Her knight in black leather

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Indice o o o o o o o o o o o o o o

Sinopsis Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Sobre el autor


Sinopsis Cat Edwards ha pasado toda su vida jugando a la flor en el viento en un esfuerzo por escapar del peso represivo del nombre empañado de su madre. Arrastrada a un bar por su mejor amiga en un esfuerzo por olvidar un corazón roto, el tímido ratón de biblioteca está decidido a ser otra persona durante la noche, pero pronto se le vuelve todo de cabeza. Descubre que la caballerosidad no ha muerto después de todo, cuando un misterioso extraño viene a su rescate. Viste cuero negro y una sonrisa pícara que promete ser exactamente lo que necesita.

Cuando su padre, quien sufre una enfermedad terminal, sufre un revés, Michael Brant regresa a una ciudad a la que hace diez años juró nunca volvería. Ha venido a casa esta vez decidido a hacer las paces con el pasado que le atormenta, pero estar en casa trae memorias que no quiere volver a recordar. En su primera noche en la ciudad, es capturado por una damisela en apuros. La belleza de Cat se hace aún más atractiva cuando se da cuenta de que ella no tiene idea de quién es. Él no puede resistirse a pasar una sola noche en sus brazos. Con ella, es sólo un hombre, desconectado de su apellido y del pasado que lo persigue aquí.

A medida que la ciudad entra en erupción con la noticia de su regreso, el oscuro pasado de Michael vuelve para atormentarlo, poniendo a Cat en peligro. Alguien está amenazando su vida y la de su familia. Desesperado por evitar que la historia se repita, Michael ofrece su apellido con el fin de mantenerla a salvo. Cuando las espirales de mentiras superen su control, ¿podrán también detener a sus corazones de enredarse?


Capitulo 1 Traducido por Clau Corregido por Nanis

―Nena, debes estar agotada.

Cat Edwards contuvo un gemido mientras Hulk el borracho musculoso, un hombre más grande que ella que se veía como si pudiera presionarla dos veces contra la banca, se apoyó con fuerza en la barra a su lado. Sus ojos hacía tiempo que estaban vidriosos y una sonrisa tonta se extendía por su rostro rojo remolacha. Movió sus cejas hacia ella, como si de alguna manera esperara impresionarla. ¿Con qué? ¿Con el hecho de que incluso apoyado en la barra apenas podía mantenerse en pie? Orando porque captara la señal y se fuera, negó con la cabeza y se volvió hacia su bebida. Esa era, con mucho, la peor línea que había escuchado desde que llegó hace una hora, y la había oído bastante. Al parecer, sentarse sola en el bar y tomar una copa de vino hacía justo su juego. Cat lanzó una mirada alrededor, buscando en la pista de baile el rostro familiar de su compañera de cuarto y mejor amiga, Lisa Caldwell. Lisa había desaparecido hace dos canciones con un tipo muy parecido al que actualmente estaba colgando de la barra al lado de Cat y no había vuelto. No podía creer que el lugar estaba lleno. Crest Point contaba con doscientos mil habitantes y estaría dispuesta a apostar que todas las personas entre veintiuno y cuarenta y cinco años estaban esta noche en la taberna. Roadie´s publicitaba la mejor barra de comida en la costa de Oregón. Según Lisa, el lugar estaba normalmente vacío y silencioso. Al parecer, había sido parte de Crest Point desde que la ciudad comenzó, hace más de un centenar de años atrás. Con paredes de


madera oscura y una iluminación tenue, el lugar tenía un ambiente acogedor, casi íntimo, a pesar de su tamaño. La barra en la que se sentó era pulida hasta brillar, con bordes tallados. Una vieja máquina de discos de estilo antiguo forraba una pared, pero en la parte trasera había un pequeño escenario alrededor del cual estaba reunido casi todo el mundo. El pub presentaba bandas locales los fines de semana y, al ser viernes por la noche, el grupo presente atraía una gran multitud. Cuerpos llenaban la pista de baile y se derramaban alrededor de las mesas cercanas, con apenas espacio suficiente para moverse a través de la espesa multitud. La música golpeaba por todo el lugar, todos los cuerpos saltaban y se movían con el palpitante ritmo. Cat buscó en la pista de baile otra vez esperando detectar cualquier signo de Lisa entre el mar de carne. ¿Qué pasó con "noche de chicas", de todos modos? ―¿No... no me vas a preguntar por qué? ―Sus palabras eran lentas y confusas, el hombre junto a ella se deslizó encima del mostrador y luego se irguió como si él mismo se sintiese atrapado. Cat suspiró. ―No. Ya se sabía el chiste: “Porque has estado corriendo en mi mente todo el día”. Ya había oído la misma línea dos veces esta noche, cuando había sido lo suficientemente ingenua como para preguntar por qué. No podía dejar de sacudir la cabeza mientras miraba sobre él de nuevo. Él se quedó mirando su pecho y no se molestó en ocultarlo. Siguiendo su mirada, miró hacia abajo a su camiseta tipo tanque color salmón,


deseando no haberle prometido a Lisa quedarse una hora más. Quería desesperadamente ir a casa a cambiarse. Nunca en su vida había recibido tanta atención de la población masculina. Siendo una morena de apenas un metro sesenta, la mayoría de los hombres la pasaban por alto. En su mayor parte, era así como lo prefería. La camisa era de Lisa y, dado el estilo de su mejor amiga, era ajustada y de una talla muy pequeña. El escote redondo era peligrosamente bajo, lo que combinado con la tela de algodón elástico, hacía que su sobre-dotación destacara como un letrero de neón parpadeante. Lisa la había convencido de que se veía bien y, para el momento en que salieron de la casa, le había creído. Ahora, una hora y cinco hombres embobados más tarde, se sentía casi desnuda. ―Déjamme ccomprarrte un trago entonces. ―Tengo uno, gracias. ―Sin mirarlo, levantó su copa en dirección a él, rezando para que captara la seña y se fuera. No quería ser grosera, pero había descubierto de mala manera que cualquier interacción era tomada como estímulo. Cat puso su codo en el borde de la barra y golpeó su barbilla en la mano. ¡Qué manera de olvidarse de un corazón roto! Hace dos meses, había capturado a su ahora ex prometido, que también era su jefe, follándose a su rubia secretaria. Normalmente, no se habría sorprendido. La mayoría de los hombres que cruzaron su vida eran iguales. Había creído en Nick, le había permitido convencerla de que los chismes estaban equivocados. Había sido un ejercicio deprimente descubrir que debía haber escuchado a sus entrañas. Por lo tanto, Lisa insistió en venir al bar esta noche. “Lo que necesitas”, dijo Lisa dos horas antes, “es salir y vivir un poco. Mostrarle a Nick que no lo necesitas”. En ese punto, Cat estuvo de acuerdo. ¿Ahora? Bueno, ahora sentía de una forma


distinta. Hasta el momento, no estaba viviendo, ni siquiera un poco. Lo único que había conseguido por su esfuerzo era miradas lascivas y manoseos. ¿Estaba haciendo esto mal? ―Bueno, entonces estás libre para bailar. El hombre junto a ella le tomó la mano y tiró de su brazo. Un movimiento destinado a ser suave y fresco se presentó como otra cosa dado su estado de embriaguez. Haló demasiado duro, perdiendo el equilibrio y tambaleándose hacia atrás. Habiendo tenido sus tacones enganchados en el peldaño más bajo del banco de la barra, Cat plantó los pies para evitar que la halara hasta el suelo. ―Mira. ―Cuando se enderezó, tiró su mano hacia atrás y se volvió hacia él, sin molestarse siquiera en ocultar la frustración hinchándose en su interior―. No estoy interesada, ¿de acuerdo? ―Tranquila. ―Él dejó escapar una risa y se sentó de bruces en el taburete a su lado. Casi resbala por la orilla, pero se las arregló para mantenerse en el último segundo. Cuando recobró el equilibrio, se inclinó hacia adelante y deslizó su mano sobre su muslo―. Solo estoy siendo amigable. La lujuria y la determinación le llenaban los ojos, lo que le puso la piel de gallina. De pronto tuvo la escalofriante sensación de ser un gusano colgando en el extremo de un anzuelo a punto de ser la cena. Este era un escenario familiar, uno que había vivido demasiado tiempo. Los chicos en la escuela secundaria pensaban que sus encantos podían hacerla cambiar de opinión. No importaba cuántas veces sacara las manos de ellos de sus piernas, volvían, y cada vez llegaban unos centímetros más arriba, acompañadas de sonrisas más amplias. Como si, de alguna manera, pensaran que con la suficiente persistencia lograrían llegar a su cueva. Para colmo, su aliento fétido la amordazaba. Cuando él trató otro agarre, esta vez sobre la mitad del muslo y comenzó a


avanzar unos centímetros, decidió que era hora de dejar de jugar bien. Apretó los dientes. ―Quita tus manos... El resto de la frase murió en sus labios mientras un par de suaves, cálidas manos se deslizaban sobre sus hombros desnudos, dándoles un suave apretón. Cuando siguió avanzando, esta vez por sus brazos, su espalda se tensó y apretó los dientes. Nunca más. Nunca regresaría aquí de nuevo y mataría a Lisa por dejarla sola. ―Sígueme el juego. ―Su voz fluyó en su oído, rico y suave y sensualmente oscuro. El tipo de voz que bien podría imaginar susurrándole en la oscuridad. Añadía, además, una pequeña picazón en la mejilla y, por un momento, su mente se retorció en otra dirección, llenándose de fantasías traviesas. De repente, se moría por ver el rostro detrás de la voz. Más alto, dijo―: ¿Me extrañaste? Sedosos labios suaves rozaron su oreja mientras hablaba, combinando con la calidad profunda y sensual de su voz, lo que enviaba deliciosos escalofríos resbalando por su espalda. Por un momento, Cat se olvidó de respirar, se olvidó de lo que se suponía que debía estar haciendo. En algún lugar a través de la neblina que se hizo cargo de su mente, finalmente le llegó la comprensión. Su cuerpo se relajó con alivio. Tuvo la repentina urgencia de dar media vuelta y abrazar al hombre. La caballerosidad no había muerto con el rey Arturo, después de todo. ―Llegas tarde. ―Jugando su parte, se enderezó en su taburete y se remontó para enredar sus dedos con los de él. Dedos suaves y gruesos que llenaban su mente recalentada con visiones de ellos deslizándose sobre la piel. La mano del patán finalmente se apartó de su muslo, y Cat se tragó un suspiro de alivio, luego giró para mirar a su salvador―. Se suponía que estarías aquí... Su tren de pensamiento se descarriló cuando se encontró cara a cara con el centro


de un amplio pecho. Un grueso, musculoso pecho apenas contenido por una camiseta negra que lo cubría. Su corazón se saltó varios latidos mientras seguía los músculos hacia arriba, más allá de los hombros aún más amplios, hasta que su mirada chocó con un par de ojos marrón oscuro que la dejaron sin aliento. Oh, muchacho. Apretó la boca y tragó saliva. Una sombra de barba cubría una mandíbula fuerte y cuadrada, dándole un borde áspero y rugoso. Su cabello espeso y casi negro, lamía el cuello de la chaqueta de cuero gastado, lo suficiente para ser rebelde y alborotado por el viento. Sus dedos se morían de ganas de llegar arriba y deslizarse por el cabello para ver si se sentía tan suave como parecía. ―Perdóname. ―Al inclinarse a nivel de sus ojos, los vio arder con un significado oculto en sus profundidades oscuras que no pudo entender. No podía concentrarse mucho más allá del hecho de que su rostro estaba ahora a un escaso centímetro del de ella. Su suave y cálido aliento se desplegaba de sus labios, y su mirada se quedó atrapada en aquella boca que le había enviado deliciosas sensaciones zumbando a través de su cuerpo hace apenas un minuto. Antes de que pudiera pensar qué demonios quería decir o llegar a una respuesta adecuada, su juego dio un paso más allá. La besó. Una mano se deslizó en su cabello, ahuecando la parte posterior de su cabeza, mientras la malvada boca se apoderaba de ella. Atrapada con la guardia baja, Cat luchó con cómo responder. Él la había sacado de un problema e impedido que tuviera que hacer una escena. Odiaba hacer escenas, simplemente porque su madre las había hecho demasiadas veces. Así que Cat había luchado toda su vida por tratar de mezclarse con la multitud, sin darle a nadie una razón para mirar en su dirección. Una parte de ella decía que debía estar agradecida con él. Otra parte gritaba que le diera una bofetada. Estaba tomándose libertades que no debería permitirle.


Su cuerpo, sin embargo, tenía otras ideas. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado, con la boca apoyada sobre la suya, y Cat olvidó hasta su nombre. La forma en que sus cálidos labios de terciopelo cubrían los de ella, hacía que su cabeza nadara, jugara y tomara parte en un gentil pero demandante intercambio. Como un amante regular que sabía cómo hacerla fundir a su antojo. No tenía ese sabor amargo a cerveza que le daba ganas de vomitar. Sólo calor, humedad embriagadora que le drenaba, haciéndole tirar su cabeza hacia atrás y abrirse para él. Un pequeño gemido de rendición salió de su boca y, antes de que pudiera pensar en detenerse, Cat se apoyó en él. Tan abruptamente como la había besado, se apartó. Mareada y sin aliento, Cat abrió los ojos y se agarró del borde del mostrador para mantener el equilibrio, y luego trató de concentrarse en calmar el feroz latido de su corazón. Mirándola fijamente, con asombro danzando en sus ojos oscuros, su salvador murmuró: ―Lo siento, amigo, ella está tomada. Sus mejillas ardieron cuando la realización la golpeó. Oh, ella no acaba de hacerlo. No había besado a un desconocido en medio de un ruidoso bar. Buen Dios. Había hecho exactamente eso. No sólo le había gustado, sino que además le había devuelto el beso. La emoción agitaba dentro de ella, una sensación de vértigo que brotaba como demasiado champán, cálido y hormigueante. La sensación mezclada con un desasosiego la había dejado temblando. Antes de salir del apartamento, Lisa le había dicho: “Sólo por esta noche, Cat, deja de ser tú y déjate ir. Date permiso para tener un poco de diversión”. ¿Era eso lo que su intrépida mejor amiga entendía por “dejarse ir”? ¿El simple lujo de permitirse


disfrutar de besar a un desconocido? Bueno, está bien, tal vez no lo era. La Idea de Lisa de soltarse implicaba generalmente grandes cantidades de alcohol, música fuerte y hombres con grandes músculos. Seres que por lo general llegan a casa con ella. El lema de Lisa era "sólo se vive una vez". Sin embargo Cat tenía que admitir, que el hombre era fenomenal besando. Sólo a sí misma se admitiría alguna vez que lo había, de hecho, disfrutado. El borracho se alejó a trompicones. Cuando su salvador se sentó en el taburete junto a Cat, todo dentro de ella se apretó. Le temblaban las manos y estruendosas mariposas se dieron a la fuga en su estómago. Oh Dios, ¿qué debía decir? No había hecho nada de esto en meses. No había salido con nadie, excepto Nick en más de un año y medio. Diablos, ¿a quién quería engañar? No había salido mucho y punto. ―Lo siento ―dijo su salvador a su lado―. Fue lo único que se me ocurrió. Ella se giró para mirarlo. Un hombro se levantó en un gesto a medias, pero ese brillo travieso no había desaparecido de sus ojos. Ella le ofreció una sonrisa de agradecimiento. ―Aprecio el esfuerzo. Gracias. ―Se podría decir que ya recibí mi agradecimiento. ―Le guiñó un ojo, su boca curvándose en una sonrisa de medio lado que le hacía aparecer un hoyuelo en la mejilla. Cat no podía dejar de mirar fijamente su sonrisa deslumbrante. Se preguntó cuántas mujeres había cautivado con ese hoyuelo. También se preguntó qué mirada cruzaría sus ojos oscuros actualmente bailando ante ella, si se inclinaba y lo besaba. Su estómago revoloteó en respuesta, llevando


sus latidos a otro nivel. Que Dios la ayudara, el hombre era atractivo sexual andante. Un chico malo que pertenecía a la parte trasera de una Harley, todo alto, oscuro y misterioso. Solo mirarlo hacía que su lengua se anudara. Toda ella era un nudo. Sonrió de nuevo, esta vez más blando, más relajado y extendió la mano. ―Soy Michael. Algo en esa sonrisa, sin embargo, provocó un cambio en su interior. Tan natural y relajado, aliviaba los nudos nerviosos en su vientre. Dibujando en el calor que irradiaba de él, ella deslizó su mano en la suya. ―Cat. Él arqueó una ceja, divertido, bromeando. ―¿Alguien alguna vez te llamo gatito? Cat quiso rodar sus ojos. Durante años la gente se había burlado de ella con ese apodo tantas veces que no podía contarlas todas con las dos manos y los diez dedos de los pies. Por lo general, las llamadas a Cat venían con rondas de "aquí, gatito, gatito, gatito" y risas de los chicos. Los ojos de Michael bailaban con una potente mezcla de diversión y diabluras que hacían que su corazón dejara de latir. Se sintió fuertemente presionada a no reírse en respuesta. Entrecerró los ojos juguetonamente. ―Nadie que valore su vida. ―Luego levantó una ceja, devolviendo la pelota a su cancha. Dos podían jugar ese juego―. ¿La gente te llama Mike? La comisura de su boca se torció. ―Nadie que en realidad quiera que responda. El camarero, un rubio un poco mayor que la multitud de veinteañeros que llenaba el lugar, apareció delante de ellos, inclinó sus manos sobre la barra y se volvió hacia Michael. ―¿Cerveza? Michael asintió con la cabeza.


―Lo que sea que hay en el barril. ―¿Quieres una recarga, cariño? ―Asintió el barman en la dirección de su copa medio vacía. ―No, gracias. ―Después de haber visto a su madre beber debajo de la mesa demasiadas veces, se conocía. Dos era definitivamente su límite. Le permitía disfrutar de un par de copas de vino con sus amigos sin llegar a tener la mente nublada. Michael apoyó el codo en la barra, con la cabeza casualmente apoyada sobre su puño. ―Una mujer como tú no tiene ninguna oportunidad en un lugar como este, ya sabes. ¿Era su versión de una línea de levante? Si lo fuera, funcionaba. Estaba intrigada. Ella arqueó una ceja. ―¿Una mujer como yo? ―Mm. ―Las comisuras de su boca se relajaron, su expresión se suavizó, divertida. Su mirada revoloteó sobre ella, deslizándose por su cuerpo detalladamente. Cuando la miró de nuevo, una llamarada de calor llenó sus ojos. Un casi murmullo de satisfacción hizo que cada centímetro de ella de repente se avivara ante la conciencia―. No parece como que pertenecieras aquí. Haciendo caso omiso a la piel de gallina ahora haciéndose presente en la superficie de su piel, se obligó a concentrarse en sus palabras. ―Ni tú. Te ves más como si deberías estar en un bar de moteros en algún lugar, rodeado de hombres barbudos vestidos de cuero manejando Harleys. Una risa retumbó fuera de él. ―Es verdad, pero te quedarías fuera. Eres un poco blanda para ese lugar. Te ves más como si pertenecieras a una biblioteca. ―Las comisuras de sus labios se curvaron en una sonrisa suave―. También parecías incómoda. Es por eso que me detuve a ayudarte.


Quería reír. Él la había analizado. ―En realidad, tienes razón. ―Dejó escapar un suspiro―. No suelo ver la necesidad de llegar a un bar. Si quiero una copa de vino, compro una botella y disfruto de ella mientras leo. Una amiga me convenció de que viniera y luego me abandonó. ―Levantó su vaso y bebió un sorbo de vino, lanzando una mirada de reojo―. Podría haberlo manejado, ya sabes. Mi madre me enseñó autodefensa. Él arqueó una oscura ceja y la estudió por un momento. ―Habría pagado un buen dinero por verte ponerlo en su lugar, pero odiaría verte con los nudillos fracturados por darle un puñetazo. Su mandíbula parecía muy sólida. ―Él tomó su mano de donde reposaba sobre su muslo, deslizando el pulgar sobre sus nudillos, haciéndola sentir más escalofríos que ponían la carne de gallina en su brazo. Tenía las manos más fantásticas. Muy masculinas, de palma amplia y dedos largos, con una almohadilla gruesa en la base del pulgar, sin embargo, su piel era suave como la seda y libre de callos. No encajaba con la imagen salvaje que mostraba. Según su experiencia, manos como éstas pertenecían a hombres que permanecían sentados detrás de un escritorio todo el día, que llevaban pantalones arrugados y corbatas de seda. El pensamiento hacía que Cat se preguntara qué hacía para ganarse la vida. Luego le hizo preguntarse cómo se sentirían esas manos deslizándose sobre su piel... Se sacudió el pensamiento y levantó las manos en señal de derrota. ―Está bien, tú ganas. Estaba en desventaja y me rescataste. Te debo una. Las comisuras de su boca se curvaron, la satisfacción y gratificación iluminaron sus ojos. ―¿Entonces, viniste por la banda? El camarero regresó con la bebida, y Michael le dio las gracias antes de volverse


hacia ella y enrollar su mano alrededor de la copa. ―Nope. Sólo quería una cerveza. ―Levantó un hombro de una manera poco entusiasta. Ella no pudo evitar sonreír. ―Por suerte para mí entraste cuando lo hiciste. ―Suertuda ―le dijo y le sostuvo la mirada, de párpados pesados y una expresión suave y cautivadora durante el tiempo que le llevó tomar un tembloroso suspiro. Líquidos y profundos como piscinas, tenía la sensación de que podría perderse en esos ojos. El hombre tenía ojos de dormitorio, pero lo encontraba extrañamente abierto y honesto, como si no sintiera la necesidad de esconderse detrás de pretextos. Sí, definitivamente había cautivado a decenas de mujeres con esos ojos y esa sonrisa. De hecho, ahora hacía que se le cayeran las bragas. Agarró el tallo de su copa con dedos temblorosos y le dio vueltas sobre el mostrador. El instinto le decía que se levantara y fuera a buscar a Lisa. Pensamientos como aquellos la meterían en un mundo de problemas. Ya lo habían hecho. Había dejado que nublaran su juicio, haciéndola creer en Nick, y en un “felices para siempre”. Ahora sabía la verdad, ¿no era así? Su corazón se retorció con un dolor familiar, y la ira se levantó de nuevo. Volvió a oír en su cabeza la voz de Lisa. “Uno no puede simplemente sentarse aquí y revolcarse en la autocompasión Cat. ¡Fuera, regresa a ese caballo y demuéstrale a Nick que no lo necesitas!". Ella miró a Michael. Todavía la miraba, pero el calor de antes se había derretido en algo más sombrío. No haría daño sentarse y tomar algunos tragos... ¿verdad? Arqueó las cejas mientras levantaba su copa hacia la boca y bebió un sorbo. ―¿Te quedarás un rato o simplemente de paso? No puedo decir que conozco a todo el mundo en la ciudad, pero estoy bastante segura de que me acordaría de ti. ―Me quedaré por un tiempo. Vine a visitar a la familia. ―Algo brilló en sus ojos, una


pizca de algo que se fue antes de que hubiera captado lo que había sido―. Simplemente hace tiempo que no vuelvo. Su reacción molestaba el fondo de su mente. Parecía, que por un momento, estuvo a punto de encerrarse. Su cuerpo se puso rígido a su lado, la chispa traviesa que le hacía tan peligroso y tan sexy a la vez se borró de su comportamiento entero. Así como una muy ligera insinuación de una herida que no podía ocultar. Sentarse allí y ver la pesadez de repente colgar sobre él, le hizo preguntarse qué significaba para él venir a esta ciudad. También le daba un sentido de camaradería con él. Regresar a la ciudad hace tres años tampoco había sido fácil para ella. Había ido a vivir con su padre cuando tenía dieciséis años y rápidamente aprendió que Crest Point era la clase de ciudad pequeña en la que todos se conocían. Lo que significaba que todo el mundo estaba metido en tus asuntos y la gente tenía ciertas expectativas. Podría ser muy pintoresco y encantador. Hay gente aquí que daría su vida por los demás. La gente también hablaba porque no tenía nada mejor que hacer. Vivir aquí siempre la hacía sentir como si viviera en una pecera. No podía ocultarse. Eso era desconcertante. ¿Había llegado a la barra por la misma razón que ella, para escapar de algo? la bibliotecaria conservadora en ella insistía en que debía levantarse, pero un abrumador deseo de entablar conversación con él se apoderaba de ella, aunque sólo fuera para ver ese brillo travieso alcanzar de nuevo sus ojos. ―Entonces. ―Levantó su vaso y bebió un sorbo de vino―. ¿Asumo que acabas de llegar a la ciudad, entonces? Volvió la cabeza, parecía estudiarla un momento y luego asintió. ―Vine directamente de la carretera. ―¿De dónde? ―Los Ángeles.


Sorprendida, alzó las cejas. ―Es un largo viaje. Debes estar cansado. Se encogió de hombros, relajado y sin arrepentimientos. ―Me tomé mi tiempo, conduje por la costa. La simple afirmación le dijo mucho sobre él. Es decir, que no tenía demasiada prisa como para no apreciar la belleza de la naturaleza. En la superficie parecían tan diferentes, sin embargo ya tenían algo en común. ―Hay hermosas playas durante toda la ruta. También algunos de los mejores atardeceres que he visto. La sorpresa se encendió en sus ojos, las cejas aumentando. ―¿Haz estado por allí? Ella asintió con la cabeza. ―Cuando tenía trece años. Mi madre y yo nos mudamos de Los Ángeles a Seattle. Uno de los recuerdos más agradables que tenía de su infancia y de la mujer que la crió. ―Algo en común ―murmuró él las palabras, con asombro y diversión en su voz. Relajó su postura, el calor llenaba sus ojos con un triunfo creciente en su pecho. Tomó un sorbo de su cerveza―. Y, ¿dónde está tu amiga? ―Oh, Lisa me abandonó por un tipo con grandes bíceps. ―Ella se inclinó más, logró encontrar realmente a Lisa entre la multitud reunida en la pista de baile, y la señaló―. ¿Ves a la niña en el vestido rojo apretado? Esa sería mi cita de esta noche. ¿Ves al chico con ella? El tipo que despachaste habría sido simplemente su tipo. Francamente, me iría, pero le prometí que al menos trataría de pasar un buen rato. Eso es lo que se supone que estoy haciendo aquí. Ella suspiró y apoyó la cara en su mano. ¿Sonaba tan patética como se sentía? ―Tienes razón. Normalmente me paso los sábados por la noche acurrucada con un buen


libro. Toda esta escena de bar no es lo mío. Es un poco abrumador, en realidad. La música es un poco demasiado fuerte, el ritmo hace latir mi cabeza, y el gran número de personas me vuelve un poco claustrofóbica. Se había sentado en la barra, porque allí la multitud era menos numerosa, y no tenía que gritar para que la escucharan. Era patético, realmente. Tenía veinticinco años pero parecía de cuarenta. Este tipo de escena debería ser exactamente lo que alguien de su edad buscaba. Siempre se había sentido mayor a su edad. ―Entonces, si se supone que deberías estar muy divertida, ¿por qué no estás bailando por ahí?― Él levantó una ceja en un divertido reto. Ella le lanzó una sonrisa irónica. ―Oh, eso es fácil. Me acobardé. Me siento como un pez fuera del agua aquí. Lisa se levantó a bailar, pero yo no pude ser tan audaz. ―Negó con la cabeza―. Bailar sola se siente patético. Sus ojos se estrecharon. Se sentó estudiándola durante tanto tiempo y con tal intensidad, que se removió bajo el calor de su mirada, apretó las manos temblorosas y jugueteó con la servilleta. Le hizo preguntarse qué era lo que veía, la hizo sentirse como ese pez en la pecera de nuevo, y el alhelí dentro de ella quería de repente fundirse con el suelo. Cuando se bajó del taburete y se puso de pie junto a ella, su corazón dio un vuelco. Grandioso. El único hombre interesante que había conocido en toda la noche, y lograba ahuyentarlo siendo la misma aburrida tonta. ―Baila conmigo. Ante el sonido de su voz, sacudió la cabeza en dirección a él, incapaz de detener la sorpresa que rebotaba dentro de su pecho. Se había quitado la chaqueta y colocado en el taburete, manteniendo una mano en silenciosa invitación. La suavidad de sus ojos casi le invitó a aceptarlo. La voz de Lisa resonó en su cabeza. "Sal y vive un poco, Cat. Sé alguien que no eres”.


Lisa tenía razón. ¿Cómo podía herirla un baile? Cuando deslizó la mano en la suya, él le sonrió, luego le tomó la otra y suavemente la ayudó a ponerse de pie. Por un momento, se quedaron mirándose el uno al otro, esos ojos negros encapuchados, llenos con un algo misterioso que la hacía temblar de nuevo con esa abrumadora sensación de auto conciencia. Tenía a su mente recordándole ese beso de nuevo, y de pronto, sintió que moría por otra probada. No parecía estar sola en ese sentimiento, por su mirada, el hambre brillaba en sus ojos, moderada, pero de todos modos presente. Un instante después, le soltó la mano y se volvió, conduciéndola en silencio a través de la multitud de gente hacia el centro de la pista de baile. La canción que la banda tocaba cambió, y los acordes de un ritmo más suave llenaron la habitación. La

gente

alrededor

de

ellos

se

emparejó.

Sus

nervios

saltaron.

En

aproximadamente dos segundos iba a envolverla en sus brazos. Sentiría su cuerpo largo y duro contra el de ella, y cada deliciosa sensación parecía dirigirse hacia el sur, presionando entre sus muslos. Sin embargo, Michael no envolvió sus brazos alrededor de su cintura de la manera que esperaba. En su lugar, posó una mano en la parte baja de su espalda mientras la haló contra él. Su otra mano apretó la de ella y se las guardó en su pecho. La posición formal de baile la sacó de balance de nuevo y contradijo la imagen salvaje que ofrecía. Insinuaba más sorpresas debajo de la superficie, y el cielo la ayudara, pero anhelaba descubrir todos y cada uno de ellos, para encontrar al hombre detrás de la máscara. Una parte de su mente gritaba en advertencia. ¿Estaba loca? Acaba de conocer a este hombre. Ella no hacía este tipo de cosas. Este era el estilo de Lisa, no el suyo. No importaba que su compromiso con Nick acabara de terminar. Lo último que necesitaba era involucrarse de nuevo tan pronto. Michael abrumaba sus sentidos.


Su presencia exigía atención. Sospechaba que donde quiera que fuera, destacaba entre la multitud. No por lo que dijera o hiciera, sino por la confianza que emanaba de su comportamiento. Como si no le importara lo que pensaran las demás personas. Sin embargo, había una abierta honestidad en él que la desarmaba completamente. Justo en lo que no debería confiar. Por el momento, con ese cuerpo fuerte y todos esos músculos apretados contra ella, no podía ni recordar su nombre, mucho menos por qué ésta era una mala idea. Él la abrazaba tan cerca que sus senos rozaban el sólido muro de su pecho. Sus musculosos muslos se deslizaban contra los de ella, mientras se movían al ritmo de la suave música. Su olor, una mezcla de jabón, algo de cuero y todo de hombre, la envolvía, llenando sus pulmones en una fuerte ráfaga cada vez que inhalaba. Para ese momento, se sentía... envuelta en él. Un lugar en el que de repente anhelaba estar. ―Entonces, ¿quién fue el que te rompió el corazón y te envió a un lugar como este a tratar de olvidar? ―Su voz sonó como un zumbido silencioso en su oído, su aliento caliente contra su lóbulo sensible, enviando pequeños temblores por su espina dorsal. No le fue mucho mejor cuando se apartó para ver sus ojos. Esos fondos oscuros, líquido a fuego lento con deseo pulsaban a través de ella. Sin embargo, algo acerca de ellos irradiaba un calor honesto que la hacía sentir reconfortada. ―Eres muy perspicaz. ―He estado allí. ―Él se encogió de hombros despreocupadamente, pero sus ojos mostraban la verdad. Alguna vez, alguien había roto su corazón. Ese conocimiento era otra pieza que se filtraba dentro y le daba ese sentido de compañerismo. ―Encontré a mi prometido con su asistente en su oficina. Además él era mi jefe. Le tiré el anillo en la cara y renuncié al trabajo. El solo pensar en ese día me hace enojar de nuevo. Me había olvidado de mi bolso y regresé, encontrándolo con los pantalones enredados en sus tobillos. Ni siquiera se había molestado en cerrar la puerta de su oficina.


Ella bajó la mirada al suelo, el rubor de la humillación calentaba sus mejillas. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua, tan ciega? Nick era de una de las familias más prominentes de la ciudad, ricos y poderosos. No había sido más que un juguete para él, una excursión. Un año de su vida desperdiciada. ―Es su pérdida, si me preguntas. ―La voz de Michael retumbó baja y ronca al lado de su oreja. La arrancó de esos pensamientos, volviendo a centrarse en el hombre que la sujetaba. Un hombre cuya intensa mirada la hacía sentir como la única mujer en la habitación. Algo que, ahora tarde reconocía, Nick no le había hecho sentir. Una cálida sonrisa tiró de las comisuras de la boca de Michael. Le guiñó un ojo―. Pero mi ganancia. Mientras lo miraba, eso la golpeó. El corazón le retumbaba en sus oídos, amenazando con golpearla directamente en el pecho. Lisa tenía razón. Ya era hora de dejar de vivir en las sombras. Esta noche quería libertad. Eso era lo que Michael representaba, una oportunidad de libertad. Con él, no tenía que fingir ni preocuparse por el qué dirán. Podía ser... Cat. Incluso si lo único que hacían era bailar. Permitiéndose a sí misma ese momento, se apretó tímidamente y apoyó la cabeza contra su pecho. El brazo de él se apretó alrededor de su cintura y la envolvió en su poderoso abrazo, un lugar inquietante en el que estar, simplemente porque se sentía tan natural, tan cómodo. El hombre la llenaba de calor y la confortaba. Cuanto más tiempo se balanceaban con la suave música, más sus brazos se ubicaban exactamente donde quería que estuvieran. ―No bailas como un hombre que corre una moto. ―¿Cómo sabes que corro? ―Su voz retumbó en su pecho, su corazón martillando debajo de la oreja, diciéndole que no era el único afectado por su proximidad. Ella levantó la cabeza, mirando hacia él. ―Conjetura afortunada.


―¿Alguna vez has montado? ―Algo intenso destelló en sus ojos. Ella asintió con la cabeza. ―Una vez, cuando era pequeña. El novio de mi madre. Nos estrellamos, y me rompí el brazo. ―Se estremeció ante el recuerdo. Después de eso pasó una semana en el hospital. Eran máquinas hermosas y nunca había olvidado la alegría y la libertad de viajar, pero la visión de hacerlo todavía la hacía vacilar―. Les he tenido miedo desde entonces. Él se quedó en silencio durante tanto tiempo que podría jurar haber escuchado los engranajes girando en su cerebro. Por último, apoyó la cabeza junto a su oreja. ―Estarías a salvo conmigo ―susurró las palabras, moviendo los labios contra su oreja sensible, enviando escalofríos por su espina dorsal. Sus palabras inspiraron imágenes: sentada detrás de él, con el frente entero presionado íntimamente contra su espalda. Si cerraba los ojos, podía sentir todos esos músculos mientras enrollaba sus brazos alrededor de él y se agarraba con fuerza. La emoción del viento en su cabello, el motor debajo de ella y un magnífico hombre al que aferrarse... Esos ojos oscuros, una vez más la atraparon y la mantuvieron prisionera voluntaria. ―¿Es una promesa? Él negó con la cabeza, su mirada cociendo a fuego lento con la promesa del momento. ―No. Podría fácilmente ser golpeado de refilón por un idiota hablando por teléfono. A veces tienes que estar dispuesto a correr el riesgo. Si no lo haces, no estás realmente vivo. Un estremecimiento la recorrió, una mezcla de miedo y excitación corriendo por su espina dorsal ante esas familiares palabras. Tenía que ser una señal. Todo lo que alguna vez había aprendido mientras crecía le gritaba que le dijera


que no. Esta no era ella. Normalmente no haría nunca algo tan atrevido como esto, y Michael no era normalmente su tipo. Pero, ¿no era ese el punto? ¿Ser alguien más por una noche? ¿Ser libre? Michael tiró de ella imperceptiblemente más cerca. ―Toma un paseo conmigo, Cat. Su tono de voz casi le suplicaba que dijera que sí. Su mirada grabada en ella. ¿Estaba pensando en la idea de ella aferrándose a su espalda como una segunda piel? ¿La sensación de sus manos sosteniéndolo cerca? Otro escalofrío se deslizó por su espalda, agrupándose caliente y deliciosamente en su vientre. ―Me encantaría.


Capitulo 2 Traducido por Aria y Vettina Corregido por Brenda Carpio

―Aquí, ponte esto. De pie con Cat en el borde de la acera fuera del bar, Michael Brant deslizó su chaqueta por sus hombros y se la extendió. Para ser principios de julio, era una noche balsámica, más cálida de lo normal, y el cielo estaba despejado. Una noche perfecta para dar una vuelta. El pueblo estaba silencioso; el único sonido venía de la música palpitante de detrás de ellos. ―En caso de choque. ―Cat miró su chaqueta mientras él cerraba la pequeña distancia que los separaba, y aunque ella ofreció una sonrisa burlona, un perceptivo indicio de temor brilló en sus ojos. Preciosos ojos de jade enmarcados por largas y oscuras pestañas la hacían parecer tan exótica como el perfume pegado a su piel. Sutil pero poderoso a la vez, la fragancia le recordaba especias calientes. Algo sobre eso le hacía querer enterrar su rostro en su cuello. Ese perfume y esos ojos. Se había quedado prendado desde el momento en que ella se dio la vuelta en ese taburete. En vez de dirigirse a la parte trasera del club para encontrar a su hermano mayor, de la forma en que había previsto, se quedó alrededor. Había venido a Roadie para obtener la verdad de Gabe antes de que tuviera que dirigirse al hospital en la mañana. Quería saber en qué se estaba metiendo antes de ir a ver a su padre. Luego había chocado con el desenfrenado deseo en esos preciosos ojos. Lo había sentido en su beso. No había sido capaz de resistir su tentación. ―Estás mostrando un poco demasiada piel para mi gusto. ―Mientras giraba la


chaqueta por detrás de ella y la ponía sobre sus hombros, le ofreció una sonrisa tranquilizadora―. Por supuesto, me haría sentir mucho mejor si estuvieras usando pantalones, pero vamos a arreglarnos con lo que tenemos. ―Le guiñó un ojo, esperando hacerla sentir cómoda, ganándose una sonrisa suave que encendió esos ojos. ―Si hubiera sabido que iba a dar una vuelta contigo cuando salí de casa esta noche, habría usado pantalones vaqueros. ―Metió sus brazos por las mangas, con un brillo cómplice en sus ojos, luego se volvió hacia su moto. Con la cabeza inclinada, caminó la longitud desde el guardabarros trasero hasta la rueda delantera, arrastrando sus dedos a lo largo de las colinas y los valles de cuero y metal. El estómago de Michael se hizo un nudo mientras la observaba. La visión de ella en su chaqueta tiró de algo más profundo. Hundió su pequeña y delgada forma y colgaba más allá de su trasero. Sus manos se habían perdido en las mangas, pero lucía extrañamente bien en ella. Alguna parte de él insistía en que no debería estar aquí con ella. No necesitaba más complicaciones ahora mismo. Había venido a casa para poner a descansar su pasado, y no necesitaba ninguna distracción mientras estaba aquí. Mientras Cat redondeaba el guardabarros delantero y bajaba de la acera a la calle, lanzó una sonrisa sobre su hombro. ―Tienes una bonita moto, Michael. En cualquier otra, esa mirada habría sido un obvio flirteo, una mujer provocando, haciéndose la tímida. En ella era simple y honesto. Lo cual resumía qué sobre ella le había atrapado como a un pez en el anzuelo. Tenía una cualidad dulce e inocente. La mayoría de las mujeres habrían tumbado a ese tipo en el bar, pero Cat pareció estar fuera de su elemento. Apostaría dinero a que era leal y de corazón blando, el tipo de mujer que un hombre encontraba esperándolo cuando volvía a casa por la noche. No podía recordar la última vez que


una mujer había sido sincera con él. Lo cual la hacía irresistible. Cruzó sus brazos sobre su pecho. ―Gracias. Estoy enamorado de ella. Cat tenía un paso lento y sencillo mientras se movía alrededor de la parte trasera de la moto, todavía arrastrando sus dedos. Su mirada se clavó en el suave balanceo de sus caderas, la manera en que el ligero material de su falda se arremolinaba alrededor de sus delicados tobillos. Caminaba con una gracia fluida, cada paso ligero y suave y completamente hipnotizante. Estaría bastante satisfecho de quedarse aquí y observarla caminar por la acera. ―Así que, ¿cómo un hombre como tú consigue poner sus manos en una moto como esta, de todas formas? ―Cerrando el círculo, redondeó el guardabarros trasero y subió a la acera, deteniéndose a pocos centímetros frente a él―. Parece personalizada. Las motos como esta, no son baratas. Michael no pudo detener su estúpida sonrisa. Cat tenía que ser la única persona en Crest Point que parecía no tener ni idea de quién era él. Un hecho que encontró totalmente demasiado atractivo. Ansiaba el anonimato, que alguien le viera con ojos nuevos sin ideas preconcebidas. No había previsto encontrar eso en Crest Point. La última vez que estuvo aquí, la gente lo evitaba. Gente con el corazón roto que todavía le culpaban de una tragedia. Infiernos, todavía se culpaba a sí mismo. Cat sólo le miraba como a un hombre. Con ella, podía ser él mismo, desconectado del nombre de su familia y el pasado que lo atormentaba. Incluso si sólo eran unas pocas preciadas horas, quería deleitarse en el tiempo que tenía con ella. ―¿Cómo sabes eso? ―Levantó una ceja mientras se inclinaba alrededor de ella para tomar su casco desde donde colgaba en el manillar. Su cuerpo rozó el de ella, sus esbeltas curvas presionándose ligeramente a lo largo de su longitud desde su pecho hasta sus muslos.


Era una cercanía que sabía que ella notaba también, porque sus ojos abiertos buscaron los suyos. Su respiración se atrapó, su pecho subiendo y bajando a un ritmo cada vez más rápido. Dos veces su mirada cayó a sus labios, su lengua se deslizó fuera para mojar su labio inferior. ―Mi madre salió con un hombre que poseía una tienda de motos. ―Su voz salió entrecortada y distraída mientras le miraba fijamente. ―¿El mismo que chocó? ―Él se enderezó, se obligó a dar un paso atrás, antes de que sorprendiera a los dos besándola otra vez. La primera vez había sido una provocación juguetona. Ella había capturado su atención, y él había presionado su suerte. No esperó que ella respondiera, que le devolviera el beso. Ella había construido un anhelo profundo en sus entrañas de saborearla otra vez. De sentirla gemir y apoyarse contra él, envolver su cuerpo alrededor del suyo. Ella le recordaba demasiado bien cuánto había pasado desde la última vez que sostuvo a una mujer. Dios, cómo echaba de menos la sensación de las suaves curvas femeninas contra él mientras dormía. Y aquí estaba ella, mirándole con un suave pero no por eso menos potente deseo en sus ojos. Su garganta se movió arriba y abajo cuando tragó, por un momento luciendo igual de nivelada por la atracción como se sentía él. Se aclaró la garganta y asintió, una impresionante mezcla de diversión y desafío brillando en sus ojos. ―¿Y? ―¿Me creería si dijera que la he construido? ―Aceptando el desafío y lanzándoselo a ella, él levantó una ceja mientras sostenía el casco de la moto hacia ella. Cuando tomó el casco, su mirada se deslizó sobre él, hasta sus pies y de vuelta. ―Podría ver eso. No tienes manos de mecánico, sin embargo. Demasiado suaves. Esperaba que me dijeras que trabajas en alguna oficina corporativa en alguna parte y que montar en moto era un pasatiempo. Se le escapó una sonrisa por la ironía de su comentario. Su padre deseaba que


trabajara en una oficina corporativa, esperó que sus dos hijos entraran en el negocio familiar. Que Michael no sólo no lo hubiera hecho sino que trabajara con sus manos como un peón inexperto irritaba al viejo hasta el extremo. ―Montar en moto no es un pasatiempo. Es un estilo de vida. ―Le guiñó un ojo y metió su mano libre en el bolsillo, pescando sus llaves―. Se podría decir que he derrochado. La construí hace diez años. No necesito mucho, francamente. Dame un tejado sobre mi cabeza y una cama para dormir y soy feliz. El resto del dinero que gané fue a esta moto. Bien, así que esa era la verdad en su mayor parte. Era dueño de un apartamento en L.A., amueblado sólo con lo necesitaba para vivir, y todo lo que tenía se lo había ganado él mismo. Se fue de su pueblo hace diez años con nada más que su chaqueta en su espalda y la moto bajo él, determinado a probarle a su padre, al pueblo y a él mismo, que no era el jodido que todo asumían que era. Deliberadamente omitió la riqueza que había amasado en los últimos diez años. Había construido su empresa desde cero y lo había hecho bastante bien por sí mismo. Nada de lo que quería que ella supiera. Al menos no ahora, no esta noche. Esta noche simplemente quería ser él mismo. ―Un hombre simple. ―Su expresión se suavizó; la calidez irradió de sus ojos. ―Mm. ―Se deslizó alrededor de ella y se subió a la moto, montándola y soltando el pie de apoyo antes de mirarla de reojo. Ella se mantuvo inmóvil en la acera, el casco metido bajo un brazo. La incertidumbre parpadeó en las profundidades de sus ojos. Su expresión le atrapó. Le surgió un proteccionismo que no había sentido en años. Tenía un deseo abrumador de tomarla en sus brazos y calmar su miedo. Aunque sabía que su miedo iba dirigido a su moto, le recordó demasiado a las miradas que obtuvo andando por el pueblo hace diez años. La expresión se alojó en sus entrañas como algo totalmente malo y le hizo más determinado a borrarla de sus ojos de forma permanente. Ganar su


confianza de repente se volvió muy importante. ―Puedo llevarte a casa si quieres. O llamar a un taxi. La elección es tuya. ―¿A dónde vamos? Inmediatamente su casa le vino a la mente. ―Tengo un sitio en la playa. Es silenciosa y pacífica, pero está oscuro y el sitio es privado, así que entiendo si decides que prefieres ir a casa. Ella tocó la correa del casco por un momento. ―¿Debería tenerte miedo? Su estómago se hizo un nudo. No quería que ella se fuera, no quería llevarla a casa. Quería pasar la noche deleitándose con esos ojos seductores, pero la elección tenía que ser de ella y sólo de ella. ―No. Soy tan inofensivo como se puede ser. Ni siquiera mato arañas, y odio a los pequeños bichos. No deberías de tomarme la palabra, sin embargo. Las mujeres salen lastimadas todo el tiempo en L.A. enamorándose por líneas como esa. Ella levantó una ceja, la diversión iluminando sus ojos. ―¿Un hombre que teme a las arañas? Él sonrió. Que ella eligiera enfocarse en su miedo hacia las arañas decía mucho. ―No puedo soportarlas. Me dan escalofríos. Con sus millones de patas y pequeños cuerpos peludos. ―A pesar de sí mismo, un escalofrío recorrió la longitud de su columna vertebral. Aparentemente ella atrapó su reacción porque su sonrisa se amplió. ―¿Cómo las sacas sin tocarlas? ―Las atrapo en un bote. La aspiradora funciona en un apuro, también. ―Le guiñó un ojo. Ella rió, el sonido luz, aire y música para sus oídos. Con un obstinado levantamiento de su mentón, se puso el casco en la cabeza y ató la correa, esos ojos brillando.


―No quiero ir a casa todavía. Él se giró sobre su cintura y palmeó el asiento detrás de él. ―Toma un paseo por el lado salvaje conmigo. Agarró su falda y la mirada de Michael se pegó al movimiento. Centímetro a centímetro ella subió el material suave y fluido sobre sus rodillas, revelando unas pantorrillas afiladas y las mitades inferiores de los tensos muslos. Su piel estaba sin tocar por el sol, cremosa y suave. Mientras pasaba una preciosa pierna por encima de la moto y se hundía en el asiento detrás de él, apretó su agarre en el manillar para evitar extender la mano y acariciar su muslo. Cuando sus manos rodearon su cintura, él tragó fuerte. El pensamiento de esos muslos elegantes y desnudos descansando contra su espalda tenía adolorido y tenso a su cuerpo de la manera más primitiva. Metió la llave en el contacto, luego la miró sobre su hombro. ―Agárrate fuerte e inclínate conmigo en las vueltas. Ella asintió. La deliciosa sensación de su cálido cuerpo llenó su espalda, y él era claramente consciente de sus pechos presionados contra él. La mujer le tentaba, como un caramelo ofrecido a un niño, y maldita sea si podía resistirlo, sin importar lo mucho que sabía que debía hacerlo. Veinte minutos después, Michael se detuvo en un camino de grava corto frente a la casa oscura de dos pisos. El sitio estaba al borde del pueblo en un barrio que consistía en tal vez una docena de casas, todas alineadas en un largo tramo a dos kilómetros de la playa. El Océano Pacífico se extendía por kilómetros más allá. Mientras apagaba el motor, la jadeante voz de Cat ronroneó en su oído. ―Eso ha sido increíble. No necesitaba ver su rostro para saber que una sonrisa acompañaba su tono entusiasta. Lanzó una sonrisa sobre su hombro. Había sido un paseo tranquilo, con ella simplemente pegada a su espalda. La noche era cálida, el cielo despejado,


haciendo un viaje precioso. Reacio a abandonar la sensación, había estado tentado a tomar las carreteras secundarias alrededor de las afueras del pueblo. Lástima que los caminos de grava estaban llenos de curvas. Combinado con el hecho de que su falda dejaba desprotegida su piel, no había querido arriesgarse. ―Había olvidado la emocionante que es. ―Ella liberó su cintura, se bajó de la moto, y se quitó el casco. Su decepción momentánea se evaporó tan rápido como vino cuando se lo entregó, luego echó la cabeza hacia atrás y se pasó sus esbeltos dedos por el cabello. De la forma en que él anhelaba. Ella se volvió entonces y casi saltó por el camino de grava, una marcha infantil que le hizo sonreír, a pesar de sí mismo. Cruzó sus brazos sobre su pecho y la observó por un momento. Esa mirada ahí mismo haría que toda su estancia en Crest Point valiera cada minuto. Quería hacerla sonreír así otra vez, y muchas veces. Ella se detuvo a mitad del camino de entrada, echó su cabeza hacia atrás, y extendió los brazos, como ofreciendo su agradecimiento al cielo. ―El rugido del motor en mis oídos, nada más que nosotros y la carretera. ―No diré que te lo dije. ―Colgó el casco en el manillar. Ella levantó la cabeza. La chispa de coqueteo en sus ojos hizo que su corazón dejara de latir. Una respiración más tarde, ella se dio la vuelta, lentamente escaneó los alrededores. ―¿Esta es tu casa? Él extrajo la llave y la metió en su bolsillo derecho, luego se deslizó de la moto y fue hacia arriba tras ella. ―Sí. Me quedo aquí mientras estoy en el pueblo. Vamos. Hay una vista impresionante del cielo en la playa. ―Sacudió su cabeza en la dirección, unos cien metros más o menos frente a ellos, y empezó a caminar más lejos en el camino de entrada. Cat redujo el paso a su lado.


―Es un lugar precioso. ―Su voz contenía un tono bajo y temeroso mientras él la dirigía más allá de la casa y hacia fuera al césped. Hizo un sonido de acuerdo en la parte posterior de su garganta y escaneó el jardín largo y rectangular que se extendía frente a él. Amaba este sitio sólo por la vista, pero lo compró antes de que se desatara todo el infierno. Cuando era lo suficientemente arrogante para pensar que el mundo era su ostra. ―Por eso me gusta estar aquí fuera. ―Sacudiéndose los pensamientos opresivos, le ofreció una sonrisa amable―. Soy el tipo de hombre tranquilo y pacífico. ―He notado eso sobre ti. ―Una sonrisa se hizo eco a través de su rostro, calor en sus ojos. Al llegar a una parada donde la hierba se disipaba y empezaba la arena, el silencio los envolvió. Él estaba demasiado consciente de ella a su lado y demasiado consciente del hecho de que ahora estaban solos. El mismo conocimiento hacía eco en los ojos de ella y la tensión creció, fina y dulce, entre ambos. ―Iré por una manta. Él tocó su brazo antes de dirigirse a la casa. Después de recuperar una manta a cuadros roja de un armario, se reunió con ella en la playa y la extendió sobre la arena. Sonrió, y él quedó atrapado durante un momento en esos ojos seductores. Su cuerpo vibró con el recuerdo de ella presionado contra él, la sensación de tenerla en sus brazos. La misma emoción se hizo eco en la mirada que le devolvió y el aire entre ellos se cargó. Un nervioso rubor se extendió a través de sus mejillas. Ella inclinó la cara hacia el cielo, rompiendo el hechizo con efectividad. ―Tienes razón. La vista es fantástica. Agarró los bordes de la chaqueta, recorrió el cuero suave y usado entre sus dedos y se la quitó. Miró por encima de él, deseo y timidez en sus ojos, luego se hundió en la manta con toda la calma y gracia que él esperaba de ella, alisando su falda por debajo. Después de dejar la chaqueta a su izquierda, se quitó los zapatos, luego se


apoyó en sus manos. ―No ves un cielo despejado como este en Seattle. Normalmente está cubierto de nubes. ―¿Así que eso significa que no creciste en Crest Point? ―Él se hundió en la arena junto a ella, totalmente demasiado constante de cada movimiento que hacía. Cada respiración y suspiro. Todo le hacía más y más consciente de lo preciosa que era, con su cabello ondeando tras su cuello en la ligera brisa, su piel brillando a la luz de la luna. Había pasado mucho tiempo desde que una mujer le había hipnotizado, pero había algo sobre Cat. ―Bueno, técnicamente, nací aquí. Nos fuimos cuando tenía doce. Mamá y yo nos mudamos de vuelta al final de mi penúltimo año de secundaria. Cerca de nueve años atrás. ―Estiró sus piernas, enterrando sus dedos en la arena. La felicidad cruzándola ensombreciendo sus rasgos lo capturo. ―Entonces eso te haría, que, ¿de veinticinco? ―La brisa captó las puntas de su cabello, soplando detrás, y Michael tuvo el repentino anhelo de sentirlo rozar su pecho. ―Mn-hmm. ―Su sonrisa divertida derretida en su cara cuando giró su cabeza y lo atrapo mirándola. Se quedó quieta, como atrapada por la misma cosa que lo tenía atrapado. Un resplandor de deseo destelló entre ellos, caliente y tangible. Él estaba completamente demasiado consiente de cuán desesperadamente ansiaba probar su boca otra vez. Consiente que los vecinos eran pocos y alejados entre ellos aquí, y la mayoría se habían ido a la cama horas atrás. Su mente se burlaba de él con embriagante conocimiento, que debajo de la cubierta de oscuridad, nadie podía verlos. Podría hacerle el amor en la fresca arena, con nada más que el cielo azul encima y su cálida piel debajo de él. Apostaría dinero que su piel era suave como hilo de seda. Un rubor se deslizó a través de sus mejillas, suave y seductor, y bajó la mirada a su regazo, echando un vistazo por debajo de sus pestañas. La mirada suave.


Seductora. Tentadora. ―¿Cuántos años tienes? ―Lo suficientemente mayor para saber mejor, pero aún lo suficientemente joven para hacerlo otra vez. ―Él se apoyó en sus manos y le ofreció un guiño juguetón. La dulce tensión del momento se rompió cuando ella dejó escapar una risa, un sonido bajo, ronco que lo inundó como una cálida caricia e hizo a su pecho hincharse en triunfo. Escucharlo lo hizo sonreír a pesar de sí mismo. Dios, cómo amaba ese sonido. Había algo tan honesto sobre él. ―¿Ahora, cómo adiviné que dirías algo como eso? ―Sus ojos centellaron en la luz de la luna, coquetos pero claramente juguetones mientras lanzaba su burla a él. No pudo detener la risa que se escapó. ―Tengo treinta. ―Un hombre mayor. ―Los ojos de ella se entrecerraron y se sentó en silencio por un momento, estudiándolo―. De alguna manera eso solo se agrega a todo el oscuro y peligroso misterio que tienes. El tono serio de su voz le dijo que la afirmación era una inocente y meramente observación. Más que eso, sin embargo, el comentario lo hizo preguntarse qué veía cuando lo veía a él. La mayoría de las personas solo veían el nombre de su familia y dinero. ―¿Oscuro y misterioso? ―Él alzó una ceja. Ella asintió y agitó un dedo hacia él, con un gesto desde su cabeza a sus botas. ―Los colores oscuros, la chaqueta de cuero, la moto. ―Conocimiento brillo en las profundidades de sus ojos, como si hablara por experiencia. Se inclinó hacia él, apoyándose a sí misma en una mano―. ¿Eres un buscador de emociones, Michael? ¿O solo un vagabundo? Su cercanía tenía sus respiraciones soplando frente a su boca en cortas ráfagas de aire caliente, y tentador. La forma en que su nombre sonaba en su lengua le llegó,


suave y sensual de alguna manera inocente pero torturador al mismo tiempo. Si la escuchaba lo suficiente, podría casi escucharla gemir su nombre en el calor del momento. Él no era el único que notó su cercanía, ella se quedó quieta a su lado. Su pecho se elevó y cayó incrementando su ritmo. Una seductora mezcla de deseo y timidez llenaron su mirada cuando se movió a su boca. El aire entre ellos cargado, una atracción tan intensa que era todo lo que él podía hacer para detenerse de inclinarse. ―Ninguno. Yo soy solo yo. ―Su mirada cayó a su boca, acariciando sobre su carnoso labio inferior, la necesidad de probarla otra vez golpeando a través de él―. No me regodeo con subidones de adrenalina. ―¿Con que te regodea entonces? ―Su voz viajó hacia él en la brisa, en voz baja y ronca. Reprimió un gemido pero no pudo resistir el deseo de tocarla, así que se extendió, acariciando con sus dedos su mentón. Su pulgar acarició su labio inferior, deleitándose en la dificultad de su suave respiración y la forma en que su boca se abrió. ―¿Cómo es que ya me descifraste? ¿Soy así de transparente? ―No. ―Sacudió su cabeza ligeramente, su tono igual de distraído que como él se sentía―. Mi madre era una vagabunda. Nos mudamos mucho cuando estaba creciendo. Su suave confesión lo dejó impactado, y dejó caer su mano pero no pudo obligarse a alejarse. A pesar de saber que él nunca la había visto antes ―y estaba bastante seguro de que conocía a casi todos en la ciudad― habría adivinado que había pasado toda su vida aquí. Tenía la apariencia de chica de pueblo, como si perteneciera aquí, y ese pensamiento solo lo hizo mucho más curioso. ―Eres una sorpresa en cada giro. Pensarías que crecer así te advertiría contra chicos como yo.


―¿Chicos como tú? Su corazón latía ante lo que sabía que tenía que decirle después. Ella no sabía de Eve, pero no tenía deseo de ser el que pusiera más decepción en sus hermosos ojos. ―Sí. Dejé el pueblo hace diez años, determinado a nunca volver, y no planeo quedarme mucho. Sus cejas se elevaron en incredulidad, y ella se alejó. ―¿Eres de Crest Point? ―Nacido y criado. ―Él mostró una media sonrisa―. ¿Por qué es eso sorprendente? Sus ojos se deslizaron sobre su cara luego se detuvieron en su boca. Oh, sabía que eso era lo que miraba ella. Lo sentía a través de cada poro de su cuerpo. Cuando ella lo atrapó dándose cuenta, su mirada se escabulló y se giró hacia el agua. ―No lo sé. Pareces un vagabundo. Como que estás pasando por este pueblo en tu camino a un lugar más grande. ―En realidad, casi estás en lo correcto. De verdad no tengo nada que me arraigue aquí, que me haga querer quedarme. Lo que no soportaba decirle era que había pasado los últimos diez años huyendo del dolor de los recuerdos. Este pueblo era el último lugar en el que quería estar. Aquí los recuerdos eran más fuertes, más vividos. El dolor más agudo. Cada mirada desdeñosa de los habitantes ―de su padre― solo aumentaba la culpa que se sentaba fuerte y fría en sus entrañas por demasiados años. Había estado ahí por tanto tiempo que se había convertido en una vieja amiga, algo de lo que estaba seguro se llevaría a la tumba. No quería saber si ella había escuchado de él, si había escuchado la historia, lo que pensaba de esto. Cat volvió su mirada a él, una delicada ceja elevada. ―¿Qué hay de tu familia? Se rió. ―Eres una mujer muy intuitiva, ¿sabes?


Ella se encogió de hombros con indiferencia. ―Eres fácil de leer. Eres muy abierto. Él sacudió su cabeza. ―Lo gracioso es que, no soy así de abierto con nadie más. ―Se detuvo, su voz bajando, suavizándose con la emoción que crecía en su pecho―. Hay algo acerca de ti que continua sacando cosas de mi boca que no estoy siquiera seguro debería decirte. Tienes razón ahí, también. Mi padre está en el hospital. Sufre de una falla cardiaca congestiva, y ha tenido una complicación. Tal vez era el silencio de la noche. Quizás era el suave sentir femenino de ella a su lado o la manera que parecía aceptarlo como era. Lo que sea que fuera, la naturalidad que se sentaba entre ellos lo atrapó. Debería haberlo advertido de girarse y huir, y aun así las palabras fluyeron de la punta de su lengua. ―Mi padre y yo no nos llevamos bien. Toda mi vida ha sido una guerra entre nosotros. Él tiene grandes expectativas que no veo que sea capaz de alcanzar. Nada de lo que hacía parecía correcto, y tenía un chip en mi hombro tan grande como el estado completo. Si él no podía aceptarme de la manera que era, entonces estaba determinado a ser lo que odiaba. ―Liberó un pesado suspiro, arrepentimiento asentándose como una roca en sus entrañas―. Pero ésta enfermo, y yo he crecido, estoy cansado de huir de mi pasado. Volví para hacer las paces con él antes de que muera. La parte triste es, que he intentado esto una vez antes. Volví hace dos años, pero no me fue bien. Era uno de sus grandes arrepentimientos. Volvió para hacer las paces y en su lugar había dejado que viejas heridas salieran y se interpusieran en el camino. ―¿Qué pasó? ―Una suave curiosidad llenó su mirada, su cara abierta, sin juicio en las profundidades de sus ojos, y nuevamente lo llamó como un faro. Mientras alguna parte de él le decía que no debía decirlo, las palabras salieron de su boca de cualquier manera.


―Fue de la manera que siempre lo hacía. Discutimos, dije cosas que no debí, decidido que mi padre no había cambiado un poco, y nada cambiaría nunca, y me fui. De la misma manera que lo había hecho hace diez años. Dejó escapar un suspiro, dibujando círculos sin rumbo en la arena con la punta de su dedo. ―Ahora sólo parece… infantil. Permití que mi orgullo herido se metiera en el camino. Si no hago las paces ahora, puede que nunca tenga otra oportunidad. Aun así otro arrepentimiento se agregaba al montón ya colmado en su alma. No podía hacerlo más. ―Lo siento. ―Ella se extendió y coloco una mano en su brazo―. ¿Le queda mucho? El toque lo sorprendió. La calidez de su mano en su piel calmó el nervio desigual dentro de él que encontró confortante e inquietante al mismo tiempo. Alivio se asentó alrededor como un cálido fuego en una fría noche. Él encogió un hombro. ―Nadie sabe realmente. Por lo que he escuchado, está tan bien como puede esperarse. Mi padre es muy orientado en sus objetivos. Un infante de marina retirado. Odia no ser capaz de hacer algo y odia ser tratado como un inválido incluso más. Por lo que me dice mi hermano, está volviendo locas a las enfermeras del hospital. La preocupación en sus ojos se envolvió alrededor de él y se asentó profundamente en su centro. La emoción hizo a Michael anhelar cosas que sabía no debía, cosas que tiempo atrás había desistido de tener. Sus miradas se encontraron y se mantuvieron; esa fina, dulce tensión se colocó entre ellos otra vez. Él levanto una mano, y acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja, recordando la sensación sedosa de pasar sus dedos cuando la besó antes. ―Dime algo. ¿Qué haces exactamente conmigo aquí afuera? Era una pregunta atrevida, una que la puso en el lugar, pero él tenía que saber en


dónde estaba parado. Un suave rubor rosa cubrió sus mejillas. ―Atrapada in fraganti. La verdad es, no lo sé. Lo estoy haciendo según surge. ―Ella se giró para enfrentar el agua. Su voz bajó, volviéndose casi pensativa―. ¿Alguna vez has querido salir de ti mismo, dejar de importarte un demonio lo que todos piensen o qué dirán, y sólo ser quien siempre quisiste ser? Otra cosa en común. ―Tuve que ir todo el camino hasta Los Ángeles para encontrar eso. Ella lo miró. ―El pueblo me llega a veces. He pasado toda mi vida jugando la parte de la marginada, siempre guardándome para mí misma, rogando mezclarme, que nadie me notara. Tratando de no darle a nadie una razón para mirar demasiado cerca. Que se sintiera lo suficientemente cómoda para decirle eso tocó un punto débil dentro de él. Un lugar que había separado por un muro hace tanto que se había olvidado que existía. ―Los entrometidos. ―Asintió. Entendiendo más de lo que ella sabía, más de lo que podía o quería decirle―. Yo solía hacer exactamente lo opuesto. ―De alguna manera no estoy sorprendida. ―Diversión revoloteó a través de sus ojos, desapareciendo tan rápido como apareció. Algo más suave, más intenso, se deslizó entre ellos, llamándolo como una canción de sirena―. ¿Por qué me besaste? Su pregunta lo sorprendió, y por un momento, buscó una respuesta. No escapó que notara, tampoco, que su mirada se moviera a su boca otra vez. Esta vez se detuvo ahí. Su lengua salió y se deslizó sobre su labio inferior de manera distraída. Era todo lo que él podía hacer para no inclinarse y reclamar esos labios otra vez. La sensación suave de ellos contra los suyos lo estremeció a través de los recovecos de su memoria. Al final, decidió ser honesto.


―Porque te giraste alrededor de ese banco y me diste una mirada que no había visto antes. Su mirada se movió a la suya. ―¿Cuál fue? ―Como si no supieras si deberías tener miedo de mí o no. Un rubor se deslizó en sus mejillas. ―No eres un hombre pequeño. ¿Debes de medir qué, un metro ochenta y dos? ¿Un metro ochenta y cinco? Él sonrió. ―Un metro ochenta y siete. ―Y estabas de pie ahí vestido en negro y cuero con este travieso brillo en tus ojos que retaba a cualquiera a juzgarte. ―Ella se detuvo, miró la arena entre ellos, luego lo miró a través de sus pestañas―. Era muy sexy. Calor se deslizó a través de él. Una cruda y dolorosa necesidad envolvió sus entrañas, de arrancar su ropa y envolver su cuerpo alrededor de ella. ―Podría preguntarte lo mismo. ―Extendió su mano y ahueco su mejilla en su palma―. ¿Por qué me besaste de vuelta? No lo había esperado. Que lo hicieras fue toda la razón por la que me sentara junto a ti. Sus párpados se cerraron y su boca se abrió, una exhalación entrecortada, susurro suave escapó de sus labios. Un momento después, sus ojos se abrieron, llenos con un deseo tan tangible, que encendió fuego en su estómago que se extendió como un furioso infierno a través de su sistema. ―No pude evitarlo. ―Su voz era baja, suave, vulnerable, como si admitiera algo que no estaba segura debía decir, tampoco--. Eres un buen besador. Sus palabras se asentaron en su interior, y todo dentro de él se tensó y dolió. No debería involucrarse mientras estuviera aquí. Lo último que quería era otro corazón roto en su conciencia cuando se fuera del pueblo en un mes. Lo había hecho


demasiadas veces. Había sido un montón de cosas en los últimos años, algunos de ellas podridas hasta la médula, pero tener que romper el corazón de alguien no era algo que le gustara. Hace dos años, cuando otra relación terminó mal, decidió que no podía hacerlo más. Las aventuras que una vez lo habían mantenido cuerdo habían perdido su atractivo. Sin embargo, aquí se encontraba. El efecto de Cat en él lo confundía. ―¿Qué si te dijera que quiero besarte otra vez? ―Incapaz de evitarlo, rozó su pulgar a lo largo de su labio inferior, la necesidad de tocarla, sentir su suavidad una vez más, demasiado fuerte para negarlo. Sus ojos se cerraron, y ella respiró un silencioso, tembloroso aliento que parecía vibrar a través de todo su cuerpo. Su pecho subía y bajaba a un ritmo rápido. La luz de la luna acariciaba su rostro, resaltando sus mejillas enrojecidas, sus pesados párpados. Una respiración más tarde, ella abrió sus ojos. Por un momento, algo caliente y tangible llenó el espacio entre ellos. Parecía igualmente nivelada con esto que él sentía. Como si hubieran sido arrastrados por algo más poderoso que las mareas del océano y fueran incapaces de detenerlo. Rompiendo el contacto visual, ella se puso de pie y caminó en dirección al muelle a pocos metros de distancia. Su deseo palpitaba en sus oídos. Su cuerpo dolía con necesidad y se tensaba dolorosamente contra su cremallera. No podía hacer mucho más que mirar detrás de ella, observando el vaivén sensual de sus caderas. ―¿A dónde vas? ―Estoy caliente. Quiero sumergir mis pies en el agua. ―Cuando lanzó una tímida sonrisa por encima de su hombro, una tentadora mirada de “ven a buscarme”, un sonido que era mitad risa, mitad gemido se escapó. Con un movimiento de su cabeza, se quitó sus botas y calcetines, luego echó a correr para alcanzarla.


Capitulo 3 Traducido por Mir, Xhessii y Vettina Corregido por Caamille

Al final del muelle, Cat observó el reflejo de la luna llena en la superficie del agua. Una suave y cálida brisa sopló su falda contra sus piernas e hizo que la imagen de la luna ondulara. Llenó sus pulmones con el olor salado del aire, luego exhaló lentamente. El muelle debajo de ella se movió y se sacudió. Cuanto más se acercaban los tranquilos pasos de Michael, más temblaba con anticipación y emoción. No tenía la menor idea de lo que estaba haciendo, nunca había hecho nada remotamente tan audaz en toda su vida. Se había pasado todo su tiempo escondida en las sombras, demasiado asustada para que la ciudad probara que tenía razón; realmente era la hija de su madre. Se sentía bien. Malditamente bien. Su corazón martillaba. Una estimulante sensación de libertad llenaba su pecho, no muy diferente de la sensación que había tenido al montar en su motocicleta. Como si estuviera parada en el borde de un precipicio. Cuando el balanceo y los pasos cesaron, la presencia de Michael llenaba su espalda. Estaba de pie tan cerca, que el calor de su cuerpo y su aroma, a jabón y a cuero, invadía sus fosas nasales cada vez que inhalaba, junto con el vago aroma del agua salada en el aire. Sin embargo, no la tocó. El gesto lo decía todo y hacía eco en la necesidad que latía en su vientre. Estaba dándole espacio para oponerse, para alejarse. No es que pudiera o quisiera. ―Di la palabra y te llevaré casa. ―Su voz era un murmullo bajo detrás de ella,


vibrando con la misma abrumadora necesidad que serpenteaba a través de su cuerpo. ―¿Qué pasa si no quiero ir a casa? Él se movió a su lado, se volvió de espaldas al agua y metió las puntas de sus dedos en los bolsillos. ―¿Qué es lo que quieres? Sus ojos oscuros estaban fijos en ella, llenos con tanto calor y deseo que temía derretirse a través de las tablas y caer en el agua que estaba debajo. El aire entre ellos crepitaba, sin embargo, había una pregunta tácita en sus ojos. Una que claramente decía que no estaba asumiendo nada pero estaba, en cambio, poniendo la elección en sus manos. El corazón le latía en la garganta. Quería caer en sus brazos y apoderarse de su boca, saborearlo de nuevo, sentir la pasión que esos ojos prometían. Sumergirse en la libertad y disfrutarla. Quería perderse en la fantasía que daba. Eso es lo que él era: una fantasía en carne y hueso. Toda la noche era un sueño maravilloso. Muy pronto, se despertaría, y la fría y dura luz de la realidad vendría, llevándoselo con ella. La pregunta era, ¿estaba lista para dar ese paso? ¿Saltar del acantilado hacia el olvido? Pareciendo sentir su vacilación, él levantó una ceja. ―Dilo, Cat. ―Se mofó con su tono. El travieso brillo en sus ojos la desafió―. Dime qué es lo que quieres. Algo en esa mirada le dio exactamente lo que necesitaba. Le estaba diciendo que la deseaba, también, pero trataba de ponerla a gusto. Funcionó. Una vez más, sus acciones le decían mucho sobre el tipo de hombre que era. Le dio a su sonrisa descarada una de las suyas. ―Lo que quiero ―apoyó las manos contra su pecho―, es ir a nadar. Luego inclinó su peso contra él y empujó.


La sorpresa iluminó sus ojos justo antes de que cayera, la parte inferior primero, en el agua fresca del océano. El splash sonó a través del silencio de la noche, salpicando con agua su ropa. Agarró la cintura de su falda, lista para sacársela y saltar detrás de él. Nunca había sido tan espontánea antes. Diablos, fue infantil, y Nick se hubiera puesto furioso. En cuanto la cabeza de Michael desapareció bajo el agua turbia, su mente llevó sus pensamientos un paso más allá y su sonrisa cayó. El corazón le latía al ritmo del pánico en su pecho. ¿Y si no sabía nadar? No había pensado en la temperatura del agua, tampoco. Había sido un verano caluroso hasta ahora. Debería estar lo suficiente cálida, aun así, algunos veranos estaba congelada. ¿Estaría enojado cuando finalmente saliera a la superficie? Él apareció momentos después, escupiendo. Y riendo. ―Pequeña descarada. El alivio la inundó primero; obviamente, sabía nadar. A continuación, un nudo de culpabilidad se hundió en su estómago. ―Lo siento. Eso fue muy infantil. No debería haberlo hecho. ―Tienes razón. No debiste. Soy un hombre vengativo, Cat. Si fuera tú… ―Él se aferró al borde del muelle y vigorosamente negó con la cabeza mientras se subía. La mitad inferior todavía colgaba en el agua, la sujetó con juguetones ojos entrecerrados―… empezaría a correr ahora. Sabía que debía seguir su advertencia, pero no podía moverse. La visión de él la atrapó. Su camiseta mojada ahora se aferraba a su piel, haciendo gala de todos los sólidos músculos, cada pico y valle, hasta su estrecha cintura y vientre plano. ―Cuando salga del agua… ―Él levantó una rodilla en el borde del muelle―. Vas a conseguirlo. El áspero y bajo timbre de su voz, la forma en que se dejó caer prolijo y relajado en


el borde del muelle, envió un escalofrío por su columna vertebral. ―¿Quieres ir a nadar? ―Con una ceja arqueada, se puso en pie con toda la agilidad de un enorme gato, luego se levantó a su plena altura. Cuando dio un paso amenazador hacia ella, se dio cuenta que no estaba bromeando. Su pulso dio un salto y luego se aceleró, pero fue la mirada en sus ojos lo que finalmente puso en libertad el nudo de culpabilidad en su estómago. Sus profundos ojos oscuros brillaban con diversión. Diversión… y castigo. Con un pequeño chillido, pivoteó y corrió. El sonido de sus pies descalzos golpeando la madera sonaban, además de los que la seguían detrás, y no pudo detener la risa insana que salía de ella. Se sintió de nuevo como una adolescente, libre, ligera, juguetona y corría por el simple placer de dejar que la atrapara. Mientras subía en la arena, su mente daba vueltas. ¿Qué le haría una vez que tuviera sus manos en ella? ¿Cuál era la idea de tortura de un chico malo? El pensamiento envió un estremecimiento por sus venas, calentando su sangre. No tuvo que preguntarse demasiado. Dos pasos después, un brazo fuerte la agarró por la cintura, levantándola abruptamente. Apenas tuvo tiempo de registrar lo frío de su ropa mojada contra ella antes de que la levantara. Con la repentina ingravidez, dejó salir un grito de sorpresa y sus ojos se abrieron. ―Es tiempo de cobrar, señorita Kitty. ―Le disparó una sonrisa juguetona y se encaminó al agua, sus zancadas ya no eran lentas y suaves, sino largas y determinadas. ―Entonces, te llevaré conmigo. ―Envolvió los brazos en su cuello y se encontró con su mirada estrecha. Una risa salió antes de que pudiera detenerla, contradiciendo la fuerza de su declaración. ―Cariño, ya estoy mojado. ―Una risa baja salió de él mientras entraba al agua, cargándola como si su peso no fuera más que una pila de plumas. Se detuvo cuando le llegó hasta la cintura y la estudió. Las olas que había creado


golpeaban su espalda, el agua fría contrastaba contra el calor de su cuerpo contra el de ella. La perversidad brillaba en sus ojos. No podía ser capaz de leer su mente. ¿Estaría teniendo los mismos pensamientos pecadores que ella? Las esquinas de su boca se curvaron. ―Toma un respiro hondo, Cat, porque de una manera u otra, quedarás mojada. No tuvo tiempo de reflexionar sobre su declaración, apenas era capaz de registrar lo sexy que se veía. Sus ojos se encogían con una retribución juguetona, su cabello estaba mojado y revuelto, el agua caía por sus rasgos cincelados. En un rápido movimiento, pivoteó su rostro hasta la playa y cayó de espaldas al agua, llevándosela con él. La piel de gallina la atravesó y era arrastrada tomando un respiro antes de que el agua la tragara. En alguna parte en el proceso de luchar por enderezarse, los brazos de Michael la liberaron. Finalmente encontrando el fondo arenoso, se empujó y salió a la superficie. Jadeaba mientras escupía agua salada. Michael salió después de ella, riéndose y sacudiendo su cabeza mientras se paraba. ―Ahí. Ahora estamos iguales. ―Eres realmente malo. ―Se rió y pasó su mano por la superficie del agua, mojándolo. ―Tú empezaste ―le dijo él, sus ojos bailaban. Su risa combinada, el juego, se desvaneció, se llevó su animada expresión con él. Mientras continuaban mirándose el uno al otro, el aire entre ellos estaba clavado con intensas necesidades y deseos. Sus ojos quemaban en los de ella, haciendo promesas sensuales y hechiceras, y respondiendo con una ola de pereza y calor deseoso. Estaba a medio camino hacia él, cuando se dio cuenta de que se había movido. El instante en que se presionó contra sus brazos largos y fuertes, una ola de dulce


placer la atravesó. Aquí era donde quería estar. Su respiración se aceleró, luego convirtiéndose en jadeos silenciosos y desesperados. Se sintió más viva, más poderosa de lo que se había sentido en mucho tiempo, si no es que nunca. Su piel palpitaba, su corazón latía salvaje, con un ritmo errático. Aún no podía dejar de temblar. El poder puro de este hombre la asustaba hasta la muerte. Lo necesitaba con algo que no entendía. Los brazos de él la rodeaban firmemente. Michael inclinó su frente contra la de ella, su expresión era suave y sombría, sus ojos escrutiñadores. ―Tengo una confesión que hacer. ―Está bien. ―Esta ciudad también me molesta, y juro que hace mucho que no le daba nada. Pero tú… tú no me miras como los demás. ―Sus ojos quemaban en los de ella y eran un camino directo a su alma, la ternura estaba mezclada con la pasión―. Eres una tentación que no puedo resistir. Quédate conmigo esta noche. Sus ojos, la manera en que la penetraban y la envolvían alrededor de su corazón, la hacían derretirse hasta la punta del pie. El chico malo tenía un punto vulnerable, y lo había puesto justo a sus pies. ¿Cómo era posible tener tal conexión con el hombre que conoció apenas hace dos horas? Como si pudiera ver en sus ojos y decirle todo. Sólo sabía lo que sabía. Mirándolo a los ojos, medio pesados y brillantes de necesidad, le hablaron, le decían todo lo que quería saber. ―Mientras estamos confesándonos, tenga una que hacer. ―Deslizó sus manos temblorosas arriba y debajo de su espalda y las dejó jugar contra el músculo cálido y solido―. Toda mi vida la gente me ha observado, esperando que termine como mi madre. Aquí es demasiado. Siempre me sentí viviendo debajo de un microscopio. También me fui, justo después de la preparatoria. Regresé hace tres años cuando mi madrastra se enfermó. No quería iniciar de nuevo, así que lo he estado guardando para mí misma. He estado sofocada, tratando de ser alguien que no soy.


Atrapada en la prisión sin ventanas, ni aire. ―¿Y esta noche? ―Esta noche quiero escapar. ―Con las manos en sus caderas, los dedos en su estómago, se levantó sobre los dedos del pie y lamió su labio inferior―. Te necesito. Sus brazos se apretaron a su alrededor, jalándola tan cerca que podía sentir cada latido, cada respiración. Él se inclinó, rozó su boca con la suya, y su beso fue ligero y electrizante. ―Ídem ―murmuró contra sus labios, y Cat se derritió en él. Se puso de puntillas e inclinó su boca sobre la de él. Un silencioso gemido retumbó fuera de él, un sonido de asentimiento, y su lengua se movió rápidamente dentro de la boca de ella mientras la devoraba y se daba un festín. El hombre hacía que su cabeza diera vueltas. El sabor embriagador de su cálida boca, la flexible sensación de sus labios contra los suyos. Podría ser alto, oscuro y peligroso, pero se sentía segura con él. Sus besos prometían el cielo y hacían que sus rodillas temblaran. Haciéndola olvidar todo, menos la necesidad de sentir el calor suave de su piel contra la de ella. Se giró y lentamente caminaron fuera del agua, con la boca sin soltar la suya, luego la dejó caer sobre la manta. Le dio la vuelta y tiró de ella para que quedara sobre él, y se perdió en la abrumadora sensación del hombre. El calor y la solidez de su cuerpo por debajo de ella, la gruesa y dura longitud de su excitación presionando en su vientre suave. A pesar de la fiereza de su beso, tenía un toque suave. Sus manos la acariciaban, provocaban, prendiendo fuego a sus terminaciones nerviosas. Pequeños temblores sacudían su cuerpo, mientras sus manos lo buscaban, temblando de necesidad por tocarlo en todas partes, por sentir cada parte de él. Las deslizó por su pecho y sobre sus anchos hombros antes de enredar los dedos en sus espesos y húmedos mechones y aferrándose a ellos por vida.


En el primer contacto de sus manos sobre la piel mientras se deslizaban por debajo de la blusa, inspiró una respiración sibilante. Eran tan cálidas y suaves, mucho más exquisitas de lo que había previsto, y se estremeció con la simple fuerza de la sensación. Podría quedarse así para siempre, perdida en su sabor embriagador, dejando que sus manos recorrieran su cuerpo a voluntad. Cuando las alejó de nuevo, gimió con decepción. La emoción se convirtió en un recuerdo cuando deslizó esas gloriosas manos por su espalda y levantó su falda por encima de sus rodillas. Se puso en posición vertical, luego obligándola a colocarse a horcajadas sobre sus muslos, y los dos se congelaron. Un estremecimiento la recorrió cuando su calor le rozó el bulto en sus pantalones. Con su respiración tan dura como la suya, agarró el dobladillo de su camiseta, sin que sus ojos dejaran los de ella ni una sola vez mientras la quitaba sobre su cabeza. Cuando arrojó su camiseta por encima del hombro, una esquina de su boca se levantó más alto que la otra. Aterrizó con un suave sonido en la hierba en alguna parte detrás de él, y una risita tranquila se le escapó. Ese lado malo que ella anhelaba tanto. Él la liberó. El viento soplaba a través de su piel todavía húmeda y se estremeció. El frío contrastaba con el fuego que ardía en su vientre. El infierno se propagaba entre ellos. Parecía tomarlo todo. Sus ojos la recorrieron, con los párpados pesados y reluciendo con deseo y hambre, quemando un camino a través de su piel. ―Dios, eres hermosa. Un estremecimiento la recorrió y cerró los ojos, dejando que su cabeza cayera hacia atrás, inmersa en las gloriosas sensaciones. Michael la hacía sentir hermosa, deseable y atractiva. El primer hombre en un largo tiempo que la hacía sentir de esa manera. En el primer contacto de sus manos contra sus costillas, su mente flotaba de nuevo en las nubes y se dejó ir. Se deslizaron sobre su piel, una tentadora sensación de tortura.


Cuando capturó sus pechos con sus palmas, ella soltó un suspiro tembloroso. Acarició su carne, hizo rodar sus pezones entre sus dedos expertos, volviéndola loca lentamente, haciendo que sus entrañas se agitaran. Momentos más tarde, cuando fue todo lo que pudo hacer para evitar derretirse en su regazo, él reemplazó sus dedos con el calor de la boca. Ella arqueó la espalda, desesperada porque no detuviera la dulce tortura. Al igual que un hambriento, chupaba su carne sensible, dejando su necesidad a punto de caramelo, con una quemazón de dolor que exigía satisfacción. Cuando su boca dejó la tortura insoportable, no pudo evitar la protesta que se le escapó. Él se quedó quieto, como esperando algo, finalmente la persuadió para que abriera los ojos. Parpadeó ante las estrellas, brillando como diamantes en un cielo de terciopelo negro y levantó la cabeza. Cuando su mirada se encontró con la de Michael, su aliento se le atoró en la garganta. El deseo oscuro ardía allí, caliente e intenso. Sin embargo, sus manos temblaban mientras se deslizaban por sus caderas para acariciar su trasero. Las minúsculas acciones decían mucho, y otra parte de él se envolvió alrededor de su corazón. A pesar de su presencia poderosa, seguía siendo tan vulnerable como ella. Tiró de ella más cerca, acunándola contra el espeso pulso de su excitación. Una ola de placer rodó a través de ella, jadeó y sus ojos volvieron a cerrarse. Cada terminación nerviosa se sentía como si estuviera en llamas, hacía que su piel fuera ultrasensible a todo. Suaves y cálido viento soplaba en su espalda, poniéndole la carne de gallina por su piel húmeda. La arena debajo de las rodillas era grumosa, pero suave. Una noche abrumadora con un hombre increíble. Michael se movió lentamente, su tacto suave, no pedía más de lo que estaba dispuesto a dar. Ese conocimiento sólo aumentó la necesidad que quemaba en su interior, de darle mayor cantidad en retribución. Apoyó las manos temblorosas contra su pecho, con los dedos extendidos, y acarició


su vientre plano. Su corazón latía tan fuerte debajo de sus palmas como el suyo. Su cálido aliento soplaba fuerte y desigual contra su piel mientras mordisqueaba su hombro. Cuando encontró la cintura de sus pantalones, liberó su camiseta de un tirón, la subió y la sacó sobre su cabeza antes de tirarla a la hierba junto a la de ella. Se quedó sin aliento ante la vista de él. Era magnifico, su cuerpo delgado y esculpido, y no podía resistir tocarlo. Cerrando sus ojos, colocó sus manos contra su pecho y se permitió el simple placer de perderse en sentirlo. Se deleitó en la calidez, la suavidad de su piel, las colinas y valles de los músculos debajo de sus palmas. Encantada moviendo sus dedos a través de los gruesos rizos cubriendo el centro de su pecho. Bajaba por su plano estómago, reduciéndose, dando lugar a más finos, suaves pelos que desaparecían debajo de su pretina. Siguiéndolos, se atrevió a hundir sus dedos dentro y provocarlo. Los músculos de su estómago saltaron en satisfactoria respuesta. Con un gruñido silencioso, Michael aprisionó sus muñecas y las apartó. Haciéndolos girar, se arrastró sobre ella, su cuerpo temblando mientras presionaba la espalda de ella en la arena fresca. Sosteniéndose sobre sus codos, la miró, las piscinas liquidas de sus ojos ardiendo con necesidad. Inclinó su cabeza, mordisqueando su labio inferior y trazó besos calientes y húmedos a través de su mandíbula. ―No puedo soportarlo más. Quiero sentirte completamente. ―Sí. ―La palabra dejó sus labios en un gemido suave cuando una ola de fuego se apoderó de ella y la hundió. No podía creer cuánto quería a este hombre, necesitaba todo lo que sus malvados y traviesos ojos prometían. La libertad que podría traer. Aparentemente satisfecho, se apartó y se arrodilló entre sus piernas. Sus ojos nunca dejaron los suyos mientras tiraba de su falda. Dejó la ropa en la arena junto a


él y se sentó sobre sus talones. La luz de la luna brillaba sobre su espalda, dejando sus rasgos en las sombras, pero su ardiente mirada acarició su cuerpo. ―Wow. ―Se inclinó hacia adelante y deslizó sus sedosas manos por sus piernas, lento y seductor, encendiendo sus terminaciones nerviosas de nuevo. Cuando alcanzó sus muslos, sus pulgares se sumergieron en el medio y rozó su piel a través de la tela de sus bragas, y su aliento quedó atrapado en su garganta, su cuerpo viajando a ese buen y dulce borde. ―Eres definitivamente una sorpresa. ―Sus dedos se deslizaron dentro de los bordes de sus bragas―. Supuse que eras el tipo de chica de algodón. Sabía que se refería al encaje negro que eligió para llevar esta noche y un rubor subió a sus mejillas. Otra sugerencia de Lisa. ―Ponte algo que realmente quieres que alguien vea. La sensación se evaporó tan rápido como llegó cuando él la besó ahí, dónde sus dedos tentaban su delicada piel. Jadeó, un estremecimiento de placer cortó a través de ella, la necesidad disparándose hacia desesperadas y dolorosas alturas. Incapaz de soportarlo más, se acercó a él, pero se había ido, y abrió sus ojos. Él bajo sus bragas por sus piernas. Acostada desnuda ante él, tembló tanto por la falta de su calor contra ella como por el ultra vulnerable sentimiento que la llenaba. Estaba abierta y expuesta, con nada más que esconder. Aun así segura. La embriagante cosa sobre él era cuan extrañamente segura se sentía. Debajo del rudo y rebelde exterior estaba un sensible y vulnerable corazón. Un hombre con un toque tierno. Su mirada lo siguió mientras se levantaba, de pie elevándose sobre ella. Cuando tocó el botón superior de sus pantalones vaqueros, su aliento quedó atrapado en su garganta. Era hermoso, su pecho desnudo, a la luz de la luna cayendo sobre su piel bronceada. Estaba hipnotizada, su corazón latiendo a un ritmo salvaje, mientras él desabrochaba los botones de sus pantalones. Trabajó en ellos lentamente, botón por


tortuoso botón, y ella curvó sus dedos en la arena para no saltar y ayudarlo. No podía evitar sonreír. Si la estaba provocando, funcionaba. Todo sentido de burlas voló un instante después, y él hizo un trabajo rápido en sus pantalones. Era como el cielo cuando por fin se reunió con ella, cubriendo su cuerpo con el suyo. El calor la envolvió, y la sensación la tragó. La textura sedosa de su piel desnuda contra la suya, sus pechos aplastados contra su pecho, el vello grueso en sus piernas. Su excitación liberada acarició su calor, y por un momento se quedó inmóvil, sus párpados cerrados, un silencioso gemido escapando de sus labios. Su cuerpo se hizo eco de la misma necesidad al rojo vivo, y envolvió sus brazos alrededor de él, aferrándose. Cuando sus ojos se abrieron, una vez más desafió la indomable imagen que ella tenía de él. Pasó sus dedos por su cabello y se inclinó para suavemente capturar su boca. La besó largo y lento, su lengua deslizándose dentro de ella para acariciar la suya, y la hizo temblar con ternura y ansia preguntándose si le haría el amor de la misma manera. La llevó al borde de la locura y la dejó desesperada por unirse con él, para apagar el infierno que había incendiado en su interior. Deslizó sus manos por su suave y lisa espalda para acariciar su trasero y arquear sus caderas contra las suyas. Michael dejó su boca para dejar suaves besos a través de su mandíbula y su cuello, antes de levantar su cabeza otra vez. Incluso en la oscuridad, la diablura brillaba en sus ojos. ―¿Te estoy volviendo loca? Cerró sus ojos, movió su cabeza de lado a lado, y se aferró a su firme trasero más fuerte en sus manos. ―Sí. Una risa baja retumbó fuera de él, y movió su lengua sobre su lóbulo de la oreja.


―Bien. Eso es exactamente lo que me estás haciendo a mí. Su calor la dejó de nuevo, y el sonido tranquilo de un paquete de plástico siendo abierto viajó en el viento. Unos instantes después, regresó y rozó su boca sobre la de ella. ―Mírame, Cat. Abrió sus pesados ojos. Una por una, capturó sus manos, sujetándolas sobre su cabeza, y sabía que la acción no era sólo otra provocación. Era una atrevida declaración de posesión. Estaba en sus ojos. Ardían con tal intensidad que la cautivaron, dejándola sin aliento con anticipación. Cuando se arqueó contra ella, y la llenó, se tragó un grito suave, sintió esa posesión hasta las puntas de los dedos de los pies. Sin embargo, contradijo la feroz declaración cuando comenzó a moverse dentro de ella. Le hizo el amor con una lentitud agonizante, estableciendo un profundo y lánguido ritmo que la llevó al borde de la locura. Fue electrizante y emocionante. No podía tocarlo, no podía envolver sus brazos alrededor de él y aferrarse a su cuerpo. Sólo podía sentir, no tuvo más opción que dejarse ir, dejarlo elevarla. Así que se entregó a él. Disfrutando el increíble placer de ser tan completamente poseída, tan ligera y libre, apenas capaz de recuperar su aliento. Cada movimiento medido los impulsó hacia adelante, enviándolos bruscamente hacia el borde a un ritmo cada vez más frenético. Dejó caer su frente contra la de ella, mirando tan profundo que lo sintió tocar su alma. Las profundidades oscuras le hablaron, dijeron más de lo que las palabras podían, haciendo eco de todas las emociones vibrando a través de ella. Se necesitaban el uno al otro, con algo que trascendía el placer físico y la liberación sexual. Era una unión de espíritus, de almas. La libertad que podría dar al otro, que esperaba al otro lado. Ella se elevó, levantándose a encontrarlo, dejarlo tomar su cuidadoso mundo y girarlo fuera de control.


Como una erupción volcánica, su orgasmo golpeó, intenso, eufórico, liberador. Michael capturó su boca, tragando sus gritos, mientras ola tras ola sin fin de placer derritiendo sus huesos se desplazaba a través de ella. Pérdida de todo salvo él moviéndose sobre ella, dentro de ella, voló sobre ese borde dentro del dulce olvido y se elevó por los cielos. En algún lugar en medio, su cuerpo se tensó contra ella. Alejó su boca y liberó sus manos. Su nombre se escapó de sus labios en un largo gemido que parecía arrancado de su pecho. Con un último impulso profundo, su propia liberación lo reclamó, su cuerpo temblando contra ella. Dejó caer su frente en la curva de su hombro, su respiración caliente y dura en su oído. Ella envolvió sus brazos alrededor de su cintura y se aferró a él, su cuerpo haciendo eco de los pequeños temblores, las réplicas que todavía lo sacudían. Se acostaron de esa manera, por algún tiempo, silenciosos e inmóviles. Tenía miedo de moverse, de dejarlo ir, miedo de que despertara para descubrir que era sólo un sueño. Con la estabilización de su propia respiración, lentamente se volvió consciente de lo que la rodeaba de nuevo, del agua fría lamiendo sus dedos de los pies, y el hecho de que estaban al descubierto, expuestos. ―¿Michael? ―Acarició su espalda. ―¿Hm? ―Su respuesta flotó ahogada y con sueño desde su garganta. No movió ni un músculo. ―Deberíamos entrar a la casa. ―Cierto. En cuanto recuerde cómo moverme. Su risa tranquila resonó en la noche.

*** Michael despertó a la mañana siguiente en un suave y cálido capullo de almohadas y mantas enredadas. Curvas claramente femeninas moldeadas a él, la


piel de Cat suave y atractiva. Ignoró la luz del sol tratando de convencer a sus ojos a abrirse y en su lugar apretó su brazo alrededor de su cintura. No podía recordar a qué hora finalmente entraron anoche. Había estado demasiado ocupado para preocuparse. Una sonrisa cruzó su boca ante el pensamiento. Había dejado caer su ropa mojada en la lavadora y se dirigió escaleras arriba. Una ducha significaba provocarla y lavar arena pegajosa que se había convertido en un juego erótico, del que no se olvidaría pronto. La mujer le había dado una nueva vida por una noche. Le debía mucho. Cat se movió en su sueño y su trasero se movió contra él, al instante despertando sus sentidos. Abrió sus ojos, escudriñando a través de la penetrante luz que impregnaba la habitación, y dejando vagar su mirada sobre ella. Estaba acostada al estilo cuchara frente a él, la sábana blanca caía baja sobre la curva de su cadera, dejándola desnuda de la cintura para arriba. Incapaz de resistirse a la llamada de su piel, deslizó su mano sobre la curva de su cadera y la dejó sumergirse en su estrecha cintura, disfrutando de la textura cremosa. No se había sentido tan relajado desde antes de que su madre lo llamara dos días atrás para darle las malas noticias sobre su padre. Un nudo permanente formado en su estómago que sólo se había ajustado más fuerte y más grande cuando había salido de la autopista y realizado el recorrido de treinta minutos al pueblo. Ahora el nudo se había ido y él estaba… asombrado de ella. Cuando se deslizó alrededor de su caja torácica y arriba a reclamar un pecho completo, su pezón se endureció bajo su toque. Su cuerpo respondió con toda su fuerza, su sangre bombeando caliente y duro a través de sus venas. Como esperaba, Cat ronroneó y presionó su espalda contra él. ―Buenos días. ―Se inclinó para morder la curva de su hombro. Su brazo se apretó reflexivamente alrededor de su cintura, y movió sus caderas contra ella. Lo recompensó con otro suave gemido, pero se apartó y se giró para enfrentarlo. Alegría brillaba en sus ojos. El sol filtrándose en la habitación jugaba con reflejos r


ojos en sus ahora enredados mechones y añadía un cierto brillo a las profundidades de sus ojos. Lucía gloriosamente desordenada y tan a gusto como se sentía él. ―Eres el más hermoso espectáculo que he visto en mucho tiempo, ¿sabes eso? ― Tiró de ella más cerca. ―¿No estás nunca satisfecho? ―Una sonrisa descarada jugaba en las comisuras de su boca, deseo ardiendo en sus ojos, mientras deslizaba una esbelta pierna sobre su cadera y se arqueaba contra él. Fuego inundó sus venas, enviando su latido resonando a sus oídos. ―Hay una mujer hermosa y desnuda en mi cama. ―La giró sobre su espalda y la metió debajo de él, moldeado su cuerpo en sus suaves curvas―. ¿Cómo me puedo resistir? Se inclinó y acarició su garganta, luego pasó sus labios por su mandíbula, saboreando la dulzura de su piel. Arqueó su cuello para darle mejor acceso y arrastró las puntas de sus uñas ligeramente arriba y abajo de su espalda, los escalofríos, la sensación sólo alimentó el infierno ardiendo en su interior. Cuando sus caderas se levantaron para encontrarse con las suyas, su cuerpo ardió con la intensa necesidad de sumergirse en su calor, de perderse de nuevo. El final que sabía iba a venir quedó grabado en el fondo de su mente. ―Además. ―Levantó su cabeza―. Quiero hacerte gritar una vez más antes de tener que llevarte a casa. Quería decir el comentario como una broma, para disipar el peso estableciéndose en su pecho y él retándolo a reconocer la necesidad girando en sus entrañas. Una imperiosa necesidad de volver a verla. Una que firmemente pretendía ignorar. Dejándolo en una noche era lo mejor para los dos. Una noche era simple, sin complicaciones. ―Dúchate conmigo. ―Él rozó su boca sobre la de ella, aliviado cuando se inclinó hacia su beso.


―Suena celestial. ―Ella sonrió, alivio reflejándose en sus ojos y asintió. Salió de la cama, tiró de ella con él y la llevó al cuarto de baño contiguo. Por mucho que quería lo contrario, su relación debía permanecer como estaba. Se iría en un mes. Quería reparar el puente entre él y su padre. Con un poco de suerte, tendría el coraje de visitar a los Hartmans y decir todas esas cosas que debería haber dicho hace diez años, tal vez pasar por la tumba de Kaylee, y aliviar la herida en su alma por aquella noche de pesadilla. Su corazón, sin embargo, no estaba en este pueblo, y al final, volvería de nuevo a L.A. La última cosa que quería era traerle dolor o decepción. Al cruzar el umbral hacia el cuarto de baño, lo empujó a sus brazos, elevándose sobre sus dedos, y mordiendo su labio inferior. Mientras estaba de pie mirando hacia abajo en sus hermosos ojos, la verdad lo golpeó. No podía hacerlo, no podía dejar que la noche terminara con una mentira. Le debía la verdad. Era momento que dejara de huir del pasado, y comenzara con ella. Una noche o veinte, si lo iba a aceptar por quien era, tenía que ser directo.


Capitulo 4 Traducido por susanauribe, y SOS clau, Vettina, Akanet Corregido por carosole

Cat se recostó contra el mesón de la cocina. Detrás de ella, la máquina de café goteaba, llenando el pequeño espacio con el sonido de líquido cayendo en la taza de vidrio e impregnando el aire con el delicioso aroma de un café fresco. Su ducha con Michael había sido fenomenal. Sus adentros todavía vibraban y mientras se habían secado, él la había besado suavemente y le había dicho que quería decirle algo. Le había pedido que bajara e hiciera café mientras se afeitaba. La noche había sido exactamente lo que había querido que fuera. Una noche única con un hombre hermoso que la hizo sentir verdaderamente viva por primera vez en mucho tiempo. Volteó su cabeza, escaneando la cocina que la rodeaba. La misma casa era pequeña y pintoresca. Una habitación, que ocupaba el piso superior, conteniendo el único baño. Una sala de estar abierta y un pequeño comedor que había pasado de camino a la cocina. Los muebles eran escasos y modestos, todos de colores cálidos y terrosos. El lugar tenía una sensación humilde y hogareña que la envolvía, de alguna manera concordando con el hombre que había llegado a conocer. La cafetera comenzó a funcionar y se volteó, planeando buscar en los gabinetes por tazas cuando una foto de la pared opuesta a la estufa atrapó su atención. Ahí, Michael estaba como una mujer de cabello oscuro en un banco de madera de gran tamaño. Él era más joven, apenas un adolescente y la mujer parecía estar a finales de los cuarenta. Apretaba la mano de Michael, su sonrisa brillante iluminando su rostro.


Reconoció a la mujer. Abby Brant. Los Brant eran una familia prominente en Crest Point. Jugaban un papel importante en apoyar la comunidad, eran de confianza y muy respetados. Había habido un Brant en Crest Point desde antes que la ciudad se formara hace más de cien años. Eran de dinero por herencia. Había un rumor que la familia era parte de unos pobladores que vinieron durante la fiebre del oro en los 1800. De todas maneras, tenían una cadena de restaurantes de cinco estrellas en toda la Costa Oeste. Eran dueños del bar donde había conocido a Michael. De acuerdo con Weekly Tribune, el pequeño periódico de la ciudad, lo mantenían vivo como parte de nostalgia. ―No fui completamente honesto anoche contigo. Con el sonido de su voz, Cat se dio vuelta para encontrar a Michael en la entrada de la cocina. Tenía jeans y una camisa blanca que se pegaba a su torso como una segunda piel, resaltando cada músculo sólido. Su cabello mojado todavía tenía un look despeinado, como si simplemente hubiera pasado sus dedos por este, pero ahora su mandíbula estaba recién afeitada y suave. Se veía… delicioso. Deseaba moldear su cuerpo a su longitud y pasar sus dedos por su barbilla recién afeitada pero resistió la urgencia. Su noche se había acabado y era tiempo de separar sus emociones. ―¿Sobre qué? ―Sobre quién soy. ―Se alejó de la puerta, entrando a la habitación con ritmo lento y relajado. La expresión de su rostro hizo que un malestar se posara en su estómago. Se había ido el brillo juguetón de sus ojos que hizo de la ducha algo que no olvidaría pronto. La preocupación se había filtrado en sus ojos. Como si tuviera malas noticias, o tal vez estaba atemorizado de cómo reaccionaría ella. Ella dejó escapar una risa nerviosa. ―No puede ser tan malo, ¿verdad?


Su mirada pasó por el rostro de ella, como si estuviera midiendo su reacción. ―No lo creo, pero depende de a quién le preguntes. ―Sacó la foto de la pared y movió su pulgar por el vidrio―. Este soy yo. Ella asintió. ―Con Abby Brant. Juzgando por la mirada de su rostro, te aprecia mucho. ―Eso espero. ―Dejó salir una risa suave y mientras su tono decía que era en broma, cuando encontró su mirada, la preocupación de sus ojos era palpable―. Es mi madre. Su sonrisa decayó justo cuando sus palabras tuvieron sentido. Ella lo conocía. Bueno, no lo conocía pero sabía de él. ―Eres Michael Brant. Tan pronto como sus palabras salieron de su boca, recuerdos inundaron su mente, pasando como el flash de una cámara. Cuando ella tenía doce años, su madre había tenido un romance con el senador Randall Brant, un hombre muy casado y muy mayor. Fueron vistos en numerosas ocasiones. Incluso había rumores de que él había dejado a su esposa por ella. Al final, el senador le pagó a su madre una gran suma de dinero para que desapareciera y se mantuviera callada. Es la razón por la que sus padres se divorciaron y el por qué se fueron de Crest Point hace tantos años. Si ella estaba sumando bien, Randall Brant sería el abuelo de Michael. ―Oh Dios. ―El estómago de Cat se revolvió mientras la fantasía de la noche hacía ¡poof! ante sus ojos. Michael era heredero de una fortuna. Y aquí estaba ella, la hija de una mujer que una vez había sido muy conocida por las cosas que hacía que las mejillas se sonrojaran. Cat cerró sus ojos, bloqueando las imágenes. Había pasado toda su vida adulta alejándose del alboroto de la reputación de su madre. Y ahora aquí estaba, mirándola de nuevo. Un sonido de un pequeño golpe contra la pared llegó hasta ella, y el aroma de Michael, ahora familiar, invadió sus sentidos. Sus dedos suaves y cálidos acariciaron


su mejilla. ―Di algo, Cat. Abrió sus ojos, de nuevo atrapada como un pez con un anzuelo en esos ojos. Él estaba aquí, diciéndole esto, porque no había duda de que se preguntaba qué pensaba de él. La preocupación en esos ojos oscuros que buscaban, no hacían más que gritarle. Pero, ¿qué pensaría cuándo se enterara de quién era ella? Rompiendo el contacto, se volteó hacia las alacenas, abriendo una para buscar tazas de café. ―¿Por qué no me dijiste quién eras? ¿Que eras alguien que ni siquiera en mis sueños nunca podría tener? Quería aferrarse a la fantasía de su noche con él, amarla. Ahora, la fantasía se había evaporado.

Había

demasiado

entre

ellos.

Demasiadas

complicaciones.

Las

diferencias entre Michael y ella se habían vuelto mucho más que el problema de él siendo un errante. Eran de dos mundos diferentes. Hombres como él, de familias como la suya, coqueteaban a mujeres como ella desde el lado equivocado de la vía. Nick le había enseñado eso. Incluso la secretaria con la que la había atrapado había sido un simple juguete para él. Un momento de silencio pasó y Michael dejó escapar una profunda exhalación, un sonido de aceptación, derrota y rechazo. Se movió detrás de ella, su cuerpo cálido y sólido presionándose contra su espalda, atrapándola donde estaba. Estirándose, abrió la puerta de un gabinete, revelando un estante lleno de vasos y tazas. ―Porque tenía miedo. ―Sus palabras y la verdad de éstas le dolieron en el pecho. Ella conocía esa sensación. Muy bien. ―¿De qué? ―¿Qué necesitabas de mí, anoche, Cat? Su aliento caliente acarició su cuello, la piel sensible debajo de su oreja e imágenes invadieron su mente. De su boca estando ahí, dejando su marca. La mirada posesiva de sus ojos cuando arremetió dentro de ella, reclamándola como suya.


Simultáneamente, cuán equivocado y acertado se sintió ser reclamada de esa manera. Eran extraños, sin embargo, profundamente, no podía negar que le había dado una parte suya anoche. ―Quería la fantasía. Eras un poco salvaje y peligroso. Un chico malo que conduce una Harley y que se viste de cuero, uno con un brillo retorcido en los ojos desafiando a cualquiera a que te juzgue. Una risita desvanecida sonó detrás de ella, tan infecciosa que una esquina de su boca se curvó en respuesta. ―Eras todo lo que quería y exactamente el tipo de hombre con el que no estaría. ―¿Es por eso que diste ese paseo conmigo? ¿Pasaste la noche conmigo? ¿Porque soy diferente? Ella vaciló, su corazón martillando en su pecho, luego negó con la cabeza. Había pasado la noche con él porque su fachada la había intrigado. El magnetismo inexplicable entre ellos y el deseo inhabitado en sus ojos la atrapó. La suavidad de su toque la sobrecogió. Él la sobrecogió. ―No. Lo hice porque me sentí segura contigo. Segura para complacer una fantasía sin miedo de salirse de control, sin miedo de que se enterara de que era tan peligroso como aparentaba ser. Y aunque no podía explicar cómo lo sabía, apostaba cada último centavo que tenía a que lo único peligroso de Michael Brant eran sus ojos sagaces. ―Eso es exactamente lo que necesitaba de ti. El anonimato. Eres la única persona en la ciudad que no parecía saber quién era yo, que no se había fabricado una opinión de mí. Con los años, me convencí de que no me importaba lo que pensaran las personas pero siempre esperaba juicios. Hay personas que no me quieren. Y contigo, por una noche, simplemente era un hombre. No tenía nombre, ni obligaciones, ni expectativas. Se movió más cerca, su cuerpo rozando su espalda, su calor filtrándose en su piel. ―Te necesitaba. ―Su aliento contra su piel sensible la hizo estremecer―. Era


simplemente… yo. No estaba seguro de si alguna vez habías escuchado sobre mí, qué pensabas de Michael Brant. Sus manos pasaron por encima de las de ella, su toque ligero y vacilante como si no se pudiera resistir pero quisiera darle espacio para objetar. Cuando ella no lo hizo, ―no podía―, esas manos pasaron por sus antebrazos, por encima de sus muñecas, despertando cada nervio y haciendo que los pelos se le pusieran de punta. Sus manos se deslizaron más allá, por encima de las de ella, envolviéndolas. Piel cálida contra piel cálida, un simple punto de contacto y cada célula de su cuerpo se estremeció con el alivio, el placer puro. Ella dejó escapar una respiración suave y entrecortada, sabía que le debía la verdad a cambio de la suya, pero las palabras se reusaron a salir de su boca. No quería arruinar la noche que habían tenido. En cambio, le dijo una versión de la verdad. ―He escuchado de tu familia. Sé que eres heredero de una fortuna. Tu padre es dueño de hoteles lujosos. Mi papá tiene una librería en la ciudad. Luchamos para llegar a fin de mes. La verdad, es que anoche fue una casualidad. Tú y yo no nos movemos en el mismo círculo. Respiró profundamente, forzándose a darse vuelta y enfrentarlo y puso una mano en su pecho. ―Pero nada de eso importa, porque necesito que esto se quede en sólo una noche, Michael. ―Yo también. ―Frotó sus manos por sus brazos―. Al menos, déjame hacerte desayuno antes de que te lleve a casa. Ella le ofreció una suave sonrisa y asintió. ―Eso suena bien. *** Una extraña melancolía llenó el pecho de Cat cuando se estacionaron en el último espacio disponible de su apartamento una hora y media después. La Madre


Naturaleza les había dado una hermosa mañana, un cielo azul despejado, aves cantando y parloteando y el opresivo calor que ya hacía presencia. Envuelta en la chaqueta de Michael, Cat se aferró a su espalda, todavía emocionada por montar en su moto. ―El final perfecto a una noche perfecta. Las palabras salieron de su boca con un suspiro feliz mientras Michael apagaba el motor. Hizo un sonido de asentimiento en la parte posterior de su garganta pero mientras sacó la llave del encendido, el último trozo de emoción se evaporó. Después de quitarse el casco, volteó su cabeza y descansó su mejilla contra su hombro derecho. Tomó el casco y lo colgó en el manubrio. Ninguno hizo un movimiento para bajarse y tampoco hablaron. Los segundos pasaron mientras ella luchaba con qué decir. Su cuerpo se tensó contra el de ella y mariposas bailaron en su estómago. Pasó toda la noche explorando cada centímetro de este hombre pero no tenía la menor idea de qué decir. ¿Gracias por el buen rato, que tengas una buena vida? Con un largo suspiro, se alejó y se bajó de la moto. Bajó su mirada y enderezó su falda. Le dio algo qué hacer con sus manos al menos. ―Lamento traerte a casa tan temprano. ―Michael dirigió esa sonrisa rebelde en dirección a ella―. Mi familia en verdad me esperaba desde ayer y a mi padre no le gusta cuando llego tarde. Ella no pudo evitar regresar la sonrisa. La mirada en sus ojos le decía que no le importaba si llegaba a tiempo o no. Él se bajó de la moto, puso sus manos en sus bolsillos y se quedó mirándola con ojos sombríos y suaves. Una corriente eléctrica de deseos no expresados y necesidades zumbó en el aire entre ellos. Esa pequeña parte de ella todavía quería volver a verlo y en las profundas oscuridades de esos ojos estaba el mismo sentimiento. Tenía que terminar esto aquí. Antes de que abriera su bocota y se pusiera en el camino de la destrucción al pedirle eso exactamente.


―Está bien. ―Negó con su cabeza―. No tienes que acompañarme hasta la puerta. Una sonrisa tocó las esquinas de su boca, y arqueó una ceja con desafío. ―¿Estás ansiosa por deshacerte de mí? Ella suspiró. ¿Por qué tenía que ser tan difícil? Era una noche, con un extraño. ¿No se supone que debería ser fácil? ―Es sólo que… ―Hizo una pausa y negó con su cabeza, una lástima para decir más. ―Incómodo. ―Él asintió―. Sí, lo sé. Ella puso una mano contra su pecho, su calor irradiando contra sus dedos. ―No quiero que me sigas hacia arriba por las escaleras. Preferiría recordarte de la manera como te conocí. Sus ojos se entrecerraron, de manera juguetona. ―¿Oscuro y peligroso? Dejó salir una risa suave, mitad de nervios y mitad de alivio. ―Algo así. Él le había dado algo más intangible, más valioso que el dinero. Inmersa en nada más que él, sin una preocupación en el mundo, había sido libre del miedo y la vergüenza que habían gobernado la mayor parte de su vida. Mientras ella deseaba retraerse a ese sentimiento, también sabía que no podía dejarlo avanzar. Michael, sin embargo, no era nada más que persistente. Con un brillo de determinación en sus ojos que la retaba a no dejar que fuera un caballero, deslizó su mano en la de ella. Con un gentil tirón de su brazo, se movió a la acera y miró el edificio. ―Así que, ¿dónde estás tú? ―Justo ahí. ―Con un suspiro de derrota, asintió hacia la escalera de madera oscura frente a ellos―. Segundo piso. Con sus dedos todavía juntos, se quedó atrás mientras ella subía las escaleras. Otra vez, el silencio reinó como supremo, haciéndola preguntarse, qué estaba pensando. ¿También sentía la misma incomodidad que movía su estómago?


Al final de la escalera, se volteó para mirarlo, su corazón latiendo en su pecho cuando subió con ella. Más alto que ella, el deseo brillaba en sus ojos, enviando nuevos estremecimientos por su columna. En un paso, cerró la distancia entre ellos, sus manos en su cintura. La tiró contra sí, pero el gesto juguetón de su toque se derritió en algo más suave, más intenso y necesitado en el instante que sus cuerpos se encontraron. Inclinó su frente contra la de ella. ―No creíste que te iba a dejar ir tan fácil, ¿verdad? La silenciosa posesividad de esas palabras, el deseo de su voz, llenó su pecho con un torrente de emociones confusas. Lentamente en la noche, la oscura y misteriosa fachada se había desvanecido. Había tenido un vistazo del corazón de este hombre y le había gustado lo que había visto. Era mejor que la fantasía. Aquí, en sus brazos, tenía la extraña sensación de que todo estaba bien. Y sus ojos… sus ojos le hablaron, conectándose a una parte de ella, muy adentro. Anoche, esas sensaciones hicieron algo increíble. Michael la había llevado a alturas que ni siquiera sabía que eran posibles. En la cruel luz del día, la asustaban hasta el demonio. No quería ver que era como un hombre, no quería ver sus fallas, porque no podía permitirse que saliera como Nick. Un mujeriego que sólo quería jugar con su corazón. Los pensamientos se alejaron cuando bajó su cabeza y mordió la curva de su cuello. Una mano se deslizó dentro de su chaqueta que ella tenía puesta, su toque, ligero y seductor, rozó el costado de su pecho y no pudo contener el gemido que se le escapó. Las puntas de sus dedos acariciaron su piel mientras movía su cuello a un lado, tomando la tira de su top con esto. Depositó un suave beso en sus hombros antes de enderezarlo. Tocó la solapa de la chaqueta. ―Me temo que necesito esto de regreso.


―Demonios. Y pensé que me ibas a dejar quedármela como un recuerdo. ―Ella entrecerró sus ojos y juguetonamente cerró las solapas. ―No lo creo. ―Dejó salir una suave risita y negó con su cabeza. Se movió para darle espacio. Bajó su mirada y tocó las solapas antes de llevárselas a la nariz e inhalarlas. Cuando dejó que el suave cuero saliera de sus hombros, una oleada de remordimiento tensó su estómago. No quería soltarla. ―Huele a ti. ―Como cuero, jabón y aire fresco. ―Eso me imaginé. Mientras le entregaba la chaqueta, sus dedos se rozaron, quietos, conectados por un mini segundo, antes de que ella finalmente los retirara. ―Adiós, Michael. ―Simple y efectivo, sin embargo las palabras no parecían suficientes. Su expresión se puso sobria de nuevo, acunó su barbilla y ociosamente pasó su dedo por su piel. ―Adiós, Cat. Dejó caer su mano y pasó su chaqueta por encima de su hombro, luego se volteó y se alejó, su paso lento y casual. Ella se recostó contra la puerta del apartamento y lo observó hasta que desapareció de vista al final de las escaleras. Cuando su motor rugió, su pecho se oprimió por la finalidad y la ironía de su salida de su vida. Se había ido de la misma manera que había llegado, en silencio y modesto, pero sin embargo poderoso al mismo tiempo. Con un suspiro, se volteó y abrió la puerta de su apartamento. Sólo necesitaba cambiarse de ropa, luego se dirigiría a la tienda de su padre. Su papá había abierto una pequeña librería hace veinte años. Después de su matrimonio hace diez años, él y su madrastra, Judy, llevaban el lugar juntos. Era un lugar pequeño y ecléctico, vendiendo libros usados y nuevos y se había convertido en un punto de referencia para Main Street. Hace dos años, la tragedia atacó a la pequeña familia cuando su madrastra murió


por un cáncer cervical agresivo. Desde entonces, Cat había estado ayudando a su padre en la tienda los fines de semana. Ahora que había dejado de trabajar para Nick, lo ayudaría a tiempo completo hasta que encontrara otro trabajo. ―Oh, me alegra que estés en casa temprano. Dos pasos dentro del apartamento y Cat se sobresaltó, volteándose hacia el sonido de la voz. Lisa estaba en la cocina a diez metros delante de ella, sus ojos mirando los de Cat como una madre preocupada que había esperado despierta toda la noche a que su hija errante llegara a casa. ―¿No recibiste mi mensaje? ―Cat entró al apartamento y se dirigió a la cafetera. A pesar de que ya había desayunado, el olor de café recién hecho todavía la atraía―. Anoche llamé a tu celular, traté de encontrarte pero desapareciste. ―Sí, pero supuse, dado tu mensaje, que todavía no habías visto las noticias. ―Lisa se puso de pie y cruzó la cocina, lanzándole el periódico―. Tú y Michael están en primera página. Un fuerte nudo de temor se formó en su estómago, Cat puso su café a un lado y estiró su mano para tomar el periódico. Weekly Tribune se hacía llamar un periódico pero más adecuadamente podía ser llamado una revistilla de chismes. Tendía a mostrar los rumores locales, quién es quién y quién está haciendo qué de la pequeña ciudad en vez de las noticias del mundo. La mujer que lo dirigía era dulce y simplemente amaba la ciudad y a las personas que la habitaban, pero era demasiado ruidosa para su propio bien. Por la mirada del rostro de Lisa, Cat tenía el presentimiento de que no quería saber qué había leído ella. Una mirada a la primera plana y Cat puso una mano sobre su boca. ―Oh Dios mío. El encabezado decía, “Regresa el hijo pródigo” pero la imagen de abajo tenía ácido subiendo por su garganta. Era una vista de perfil de ella y Michael mientras estaban en la playa, justo después de haberse metido al agua. Sus brazos estaban


alrededor del otro. La imagen había sido tomada con un teleobjetivo así que los rostros eran claros, a pesar de la oscuridad y era muy obvio que se estaban besando. Un momento íntimo capturado. Cat gruñó, incapaz de detener las emociones que se movieron dentro de ella. ―Sabes, esto en verdad me molesta. Están invadiendo mi privacidad y también la de él. ¿Quiénes se creen que son para poner algo así en un periódico matutino? Esta es la clase de cosa que esperaba evadir desde que regresé a la ciudad y la razón por la que me fui hace años. ―Se movió al sofá de la sala y se sentó, una sensación inquietante de invasión le subió por la columna. Cat negó con su cabeza y miró a Lisa―. Pero sabes, encuentro esto bastante molesto, Lisa. No había nadie más en la playa excepto nosotros dos. Es propiedad privada y el vecindario estaba callado y oscuro. Ningún flash se encendió. ―Significa que alguien te estaba espiando. ―Lisa frunció el ceño, el mismo sentido de preocupación tensando el estómago de Cat, subiendo a sus ojos. Reclamó su asiento en la mesa y puso sus manos alrededor de la taza de café―. ¿Quién demonios se queda en los arbustos para tomarle fotos a ustedes dos? Cat asintió. ―Exactamente. ¿Quién demonios hace eso? El timbre del teléfono interrumpió y Cat se estiró para tomar el teléfono inalámbrico de la mesa frente a ella. ―¿Hola? Silencio en la línea. ―¿Hola? ―dijo Cat de nuevo pero sólo el silencio le hizo eco. Presionó “fin” y puso el teléfono en el sofá a su lado. ―¿Quién era? ―Lisa levantó su mirada. Cat volteó su cabeza y se encogió de hombros. ―No lo sé. No dijeron nada.


Tomando un sorbo de café, el teléfono sonó de nuevo. Cat lo levantó. ―¿Hola? Más silencio enervante. Molesta, colgó. ―¿Nadie de nuevo? ―Lisa volteó la página. Cat asintió. ―Llamadas de broma, supongo. Cuando sonó una tercera vez, el ID decía “Número desconocido.” Cat tomó el teléfono, su voz menos que amigable. ―Me estoy cansando de este juego. Esta vez, la respiración hizo eco en la línea, baja pero diferente y un estremecimiento recorrió su columna. Enervada, colgó y lanzó el teléfono al otro lado del sofá. Se volteó hacia Lisa. ―Bueno, eso fue lindo y extraño. Lisa enarcó una ceja rubia. ―¿Qué dijeron? Cat negó con su cabeza. ―Nada. Sólo alguien respirando. Lisa se encogió de hombros. ―Probablemente es sólo un niño. Cat asintió pero el malestar se estableció en su estómago. No sería la primera vez que les hubieran hecho llamadas de broma. En Halloween, los molestos salían a jugar. Nunca había tenido unos de este tipo. No pudo evitar notar la coincidencia. La aparición de Michael en su vida. La foto en el periódico, lo cual había ocurrido mientras ella estaba segura de que estaban solos. ―Sí, estoy segura de que eso es todo. *** La cadencia de sus botas golpeando el piso hacían eco en las paredes mientras Michael caminaba por el corredor del hospital. El lugar era espeluznantemente


silencioso, el único sonido venía de las conversaciones susurradas del escaso personal que pasaba. Se concentró en su destino, tratando de mantener su mente enfocada en lo que había venido a hacer pero cada paso tensaba más fuerte el nudo en su estómago. Al llegar a la última puerta del pasillo, se detuvo. Mientras sus ojos pasaban por los números de metal adornando la estructura de madera, respiró profundamente. Este día se había demorado diez años. Si tenían suerte, el encuentro con la muerte había calmado a su padre un poco. Tal vez el viejo lo había olvidado y finalmente podían seguir adelante. Sí, y tal vez los cerdos volarían hacia el sur en invierno. Decidiendo no aplazarlo más, se estiró para tomar la manija pero la puerta se abrió antes de que pudiera agarrarla. La forma de Gabe llenó la entrada y ojos oscuros que se habían estado moviendo en busca de algo se posaron en Michael. No pudo evitar el suspiro de alivio con el pequeño aplazamiento ―Ya era hora de que llegaras. ―Una esquina de su boca se alzó mientras pasaba por el umbral y cerraba la puerta detrás de él―. Papá puede cantalearte por un cambio. Michael no pudo evitar la risa irónica que se le escapó. Al menos, no era la única víctima de su padre. ―¿Cómo están Lilly y las chicas? Su hermano mayor había hecho todo exactamente bajo el plan de su padre. Se había casado con su novia de la secundaria hacía cinco años y tenía dos niñas. Incluso había seguido los pasos de su padre. Gabe normalmente se manejaba entre hoteles tan bien como en una mesa en el bar del pueblo. Sin embargo, teniendo Lilly actualmente de ocho meses de embarazo de su tercer hijo, Gabe prefería apegarse al bar. ―Ah, están bien. ―Una sonrisa orgullosa se desplegó por la cara de su hermano. Se tomó un momento y luego le dio una palma en el hombro―. Se suponía que pasarías por el bar anoche, ¿qué pasó?


¿Qué pasó? Unos brillantes ojos verdes y una sonrisa tímida. Se sumergió por un momento en sus recuerdos. La manera en que sus manos se moldeaban perfectamente a sus delicadas curvas femeninas. Su calor, su piel cremosa resbaladiza por la transpiración, deslizándose contra la suya. Su esencia sutil y exótica se había incrustado en su mente o en su chaqueta, pues podía jurar que todavía la olía a ella. Se reenfocó en su hermano y se encogió de hombros un poco indiferente. ―Me distraje un poco. ―Debió ser bonita si capturó tu atención. ―Señaló Gabe, pero un latido de corazón más tarde, su sonrisa juguetona se derritió en un ceño fruncido―. Espero que valiera el esfuerzo, hombre, porque casi te ganas el infierno por eso. Papá no es un campista feliz. ¿Valió la pena? La respuesta se deslizó en su mente apenas un respiro después. Aun si no volvía a verla de nuevo, Cat le había dado algo que no había tenido en diez años: una noche de paz. Paz de los recuerdos que lo perseguían, a donde quiera que fuese. Paz del peso opresivo de ser quien era. Por una noche, fue simplemente un hombre, y estaría por siempre agradecido de eso. ―Sí. ―Michael no pudo resistirse a sonreír―. Definitivamente valió la pena. ―¿Planeas verla de nuevo? ―Gabe cruzó los brazos sobre su pecho. Los hombros de Michael se hundieron con la fuerza de la emoción que lo atrapó. De todas las preguntas, Gabe había hecho la que más pesaba en su mente. No podía creer cuán duro había sido dejar ir a Cat hace una hora. ¿Quería verla de nuevo? Con cada gramo de su ser. La mujer picaba su curiosidad y despertaba su deseo como ninguna otra. ¿La vería de nuevo? ―No. No se involucraría con una mujer de este maldito pueblo. ―No puedes quedarte soltero para siempre, sabes. Han pasado años, hombre. ―Gabe


le dio una pequeña sacudida en la cabeza―. Tienes que dejarlo ir. Su hermano se refería, por supuesto, a aquella horrible noche. La razón exacta por la cual dejó el pueblo en primer lugar. Hacía ya diez año, el cuatro de Julio, una celosa ex novia mató a su mejor amigo frente a él, luego tomó el arma contra sí misma, matando a su hijo no nacido en el proceso. Las crudas imágenes estaban quemando en su cerebro. Michael bajó la mirada y se pasó una mano por el cabello. ―Desafortunadamente, es más fácil de decir que de hacer. ―Cerró los ojos, con el recuerdo quemando como ácido. El arma, los cuerpos, la sangre―. No puedo dejar de ver a Kaylee golpear el suelo y preguntarme si pude haber hecho algo para detenerlo. La imagen se repetía una y otra vez como un disco rayado. Lo cazaba en sueños, y cada vez que veía esa noche, la culpa le pesaba como un ancla. ―Bueno, viniste a casa. Eso es un comienzo. ―Gabe asentó un brazo fraternal alrededor de sus hombros un rápido y familiar abrazo, que le recordó todos esos años de su infancia. Michael abrió los ojos y le sonrió en agradecimiento. Su hermano siempre lo apoyaba―. Deberías ir a ver a Taylor. Ha preguntado por ti. Taylor Johnson, el hermano mayor de Kaylee y la única persona a la que necesitaba ver pero no había tenido el coraje de enfrentar. Había allí otra conversación de diez años preparándose. Gabe tenía razón. Se lo debía a esa familia. Gabe lo soltó y alejó. ―Debería advertirte. Conmigo despidiéndome de los hoteles hasta después de que Lilly tenga el bebé y se establezca, papá está ansioso por encontrar a alguien que tome mi posición hasta que regrese. Tres suposiciones sobre a quién tiene en mente. Michael sacudió su cabeza. ―Lo siento, pero él puede continuar buscando. Tengo mi propia tienda que dirigir. Sé jodidamente bien que es sólo su manera de tratar de atraer mi atención.


La idea de dirigir los hoteles no era lo que le molestaba. Uh, seguro, él odiaba usar trajes. Dale un cómodo par de pantalones vaqueros por una corbata cualquier día. La felicidad era estar cubierto hasta los codos en un motor y de grasa. Pero podría trabajar en los hoteles si tenía que hacerlo. Era lo principal de ello que le llegaba. Al crecer, su padre siempre pareció estar tratando de moldearlo en algo que no era. Michael había construido algo por su cuenta, y estaba orgulloso de ello. Quería que su padre estuviera orgulloso de él, viera su tienda en L.A como el logro que era, pero papá sólo parecía ver que su hijo más joven no había entrado en el negocio familiar. Desde el punto de vista de su padre, Michael le dio la espalda a su familia. Gabe palmeó su hombro. ―Bueno, buena suerte entonces. Papá no estará feliz de escucharlo. ―¿Está alguna vez feliz conmigo? ―Michael dio un miserable movimiento con su cabeza y abrió la puerta, armándose de valor para lo que estaba por venir. Dos pasos adentro, se detuvo en seco. Un sentimiento de mortalidad, la propia, al igual que la de su padre, lo sujetó por la garganta. Lo que sea que estaba esperando, no era esto. El viejo hombre sentado en la cama no se veía nada como el padre que había conocido toda su vida. Su padre había envejecido en los últimos dos años. El oscuro cabello casi negro se había vuelto gris. Su piel era más pálida, sus ojos más hundidos y bordeados con sombras. Era mucho más frágil debajo de esa manta azul bebé tejida que cubría sus caderas. Nada en absoluto como el fuerte, Marin de los Estados Unidos retirado que dirigía su familia como un militar a un pelotón y esperaba lo mismo de ellos. No importaba ya lo que había pasado entre ellos. Necesitaban perdonarse, olvidar y seguir adelante. Demasiados años habían pasado en silencio, y tenía que terminar aquí. Su madre tenía razón, la próxima vez podría ser muy tarde. Cejas grises prolijamente cortadas se unieron cuando ojos entrecerrados de color


carbón lo miraron. ―No podías aparecer cuando prometiste, ¿cierto? En otras palabras, lo arruinaste otra vez. Michael soltó un profundo suspiro y dejó caer sus hombros. Si esa no era la historia de su vida. ―Gusto de verte, también, papá. ―Sacudió su cabeza mientras se movía más adentro en la habitación. Su padre no iba hacer esto fácil. *** Una hora más tarde, Michael se paseaba por la misma línea invisible en el piso del hospital, de ida y vuelta entre dos sillas de cocina de cuero falso que estaban contra la ventana. Con sus ojos en las baldosas a cuadros blanco y negro, sujetó las llaves en su bolsillo derecho hasta que el metal pinchó su mano. Sólo por su respeto a la condición cardíaca de su padre, mantuvo el montón de réplicas que estaban posadas en su lengua de dejar sus labios. Todo crispaba sus nervios, su cuerpo más en el borde con cada paso que daba. El olor estéril. Las paredes blancas cerrándose sobre él. Los constantes sonidos de las maquinas aumentaban el golpeteo en su cráneo. El despotricar de su padre no se había detenido desde el inicio. Había intentado conjurar imágenes de Cat, para recuperar el alivio que sentía en sus brazos, pero el viejo continuó hablando en un tono de regaño que lo hizo sentir como el adolescente que alguna vez había sido. Igual que entonces, ninguna cantidad de distracción funcionó. Ninguna cantidad de explicación calmó la diatriba de su padre. ―Tal vez si te hubieras casado con esa chica como debías… Michael puso los ojos en blanco. El mismo argumento. Comenzó exactamente como Gabe le dijo que lo haría, con su padre insistiendo que diera un paso adelante y tomara su lugar en el negocio familiar, y descarrilara cuesta abajo desde allí. Esperaba que lo hubiera superado para ese momento. Que tal vez, de alguna


manera, el tiempo hubiera aliviado la herida. ―No vayas ahí otra vez, papá. ―Michael lentamente enfrentó a su padre―. Ya hemos hablado de esto un millón de veces. No quería casarme con ella. ―Ella llevaba a tu hijo. ―Golpeó su puño temblando en la cama, el suave colchón absorbió el sonido. Ira irradiaba de sus ojos negros―. Era tu responsabilidad hacer lo correcto por ella. Diez años atrás, la voz de su padre habría tronado por la habitación, pero ahora salió débil y sin aliento. A pesar de la desgracia de ver su estado de debilidad, Michael no podía impedir que la vieja y familiar ira aumentara en su estómago. Y pensar que había renunciado a una mañana de ocio que podría haber pasado en los brazos de Cat para poder escuchar a su padre decirle repetidamente que fracasó y la decepción que era. ¿Qué demonios lo hizo pensar alguna vez que podía salvar la distancia entre ellos? El hombre escuchaba y creía sólo lo que él quería. ―Maldita sea, papá. ―Frunció su ceño y se encontró con la caliente mirada del viejo hombre con una de las suyas―. ¿Alguna vez se te ocurrió preguntar si el bebé era mío? Cuando su padre se quedó en silencio, Michael tomó su chaqueta del sillón gris en la esquina al lado de él y salió de la habitación. Si no salía de allí, su cabeza explotaría. También terminaría diciendo algo de lo que probablemente se arrepentiría más tarde. Como dónde podía meterse su actitud condescendiente o sugerirle al viejo ir a darse una larga mirada en el espejo antes de señalar con cualquier maldito dedo hacia él. Su madre esperaba en el pasillo. Sus ojos normalmente brillantes se llenaron de tristeza. Lo tomó de la mano y en silencio lo llevó a la sala de espera al final del pasillo. Una vez allí, lo jaló hacia un asiento junto a ella y se volvió hacia él, con las cejas fruncidas con preocupación.


―Tienes que decirle la verdad, Michael. Su expresión triste hizo que la culpa en la boca de su estómago aumentara. La súplica en los ojos de ella lo penetró y lo hizo sentir como si tuviera quince años de nuevo, atrapado saliendo a escondidas de la casa. ―Lo sé. ―Agachó su cabeza y se pasó las manos por el cabello, liberando su ira en una respiración contenida―. Lo siento. Él simplemente... llega a mí. Ni siquiera escucha. Sólo dice lo que quiere, y esa se supone que sea la verdad. ―Tu padre es un hombre duro, cariño. Es así porque te ama demasiado. ―Hizo una pausa, mirándolo fija e intensamente―. Todo lo que quiere es verte feliz. Se preocupa por ti. ―Sí que tiene una manera extraña de demostrarlo. ―Sé que la tiene. ―Suspiró―. Sé que quieres que te dé el beneficio de la duda, pero hay demasiada agua bajo el puente. Ha habido errores cometidos por ambas partes y lo sabes. Sólo pudo asentir. Ella tenía razón. Él había sido un adolescente odioso lleno de demasiada rabia contenida. ―Tiene que empezar por ti, cariño. Le das y él te dará. ―Le tocó el brazo―. Ve a hacer las paces con él, Michael. Haz esto bien. Puede que no tengas otra oportunidad. Con los hombros caídos en derrota, asintió con la cabeza y se puso de pie. Ésta era la única razón por la que regresó hace dos años, pero el día había pasado ocho años en preparación, y no había estado listo para la pelea que había conseguido. Demasiados años de silencio y dolor habían pasado entre ellos, demasiadas cosas dichas con ira que sabía muy bien que ninguno de ellos realmente quería decir, y había dejado la ciudad de la misma manera que lo había hecho la primera vez, enojado y herido. Su madre tenía razón. El ciclo sin fin tenía que parar con él. Ya no era ese chico de veinte años de edad. Era un adulto, y era el momento de poner esto a descansar.


Volviendo a la habitación de su padre, Michael se sentó en la silla junto a la cama. El rostro de su padre era sombrío, con un borde duro en sus ojos. El anciano se estaba muriendo, pero todavía estaba preparado para una pelea. Michael respiró hondo y le tocó la mano. ―Tenemos que hablar, papá.


Capitulo 5 Traducido por Akanet. Corregido por Brenda Carpio

Con un profundo suspiro, Cat apoyó su cabeza contra el hombro de su padre, una combinación de nervios y preocupación pura, dejando a su estómago en un caos turbulento. Ambos se quedaron de pie lado a lado en el mostrador de la parte delantera de su pequeña librería, mirando el periódico expuesto sobre el mostrador. La mayoría de los días le encantaba estar aquí. Ella siempre se sentía muy a gusto entre los libros. Le encantaba la investigación y había trabajado en la biblioteca de la ciudad hasta que cerró hace dos años. Ahora que había renunciado a su trabajo con Nick, trabajar para su padre se sentía como volver a casa de nuevo. Hoy,

sin

embargo,

Cat

deseaba

poder

estar

en

cualquier

otro

lugar.

Desafortunadamente, su padre ya tenía el periódico fuera cuando entró en la tienda hace cinco minutos y había visto la foto en la portada. Su silencio continúo probaba el infierno en su cordura. Su padre mirando esas fotos le daba ganas de arrastrarse dentro de un agujero. Disfrutó su noche con Michael. Disfrutó de lo femenina y deseada que la hacía sentir. Esto había sido suyo y sólo suyo. Ahora estaba por toda la portada del periódico de la ciudad. ¿La gente recordaría a su madre? ¿Se preguntaría si esto significaba que se había vuelto justo como ella? ¿O le darían el beneficio de la duda esta vez? No estaba segura de que quisiera saberlo. ―¿Él fue bueno contigo? Giró hacia su padre. Sus ojos no contenían nada más que gentileza y comprensión, pero la mirada no hizo nada para aliviar sus nervios. ―Él fue un caballero, sí.


Su padre asintió con la cabeza antes de girar de nuevo hacia el periódico. ―Eso es todo lo que importa. Se dio la vuelta hacia una caja de libros en el mostrador y abrió las solapas de un tirón. ¿Era en verdad así de simple? ¿Podría serlo? ―¿Crees que esto afectará las ventas? ―preguntó más por una necesidad de llenar el silencio incómodo que por una necesidad real de saber. Él dejó escapar una risa silenciosa, con los hombros temblando. ―Cuando te mudaste a la ciudad hace nueve años, eso en realidad aumentó las ventas. Todos ellos vinieron aquí para mirar boquiabiertos. ―Su padre bromeó al respecto en aquel entonces, también. Siempre parecía tomar las cosas con calma. No todo lo molestaba alguna vez. Era un rasgo de personalidad que deseaba compartir, pero por desgracia, no había sido capaz de reír al respecto hace nueve años y no podía reír ahora, tampoco. Ella dejó escapar un profundo suspiro. ―Ellos realmente no tienen vergüenza en ello, ¿no? ―Su padre tiró su brazo alrededor de los hombros de ella, atrayéndola suavemente contra su lado―. Te preocupas demasiado, cariño. Es sólo un beso. ―Papá, todo el pueblo ahora piensa que yo... ―Sus mejillas se calentaron, las palabras rehusándose a salir de su boca. Tragó saliva y lo intentó de nuevo―. Saben quién era mamá, y esto es sólo otro feo recordatorio. ―Nunca debí haber dejado que tu madre se fuera contigo. ―El arrepentimiento se grabó en la voz de su padre. Sus manos agarraron los hombros de ella. La giró hacia él y acunó su cara en sus las manos―. No eres tu madre, Catherine. Nunca olvides eso. En algún lugar muy dentro, sabía que él tenía razón, pero todavía se sentía bien oírlo decir las palabras. Estaría eternamente agradecida con su padre. Él siempre había sido su mayor apoyo. Sin él, la vergüenza sobrante se la habría tragado completa hace mucho tiempo.


―Gracias, papá. Él dejó caer las manos a los costados y se volvió hacia el periódico. ―La ciudad lo superará por sí misma y pasará a las noticias más grandes y mejores. Siempre lo hace. Ella esperaba que él tuviera razón. A pesar del horrible chisme, Crest Point era su casa. Judy había sido más una madre que la suya, y cuando murió hace dos años, Cat sintió la pérdida casi tan intensamente como su padre. Había permitido que la presión la hiciera irse una vez. Ella y su madre habían vivido en Crest Point hasta que Cat tenía doce años. Después de que el senador Brant le pagó a su madre para irse en silencio, habían pasado unos cuantos años yendo de ciudad en ciudad, por todas partes, desde Seattle a Las Vegas. Cuando su madre la dejó aquí a los dieciséis años, los rumores llegaron a ser más de lo que podía manejar. Los chicos, por desgracia, podrían ser muy crueles los unos con los otros. Así que se había ido, terminando en San Diego. Después de haber crecido con su madre, tratando con el estigma que ella dejaba en cada ciudad, todo lo que Cat quería era paz. Ser finalmente capaz de ubicarse por su cuenta y ser juzgada por sus propios méritos. Si las personas de Crest Point iban a juzgarla, entonces, al diablo con ellos. Pero Judy se había enfermado, y Cat se dio cuenta de que había permitido a la ciudad alejarla del único hogar que alguna vez había conocido. Volvió decidida a demostrar que era todo lo contrario a su madre. Determinada a que no la empujarían lejos de su casa de nuevo. Y ahora esto. Las viejas heridas eran duras de eliminar. A pesar de saber que no tenía nada de que avergonzarse, su estómago todavía se anudaba preguntándose qué diría la gente. Todavía quería esconderse en un agujero. La campana sobre la puerta sonó, señalando la entrada de un cliente. Ella y su padre giraron. La visión que recibió detuvo su corazón.


Michael. Él se quedó congelado dos pasos dentro de la entrada, con una mano sosteniendo la puerta abierta. Sus ojos muy abiertos. El corazón de ella martilleaba como pistones mientras lo miraba fijamente. Había sabido que tendría que encontrarse con él tarde que temprano, la ciudad simplemente no era tan grande, pero no estaba preparada para la realidad de la misma. Mirándolo, oyó de nuevo cada exquisitez pecadora que él murmuró en su oído, volvió a sentir sus manos suaves y cálidas deslizándose sobre su piel... Calor brilló en los ojos de él, diciéndole que también recordaba. Electricidad pasaba entre ellos, caliente y tangible, engrosando el aire. No se había dado cuenta de lo mucho que deseaba volver a verlo hasta este mismo momento. Todo dentro de ella dolía con la necesidad de ir hacia él, para presionarse contra él. Anhelaba estar de vuelta en su abrazo, perdida en el urgente calor de su beso. Él estaba completamente fuera de su alcance. Sin embargo, allí estaba, y su corazón se agitó con esperanzas, incluso mientras el miedo se estiraba para agarrarla por la garganta. Se suponía que fuera una noche de pasión. Ella no suponía que lo viera de nuevo... Juntando sus cejas, sacudió la cabeza con miserable confusión. ―¿Qué estás haciendo aquí? *** La mente de Michael se quedó en blanco. Las palabras que había estado a punto de decir se evaporaron en el aire mientras se sumergía en la visión de Cat. Había estado en su mente toda la mañana y de repente aquí estaba. Se veía aún mejor que cuando se separó de ella, vestida simplemente con una camiseta y pantalones cortos de color caqui. La forma en que la camiseta abrazaba las curvas de su cuerpo, delineando la forma de sus pechos, hizo que las palmas de sus manos sudaran. Lo hizo recordarse ahuecando los pesados montículos en sus manos...


Miró al hombre mayor junto a ella, un hombre en los mediados o a finales de los cincuenta, con la cabeza llena de cabello negro con canas, y se dio cuenta del periódico abierto en el mostrador frente a él. Fácilmente reconoció la foto en la portada. Cuando Gabe se lo mostró hace una hora, esperaba de alguna manera que Cat no lo hubiera visto. A juzgar por la expresión en su rostro, era evidente que lo había hecho. Su corazón dio un vuelco. No sólo significaba que ella sabía quién era, sino que la fea historia entera había sido readaptada en el periódico. Ahora sabía por qué se fue hace diez años. Cat se retorció las manos juntas, confusión bailando en sus ojos. Él no podía dejar de preguntarse, ¿conocer la verdad cambiaba su opinión de él? Su vida entera la gente lo trató de manera diferente, sus padres sosteniéndolo hacia normas casi imposibles, todo porque su familia era muy conocida. El romance de su abuelo había arrastrado su nombre hacia abajo junto con él, y la vida siempre había sido acerca de reparar el daño y ponerlo en la imagen correcta. Una imagen en la que prosperó para ir en contra del erase una vez, porque se sentía comprimido y acorralado por la presión. Su rebelión había conseguido no a una, sino a tres personas muertas, todo eso indicado en el maldito artículo. Todo eso lo hizo preguntarse: ¿Podría importarle a Cat? ¿Cambiaría la forma en que lo veía? Tomando una respiración profunda, giró hacia el señor mayor al lado de ella, obligando a su mente a volver a la razón por la que vino aquí en primer lugar. Una alternativa más segura por el momento. ―En realidad… ―Él dio un paso más, entrando en la tienda, la puerta crujiendo al cerrarse detrás de él, haciendo que la campana repicara otra vez―. Vine en busca de Jonathan Edwards. Me dijeron que podía encontrarlo aquí. La decepción se dibujó en los rasgos de Cat mientras se volvía hacia la caja en el mostrador y empezaba a sacar libros. La mirada retorció algo en su estómago, haciéndole desear que estuvieran solos.


Ya sea ajeno a la tensión entre él y Cat o demasiado educado para decir algo, el hombre mayor le dedicó una agradable sonrisa y le tendió la mano a modo de saludo. ―Lo encontró. Deteniéndose ante el mostrador, aceptó el apretón de manos del hombre e hizo todo lo posible por no mirar fijamente a Cat. O inclinarse sobre el mostrador e inhalar el ahora familiar aroma de su piel. ―Michael Brant. Vengo en nombre de mi padre. ¿Me dijeron que fue usted quien lo encontró? Jonathan asintió. ―En un lado de la carretera, justo fuera de la autopista. Parecía como si estuviera teniendo un ataque al corazón. ¿Cómo le está yendo? ―Bien, gracias a usted. Mi madre me dijo que lo siguió todo el camino hasta el hospital y se quedó con él hasta que ella llegó. Una sonrisa tocó la boca de Jonathan. ―Nunca me hubiera perdonado si algo le hubiera pasado. Mi difunta esposa solía decir que nadie debería morir solo. Michael le ofreció una sonrisa cortés. ―Mi familia está muy agradecida con usted. Mi padre dijo que cuatro autos lo pasaron, pero el suyo fue el único que se detuvo. A él le gustaría agradecerle en persona. De hecho, he venido a extender una invitación. Mis padres realizan una barbacoa todos los años para el cuatro de Julio, sólo familiares y amigos, nada enorme, y les gustaría que usted viniera. Halado por el poder de su presencia, miró a Cat. Ella le dio un vistazo desde debajo de sus pestañas mientras apilaba los libros sobre el mostrador. Algo brilló en sus ojos de jade, pero rápidamente desvió su mirada antes de que él pudiera darse cuenta de lo que había sido. Eso lo carcomió. No parecía complacida de verlo. Parecía... rota, atormentada. ¿La maldita foto en el periódico tenía algo que ver con eso?


Esperanza se agitó en su estómago mientras una idea revoloteó por su mente. Mantuvo una estrecha vigilancia sobre la expresión de ella. ―Mi madre dijo que me asegurara de decirle que lleve a su familia. Como lo esperaba, Cat levantó la vista. ―Desde que murió mi esposa, somos sólo nosotros dos. ―Jonathan envolvió un brazo alrededor de Cat, algo parecido a la diversión y el desafío parpadeando en los ojos del anciano―. Esta es mi hija, Catherine, pero sospecho que eso ya lo sabes. Con su rostro calentándose, Michael se frotó la parte posterior de su cuello. Bueno, eso confirmaba su sospecha de que Jonathan era su padre. Regresando a la ciudad, esperaba evitar este problema exactamente. Con un suspiro, él negó con la cabeza. ―Sí, lo siento por eso. Regresé una vez antes y logré no terminar en el periódico. Claramente no tuve tanta suerte esta vez. Michael se detuvo, giró la cabeza y miró fijamente a Cat. Estaba jugando con fuego y debería dejar las cosas tranquilas. Implicarse mientras estaba aquí no era una buena idea. Sin importar que tuviera que irse cuando dijo que tenía que hacerlo. Tenía una entrevista con una gran revista de motos el primer día del mes siguiente. Recientemente había construido unas pocas motos personalizadas de un par de celebridades bastante conocidas, y la publicación quería hacer un artículo sobre él. Eso significaba más promoción para la tienda. Por primera vez en su vida, se había hecho un nombre por sí mismo separado de su familia. Involucrarse con ella más allá de la noche anterior no era una buena idea, sin embargo las palabras salieron de su boca de todos modos. ―Ambos son más que bienvenidos. Él oró porque ella entendiera su invitación silenciosa, que ella estaría en la barbacoa, porque él tenía que saberlo. Quería averiguar si saber lo que él había hecho cambiaba su visión de él. En un esfuerzo por simpatizar y ser de apoyo, el


artículo tranquilamente dijo un secreto que él preferiría olvidar. Era importante que Cat supiera que era el mismo hombre de anoche. Por primera vez en un largo tiempo, la opinión de alguien más acerca de él le importaba. *** De pie en la sombra de la glorieta, Cat se agarró de la barandilla de madera mientras escudriñaba el mar de gente recubriendo el parque al otro lado de la calle. Las celebraciones siempre eran un gran asunto en Crest Point, y el cuatro de Julio no era la excepción. Payasos vagaban por ahí con globos para los niños. Vendedores de todo tipo se alineaban en la acera. El olor del carbón encendido, carne a la parrilla, palomitas de maíz y algodón dulce flotaban en la brisa ligera y cálida. Había un murmullo general de charla tranquila, de vez en cuando interrumpida por las risas de los niños y chillidos, prestándole a la noche un aire de energía y emoción. Ella no podía compartir ese sentimiento. Una vez más, su vida se había convertido en un circo de tres anillos. Había pasado una semana desde que Michael se presentó en la librería. Desde la foto del periódico. Cada día había recibido más llamadas. Su teléfono sonaba a todas horas del día y la noche, a veces tan tarde como las dos de la mañana. Siempre eran lo mismo, espeluznantes y pesadas respiraciones. Al principio, ella y Lisa las tomaron como travesuras, asumiendo que algún chico estaba recibiendo alegría. Ahora estaba empezando a preguntarse. Habían comenzado a llamarla también a su celular, y habían aumentado en gran número hasta que estaba respondiendo dos o tres por hora. Tal vez estaba paranoica, pero seguro que parecía como si alguien la estuviera acosando. ―¿Alguien alguna vez te llamo Kitty? La rica voz de barítono de Michael la estremeció haciendo su camino por su espalda, debilitando sus rodillas, y el agarre de Cat se apretó en la barandilla de madera. No había podido dejar de pensar en él desde que fue a la librería de su


padre la semana pasada. Desde que la había invitado a la barbacoa de sus padres. Lanzó una mirada hacia atrás. Su forma oscura llenaba la entrada al mirador. Cada centímetro de su cuerpo hormigueaba con conciencia. No había podido dejar de desear estar cerca de él, ansiaba estar de regreso en el lugar feliz donde sólo eran él y ella. Antes de que el mundo real hubiera entrado en su fantasía, rompiendo lo que había sido la noche. De repente ahí estaba él, lo suficientemente cerca para tocarlo. ―No estabas en la barbacoa. Esperaba que estuviera allí. ―Lo sé. Lo siento ―Había visto el anhelo inconfundible en sus ojos, la pregunta silenciosa cuando invitó a su padre. Casi había ido. Sufría por el conocimiento, por ver su vida, dónde y cómo vivía. Por aprender acerca de su carácter, de cómo interactuaba con su familia. Por ver el hombre detrás de la fachada. Todo lo que las palabras nunca podrían describir―. Si voy a ser honesta, tenía miedo de ir. El deseo de verlo había sido abrumador. Eso significaba que se había convertido en alguien más importante de lo que debería, que estaba empezando a permitirse pensar en él más allá de una noche, y no podía permitirse hacer eso. Una tabla suelta crujió bajo su peso, y Cat agarró la baranda con más fuerza, sus oídos centrándose en el sonido de sus pasos cada vez más cerca. Cada arrastré de sus botas a través de los tablones hizo que su corazón latiera como las alas de un colibrí en su pecho. Cuando el crujido se detuvo, su calor radiaba en su espalda, haciendo que la piel de gallina se esparciera a lo largo de su piel. No la tocó, pero no tenía que hacerlo. Su cercanía, su presencia, electrificaba sus terminaciones nerviosas y su cuerpo zumbaba con la necesidad de sentir las duras líneas de su cuerpo moldeándose a su espalda, sus fuertes brazos envolviéndola. Trayéndola de vuelta a un lugar seguro y cómodo, donde podría ser quien quisiera sin preocuparse de qué parte del pasado de su madre colgaba sobre su cabeza.


―¿Miedo de qué? ―su voz sonó tan tranquila como la noche, pero era extrañamente tranquila y calmante, devolviéndola a la facilidad y consuelo que sentía yaciendo en sus brazos. ―De enfrentarte. ―La facilidad con la que las palabras salieron de sus labios la sorprendió. Cuánto quería, necesitaba, finalmente responder la pregunta que ardía en su interior―. Tampoco fui totalmente honesta contigo esa mañana. Escondiste tu identidad de mí esa noche por el anonimato. La oportunidad de ser tú mismo. ―Sí. ―Yo también Toda mi vida he estado manchado por la vida que mi madre eligió.Cuándo me mudé a la ciudad hace nueve años, me fue mal. Los niños son niños, ¿sabes? Pero estaba cansada de ello, así que me fui. Cuando regresé hace tres años, la gente finalmente había olvidado y seguido adelante. Ahora hay una foto de nosotros en el periódico y la gente va a empezar a poner dos y dos juntos. ―¿Y? Ella dejó escapar un suspiro tembloroso. Le debía la verdad. ―Mi madre... es la mujer que tuvo un romance con tu abuelo. Cuando su relación salió a la luz, estaba por todo el país. Me imagino que eso creó un gran escándalo para tu familia. Dudo que tus padres quieran ser vistos conmigo. Sólo puedo imaginar lo que la gente dirá, lo que ya están diciendo. Las manos de Michael se deslizaron por las de ella, ambos brazos envolviéndose firmemente alrededor, abarcándola en su poderoso abrazo. Él giró su cabeza, su voz baja en su oído. ―Pregúntame si me importa un bledo lo que todo el mundo piensa. Un escalofrío pasó por la longitud de su columna vertebral, una sensación de alivio inundando su sistema. Allí estaba el chico malo por el que había estado tan atraída. Dio la vuelta en sus brazos. Otro cohete explotó en el aire de la noche, enviando múltiples colores en oleadas a través de sus rasgos.


Otro destello iluminó su rostro en azul, blanco y rojo, iluminando sus ojos. La intensidad allí la hizo temblar. ―Tienes razón. Fue un escándalo en el que mis padres gastaron mucho dinero tratando de suavizarlo. La vida se hizo todo acerca de exhibir la imagen correcta. Yo no ayudé a mejorar las cosas. También he hecho cosas de las que no estoy orgulloso, Cat. Los demonios que me atormentan. Ese maldito artículo lo resume todo. Es por eso que no vuelvo mucho a esta ciudad. ―Bajó la voz, suavizada a un susurro―. He pasado años tratando de olvidar, pero aquí, en Crest Point, los recuerdos son más fuertes. No puedo huir de ellos aquí. Estaba ese lado suave y vulnerable de él. Una vez más, se abrió a ella, y que Dios la ayudara, no podía resistirse. Sin importa lo mucho que sabía que debía hacerlo. ―¿Qué pasó? Bajó la mirada hacia ella. ―No leíste el artículo. Ella negó con la cabeza. ―No. No quería saber lo que decía. No me importaba. ―Sabía de primera mano lo que era saber que la gente hablara de ti a tu espalda, acusándote de cosas que simplemente no eran ciertas. Envolvió sus brazos alrededor de ella más apretados. Incapaz de resistirse, ella presionó su mejilla contra su pecho. Durante un largo momento, se quedaron de esa manera, la misma necesidad que ella recordaba de su noche juntos, flotando entre ellos tan fuertemente como lo había hecho entonces. Cerró los ojos y aspiró, llenó sus pulmones con el aroma de jabón y cuero, una fragancia que había llegado a considerar como de él, y se permitió deleitarse en el momento. ―Tenía veinte años. ―Su voz tranquila retumbó a través de su pecho―. Había estado saliendo con esta chica, Trish Hartman. Habíamos estado saliendo por más o menos un año cuando me enteré de que estaba viendo a mi mejor amigo a mis espaldas. En


realidad, los atrapé en el acto. Así que lo terminé. Un mes más tarde, me dijo que estaba embarazada, y el bebé era mío. Estaba herido, enojado. Sabía muy bien que no era el único padre posible, por lo que exigí una prueba de paternidad. Le dije que si el bebé era mío, la apoyaría completamente, pero hasta que pudiera demostrarlo, no conseguir un maldito centavo de mí. Nunca oí de ella otra vez. Hizo una pausa e inhaló un cansado aliento, su cuerpo tensándose. El tono de su voz, tranquilo y grabado con dolor y lamento, le tocó el corazón. Era una herida para él, una profunda cicatriz que dejaba al descubierto ante ella. ―Un par de meses pasaron y una nueva chica se mudó a la ciudad, Kaylee Johnson. Tenía el cabello negro como el carbón y la piel pálida, vestía ropa oscura, ahumada, y llevaba anillos en todos los dedos. No puedo recordar cuántos tatuajes tenía. Señor, esa chica se destacaba como un letrero de neón parpadeante. Otro cohete explotó sobre sus cabezas, iluminando la noche. La memoria obviamente se reproducía a través de su mente, y estaba reacia a inmiscuirse, a romper el hechizo que lo mantenía atado. Así que sostuvo su aliento y simplemente esperó a que continuara. ―Caminaba por la calle y la gente se volvía, la señalaba, y susurraba. Ya sabes cómo va, pero mantuvo su cabeza en alto y orgullosa, retando a las personas a juzgarla. Cat no pudo evitar sonreír ante eso. Sonaba como alguien más que ella conocía. ―La primera vez que la vi caminar por el pueblo de esa manera, me dije a mí mismo, tengo que conocer a esa chica. Terminó convirtiéndose en una buena amiga. Pasamos un montón de tiempo juntos. No éramos novios, pero todos supusieron que lo éramos. Ella dijo que no le importaba lo que pensaran. El cuatro de Julio de ese año estábamos en el centro de la ciudad, viendo los fuegos artificiales desplegándose desde por allá. ¿Ves esas rocas, en el borde del parque? ―Levantó una mano y señaló delante de él luego la miró. Siguió donde él señalaba y asintió con la cabeza. Le frustraba que no podía ver su cara, sus ojos, sólo podía esperar que le dijera lo que pasaba en su mente.


―¿Estás segura de que quieres oír esto? ―Levantó una mano y le apartó el cabello de la cara, el toque tan tierno que su corazón se derritió. ―Sólo si me quieres decir. ―Ella presionó su oreja en su pecho y envolvió sus brazos con fuerza alrededor de él―. Estoy escuchando si necesitas compartirlo. Su corazón latía con un ritmo rápido, feroz, debajo de su oreja, un sonido que le decía, más de lo que las palabras podrían, lo difícil que era para él. Largos momentos pasaron en silencio, y no estaba segura de que continuaría. Finalmente respiró profundo, apretando sus brazos alrededor en respuesta. ―Nos sentamos allí, observando el despliegue, hablando, cuando Trish apareció de la nada. Estaba enojada, y llevaba una pistola. Me acusó de abandonarla, me acusó de engañarla. Discutimos. Se volvió ruidoso y feo. Dije cosas que no debería haber dicho. Estaba enojado como el infierno. Trish siempre había sido propensa a la teatralidad, así que no pensé ni por un segundo que alguna vez en realidad usara el arma. Hasta que apuntó el cañón hacia Kaylee y apretó el gatillo. Cuándo Kaylee cayó, Trish usó el arma en sí misma. Cat no pudo detener el escalofrío que corrió a través de ella y apretó su agarre en él. Había visto a dos personas que le importaban morir justo frente a él. Levantó la cabeza. No podía imaginar el tipo de cicatriz que eso dejaba en el alma de una persona. ―Lo siento muchísimo. Qué horrible. Otro cohete explotó, otro rocío de colores iluminando su rostro. Él miraba fijamente hacia la noche por delante de él, la mandíbula tensa. Como si la sintiera mirándolo, miró hacia abajo, el pesar y la tristeza palpable en sus ojos oscuros. ―La madre de Trish me culpó. Dijo que si no la hubiera puesto tan molesta, ambas todavía podrían estar vivas. Cat pasó una mano sobre los duros músculos de su espalda. ―No fue tu culpa.


―No. Hay muchas cosas que debería haber hecho de otra manera, sin embargo. ―Él dio una sacudida lenta y triste con la cabeza y luego presionó su frente contra la de ella―. El punto es, me importa un bledo quién fue tu madre, lo que hizo, o lo que la gente piensa de algo de eso. También tengo esqueletos en mi armario. Lo que me importa es lo que tú piensas. ―¿Sonríen para la cámara? Ella y Michael volvieron sus cabezas hacia la voz en el mismo momento, pero antes de que tuvieran tiempo de reconocer a la mujer de pie en la entrada del mirador, un destello brilló. ―Para la difusión del cuatro de Julio. ―Ella sonrió y se marchó antes de que tuvieran la oportunidad de decir algo en respuesta. Michael vio a la mujer alejarse por un momento antes de girarse hacia Cat. ―Salgamos de aquí. ―Antes de que ella tuviera la oportunidad de objetar, la liberó y la tomó de la mano, tirando de ella a sus espaldas fuera del mirador y calle abajo―. Conozco un lugar donde podemos obtener una mejor vista de los fuegos artificiales.


Capitulo 6 Traducido por Mona y Shadowy Corregido por Nanis

Sentado encima de su moto, Michael deslizó una mano a lo largo del suave brazo que se envolvía fuertemente alrededor de su cintura. Cat sentada detrás de él, su mejilla apoyada contra la parte posterior de su hombro. La sensación de su cuerpo contra el suyo le devolvió a la dichosa libertad de yacer en su abrazo, excepto que no podía conseguir que su mente dejara de revolverse. Estaban estacionados en lo alto de los acantilados, un pequeño lugar en el borde de la carretera de montaña que pasaba por lo alto de la ciudad. Llegaron hace varios minutos, pero hasta ahora, ninguno había dicho nada. La ladera de las montañas a sus espaldas, las luces de la ciudad brillaban más abajo. El cielo encendido con el coro de fuegos artificiales siendo lanzados, en la más grande demostración anual que viene del centro de la ciudad, con otras, más pequeñas demostraciones personales dispersas en todas partes. No debería estar aquí con ella, debería haber dejado las cosas como estaban. El pensamiento de lastimarla cuando se marchara, dejó su estómago atado en nudos, pero ella era la llama y él era la polilla, atraído por su resplandor. Simplemente estar en su presencia lo llenaba de una serenidad que no había sentido en una década. Una sensación a la que no podía resistirse, sin importar cuánto debería. Contarle esa historia había sido la cosa más difícil que alguna vez había hecho. Seguro, la gente en Crest Point sabía lo que pasó porque estaban allí cuando todo se vino abajó, pero personalmente, no había compartido la historia con nadie. La herida siempre había sido demasiado grande, la culpa demasiado que soportar. No sabía que esperar de Cat. Sólo que, una vez más, algo en sus ojos sacó las palabras de su boca.


Había llevado el peso de la culpa por lo que sucedió esa horrible noche de Julio en su juventud. Si le preguntaras, la reacción de todos los demás habría sido solo lo que se merecía. Cat lo sorprendió. En vez del juicio que esperaba encontrar, el eco de dolor y tristeza en sus ojos era exactamente lo que su corazón necesitaba. Siempre estaría agradecido con ella. Ahora si sólo pudiera conseguir lo mismo de Kaylee, podría perdonarse a sí mismo. ―Tienes razón. ―Cat apoyó su cabeza contra la parte posterior de su hombro―. La vista es fantástica. ―¿Verdad? Solía pasar mucho por aquí. ―Otra serie de explosiones iluminó el cielo de la noche, como para demostrar la belleza del cielo, y de algún modo, se alegró, de no estar solo. ―¿Traes a chicas aquí todo el tiempo, verdad? La traviesa burla de su voz arrastró una risa tranquila de él. Él deslizó su mano a lo largo de su brazo, disfrutando de la suavidad de su piel. ―No. Vengo porque es tranquilo y pacífico. A mí me gusta la vista. Su risa entrecortada, tranquila desapareció tan rápido como vino. A medida que el sonido se apagó en sus labios, ella se tensó contra su espalda, estaba tan tranquilo que él simplemente esperó para que su voz expresara lo que estaba en su mente. ―Esa foto va a estar en el periódico de mañana. ―¿Eso te molesta mucho, verdad? El miedo en su voz y la rigidez de su cuerpo contra su espalda decía mucho. ―Es verdad lo que ellos dicen sobre mi madre. No todo es mentira. En sus suaves palabras, él escuchó otra vez lo que le dijo su primera noche: “He pasado mi vida jugando la parte de tímida, tratando de no dar a nadie ninguna razón para mirar demasiado cerca”. Ahora sabía lo que quiso decir. Esto lo hizo compadecer a la niña que debía haber sido. Le hizo desear que de alguna manera pudiera mitigar la herida dentro de ella. Sabía exactamente cómo se sentía.


―Olvida la ciudad. No deberías dejar que te afecten. No todos piensan de esa manera. La necesidad de tocarla era demasiado grande para ignorarla, se apartó de ella lo suficiente para bajarse de la moto. Se sentó a horcajadas sobre el asiento otra vez, esta vez frente a ella, agarró sus muslos detrás de las rodillas, y tiró de ella más cerca, colocando sus piernas sobre la parte superior de las de él. El calor de ella colocado íntimamente contra él puso su libido a zumbar. No había esperado encontrar aceptación en sus ojos cuando ella supo sus verdades. De algún modo, esto sólo la había hecho más hermosa. Ahora estaba sentada mirándolo, su rostro bañado con la luz de la luna, iluminada ocasionalmente por las luces coloreadas en el cielo de la noche. Parecía igualmente estable por lo que pasaba entre ellos como él se sentía. Él levantó una mano, acariciando con su pulgar a lo largo de su labio inferior. El impulso repentino de tomar su boca lo golpeó con fuerza. En cambio, la atrajo hacia él, y ella presionó su mejilla contra su pecho, envolviendo sus brazos fuertemente alrededor de él, un gesto de confianza, intimidad y el momento se convirtió en algo completamente distinto. Algo primordial fluyó entre ellos, la necesidad de sostener y ser sostenido, sentarse en el abrazo de alguien y sentirse seguro. Una sensación de paz se apoderó de él otra vez. Se sentaron juntos sobre el acantilado hasta mucho después de que la demostración anual en la ciudad terminara, luego se quedaron para mirar las más pequeñas demostraciones personales. Era pasada la medianoche cuando finalmente la llevó a su casa. Mirándola mientras permanecía fuera de su apartamento le recordó la mañana pasada. No había querido dejarla entonces, y no quería dejarla ahora. Quería volver a verla, quería verla tan a menudo como pudiera mientras estuviera aquí, para perderse en la felicidad que su presencia le daba. Ella era la primera mujer en recordarle todo el vacío que lo consumía en su pecho.


En recordarle cuán despojada había llegado a ser su vida, que algo faltaba, algo que su alma anhelaba. Algo que su hermano había encontrado. Las relaciones de Michael eran una serie de aventuras destinadas a mantener a las personas a distancia. Cat era la primera mujer en hacerlo querer más. Juntando sus cejas con miseria, negó con la cabeza. ―Dios sabe que quiero verte otra vez, pero no pienso quedarme en la ciudad mucho tiempo. Soy propietario de una tienda de motos en Los Ángeles, y realmente tengo que regresar a ella. ―Ahuecó su mejilla en su mano durante un momento, permitiéndose deleitarse con la cercanía, con la manera que ella apoyó su cabeza en su palma―. No quiero hacerte daño, Cat. El mismo pesar formando un nudo en su vientre brillaba hacia él desde la profundidad de sus ojos. ―Necesito esto para quedarme una noche. Él asintió. ―Es lo mejor, creo. Ella levantó una mano y tocó su mejilla, tierna, cariñosa. ―Cuídate, Michael. Él besó su mejilla, luego esperó hasta que ella estuviera en su apartamento antes de dar la vuelta y alejarse. Cuando montó en su moto, pesar y necesidad pelearon por la supremacía en su intestino. Había pasado diez años construyendo paredes, pero una noche, un pequeño resbalón de mujer se había metido bajo su piel. Puede que nunca la volviera a ver, pero era evidente que nunca la olvidaría. *** ―¿Entonces? ¿Qué tan malo es? Cat se sirvió una taza de café, más por la necesidad de mantener sus manos ocupadas que por una necesidad real de cafeína, mientras esperaba la respuesta de


Lisa. Sentada en la mesa del comedor, su compañera de habitación otra vez tenía el periódico delante de ella, buscando las fotografías de ella y Michael. ―Bueno, no es súper malo, considerando todas las cosas. ―La ligera vacilación en el tono de Lisa tenía una piedra de temor cayendo en el estómago de Cat―. Ustedes chicos acabaron en la sección de Sociales. Hay dos de ellas. ―¿Dos? ―Sólo había visto al fotógrafo tomar una anoche. Cat se movió para estar detrás de Lisa y miró por encima de su hombro. Las fotografías estaban una al lado de la otra, estilo splash. La primera era la que habían tomado de ella y Michael en el mirador del centro de la ciudad. Esperaba esa. La respiración de Cat quedó atrapada en su garganta, la náusea se arremolinaba en su estómago, cuando vio la segunda. Los dos estaban sentados encima de su moto, en los acantilados, mirando los fuegos artificiales. Michael la enfrentaba, y sus muslos reposando en la parte superior de los suyos. Un vez más, tenían sus brazos envueltos fuertemente alrededor el uno del otro, su cabeza descansando sobre su pecho. Al igual que la foto de la playa, alguien la había tomado desde la distancia, pero podías ver claramente los rostros, a pesar de la oscuridad. Una sensación extraña de invasión se arrastró hasta su columna, y las llamadas escalofriantes que continuaba recibiendo volvieron precipitadamente hacia ella. Cat sacudió su cabeza. ―No había nadie más con nosotros allí, Lisa. Ningún flash salió. La primera fotografía que terminó en el Tribune, supuse que había sido una casualidad. Esto se siente completamente como si alguien nos estuviera espiando. Lisa se dio vuelta en su asiento para mirar atrás hacia ella. Su frente fruncida, la misma sensación de preocupación arrastrándose en sus ojos. Cat echó un vistazo a la nota debajo de la foto. “Cierto par fue visto mirando los fuegos artificiales desde los acantilados”. Ella gimió.


―Tenían que mencionar los acantilados. Cualquier persona sabía que los acantilados eran muy conocidos para interludios románticos. “Punto del Besuqueo” lo llamaban. ―Déjalo pasar. Entonces estás saliendo con alguien. Gran acontecimiento. Cat negó con la cabeza. ―No llamaría exactamente al tiempo que Michael y yo pasamos juntos una cita. Fue un rollo de una sola noche. Y añade todas esas llamadas telefónicas. Ella se movió hacia la sala de estar, se hundió en el sofá, y se dio vuelta hacia la ventana. Tenues nubes blancas serpenteaban a través del cielo azul. Preocupación anudaba su estómago mientras su conversación de anoche con Michael volvía a ella. Le lanzó una mirada a Lisa. ―No crees que esto tenga algo que ver con nuestras familias, ¿verdad? técnicamente, la hija de Chloe Edwards está saliendo con el nieto del senador Brant. Su estómago se anudó. No debería haber salido con Michael anoche, no debería haber permitido la cercanía entre ellos, pero cuando la tocó, su cuerpo se derritió. Sentada con él arriba en esos acantilados fue lo más relajada que se había sentido desde que dejó su trabajo con Nick. No permitiría que esto lo arruinara. ―No veo por qué. Estás saliendo con Michael Brant. Él es noticia por acá. ―Lisa le dedicó una sonrisa tranquilizadora y un encogimiento de hombros despreocupado―. Quienquiera que sea, se aburrirán. Ya lo verás. Cat mordió su labio inferior. ―Eso espero. Cuando el teléfono timbró sobre la mesa de centro delante de ella, la inquietud se arremolinó en el estómago de Cat. Respiró profundamente y rezo porque esto no fuera otra broma, se estiró para alcanzar el receptor inalámbrico. El identificador de llamada mostraba “número no disponible” como siempre. La ira se elevó como una tempestuosa avalancha a través de su sistema. Cat


apretó el botón de “hablar”, su voz menos que amistosa. Estaba harta de todo lo que sea que fuera este juego. ―¿Qué quiere? ―Tu vida. ―La voz era computarizada. Alguien obviamente había realizado grandes esfuerzos para disfrazarse, y el conocimiento llevaba un peso enorme que se hundía en su estómago. La malicia envenenando el tono envolvía el miedo alrededor de su pecho como una serpiente enroscada. Sus manos temblaron. ―¿Perdón? ―Pagarás por tus indiscreciones, perra. Respirando hondo en un esfuerzo por controlar la náusea que se arremolinaba en su estómago, Cat se inclinó hacia adelante. ―¿Quién es? ―Eres una puta, igual que tu madre. Pagarás por tus indiscreciones. La línea se cortó. Su cuerpo entero comenzó a temblar. Cat arrojó el teléfono al otro lado del sofá como si fuera metal caliente quemándole la mano. Lisa levantó la vista del periódico. ―¿Qué te dijeron? Los ojos de Cat se ampliaron. Juntó sus manos en un vano intento de parar su temblor. ―Acabo de ser amenazada. Ya no podía considerar las llamadas telefónicas una broma. No podía ignorar la aparente sincronización, tampoco. La aparición de Michael en su vida. Las fotos constantes en el periódico, dos de las cuales ocurrieron en momentos en que estaba segura de que estaban solos. Alguien los siguió, pero quienquiera que fuera era evidente que no lo quería a él. Su objetivo parecía ser ella.


El mismo miedo que actualmente anudaba el estómago de Cat llenó los ojos de Lisa. ―Tienes que llamar a la policía, Cat. *** De pie al lado de su moto fuera del bar, con el estruendo de la música a todo volumen detrás de él, Michael echó un vistazo hacia la calle. La pequeña librería de propiedad del padre de Cat estaba situada en la esquina de Main y Elm, una manzana más abajo sobre el lado opuesto de la calle. Que Cat estaría allí en este momento de la noche era una ilusión de su parte. Eran pasadas las diez y, a excepción del bar, todo en Crest Point cerraba a las nueve y lo hacía desde que tenía uso de razón. Tres días habían pasado desde que la dejó en su apartamento, pero no había salido de su mente ni por un momento. Esta era la primera vez en diez años que no podía dejar de pensar en una mujer. O desearla. O ansiaba volver a verla otra vez, para inhalar el suave olor de su piel. Sobre todo para sentir sus brazos envueltos alrededor de él. El pensamiento lo dejó en conflicto. Cat era encantadora, de naturaleza confiada, y no se introduciría en su vida sólo para hacerle daño. No importa que convinieran que su "relación" tenía que quedarse donde comenzó. Sin embargo cada noche venía al bar por una cerveza, para relajarse y pasar el tiempo con su hermano. Viviendo en Los Ángeles, extrañaba las cosas simples, como el tiempo con su familia. Cada noche, cuando dejaba el bar para volver a casa, se paraba en este maldito lugar, esperando un vistazo de ella. El sentimiento lo aterrorizaba. Giró de nuevo hacia su moto, forzándose a irse a casa, cuando notó un movimiento por la esquina de su ojo. Giró a tiempo para ver una familiar forma femenina emerger a la luz suave que iluminaba la acera. Su corazón dio un vuelco.


Dios, era hermosa. Vestía una camiseta y una falda a la altura de los tobillos, los recuerdos de su noche juntos llenaron sus pensamientos. Todavía podía sentir la cremosidad de sus muslos bajo sus manos, la manera en que su cuerpo se estremeció en sus brazos. Estaba a mitad de camino hacia ella antes de que incluso se diera cuenta que se había movido, como si alguna extraña compulsión lo empujara hacia ella. Ella estaba cerrando la puerta cuando se acercó por detrás. En su brazo izquierdo, una bolsa de plástico, llena de libros supuso, colgaba de su muñeca, y su pequeño bolso negro estaba metido bajo su brazo. ―Hey. Ella se sorprendió y se giró para afrontarlo, enviando a su cabello azotando por todo su rostro. Cuando sus miradas chocaron, ella puso una mano en su pecho y respiró aliviada. ―Me asustaste. No te oí. Él se echó a reír. ―Trataré de hacer más ruido la próxima vez. Ella no se rió. Más bien negó con la cabeza, su rostro sombrío mientras se volvía hacia la puerta, tirando de la llave en la cerradura. ―He estado un poco nerviosa todo el fin de semana. Él levantó sus cejas en una pregunta silenciosa. Sus ojos buscaron su rostro, cambiante y ansioso. ―He estado recibiendo llamadas de broma desde el sábado. Desde que aquellas primeras imágenes aparecieron en el periódico. La inquietud se instaló en su estómago. Él cruzó sus brazos sobre el pecho. ―¿De qué tipo? Cat negó con la cabeza. ―Hasta esta mañana, sólo una respiración pesada, a todas horas del día y la noche. ―Sus manos se sacudían tanto que las llaves en su mano tintineaban.


Las alarmas se dispararon en su cabeza. Cat no estaba sólo nerviosa. Estaba asustada. Le tocó el brazo, esperando aliviar el miedo que hacía todo excepto gritarle desde sus ojos. ―¿Qué pasó esta mañana? La cabeza de Cat se volvió mientras lanzaba una mirada a su alrededor, antes de que su mirada se instalara finalmente en él otra vez. ―Fui amenazada. Una voz digitalizada muy enojada me insultó y me dijo que pagaría por mis indiscreciones. La ira surgió en su pecho, colocado sus entrañas como carbones calientes que prendieron fuego a su sangre. Ese maldito artículo. Alguien la arrastró a su desastre. ―¿Has llamado al alguacil? Ella asintió. ―Sí, pero no me hizo ningún bien. Dijo que registraría la denuncia y le avisara si conseguía algo más, pero a menos que esté siendo amenazada en persona, no hay mucho que pueda hacer. Las llamadas son procedentes de uno de esos celulares prepago, pero el teléfono estaba registrado a nombre de alguien que no existe. ―Un nombre falso. Ella asintió y se volvió para mirar al suelo, toda su actitud asumiendo una vulnerabilidad suave que retorcía su interior. Las llamadas claramente la asustaban, y una necesidad irresistible de protegerla surgió en sus entrañas. El rebelde en él se encendió a la vida como un viejo amigo familiar. Cada vez que alguien presionaba injustamente, algo dentro de él siempre devolvía la presión. La forma en que ella se veía ahora le recordaba demasiado el dolor que oyó en su voz mientras estaban en la glorieta durante los fuegos artificiales. Estaba siendo amenazada, y la intimidación funcionó. La ira surgió en su sangre. Maldita sea si se sentaba y permitía que alguien tomara ese fuego de ella.


Antes de que pudiera detenerse, tomó su rostro en sus manos y se apoderó de su boca. Se permitió un momento para deleitarse en la dulzura de sus labios, la forma en que se derretían bajo los suyos mientras el cuerpo de ella se inclinaba tan sutilmente en el suyo, y luego la soltó. ―Deja que se opongan a esa indiscreción. ―Él frunció el ceño, sin molestarse en ocultar el desprecio en su tono―. Quien sea que te tiene en su mira, ahora me tiene para enfrentarlo. Vamos, te llevaré a casa. Extendió su mano hacia ella. Después de un momento de vacilación, ella deslizó sus dedos en los suyos. Caminaron en silencio por la cuadra. A mitad de camino, la tensión abandonó su cuerpo. Cuando llegaron a su moto, Cat se volvió hacia él. Una esquina de su boca se curvó hacia arriba. Su linda media sonrisa aligeró su corazón. ―Realmente eres malo, Michael. ―Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. ―Le hizo un guiño, pero se puso serio una respiración más tarde, y extendió su mano para acariciar su mejilla―. Maldita sea si voy a sentarme y dejar que ellos te asusten. Dejó caer su mano y se ocupó de quitarse su chaqueta. La mantuvo abierta para ella, pero ella no dio un paso inmediatamente adentro. Más bien, se paró por un momento, mirando la moto debajo de él, con algo suave en su expresión. ―Igual que esa noche ―susurró las palabras, mirándolo mientras deslizaba sus brazos por las mangas―. Aquí es donde todo empezó. El asombro y la reminiscencia de su tono lo atraparon. Mientras deslizaba la chaqueta sobre sus hombros, no se atrevió a soltarla. La sostuvo allí, se permitió un momento para sumergirse en la conexión simple. Su espalda se presionaba ligeramente contra el frente, suave y seductora, e inclinó su cabeza al lado de su oreja, el suave aroma a especias cálidas girando a su alrededor. ―Sigues siendo difícil de resistir, también. Ella volvió la cabeza para mirar atrás hacia él, el calor y el deseo en sus ojos


llamándolo como un faro en la oscuridad. Besarla otra vez había sido la cosa incorrecta a hacer. Ahora recordaba lo dulce y embriagadora que sabía, la forma en que siempre respondía a él, como si no pudiera evitarlo, ponía su cuerpo en llamas. La mujer lo hacía anhelar cosas que no había tenido en un maldito largo tiempo. Por primera vez desde la muerte de Kaylee, lo quería. Los ojos de Cat derretían cada resolución que tenía. Una parte de él, en el fondo, preguntó: ¿Por qué no debería pasar tiempo con ella? ¿Disfrutar el tiempo que tengo? Las puertas del bar se abrieron. Un pequeño grupo de mujeres salió a la acera. Cat se sobresaltó y se alejó de él, el hechizo del momento roto. Ella asintió y tomó el casco, colocándolo en su cabeza. Él se ocupó de encender la moto y ponerla en marcha, pero cuando ella se subió al asiento detrás de él, todo en su interior gimió en dulce agonía. Sus muslos envueltos alrededor de sus caderas invadieron sus pensamientos. El viaje a su apartamento fue demasiado corto, con Cat simplemente aferrándose a su espalda. En su puerta, se volvió hacia él con ojos de ciervo, amplios y redondos, y tocó las solapas de su chaqueta antes de quitársela y sostenerla hacia él. Era un dulce déjà vu. ―Gracias por el aventón. Podría haber manejado. Pudiste haberme seguido a casa, pero tengo que admitir que me siento segura contigo. No me pude resistir. ―Se volvió para mirar al suelo por un momento, algo tímido y vulnerable en sus ojos que lo atrapó y lo sostuvo mientras ella le echaba un vistazo de nuevo. Cat le había hecho reflexionar sobre su futuro por primera vez en su vida adulta. Le había hecho imaginar la posibilidad de que en realidad podría tener uno. Construiría una vida por sí mismo fuera de la ciudad, fuera del nombre de su familia. No tenía ningún deseo de romperle el corazón cuando se fuera. El tirón de estar con ella lo llamó de todos modos. ¿Podría comprometer la dirección de su vida por ella?


―Me alegro. ―Acarició con una mano el brazo de ella―. Vendré por la mañana, te llevaré a la tienda para que puedas conducir tu auto a casa mañana en la noche. ¿A qué hora debería venir? Ella arqueó una ceja. ―¿Tal vez a las ocho y media? Asintió, incapaz de resistir burlarse de ella, sólo por el lujo de ver sus ojos iluminarse. ―Buenas noches, señorita Kitty. Sus ojos se estrecharon, pero una sonrisa se curvó en las comisuras de su boca, suavizando la advertencia. ―Eres la única persona que se sale con la suya llamándome así, sabes. Sonrió y le hizo un guiño. ―Bien. ―Poniéndose serio con su siguiente pensamiento, suavizó su tono y tomó una de sus manos―. Llámame si me necesitas, ¿de acuerdo? Si recibes más llamadas o simplemente te asustas, no lo dudes. Ella asintió, ofreciéndole una sonrisa suave. ―Gracias. ―Nos vemos mañana, Cat. Asintió de nuevo. ―Hasta mañana. Retrocedió, metió las manos en los bolsillos de su chaqueta, queriendo asegurarse de que estaba seguramente encerrada adentro antes de irse. Mientras ella se volvía hacia su puerta y alcanzaba el picaporte, la puerta se abrió, ya entreabierta. Lanzó una mirada hacia atrás a él, su sonrisa desaparecida, el temor levantándose en sus ojos. La alarma se instaló duro y frío en su estómago. Le tocó el hombro, haciéndole saber que no estaba sola, y luego se movió a su alrededor. ―Quédate aquí. ―Empujó la puerta abriéndola más y se deslizó cuidadosamente


adentro. Una sola lámpara estaba encendida en la sala de estar, iluminando la esquina lejana, y el lugar estaba tranquilo. Se deslizó por el apartamento a oscuras, encendiendo las luces a su paso, moviéndose lentamente de una habitación a otra. La primera habitación a la derecha parecía que no había sido tocada. Una cama doble cubierta con una colcha de color rosa brillante estaba perfectamente hecha, la parte superior apilada con cuatro almohadas y un montón de osos de peluche. Se movió a la segunda habitación, al otro lado del el pasillo. Lo que yacía dentro lo detuvo en seco. Los cobertores estaban en un montón en el suelo. Manchas rojas salpicaban la sábana blanca. ―¿Michael? La voz de Cat, llena de alarma, se hizo eco a través del apartamento. ―Ya voy. ―Apagó la luz y salió de la habitación. El sonido de las sandalias de Cat en el piso de baldosas se hizo eco por el pasillo, corriendo si su audición era correcta. Su pecho se tensó; sus entrañas se hicieron nudos. La encontró a medio camino del pasillo. ―¿Qué pasa? Su teléfono celular estaba apretado en una mano, las lágrimas no derramadas brillaban en sus ojos, su miedo era palpable. ―Lisa está en el hospital. Ha sido atacada. *** Parado junto a la cama de hospital veinte minutos más tarde, una mezcla de rabia y temor luchaban por la supremacía en el estómago de Michael. Lisa yacía de espalda, la cama en una posición reclinada, permitiéndole sentarse un poco derecha. Las náuseas se arremolinaron en su estómago mientras asimilaba su rostro. Ambos ojos estaban negros y azules y cerrados por la hinchazón. Su nariz estaba rota y había sido vendada en gaza blanca. Feos moretones cubrían sus mejillas y la mandíbula inferior. Toda su cara estaba hinchada. Según la enfermera que había estado en la habitación cuando llegaron, también tenía varias costillas rotas.


Cat estaba a su lado, blanca como la sábana en la cama y casi tan rígida. Qué la mantenía allí, no estaba del todo seguro, pero había reclamado un agarre en su mano en el momento en que había tomado una mirada a su amiga. Cat extendió su mano libre y apretó suavemente la de Lisa, donde esta yacía en la cama. Lamentablemente, la mano de la chica parecía la única parte no magullada o rota. ―¿Cómo sucedió esto? ¿Quién te hizo esto? Los ojos de Lisa se llenaron de lágrimas, y dio una sacudida lenta con su cabeza. ―No lo sé. ―Hizo una mueca y estiró su mano para tocar el corte en su labio inferior. Se había abierto y ahora contenía tres puntos de sutura―. Estaba durmiendo en tu habitación. Estaba tan cansada cuando llegué a casa del trabajo, debo haber ido allí por error. Me desperté en la oscuridad con alguien encima de mí. Ella me estaba golpeando en la cara con algo sólido y maldiciéndome. Alarma se deslizó a lo largo de su columna. Michael frunció el ceño. ―¿Ella? ¿La viste? ¿La reconociste? Lisa sacudió la cabeza de nuevo, su mirada cambiando a él. ―Sólo escuché su voz. Vestía toda de negro y una máscara de esquí. Azul brillante… ―Lisa hizo una mueca otra vez y tragó―. Ojos. Seguía llamándome puta. Me dijo que pagaría por mis indiscreciones. Seguía repitiendo eso, que iba a pagar. Cat dejó escapar un jadeo silencioso, el sonido lleno de miedo y reconocimiento. Él sabía exactamente lo que iba a decir antes de que las palabras salieran de su boca. ―Las llamadas telefónicas. ―La mano de ella en la suya empezó a temblar mientras le lanzaba una mirada a él―. Oh, Dios, Michael. Lisa apretó la otra mano de Cat y luego se volvió hacia él de nuevo. ―Dijo algo más. Dijo que Michael era de ella, y que yo no tenía derecho a él. ―Lisa alzó una ceja, sus ojos lanzando dagas a él―. ¿Novia celosa?


El cuerpo de Cat se puso rígido a su lado, su mano aflojándose en la suya. ―Ella pensó que eras yo. ―Las palabras dejaron su boca en un susurro desnudo, temblando. Mientras Cat se volvía para enfrentarlo, sus ojos muy abiertos y redondos. La vulnerabilidad pura sólo añadió leña al fuego que se encendió en su vientre el instante en que entró en la habitación del hospital. En los últimos días, había oído los rumores, los escuchó de los borrachos a su alrededor mientras se sentaba con su hermano en el bar esta noche. Podía manejarlos hablando de él. Infiernos, estaba acostumbrado a ello, pero le hervía la sangre al oír las cosas vulgares que decían sobre ella. Sólo el peso de la mano de su hermano en su hombro lo mantuvo en su asiento. Añade a eso las llamadas telefónicas amenazantes y ahora esto... se estremeció al pensar en qué más podría pasarle a ella o a su familia. Alguien se metió con ella, y él era la razón. Necesitando aliviar su temor obvio, le soltó la mano y poniendo su brazo alrededor de ella, la atrajo hacia él. Ella fue de buena gana, su cuerpo suave rindiéndose a su fuerza. Una parte de él se deleitó con la cercanía, pero Cat no sólo envolvió sus brazos a su alrededor, sino que enterró el rostro en su pecho y se aferró a él, su cuerpo temblando. Después de un momento, volvió la cabeza para mirar a Lisa, las lágrimas nadando en sus ojos. Su labio inferior temblando, su voz temblaba. ―Oh, Dios, Lisa, lo siento mucho. Lisa ofreció una sonrisa valiente y le apretó los dedos. ―No es tu culpa, cariño. ―Es mía. La mirada de Lisa pasó bruscamente a él, sus ojos entrecerrados. ―Estoy de acuerdo. ―Su tono era duro y helado, igualando la mirada de sus ojos


azules―. Todo comenzó la noche que ella pasó contigo. ―Movió su mirada a Cat―. Tienes que dejar de verlo, o va a hacer que te maten. Cat negó con la cabeza. ―No es su culpa, Lisa. Las palabras llenas de ira de Lisa golpearon una cuerda sensible, presentándose en ese lugar oscuro en sus entrañas. No podía ignorar esto por más tiempo y la esperanza se fue. No quería pensar en lo que todavía podría sucederle a Cat. La noche que Trish y Kaylee murieron, él lo hizo todo mal, pero eso no pasaría esta vez. Incluso si lo mataba, haría todo bien de nuevo. Cat merecía paz, y de una manera u otra, se la daría. No permitiría una repetición de lo que ocurrió hace diez años. ―No, ella tiene razón. Esto no habría pasado si no fuera por mí, y voy a arreglarlo. ―Se volvió hacia Lisa y metió su mano libre en su bolsillo―. Lamento más de lo que puedo decir que fueras involucrada en esto. Voy a llamar al servicio de seguridad que utiliza mi padre y les enviaré a dos de sus mejores hombres. También voy a hacer que cambien las cerraduras de su apartamento antes de que te dejen salir de este lugar. Lisa lo observó detenidamente por un momento. ―Lo aprecio. Gracias. ¿Qué hay de Cat? Es tras ella que están realmente. ―Ella no va a estar sola. ―Se volvió hacia Cat, alcanzó su mano y acarició con el pulgar sobre sus nudillos. Se preparó para un rechazo enfático―. Puedo quedarme en tu casa o te puedes quedar en la mía. De cualquier manera, vas a estar viendo mucho de mí, porque de ahora en adelante, a donde tú vas, yo voy. Cat se quedó mirándolo fijamente. Él no tenía que preguntar para saber lo que estaba pensando. El miedo y la incertidumbre brillaban en sus ojos escrutadores. Tenía miedo de ser vista con él en caso de que terminaran en el periódico, provocando que más repercusiones se amontonaran sobre ella. Toda la noción dejó un mal sabor en su boca. Él negó con la cabeza mientras atrapaba y sostenía su mirada, implorándole.


―No voy a aceptar un no por respuesta. No me voy a sentar a esperar hasta que suceda algo peor. La única manera en que realmente puedo estar seguro de ello es si estás conmigo en todo momento. Michael contuvo el aliento. No quería presionarla, no quería forzarse a sí mismo en su vida, pero ésta era un área en la que no estaba dispuesto a ceder. Estaba siendo amenazada, y él era la causa. Lo mataba pensar que podría ser Cat yaciendo en esa cama de hospital. Eso traía cosas que no quería recordar más, pero que lo miraban a la cara de todos modos. Específicamente, que se preocupaba por ella. Más de lo que quería. En el poco tiempo que la conocía, se había metido bajo su piel, y le gustaba allí. Se había vuelto importante para él. La idea de perder a alguien más por quien se preocupaba desgarraba una vieja herida en su interior. Finalmente, ella asintió, y el nudo en su pecho se alivió. ―Creo que me sentiría mejor, también.


Capitulo 7 Traducido por Curitiba y lectora Corregido por carosole

Llegaron a la casa de Michael una hora más tarde. Cat se detuvo en el umbral. La luz de luna que entraba por las ventanas suavemente iluminaba el oscuro espacio. Los recuerdos inundaron su mente. Había perdido la cuenta de cuántas veces había hecho el amor con este hombre dentro de estas paredes. Ahora, de pie sobre la pequeña alfombra del vestíbulo, estaba consciente del hombre cuando se puso a su lado. Cerró la puerta detrás de él, depositó su pequeña maleta en el piso, y encendió el interruptor de luz. Ninguno dijo nada durante un largo momento. La tensión, delicada, dulce y dolorosa, se elevó entre ellos. Llevada por el poder de su presencia, lo miró. Él le devolvió el gesto con los ojos líquidos, suaves y atentos aún llenos con un hambre palpable que la hizo temblar por ese poder de su mirada. ―Puedes quedarte con la cama de arriba. ―Su expresión se mantuvo en blanco y difícil de leer―. Me quedaré en el sofá. Ella giró la cabeza, mirando el sofá negro de cuero mullido que indicó. La alternativa más segura en este momento. ―No me gusta apoderarme de tu cama. El sofá no parece muy cómodo. ―¿Sugieres que compartamos la cama? La indirecta con un trazo de burla en su voz la hizo volverse para contemplarlo. La travesura brillaba en sus ojos, las comisuras de la boca temblaban mientras aguantaba una sonrisa. Tal vez fue su manera de aligerar el momento de tensión, y su lado de chico malo seguro de sí, pero el pensamiento le envió un dolor dulce rodando a través de su vientre. Aquellos ojos le decían que no era la única afectada por su presencia en su


casa. La desafiaban a dar un paso adelante, para presionarse contra él y apoderarse de su boca. Tuvo que admitir que este estilo protector lo hacía increíblemente sexy. Después de un momento, una sonrisa incómoda torció un lado de su boca y él le agarró un hombro. ―Lamento mi asquerosa tentativa de romper el hielo. Te ves tan nerviosa como me siento. Ella se retorcía las manos. ―Tienes razón, sabes. ―¿Sobre qué? Ella captó su mirada. ―Me siento más segura contigo. Eso es lo que me asusta de ti. Lo fácil que es estar contigo. El calor estalló en las oscuras piscinas, un hambre no disimulado que inundó el deseo a través de cada centímetro de ella. La necesidad de sostener y ser sostenida, de barrer la noche haciendo el amor donde y cuando el estado de ánimo golpeara. Libre para ceder ante los deseos de sus cuerpos. Nick había sido su primer amor, pero no podía recordar alguna vez quererlo como quería a Michael. Esto era un hambre que no era capaz de saciar. Sacudió miserablemente su cabeza. ―Tú mismo lo dijiste, Michael. Tarde o temprano te irás de Point Crest, y no soy de aventuras. Las relaciones de corta duración no eran su estilo. Eran de su madre, y ella no era su madre. Dio un paso hacia ella, le colocó las manos en sus caderas y la tiró contra él. Todo dentro de ella suspiró con alivio. ―Me gustaría poder decir que yo tampoco, pero es todo lo que tengo. La verdad es que no he tenido una relación real en años. Ni siquiera si sé cómo hacerlo. Sólo


quiero pasar contigo todo el tiempo que me queda en Point Crest. Tú me das esa paz que no he tenido desde que Kaylee murió. A pesar de toda la mierda que está pasando contigo y tu familia, todavía estás aquí conmigo. Francamente, estoy sorprendido por eso. Ella puso una mano sobre su pecho. ―Nada de esto es tu culpa. Él sonrió y le acarició los dedos sobre su mejilla. ―Lo sé, pero no esperaba encontrar aceptación aquí. Obviamente, aún hay gente que todavía guarda rencor. Diablos, ni siquiera mi padre lo ha olvidado o perdonado todavía. Encontrar alguien a mi lado para variar es un cambio bien agradable. Me gustaría deleitarme con ello mientras estoy aquí. La confusión la sorprendió en el pecho. ¿Sabía el efecto que tenía sobre ella? ¿Con qué facilidad podría enamorarse de él? ¿Con esto? Lo anhelaba. Todo dentro de ella gritaba por él. No podía recordar una maldita buena razón por la cual no debía arrojarse a sus brazos y rogarle que le hiciera el amor. Caer en todo lo que ofrecía y disfrutarlo, mientras lo tenía. La soltó y dio un paso atrás, se inclinó para recoger su maleta, se volvió y se dirigió hacia las escaleras. Cuando alcanzó el último escalón, se detuvo y le devolvió la mirada. ―Quise decir lo que dije esa primera noche, Cat. A veces hay que estar dispuesto a saltar en la parte más profunda. Si no, no estarás realmente viviendo. No pienses en ello. Siéntelo. Haz algo solamente para ti, simplemente porque lo quieres. Desapareció en la curva de la escalera en forma de L, dejándola mirando a su espalda mientras se alejaba. No la estaba presionando sino simplemente estableciendo la oferta sobre la mesa. La pregunta era, ¿podría extender la mano y tomarlo? ***


Horas más tarde, Cat estaba a oscuras, mirando el techo. El resto de la noche había sido incómodo. Se sentaron en la pequeña terraza en la parte de atrás, mirando a la luna y las estrellas brillando a lo largo de la superficie del agua y escuchando las olas alcanzando lentamente la orilla. Debería haber sido relajante, excepto que el clima entre ellos estaba lleno con una sutil y dulce tensión. Cualquier charla que intentaran era dolorosa. No había sido capaz de concentrarse mucho más allá de la forma desesperante en que quería introducirse en sus brazos. Michael parecía sufrir de la misma dolencia. Cada vez que sus ojos se encontraban, estaban llenos de hambre. Finalmente, fingió agotamiento, le deseó buenas noches y fue acostarse, pero yació en la cama por casi una hora, sin poder dormir. La cama parecía estar impregnada del olor de Michael, y no pudo conseguir que su mente se desconectara. Allí estaba, de nuevo donde había estado, todavía asfixiándose porque tenía miedo de vivir. Dejaba al miedo de ser como su madre gobernar su vida mientras abajo estaba el hombre que la podía liberar. Con miedo a amar porque temía que todo hombre que se le acercara terminaría como Nick. Michael le ofrecía a algo simple, a él mismo, pero lo hizo con su todo corazón. Todo lo que tenía que hacer era extender la mano y tomarlo. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? ¿Sola? Dios, ¿podría hacerlo? ¿Permitir perderse en el aquí y ahora, en el hombre? Tomaría una noche y la extendería. El consentimiento a la complacencia de satisfacer los deseos de su cuerpo con un hombre que la hacía sentirse segura, libre con un simple toque. En el fondo le golpeaba un pensamiento que se negaba a dejar ir, si no aprovechaba esta oportunidad, lo lamentaría por el resto de su vida. Con el corazón martillando como pistones, retiró la sábana y salió de la cama, bajando por las escaleras en camiseta de dormir y sus bragas. Se detuvo en la parte inferior de las escaleras, su pulso tronando. Michael estaba acostado de lado en el


sofá, transformado en una cama. La luz de la luna bañaba suavemente su pecho desnudo y una sábana blanca lanzada sobre sus caderas. Aunque la oscuridad hiciera imposible ver sus ojos, sabía que la observaba. Sintió sus ojos deslizándose sobre ella. Cada centímetro de su cuerpo cosquillaba urgente en anticipación por su toque. ―Tienes razón. Vengo a esto desde el punto de vista del miedo. Tengo miedo de lo que la gente va a pensar. He vivido toda mi vida según las reglas. La reputación de mi madre nos seguía a todas partes, y aprendí a mezclarme con las sombras. Si la gente no podía verme, no hablaba. Ahora esto... el fiasco, lo trajo todo de nuevo. Mi instinto es querer correr y esconderme. ―Sus manos temblaban con el nerviosismo. Bajó la voz con la sensación de vulnerabilidad que se deslizaba a través de ella. Si iba a ser honesta, podría ir con todo―. También tengo miedo de enamorarme de ti. ―Yo también. La intensidad suave de su voz la emocionó. Todavía no podía ver sus ojos, pero una vez más, la fuerza de su mirada la sostuvo atada. ―No me he permitido amar a nadie desde que Kaylee murió. Si me preguntas, no lo merezco. Francamente, dulzura, asustas el infierno fuera de mí. No sé dónde va esto. O si va a cualquier lugar. Todo lo que sé es que me gusta cómo me siento cuando estoy contigo. Ya desistí de tratar de resistirme a ti. ―Sacó la sábana en una silenciosa invitación―. Da un paseo salvaje, Cat. Sin decir una palabra, cruzó el espacio entre ellos, y se deslizó a su lado, presionando su cuerpo al de él y reclamando sus labios. Sin la sábana entre ellos, la tumbó de espalda, metiéndola debajo y colocándose entre sus muslos. Su excitación palpitaba contra su núcleo a través de las capas de ropa que los separaban, y ella se arqueó contra él, deslizando sus manos por la espalda y en sus bóxers. La intensidad del momento inundó cada una de sus células. Su alma voló y la dejó ir, se permitió tomar el placer de él.


Él gruñó bajo en su oído mientras su boca se separó de la de ella y se fue, arrastrando tortuosamente lento a lo largo de su mandíbula y abajo a su cuello, dejándola temblando bajo su cuerpo. ―Dios, me vuelves loco, Cat. ―Michael... ―Su nombre salió de su boca en un gemido necesitado, con toda la coherencia que era capaz. Necesitaba hacerle comprender, expresarle todo de su corazón, pero las palabras simplemente no quisieron venir. Se aferró a su espalda, tratando de mostrarle que esta emoción iba más allá de algo que pudiera entender. ―Lo sé, cariño. Lo sé ―susurró las palabras contra su piel, su voz un murmullo lleno de tanta necesidad como ella sentía, mientras estampaba besos a través de su hombro. Se movió lentamente por su cuerpo, dejando un rastro de fuego a su paso. Sus cálidos y suaves labios rozando su cuello y entre sus pechos. Se detuvo un momento para rastrillar sus dientes sobre cada pezón a través de su camisón de dormir antes de dedicarse a su estómago. La besó en la piel debajo de su ombligo mientras sus manos halaban el camisón hacia arriba por su cuerpo. Se lo quitó por encima de su cabeza y sus manos siguieron hacia abajo, para llegar a la cintura de sus bragas. Besó detenidamente sus piernas, bajando sus bragas por ellas, sus dientes de vez en cuando raspando su piel, terminando con un pellizco a su empeine antes de que sacara sus bragas y las arrojara al suelo. Salió de la cama el tiempo suficiente para librarse de su ropa interior, y luego se inclinó para sacar un pequeño paquete cuadrado del bolsillo de sus vaqueros. Se acercó, los ojos ardiendo de nuevo sobre ella, haciendo malvadas promesas, y se puso el condón. Justo cuando estaba segura de que no podía soportar la dulce tensión por más tiempo, regresó a ella y cubrió su cuerpo con el suyo. ―Voy a ir más despacio la próxima vez, te lo prometo. ―Mordisqueó su labio inferior, deslizando sus manos debajo de ella, y acarició su espalda mientras se arqueaba contra ella, enterrándose hasta el fondo en su interior―. Te necesito demasiado.


Ella jadeó, una mezcla de placer y alivio que la elevó en las nubes. Con sus dedos enterrados en su piel se arqueó en su contra, reuniéndose con él para empujar desesperadamente. Conocía esa necesidad, ese dulce deseo, esencial para unirse, de estar lo más cerca posible, y luego, queriendo más aún. Su cuerpo se sacudió con ello, su necesidad de él tan feroz que la asustaba. Él tomó su boca en un suave beso. Ella se aferró a su espalda, cerró sus piernas alrededor de sus caderas para retenerlo allí, levantándose a su encuentro. Sus cuerpos trabajando juntos en un ritmo ardiente, con las manos entrelazadas firmemente, hasta que simplemente se mezclaron juntos como uno solo. Él incrementó su excitación, elevándola hasta esa placentera y dulce cima tan rápidamente que todo el aliento abandonó sus pulmones. Cada vez que estaban juntos la sorprendía cuán intensamente respondía su cuerpo al de él. Nunca había sido así con Nick. Cuando ella cayó en el borde, un gemido se le escapó, y él levantó la cabeza y la agarró sosteniéndole la mirada. Una íntima conexión, como si hubiera entrado directamente en su piel y sus almas se mezclaron. Que el cielo la ayudara, no quería que este momento se acabara nunca. Acabaron juntos, con su cuerpo temblando con el suyo, su corazón, su placer, en sus ojos. Esto dejó un sentimiento abierto y vulnerable. Sin embargo, las sensaciones sólo la alzaron más alto, rompiendo el cielo en un millón de blancos fragmentos calientes, segura frente al factor de que él estaba allí con ella, sin ataduras, juntos en la felicidad. Cuando finalmente volvió a respirar normalmente, le dio un beso prolongado recorriendo toda su boca y luego salió de encima. ―Ya regreso. ―La besó de nuevo y lentamente salió de la cama. Cat se volteó para mirarlo mientras se alejaba, disfrutando de la vista trasera, la forma en que los músculos de su trasero flexionaban mientras caminaba hacia el piso de arriba al cuarto de baño. Regresó unos minutos más tarde y se reunió con


ella, acurrucándose contra su espalda, su abrazo apretado y posesivo. Cerró los ojos y se quedó dormida abarcada en su calor, en la idoneidad absoluta de yacer en sus brazos. *** Cat despertó a la mañana siguiente por la radiante luz del sol penetrando sus párpados cerrados, el olor de café recién hecho y huevos fritos con tostadas burlándose de sus sentidos. Echó un vistazo al espacio a su lado. El lado de Michael estaba vacío, pero los sonidos reveladores proveniente de la cocina le dijo dónde estaba. Emociones encontradas la golpearon cuando miró fijamente a la marca de la cabeza dejada en la almohada. No podía estar segura de si estaría más decepcionada al encontrar que se había ido y no tener el placer de despertar en sus brazos, o contenta por la fracción de tiempo para respirar que le dio. Quedarse dormida en sus brazos la noche anterior había sido demasiado íntimo, la había llenado con una emoción con la que no sabía cómo lidiar. Un hombre al que había conocido por meras semanas y que ya no se sentía más como un extraño sino como alguien que había conocido por siempre. Dormir así se sentía tan natural como respirar. Con un suspiro, salió de la cama, forzándose a enfrentar el día. Encontró su camisón y bragas tirados en el suelo, se los puso antes de seguir los olores a la cocina. Michael estaba en frente de la estufa, usando nada más que un par de descoloridos jeans, su torso deliciosamente desnudo. Estaba revolviendo con una espátula los huevos que chisporroteaban en la sartén. Se sentía extraño observarlo allí, viéndose tan doméstico. Lo había visto antes, en una mañana siguiente, pero la vista aún la asombraba. Iba en contra de la imagen de chico malo que tenía de él, pero era otra faceta intrigante. Otra pieza del hombre detrás de la máscara que se revelaba.


―Buenos días. ―Roció un lado de los huevos con una mezcla de queso y pimientos cortados en cubitos, luego cerró la tortilla y le lanzó una mirada. La ternura brilló en sus ojos. Una sensación de intimidad fluyó en el espacio entre ellos atrayéndola más cerca en la habitación. Se detuvo junto a él, mirando detenidamente por sobre su hombro a la sartén. No era

la comida que le provocaba hambre. Con las manos en puños, aplacó el

abrumador deseo de presionarse contra su espalda y envolver sus brazos alrededor de él. Se sentía... rara, un poco fuera de lugar. Nunca había tenido una aventura antes. Tan tonto como parecía, no tenía ni idea de si podría hacer eso, de presionarse contra su espalda y tomar lo que quería. Él levantó la pequeña sartén con una mano y deslizó la tortilla hecha en un pequeño plato blanco al lado de la estufa. ―¿Tienes hambre? Asintió y le ofreció una sonrisa. ―Muerta de hambre, en realidad. ―Yo también. No soy una persona de desayunar, pero de algún modo logré despertar con apetito esta mañana. ―Le guiñó un ojo, enviando un tirón a su estómago, y aún logró que se sintiera cómoda al mismo tiempo. Puso un pedazo de pan tostado en cada uno de los platos antes de recogerlos y se los entregó―. Toma estos. Voy a traer el café. ¿Cómo te gusta el tuyo? ―Con crema, por favor. ―Llevó los dos platos al comedor adjunto y los puso sobre la mesa. Michael se unió un momento más tarde, dos tazas enganchadas en una mano, tenedores en la otra. Puso una taza y un tenedor delante de ella antes de sentarse a su lado en la pequeña mesa redonda. Como con el resto de la casa, el comedor era pequeño y pintoresco, compuesto sólo de una mesa y cuatro sillas. La tela de las cortinas dejaba entrar el sol de la mañana, llenando la habitación con un destello


dorado. El brillo que esto confería a la habitación hacia juego con cómo se sentía, sentada allí con Michael, brillante, feliz y relajada. Tomó un bocado de sus huevos y suspiró suavemente mientras los sabores se mezclaban en su lengua. Los chiles salteados, el queso derretido y pegajoso, los huevos perfectamente hechos. Él no era un principiante en la cocina como imaginaba. ―Mis felicitaciones al chef. ¿Tu madre te enseñó a cocinar? Asintió, tragó el bocado en su boca, luego tomó un sorbo de su café. ―Mamá insistió para que Gabe y yo aprendiéramos a cuidar de nosotros mismos. ―Cocinas muy bien. ―Ella le echó un vistazo mientras tomaba otro bocado―. Tengo que admitir que estoy sorprendida. ―¿La cosa esa de oscuro y peligroso? ―Arqueó una ceja divertido, con las comisuras de la boca temblando. El hombre tenía una manera de convertir su interior en puré. ―Algo así. El silencio cayó entre ellos, la sonrisa fundiéndose en su cara. La intimidad llenó el espacio entre ellos, tranquila y sencilla, pero profunda. La escena era doméstica y cómoda, como si lo hubieran hecho todas las mañanas por años. Su relación entera había cambiado, y no sabía qué hacer con él. Ni siquiera sabía si quería hacer algo con él. Sólo sabía que la hizo entrar en su mundo, un lugar del que de repente tenía muchas ganas de ser una parte. Él tomó otro sorbo de su café antes de mirarla fijamente. ―Pensé en darte un viaje a la tienda esta mañana, si eso está bien. Cat sonrió, recordando sus palabras la noche anterior, que él tenía la intención de ser su nueva sombra, y arqueó una ceja. ―¿Tengo otra opción? Dejó escapar una risa suave y le dio una mordida a su tortilla.


―No. En realidad no. ―Le guiñó un ojo―. Me temo que estás atascada conmigo, nena. El doble sentido ocasionó una oleada de la tensión en la sala. Su sonrisa cayó y él arrastró su mirada hacia su plato. Ella movió la cabeza y levantó su taza con los dedos inestables. No iba a sobrevivir a una vida con él y ya se estaba convirtiendo en demasiado importante. *** Cuando se detuvieron frente a la tienda media hora más tarde, dos coches de policía se estacionaron junto a la acera. La inquietud se instaló en la boca de su estómago. ¿Qué estaba haciendo la policía en la tienda? Volvió la cabeza hacia la librería. Un suspiro salió de su garganta. Puso una mano temblorosa sobre su corazón que latía de repente. ―Oh, Dios. Alguien había pintado con spray las palabras: "Te lo advertí, puta" en las ventanas delanteras. La pintura roja brillante goteaba por el vidrio claro, dando al mensaje un escalofriante parecido con la sangre. El desayuno en su estómago se revolvió. La cara de Lisa magullada e hinchada cruzó por su mente como un letrero de neón, y el pánico, rápido e intenso, se apoderó de su pecho en un vicio. ―¡Papá! ―Ella se deslizó de la motocicleta y corrió a la tienda, con el miedo desgarrándola. Si algo le pasaba, nunca se lo perdonaría. El vidrio de la puerta principal se había roto. Al entrar, el impacto del desastre la golpeó. Libros y papeles esparcidos por el suelo. La caja registradora yacía de costado más allá del mostrador. Mirando hacia la parte trasera de la tienda, varias pilas de libros habían sido empujadas y yacían derribadas como fichas de dominó. ¿Estuvo su padre aquí para cuando quien fuera que sea entró? Su corazón saltó a la garganta. ―¿Papá? ―Cuando comenzó pisando el desorden, en dirección a la parte trasera de la tienda, uno de los policías asomó la cabeza por la pila que no había sido tirada.


Había ido a la escuela con él. Uno de los pocos chicos que alguna vez la trataron con respeto. Le ofreció una sonrisa suave y señaló con la cabeza en dirección a la parte trasera de la tienda. ―Él está bien. En la oficina con el sheriff Dewitt. Asintió, aliviada, pero la tensión se negó a liberar su pecho. ―Gracias. La cabeza de su padre se asomó por la puerta de la oficina. Alivio inundó su rostro. ―Gracias al Señor. Ven aquí, cariño. Se echó a correr, saltando por encima de los montones de libros en su camino. Cuando entró en la oficina, el sheriff Dewitt y otro de sus delegados se apartaron de su padre. Ambos asintieron con la cabeza en señal de un saludo cortés cuando entró. Se volvió hacia su padre, le echó los brazos al cuello y lo apretó firmemente. Su padre le devolvió el abrazo antes de retirarse. Tomándola por los hombros, la apartó de él y la miró. ―¿Estás bien? La madre de Lisa llamó. He estado llamándote toda la mañana, pero no has contestado. ¿Supongo que no estabas en casa cuando fue atacada? Negó con la cabeza. ―Lo siento. No he comprobado mi teléfono todavía. No, no estuve en casa la noche anterior. ―El calor subió a sus mejillas, la pequeña habitación de repente era sofocante. Otra conversación que no quería tener con su padre―. Cuando vi la ventana, estaba muy preocupada. No estuviste aquí cuando ocurrió, ¿verdad? Ofreció una sonrisa tranquilizadora y negó con la cabeza. ―No, cariño. Quien haya hecho esto activo la alarma. Los chicos del sheriff y él llegaron primero. Algo le llamó la atención, y desvió la mirada. Cat se volvió, siguiendo su mirada hacia fuera de la puerta de la oficina, hacia la parte delantera de la tienda. Michael se dirigía por el pasillo central, con cuidado pasando por encima del lío.


Su padre se volvió hacia el sheriff. ―Supongo que esto está conectado a esas llamadas que ha estado recibiendo. Cat retorció las manos, los recuerdos llegando a ella. ―Por el tiempo que he estado pasando con Michael. ―Las lágrimas inundaron sus ojos. ―No es tu culpa. ―Michael llegó a su lado, deslizando su brazo alrededor de sus hombros, atrayéndola protectoramente contra su costado. Esta era una acción que su padre no pasaría por alto. Se le ocurrió que debía sentirse incómoda sobre el espectáculo, pero la fuerza sólida de Michael contra su lado se sentía demasiado bien como para rechazarla. Hizo que el temblor que la había abarcado hasta el momento se detuviera hasta que finalmente cesó. Una sensación de calidez y seguridad finalmente se estableció en torno a ella. La mirada de su padre se trasladó al sheriff. Él negó con la cabeza, con un gesto de preocupación estropeando su frente. ―Esto tiene que detenerse, Joe. ―Mis hombres espolvorearán para las huellas digitales. ―El sheriff le llamó su atención, su expresión suave y tranquilizadora―. Vamos a atrapar al que hizo esto. Estoy poniendo patrullas extra alrededor de su edificio, así como aquí en la calle principal. Usted no tiene que preocuparse. Me aseguraré de que usted y su familia estén a salvo. ―Mientras tanto ―Michael se dirigió a su padre―, ella va a quedarse conmigo. Su padre miró a Michael durante un largo rato, y Cat tuvo la clara impresión de que Michael estaba siendo pesando y medido. Michael se dio cuenta también, porque dejó caer los brazos a los costados. ―Es mi culpa que ella este en este lío. No voy a dormir sin saber si está o no segura. Ella y yo hemos hablado de esto, pero no me importa decirle a usted también. Se queda conmigo o acampo en su sala de estar. Diablos, voy a acampar en la puerta de


su casa si tengo que hacerlo. De un modo u otro, no voy a dejar su lado hasta que esto termine. Hasta que no sepa que va a estar a salvo. Los ojos de su padre se iluminaron con una sonrisa secreta que curvaba su boca. Como si supiera algo que ellos no. Su mirada pasó a ella, con una ceja levantada. ―¿Asumo que esto está bien contigo, cariño? Cat se mordió el labio inferior y asintió. Tomando en cuenta todo lo que estaba pasando en la casa de Michael, fue probablemente la última cosa que debería hacer. Hasta el momento, no había hecho otra cosa que meterla en problemas. Alguien le había hecho daño a causa de su relación, pero él la hacía sentir segura. Después de todo lo que había sucedido, no podía pensar en otro lugar que quería estar más que durmiendo segura y cálida en su abrazo. Su padre se volvió hacia Michael y sonrió otra vez. ―En ese caso, aprecio eso, hijo. Gracias. *** Con las manos en los bolsillos, Michael se quedó mirando a Cat caminando de un lado a otro en la acera frente a él. Habían pasado las últimas horas ayudando a su padre a limpiar la tienda. Cuándo la librería finalmente comenzó a parecerse a un pequeño negocio de vuelta, su padre los echó. Cat empezó a dar vueltas en el momento en que salieron. Con su barbilla pegada a su pecho, retorcía las manos mientras caminaba. Le corroía verla, su agitación convirtiéndose en miedo. Conocerla fue un regalo. Le dio paz por primera vez en diez años. Le hizo creer que el futuro podría ser posible. Haciendo que deseara uno. Sin embargo, todo lo que había hecho era traer a su vida un infierno. ―No estás sola en esto, Cat, lo sabes ¿verdad? Cat se detuvo a media zancada y giro su cabeza en su dirección, una mezcla de ternura y miedo en sus ojos.


―Lo sé. Me siento más segura contigo, pero estando juntos no hace esto mejor. Lo hace peor. No puedo evitar preguntarme qué más va a pasar. ―Sacudió la cabeza, su voz sonó un poco demasiado pequeña, mansa y asustada para su gusto―. No sabemos aún qué la provocó esta vez. El estómago de Michael se hizo un nudo. Odiaba tener que decirle esto. Si lo hacía, sólo aumentaría el miedo en sus ojos. Viendo ese miedo sentía un proteccionismo que nunca había sentido antes que brotaba como un tifón dentro de él. Entonces, haría cualquier cosa para asegurarse de que nunca apareciera esa mirada de nuevo ―Más fotos, me temo. Cat se quedó inmóvil, incluso la subida y bajada de su pecho pareció detenerse. Su miedo era palpable. ―¿De qué? Él dio dos pasos, cerrando de la distancia entre ellos, y frotó sus brazos en un esfuerzo de quitar la ansiedad que salía en oleadas. ―De nosotros, cuando te traje a la casa anoche. Su rostro palideció. Frunció el ceño, meneó la cabeza, y dijo con un tono mezclado con repugnancia e incredulidad: ―¿Lo publicaron en el periódico? Su privacidad fue invadida, a lo grande, por alguien que parecía seguir cada movimiento que hacía. Él trago. Las palabras le sentaron como ácido en su lengua. Se merecía la verdad, pero todo dentro de él se rebelaba por tener que decirle. ―No. Estaban en la parte de atrás porche cuando salía a nadar esta mañana. ―Había crecido nadando como un pez. Aunque no lo hacía a menudo, esta mañana la tensión había llegado a él. Despertarse antes que ella le había dado tiempo para pensar. ―Deberías habérmelo dicho. ―Parpadeó, en un tono acusador. ―Lo sé. ―Alcanzó su mano y oró para que lo entendiera―. Lo siento. Ya estás lo


bastante aterrorizada con esto. No quería asustarte más de lo que tenía que hacerlo, pero esto cambia las cosas. Cat apartó la mano de la de él y cruzó los brazos sobre su pecho. ―Aprecio el gesto, pero soy una chica grande, Michael. Él le acarició la mano por el brazo, con la esperanza de tranquilizar las cosas entre ellos. ―Tienes razón. Debería habértelo dicho. Odio haberte traído esto a ti. La ira ardía en su sangre. Se había hecho una promesa a sí mismo la noche que Kaylee murió. Algo así nunca volvería a suceder. No podía cambiar el pasado, haría las cosas bien que había hecho. No traería de vuelta a Kaylee. Pero no quería perder a alguien que le importaba. A pesar de su postura, Cat parecía tan vulnerable allí, con los ojos abiertos y cautelosos. Eso saco su proteccionismo, de nuevo, y le tomó la mano, la atrajo hacia él, contento cuando llegó voluntariamente a sus brazos. ―Tenemos que llevar esto un paso más allá. ―Envolvió sus brazos alrededor de ella, con la esperanza de detener su temblor. Ella se apartó lo suficiente para encontrarse con su mirada, sus ojos buscando en su cara. ―¿Qué quieres decir? Respiró hondo y se preparó a sí mismo por su negativa. ―Quiero hacerte parte de mi familia. Frunció el ceño. ―¿Matrimonio? ―No, no matrimonio, pero casi. Un compromiso. Mi familia se protege a sí misma. Estarás a salvo con nosotros. Mi padre se asegurará de ello. También resuelve el problema de nosotros siendo vistos juntos. Si estamos comprometidos, la gente lo espera. Quiero hacer nuestra relación completamente pública, por lo que vamos a tener que hacer esto real. Lo que significa que nadie más que tú y yo puede saber que no lo es. Quiero que los que hicieron esto, sepan que están jugando conmigo


ahora, y por defecto, con mi familia, también. Quiero que sepan que no me voy a rendir y hacerme el muerto. Si quieren una pelea, tienen una. ―Sólo no hemos conocido por unas pocas semanas. ―Un rubor intenso se filtró en sus mejillas. Con las manos apoyadas en su pecho, se alejó de su abrazo―. ¿Qué dirá la gente? ―No tienen que saberlo. Regresé hace dos años. Todo lo que saben es que nos conocimos entonces, y hemos estado viéndonos en secreto todo este tiempo. Es más, estoy dispuesto a apostar que les encantará. Las personas se regodean de esta clase de cosas. Cruzó los brazos sobre su pecho y volvió la mirada hacia la acera. ―Vas a través de una gran cantidad de problemas por mí. ¿Por qué harías eso? Más allá de esas paredes vio a la pequeña chica que debió haber sido una vez, atormentada por algo que no era su culpa. Que cuestionara sus motivos le dijo que no estaba acostumbrado a la gente que deseaba protegerla. Toda la idea hizo que la acercara en sus brazos, refugiándola del mismo mundo contra el que luchaba. Él extendió su brazo y levantó su barbilla. ―Quise decir lo que le dije a tu padre. Es culpa mía que estés en este lío. Ese fotógrafo estaba siguiéndome a mí, no a ti. ―¿Qué consigues con esto? Deslizó sus manos en su cabello, atrayéndola más cerca. ―Tú. A salvo. Me mataría si algo te pasara, Cat. La ternura brillaba en sus ojos. Por un largo rato, se miraron el uno al otro, perdidos en la conexión comprimida entre ellos, tan fuerte que lo aturdió con la simplicidad de la misma. Ella tenía una influencia en él que no podía ignorar más, una que encontró simultáneamente temporal y terrorífica. Anhelaba, más que nada, entregarse y dejar que esta mujer entrara en su corazón por primera vez. Dios, cómo le hacía desear la dulce paz que esos ojos le prometían. Tenía ganas de envolverse


en ella y nunca más salir. Incapaz de contenerse, rozó su boca sobre la de ella. A pesar del hecho de que estaban de pie en la acera, en público, con sus labios fundidos bajo los suyos. Ella se levantó sobre sus pies, con las manos apoyadas en su pecho, abrazando la tela demasiado fina. Cuando por fin se retiró, estaba sin aliento y temblando. Presionó su frente contra la de ella por un momento para recuperar el aliento. Para recuperar un poco la apariencia de control. Dios, el poder que ejercía sobre él. ―No voy a dejar Crest Point hasta saber que estas a salvo. Sacudió la cabeza, con los ojos brillando con ternura, gratitud y una pizca de remordimiento. ―Eso es muy dulce. Nadie más que mi padre ha hecho eso por mí. No puedo dejar que pierdas tu vida por mí. Acarició con sus dedos sobre su piel. ―No voy a renunciar a nada, Cat. ―Luego sonrió, con la esperanza de aliviar el momento, para ver algo aparte de preocupación iluminando sus ojos―. Además, no es tu elección. Estás atrapada conmigo, nena.


Capitulo 8 Traducido por Nelly Vanessa, Mir y Xhessii Corregido por Brenda Carpio

―Buenos días, hermosa. Cat se despertó con la sensación de los labios suaves y la espinosa barbilla sin afeitar del lado de su cuello. El murmullo de la voz de Michael en su oído, junto con la tibia piel de terciopelo contra su desnudo costado, su erección presionando contra su cadera, puso su pulso en un zumbido. Su perversa boca despertó cada terminación nerviosa en su camino mientras él plantaba una línea de besos sobre su hombro, sobre su clavícula y hacia abajo entre sus pechos. El hombre avivó su fuego dentro, la tenía ya balanceándose en el borde y quemándose por él. Un tranquilo gemido escapó de ella, y se agachó y tiró de él. ―Michael... por favor. Él dejó que lo tirara hacia arriba y le dio un suave y prolongado beso en sus labios cuando se puso sobre ella. Le quitó el cabello de la cara. ―Nunca dejo de desearte. Le mordió el labio inferior, y luego salió de ella. Abrió los ojos y volvió la cabeza y vio que rasgaba un paquete de aluminio y se cubría a sí mismo. La colocó debajo de él de nuevo, sosteniendo su peso sobre los codos, deslizándose centímetro a centímetro en su agonía. La amó con exquisita lentitud, sus cuerpos se balancearon juntos en un suave, ritmo tierno. Lo abrazó con fuerza, con la espalda inclinándose fuera de la cama mientras su cuerpo se esforzaba por encontrarse con su necesidad que la dejó jadeando y temblando. Con demasiada rapidez, la llevó a su clímax, su gemido fue tranquilo en su oído mientras la seguía al delicioso abismo. Acostados juntos después, Cat se acurruco a su lado, con su brazo alrededor de sus


hombros, con las piernas enredadas. Cómoda y saciada. Como si hubieran sido amantes durante años, y la despertara de esta forma todas las mañanas. Se dejó atrapar, su corazón se enredó en un lío del que no quería salir. Había vivido su vida, con miedo a la intimidad, con miedo de que la gente entrara, temerosa de la sentencia. Con miedo de descubrir que tenían razón, que en realidad era la hija de su madre. Que nadie querría nada más de ella. Michael era una incursión en la recuperación de su vida, reclamándola a sí misma. Temía que el precio final fuera al corazón. ―Si vamos a hacer esto verdadero, necesitaremos un anillo. La voz de Michael se desvió hacia ella en un murmullo vago, sus dedos se ocuparon en acariciar su espalda, como si le dijera acerca de su día. Sólo parecía reforzar la extraña sensación de intimidad que se apoderó de su pecho. Se movió, moviéndose a su costado, y echando la cabeza hacia atrás para verle la cara. ―Está bien. Él le dio un beso en la boca. ―Pensé que podríamos elegir uno juntos esta noche, cuando salgas del trabajo. Mi familia siempre se reúne para cenar el domingo. Es una tradición que mi madre insiste que mantengamos. No he estado en casa en unos pocos años y ella se muerde las uñas. Dejó un mensaje en mi buzón de voz anoche, recordándomelo. Pensé que sería un buen momento para hacer el anuncio, sobre nosotros. Para rodar la pelota, por así decirlo. Ella no pudo evitar que el pánico se asentar en su estómago. Esto era muy pronto. Apenas se había acostumbrado a la idea. ―¿Cenar con tu familia? ¿Mañana? Él esbozó una mueca de disculpa. ―Sé que es poco tiempo, pero creo que es un momento perfecto para decírselos. Todo el mundo estará ahí.


―Tu familia entera. ―Ella se mordió el labio ¿Sonaría con tanto pánico cómo se sentía? Una esquina de su boca se arqueó. ―Más o menos. Te evitarás a un tío o dos. Ella dejó escapar una tranquila, risa nerviosa. ―Nada complicado. De repente, la idea de un compromiso fue un poco demasiado real. *** Dentro de la joyería esa noche, de pie delante de una clara vitrina de cristal, Cat y Michael contemplaron una serie de anillos de compromiso de diamantes. Cat normalmente cerraba la librería de su padre, pero esa noche le había pedido la noche libre. Él no había preguntado por qué, y por eso se alegraba. Hubiese tenido que mentirle, y no quería hacerlo más de lo que tenía que hacerlo. Su estómago se retorció en un nudo nervioso. Michael estaba detrás de ella, con la mano izquierda en su cadera. El hombre la dejó deslizarse sobre el borde de nuevo, era muy consciente de su proximidad, tan cerca cada vez que inhalaba, que su nariz se llenaba de su aroma. Consciente de que no estaban solos, ella sintió los ojos de las tres personas en la pequeña tienda de joyas mirándolos. La pequeña morena frente a ellos no estaba haciendo las cosas más fáciles. Una obvia romántica, el brillo de ensueño en sus ojos azules decía claramente su compromiso de emoción hasta la muerte. Y no sólo porque estaban a punto de gastar dinero en su tienda. Cat sabía que tendrían que decirles la misma farsa a todos. Él tendría que tocarla así todo el tiempo. De alguna manera tenía que recordar que era para el espectáculo. No se sentía igual. Su toque se sentía tan natural, que se apoyó en él, dentro de él. Su cuerpo lo anhelaba. No podía olvidar haber estado en sus brazos esta mañana y quería, más que nada, estar allí de nuevo.


Se suponía que debía estar dibujando una línea en alguna parte. Era sólo una aventura. Dos personas simplemente disfrutando del cuerpo del otro. Puramente físico. Ahora esta farsa borraba las líneas. Estar con él se sentía tan natural como el sol poniéndose, y llenaba su corazón de sueños. Con visiones de bebés morenos, con ojos verdes. La realidad era que Nick la había arrojado a un lado como la ropa interior de un día antes. Había conseguido aburrirse y avanzar. Michael le había dicho rotundamente que no había tenido una relación seria en diez años. La verdad era que, al final, cuando todo terminara, él se iría de la ciudad. Volviendo a su vida. Dejándola atrás. ―¿Confías en mí? ―La voz de Michael fue baja y ronca en su oído. La inmensa sensación de él detrás de ella se esparció por su cerebro, pero consiguió asentir. ―Sí. Él miró a la mujer detrás del mostrador. ―Estoy pensando en algo un poco menos... tradicional. Su calor dejó su espalda mientras se alejaba de ella. Le tomó la mano en su lugar, enredando sus dedos y tirando de ella con él mientras se movía por el mostrador. A tres vitrinas de distancia, se detuvo de nuevo y golpeó el cristal con su dedo índice. ―Estoy pensando en algo más parecido a eso. ―Una excelente opción, señor Brant. La mujer sonrió y metió la mano en la vitrina para sacar un hermoso anillo de esmeralda. Había sido creado en oro blanco, una sola talla en un cojín solitario rodeado de diamantes. Simple, pero impresionante. Él tomó el anillo y se volvió hacia ella, deslizándolo en su dedo. Algo eléctrico se comprimió entre ellos. Su mirada se levantó a la de ella. Sus ojos oscuros ardían pero mantuvieron un toque de algo que hizo que sus manos temblaran. Algo demasiado real.


Esta farsa estaba haciendo mella en su salud mental, ya que si era sincera consigo misma, sabía lo que quería ver en sus ojos. Ya estaba en camino por encima de su cabeza. A medio camino de enamorarse de él. Mirándolo a los ojos, no podía pensar en una buena razón por la que fuera tan malo. Ella miró el anillo, no pudiendo evitar el temblor. ―Es hermoso. ―Hace juego con sus ojos. ―El consultor le dirigió el tipo de sonrisa de placer que le dijo a Cat que nunca se aburría de ayudar a las parejas a elegir el anillo de compromiso perfecto, a pesar de que debía haberlo hecho cientos de veces. Michael sonrió también, sabiéndolo, con una mirada de satisfacción en sus ojos. ―Exactamente. Hizo que ella se probara varios otros, pero al final, se fueron con el anillo de esmeralda. Se detuvieron en la acera fuera de la tienda de su padre, una hora más tarde. La torpeza rodó entre ellos. Michael metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros, y Cat jugó con el dobladillo de su camiseta. Ninguno dijo nada durante un largo rato. Conseguir el anillo había sido destinado sólo a sentar las bases, para que fuera más creíble cuando les dijeran a sus familias. El acto de elegir, sin embargo, había desplazado el aire entre ellos. La intensidad brilló hacia ella desde el fondo de sus ojos, como si él la retara a ver la emoción, a negar su existencia. O no acabara de negársela a sí mismo. Uno que le decía muy claramente que no había estado sola en sus pensamientos dentro de esa tienda. Él lo había notado también, la fuerza de la intimidad entre ellos. ―Hay una razón por la que no quería un anillo tradicional. ―Él sacó sus manos de sus bolsillos, se quitó la chaqueta y la abrió para ella―. Cuando esto termine, me gustaría que lo conservaras. El corazón le dio un vuelco. Ella negó.


―No tienes que hacer eso. Sus manos eran un peso suave sobre sus hombros mientras caminaba detrás de ella y le ponía su chaqueta. Él la envolvió en su calor y en su olor, que se sentía muy parecido a él envuelto en sí mismo. ―Considérala una muestra de agradecimiento. La ternura de su voz se deslizó a su alrededor, y ella sólo pudo asentir, anonadada por el gesto. Nadie había hecho algo así por ella antes, le había dado algo tan... sentimental. Era lo que el gesto significaba, sin embargo. Cuando terminara el falso contrato y ambos volvieran a sus vidas, tendría un recuerdo, algo para recordarlo. Su tierno amarse de esa mañana rodó por su mente, desde donde se habían aferrado el uno al otro con las consecuencias. Siempre estarían unidos ahora, y este anillo reforzaba esa idea. Una parte de ella era suya, y tenía la sensación de que siempre lo sería. Cuando se fuera de la ciudad, Michael se llevaría un pedazo de ella con él. Él sonrió, rompiendo el hechizo del momento. ―Ahora viene la parte difícil. Ella asintió, con un nudo en el estómago. ―Decirle a nuestros padres. *** ―¿Estás lista para esto? Fuera, en la acera frente a la librería de su padre la noche siguiente, Michael atrajo a Cat de la cintura. Se dijo a sí misma que el gesto era para el espectáculo, por la farsa, pero sabía muy bien que estaba en sus brazos, porque él la quería lo más cerca que podía llegar. Hasta el momento, desde que se había mudado a su casa, él había pasado todas las noches acurrucado a su alrededor después de hacer el amor hasta que estaba agotaba. Él estaba más saciado de lo que había estado en su vida, y no había dormido tan bien en años. Se estaba ahogando, y lo sabía.


Los ojos de Cat se ampliaron y negó con la cabeza. ―Nunca le he mentido a mi padre antes. Nunca lo he necesitado. Siempre le he dicho todo. ―Déjamelo a mí. ―Acarició con sus dedos su barbilla, tratando de controlar una necesidad casi desesperada de reclamar su boca, luego la soltó. En su lugar le tomó la mano y la llevó dentro de la tienda. Su padre no estaba a la vista, pero el sonido de alguien revolviendo que venía de las estanterías de libros le dijo dónde podría encontrarlo. Cat se detuvo en el mostrador. ―¿Papá? ―Aquí. ―La cabeza de su padre apareció alrededor de una pila de libros hacia la parte trasera de la tienda, una sonrisa grabada en su rostro―. Llegó un envío del thriller que salió. Los dedos de Cat se apretaron alrededor de los suyos, y le dirigió una mirada insegura, con el ceño fruncido. Él le dio un apretón tranquilizador e inclinó la cabeza para que sólo ella pudiera oír. ―Pan comido. Con una inclinación de cabeza, dio un paso hacia delante, tirando de él detrás de ella mientras se dirigió a la parte trasera de la tienda. Cuando llegó a su padre, sus dedos se apretaron más fuerte alrededor de los de él, y su pecho subió cuando respiró profundo. ―Papá, Michael y yo tenemos algo que decirte. ―Las palabras salieron de su boca en una rápida expulsión de respiración. Los ojos de su padre se dirigieron de ella a él y de nuevo a ella antes de hacer un gesto vacilante. ―Está bien... La mano le temblaba en la suya, y Michael se acercó por detrás. Puso una mano


sobre su hombro y apretó su cuerpo contra su espalda, haciéndole saber que no estaba sola en esto, y luego se volvió para hacer frente a su padre. ―Le he pedido a su hija que se case conmigo. Su padre se quedó atónito por un momento, mirando de ella a él y viceversa. Luego una lenta sonrisa se dibujó en su rostro, sus ojos se arrugaron en las esquinas, mientras se iluminaban. ―Bueno, que me condenen. Mi bebé se va a casar. *** Diez minutos más tarde, otra vez estaban juntos en la acera de la librería. Todavía se estaban tocando, todavía estaban de la mano. En aras de la farsa se dijo él, porque su padre estaba detrás del mostrador de entrada en el interior. Excepto que ninguno de los dos hizo un movimiento para separarse. Cat puso sus manos contra el pecho de él. Esa mirada estaba de vuelta. La mirada de cervatillo atrapado ante las luces de un auto. Un poco desconcertada e incómoda, pero mezclada con ternura y un toque del deseo inexplicable que se levantaba tan fácilmente entre ellos. La expresión coincidía con las exactas emociones que zumbaban a través de él. ―Gracias por ayudar. ―No hay de qué. ―Le ofreció una sonrisa, acariciaba con sus manos su espalda, con la esperanza de liberarla de la tensión que se generaba como una entidad viva entre ellos. Estaban atrapados en una trampa de su propia creación, como una mosca en una tela de araña. Excepto que él sabía que era un sacrificio que con gusto haría por el tiempo pasado con ella. ―Tengo que admitir que fue más fácil de lo que esperaba. Él se creyó totalmente la historia que le diste. Le dio la historia que habían discutido, que se conocieron cuando él había regresado hacía dos años y habían estado en contacto en secreto desde entonces, volviendo a juntarse cuando regresó a la ciudad hacía dos semanas. Su padre aceptó


la historia, sin hacer preguntas. Michael negó con la cabeza. ―Me temo que difícil va a ser mi padre. ―Era una conversación que no esperaba con ansias. Sus ojos buscaron los suyos. ―¿Ustedes se están llevando algo mejor? Michael negó con la cabeza. ―Las cosas son más fáciles, pero raras. Ya no sabemos cómo relacionarnos. Él quiere que vuelva a casa, pero no estoy listo todavía. Para ser honestos, en parte estoy haciendo esto por él. Creo que un compromiso lo haría feliz. Un punto intermedio. No podía dejar de ver las lágrimas en los ojos del anciano que estaba sentado al lado de su cama por la mañana. Cuando finalmente llegaron más allá de las palabras hirientes y años de demasiada distancia, habían encontrado algo de paz entre ellos. Por primera vez en su vida, entendió la posición de su padre y se sintió escuchado a cambio. ―Sólo una vez en mi vida, quiero hacer algo para darle a mi padre una razón para estar orgulloso de mí. Quiero reparar una vida de hacer las cosas mal. ―No puedes haber sido tan malo. Hubo burla en su voz, y una esquina de su boca se levantó, pero el humor no alcanzó sus ojos. Él acunó su barbilla en su palma y acarició con su pulgar la piel. Que ahora tuviera lo que había encontrado le hacía muy difícil resistirse a ella. Tenía un corazón gentil, y esos suaves ojos le dijeron que él entendía su dolor y que intentaban calmar la herida. ―Estarías sorprendida de cómo un niño puede rebelarse cuando quiere. Mi padre era un militar muy estricto, y lo odiaba. Beber, fumar, nómbralo, yo lo hice. Tomé el Mercedes de papá sin decirle una vez que fui lo suficientemente mayor para


conducir. Diablos, era una ocurrencia regular por un tiempo. Aunque, solo hasta que fui atrapado por el sheriff Dewitt, dos veces. Él guiñó, y ella le dio una risa silenciosa, suave y delicada. El triunfo se expandió por su pecho, y de alguna manera sabía que se hubiera hecho pasar por un tonto solo para hacerla reír de nuevo. ―Salía con las personas equivocadas solo porque sabía que mi padre no las aprobaría. Me metí en un par de peleas, fui suspendido de la escuela por una semana por una de ellas. Probablemente pasar una buena semana hacía que las noches en la cárcel valieran la pena por beber y ser menor de edad. Abandoné la escuela, salía a hurtadillas por la noche, ya sabes, todo el cliché. ―Él sacudió su cabeza con los recuerdos y le dio una sonrisa socarrona―. Estaba podrido por todos lados. ―Un chico malo reformado. Imagínatelo. ¿Cómo en el mundo pasó? Esta vez su humor era genuino, y la burla en su voz lo hizo sonreír. Mirándola, lo sabía. Él estaba tan dentro en su cabeza con ella que ya no podía distinguir la superficie. Debería poner una distancia firme entre ellos, tener una razón por la que ya no debería verla, y hundirse en el trabajo. De la manera en que siempre lo hacía cuando necesitaba que algo fuera más allá de lo que intentaba ser. Excepto, que no podía dejarla, no quería dejarla. El anillo en su dedo no ayudaba. Significaba, por todos los intentos y propósitos, que ella era suya. Y a él le gustaba. Demasiado. Una parte de él ya la había reclamado como suya. ―Crecí. ―Él se inclinó, sorbió contra su boca, murmurando contra sus labios―. Vámonos a casa. Tenemos un par de horas antes de tener que estar con mis padres y puedo pensar en varias maneras de ocupar el tiempo. *** Varias horas después, Cat estaba parada asombrada en el porche delantero de la finca de los Brant. De cuatro pisos de altura, el acabado natural de madera le daba a


la casa la apariencia de una cabaña en el bosque. Asentada entre varios acres, la casa estaba acunada entre altos árboles de pino, con un largo camino de entrada alineado por filas de setos bien cuidados. Al menos tres de las modestas casas de rancho de su padre encajarían en esta, con mucho espacio de sobra. Aunque a pesar de su belleza, Cat se sentía fuera de lugar. Mientras crecía, se las apañaban la mayoría del tiempo con el modesto salario de su madre como mesera. Este lugar tenía lujos más allá de su comprensión. Era más casa de lo que nunca sabría qué hacer con ella. Parándose silenciosamente detrás, Michael se giró y deslizó su mano en la de ella. ―Creo que es justo que te advierta. Un nudo se asentó en su estómago, pero asintió. ―Está bien… ―Mi padre es un hombre duro. No confía en las personas, y prefiere ser directo. Dice lo que significa, y significa lo que dice. Él va a ponerte entre tus pasos. El falso coraje que se había puesto, en este punto flaqueaba, y dejó que sus hombros se hundieran. Una silenciosa risa nerviosa salió de sus labios. ―¿Estás intentando ponerme nerviosa? Porque está funcionando. Él se rió y sacudió la cabeza, con arrepentimiento en sus ojos. ―Lo siento, pero no podía simplemente lanzarte a los lobos. Créeme, es más fácil hacerse cargo si sabes lo que está viniendo. Sólo intenta que no te intimide. ―Bien. ―Se giró a mirar la oscura entrada principal y sacó aire―. Está fácil. ¿En qué mundo se había metido? Él le dio un apretón en el brazo, jalándola gentilmente hacia él. ―No estarás sola. ―Su voz sonaba bajito en su oído, tan cerca que su respiración le acariciaba, poniéndole la piel de gallina en el cuello y en su columna. Sus palabras la llenaron con calor, y sus ojos brillaban con intensidad. De alguna manera, el pensamiento de su presencia le quitó los nervios y la alivianó. Tenía la


sensación de que podía superar todo mientras él estuviera con ella. Su corazón se tambaleó con el pensamiento. ¿Qué estaba haciendo? Michael señaló con la cabeza en dirección de la puerta mientras agarraba el pomo con una mano, sosteniendo su mano con la otra. ―Vamos. Si ayuda, mi mamá es lo opuesto. Mi mamá ama a todos. Le agradarás. Cat forzó una sonrisa. ―Genial. La comodidad de las palabras que le dio no vino hasta que lo siguió dentro de la casa.


Capitulo 9 Traducido por Aria Corregido por Nanis

Cat no pudo evitar que su mandíbula cayera abierta cuando Michael la llevó por el umbral y cerró la puerta detrás de ellos. El interior de la casa era tan grande como parecía desde fuera y tan hogareño. El lugar tenía techos altos, y todo, desde las paredes hasta las vigas que sostenían la estructura del techo estaban hechos de madera de roble claro, todo pulido para que brillaba. Lo que parecía ser una sala de estar se desplegaba frente a ellos, mullida y hecha en tonos tierra. En la pared trasera había una chimenea de piedra, actualmente ardiendo con un hermoso fuego. Una preciosa mesa de centro de madera tallada; ventiladores encendidos; cuadros estratégicamente colocados con marcos hogareños más naturales; alfombras para añadir estallidos de color. Todo brillaba, tan limpio y sin manchas que parecía que nadie vivía aquí. Era exquisito. El lugar parecía como si hubiera salido de una revista, y dentro de él, todavía se sentía fuera de lugar. ―¿Creciste aquí? ―No pudo ocultar el temor en su voz. Michael dio una risa silenciosa detrás de ella, sin duda porque estaba con la boca abierta. ―Es algo, ¿no? Gabe y yo solíamos juagar al escondite cuando éramos pequeños. A veces me llevaba horas encontrarle. Espera hasta ver el jardín trasero. ―Es tan… limpio. ―Ella miró a la brillante superficie de la mesa redonda de café en el medio de la habitación. Apostaría dinero a que no había ningún aro en esa mesa, como las que había en casa de su padre. ―Mi madre es una fanática. Una de esas mujeres que piensan que la limpieza está cerca de lo divino. Le diré que has dicho eso. Te amará.


Ella dejó salir una risa silenciosa y se dio la vuelta. Michael la observaba con ojos dulces que instantáneamente derritió sus nervios. ―No va contigo. ―Con pantalones vaqueros usados y chaqueta de cuero negro, parecía tan fuera de lugar en esta casa como se sentía ella. ―Es hermoso pero es un poco demasiado para mi gusto. ―Él se encogió de hombros―. Nunca pude averiguar por qué mis padres necesitaban cuatro pisos cuando nunca usamos la mitad de las habitaciones. ―Eres un hombre simple. ―Sus palabras la noche que se conocieron volvieron a ella otra vez. Él sonrió, el reconocimiento parpadeando en sus ojos. ―Algo como eso. ―Se encogió de hombros, se quitó la chaqueta y la dejó en una percha en la puerta, luego estiró la mano y entrelazó sus dedos―. Vamos. La puso a sus espaldas mientras se movía hacia una puerta a la izquierda. La habitación quedó a la vista, pero Michael se detuvo tímido de entrar en ella. La habitación de la familia, adjuntada a la cocina, se extendía frente a ellos, tan grande como la sala de estar. Sentados en torno a varios de los muebles de cuero mullido había cinco personas que asumió que eran su familia. Todo el mundo parecía estar enfrascado en una conversación. Ninguno de ellos se dio cuenta de ella y Michael. Michael se movió para ponerse tras ella. Una mano colocada alrededor de su cintura, sosteniéndola contra él, mientras inclinaba su cabeza junto a su oreja. Su voz era un zumbido bajo e íntimo que la hipnotizó. ―Quiero señalar a todos antes de que se den cuenta de que estamos aquí y se junten a tu alrededor. Ese ―señaló a un hombre imponente que sostenía una niña con coletas―, es mi hermano, Gabe. La niña pequeña es su hija Mia. Sentada frente a él está su esposa, Lilly. Gabe lleva la gestión para mi padre, pero como puedes ver, Lilly está embarazada. Así que, por el momento, él está llevando el Roadie’s. Cat le miró.


―Así que el bar sí que pertenece a tu familia. Michael sonrió, calidez en sus ojos. ―Sí. Ha estado en nuestra familia durante generaciones. Empezó como un antiguo salón para los buscadores de oro. Papá odia el lugar, pero mamá no le dejo venderlo. Dice que es historia. Cat se volvió hacia la habitación. Una mujer de cabello oscura sentada en el sofá sostenía otra niña ligeramente más pequeña. ―¿Esa que sostiene a la niña pequeña es tu madre? Abby Brant parecía diferente de la foto en la pared de su cocina. Más vieja, las líneas de su rostro más pronunciadas. Su cabello era más largo y ahora tenía un toque de gris. ―Mm. Ten cuidado, le gusta abrazar. La burla en su voz la hizo sonreír, a pesar de sí misma, alivió otro nudo en su estómago. ―Gracias por la advertencia. La risa retumbó fuera de él, suave e íntima. Se acercó más, su brazo apretándose alrededor de ella. ―La niña pequeña en su regazo es Amy. Tiene dos años. La segunda de Gabe y Lilly. El hombre en el sillón a la izquierda es mi padre. Recordando sus advertencias, su estómago se encogió, pero no tuvo tiempo para reflexionar

sobre

el

pensamiento

mientras

Michael

continuaba

con

sus

presentaciones. ―La mujer de aspecto formidable que está discutiendo con él ―diversión y cariño se mezclaban en su tono cuando señaló a una mujer de cabello blanco que parecía estar en sus mediados setenta―, es mi abuela. La madre de mi padre. Ella y mi madre hacen turnos para cocinar los domingos. Esta noche es su turno. ―¿No tienen un cocinero? ―¿No tenían todos los ricos, cocineros y sirvientas y


mayordomos? ―Bueno, normalmente a mi madre y mi abuela no se les ocurriría contratar a uno. Mi abuela es muy tradicional. Mamá finalmente se rindió hace unos pocos años y contrató a Silvia, pero le dan libres los domingos. Cenar juntos como una familia es una tradición. Ella le miró. ―¿Los echabas de menos? Algo suave encendió sus ojos mientras la estudiaba. ―Sí, en realidad lo hacía. Echaba de menos la comida de mi abuela, la incesante necesidad de mi madre de abrazar, echaba de menos pasar el tiempo con mi hermano, pero… Papá es una espada de doble filo. Las cosas siempre eran difíciles con él. ―Estuvo callado un momento, mirando a la habitación más allá, su humor pesado y melancólico, luego se sacudió. Una sonrisa se dibujó en las comisuras de su boca, la maldad brillando de repente en sus ojos―. Puedes echarte atrás ahora si quieres. No te han visto. Su burla destinada a ponerla nerviosa, pero para sorpresa de Cat, tuvo exactamente el efecto contrario. ―¿Estás tan tenso como yo? ―Ella le sonrió. Seguro que él no lo parecía. Parecía tan relajado como siempre. Como si nada le perturbara. Él se encogió de hombros. ―¿Honestamente? Un poco. No tengo ni idea de cómo va a reaccionar mi padre. La pregunta le molestaba en la parte posterior de su mente, exigiendo que fuera dicha en voz alta. ―¿Puedo hacerte una pregunta personal? ―Puedes preguntarme lo que sea. ―Los dedos en su cintura acariciaron suavemente, una ternura en su voz le hizo cosquillas en los dedos del pie―. No tengo mucho que ocultarte.


El corazón le dio un vuelco. Tenía un poco de miedo de preguntar, pero estaba curiosa de todos modos. ―¿Dónde está tu abuelo? ―Se divorciaron hace años. Cuando… ―Su voz se apagó, pero no necesitaba terminar la declaración. Ella sabía lo que quería decir. Sus abuelos se divorciaron por su madre. El brazo alrededor de su cintura se apretó, cálido y tranquilizador―. Lo siento. Ella suspiró, agradecida pero todavía asustada. ―Está bien. Es sólo que… ―No van a usarlo contra ti. Si lo hacen… ―Él le guiñó un ojo―. Me tienes a mí. Fue la silenciosa sinceridad en su expresión lo que llegó a ella, finalmente calmando el último de sus nervios. Una vez más, su silenciosa fuerza y apoyo probaron exactamente lo que ella necesitaba. ―¡Michael! Ahí estás. Ambos se volvieron hacia la voz femenina. Su madre se levantó del sofá y se movió en su dirección. Todos los ojos se pusieron en ellos, y el estómago de Cat dio un giro, su corazón tomando un sitio firme en su garganta. Michael se inclinó hacia ella otra vez. ―No muestres miedo ―susurró las palabras en su oído, su cálido aliento atormentando la zona sensible debajo de su oreja―. Pueden sentirlo. Un escalofrío recorrió la longitud de su columna vertebral, en dirección contraria al temblor nervioso. Ella le miró. Una sonrisa pícara tiraba de las comisuras de su boca. Ella se vio presionada para no devolvérsela. ―Eso ayuda. Gracias. ―Cuando quieras. ―Michael guiñó un ojo. El brillo coqueto en sus ojos la dejó sin aliento. Por un momento, estuvo atrapada


en un deseo intenso de volverse y capturar su boca. Él estaba en buena forma esta noche, obviamente tratando de tranquilizarla. Le estaba agradecida por eso. Le hacía irresistible. Bajo el cuero y el duro margen exterior se encontraba el corazón de un hombre sensible. Uno que estaba capturando su corazón muy rápidamente. Cuando su madre se detuvo frente a ellos, lanzó una mirada entre ellos dos, ofreciéndole a Cat una sonrisa amable que iluminó su rostro. ―Esa debe ser tu sorpresa. Michael se volvió hacia su madre, poniendo ambos brazos en la cintura de Cat, sosteniéndola contra él. Un atrevido movimiento posesivo que los ojos de su madre no se perdieron. ―Mamá, esta es Cat. Sin estar segura de cómo saludar a la mujer, Cat incómodamente extendió su mano, rezando por que la mujer no se diera cuenta de cómo temblaban sus dedos. ―Cat Edwards. Es un placer conocerla. Los ojos de la mujer mayor se arrugaron en las esquinas mientras negaba con la cabeza. ―En esta familia abrazamos, cariño. Ignorando completamente su mano, su madre la sacó del agarre de Michael a sus brazos, envolviéndola en un abrazo apretado y una nube de perfume suave floral. Inmediatamente arrastrada por el calor de su madre, Cat le devolvió el abrazo. ―Edwards. ―Agarrándola por los hombros, su madre la empujó hacia atrás de repente, su ceño fruncido―. Eres la hija de Jonathan. Cat sonrió tímidamente y asintió, un poco más que aliviada de que su madre recordaba a su padre y no su madre. ―Sí, señora. ―¿Cómo está tu padre, cariño? ―La Sra. Brant elevó las cejas, un interés sincero en sus ojos que decía que no estaba simplemente siendo educada, sino que realmente se


preocupaba. ―Está bien. Envía sus saludos. Su madre liberó sus hombros y tomó su mano en su lugar, palmeando su palma. ―Bueno, dile que le llamaré en unos pocos días. Nos reuniremos otra vez para cenar muy pronto. Cat asintió. ―A él le gustaría eso. Volviéndose para mirar a Michael, el ceño de su madre se frunció otra vez. Su expresión se ensombreció, suave y maternal. ―No has traído alguien a casa para que conozca a la familia en años, querido. Michael puso sus manos en los hombros de Cat, sus palmas cálidas y tranquilizadoras. Ella tragó fuerte. Ahí va eso. ―Tengo que hacer un anuncio, pero quiero dar a Cat la oportunidad de conocer a todos primero. Su madre le miró por un momento, luego la comprensión apareció en sus ojos. ―Por supuesto. ―Volviéndose hacia Cat, agarró su mano, dirigiéndola a la habitación―. Ven conmigo, querida. Te presentaré. *** Sentada en el sofá entre su madre y su abuela media hora después, Cat volvió la cabeza buscando a Michael. Estaba con su hermano junto a la chimenea, las manos metidas casualmente en sus bolsillos. Los dos hombres parecían enfrascados en una conversación. Como si sintiera su mirada, Michael volvió la cabeza y atrapó su mirada. Algo tierno y lleno de calor pasó entre ellos. La silenciosa intensidad envió un delicioso pequeño escalofrío por su columna vertebral, sólo para asentarse cálido y familiar en la boca de su estómago. En la última media hora, él la había confiado al cuidado de su madre pero parecía cernirse cerca. Nunca estaba más lejos de unos pocos metros y siempre la


observaba con ojos intensos que la hacían estremecerse. Su continua atención le dio una extraña sensación de familiaridad y pertenencia. Como si esto no fuera un pretexto en absoluto, sino que sus vidas habían sido verdaderamente unidas. Ahora esos ojos oscuros tenían un indicio de posesión. Su hermano palmeó su hombro luego se volvió y serpenteó hacia su esposa, actualmente sentada con las piernas cruzadas en el suelo con las dos niñas. Manteniendo su mirada, Michael extendió su mano en una invitación silenciosa. Ella tocó el brazo de su madre, murmuró sus disculpas, y se levantó, cruzando la habitación hacia él como si fuera empujada por algo más fuerte que la gravedad de la tierra. Cuando su mano se deslizó en la de él, la trajo hacia él, poniendo sus manos en sus caderas. ―¿Cómo lo estás llevando? Ella sonrió. ―Tenías razón. Tu madre es la calidez personificada, pero no creo que le guste a tu padre. Michael frunció el ceño, su boca estableciéndose en una línea fina y dura. ―Te ha hecho la Inquisición Española. ―Sí. Demandó saber quién era, de dónde era, y cuáles eran mis intenciones hacia su hijo. ―Había sido una experiencia estresante. Sólo rezó por darle las respuestas que él quería. Michael negó con la cabeza. ―Lo siento. Espero que no sea demasiado, pero no quiero arriesgarme a contarle la verdad a todos. Creo que estarás más segura si todos piensan que es real. Ella colocó sus manos en su pecho, disfrutando la calidez y solidez de su cuerpo. Le tranquilizó. Después de estar entre extraños, estar con él se sentía como ir a casa. ―No tienes que hacer esto, lo sabes.


Esa intensidad se filtró de nuevo en su mirada. ―Creo que ya hemos discutido esto. Haré lo que haga falta para mantenerte a salvo. Mi padre es un hombre duro, pero a la hora de la verdad, no dudará en defender a su familia. Tú eres familia ahora. Eso era lo que más la asustaba. Podía imaginar fácilmente que esto fuera algo semanal, cenar todos los domingos con su familia. El pensamiento caló en sus huesos, cálido y familiar. Había anhelado ese sueño toda su vida, tener una familia para volver a casa todos los días. Ahora Michael hizo que su anhelo fuera una parte permanente de su mundo. ―La cena está lista, todos. Con el sonido de la voz, Cat se dio la vuelta. La Sra. Brant estaba en la parte trasera de la habitación, una cálida y orgullosa sonrisa en su rostro. ―Vengan, vengan. ―Sacudió las manos―. A comer. Lentamente, uno por uno, todos salieron de la habitación. Con la mano en la parte baja de su espalda, Michael la guió a un comedor formal por el pasillo. Otra habitación que la asombró. ―¿No hay habitaciones pequeñas en esta casa, no? ―Asimiló la habitación alrededor de ella mientras Michael la guiaba a un asiento cerca del final de la mesa. Tomando asiento junto a ella, Michael rió silenciosamente. ―Sólo los armarios. La habitación contenía una gran mesa de caoba en el centro, con un mantel de encaje blanco, en el centro del cual había pequeñas velas en candelabros dorados a cada lado de un gran ramo de lirios tigre naranja. Una araña dorada colgaba del techo, las pequeñas bombillas se asemejaban a velas, bañando el espacio en una luz suave y cálida. La comida resultó ser simple y hogareña pero espectacular. Una olla con asado de carne cocida con zanahorias y cebollas y a un lado cremoso puré de patatas, todo ello


servido con rebanadas de pan caliente y una ensalada fresca. ―La comida está deliciosa, Sra. Brant. ―Cat sonrió a través de la mesa a la mujer mayor. Los ojos de su madre se arrugaron en las esquinas con su cálida sonrisa. ―Por favor, llámame Abby, querida. Sra. Brant me hace sentir muy vieja. ―Rió silenciosamente y miró su plato para pinchar un poco de asado antes de levantar otra vez la vista. Sus cejas se levantaron en una pregunta silenciosa―. ¿Concinas, querida? Cat se encogió de hombros, tomando un momento para masticar y tragar antes de responder. ―Funcional. Autodidácticamente en su mayoría. Me temo que ninguno de mis padres cocinaba. Abby le lanzó una mirada mientras tomaba una cucharada de patatas. ―Nunca tuviste a nadie que te enseñara entonces. Cat negó con la cabeza mientras pinchaba un trozo de carne asada. Abby hizo una pausa, su tenedor deteniéndose en el aire, se le iluminó el rostro. ―Tú y yo deberíamos juntarnos entonces. Hay mucho que puedo enseñarte. Enseñé a mis dos chicos a cocinar. ―Sonrió con orgullo antes de volver un ceño fruncido severo y maternal hacia Michael a su lado―. Asegúrate de volverla a traer el siguiente domingo. ―Sí, señora ―Michael sonrió, educado y agradecido, antes de elevar su vaso de agua a sus labios y tomar un sorbo. ―Ven temprano. ―Su madre se volvió otra vez a Cat―. Puedes ayudarme a hacer la cena. Una calidez inexplicable floreció en el estómago de Cat. ―Me gustaría eso. La mirada de su madre cambió, ya no era educada y cálida, sino más sombría.


―Michael, querido, este anuncio que tienes que hacer. ¿Piensas hacernos saber de tu pequeño secreto pronto? ―Sus cejas se elevaron en expectación. Cat tragó. Oh chico. El momento de la verdad había llegado. ―Sí, Michael, libéranos del anzuelo. Nos estamos muriendo aquí. ―Al final de la mesa, un destello pícaro se encendió en los ojos de Gabe que casi hizo que Cat quisiera reír por su familiaridad. Aparentemente, ambos hermanos compartían el carácter travieso. ―¿Estás lista? ―La voz de Michael fue un suave zumbido en su oído. Se volvió para mirarle a él otra vez. Parecía asombrosamente calmado mientras su estómago se estaba retorciendo en un nudo. ―Tanto como lo estaré. Su mano se deslizó sobre la de ella donde descansó en su muslo bajo la mesa. ―Está bien. Supongo que es la hora. Le he pedido a Cat que se case conmigo. Expresiones pasmadas les dieron la bienvenida, la habitación volviéndose extrañamente silenciosa. Mariposas nerviosas empezaron a volar en su estómago, haciendo que Cat tuviera náuseas. Mirando a Michael, le lanzó una sonrisa tranquilizadora, pero sus dedos se apretaron alrededor de los suyos, diciéndole que él no estaba tan seguro como parecía. El conocimiento le dio consuelo. Al menos no estaba sola en esto. En la mesa, las cejas de Gabe se elevaron. ―¿Tú quieres casarte? ―Habló como si fuera la cosa más absurda que nunca había escuchado. Los ojos de su madre se movieron entre Cat y Michael, confusión reflejándose en su frente. ―Cariño, has estado en el pueblo por dos semanas. El Sr. Brant, sin embargo, se limitó a gruñir antes de dar una mirada de desaprobación a través de la mesa a Michael.


―¿Tengo que recordarte qué pasó la última vez que quisiste casarte con alguien? ¿Cómo es que estás tan seguro de que ella es la indicada? ¿Que no terminará como la última? Michael se puso rígido junto a ella, sus dedos congelándose en los suyos. ―Y yo que pensé que ya habíamos superado eso. El tono abatido de su voz hizo que Cat lo mirara. Él miró a la mesa, su ceño fruncido. Después de un momento, levantó la cabeza. ―Sabes, no tenía que haber traído a Cat a casa. Dije esto en el hospital, y lo diré otra vez, lo que pasó hace diez años no fue culpa mía. Yo no apreté el maldito gatillo. Admitiré que he cometido mis errores, papá, pero he madurado. Deseo como el infierno que dejes de colgarlos sobre mí. Cada persona en esta habitación ha cometido errores. Incluyéndote a ti. El silencio una vez más cayó sobre la habitación. El Sr. Brant levantó la barbilla, un destello obstinado en sus ojos. Aparentemente, el hombre mayor se negaba a ceder. ―No he venido aquí a pedir tu aprobación. Pensé que tal vez después de todo este tiempo podríamos enmendar una valla en alguna parte, pero obviamente estaba equivocado. ―Michael negó con la cabeza y se puso de pie, tirando su silla hacia atrás con sus rodillas. Lanzó una mirada de disculpa a Cat―. Lo siento. Necesito un poco de aire. Su sincera admisión de la noche del cuatro volvió a ella, sus palabras dichas suavemente grabadas con dolor. Su corazón dolió por él. Obligada a ofrecer algún pequeño consuelo, tomó su mano y le dio a sus dedos un suave apretón. Sus rasgos se relajaron. La ternura y la gratitud destellaron en sus ojos, y sus dedos se apretaron alrededor de los de ella. ―Michael, siéntate. ―La voz autoritaria vino desde el otro extremo de la mesa, donde la Sra. Brant estaba sentada con la bebé Amy en su regazo, su ceño fruncido


con enfado―. He observado esto durante demasiado tiempo y he mantenido mi lengua, esperando que ustedes dos eventualmente maduraran y superaran sus egos. Los dos hombres más obstinados que he conocido. Testarudos y actuando como niños. Ambos son tan parecidos que ni siquiera pueden verlo. Esto termina aquí. Ahora. ―Se levantó, se movió alrededor de la mesa y entregó Amy a Gabe antes de volverse hacia Michael―. ¿Qué es lo que ves en esta chica? Michael puso los ojos en blanco. ―¿Realmente importa, mamá? La Sra. Brant volvió a su asiento, su expresión calmada pero inflexible. ―Te he hecho una pregunta, joven, espero una respuesta. Michael se volvió para estudiar el rostro de Cat. Después de un largo momento, sus ojos se suavizaron, y se hundió en la silla detrás de él. ―Eso es fácil. Me toma como soy. No espera nada de mí, no pregunta por más de lo que yo quiero decir. Me acepta por mí mismo. Pasado feo y todo. Ha pasado por nada más que el infierno desde que yo llegué aquí, pero de alguna forma, aún dijo sí. La intensidad en sus ojos la hizo temblar. Algo real, algo suave y tierno, pasó de él a ella y de vuelta. Era un gesto simple pero uno que decía mucho, y el momento envolvió su corazón. Era otra parte de él por la que quería estar ahí para siempre. Una conexión para toda la vida con un hombre que la hacía sentir, por primera vez en su vida, que su corazón finalmente había encontrado un hogar. Un hecho que encontraba simultáneamente consolador y terrorífico. Había soñado toda su vida con ser querida por quien era, con que la gente finalmente la viera aparte del pasado sórdido de su madre. Que la juzgaran basándose en sus méritos. Ahí estaba, haciendo eco desde el fondo de sus ojos. ―Seis meses. Todos los ojos se volvieron al Sr. Brant, quien estaba empujando la comida alrededor de su plato. Él tomó un bocado, masticó y tragó, antes de mirar a Michael


con una expresión impasible. ―Quiero seis meses. Michael se volvió hacia su padre, con las cejas levantadas en sorpresa. ―¿Quieres que esperemos seis meses antes de que nos casemos? El Sr. Brant asintió y sacudió su tenedor hacia él. ―Si ustedes dos pueden aguantar seis meses, les daré mi bendición. Michael estudió la expresión de su padre. ―¿Y estarás feliz con ello? ¿Sin comentarios negativos o malos deseos? Porque al final voy a casarme con Cat con o sin tu bendición. Otra vez el Sr. Brant se tomó su tiempo para responder y pinchó un poco de comida. ―La expresión en el rostro de ella cuando respondiste la pregunta de tu madre me ha dicho todo lo que necesito saber. Sospecho que tu madre sabe eso. ―Lanzó una mirada tierna a su mujer antes de apuntar el tenedor en la dirección de Cat―. Puede que sea un viejo tonto y testarudo, pero si no me equivoco, esa chica está enamorada de ti. Así que sí… El Sr. Brant continuó hablando, pero Cat dejó de escuchar. No podía oír por encima del repentino rugido en sus oídos. La sangre se drenó de su rostro mientras las palabras del hombre hacían eco por su mente. Esa chica está enamorada de ti. La comprensión se apoderó de ella como la marea. ¿Se había enamorado de él? Una mirada a los ojos de Michael, al calor y la ternura que había ahí, y supo que sí. En las profundidades de sus ojos oscuros, también vio el mismo miedo que agarraba su pecho. Algo había pasado entre los dos que ninguno había anticipado.


Capitulo 10 Traducido por yanli Corregido por carosole

―Manejaste muy bien a mi padre. Michael le echó un vistazo a Cat, caminando junto a él por el laberinto del patio trasero. El patio era de varias hectáreas de tierra. Las celebraciones y reuniones familiares se llevaban a cabo más cerca de la casa, alrededor de la terraza trasera. Aquí en el “área inútil”, como su padre a menudo lo llamaba, en su mayoría era paisajismo. Hileras de rosales de cada color favorito de su madre, junto con un elaborado laberinto. Cuando dejaron la mesa, había tomado la mano de Cat en parte para beneficio de su familia, pero habían caminado durante diez minutos ahora. Habían dejado las miradas indiscretas de su familia bien atrás, pero aun así ninguno de ellos se movió para deshacer el contacto íntimo. No tenía ningún deseo. Su anuncio dio un giro que tenía la esperanza de evitar, y el intercambio había tomado mucho de él. Justo entonces, Cat proporcionaba una presencia reconfortante. El pequeño y sencillo gesto de su mano en la suya lo llenó de paz. ―Tengo que admitir que estoy sorprendido. Tomaste de frente el desafío de mi padre, sin siquiera parpadear, incluso cuando las cosas se pusieron feas. No puedo dejar de admirarte condenadamente por eso. ―Le disparó a Cat una sonrisa tierna, bajó la voz con el deseo apoderándose de él―. Es endemoniadamente atractivo. Su mirada atrapó la suya, algo eléctrico tirando entre ellos. Un suave color rosado inundó sus mejillas, justo antes de que su boca deliciosa se curvara. ―No estuviste tan mal. Tomaste lo tuyo. La condujo rodeando otra esquina del laberinto y dejó escapar un pesado suspiro.


―Siento que hayas tenido que ver eso. Sabía que era una posibilidad que se fuera por allí, pero esperaba que no lo hiciera, que nosotros lo hubiéramos superado. Cat apretó su mano. ―¿Estás bien? Él miró hacia su rostro que estaba vuelto hacia arriba y por un momento, la compasión y el eco del dolor que irradiaba de sus ojos lo atrapó. En un par de semanas, tenía que irse, volver a su vida, y ese pensamiento lo dejó con un vacío con el que no sabía qué hacer. ―No debería haber dejado que me afectara. Ver el deterioro de su padre lo llenó de remordimientos que no sabía cómo manejar. Había tantas cosas que hubiera hecho de manera diferente, quería cambiarlas ahora.

Llegó a casa hace dos años para hacer las paces y fallado

entonces, también. Ahora, de alguna manera, hacerlo parecía más importante. Ella le ofreció una sonrisa tranquilizadora que simultáneamente iluminó sus entrañas y calmó el lugar herido profundamente en su interior. ―Al final, cedió. Todo resultó muy bien. ―Mm. Eso es lo que me preocupa. Esto significa que sabe que se está muriendo. Me dijo que quiere verme acomodado antes de morir. Olas de doble culpa y pesada preocupación colgaron en su pecho, la mortalidad de su padre lo aplastaba. Esto había estado un tiempo llegando. Hasta que pudieran encontrarle a su padre un corazón donado, el tiempo del anciano estaba pasando, como la arena en un reloj de arena drenándose de arriba hacia abajo sin forma de detenerlo. Doblando otra esquina, alcanzaron el centro del laberinto. Se trasladó a la gran fuente en el claro y se sentó en el borde, tirando de Cat en su regazo. Deslizó sus manos en su cabello, deleitándose con las sedosas hebras filtrándose a través de sus dedos y la besó suavemente.


Una exhalación suave salió en susurros de su boca, y se inclinó hacia él, sus labios abriéndose por debajo de los suyos. Se permitió perderse en el embriagador sabor de su lengua entrelazada con la de ella, en el suave sonido de lloriqueo que dejó salir. Sus manos encontraron sus hombros y lo arrastró más cerca, hasta que sus pechos se comprimieron contra su pecho y sus dedos se sumergieron en su cabello. Lo que sea que sucedía entre ellos lo dejó atrapado. La muerte de Kaylee le hizo un agujero que no había reparado. Diez años de tratar de olvidar la culpa insoportable de su papel en su muerte. Había establecido límites en todas sus relaciones, más o menos simples y sin complicaciones. Lo que sentía por Cat rebasa lo complejo. Le gustaba la idea de envolver su vida en torno a ella. Ver lo que claramente sentía por él brillando de vuelta hacia él en las profundidades de sus ojos, hizo la idea más tentadora. La pregunta era, ¿tenía siquiera el derecho a la felicidad cuando sus necesidades egoístas habían conseguido, no una, sino a tres personas muertas? Se alejó de la boca de Cat para dejar un rastro de besos por su largo cuello y su hombro, saboreando la sensación dulce, aterciopelada de su piel. Ella se aferró a sus hombros como si necesitara cada pedazo, tanto como lo necesitaba él. Cerró su mente. No quería pensar más. Quería beber de ella, perderse en ella. Arrastro sus labios por el costado de su cuello y raspó con los dientes sobre el lóbulo de su oreja. ―Sabes, nadie puede vernos aquí atrás. Ella se echó hacia atrás, sus párpados pesados buscándolo con incertidumbre, desasosiego. ―¿Aquí? Él arrastró su labio inferior entre los suyos y chupó suavemente, levantó sus manos y ahuecó sus pechos en sus palmas, dejó sus pulgares arrastrarse por las


endurecidas puntas. Sus parpados revolotearon cerrándose, un suave gemido se le escapó cuando dejo caer su cabeza hacia atrás. ―Te necesito ―susurró contra su piel mientras inclinaba su cabeza para saborear la columna expuesta de su garganta―. Ahora. Fue toda la explicación que pudo reunir. Todo lo que sabía era que la deseaba. La necesitaba. Necesitaba sentir su cuerpo uniéndose con el suyo, sentir la conexión intensa entre ellos. Quería reclamar su cuerpo, su corazón, su alma, y lo quería con una ferocidad que lo sacudió. Necesitaba ser una parte de ella, tomar una parte de ella con él cuando se fuera. Levantó la cabeza y buscó su mirada. El reconocimiento pasó entre ellos, silencioso y caliente. Luego se puso de pie, sus ojos ardiendo mientras se subió su falda por encima de sus rodillas y se montó a horcajadas en su regazo. Dios, nunca dejaba de sorprenderlo. Si era posible estar más encendido por ella, se quemaría donde estaba sentado. ―Tendremos que ser rápidos. ―Su voz estaba sin aliento mientras llegaba entre ellos y arrancaba los botones de sus vaqueros abriéndolos. ―Y callados. ―Él sorbió sus labios, ya metiendo su mano en su bolsillo trasero. Rápidamente se enfundó a sí mismo, luego deslizó sus manos por sus muslos, movió a un lado sus bragas y la tiró sobre él. El susurro de un suave gemido se deslizó de sus labios mientras se arqueaba contra él, un sonido de agonía y delicioso abandono que sólo sirvió para aumentar el ansia. Gimió en voz baja, una combinación de placer y alivio se disparó a través de él mientras su apretada y sedosa calidez lo rodeaba. Se movió con ella, acomodándose en lo más profundo, deleitándose en la sensación de su cuerpo uniéndose con el suyo. Ella lo encontró empuje tras empuje y con cada golpe, aumentó su ritmo. Clavó sus dedos en su trasero, necesitándola más cerca. Ella curvó sus dedos en su piel, sus uñas clavándose en la parte trasera de sus hombros.


Se aferraron el uno al otro, balanceándose juntos en un ritmo rápido y furioso que lo dejó sintiéndose como si se saliera de control, perdiendo poco a poco todo el sentido de sí mismo como siendo separado de ella. En cuestión de minutos, ella lo llevó al borde de la locura y luego lo arrojó de cabeza al vacío ardiente. Mordió su labio inferior y lanzó su cabeza hacia atrás mientras su cuerpo se estremeció contra él, en torno a él, masajeando su calor, sacando su clímax a una intensidad que lo sacudido hasta la médula. Nunca en su vida se había perdió a sí mismo en una mujer. Nunca en su vida lo había querido. Terrorífico y estimulante al mismo tiempo, la dulce intensidad lo sacudió. Eso lo dejó sin aliento, su cuerpo anhelando más. Sin embargo, al mismo tiempo, parte en el fondo de él quería nada más que alejarse de ella y recuperar cierta semblanza de control sobre sus desbocadas emociones. Ella apoyó su cabeza contra su hombro, sus brazos apretándose en torno a su cintura, su pecho subiendo y bajando con su falta de aliento, aferrada a su cuerpo y el conflicto enroscándose en su corazón. Sus brazos se apretaron en torno a ella por sí solos, un pensamiento haciendo eco a través de su mente atormentándolo, en unas pocas semanas, su tiempo juntos terminaría. Se aseguraría que estuviera a salvo primero, pero finalmente tenía que irse a casa. Volvería a construir motos para los ricos y famosos, mientras que Cat se quedaba atrás en Crest Point. Ese había sido el plan desde el principio. La pregunta era, ¿todavía quería marcharse de esa manera? ¿Estaba preparado para ir a casa solo? ¿Volver a una vida que, aunque completa, todavía lo dejaba vacío en el interior? O, ¿estaba dispuesto a intentarlo otra vez? ¿Finalmente pondría en arriesgo su corazón? No lo sabía, y eso lo aterrorizaba. ***


―Wow. Ante el sonido de su voz, Cat se volvió del espejo del baño a tiempo para ver a Michael apoyarse contra la puerta. El hambre ardió en sus ojos mientras la recorrían. La miraba como si quisiera comérsela viva y un escalofrío corrió la longitud de su espina dorsal. Un murmullo de placer retumbó de su garganta. ―Te ves increíble. Una semana había pasado desde que habían anunciado su compromiso a sus padres. Esta noche era la fiesta de compromiso. La madre de él había insistido. Después de esta noche, quien quiera que estuviera tras ella tendría más munición. ―¿Es demasiado? Cat se volvió hacia el espejo, alisando su vestido con las manos. De cuello de barco con mangas capsuladas, el vestido abrazaba sus curvas, la ajustada falda caía hasta sus rodillas. El busto y escote contenían un elaborado diseño Azteca en negro, morado, marrón y amarillo suave. Era el vestido más elegante que poseía. Había gastado dos semanas de salario en él cuando salía con Nick y nunca lo había usado. Viendo el hambre en los ojos de Michael ahora repentinamente hizo que el derroche valiera totalmente la pena. Entró al baño detrás de ella, sus palmas calientes resbalando sobre sus caderas y en torno a su estómago mientras envolvía sus brazos a su alrededor e inclinaba la cabeza hacia su cuello. ―Demasiado. Quítatelo ―murmuró contra su piel mientras sus labios rozaban su hombro, enviando un delicioso escalofrío deslizándose por su espina dorsal, luego levantó su mirada, reuniéndose con la suya en el espejo. Su voz bajó a un murmullo apreciativo que coincidió con la ternura en sus ojos―. Te ves increíble. Ella pasó sus manos por sus antebrazos y miró su reflejo. Notando la chaqueta


oscura que de alguna manera, acentuaba la anchura de los hombros, con la camisa blanca debajo, abierta en el cuello. ―Luce muy bien usted también Sr. Brant. Nunca lo he visto en otra cosa sino de jeans y cuero. Él arqueó una ceja, divertido y juguetón. ―¿Lo apruebas? ―No. ―Mordió su labio, tratando de ocultar su sonrisa. Dios, ¿qué había en este hombre que le hacía temblar las entrañas? No podía conseguir suficiente de él―. Quítatelo. ―Sigue así ―mordisqueó juguetonamente en su hombro―, y es posible que nunca lleguemos a la fiesta. Ante la mención de la fiesta de compromiso, su diversión la abandonó. Se volvió a sus reflejos, su mente girando en una dirección llena de miedo. ―Ha pasado más de una semana. ―Nueve días desde que Lisa terminó en el hospital y comenzó su farsa. Nueve días de lo que debería haberse sentido como libertad―. No hemos escuchado ni pío de ella. Todo se había parado repentinamente. Las llamadas telefónicas, las amenazas. La policía no había podido rastrear al acosador todavía. Habían puesto su apartamento patas arriba pero no habían encontrado nada excepto la sangre de Lisa en las sábanas. Ni huellas dactilares. Ni cabellos perdidos. Nada que le dijera quién la amenazaba. Cat se sentía como si estuviera esperando en el filo de la navaja por el próximo ataque. Un muy palpable humor sombrío se apoderó de Michael, diciéndole que sus pensamientos la seguían. ―Mi madre invitó a un par de personas del periódico a la fiesta esta noche. Quiere que se anuncie a primera hora del lunes por la mañana. ―Su cuerpo se tensó contra su espalda―. En la portada.


Cat no pudo detener el escalofrío que la atravesó. El miedo se estableció como una roca en su estómago, dándole náuseas. La cara de Lisa apenas había comenzado a sanar. Hasta ahora, había podido ignorar el miedo a perderse a sí misma en Michael, quedando atrapada en la farsa. La emoción volvió con una venganza. Algo que Michael debió haber capturado, por los brazos apretados a su alrededor. ―Hey. ―Su cabeza descendió al lado de su oído, su voz cálida y reconfortante―. Estaré contigo cada segundo. No dejaré tu lado hasta que atrapen a quien quiera que sea. Si vienen tras de ti otra vez, tendrán que pasar sobre mi primero. ¿Está bien? Su mirada se encontró con la de ella en el espejo, la de él sobria y fuerte, y el nudo en su estómago se alivió. Asintió. ―Gracias. La liberó y tomó su mano. ―Vamos. El auto de mi padre está esperando al frente. Vamos a disfrutar de nosotros mismos. *** Un par de horas más tarde, Cat logró encontrar un momento a solas y entró en la hilera de coloridos rosales. Su agradable fragancia perfumaba el aire. Respiró profundamente y dejó que el aroma calmara sus agitados nervios. Más de trescientas personas se mezclaban en el patio trasero de los Brant. Fotógrafos, amigos de la familia, parientes lejanos. Hasta esta noche, ella y Michael se habían puesto en un espectáculo. Fingiendo estar locamente enamorados. Fue una constante lluvia de toques, sonrisas y besos para la cámara. Cada toque, cada tierna caricia, cada beso, se sentía demasiado real. Además, el posible peligro que podría estallar mañana dejó su estómago atado en nudos imposibles. Se estaba tomando su peaje en su cordura, y se había escapado para recuperar el aliento. Pasos a través de hierba sonaron detrás de ella, un segundo antes de que fuertes brazos familiares la rodearan por la cintura desde atrás. La forma alta, masculina


de Michael se presionó contra su espalda, envolviéndola con su aroma a jabón de hombre y aire fresco. ―Finalmente, te tengo toda para mí. Sus suaves labios rozaron el costado de su cuello. Cat se estremeció, incapaz de resistir inclinarse hacia la familiar calidez de su cuerpo, pero no podía invocar el mismo deseo. Su corazón estaba en guerra consigo misma. Por el contrario, deslizó su brazo por el suyo. ―Hola. Pareció entender que algo estaba mal, porque apoyó su mejilla contra ella. ―¿Estás bien? Le lanzó una sonrisa sobre su hombro y esperó que no pareciera tan forzada como se sentía. ―Sí. Sólo necesitaba un poco de aire. La multitud es un poco abrumadora. Eso no era de todo una mentira, pero no era toda la verdad tampoco. Por la última hora, habían estado atrapados mezclándose con los invitados, quienes habían venido para felicitarlos por su compromiso y quienes habían venido a curiosear. Estaba atrapada en la trampa de su madre mientras la mujer daba la vuelta al patio, presentándose a los huéspedes. Al igual que la primera noche que había cenado con su familia, sin embargo, Michael rondaba cerca. La farsa sólo parecía avivar el incendio que se desató entre ellos. Cuando no estaban juntos, se miraban el uno al otro a través del patio, una potente hambre quemando entre ellos que la tenía lista para arder. Era la ternura en sus ojos, sin embargo, lo que la tenía atada con nudos. Esos ojos le dijeron que lo que estaba ocurriendo entre ellos no era en un solo sentido. Estar con él de esta manera se sentía natural. Al igual que despertar en la mañana y tomar un respiro. O ver la salida del sol. Ese conocimiento la dejó rondando en el borde de una realidad aterradora. Tan pronto como el sheriff atrapara a quien la amenazaba, Michael volvería a su vida. Demasiado pronto, no


tendría una razón para quedarse en Crest Point. Se iría, llevándose su corazón con él. Lo había sabido desde el principio. Sus brazos se apretaron a su alrededor, su voz un bajo, preocupado zumbido en su oído. ―¿Qué te pasa, bebé? ¿Son los reporteros del periódico? Podemos marcharnos si lo deseas. ―Te vas a ir, Michael ―susurró las palabras, el dolor se atascó en la garganta. Por un momento, no dijo nada, su cuerpo tan inmóvil detrás de ella que fue como si pudiera sentirlo pensando. ―Siempre podrías irte conmigo, ya sabes. El pecho de Cat se apretó. Su corazón se desbordó y se rompió al mismo tiempo. Ansiaba darse la vuelta y lanzar sus brazos alrededor de su cuello. Darse cuenta que se había enamorado de él la golpeó duro. Estaba segura que sólo era una aventura para él. Había intentado prepararse para el momento en que tendría que dejarlo ir. Saber, escuchar, que la conexión entre ellos no era unilateral, que él también la sentía, hizo que su corazón quisiera estallas. ―No puedo. ―Dio un gesto negativo, tragándose el nudo que subía por su garganta. Las lágrimas quemaban en sus ojos y su corazón latía fuertemente, pero una imposible esperanza se expandía en su pecho y Cat se aferró a ella. Deslizó sus manos por sus brazos, envolviéndolas fuertemente sobre las suyas. Las palabras que lo harían comprenden abandonaron su boca en un desesperado aleteo y una oración. ―Cuando todo el fiasco con tu abuelo salió a la luz hace tantos años, mi madre se prestó a salir de la ciudad. Desde ese momento, se convirtió en una nómada. Nos mudábamos todo el tiempo, a veces dos o tres veces al año. Mamá se aburrió. Un día se aburrió de mí. Dos semanas antes de mi cumpleaños número diecisiete, me dejó en el regazo de mi padre, me dijo que lo sentía y se fue. Nunca oí de ella otra vez. Los dolorosos recuerdos llenaron su mente, trayendo de vuelta todos esos


sentimientos sin esperanzas. Michael permaneció en silencio, simplemente escuchando. ―La gente me trató diferente. Yo era una novedad. Los chicos querían que fuera del mismo modo que mi madre. Lo odiaba. Tan rápido como cumplí los dieciocho, me fui. Pero echaba de menos a mi padre. Regresé cuando su esposa, Judy, enfermó. No puedo dejarlo otra vez. Él es todo lo que tengo. ―Vaciló, tragó fuerte, luego dejó salir las esperanzadas palabras―. Siempre podrías quedarte, ya sabes. Se tensó, sus brazos la liberaron y se enderezó. ―No puedo. He creado una vida en Los Ángeles. Una de la que estoy orgulloso porque es mía. No de mi padre, sino mía. La construí, desde cero, sin nada más que mis manos y un sueño. No estoy listo para dejarla. Guardó silencio un momento, sus dedos acariciaron la longitud de su hombro bajando por su brazo. ―Lo siento. Aún no estoy listo para volver a casa. Es muy doloroso. *** Cat colocó el último de los libros en el estante con un suspiro. Ya era tarde. La librería había cerrado hace una hora, la ciudad hace mucho que se había calmado, pero se quedó para arreglar los nuevos productos en los estantes y limpiar un poco la tienda. Necesitaba algo, cualquier cosa, para hacer. Michael no quería que regresara a su apartamento sin él. Las repercusiones de la fiesta de compromiso aún no habían sido vistas. No quería ir a casa de él, tampoco. Todavía no. Su mente no dejaba de girar, no paraba de rebobinar hacia la noche anterior. Después de su franca conversación en la fiesta de compromiso, algo cambió entre ellos. Michael pasó a través de los movimientos, pero se encerró en sí mismo. No la miraba del mismo modo, no la tocaba de la misma manera, no la miraba a los ojos. Cuando regresaron a su casa, sin embargo, se estiró hacia ella casi con desesperación. Habían hecho el amor anoche con una intensidad que la dejó


sacudida. No podía quitarse la sensación de que de alguna manera estaba diciéndole adiós. Eso la dejó dividida entre querer acariciar el último momento juntos y necesitar poner distancia entre ellos. La campana de la puerta sonó, anunciando la entrada de un cliente. ―Lo siento, pero estamos cerrados. Dejo el último libro en el estante y salió al pasillo. Inmediatamente reconoció a la mujer parada en la tienda. Era la señora Hartman. La madre de Trish Hartman. La Trish de Michael. La anciana se había convertido en un cliente habitual en las últimas semanas. Estaba dentro de la puerta, luciendo un poco perdida, usando, de todas las cosas, un largo abrigo marrón. Totalmente demasiado caliente para el clima húmedo. Le sonrió a la mujer mayor mientras se movía por el pasillo hacia el mostrador. ―Le pido disculpas por las molestias, señora Hartman. Me temo que se me olvidó cerrar la puerta. Por un momento, la señora Hartman no se movió. Permaneció en silencio con las manos en los bolsillos de su abrigo, su rostro impasible. Finalmente, se movió hacia el mostrador. ―¿No podías dejar las cosas tranquilas, verdad? ―Un toque de animosidad contenida tembló en su voz. Un escalofrío corrió por la columna de Cat, el desasosiego se torció en su estómago. ―¿Cómo dice? El rostro de la señora Hartman se retorció con furia, y sacó la mano derecha de su bolsillo para revelar una pequeña pistola negra, la boca del cañón apuntando a Cat. ―Te advertí que permanecieras lejos. Que pagarías por tus indiscreciones si no lo hacías, pero no escuchaste. Cat se congeló. Por unos instantes, el caos giró a su alrededor, su ritmo cardíaco


latiendo en sus oídos mientras su mente corría a un millón de kilómetros por hora. ―Señora Hartman, por favor, baje la pistola. ―Sé quién era tu madre. Has sido justo igual que ella desde que regresaste a esta ciudad. Te acuestas con cualquier cosa que camine erguida. Es repugnante. ¿Realmente pensaste que podrías simplemente bailar el vals aquí y llevártelo? ¿Realmente crees que le permitiría a una pequeña vagabunda como tú deshacer todo nuestro duro trabajo? ―La anciana se mofó de ella, su voz aumentando mientras agitaba la pistola, su dedo sorprendentemente inestable en el gatillo. Las palabras de la señora Hartman cayeron como una bola de plomo hacia su pecho. Escenas de su vida pasaron por su mente. La pequeña niña que había sido una vez, viendo a su madre arrastrándola de pueblo en pueblo como equipaje, demasiado ocupada viviendo su vida para molestarse con ella. Dejándola sola durante horas y horas, sólo para traer a casa hombres tras hombres. Algunos quienes fueron agradables, algunos quienes la miraban de manera que le hacía sentir sucias. La chica de dieciséis años de edad, una recién llegada a la ciudad, esquivando a otros hombres quienes asumían que ella se "abriría de piernas" y no aceptaban un no por respuesta. Todas las noches de llanto hasta quedarse dormida, deseando poder ser cualquier otra persona. En esos recuerdos se levantó la ira, el resentimiento. Hirviendo desde la boca de su estómago, expandiéndose como un fuego incontrolado sobre un campo seco, consumiendo todo a su paso, hasta que sus manos se cerraron en puños a sus costados. No. Ésta era la última vez. Cuadrando sus hombros, encontró la mirada de la señora Hartman con una de las suyas. ―No he visto ni escuchado de mi madre desde que me abandonó con mi padre hace nueve años. No soy ni ahora, ni he sido nunca ella. Ni soy culpable de los fracasos de


su hija. Michael es un hombre adulto, capaz de tomar sus propias decisiones. Me he acostado con un total de tres hombres en toda mi vida. Cualquier historias que ha escuchado fue escupida por chicos con grandes egos que no podían soportar que les dijeran que no. Cuando las palabras salieron de su boca, dejaron en su lugar una sensación de fortaleza que nunca había tenido antes. Desde este día en adelante, era sólo Cat. Con una elevación de la barbilla, se mantuvo firme, pero envió una silenciosa oración para que la señora Hartman volviera en sí y bajara el arma. El rostro de la señora Hartman se retorció de ira. Dejó escapar un grito primitivo y se lanzó hacia adelante. ―¡Tú, estúpida pequeña golfa! ―Su voz se fue elevando mientras agitaba la pistola―. Él no te pertenece, ¿me oyes? ¡No eres nada! No eres más que una pequeña caza fortunas vagabunda, que… ―Basta. Cat se giró en dirección de la voz. Michael estaba parado en la entrada, una mano manteniendo la puerta abierta. Su corazón tamborileó y se hinchó al mismo tiempo, una mezcla de alivio y miedo retumbó en su interior. Si tuviera que elegir a quién quería que se mostrara justo entonces, habría sido él. Excepto la Sra. Hartman que se dio la vuelta y apuntó la pistola en dirección a su pecho. El corazón de Cat se detuvo mientras el miedo se elevaba como una marea en su interior. ―¡No te muevas! ―escupió la Sra. Hartman, su voz temblando de furia. Michael soltó la puerta, haciendo tintinear las campanas otra vez, la preocupación destello en sus ojos. ―¿Estás bien? Asintió y deseó poder correr hacia él y envolver sus brazos a su alrededor. ―Estoy bien.


Se volvió hacia la Sra. Hartman. ―¿Qué estás haciendo? La cara de la Sra. Hartman se retorcido de furia. ―Esto es tu culpa. Mi hija pagó el precio por amarte. Con su vida. Mi pobre Trish. ―Su voz se quebró, la pena inundó las facciones de la mujer, y por un momento la pistola bajó un poco. Un respiro más tarde sin embargo, cuadró los hombros y redirigió la pistola. ―Ahora es tu turno para pagar. Te llevaste algo de mí, ahora me voy a llevar algo de ti. Con la atención de la mujer mayor lejos de ella, Cat se arriesgó y corrió hacia el otro extremo del mostrador. Se las arregló para levantar el teléfono cuando la Sra. Hartman sacudió el arma en su dirección. ―Dile adiós, Michael. Al instante en que se volvió, Michael arremetió contra la Sra. Hartman. Agarró su muñeca y le dio un tirón, alejando la boca del cañón de Cat. Sorprendida, la Sra. Hartman se retiró y giró hacia él. Su rostro retorcido cuando aulló de rabia. Cerró sus dedos sobre el gatillo, balanceando su brazo para aflojar su control. Él juró, luchando por ganar el control. En alguna parte de la lucha, el sonido de un disparo resonó en la tienda, el olor a pólvora llenó el aire. El corazón de Cat saltó en su garganta. ―¡Michael! ―Las lágrimas empañaron sus ojos, el horror de perderlo inundando su mente. Agitó su cabeza hacia la Sra. Hartman, mirando fijamente a la anciana―. Le disparaste. La Sra. Hartman parpadeó, ya no enojada sino con los ojos muy abiertos en shock. La pistola tembló violentamente en su mano. ―No quise dispararle ―susurró las palabras y negó con la cabeza. Un latido cardíaco más tarde, su frente se surcó de ira, y sacudió la pistola hacia Cat―. ¡Estaba


apuntándote a ti! En un rápido movimiento, la mano de Michael salió disparada desde su costado. Capturó la parte superior de la pistola y giró de vuelta hacia la señora Hartman. La muñeca y el brazo se voltearon en una espeluznante, antinatural posición, y la anciana lanzó el arma con un grito de dolor y cayó al piso. Jadeando, con la frente surcada, Michael bajó la mirada hacia la mujer. ―No quiero hacerle daño Sra. Hartman, pero lo haré si tengo que. Quédese ahí. El corazón de Cat latía en sus oídos mientras lo observaba despojarla del arma. Bajó el seguro en la base del mango y luego ladeó la parte superior de la pistola, sacando la bala de la cámara. Arrojó la pistola vacía hacia el frente de la tienda antes de volverse hacia ella con la preocupación en su mirada. ―¿Estás bien? Cat sólo podía mirarlo fijamente, aturdida y abrumada. ―Te disparo. ―Estoy bien. Sin bajar la mirada, Michael tiró de la camiseta de sus vaqueros y la levantó lo suficiente para mostrarle la herida. La sangre rezumaba de lo que parecía ser un profundo arañazo en su costado. ―¿Ves? Sin agujero de bala. Apenas un rasguño. Cat dejó salir el aliento que no sabía que estaba conteniendo, el alivio inundándola y envolvió sus brazos a su alrededor. ―Estoy bien ―habló más suave esta vez y caminó en su dirección. Las lágrimas empañaron sus ojos. Asintió y sus miembros empezaron a temblar. Las sirenas aullaban afuera, ruidosas y espeluznantes, arrastrando su atención a la ventana delantera. Varios vehículos llegaron en una chirriante parada delante de la tienda, las luces azules y rojas girando, coloreando la noche, los edificios y el interior de la tienda.


Mientras Michael llegaba a su lado y envolvía un brazo alrededor de su espalda, el sheriff Dewitt irrumpió por la puerta principal, arma en mano. Miró la pistola vacía en el piso, luego a ellos preocupado y confundido. ―¿Están bien chicos? Michael asintió. ―Estamos bien. Me las arreglé para quitarle su arma. El sheriff asintió y enfundó su arma antes de sacar las esposas de su cinturón. Levantó a la Sra. Hartman del piso y ajustó las esposas antes de escoltarla al exterior. Cuando la puerta se cerró detrás del sheriff, la campana tintineó, Michael envolvió sus brazos alrededor de Cat, aplastándola contra él, y enterró el rostro en su cabello. ―Jesús. Pensé por un momento que iba a perderte. Sacudiéndose con una abrumadora sensación de alivio y sobras de miedo, se aferró a él a cambio. ―Eres quien recibió un disparo. ―Retrocedió, necesitaba ver su cara, ver sus ojos. Su voz tembló―. Fue una cosa estúpida lo que hiciste. Negó con la cabeza mientras se estiraba y acariciaba su mejilla. ―¿Qué se supone que debía hacer, dejar que te disparara? ―Hizo una pausa y bajó la voz―. Nunca me di cuenta cuán profundamente la muerte de Trish afectó a su madre. No podía dejarlo pasar otra vez. Nunca me perdonaría si algo te sucedía a ti. ―Podrías haber sido realmente herido. Las palabras se le escaparon de sus labios con menos intensidad de lo que pensaba, su voz temblorosa. El pensamiento de él dejando la ciudad dolía, pero imaginar un mundo sin él le asustaba más de lo que quería admitir, incluso a sí misma. Acarició su mejilla.


―No lo fui. Estoy bien. Es sólo un rasguño. ―Levantó el dobladillo de su camiseta, alzando la mirada hacia ella mientras lo hacía―. ¿Ves? Estoy bien. Las lágrimas inundaron sus ojos, cada parte de ella repentinamente temblaba incontrolablemente mientras los acontecimientos se precipitaban sobre ella. Las cosas podrían haber resultado tan diferentes... Michael la tiró contra él y envolvió sus brazos firmemente a su alrededor. Sus manos acariciaban su espalda, y murmuró en su oído. ―Está bien, nena, te tengo. Estás a salvo. *** Permaneciendo con Michael en la trastienda una hora más tarde, Cat mordió su labio inferior mientras presionaba una toalla de papel humedecida a la herida en su costado, limpiando suavemente la ahora sangre seca. Después de que el sheriff se llevó a la señora Hartman fuera, un circo de tres pistas estalló en la tienda. Los agentes se apresuraron para asegurarse de que los dos estaban bien, eventualmente, tomaron sus declaraciones. En algún lugar en medio de todo, alguien llamó a su padre, quien estuvo al frente de la limpieza del desorden que había creado la bala cuando explotó en una estantería. Finalmente el lugar fue despejado, dejando finalmente a Cat y a Michael solos. El aire entre ellos se había cargado en el instante en que lo llevó a la trastienda para limpiar su corte. ―¿Está seguro de que no vas a ir al hospital? No soy médico, Michael. Realmente deberías tener una revisión en esto. Enjuagó lo último de la sangre, luego arrojó la toalla en una papelera cercana y se estiró por el tubo de ungüento antibiótico en el mostrador al lado de la caja de primeros auxilios. Estaba tratando de distraerse a sí misma. ―No serían capaces de hacer más de lo que tú ahora. ―Bajó la voz, suavizándola―. Estoy bien. Su tranquilidad no alivió la preocupación situada en su pecho. Mientras pasaba su


dedo suavemente sobre la herida, el chasquido de los disparos resonó en su mente, y se estremeció. Él extendió una mano y le tocó la barbilla. ―Escuché lo que le dijiste a ella. Estoy muy orgulloso de ti. Negó con la cabeza. ―He terminado. Terminado de ser esa persona, el chivo expiatorio de mi madre. Soy sólo yo, y si eso no es suficiente para ellos, entonces al diablo con todos ellos. ―Estoy muy contento de escuchar eso. ―Una suave sonrisa nostálgica tiró de las esquinas de su boca. Dejó caer su mano―. Enfrenté esta noche a mis propios demonios. Es a donde me fui cuando te dejé antes. Fui a ver a la familia de Kaylee. Su corazón le dio un vuelco y puso una mano contra su pecho. ―¿Cómo fue? Se volvió para mirar al suelo. ―Mejor de lo que esperaba. Nunca he sido capaz de hacerles frente. Dejé que mi culpa me convenciera de que nunca me perdonarían, que me lo merecía. ―¿Y? ―Mordió su labio, nerviosa por él. Levantó su cabeza. Una suave sonrisa se curvó en su rostro, el alivio palpable en sus ojos. ―He hablado con su hermano, Taylor. Resulta que nunca me culparon en primer lugar. Dijo: “Las personas cometen errores. Todos hacemos cosas que lamentamos. Tú no jalaste del gatillo que la mató, y eso es lo que importa”. La alegría se instaló como calidez en sus huesos. Demasiado bien, recordó el dolor en su voz cuando le contó la historia, y su corazón se hinchó a punto de estallar de felicidad por él. Le sonrió. ―Eso es maravilloso. Debe ser un gran alivio. Asintió. ―Aligera la carga por mucho. Creo que necesitaba oírlo. Mientras continuaba mirando fijamente en sus ojos oscuros, un solo pensamiento


vibró por su mente, burlándose, ya no había nada que lo mantuviera con ella. Ahora que habían agarrado a la persona que la amenazaba y había ajustado sus deudas, no había ninguna razón para que se quedara en la ciudad por más tiempo. Lo que significaba que Michael estaría de vuelta en su vida. Sin ella. Su pecho dolía con lo erróneo de ello. Por todas las cosas que quería, pero no podía tener. Michael ahuecó su rostro en la calidez de sus palmas. Sus negros ojos atrapando los suyos, estirándose, buscando, con una expresión casi dolida. ―Ven conmigo. Sus ojos se inundaron y se desbordaron. Se acercó y puso su mano sobre la de él. ―Quédate. El pesar y el dolor destellaron en sus ojos. El aire pesado colgaba entre ellos. Estaban en un callejón sin salida. Ella no podía irse y él no podía quedarse. El final que había sabido que vendría había llegado, y no había nada que pudiera hacer al respecto. Se estaba llevando una gran parte de su corazón con él.


Capitulo 11 Traducido por NELLY VANESSA Corregido por Nanis

―Entonces, Abby me dice que Michael dejará la ciudad esta noche. Engañosamente ligera y casual, Cat siguió el sonido de la voz de su padre donde se encontraba en el mostrador. Él le dirigió una sonrisa. Cat suspiró. Conocía ese tono. Él estaba cavando. Lo que significaba que sabía que algo estaba pasando. Ella se había quedado de compras para ayudarlo en lugar de gastarse sus últimas horas con su supuesto novio, quien se iba de la ciudad por quién sabe cuánto tiempo. El cuchillo se retorció en su pecho. Abby la había llamado esta mañana también. La había llamado para charlar, para asegurarse de que Cat llegara a la noche del domingo para su primera lección de cocina. Por supuesto, su madre casualmente también había mencionado los planes de Michael de salir de la ciudad esta noche y le había hecho la pregunta, la cual Cat no estaba preparada a responder, ¿por qué no se iba con él? Había conseguido salir de esa, pero desde su conversación, un dolor permanente había echado raíces en su interior, las lágrimas se habían juntado para siempre en sus ojos. Sabía muy bien que Michael se iba de la ciudad, y había sido incapaz de pensar en nada más desde entonces. ―Sí, papá. ―Se volvió hacia el estante y re-enderezó la misma línea de libros―. Lo sé. ―No tienes que estar aquí, sabes. Su corazón brincó. Sí, tenía que estar. Si se iba a casa, Lisa sólo trataría de convencerla de que, una vez más, fuera a evitar que Michael se marchara. Esta vez, podría tener éxito.


Ese era el problema. Quería ver tanto a Michael que le dolía el pecho de la necesidad. ¿De qué serviría? Nada cambiaría. Verlo sólo prolongaría lo inevitable y los haría a los dos más miserables. Había aprendido de su madre, que cuando había que ponerle fin a algo, debería ser rápido y limpio. Su madre había hecho lo mismo con todas las relaciones que había tenido. Cuando terminaban, simplemente cortaba la pérdida y pasaba a la siguiente. Era más fácil y menos doloroso, decía su madre. Por otra parte, su madre no había tenido nunca que quedarse a superar las emociones. Las emociones eran cosas inútiles que se ponían en tu camino. ―Está bien. ―Ella volvió a la parte delantera con otra pila de libros―. No iré a su encuentro. Deberías irte a casa. Yo cerraré. Su padre cruzó el pequeño espacio entre ellos, tomó suavemente su barbilla con su palma y la obligó a mirarlo. ―Hay algo que no estás diciéndome. ―El tono tranquilo de su voz era uno que conocía bien. El que siempre se hundía en su corazón con la necesidad de que derramara todo. La misma emoción en sus ojos y la verdad burbujeó de su boca antes de que pudiera detenerla. Mientras ponía sus manos juntas y miraba al suelo, derramó toda la historia, acerca del pretendido compromiso y de por qué lo habían hecho, y más importante, por qué estaba aquí en vez de con Michael, donde quería estar. ―El compromiso no era real. Fue un espectáculo. Para mantenerme a salvo. Nuestra relación, si es que se puede llamar así, fue sólo una aventura. Se acabó. Su padre estaba de pie con los brazos cruzados y una mirada pensativa en su cara. Cat se mordió el labio inferior. ―¿Estás enojado? Michael quería que la farsa fuera lo más real posible. ―Su padre tenía una sola regla al crecer: Ella siempre le diría la verdad. Nunca le había mentido antes, nunca había sido capaz de hacerlo. No podía evitar preguntarse si


estaría enojado porque le había mentido no sólo a él, sino a todo el mundo. Sólo esperaba que entendiera el por qué. Su padre la miró por un momento. ―¿Lo amas, cariño? Una pesadez se deslizó en su pecho. No podía hacer que la mentira en la punta de su lengua dejara su boca. Había hecho la única cosa que había jurado no hacer. Se había enamorado de Michael. Se había enamorado de su sencilla personalidad, del lado travieso que la hacía reír. Se había enamorado de la libertad que sentía cuando estaba con él. Que por primera vez en su vida no era más que ella misma. Sin estar atada a las expectativas que venía de ser la hija de Chloe Edwards. Ahora él se iría, y tendría que verlo irse cuando su corazón gritaba que fuera tras él y le rogara que se quedara. ¿A dónde los llevaría eso? Crest Point era su casa. La primera casa que nunca había tenido. No quería dejarlo, no quería dejar a su padre a su suerte solo. Michael no tenía planes de quedarse. Podían también estar en extremos opuestos de la tierra. Ella negó. ―No es tan simple. Su padre frunció el ceño, su expresión fue severa, exigiendo la verdad. ―Eso no es lo que te pregunté. Te pregunté si lo amabas. Ella suspiró. ―Sí. Las comisuras de sus labios se movió, sus ojos fueron tan suaves como su voz. ―¿Entonces por qué te quedas aquí conmigo? Ve a buscar a ese chico antes de que abandone la ciudad. El corazón le dio un vuelco, la tristeza le llenó el pecho de nuevo. ―Ya hablamos sobre eso. Él no se quedará. Odia esta ciudad. Tiene malos recuerdos


para él. Está construyendo toda una vida en Los Ángeles que no quiere dejar. Su padre tomó su cara entre sus tibias manos, con una determinación suave en sus ojos azules. ―Entonces vete con él. Las lágrimas ardieron tras sus párpados. ¿Él tenía alguna idea de lo mucho que quería decir que sí cuando Michael le había hecho la misma pregunta? Ella salió de su abrazo y volvió a la caja sobre el mostrador. ―No puede hacer eso. Tú me necesitas. Su padre se echó a reír. ―Cariño, soy viejo, pero no estoy desamparado. He estado cuidando de mí mismo por mucho tiempo. Ella le lanzó una mirada por encima del hombro y captó su atención. ―Si me voy, estarás solo. Ella sabía demasiado bien lo que se sentía estar solo en el mundo, había sentido su nitidez cuando su madre se había ido hace nueve años. No podía hacerle eso. Eran todo lo que tenían en el mundo. Él se rió, sus ojos se arrugaron en las esquinas y centellearon con diversión. ―No lo creo. Estoy bastante seguro de que su madre me adoptó. Llama todos los días para revisarme, viene a la tienda tres días a la semana, y me informó que me esperará para comer cada domingo a partir de ahora. También está la señora Hannigan en la casa de al lado que insiste en traer un pay más de una vez a la semana, y tengo a todo el mundo de la iglesia. Nadie está jamás solo en Crest Point, cariño. Tú, más que nadie, deberías saberlo. ―Envolvió sus brazos alrededor de ella, jalándola a un abrazo, su voz bajó, ablandándose―. Todos hablamos demasiado el uno del otro, pero también nos vigilamos entre sí. Es por eso que he estado en esta ciudad desde que tu madre y yo la encontramos hace treinta años. Es mi hogar.


Él estaba en lo cierto. En los últimos tres días, más personas la habían detenido en la calle para expresarle su preocupación por su seguridad o para ofrecerle felicitaciones por su compromiso. Dejaría de hacer una tragedia al cambiar su percepción de esta ciudad. Michael había dejado su huella en su vida. ―Bueno, no me iré. ―Ella salió de sus brazos y agarró la caja vacía del mostrador y se volvió para dirigirse a la parte de atrás. Su padre la atrapó descansando una mano en su hombro. ―¿Qué es a lo que realmente le tienes miedo, cariño? Ella se volvió hacia él con lágrimas en los ojos, y vaciló antes de permitir que la verdad se derramara de sus temblorosos labios. ―¿Y si él no siente lo mismo? ¿Qué pasa si sólo fui una aventura para él? ¿Y si se iba con él y hacía una vida con él por ahí y al final decidía que no la quería después de todo? De la forma en que su madre había hecho. La sensación era infantil y lo sabía, pero no podía evitar el miedo abrumador. Después de todo, no había sido lo suficientemente especial para que hubiera estado dispuesto a quedarse. No podía dejar que su corazón se rompiera así de nuevo. Su padre sonrió, con los ojos brillantes, como si supiera un secreto que ella no. ―¿Lo amas? ―Sí. ―Esta vez, su voz tembló con la emoción que ya no pudo sostener. ―Apostaría dinero a que él te ama, también. A veces hay que darle una oportunidad, cariño. Es de lo que se trata el amor. De contener la respiración y saltar a lo desconocido. ―¿Alguna vez lo hiciste tú? Él se echó hacia atrás, con los ojos vidriosos mientras miraba a algo más allá de ella.


―Después de que tu madre se fue, no estaba seguro de que quería otra relación, y mucho menos un matrimonio. Entonces llegó Judy. Ella volteó mi mundo al revés. Fue paciente, esperando en silencio, tomando sólo lo que yo estaba dispuesto a dar. Un día decidí que no podía vivir sin ella. ―Sus ojos azules se reorientaron hacia ella―. ¿Puedes vivir sin él, Cat? Ella negó. ―No estoy segura de saber cómo. Una leve sonrisa iluminó su rostro. ―Entonces, ¿por qué sigues parada aquí? Ve a buscarlo. Ella se mordió el labio inferior. ¿Podría hacer eso? ¿Tomar una respiración profunda y saltar? ¿Era lo que quería? Sí y lo sabía. Después de todo, ¿no era eso lo que había querido desde el principio? ¿Tener la libertad de ser lo que quisiera, de tomar lo que quería de la vida? ¿Para no sólo enfrentarse a sus miedos, sino dejarlos atrás? No quería volver a vivir sin él. Más al punto, si no hacía esto, nunca lo sabría. Pasaría el resto de su vida lamentando no haber probado. Lamentando haber dejado que los temores rigieran su vida una vez más. ―Eres el mejor, papá. ―Ella sonrió, con la anticipación latiendo en su pecho, y levantándose sobre los dedos de los pies para plantar un beso en la mejilla de su padre. Metió la mano en el bolsillo por su celular, y luego lo pensó mejor. No. Quería decírselo a la cara. ¿En dónde estaría a las siete en un martes? Llegó a Roadie’s dos minutos después, sin aliento, su corazón amenazaba con salirse limpiamente de su pecho. Nunca había hecho algo tan audaz en su vida. La pesadez hundió su pecho mientras se paraba en la acera de enfrente. La moto de Michael no estaba estacionada allí como siempre, pero entró de todos modos. Tal vez estaba estacionada en la parte trasera.


Después de mostrar su identificación al cuidador de la puerta, se lanzó delante de él, corriendo entre la multitud del bar. Se inclinó sobre el mostrador. ―¿Dónde puedo encontrar a Gabe? ―En la oficina. Todo el camino de regreso, subiendo las escaleras. ―Él dejó la cerveza en el mostrador delante de un cliente, después levantó una mano y señaló el camino. Ella siguió lo que le señaló, viendo la manchada ventana del espejo de dos vías en la parte posterior del edificio, y luego se echó a trotar. ―¡Gracias! ―Agitó una mano con gratitud mientras se movía a través de la pequeña multitud en la pista de baile, y luego corría por las escaleras. En la parte superior había una puerta maciza, pintada de blanco, rotulada con letras mayúsculas negras, “Oficina”. Tomó una respiración profunda y tocó. ―Adelante ―gritó la voz de Gabe desde dentro. Abrió la puerta, con el corazón en la garganta. Gabe estaba sentado en la silla detrás del escritorio, mirando la pantalla del ordenador. Volvió la cabeza mientras Cat entraba en la habitación. ―¿Ya se fue? Los oscuros ojos de Gabe se llenaron inmediatamente de pesar. ―Me temo que sí. Hace cerca de media hora. Una piedra se hundió en sus entrañas, su esperanza se había encontrado con la barra de evaporación mientras las lágrimas pinchaban detrás de sus párpados. Él ya se había ido. No había duda de que había llegado a la carretera ya. Sólo tomaba veinte minutos llegar desde la ciudad. Estaba ya de regreso a su vida. Sin ella. Había llegado demasiado tarde para detenerlo. Gabe levantó el teléfono negro, sin cables del escritorio y lo tendió a su lado. ―Llámalo. No puede haber llegado muy lejos.


Ella negó, sintiéndose de pronto pequeña y estúpida. ―Está manejando. Gabe se levantó de su asiento y dio un paso hacia ella, empujando el teléfono hacia ella. ―No responderá, pero la vibración puede hacer que se detenga. *** Sentado encima de su moto en el borde de la carretera, Michael miró la rampa que estaba frente a él. Arriba, en la carretera, un mar de luces mostraban brillantes el tono de lo contrario, negro, y la noche era tranquila, salvo el zumbido ocasional de un coche pasando. Se había sentado en este lugar por veinte minutos ahora, pero no podía moverse hasta la rampa y a la carretera. Tenía toda una vida atrás en California. Nada de eso importaba en lo más mínimo en ese momento, ya que regresar significaba que tenía que alejarse de Cat. Se había enamorado de ella. La idea de dejarla hacía un gran agujero en su pecho, como si dejara alguna pieza vital de sí mismo atrás. No podía dejar de pensar en lo tonto que sería si se alejaba de ella. La pregunta era, ¿qué haría al respecto? Sabía lo que quería hacer. La idea se había derramado alrededor de su cerebro por más de una semana, burlándose de él, desafiándolo a tomar lo que quería, a ir a donde su corazón lo llevara. Retándolo a dejar el pasado atrás de una vez por todas y a moverse al futuro... con Cat. No podía negar más eso. Metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó su celular, marcado el número memorizado largamente desde entonces. La tienda no cerraba hasta las nueve, y sabía que siempre que la tienda estuviera abierta, Casey, su compañera, estaría allí. Casey levantó al tercer timbre. ―Hola, Case. Escucha, quiero consultarte algo. ¿Tienes un minuto?


Quince minutos más tarde, la conversación terminó, sus ideas ahora eran un gel de posibilidades concretas, su celular vibró en el bolsillo de su chaqueta. El número del bar apareció en la pantalla, y Michael contestó en la segunda ronda de vibraciones. ―Hola hermano, ¿qué pasa? ―Está tranquilo. ¿Estás en la carretera? En lugar del estruendo de su hermano, la voz familiar de Cat, suave y segura, se deslizó sobre él como una caricia cálida, y su corazón dio un vuelco. Miró a su alrededor. ―En realidad, estoy sentado en el borde de la ciudad. Ella dejó escapar un suspiro de prisa, como si lo hubiera estado sosteniendo. ―Entonces, ¿aún no te has ido? El gran alivio en su voz tenía la misma emoción de la expansión en su pecho y una sonrisa vertiginosa apareció en él. ―No. ―¿Por qué? ―Porque no puedo obligarme a dejarte. ―Sabía muy bien que no tenía nada que esconder de ella ahora. Un momento de silencio sonó sobre la línea, después, su voz salió suave pero segura. ―Vine al club a encontrarte. A decírtelo. Tu hermano dijo que ya te habías ido. Su pulso se aceleró. Ella había ido en pos de él. ―¿Decirme qué? Ella se quedó en silencio por un momento. ―Tenía la esperanza de decírtelo a la cara. ―Di las palabras, nena. Necesito escucharlas, y necesitas decirlas. ―Vine a decirte que te amo. Que quiero estar donde quiera que estés. Si eso significa


mudarse a Los Ángeles, estoy bien con eso. ―Su voz bajó a un tranquilo y vulnerable susurro―. No puedo soportar estar sin ti. Sus palabras fueron alrededor de él, cálidas, y la satisfacción y el sentido de lo correcto llenaron su pecho. Era como si hubiera esperado toda su vida escuchar esas palabras de su boca. ―Es curioso. He estado sentado aquí pensando exactamente lo mismo. ―¿Qué me amas? Una sonrisa distinta afectó su voz. Él sólo podía ver la forma en que una de las esquinas de su boca se levantaba un poquito más alto que la otra y sus ojos brillaron. Sus labios se curvaron en respuesta. ―Que te amo y quiero estar donde quiera que tú estés. ―Citó sus palabras, centrándose por un momento en el latido tranquilo de la música en el fondo. Sabía exactamente donde quería estar en ese momento y no era en la maldita carretera―. ¿Todavía estás en el club? ―Sí. ―Quédate ahí. Iré por ti.


Capitulo 12 Traducido por NELLY VANESSA Corregido por Nanis

Cat se paseaba delante del club, a lo largo de los mismos cuatro cuadrados de cemento gris apagado y de regreso, retorciéndose las manos mientras lo hacía. Sus oídos estaban entrenados para el silencio a su alrededor mientras esperaba, sabiendo que en cualquier momento, Michael estaría allí, de pie delante de ella. En cuestión de minutos, finalmente podría envolver sus brazos a su alrededor. El tiempo, por desgracia, parecía pasar lentamente. Los segundos pasaban volviéndose dolorosos minutos. No estaba del todo segura de lo que debía esperar, o de cómo saldría. Los conflictos todavía se interponían entre ellos. Había llamado a su madre hace diez minutos, después de colgar con Michael. La señora Brant le aseguró que su padre no estaría solo, pero no había podido atajar el incómodo nudo retorciéndose en su estómago. O sofocar las preguntas. Sólo sabía que no podía dejar de escuchar su voz ronca en su oído, sus palabras habían sido tan fuertes como la emoción expandiéndose en su pecho. Ese “Te amo y quiero estar donde quiera que estés”. Cuando por fin se oyó el familiar estruendo de su moto en esa esquina final hacia la calle principal, se volvió para observar su progreso. Su corazón se aceleró, pero cuando él se detuvo a su lado y apagó el motor, una emoción se destacó por encima del resto: necesidad. Su padre estaba en lo cierto; el amor era todo lo que importaba. Sólo que no tendría que renunciar a él. Apenas había desmontado, dejando el casco en el manillar izquierdo y sacando sus


llaves, antes de que ella se adelantara. De pie en la calle, le echó los brazos alrededor de su cintura, hundiendo la cara en su pecho y respirando su olor, a jabón y a cuero y a algo único, masculino y todo Michael. ―Estaba tan asustada de no volverte a ver nunca. Sus brazos se cerraron alrededor de ella, y enterró su cara en su cabello. ―He estado sentado al lado de la carretera intentando pensar en una buena razón para seguir adelante. ―Su voz fue baja en su oído. Sin soltar su agarre, ella se retiró lo suficiente para mirarlo. Sus ojos oscuros brillaron hacia ella, tan tierno que su corazón se derritió en un charco a sus pies. Si dudaba de lo que sentía por ella, no lo hacía ahora. ―¿Y a que conclusión llegaste? ―Que no puedo soportar estar sin ti, tampoco. Decidí que mi padre está en lo correcto. Es tiempo de volver a casa. ―Apoyó la frente contra la suya―. Creo que sólo necesitaba algo para volver a casa. Ella se quedó sin aliento. ¿Se podía atrever a creerle a sus oídos? ―¿Te mudarás de vuelta a Crest Point? ―Sí y no. Me tomará algún tiempo reorganizarme, pero podría abrir una tienda aquí. Mi pareja, Casey, piensa que es una buena idea. Es hora de que amplíe mis horizontes. ―Sus ojos ardieron en los de ella, bajando la voz a un murmullo áspero―. Tú me haces sentir... completo. La muerte de Kaylee me persigue, pero de alguna manera, cuando estoy contigo, no siento nada más que paz. ―Él levantó una mano y le quitó el cabello de la cara―. No estoy dispuesto a renunciar a eso. ―Te amo. ―Las palabras salieron de su boca en un susurro ahogado. No le hicieron justicia a la emoción atrapada en su pecho ni a la que obstruía su garganta, pero era todo lo que tenía. ―Te amo, también. ―Él la besó suavemente quedándose allí por un largo, tierno momento antes de retroceder―. Cásate conmigo. En serio.


Sus ojos se llenaron y desbordaron, calientes lágrimas cayeron por sus mejillas, haciendo que no pudiera hablar. Por no tener que renunciar a él de nuevo, para estar allí cuando abriera sus ojos cada mañana, doblándose en él cada noche, mientras dormía. Ya se pertenecían el uno al otro. Cada uno había reclamado al otro la primera noche. Esto sería simplemente hacerlo oficial. ―Me gusta la idea. ―Se las arregló para empujar las palabras a través de su garganta, de su voz quebrada. ―El Palacio de Justicia abre a las ocho y media mañana. ―Su no tan sutil sentido quemó en sus ojos oscuros. Ella dejó escapar una risa tranquila, quitando la humedad de sus mejillas. ―Tu madre nos matará. Él sonrió, siempre el chico malo. ―¿Quién dice que tiene que saberlo? Nos casamos mañana, y no se lo decimos a nadie. Mi madre todavía puede tener su gran boda. Todo el mundo estará feliz. Ella puso los ojos en blanco, apretándose en él. ―Estará por toda la ciudad para la hora del almuerzo. Sus brazos se apretaron alrededor de ella. ―Mm. ―O podríamos esperar. ―No pudiendo resistirse a burlarse de él, se mordió juguetonamente el labio inferior y agitó sus pestañas hacia él. Las comisuras de sus labios se movieron, pero para su crédito, no sonrió. En su lugar, entrecerró los ojos, juguetón, en reto. ―¿Todavía no puedes decidir si me quieres? Ella se levantó de puntillas, susurrando contra su boca. ―Estoy muy segura de que te quiero. Creo que lo supe esa primera noche. Él bajó la voz, ronca y tentadoramente. ―Entonces cásate conmigo.


―Nada me encantaría más que eso ―susurró contra su boca mientras lo besaba de nuevo. Él la besó lentamente, sus labios navegaron por los de ella en un tierno intercambio que la hizo fusionar su cuerpo en el suyo. Después de un largo, persistente momento, él se retiró. ―Todavía tengo que volver. Tengo una entrevista la próxima semana y con las cosas tan cambiantes, Casey y yo tenemos un montón por clasificar. ¿Te irás conmigo? Podrás volver en cualquier momento que desees. O tu padre podría volar para ir a vernos. ―¿No me tendrás prisionera? Él se inclinó y pasó los dientes sobre su oreja. ―Ya habrá tiempo para eso después. ―Se apartó, sus ojos buscaron en los de ella―. Entonces, ¿irás? ¿Él tenía miedo de que realmente no lo hiciera? ―Quiero estar contigo, Michael. Ella colocó una mano sobre su corazón. ―Siempre. ―Vamos a casa. ―Él rozó sus labios sobre la de ella. Ella apretó su cuerpo contra el suyo, afirmando su agarre en él mientras se levantaba sobre los dedos de sus pies y se reunía con él a mitad de camino. ―Ya estoy en casa.

Fin


Sobre el Autor:

JM escribe lo que le gusta llamar dulce y picante novela contemporánea. Es un ama de casa que vive en Seattle, Washington, con su esposo, dos hijos y sus dos cachorros muy mimados. Ha estado devorando novelas desde que tiene uso de razón. Escribir se ha convertido en su pasión. ¿Dónde puedes encontrarla en la web?

- Website: http://authorjmstewart.com - Twitter: https://twitter.com/#!/JMStewartWriter - Facebook: www.facebook.com/pages/Author-JMStewart - Blog: http://jmstewart.blogspot.com/ - Goodreads: www.goodreads.com/author/show/3159044



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