando una tras otra sistemáticamente. Sin embargo, aquello fue lo que me hizo madurar y también a causa de la muerte de mi amigo, llevándome a entender el modo de operar del ente criminal y las sucias estrategias de las que se vale para hacer caer a los incautos en sus muchas trampas.


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Primero somete a sus víctimas a tal persuasión que provoca cambios de personalidad, debilitándoles en su salud física y mental, haciéndoles esclavos anulándoles el uso de la razón. Luego, aprovechándose de su falta de carácter y de la necesidad de aceptación de grupo y el deseo de evitar el rechazo social, activa sus debilidades para que crean que, sin él, se pierden de la verdadera vida y que, sin su ayuda no serán importantes, que no serán escuchados ni tomados en cuenta. Entonces, como ovejas le buscan afanosos, creyendo que les ayudará a ganar amigos e importancia, estimulándoles a elevarse dentro de su grupo, porque creen que esto los hará felices y exitosos para triunfar en la vida y después, se las arrebata. François, había perdido las esperanzas en que el mundo alcanzara la paz que anhelaba. Fue entonces cuando descubrí al enemigo que los habría de acabar. Era la adicción a las drogas “duras”. Porque la cultura de paz que profesaban estaba en contra de la cultura de violencia creada deliberadamente para manipular a la gente por medio del terror. Por eso, una macabra conspiración se desarrolló para infiltrar a todas las comunas con el narcotráfico, para que se volvieran adictos y, encima, hacer dinero a costa de sus adicciones y así acabar con el movimiento pacifista, al que llamaron contracultura hippie, desacreditándolo. Después, como todos, ya convertido en un adicto él, mi amigo, mi compañero del colegio, murió una noche por sobredosis… No sé qué habrá sido de Susan. Pero me enteré que los demás miembros de la comuna habían ido muriendo por consecuencias derivadas de las mismas adicciones.


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Pero lo que más me entristeció fue que aquel joven lleno de ansias por la paz y la libertad, un verdadero defensor de los derechos humanos, hubiera sido víctima de la esclavitud, pero del esclavismo al terrible enemigo de las drogas. Me dolió su muerte porque fue mi mejor amigo, pero me entristeció aún más ver tan lejos aquella paz que fue el sueño anhelado de François, de su compañera y de todos los de aquella familia comunal... ¡Y desde entonces, también el mío! Me recordaba de los ojos celestes de Susan y su profunda y apacible mirada, tras sus gruesas cejas oscurísimas de amerindia. Me recordé también de su tragedia —bella jovencita segregada de su gente por ser hija de un americano y despreciada de estos, por ser una mestiza— refugiándose en la convivencia de aquellos inadaptados de la comuna quienes, como ella, buscaban llenar su necesidad de amor y vivir en paz con el universo. Aquellos que murieron ofrendando su vida sin saberlo, para dejar un mensaje para las futuras generaciones sobre la paz y el amor verdadero ¡No el que nos venden en las películas! Un mensaje que aún no ha podido ser descifrado porque deliberadamente, tras la fomentada narcoactividad, fueron ocultados aquellos bellos sentimientos y elevados propósitos, menospreciando las vidas de los que se quedaron atrapados en la drogadicción. Y porque aquella dependencia a las drogas duras fue inducida por bajos intereses y el temor que una nueva sociedad llegase a destronar de su poderío a quienes provocaron la destrucción de las comunas y el desprestigio de los pacifistas. Tampoco les importó que se perdiera para siempre su mensaje de paz y de amor, lanzado al mundo como una señal de auxilio, ante la creciente ola de criminalidad y de violencia


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que nos asfixia hoy en día, en medio de las amenazas constantes de otra guerra. Fue entonces que me recordé de sus palabras cuando se refería a mi país, porque juntos lo recorrimos de niños, cuando volábamos barriletes sin temor a sufrir secuestros por algunos “respetables” profesionales, que ensangrientan sus títulos con la sangre de los niños. Inocentes vidas continuamente sacrificadas por la venta de sus órganos para que otros, carniceros, se llenen los bolsillos con la inapreciable mercancía. Balanceándome lentamente en la silla mecedora de mi abuelo, recordando al antiguo compañero me di cuenta que también, en el silencio de mi soledad, me encontraba a la vez riéndome a carcajadas como un idiota. Sí; me reía de satisfacción porque gracias a las reflexiones de mi amigo, podía yo comprender lo que muchos aún no han podido. ¡Sabía ahora que la paz y la felicidad no dependen de las riquezas que se puedan acumular, ni de cuántas cosas se logren comprar! Me reía, porque ahora poseía el conocimiento que la paz será alcanzada solamente cuando comprendamos que no deben existir desigualdades ni diferencias de razas, porque solamente existe una sangre y esta es la de la raza humana. Aquellos pacifistas de la comuna, locos para todos los que se creen cuerdos, me habían enseñado el amor por la naturaleza y logré ahora comprender que las diferencias de la piel, son como el color de las flores en el campo. ¡Qué monótono sería si todas fueran iguales! Pero cada una posee su propia belleza. Por eso el paisaje no sería el mismo si las tonalidades faltaran, porque cada matiz es un complemento de todos los demás y juntos nos proporcionan su belleza.


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Al reflexionar sobre ello, la naturaleza me revelaba ahora su secreto: ¡Juntos integramos el paisaje! y así, deberá estar por siempre, compuesto por todos. La emoción me embargó entonces y repentinamente comprendí que si bien es cierto que somos distintos, como los colores y que todos juntos aportamos al paisaje como las flores, cada uno debe ser el responsable de su aporte para la armonía y la paz del mundo. En ese glorioso instante de comprensión sentí como si la pieza húmeda y oscura que fuera la habitación del abuelo se iluminara de pronto con la luz del fogón de la comuna y entonces vi el rostro de mi difunto amigo, como si en aquel momento se me representara flotando en el ambiente. Lo vi a él allí, con su guitarra, tan vívidamente que hasta se me figuraba real, pero lo que me espantó de veras fue cuando empecé a escuchar las estrofas de aquellas canciones a las que antes no les había prestado atención alguna, pero que hoy cobraban todo su significado. Me quedé como pasmado y un estremecimiento me recorrió la espalda. Con lágrimas en los ojos pude oír claramente que cantaba: —El hombre basa su vida a lo que anhela tener. Sin valores humanos, es un miserable inútil y vivirá esclavizado por siempre, a lo que pueda comprar. —Entonces, en medio del silencio y la oscuridad, repetí como un loco su canción y él, desde ultratumba, agregó: — La oscuridad de la humanidad es la causa de ser una especie en peligro de la extinción y es por la falta de su conciencia que está en la oscuridad. ¡Humanidad inconsciente! Por tu oscuridad, estás en camino de la extinción.


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—El cuarto entero tembló ante aquella voz y los acordes de su guitarra y hasta creo que el universo se estremecía también. ¡No era mi imaginación! Realmente se encontraba allí. Sí; de verdad tenía su espíritu en frente. Nos vimos durante un tiempo que no pude calcular y lleno de emoción le prometí que daría a conocer su canción. Entonces corrí como poseído para escribir aquellas estrofas para que el mundo las conociera, pero ya no me dio tiempo. Aquella luz que él irradiaba se había ido para siempre, como se extingue una hoguera, quedando la habitación del abuelo en tinieblas de nuevo. Aún logré escuchar que desde lejos me cantaba: —Porque sin conciencia no hay cambio, Lo que hará imposible la paz. Ilumina la humanidad con la luz de la conciencia, Evitándole su extinción, para hacer posible la paz. —Todavía le dije cuando se retiraba: ¡Tu canción es paz y habrá de iluminar al mundo del nuevo milenio!... Pero se fue desvaneciendo en el aire, como una nube a lo lejos. ¡Descansa en paz, amigo François!... Le grité. Creí que todo era un sueño pero me di cuenta que no; que ahora estaba más despierto que nunca, comprendiendo que el espectro de la vida misma es cuando descubrimos la verdad que te hace abrir los ojos de golpe. Ese despertar que se parece al llanto del niño al nacer y los sufrimientos de la madre que, a pesar de sus dolores, nos dará la conciencia salvadora de la paz, aunque por ahora esté aun gestándose dentro del vientre de una nueva sociedad. Sí; dentro de los seres humanos mismos, porque los animales ya la tienen. Ellos ya viven así, en paz, en armonía con la naturaleza.


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Ahora, balanceándome en la mecedora de mi difunto abuelo he caído en la cuenta que, en aquellos momentos, estaba por nacer la luz entre la oscuridad del mundo: El conocimiento de la paz, revelado en una síntesis, encerrada en la canción de François. ***

LA CANCIÓN DE FRANÇOIS El hombre basa su vida a lo que anhela tener. Sin valores humanos, es un miserable inútil y vivirá esclavizado por siempre, a lo que pueda comprar. (Bis) Y vivirá esclavizado por siempre, a lo que pueda comprar. Si tus ideales fueran universales, ante la inmensidad del universo, tu conciencia se ampliaría hacia valores superiores que serían universales y, de insignificante insecto que pronto habrá de morir, te cambiarías en un ser humano consciente.


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Porque sin conciencia no hay cambio, ni cambiarรก tu conducta, haciendo imposible la paz. Porque sin conciencia no hay cambio, Lo que harรก imposible la paz. CORO El hombre basa su vida a lo que anhela tener. Sin valores humanos, es un miserable inรบtil y vivirรก esclavizado por siempre, a lo que pueda comprar. (Bis) Y vivirรก esclavizado por siempre, a lo que pueda comprar. La oscuridad de la humanidad es la causa de ser una especie en peligro de la extinciรณn y es por la falta de su conciencia que estรก en la oscuridad. ยกHumanidad inconsciente! Por tu oscuridad, estรกs en camino de la extinciรณn. Porque sin conciencia no hay cambio, Lo que harรก imposible la paz. Ilumina la humanidad con la luz de la conciencia, Evitรกndole su extinciรณn, para que se haga posible la paz.


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