El adiós a García Márquez: una muerte anunciada para la que nadie estaba preparado POR JULIETA ROFFO 19/04/14
En México y en Colombia, una multitud le rindió homenaje. Lectores, escritores y amigos reflejaron su pesar.
Mirada inmortal. Un retrato del Nobel colombiano, un autor universal. / AP
Aracataca. Una mujer se acerca a la casa natal del escritor para celebrarlo con un mensaje. / AFP
Gabriel García Márquez murió a los 87 años el jueves, en su casa de la capital mexicana, la ciudad en la que vivía desde 1961. No cualquier jueves sino el Jueves Santo, fecha en la que eligió que muriera su Úrsula Iguarán, matriarca del clan Buendía en Cien años de soledad. Mujer inapelable, supersticiosa, sostén de varias generaciones de José Arcadios, Aurelianos y las primas y hermanas que crecían en ese árbol genealógico que cientos de miles de lectores del mundo fueron dibujando con el correr de las páginas de la novela que se publicó por primera vez en Buenos Aires en 1967. La noticia de su muerte se conoció primero en Twitter, cuando la periodista Fernada Familiar escribió “Deja de latir el corazón de Gabriel García Márquez” y en el siguiente tweet aseguró que contaba con la autorización de la familia para transmitir la información que enseguida se convirtió en título principal de los portales de noticias de todo el mundo. A las 5 de la tarde, el cuerpo de García Márquez fue trasladado desde el hogar que, en la calle Fuego 144, compartía con Mercedes Barcha, su compañera de toda la vida, hasta la casa fúnebre García López, en el barrio El Pedregal. La camioneta gris que trasladó sus restos, en la que viajaba parte de su familia, fue escoltada por la policía mexicana, que cortó el tránsito para agilizar el viaje y dispuso un cordón de custodia al llegar al lugar. Esos mismos policías decidieron que
la corona de rosas amarillas enviada por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara esperara fuera de la casa velatoria, mientras algunos amigos escritores, periodistas y políticos, según informó la prensa mexicana, lograban acceder. Hasta la vereda de la funeraria llegaron varios lectores con ejemplares de sus libros, y hubo lectura tan pública como espontánea de algunas de sus obras. Muchos de ellos, y otros tantos que se acercaron a la casa de la calle Fuego, llevaban también flores amarillas: eran las que Gabo encontraba frescas en su escritorio todos los días, gracias a un ritual que Mercedes, la mujer a la que le prometió que se casarían cuando apenas tenían 9 y 14 años, nunca abandonó. Más tarde, en una ceremonia privada, los restos de Gabo fueron cremados. El alcalde de Aracataca, el pueblo natal del escritor, pidió al gobierno colombiano que realice gestiones para que las cenizas del Premio Nobel sean llevadas allí. El Nobel colombiano, que había recibido esa distinción en 1982 vestido del blanco que hay que lucir para que el sol del Caribe no achicharre y que, claro, en su discurso habló de Latinoamérica, permaneció internado cinco días en la capital mexicana por una infección pulmonar y recibió el alta el 8 de abril, aunque su estado seguía siendo delicado. Incluso el diario mexicano El Universal publicó el lunes 14 que el autor padecía cáncer nuevamente –se había recuperado en 1999 de un cuadro oncológico linfático–, y que esta vez afectaba un pulmón, el hígado y ganglios. Pero su círculo íntimo, a través de Mónica Alonso, asistente de García Márquez, desmintió la información: “Nunca nadie nos ha hablado de cáncer”, dijo. Quienes se acercaron hasta la casa fúnebre y hasta la vivienda del autor podrán rendir homenaje a García Márquez el lunes en el prestigioso Palacio de las Bellas Artes del D.F. Habrá presidentes, funcionarios y amigos importantes, pero sobre todo, lectores.
El día que Gabo le rindió un sentido homenaje a John Lennon Nobel de Literatura definió magistralmente el sentir del mundo por la muerte del ex Beatle
Gabriel García Márquez destacó el talento artístico de John Lennon. (Fotos: AP / Reuters)
18-4-14
A su celebrada y prolífica producción literaria, el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez sumó una importante laboral periodística, en la que destacan una serie de ensayos y artículos, como el que escribió en 1980 en homenaje a John Lennon.
Algunos días después del asesinato del fundador de Los Beatles, el escritor colombiano empleó su prodigiosa pluma para rendirle homenaje. Bajo el título de "Sí: la nostalgia sigue siendo igual que antes", García Márquez, definió magistralmente el sentir del mundo por la muerte de uno de sus músicos más emblemáticos. A continuación parte del texto escrito por el Nobel de Literatura. Por Gabriel García Márquez Ha sido una victoria mundial de la poesía. En un siglo en que los vencedores son siempre los que pegan más fuerte, los que sacan más votos, los que meten más goles, los hombres más ricos y las mujeres más bellas, es alentadora la conmoción que ha causado en el mundo entero la muerte de un hombre que no había hecho nada más que cantarle al amor. Es la apoteosis de los que nunca ganan. Durante 48 horas no se habló de otra cosa. Tres generaciones -la nuestra, la de nuestros hijos y la de nuestros nietos mayores- teníamos por primera vez la impresión de estar viviendo una catástrofe común, y por las mismas razones. Los reporteros de televisión le preguntaron en la calle a una señora de ochenta años cuál era la canción de John Lennon que le gustaba más, y ella contestó, como si tuviera quince: "La felicidad es una pistola caliente". Un chico que estaba viendo el programa dijo: "A mí me gustan todas". Mi hijo menor le preguntó a una muchacha de su misma edad por qué habían matado a John Lennon, y ella le contestó, como si tuviera ochenta años: "Porque el mundo se está acabando". Así es: la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía. Yo no olvidaré nunca aquel día memorable de 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles. A partir de entonces descubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de Sar, Angel, donde apenas; si teníamos dónde sentarnos, había sólo dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles. Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de muchedumbres, “Help, I need somebody”. Alguien volvió a plantear por esa época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del catálogo: Bach. Beethowen, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de siempre: que se incluyera a Bosart. Alvaro Mutis, que como todo gran erudito de la música tiene una debilidad irremediable por los ladrillos sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la batalla en favor de Berliotz, que yo libraba en contra porque no podía superar la superstición de que es un oiseau de malheur, es decir, un pájaro de mal agüero. En cambio, me empeñé, desde entonces, en incluir a los Beatles. Emilío García Riera, que es taba de acuerdo conmigo y que es un crítico e historiador de cine con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: "Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida". Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a máquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo volumen. Como sucede siempre, pensábamos entonces que estábamos muy lejos de ser felices, y ahora pensamos lo contrario. Es la trampa de la nostalgia, que quita de su lugar a los momentos amargos y los pinta de otro color, y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como en los retratos antiguos, que parecen iluminados por el resplandor ilusorio de la felicidad, y en donde sólo vemos con asombro cómo éramos de jóvenes cuando éramos jóvenes, y no sólo los que estábamos allí, sino también la casa y los árboles del fondo, y hasta las sillas en que estábamos sentados. El Che Guevara, conversando con sus hombres alrededor del fuego en las noches vacías de la guerra, dijo alguna vez que la nostalgia empieza por la comida. Es cierto, pero sólo cuando se tiene hambre.
Gabriel García Márquez / 1927-2014
Cien años de soledad y el viaje a Buenos Aires que hizo historia El gran clásico del escritor colombiano se publicó por primera vez en la Argentina, en 1967; un actor clave rememora la visita al país que, para la ocasión, realizó el novelista junto con su mujer Por Tomás Eloy Martínez | Para LA NACION Sábado 19 de abril de 2014 García Márquez posa con un ejemplar de la primera edición de Cien años de soledad, en 1975. Foto: Corbis
El 30 de mayo de 2007, Tomás Eloy Martínez publicó en LA NACION la nota que aquí se reproduce para celebrar el cuadragésimo aniversario de Cien años de soledad Agosto de 1967 fue el mes que cambió la vida de Gabriel García Márquez . Había cumplido 40 años el 6 de marzo de ese año, y en septiembre anterior había puesto punto final a Cien años de soledad, su novela de gloria. Todavía no tenía editor. Lo más probable era que terminara cediéndola a Era, el sello mexicano independiente que acababa de publicar El coronel no tiene quien le escriba. En mayo, cuando la revista Mundo Nuevo adelantó en París el fragmento sobre el insomnio en Macondo, una ráfaga de deslumbramiento corrió entre los lectores hispanoamericanos. Se estaba ante la completa novedad de un lenguaje sin antecedente y de una osadía narrativa que sólo podía compararse con Rabelais, con Kafka y con los cronistas de Indias. Aun así, el autor seguía siendo casi un desconocido. En su casa de San Angel Inn, al sur de la infinita ciudad de México, seguía enredado en apuros económicos que le impedían pagar a tiempo el alquiler y obligaban a su mujer, Mercedes Barcha, a pedir que les fiaran sin término los alimentos en el mercado. Llevaban ya seis meses de insolvencia cuando el propietario de la casa llamó a la puerta y les preguntó si tenían idea de cuándo podrían saldar la deuda. García Márquez contó así el episodio en Cartagena: "Mercedes hizo sus cuentas astrales y le dijo a su paciente casero, sin el mínimo temblor en la voz: -Podemos pagarle todo junto dentro de seis meses. -Perdone señora -le contestó el propietario-, ¿se da cuenta de que entonces será una suma enorme? -Me doy cuenta -dijo Mercedes, impasible-, pero entonces lo tendremos todo resuelto, esté tranquilo." A mediados de julio de 1967, los García Márquez fueron invitados por el gobierno venezolano a participar en un congreso de literatura al que también asistirían Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa y Arturo Uslar Pietri. Al final de las deliberaciones se iba a entregar por primera vez el premio Rómulo Gallegos, que ascendía entonces a cien mil bolívares, unos veinticinco mil dólares. Los candidatos eran Tres tristes tigres , de Guillermo Cabrera Infante; El siglo de las luces , de Alejo Carpentier; Juntacadáveres , de Onetti, y La casa verde , de Vargas Llosa. García Márquez y Mercedes llegaron a Caracas el 3 de agosto. En el aeropuerto los esperaban Soledad Mendoza, que era amiga de ambos desde 1958, y Mario Vargas Llosa, que sólo conocía algunas páginas de Cien años de soledad y se moría de ganas de abrazar al autor. "Esa fue la primera vez que nos vimos las caras", escribiría después Vargas Llosa en Historia de un deicidio . "Recuerdo muy bien la suya, desencajada por el espanto reciente del avión, incómoda entre los fotógrafos y periodistas. Nos hicimos amigos y estuvimos juntos las dos
semanas que duró el Congreso, en esa Caracas que con dignidad enterraba a sus muertos [los del terremoto que había destruido parte de la capital una semana antes]." Vargas Llosa ganó el premio Rómulo Gallegos con La casa verde . La novela de García Márquez había sido publicada en Buenos Aires sólo un par de semanas antes y, por lo tanto, estaba fuera de concurso. Apenas terminó el Congreso, Mercedes y él volaron a Bogotá, donde confiaron a la familia el cuidado de Rodrigo y Gonzalo, sus dos hijos pequeños, y el 16 de agosto a la madrugada llegaron a Buenos Aires, invitados por la editorial Sudamericana y por el semanario Primera Plana , del que yo era jefe de redacción.
DÍAS DIFÍCILES El vuelo de Avianca desde Bogotá, con una larga escala en Lima, aterrizó en Ezeiza a las 3.15. Los García Márquez soñaban con ver las cumbres de la cordillera de los Andes, pero no había luna esa noche y el cielo cubierto de nubes apagaba todos los paisajes. -Vimos la Cordillera con su luz cuando regresamos a Bogotá con una escala en Santiago de Chile -contará Mercedes cuarenta años después. -Eran las tres de la tarde. Las montañas estaban nevadas y el aire era transparente. Aquella visión nos cortó el aliento -dirá Gabriel. Durante tres días, primero en la ciudad de México una tarde de noviembre de 2006, y luego durante dos noches de marzo de 2007 en Cartagena de Indias, los tres repasamos los detalles de aquel inolvidable viaje a Buenos Aires, que selló para siempre la gloria de García Márquez. No sólo a mí me interesaba tener los hechos claros. También a él, porque la historia de Cien años de soledad abrirá el segundo volumen de las memorias que empezaron con Vivir para contarla . Parte de ese relato fue adelantada en el discurso que pronunció el 26 de marzo en el Centro de Convenciones de Cartagena. La prensa ha prestado especial atención a las declaraciones de humildad del autor -"ni en el más delirante de mis sueños, en los días en que escribía Cien años de soledad , llegué a imaginar que podría asistir a este acto para sustentar la edición de un millón de ejemplares"-. Pero al resto del discurso se le concedió menos importancia, quizá porque los incidentes que contó García Márquez se daban como sabidos. No es así. En las noches de Cartagena y de México cotejamos la versión autorizada por el autor con la que dio al llegar a Buenos Aires en 1967. Juntos corregimos los horarios y las estadísticas alteradas por el vértigo de los años y coincidimos en detalles que ahora transcribo puntualmente. A los García Márquez no les alcanzaban los ahorros para completar los 58 pesos mexicanos que costaba enviar por correo el manuscrito de la novela -unas 590 carillas- y tuvieron que dividirlo en dos paquetes. Gabriel cree que los 500 dólares que la editorial Sudamericana iba a pagarles como adelanto por la publicación llegaron a tiempo para sacarlos de aprietos, pero en Buenos Aires, cuarenta años antes, habían contado que Mercedes debió empeñar en el
Monte de Piedad la licuadora que Soledad Mendoza les regaló cuando se casaron. Así volvieron al correo con los veinte pesos que necesitaban y, cuando salieron de allí aliviados, Mercedes dijo: -¡Ay, Gabito! Lo único que falta ahora es que la novela te haya salido mala. Le había salido buenísima, y los dos lo sabían, pero no querían decirlo en voz alta porque son supersticiosos como todos los hijos del Caribe, y cantar victoria antes de tiempo hubiera atraído la mala suerte, la pava, como se llama ese estigma en la costa colombiana.
EL PRIMER AMANECER Al aeropuerto de Ezeiza llegó Mercedes con un vestido de lanilla suelto, que acentuaba la elegancia de su porte y la esbeltez de su cuello, alto y airoso como el de la reina Nefertitis. Usaba entonces el pelo corto y se movía con la seguridad de quien jamás duda de su importancia en el mundo. García Márquez contó esa noche que en marzo de 1965, antes de sentarse a escribir la novela, le entregó a su mujer los mil quinientos dólares que había ganado en un trabajo para una agencia de publicidad y le dijo: -Vas a tener que arreglarte con esto para los gastos de la casa, Meche. Yo tengo que encerrarme a escribir la novela. -¿Cuánto te parece que vas a tardar, Gabito?-Seis meses, cuanto mucho. Fueron dieciocho, un año y medio. En ningún momento lo interrumpió Mercedes para confiarle las deudas en que se estaba comprometiendo y ni un solo día dejó García Márquez de cumplir con el trabajo de galeote que se había impuesto. En Buenos Aires recordó que sólo una vez, apremiado por una feroz sed de alcohol, se puso a gritar: -¡Carajo, en esta casa ni siquiera hay whisky! Pero Mercedes diría en Cartagena que ella se las había arreglado siempre para que el whisky no faltara. Lo que sí escaseaba a veces era el papel de escribir, porque Gabriel, en vez de tachar cuando cometía un error, volvía a mecanografiar con dos dedos la página completa, y así los cestos se llenaban rápido de hojas maltratadas. A Buenos Aires llegaron los dos con unas ganas irreprimibles de comer un bife de chorizo. Gabriel vestía la misma chaqueta caribe de colores eléctricos con la que Ernesto Schoo lo había fotografiado en México y que estaba reproducida en la tapa de la revista Primera Plana del 20 de junio. Durante años se atribuyó por error a esa portada insólita -que introducía a un escritor desconocido con un título estruendoso: "García Márquez-La gran novela de América"- la fama instantánea que cayó sobre el autor en Buenos Aires y que se expandió con una fuerza evangélica por todos los meridianos de la lengua castellana. A Primera Plana , sin embargo,
no le corresponde mérito alguno, excepto el de haber advertido a tiempo la grandeza de ese libro. La historia tal como fue es tan sencilla que cabe en pocas líneas. En septiembre de 1966, alertado por Carlos Fuentes, el crítico chileno Luis Harss entrevistó a García Márquez en México, leyó fragmentos de la novela y decidió incorporar de inmediato al escritor al grupo de los diez más grandes narradores vivos de América latina. El libro se llamó Los nuestros e incluía entrevistas con Borges, Onetti, Miguel Angel Asturias, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, João Guimarães Rosa, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Al regresar a Buenos Aires, Harss aconsejó a Francisco Porrúa -director editorial de Sudamericana- que comprara los derechos de la novela. Porrúa la leyó entusiasmado y me invitó a su casa de San Telmo una noche de lluvia para que compartiera el deslumbramiento. No había duda. Se trataba de una obra maestra y, además, reveladora de los poderes infinitos de una ficción bien contada. Porrúa y yo acordamos que la editorial y el semanario unirían esfuerzos para invitar al autor a Buenos Aires. Ramiro de Casasbellas, subdirector del semanario, opinó que el lanzamiento sería incompleto si no se entrevistaba al autor. Ernesto Schoo partió entonces a México y tuvo con García Márquez una conversación de antología. En esos tiempos precarios, los autores no presentaban sus libros al público ni las editoriales los llevaban de viaje para promoverlos. Había que buscar, entonces, otro pretexto. Sudamericana y Primera Plana patrocinaban un premio de novela y ya estaban elegidos dos de los jurados: Leopoldo Marechal y Augusto Roa Bastos. Como hacía falta un tercero, García Márquez calzaba a la perfección. El y Mercedes fueron alojados en un hotel modesto de la calle Arenales, del que jamás se quejaron. Durante los primeros días, García Márquez -famoso por su disciplina de monje- se aplicó a la lectura de los 57 manuscritos presentados al premio, y pasó revista de todos los textos que le pusieron por delante. Así celebró los cuentos de Juan José Hernández como "los mejores que se están escribiendo en este país de grandes cuentistas" y, una vez que decidió votar por El oscuro, de Daniel Moyano, en el concurso, pidió todos los libros anteriores de Moyano para leerlos en el avión de regreso. Al principio, nadie lo reconocía. Me pidió prestado el automóvil que yo tenía en esa época para ir a besarse con Mercedes en los bosques de Villa Cariño, y una mañana de jueves, a eso de las diez, cuando estábamos desayunando en la esquina de Santa Fe y Suipacha, se levantó de pronto de la mesa, tomó a Mercedes de la mano y la llevó hacia la mitad de la avenida, interrumpiendo el tránsito. Allí la levantó en vilo, como a una novia, y la besó en la boca. -Lo hizo porque yo era más delgada -dirá Mercedes en Cartagena, cuarenta años más tarde. -No lo repitas -contestará Gabriel-, porque soy capaz de volver a hacerlo ahora mismo. El viernes ya lo aplaudían en los teatros, lo abrazaban en las calles y el representante del café de Colombia en la Argentina le daba una gran fiesta en su casa de Acassuso. Allí vi a García Márquez ejercer sus entonces desconocidos poderes de mago, que ahora son famosos.
Hacia la medianoche, Patricia Peralta Ramos estaba meditabunda en un rincón. Gabriel se le acercó y le dijo unas pocas palabras al oído. Ella quedó instantáneamente bañada en lágrimas y, cuando estuvo a punto de sollozar, salió al jardín. -¿Por qué la hiciste llorar? -le dije-. ¿Qué le dijiste? -Nada -respondió él-. Le pregunté por qué se sentía tan sola. -¿Cómo supiste que estaba sola? -¿Acaso has conocido a una mujer de veras que no se sienta sola? Patricia se acordaba perfectamente de la historia cuando la encontré en Washington a mediados de 1983 y seguía emocionándose al evocarla. El lunes 20 de agosto de hace cuarenta años, cuando llegué al hotel para llevar a García Márquez a la redacción de Primera Plana , donde lo esperaban cincuenta ejemplares de su novela para autografiar, noté que Mercedes estaba incómoda y le pregunté qué le pasaba. -Nada -dijo-. Ya he usado toda la ropa que traje. Cuando vuelva a Bogotá tendré que comprarme algo. -¿Por qué no compras acá? -le sugerí-. Es agosto y en todas partes hay liquidaciones de saldos. -No creo que nos alcance el efectivo que trajimos. Tanto ella como su marido son extremadamente pudorosos con el dinero. García Márquez no tenía un centavo para comer cuando vivía en París y estaba escribiendo La mala hora . Los amigos le ofrecían préstamos que él siempre rechazaba. Ese código familiar enaltece aún más los malabarismos que hizo Mercedes para mantener la casa sin acudir a nadie durante los dieciocho meses que duró la escritura de Cien años . Pero aquella tarde del día lunes 20 la situación era distinta. -La novela lleva vendidos ya once mil ejemplares -dije-. Al autor le corresponden unos setenta mil pesos. Podemos pedirle a la editorial que adelante parte de esa suma. Era una cifra enorme, más de veinticinco mil dólares. Desde el vestíbulo del hotel hablé por teléfono con el presidente de Sudamericana, Antonio López Llausás, y le expliqué lo que pasaba. -La novela sigue vendiéndose sin parar -me dijo-. Nunca hemos hecho antes un pago anticipado como éste. Dígale a García Márquez que mañana, apenas abran los bancos, le llevaré personalmente treinta mil pesos y dos o tres mil dólares.
Subí a contárselo a Gabriel. Lo hice con discreción, para no afrontar el enojo de Mercedes. -Dile que me lo traiga en billetes pequeños -se obstinó el autor. -¿Para qué pequeños? -Nomás eso dile. Billetes de cien y de cincuenta pesos, dólares de veinte y de diez. -Es un bulto enorme -observé-. López Llausás tendrá que pedir ayuda. A la mañana siguiente, el presidente de Sudamericana y un asistente llegaron al hotel con dos maletines repletos. -Hágame el favor, don Antonio -dijo García Márquez-. ¿Puede arrojar todos los billetes sobre la cama? Se formó una parva alta de varios colores. Si alguien abría las ventanas, los papeles podían salir volando. El escritor tomó un puñado, seis a ocho mil pesos, lo puso sobre la bandeja del desayuno, retiró una rosa del florero y, con una reverencia, se lo ofreció a Mercedes. -Para que te compres toda la ropa que quieras - dijo-. Si ves algo que te gusta y no puedes pagarlo, vuelve para decírmelo. Puedo escribir otra novela, y ésa va a ser mejor que Cien años de soledad .
EL PESO DEL MUNDO Desde aquella fiesta de Acassuso, García Márquez y Mercedes se me perdieron de vista. Nos hablábamos todos los días por teléfono, nos encontrábamos fugazmente en el último piso del edificio del semanario mientras él discutía con Marechal y Roa Bastos sus lecturas de los manuscritos para el premio de novela, y a veces tomábamos un café de pie cerca de su hotel. Fundamos entonces una amistad honda que los años no han quebrado ni atenuado. En Barcelona, en México, en Nueva York, en Bogotá y en Cartagena emprendimos proyectos ambiciosos -algunos de los cuales siguen en pie, como la Fundación para un Nuevo Periodismo- y hasta le pedí consejo para algunas penas de amor. El ha respetado mis serios reparos al régimen de Castro; yo he respetado su amistad sincera con Fidel. Cuando brindamos en Cartagena por sus 80 años, le dije: -Brindemos por tus cien, pero en Buenos Aires. -¿Por qué esperar hasta entonces? -me contestó-. ¿Por qué no vuelves a invitarme ahora, como en 1967? -Te espero. Ya no necesitas que nadie te invite. Me disculpé entonces, con cuarenta años de tardanza, por no haber ido al aeropuerto a despedirlo cuando se marchó de Buenos Aires. Porrúa y yo habíamos estado solos con
nuestras almas en Ezeiza aquella madrugada gélida del 16 de agosto. La mañana en que se fue, había, sin embargo, una multitud de amigos nuevos. Me había llamado por teléfono ese día temprano, el sábado 26. Le pregunté si el viaje lo había hecho feliz. -Me voy lleno de besos y abrazos -dijo-. Tu ciudad es maravillosa, pero no le descubro las mañas. -¿Qué harás ahora, a la vuelta de tanta gloria? -Desaparecer. Mercedes y yo vamos a buscar a los niños en Bogotá, y luego iremos a pasear por Asunción, Lima, Montevideo, no lo sé. Dentro de un mes nos instalaremos en Barcelona. Está a orillas del mar, es barata, y porque mientras no me llene de amigos tendré la paz debida para escribir otra novela. ¿Por qué no vienes con nosotros? -Ahora no. Iré a visitarte cuando menos lo esperes. Ve a buscar a los niños y quédate en Buenos Aires. Cuando se acostumbren a verte por la calle dejarán de abrazarte. ¿No viste lo que le pasa a Borges? Camina por todas partes inadvertido. -Ustedes son los que no saben dónde están. Buenos Aires queda en el confín del mundo. Cuando llegas a esta ciudad, ya no puedes ir a ninguna parte. Aquí se acaban todos los caminos. Si te pones a mirar los mapas, te asfixias. Sientes que el planeta te pesa en las espaldas y que te puede caer encima en cualquier momento. -¿A qué horas es tu vuelo a Bogotá? -le pregunté. -A la una, creo. Salí de mi casa a las 12.30. Había un accidente en la Avenida del Trabajo, que entonces era el camino obligado al aeropuerto, y eso me dio el pretexto perfecto para llegar tarde. El día estaba encendido por una luz cegadora y en el cielo no había una sola nube. Desde el acceso al aeropuerto vi la silueta del avión colombiano que se elevaba con una osadía vertical y me quedé un rato allí, alzando tontamente una mano en señal de adiós. El avión entró en el círculo del sol, se convirtió en un punto diminuto, y al cabo de un rato se perdió en su luz de gloria.
La casa de Gabriel García Márquez, el lugar elegido por amigos y admiradores para despedirlo La familia informó que no se realizarán honras fúnebres, por lo que sus seguidores se acercaron para llevar flores al 144 de la calle Fuego, en Ciudad de México, donde el célebre escritor pasó sus últimos años Sábado 19 de abril de 2014 Gonzalo García, el hijo de "Gabo", agradeció a quienes se acercaron a la casa donde el escritor pasó sus últimos días. Foto: AP inShare
CIUDAD DE MEXICO.- Diversas personalidades y amigos de la familia de Gabriel García Márquez, que murió anteayer a los 87 años, se reunieron en su casa para homenajear al escritor colombiano, luego de que se informara que no se realizarían honras fúnebres. El lunes se harán homenajes, tanto en Mexico como en Aracataca, su ciudad natal, en Colombia.
Anteanoche, en un comunicado difundido por autoridades culturales de México, la familia del autor informó que el cuerpo de "Gabo" sería incinerado en privado. Ayer, su casa en el sur de la capital fue el punto de reunión entre allegados y admiradores del escritor, que depositaban ramos de flores a la puerta de la residencia, cerrada para los periodistas. Dentro se encontraban su esposa, Mercedes Barcha, y sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo. El director del Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), Jorge Sánchez, amigo del autor deCien años de soledad desde hacía cuarenta años y quien lo había visitado en las últimas semanas se acercó hasta allí. "Se estaba apagando y ya, así, tal cual, sonriendo siempre, con el ánimo arriba", dijo Sánchez en declaraciones a los periodistas que hacían guardia ante la casa de en el número 144 de la calle Fuego, en el sur de Ciudad de México. Cuando llegó, Sánchez no llevaba flores, como otros, sino bananas y tortillas de maíz caseras, dos de las comidas favoritas del autor de El coronel no tiene quien le escriba. En el interior de la casa, la viuda se encontraba "tranquila" o "serena", según algunos amigos, pero también "llena de tristeza", como declaró Jacobo Zabludovsky, un reconocido periodista mexicano que tuvo una estrecha relación con la familia del autor.
José Gabriel Ortiz, embajador de Colombia en Mexico, visitó la casa de García Márquez. Foto: Reuters "Está bien, contesta constantemente al teléfono, llena de tristeza, pero tranquila", afirmó Zabludovsky. "Inmortalizó el nombre de Colombia junto con él y su literatura", expresó el ingeniero colombiano Carlos Eduardo Quiroga, de 36 años, quien vive en México desde hace trece años y que llegó a la casa acompañado de su esposa, su madre, su hermana y sus dos hijos. Llevó un ramo de rosas amarillas, las favoritas del autor, que depositó en una esquina del portón de la vivienda. También arribó un arreglo de margaritas y rosas blancas que envió la cantante colombiana Shakira, con una tarjeta que decía: "Mi más sentido pésame. Shakira". Otros colombianos o mexicanos llegaron también para dejar sus rosas o girasoles. Se hicieron presentes también dos representantes diplomáticos de España, que entregaron a la familia dos cartas de los reyes de España y de los príncipes de Asturias, herederos de la Corona, con el pésame a los familiares del Premio Nobel de 1982. Entre quienes fueron a la casa se encuentran también el embajador de Colombia en México, José Gabriel Ortiz, y el cineasta Felipe Cazals, quien destacó no sólo el aporte cultural de García Márquez, sino también su vertiente humana. "Nunca, desde que lo conocí [hace 40 años], nunca lo oí hablar mal de nadie", dijo.
HOMENAJES EN ARACATACA, SU CIUDAD NATAL
Una calle de Aracataca, el pueblo colombiano donde el escritor pasó su infancia. Foto: AFP El alcalde de Aracataca, el pueblo caribeño donde García Márquez nació el 6 de marzo de 1927, pidió al gobierno colombiano que realice gestiones para que las cenizas del Premio Nobel de Literatura sean llevadas allí. "Sería un honor para nosotros como cataqueros", dijo el funcionario Tufith Hatum. E informó que hará una petición formal al presidenteJuan Manuel Santos En ese pueblo del departamento de Magdalena, a unos 670 kilómetros de Bogotá y al que muchos consideran como el verdadero Macondo de la obras de "Gabo", se realizará el lunes un funeral simbólico de forma simultánea con el homenaje que se efectuará en Ciudad de México. La ceremonia mexicana será en el Palacio de Bellas Artes, aunque se espera que además de ese acto haya otros para despedir al autor. Asistirá al acto el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, probablemente acompañado por su colega mexicano, Enrique Peña Nieto, aunque no hubo confirmación oficial por parte de la Presidencia mexicana. 1927-2014
Gabriel García Márquez: el mundo despide al gigante de las letras Por Violeta Gorodischer | Para LA NACION Sábado 19 de abril de 2014 Un hombre lee la noticia de la muerte de García Márquez en el diario en Aracataca, el pueblo en que nació. Foto: AP
"Hay un momento en que todos los obstáculos se derrumban, todos los conflictos se apartan, y a uno se le ocurren cosas que no había soñado, y entonces no hay en la vida nada mejor que escribir", señalaba Gabriel García Márquez en El olor de la guayaba. Aunque no puede decirse que su muerte, anteayer, a los 87 años, en Ciudad de México, haya sorprendido al mundo -las noticias sobre su internación y los posteriores cuidados paliativos ya ocupaban las tapas de los diarios- es la idea de legado, más allá de la pérdida, lo que hoy empieza a gestarse. En un mismo movimiento, la política, la cultura y el periodismo del mundo despiden a uno de los escritores más importantes del siglo XX, padre del realismo mágico, exponente del boom latinoamericano y ganador del Premio Nobel de Literatura en 1982. Se fue "el compatriota más querido", dijo el presidente Juan Manuel Santos, y varios otros políticos se sumaron a la despedida, en un espectro que va de Barack Obama a Raúl Castro, pasando por François Hollande, los reyes de España, Dilma Rousseff y hasta las FARC. Eduardo Galeano, desde Río de Janeiro, no quiso quedarse en silencio: "Hay dolores que se dicen callando. Se dicen callando, pero duelen igual. Cómo nos duele la muerte del 'Gabo' García Márquez", señaló. Tal vez la declaración más esperada fue la de otro Nobel, Mario Vargas Llosa, teniendo en cuenta la histórica pelea que los enfrentó en 1976, cuando Vargas Llosa le dio un puñetazo en el ojo a García Márquez -cuestiones personales, esgrimieron entonces- sellando una confrontación que se acentuaría con el paso de los años y las discrepancias políticas. Sin embargo, el autor peruano no se mostró indiferente. "Ha muerto un gran escritor -dijo-. Sus obras le dieron gran difusión y prestigio a la literatura. Sus novelas le sobrevivirán y seguirán ganando lectores por doquier. Le envío mis condolencias a su familia."
"Gabo", como le decían los íntimos, trascendió el lugar de escritor para convertirse en figura clave de América latina, una suerte de mediador entre Colombia y el mundo, siempre dispuesto a interceder en los conflictos. "Llevo conspirando por la paz en Colombia casi desde que nací", había declarado al diario El País en 2005. Con los años entabló un fuerte vínculo con Fidel Castro. Su hermano Raúl no hizo declaraciones públicas, pero le envió una carta a la viuda de García Márquez, Mercedes Barcha. "El mundo, y en particular los pueblos de Nuestra América, hemos perdido físicamente a un intelectual y escritor paradigmático. Los cubanos a un gran amigo, entrañable y solidario", fueron las palabras de Raúl Castro. Lo siguieron en las condolencias otros reconocidos líderes latinoamericanos como Evo Morales, Nicolás Maduro y José "Pepe" Mujica, quien afirmó haber conocido la obra del colombiano durante el período en que estuvo preso, entre 1972 y 1985. "América latina perdió un compañero de utopías que, sin embargo, seguirá vivo como maestro y en la esperanza de la gente", afirmó el presidente uruguayo. La premio Nobel de La Paz 1992 Rigoberta Menchú, en tanto, lo describió como "un hombre coherente, progresista, consecuente, solidario y profundamente latinoamericano''. Paradoja o consecuencia de sus actos, lo cierto es que García Márquez sigue aunando posturas después de haber dejado este mundo. Y así es como de pronto, ideologías que podrían juzgarse opuestas coinciden en un mismo sentido. No tan lejos de los nombres recién mencionados, figuras políticas como Shimon Peres, Mariano Rajoy o Vladimir Putin manifestaron un común dolor ante la partida del Nobel. "Me sentí honrado de ser su amigo y de conocer su gran corazón y su mente brillante durante más de veinte años", fueron, sin ir más lejos, las palabras de Bill Clinton.
EL UNIVERSO LITERARIO Potentes fueron también las resonancias dentro del fértil campo cultural latinoamericano. Jaime Abello Banfi, director general de la Fundación García Márquez (FNPI), emitía anteayer un comunicado titulado "Gracias, maestro Gabo", donde aseguraba, entre otras cosas, que "Gabo" dejó su fuerza a la nueva generación de periodistas. "Asumimos con seriedad y entusiasmo, de la mano de nuestros maestros y aliados, la responsabilidad de que cada día más periodistas de Iberoamérica puedan conocer sus ideas, estudiarlas e incluso cuestionarlas- escribió Abello Banfi-, pero siempre con la convicción de que éste es un oficio de carpinteros, que se aprende y se perfecciona con la práctica". Pisándole los talones, grandes exponentes del género como Jon Lee Anderson, Juan Villoro y Héctor Feliciano, muchos de ellos maestros de la FNPI, sumaban sus voces para despedir "al maestro" en textos escritos especialmente para la ocasión. En el terreno literario, Isabel Allende, William Ospina y Luis Chitarroni, por nombrar algunos de sus representantes, contaron cómo la tristeza deja grietas por las que, sin embargo, empieza a sellarse una herencia literaria muy difícil de superar. "Para mí, García Márquez ha sido y sigue siendo uno de mis maestros en el trabajo literario y periodístico -aseguró, por su parte, el cubano Leonardo Padura, autor de El hombre que amaba a los perros-. Fue un escritor avasallador, influyente y contagioso para los que lo leímos." En este sentido, tal vez sea bueno retomar las palabras del escritor peruano Santiago Roncagliolo, uno de los jóvenes herederos de "Gabo" en el campo de las letras, en relación con la polémica García Márquez-Vargas Llosa y la declaración de este último. "Algunos han querido ver en este azar un triunfo final cuarenta años después de la pelea -escribió Roncagliolo en el diario La República-. Para mí, más
bien, es momento de recordar lo que ocurrió antes, cuando los dos juntos lo cambiaron todo, hasta convertirse en símbolos de momentos históricos sucesivos". Fiel a su espíritu conciliador, es casi seguro que "Gabo" estaría de acuerdo.
LAS VENTAS SE DISPARARON Ayer, apenas un día después de la muerte del Nobel, Cien años de soledad, una de las obras más representativas del realismo mágico, encabezaba el primer puesto de ventas de la librería virtual Amazon.com y ocupaba el tercer lugar en la famosa lista de BarnesandNoble.com. Los libros que le seguían en el éxito de ventas eran La hojarasca, El amor en los tiempos de cólera y Crónica de una muerte anunciada. 1927-2014
Gabriel García Márquez: el escribidor que fundió la magia con el idioma de un continente Por Graciela Melgarejo | LA NACION Sábado 19 de abril de 2014
Pocos comienzos de una obra literaria en español serán recordados como estos dos: "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme" y -hoy, más que nunca- "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo". El comienzo de Cien años de soledad es, también, fundacional: en él está resumida la esencia de lo que se llama en literatura contemporánea "el boom latinoamericano", ese realismo mágico que caracteriza de tan diversas formas a una región caótica en busca de su identidad.
Nacido el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, un pueblo de la costa atlántica colombiana, le cupo a Gabriel García Márquez ser el hijo mayor de la familia de doce hermanos que habían conformado Gabriel Eligio García, el padre, y Luisa Santiaga, la madre, hija de un coronel que siempre se opuso a la unión entre la integrante de una prestigiosa familia aracateña y un inmigrante arrastrado hasta la localidad por la fiebre del banano, telegrafista de oficio. Y sin saberlo ninguno de ellos, quedaba así sellado el destino literario de ese primer hijo, a quien su familia y el mundo conocerían un día simplemente como "Gabo".
Como escritor, encontró en los primeros años familiares, en especial junto a sus abuelos, todo el universo mítico y narrativo que desarrollaría después. Pero también está el otro García Márquez, el periodista, que alumbró algunos escritos excepcionales. Cuando se instala a vivir, en 1947, en Bogotá, está decidido a estudiar derecho; eso no habría de durar, aunque haya hecho hasta cinco cursos ("me aburría a morir esa carrera", confesó alguna vez), porque muy pronto empieza a escribir para el periódico El Espectador. Entonces conoce al poeta Álvaro Mutis, a Camilo Torres -el cura guerrillero que morirá cruelmente asesinado- y a su gran amigo, Plinio Apuleyo Mendoza. También asiste a las manifestaciones a raíz del Bogotazo, el asesinato del político aspirante a la presidencia de Colombia Jorge Eliecer Gaitán, en 1948, cuyo recuerdo dejará huellas en toda la literatura colombiana de esas décadas, conocida como "literatura de la violencia". Primero en Cartagena, en el diario El Universal, y luego en Barranquilla, en El Heraldo, comienza a dedicarse al periodismo, pero, contemporáneamente, escribe su primera novela La hojarasca(1955). En ese ínterin, gracias a los nuevos amigos del Grupo de Barranquilla -Germán Vargas, Álvaro Cepeda y Alfonso Fuenmayor- que se reúne en el Café Happy y el Café Colombia, empieza un período de intensa formación intelectual con la lectura, entre otros, de Kafka, Joyce, Virginia Woolf, Ernest Hemingway y, por sobre todo, William Faulkner, a quien reconoció siempre como su maestro. Vuelto a Bogotá en 1954, el periodismo es definitivamente una pasión, a la que agrega la de crítico de cine. Su prosa, que tanto aman sus lectores, asimila las virtudes del oficio: la síntesis y la transparencia, y los personajes inusitados que pueblan sus crónicas, dscriptos con precisión maestra. En 1955 publica en El Espectador, en veinte días consecutivos, Relato de un náufrago , la historia de Luis Alejandro Velasco, tripulante de un buque militar que logró sobrevivir sin comida durante diez días en alta mar tras caer de la nave y por culpa de un cargamento de contrabando que se soltó de la cubierta y no por una tormenta, como quiso hacer creer la armada colombiana (ese mismo relato, con ese nombre, se publicará como libro en 1970). Justamente, para aplacar las iras gubernamentales desatadas por Relato de un náufrago , viaja a Europa como corresponsal. Son cuatro años de intensa formación: Ginebra, Roma y finalmente París. Allí recibe la noticia de que El Espectador había sido clausurado junto con un cheque para el pasaje de regreso, pero Gabo no estaba dispuesto a ninguna vuelta apresurada. Pasa grandes penurias económicas, pero empieza a escribir: de ese período saldrán, más tarde, la gran nouvelleEl coronel no tiene quien le escriba (1961), un episodio desprendido de lo que sería luego una novela en sí, La mala hora (1962). Vuelto a América latina, en 1958, se instala un tiempo en Venezuela, como redactor en la revista Momentos, y es testigo del bombardeo aéreo y del asalto al palacio presidencial, hechos que concluirán finalmente con el derrocamiento del dictador Pérez Jiménez. Aquellos sucesos, vividos intensamente, derivarían 17 años después en la gran novela sobre la dictadura: El otoño del patriarca (1975).
VIAJES, HIJOS, ESCRITURA En un viaje relámpago, se casa en la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Barranquilla con su novia Mercedes Barcha, a quien había conocido en sus épocas de estudiante de derecho en Sucre. Mercedes, que lo sobrevive, ha sido su mujer y su musa durante 56 años. Nacido su primer hijo, Rodrigo, en 1959, en Bogotá, toda la familia se traslada a Nueva York, en donde García Márquez es corresponsal de Prensa Latina, hasta que, tras recibir críticas y amenazas de la CIA y de los exiliados cubanos por el contenido de sus reportajes, decide instalarse en México. Allí, en 1962, nace su segundo hijo, Gonzalo. También ese año se publica una recopilación de relatos, Los funerales de la Mamá Grande , en los que vuelve a aparecer el mundo mágico del pueblo de Macondo. Sin embargo, ya había empezado a rondar por la cabeza del escritor la idea de contar una historia muy personal, la de una familia y sus historia fantásticas. Se encierra a escribir la novela de Macondo y los
Buendía, después de conseguir unos ahorros (con la ayuda de la familia y de los amigos) y 18 meses después concluye Cien años de soledad , la gran novela latinoamericana, el ejemplo máximo del boom y de un período de enorme riqueza expresiva de toda la lengua española, de algún modo resumida en esta obra. Publicada en junio de 1967 (los avatares de su publicación han sido contados miles de veces por los protagonistas), vendida en pocos días la primera edición -en tres años se venderán más de medio millón de ejemplares-, el nombre de Gabriel García Márquez ingresa definitivamente en la historia de la literatura universal. Contemporánea de la obra de Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos, Guillermo Cabrera Infante y Carlos Fuentes, la de García Márquez, a partir deCien años de soledad , logró resumir en un solo título toda la esencia de un movimiento literario y cultural único, solo comparable con la originalidad y la fuerza del modernismo. Fue quizás el Rubén Darío del siglo XX.
EL PREMIO NOBEL De 1967 en adelante, García Márquez habría de publicar casi 40 obras más, entre novelas, libros de cuentos, textos periodísticos, una obra de teatro y una autobiografía, Vivir para contarla (2002). Muchos de ellos fueron y siguen siendo grandes éxitos literarios y de ventas: el ya mencionado El otoño del patriarca (1975); una novela perfecta, Crónica de una muerte anunciada (1981); la historia de amor de sus padres, El amor en los tiempos del cólera (1985); su particular visión de la muerte de Simón Bolívar en El general en su laberinto (1989), y su última obra de ficción, Memoria de mis putas tristes (2004). En el medio están, por supuesto, su pelea, en 1976, con su hasta entonces gran amigo Mario Vargas Llosa (que le dedicó Historia de un deicidio , en 1971), el asilo político en México, sus años de residencia en Barcelona (de 1968 a 1974), su amistad con poderosos líderes políticos y, en particular, con Fidel Castro. Y, por supuesto, en 1982, el premio Nobel de Literatura, que no fue solamente la coronación de una trayectoria literaria excepcional, sino el homenaje a todo el movimeinto cultural de su región, América latina. Hay también, dos creaciones fundamentales que lo tienen como motor principal: en 1986, la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y, en 1994, la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Parafraseando al gran creador que acaba de morir -que decía que el periodismo es "el mejor oficio del mundo" y que escribió el cuento El ahogado más hermoso del mundo -, podemos decir que Gabriel García Márquez regaló a los lectores una de las obras literarias más hermosas del mundo.
LOS HITOS EN LA CARRERA DE UN GENIO UNIVERSAL Los pasos que lo llevaron a la consagración a nivel mundial •
Nace en Aracataca
1927 Gabriel José de la Concordia García Márquez nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, en el departamento colombiano de Magdalena. Sus padres fueron Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez Iguarán •
Niñez en Barranquilla
1929 Se traslada con su familia a Barranquilla. "Gabo" queda muchas horas al cuidado de sus abuelos maternos. Ambos volverían transfigurados en distintos personajes de sus novelas
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Primer cuento
1947 Se muda a Bogotá para estudiar Derecho, aunque su interés es más fuerte por la literatura. El 13 de septiembre de ese año publica su primer cuento La tercera resignación, en el diario El Espectador •
Grupo de Barranquilla
1950 Vuelve a Barranquilla y comienza a publicar una excéntrica columna en El Heraldo, con el seudónimo Séptimus. Allí formó parte del Grupo de Barranquilla •
Gabo y el cine
1954-1955 Regresa a trabajar en El Espectador de Bogotá como reportero y crítico de cine •
Primera novela
1955 Publica La hojarasca, su primera novela. Tiene excelente recepción de la crítica, pero poca circulación entre los lectores •
Etapa prolífica
1961-1962 Publica en Colombia El coronel no tiene quien le escriba (1961). Un año más tarde aparece la novela La mala hora y la colección de cuentos Los funerales de la Mamá Grande, muchos ya publicados en diarios y revistas •
Consagración
1967 El 5 de junio de 1967, la editorial Sudamericana de Buenos Aires publica su novela consagratoria, Cien años de soledad. Fue traducida a 35 lenguas y vendió 30.000.000 de ejemplares •
Premio Nobel
1982 El 21 de octubre recibe el premio Nobel de Literatura. Dice en su discurso de aceptación: "En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía" •
De cuentos y novelas
1985-1994
En esta década publica El amor en los tiempos del cólera (1985); El general en su laberinto (1989); Doce cuentos peregrinos (1992), y Del amor y otros demonios (1994) •
Nuevo Periodismo
1994 Con su hermano Jaime y el periodista Jaime Abello Banfi crea la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en Cartagena •
Noticia de un secuestro
1996 Aparece un gran hito de la crónica periodística, Noticia de un secuestro •
Autobiografía
2002 Se publica Vivir para contarla. donde relata su infancia y juventud entre 1927 y 1950 •
Última novela
2004 Aparece Memoria de mis putas tristes, la última novela de su extensa y prolífica carrera
Exequias íntimas y un homenaje nacional Sus restos serán cremados tras una ceremonia privada; no habrá honras fúnebres por pedido de la familia Sábado 19 de abril de 2014 inShare
MÉXICO DF.- El padre del realismo mágico literario y premio Nobel 1982 por Cien años de soledad, Gabriel García Márquez, murió anteayer en su residencia del barrio Pedregal, de Ciudad de México, a los 87 años. No habrá exequias públicas, sino que los restos del autor colombiano serán cremados en una ceremonia reservada con la presencia de su familia más íntima, su esposa, Mercedes Barcha, y sus hijos Rodrigo y Gonzalo. El gobierno de México efectuará pasado mañana un "Homenaje Nacional a Gabriel García Márquez" en el Palacio de Bellas Artes, según lo anunció el presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Rafael Tovar. El escritor colombiano que se había radicado en México en 1975 había permanecido internado entre el 31 de marzo y el 8 del actual en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán debido a un "cuadro de deshidratación y un proceso infeccioso pulmonar y de vías urinarias". La información oficial había sido difundida por la Secretaría de Salud de México. La real situación clínica de García Márquez fue mantenida en reserva por la familia que, incluso en declaraciones periodísticas en los días de su internación fue contradictoria. Su esposa había afirmado que el autor de El coronel no tiene quien le escriba padecía de un "catarro", mientras que su hijo Gonzalo había hablado de "una infección en los bronquios".
El martes último, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, había desmentido que García Márquez estuviera afectado de cáncer, enfermedad que lo había aquejado en 1999, como lo indicaban medios periodísticos de México que añadían que el escritor recibía cuidados paliativos. Anteayer, el director de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, Jaime Abello Banfi, no hizo referencia a las razones del desenlace fatal en declaraciones a la prensa. "Los médicos lo dirán posteriormente, supongo", sostuvo Abello Banfi. En la puerta de la casa del escritor, en Fuego 144 del barrio Pedregal, Abello Banfi acompañó a la directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, María Cristina García Cepeda, a informar a la prensa sobre las exequias del escritor: "El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a petición de la familia de Gabriel García Márquez, informa que los restos del escritor serán incinerados en privado. En la funeraria no se llevarán a cabo honras fúnebres. El lunes, a partir de las 16 (hora local, las 18 en la Argentina) se realizará un homenaje luctuoso en el Palacio de Bellas Artes, donde el público podrá homenajear su legado". En el Palacio de Bellas Artes también fueron despedidos otros grandes autores de las letras españolas como Octavio Paz, también premio Nobel de Literatura en 1990, y Carlos Fuentes, Premio Príncipe de Asturias (1994). Y el 25 de marzo fue el escenario de la entrega de la Medalla de las Bellas Artes a la escritora Elena Poniatowska, que la semana próxima recibirá el Premio Cervantes. Ayer, buena parte de los vecinos del coqueto barrio Pedregal recordaba con flores amarillas y velas a su habitante más famoso. Todos comentaban su última aparición pública, el 6 de marzo, cuando cumplió 87 años, y salió a saludar a los periodistas que se habían apostado delante de su casa. En aquella mañana luminosa, García Márquez lució un impecable traje gris, camisa blanca y una rosa amarilla en su solapa. En el breve contacto público, el autor de Memoria de mis putas tristes, su última novela, sonrió y tarareó Las Mañanitas, la tradicional canción de cumpleaños mexicana. A diferencia de aquella mañana soleada en la que festejó sus 87 años, la tarde del adiós de García Márquez fue nublada y tuvo momentos de fina lluvia. Poco después de que sus restos fueran retirados de su residencia, la policía valló las esquinas para evitar el tránsito vehicular y permitir que las personas pudieran acercarse hasta la vereda de Fuego 144 y dejar su saludo para el escritor. "Era un muy buen vecino, iba a las juntas vecinales y él mismo firmaba los acuerdos a los que llegábamos", contó Edgar, un joven vecino del escritor, en el momento en que partía de la casa el coche fúnebre. Gabriel García Márquez / 1927-2014
Un revolucionario al que le fascinaba codearse con los hombres del poder Profundamente de izquierda, se identificó con Fidel Castro, su amigo personal, pero también frecuentó a líderes tan disímiles como Torrijos, Mitterrand o Clinton; evitó los cargos políticos Por Pablo Mendelevich | Para LA NACION Sábado 19 de abril de 2014 Una comida y larga charla con su amigo personal, Fidel Castro, en La Habana, en el año 2000. Foto: Archivo
Antes de que Fidel Castro fuera su amigo, Gabriel García Márquez quedó subyugado por la Revolución Cubana como tantos intelectuales latinoamericanos. Excepto Borges, castristas entusiastas de aquella primera hora revolucionaria como Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Juan Rulfo, entre muchos otros, tuvieron un papel destacado en la onda expansiva cultural y política de Sierra Maestra. Pero para García Márquez, Cuba significó bastante más, una lealtad a toda prueba, motivo de diversas teorías (hasta bibliográficas) destinadas a escrutar los porqués del carácter
vitalicio de su amistad con el líder cubano. Vargas Llosa, por ejemplo, quien había hecho la tesis doctoral sobre Cien años de soledad y el resto de la obra anterior a 1971, lo consideró lacayo de Castro. Por Cuba el padre del realismo mágico incursionó en el periodismo político, el único que hasta entonces no había practicado. Las matizadas crónicas de los países del Este europeo no habían tenido el compromiso implícito que suponía trabajar para Prensa Latina, la agencia creada por Jorge Ricardo Masetti a instancias del "Che" Guevara. Primero "Gabito" fue corresponsal de Prensa Latina en Bogotá. Luego. en Estados Unidos. De su segunda estadía en La Habana -seis meses-, donde trabajaba tantas horas diarias que apenas si conocía la ciudad, García Márquez se trasladó con su esposa Mercedes y su hijo Rodrigo a Nueva York para ser subjefe de Prensa Latina. El 13 de marzo de 1961 fue uno de los periodistas que escucharon a John Kennedy, en la Casa Blanca, formular la Alianza para el Progreso. Cuando Masetti, víctima del sectarismo y quién sabe qué más, renuncia a Prensa Latina, García Márquez hace lo propio. De nuevo desarropado, sale de Estados Unidos con su familia en ómnibus, rumbo a México, adonde llega el día del suicidio de Ernest Hemingway. Recién hacia 1971, mientras el bloque de escritores latinoamericanos del boom de los sesenta se disgrega, él renueva el acercamiento a la Revolución. Su conciencia política, ese antiimperialismo forjado en la adolescencia a la sombra de la United Fruit Company, sostenido en los años parisienses en la comisaría de Saint German des Pres en la que estuvo preso por tener cara de argelino y donde aprovechó para hacer contacto, precisamente, con el Frente de Liberación Nacional de Argelia, fue de menor a mayor. O de implícito a explícito. A propósito del golpe de Estado de 1973 en Chile dirá que se había equivocado al no apoyar más activamente a Salvador Allende. "Por primera vez en toda mi vida empecé a considerar que lo que tenía que hacer yo en política era más importante de lo que podría hacer en literatura." Antes de terminar El otoño del patriarca se definió como un francotirador desperdigado e inofensivo. "Soy un comunista que no encuentra dónde sentarse. Pero a pesar de eso yo sigo creyendo que el socialismo es una posibilidad real, que es la buena solución para América latina, y que hay que tener una militancia más activa." Compartió con Cortázar, luego, el Tribunal Russell, dedicado a denunciar a las dictaduras latinoamericanas. En forma airosa rechazó presiones para ser candidato opositor en Colombia. Con los años, la fama, la misma fama que le pesaba tanto, contribuyó a repujar una agenda inigualable de vínculos personales con media docena de presidentes: Carlos Andrés Pérez, José López Portillo, François Mitterrand, Felipe González, Bill Clinton. También Omar Torrijos. Habla el británico Gerald Martin en su biografía de su "enorme fascinación por el poder". Aparte de gestiones reservadas (García Márquez dijo que más de una vez ayudó o salvó a perseguidos cubanos), su acción política más voluminosa fue, quizá, como facilitador de paz. Tanto en privado como en público usó el prestigio internacional para apadrinar conversaciones de paz de la guerrilla colombiana con los gobiernos de Belisario Betancur (1982-1986), Andrés Pastrana (1998-2002) y Álvaro Uribe (2002-2010).
Pese a que el 9 de abril de 1948 fue testigo del Bogotazo, esquivó la novela de la violencia. Decía que, en todo caso, lo importante no era el inventario de muertos ni la descripción de los métodos de violencia sino su raíz y las consecuencias de la violencia en los sobrevivientes. Su obra permite, incluso estimula las interpretaciones políticas de acuerdo con representaciones, nunca en términos lineales. .
Opinión
Esa pasión llamada Fidel Castro Por Mauricio Vicent | El País Sábado 19 de abril de 2014
MADRID.- La primera vez que Gabriel García Márquez escuchó el nombre de Fidel Castro fue en 1955. Por aquel tiempo el escritor compartía exilio en París con un grupo de intelectuales latinoamericanos y cada uno esperaba la caída de su propio dictador, por eso cuando una mañana el poeta cubano Nicolás Guillén abrió la ventana de su habitación y gritó: "¡Se cayó el hombre!", cada cual pensó que se trataba del suyo propio. Los paraguayos creyeron que era Stroessner; los nicaragüenses, Somoza; los colombianos, Rojas Pinilla; los dominicanos, Trujillo, y así una lista interminable. Al final resultó ser Juan Domingo Perón y, poco después, charlando sobre el asunto, Guillén le confesó a García Márquez que no tenía muchas esperanzas de ver el fin de Batista en Cuba. Fue entonces cuando el poeta le habló por primera vez de un joven llamado Fidel que acababa de salir de la cárcel tras asaltar el cuartel Moncada. Tres años después, García Márquez estaba en Caracas cuando llegó la noticia del triunfo de Castro. Dos semanas más tarde, él y Plinio Apuleyo Mendoza se embarcaron en un avión con un grupo de periodistas rumbo a La Habana. Desde entonces Cuba y Fidel Castro serían casi lo mismo para García Márquez, pues la isla y su amistad con el líder cubano eran para él cosas inseparables. "La primera vez que lo vi con estos ojos misericordiosos fue en aquel mismo año grande e incierto de 1959, y estaba convenciendo a un empleado del aeropuerto de Camagüey de que tuviera siempre un pollo en la nevera para que los turistas gringos no se creyeran el infundio imperialista de que los cubanos nos estamos muriendo de hambre", contó García Márquez de su primer encuentro con el líder cubano. Cuando García Márquez y su esposa Mercedes empezaron a viajar a Cuba con más frecuencia, Castro puso a su disposición una de las lujosas residencias de protocolo del reparto Cubanacán en La Habana, casona que enseguida se convirtió en centro de reunión y conspiración, actividad que a ambos apasionaba y que cultivaron sin medida mientras tuvieron salud. En Cuba el autor de Cien años de soledad cultivó todo tipo de amigos, desde cineastas como Julio García Espinosa hasta comandantes como el legendario Barbarroja, Manuel Piñeiro, durante años responsable de la organización y apoyo de las guerrillas y movimientos de liberación de América latina. Pero aquella casa, más que todo, era refugio para Fidel, quien lo visitaba sin previo aviso, la mayoría de las veces de madrugada, para hablar de cualquier cosa durante horas seguidas. "A veces entraba en tromba con un hambre desaforada, y una vez se comió 28 bolas de helado", solía contar el escritor. En su casa habanera, junto a obras de grandes pintores cubanos como Víctor Manuel o Amelia Peláez, García Márquez tenía un cuadro pintado por Tony La Guardia que éste le regaló. El Nobel colombiano, que había sido su amigo, no quitó el óleo de la pared después de su fusilamiento por traición. En Cuba, Gabo tenía bula. En público y en privado era crítico con la burocracia y con muchas cosas del socialismo cubano que no le gustaban. Pero siempre, desde que lo vio por primera vez convenciendo a un camarero en el aeropuerto de Camagüey, fue fiel a su amigo Fidel. Gabriel García Márquez / 1927-2014
El periodismo, una vocación tan fuerte como la literatura Aunque no llegaron al público de manera masiva, el Nobel escribió cientos de artículos, columnas, crónicas y entrevistas que hoy muchos de sus sucesores rescatan del olvido Por Violeta Gorodischer | Para LA NACION Sábado 19 de abril de 2014
Relato de un náufrago o Noticia de un secuestro. Ésas suelen ser las referencias casi obligadas al mencionar la obra periodística de Gabriel García Márquez. Y no es que sea poco, claro está. Sucede que el "gran resto", como dice su colega y amigo Héctor Feliciano, cientos de notas, columnas, crónicas o entrevistas que Gabo escribió desde 1948, no llegaron a nosotros de manera masiva. El célebre escritor colombiano fue reportero de calle, cronista, columnista y corresponsal extranjero, pero hasta hoy, remarca Feliciano, "sólo un puñado de lectores han leído sus artículos". García Márquez en la sala de redacción de El Espectador, en 1954. Foto: Archivo / El Espectador
Tal vez por eso la monumental edición del libro Gabo periodista, editado por la FNPI y aún inédito en la Argentina: una antología de sus textos periodísticos seleccionados y comentados por nombres de la talla de Juan Villoro, Jon Lee Anderson, Alma Guillermoprieto, María Elvira Samper, Martín Caparrós y Gerald Martin, entre otros. "Para García Márquez, el periodismo ha sido su vida tanto como la literatura. Contrariamente a lo que ha ocurrido con otros escritores, el periodismo no agota y seca las cualidades literarias del escritor colombiano sino que todo lo contrario, lo potencia y lo acompaña forjándose", dice Feliciano en la introducción del volumen. Esta historia comienza a sus 21 años, cuando el azar lo llevó al diario El Universal de Cartagena de Indias. Fue allí, en pleno ajetreo político de Colombia, cuando ese chico inquieto de pantalones de lino y camisas con flores y tucanes empezó a llamar la atención, y no sólo por lo extravagante del atuendo. "Los habitantes de la ciudad nos habíamos acostumbrado a la garganta metálica que anunciaba el toque de queda", fue la frase con la que desembarcó en el universo periodístico en mayo de 1948. Hacía muy poco tiempo habían asesinado al candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán, y de ahí el periodo de violencia que sorprendió al joven Gabo en su segundo año de la Carrera de Derecho. Con el cierre de la universidad y su traslado a Cartagena, entonces, llegó lo que hoy muchos llaman su libertad y el abrazo a la vocación verdadera. "El Bogotazo, una tragedia para Colombia, significó para el joven García Márquez una paradójica liberación", escribe Héctor Abad Faciolince. De ahí en más, algo sería claro: ya no sería posible separar la escritura periodística de Gabriel García Márquez de la política. Paradoja para algunos, consuelo para otros, el momento más difícil en la historia de su país daba lugar a la mejor pluma que tendría en años: "Una de las peores tragedias nacionales tuvo para Colombia al menos una consecuencia feliz: gracias a ella, el mejor escritor de nuestra historia abandonó los códigos y se dedicó definitivamente a escribir", remarca Faciolince. La posterior mudanza a Barranquilla y el contacto con El Grupo que haría sede en el reducto conocido como La Cueva (Ramón Vinyes, José Félix Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio y Alejandro Obregón, entre otros), daría forma a las columnas tituladas "La Jirafa" de El Heraldo. Se abría así la etapa de los Textos Costeños, aquellos en los que el futuro Nobel hablaba con insólito desparpajo de vacas, de costumbres y de coloridos personajes locales mientras el país ardía, haciendo, como dicen, del principio de humor un principio de resistencia. "El Gabo tuvo la occurrencia de recurrir al humor justamente porque venía de un país violento y represivo en el cual la censura era el pan del día a día. El mamadero de gallo en los despachos de Gabo (así es como le dicen los colombianos a su estilo de humor) le dio la posibilidad de escribir sin castigo -a buenos entendedores pocas palabras- salir al mundo, pulirse como periodista y como escritor, y desahogarse un poco del clima tan asfixiante en su país y el mundo en esos momentos, en plena Guerra Fría", plantea el periodista Jon Lee Anderson a LA NACION.
UN PERIODISMO MILITANTE Llegarían luego más colaboraciones, y cuentos, y un largo paso por El Espectador, que lo transformaría en uno de los críticos de cine más importantes de su país.
Los años, la edad y la sumatoria de tragedias sociales fueron afincando en él un estilo que, según su colega Enrique Santos Calderón, es un "periodismo militante". La fundación de la revista Alternativa, en 1974, fue su punto más alto. Recuerda Santos Calderón en el libro: "Gabriel García Márquez acababa de recibir otro premio literario con 10 mil dólares y quería consejos sobre cómo y a quién donarle esa plata en Colombia. Me sentí halagadísimo cuando el autor de Cien años de soledad me llamó para preguntarme si lo indicado sería entregarle ese premio a un comité de derechos humanos o de presos políticos. Cuando le dije que en Colombia no existía una entidad de esa índole, me contestó con desparpajo Caribe: Pues fúndala, no joda, inventátela". Santos Calderón asumió la tarea de reclutar a líderes y organizaciones populares, y así nació el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos. Poco después aparecía la revista. "Gabo aceptó con reticencias ser parte de Alternativa porque estaba en una etapa muy politizada de su vida, como todos nosotros. Eran comienzos de los 70. Pinochet había tumbado a Allende, los regímenes militares se expandían por América latina, Vietnam ardía, en Colombia y por doquier se vivía una agitación social permanente. García Márquez siempre ha sido un hombre de izquierda y mal podía no participar en un proyecto periodístico que buscaba la unidad de la fragmentada izquierda colombiana sobre la base de construir una alternativa informativa pluralista y moderna. Con reticencias, porque desconfiaba del sectarismo político y del canibalismo ideológico de los movimientos revolucionarios del momento. Justificadamente, como se vio después -detalla ahora a LA NACION Santos Calderón-. Alternativa, que sin pauta publicitaria y contra viento y marea duró seis años, fue un hito en la historia del periodismo colombiano. Demostró que se podía conectar con un lenguaje diferente, con imaginación, humor, portadas irreverentes, investigaciones serias, denuncias frontales de la corrupción y los abusos. Toda una generación de periodistas que luego descollaron en diversos medios se formaron en nuestra revista." Aunque muchos señalaron cierto coqueteo de Gabo con el poder (Jon Lee Anderson se explayó sobre esto en "El poder de García Márquez", el perfil que escribió para The New Yorker) muchos otros remarcan que de esa actitud se desprende, justamente, su genuino compromiso con la realidad. "La relación con el poder que Gabo ha tenido a lo largo de su vida -en su amistad con Fidel Castro, con Bill Clinton, con muchos otros líderes latinoamericanos y de Colombia misma- no es algo que yo juzgo mal. Al contrario, comparto personalmente la fascinación de Gabo con figuras del poder porque la vida me ha convencido del efecto que un solo individuo puede tener en una sociedad, para bien o para mal -plantea Jon Lee Anderson-. Es algo que ha insiprado inmemorables textos de Gabo, tanto periodísticos como de ficción. Nos ha dejado obras como El otoño del patriarca, la figura de Aureliano Buendía misma en Cienaños de soledad; el Coronel, figuras inolvidables que han entrado en el patromonio literario de la humanidad gracias a su obsesión, fijación o fascinación -llámenlo como quieran- con el poder."
EL OTRO, ÉL MISMO Lo interesante es que, en paralelo a su fructífero derrotero periodístico, García Márquez jamás descuidó la producción literaria. Lejos de potenciar una escritura en detrimento de otra, él supo complementar ambas a la perfección. Fue así como en 1982, cuando ganó el Premio Nobel de Literatura, se mantuvo leal a su costumbre: donar el dinero o asignarlo a algún emprendimiento cultural. ¿La idea? Crear una revista que se llamaría El Otro, para la cual recurrió a Tomás Eloy Martínez y a Rodolfo Terragno. "El nombre lo puso él y me dijo, para mi asombro, que era un homenaje a Borges. Yo presumía que lo despreciaba por reaccionario e imaginaba que su literatura le resultara artificiosa y abstracta. Pero Gabo respondió que, si el diario iba a ser una exaltación de la lengua, no se podía ignorar al escritor capaz de los adjetivos definitivos: Borges habla del alfil oblicuo y el rey postrero. No se puede decir más nada del alfil ni del rey", cuenta Terragno a LA NACION. Aunque el proyecto nunca terminó de concretarse, de aquel "periódico ficticio" nació una gran amistad. "Gabo me había llamado de Estocolmo a Londres. Iba a dedicar el dinero del Nobel a fundar un
periódico y quería que lo hiciera yo. Él no me necesitaba a mí ni a nadie: hay que leer «Entre cachacos» para comprobar que es un periodista imposible de igualar -detalla Terragno-. Pero durante aquel llamado intentó fundar su propuesta, inverosímil, diciendo que su idea era hacer algo como El Diario de Caracas y Soledad Mendoza le había dicho que el artífice de ese diario había sido yo, lo cual era también una desmesura." Terragno asegura que los dos, los tres, en rigor de verdad, veían al periodismo como una rama de la literatura y querían demostrar que las noticias podían narrarse, haciendo de la escritura una obra de orfebrería lingüística y, al mismo tiempo, siendo tan sencillos y claros como para llegar a todos. "Creo que ninguno creyó en el fondo que íbamos a crear ese diario. En Europa trabajamos mucho, analizando grandes periódicos, discutiendo diseños y haciendo un libro de estilo. Un día Gabo me dijo: Quiero que vayas a mi país y me cuentes cómo es. Él había organizado el diario allí con grandes escritores y periodistas colombianos, pero me propuso que me quedara en Bogotá para dirigirlo. Me negué, porque estaba resuelto a regresar a la Argentina, y él aprovechó eso para decir algo que nadie creyó: que no hacía el diario porque yo abandonaba. Sostuve que era una excusa y él dijo que, con tantas razones que tenía para no hacer un diario, no necesitaba una excusa. De aquel periódico ficticio quedó sólo nuestra amistad", sostiene Terragno con cariño.
ANIMARSE A SUBIR LA APUESTA Uno de los giros decisivos de su carrera llegó en 1992, cuando subió la apuesta y aceptó formar parte de QAP, un noticiero televisivo, junto a la periodista María Elvira Samper. No sólo era accionista, era, también, el espíritu de todo el proyecto. Samper asegura que aquello eran como clases de periodismo, que Gabriel García Márquez asistía a todas las reuniones y hacía de profesor con los periodistas más jóvenes, acaso anticipando la Fundación que fundaría en 1994. Muchas cosas pasaron durante los seis años que duró el noticiero, que para sorpresa de muchos arrasaba con el rating de Colombia: la fuga de Pablo Escobar, los momentos más críticos del gobierno de Gaviria y su muerte, atentados con carros bomba, los racionamientos de energía, la elección de Clinton, el golpe contra Carlos Andrés Pérez, la llamada guerra de los Balcanes y el 5-0 de Colombia contra Argentina. "Fueron el proceso 8000 y el juicio al presidente Ernesto Samper en el Congreso como consecuencia de la financiación de la campaña por el Cartel de Cali la etapa más compleja y difícil para el noticiero. La posición crítica que asumió, lo mismo que declaraciones públicas de Gabo en las que expresó su malestar, fueron su condena a muerte", señala María Elvira Samper. "Éramos una fuerza pequeña contra la terrible fuerza del Estado", resumió por su parte García Márquez en 1997, cuando el noticiero tuvo que cerrar, debido a la ley que lo sometía a una nueva licitación. Claro que quedarse quieto no estaba en sus planes, y aunque el noticiero no regresó Gabo sí lo hizo, con la revista Cambio, en 1999 y nuevamente asociado con María Elvira Samper. Cada semana presidía la Junta de Redacción en la que se decidían los temas de la semana. Si hoy los grandes periodistas admiten haber tenido en su pluma la inspiración necesaria, muchos recuerdan cómo, por aquella época, Gabo se transformaba en un periodista raso que trataba de igual a igual a sus fascinados redactores. Fiel a su estilo, pregonaba lo mismo una, y otra, y otra vez: la idea de que no había que callarse nada, que era prioritario usar el periodismo como un campo de batalla desde el cual trabajar con la pluma, pero también con las verdades, las denuncias y las más radicales opiniones políticas. "Cambio se había vuelto demasiado incómoda para Uribe", asegura Samper. De ahí el cierre de la publicación y el parate periodístico de sus hacedores. Poco tiempo antes, Gabriel García Márquez había dado un discurso ante la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) que pasaría a la historia. En él, hablaba de la tarea de ser periodista, aseguraba que la mejor
noticia del mundo no es siempre la que se da primero sino, muchas veces, la que se da mejor. "El mejor oficio del mundo", fue el título que eligió entonces. Hasta hoy, lo seguimos honrando. Gabriel García Márquez / 1927-2014
Una servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida Para el autor de La hojarasca, el periodismo era "pasión insaciable"; desconfiaba de la formación que ofrecían las instituciones académicas y de los beneficios que supone la tecnología Por Gabriel García Márquez | Sábado 19 de abril de 2014 García Márquez, en un lugar desconocido, en 1972. Foto: AP / Archivo
A continuación se reproduce "El mejor oficio del mundo", conferencia que el escritor colombiano pronunció en la Sociedad Interamericana de Prensa, el 7 de octubre de 1996. A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo y la respuesta fue terminante: "Los periodistas no son artistas". Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario. Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos , hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de los mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran. El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años -siendo el peor estudiante de derecho- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso. La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo. como nosotros mismos lo llamábamos. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de Colombia, no era ni siquiera bachiller. La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no son sólo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar.
Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica. La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida. Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante. No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre. Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que en el momento de la verdad es imposible en menos de seis, que les ordenan material para dos columnas y a la hora de la verdad sólo les asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. "Ni siquiera nos regañan", dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología. Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos. Antes que se inventaran el teletipo y el télex, un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra. Sólo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos tenían linotipistas personales para descifrarlas. Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser
los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma -sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente. Aún a riesgo de ser demasiado anecdótico, creo que hay otro gran culpable en este drama: la grabadora. Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno sólo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar. Alguien tendría que enseñarle a los colegas jóvenes que el casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite -como un loro digital- pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente. La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable. De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional. Tal vez el infortunio de las facultades de Comunicación Social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón. El objetivo final debería ser el retorno al sistema primario de enseñanza mediante talleres prácticos en pequeños grupos, con un aprovechamiento crítico de las experiencias históricas, y en su marco original de servicio público. Es decir: rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde. Un grupo de periodistas independientes estamos tratando de hacerlo para toda la América Latina desde Cartagena de Indias, con un sistema de talleres experimentales e itinerantes que lleva el nombre nada modesto de Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una experiencia piloto con periodistas nuevos para trabajar sobre una especialidad específica -reportaje, edición, entrevistas de radio y televisión, y tantas otras- bajo la dirección de un veterano del oficio.
En respuesta a una convocatoria pública de la Fundación, los candidatos son propuestos por el medio en que trabajan, el cual corre con los gastos del viaje, la estancia y la matrícula. Deben ser menores de treinta años, tener una experiencia mínima de tres, y acreditar su aptitud y el grado de dominio de su especialidad con muestras de las que ellos mismos consideren sus mejores y sus peores obras. La duración de cada taller depende de la disponibilidad del maestro invitado -que escasas veces puede ser de más de una semana-, y éste no pretende ilustrar a sus talleristas con dogmas teóricos y prejuicios académicos, sino foguearlos en mesa redonda con ejercicios prácticos, para tratar de transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio. Pues el propósito no es enseñar a ser periodistas, sino mejorar con la práctica a los que ya lo son. No se hacen exámenes ni evaluaciones finales, ni se expiden diplomas ni certificados de ninguna clase: la vida se encargará de decidir quién sirve y quién no sirve. Trescientos veinte periodistas jóvenes de once países han participado en veintisiete talleres en sólo año y medio de vida de la Fundación, conducidos por veteranos de diez nacionalidades. Los inauguró Alma Guillermoprieto con dos talleres de crónica y reportaje. Terry Anderson dirigió otro sobre información en situaciones de peligro, con la colaboración de un general de las Fuerzas Armadas que señaló muy bien los límites entre el heroísmo y el suicidio. Tomás Eloy Martínez, nuestro cómplice más fiel y encarnizado, hizo un taller de edición y más tarde otro de periodismo en tiempos de crisis. Phil Bennet hizo el suyo sobre las tendencias de la prensa en los Estados Unidos y Stephen Ferry lo hizo sobre fotografía. El magnífico Horacio Bervitsky y el acucioso Tim Golden exploraron distintas áreas del periodismo investigativo, y el español Miguel Ángel Bastenier dirigió un seminario de periodismo internacional y fascinó a sus talleristas con un análisis crítico y brillante de la prensa europea. Uno de gerentes frente a redactores tuvo resultados muy positivos, y soñamos con convocar el año entrante un intercambio masivo de experiencias en ediciones dominicales entre editores de medio mundo. Yo mismo he incurrido varias veces en la tentación de convencer a los talleristas de que un reportaje magistral puede ennoblecer a la prensa con los gérmenes diáfanos de la poesía. Los beneficios cosechados hasta ahora no son fáciles de evaluar desde un punto de vista pedagógico, pero consideramos como síntomas alentadores el entusiasmo creciente de los talleristas, que son ya un fermento multiplicador del inconformismo y la subversión creativa dentro de sus medios, compartido en muchos casos por sus directivas. El solo hecho de lograr que veinte periodistas de distintos países se reúnan a conversar cinco días sobre el oficio ya es un logro para ellos y para el periodismo. Pues al fin y al cabo no estamos proponiendo un nuevo modo de enseñarlo, sino tratando de inventar otra vez el viejo modo de aprenderlo. Los medios harían bien en apoyar esta operación de rescate. Ya sea en sus salas de redacción, o con escenarios construidos a propósito, como los simuladores aéreos que reproducen todos los incidentes del vuelo para que los estudiantes aprendan a sortear los desastres antes de que se los encuentren de verdad atravesados en la vida. Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente. .
Opinión
El relato único que de pronto iluminó la vida Por Magdalena Ruiz Guiñazú | Para LA NACION Sábado 19 de abril de 2014 inShare
Lo recuerdo perfectamente. El sol comenzaba a bajar tras el lomo de la Ballena; Gorriti se llenaba de reflejos y el mar de la Playa Mansa se volvió intensamente azul. Quizás un momento feliz como pocos. Terminaba la última página de Cien años de soledad y la certeza de saber que aquel era un relato único , nuevo y mágico, de pronto iluminó la vida. Una vida en la que, río abajo, llegaba el hielo y, en el medio de un patio, un tal José Arcadio Buendía (atado de pies y manos al tronco de un castaño) "ladraba en lengua extraña y echando espumarajos verdes por la boca". Una vida en la que los pescaditos de oro y los animalitos de caramelo quedaban olvidados en alguna mesa mientras el amor, el dolor, los celos y un fuerte perfume de jazmines nos llevaban hacia las regiones donde todo es posible. ¿Cómo agradecer tanta cosa? Imposible definirlo aún hoy cuando vemos que chicos y grandes pasan por la vida con un rectángulo espejado entre las manos enviando mensajes al tacto porque se han olvidado del papel. Macondo, hoy, ha vuelto a este barrio en el que vivimos muchos y del que no deseamos mudarnos. Desde aquí, Remedios la Bella emprendió su viaje al cielo envuelta en sábanas blanquísimas; desde aquí, también, Úrsula sigue construyendo habitaciones para todos aquellos a los que ama y ha plantado un millón de begonias y aún se sobresalta cuando la creen muerta: -"Pobre la tatarabuelita, se nos murió de vieja!"-. "¡Estoy viva!" -grita Úrsula, indignada. Y su reproche es válido: la vida sólo se escapa cuando terminan el odio y el amor. .
Su amor, Mercedes Barcha, la gran novela de Gabo Por Carlos Restrepo | El Tiempo / GDA Sábado 19 de abril de 2014
Texto publicado cuando Mercedes Barcha cumplió los 80 años, en 2012 Hay almas que parecieran tener sus caminos predestinados, como le ocurrió a Gabriel García Márquez con su esposa, Mercedes Barcha. El escritor dice que desde que la conoció supo que ella sería su esposa. Sin embargo, por situaciones de la vida de ambos, tuvieron que pasar muchos años antes de que Mercedes le diera el sí, el 21 de marzo de 1958, a las 11 de la mañana en la Iglesia del Perpetuo Socorro, de Barranquilla. Para la gran mayoría de sus amigos, "la Gaba" -como la llaman cariñosamente- ha sido, sin dudas, el polo a tierra que le permitió al Nobel colombiano volar con su imaginación por universos literarios y mágicos. "Ella ha jugado el papel de la Beatriz de Dante, sólo que «Gabo» logró casarse con su Beatriz y vivir más de 50 años a su lado. Él ya era un genio cuando se casaron, pero sin Mercedes no habría logrado hacer todo lo que después consiguió en la literatura y en la vida", comentó el escritor inglés Gerald Martin, autor de la biografía Gabriel García Márquez: una vida. Para el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza, amigo cercano de la pareja y padrino del primero de sus hijos, el cineasta Rodrigo García Barcha, el papel de Mercedes ha sido vital: "Ella se ocupa de la realidad que él no maneja, las finanzas, el hogar, la vida social, los viajes". Por eso, para el cineasta y documentalista Rodrigo Castaño Valencia, quien prácticamente creció en los pasillos de la casa de la familia García Barcha debido a la estrecha amistad de sus padres, "Mercedes es la gran novela de «Gabo». Yo creo que ha sido completamente incondicional, pero con los pies en la tierra, mientras que «Gabo», afortunadamente para todos, es la fantasía". Martin recuerda que mientras realizaba la investigación sobre la vida del autor de Cien años de soledad, tuvo la oportunidad de entrevistarse con Fidel Castro y Felipe González, entre otros. "Ambos coincidieron en que en esa pareja no fue Mercedes la afortunada, sino «Gabo», ganador de la lotería." Un regalo de la vida que "Gabo" conoció en Magangué (Bolívar), a principios de la década de 1940, cuando Mercedes era apenas una
niña de 9 años, y él estaba próximo a irse a estudiar a Zipaquirá. Sus vidas han sido un sucesión de gratas coincidencias. Mercedes Raquel Barcha Pardo nació el 6 de noviembre de 1932 y, al igual que "Gabo" -cuenta Martin en su biografía-, fue la primogénita de los seis hijos que tuvo Raquel Pardo López, descendiente de una familia de ganaderos, y el farmacéutico Demetrio Barcha Velilla, descendiente de emigrantes del Oriente Medio. "De allí es de suponer la «sigilosa belleza de una serpiente del Nilo», de Mercedes", anota Martin, al aludir a la manera como "Gabo" describe a "Mercedes, la boticaria" en Cien años de soledad: "La mujer sigilosa y silenciosa, de cuello esbelto y ojos adormecidos". El libro de Martin recrea escenas de su infancia: "En aquella época, ayudaba ya en la farmacia de la familia, y los niños García Márquez a menudo la veían cuando iban a hacerle recados a su padre. Todos ellos advirtieron, entonces y más adelante, que Mercedes tenía un fuerte concepto de sí misma y que ejercía una autoridad sosegada". "Yo destacaría su inteligencia, la discreción, la elegancia, la dignidad, y -muy importante para «Gabo», me imagino- ha sabido seguir siendo la niña que él conoció cuando tenía apenas 9 años", agrega Martin. "Considero que «la Gaba» ha sido la esposa ejemplar, en el sentido de anticiparse siempre a complacer a «Gabo» con la palabra, con el pensamiento, con la conducta y con el silencio, sobre todo. Es una mujer enormemente discreta. Ha sabido desaparecer a tiempo para que «Gabo» se proyecte en su verdadera dimensión. Ella mide cuidadosamente la distancia, no ocupa posiciones que no le corresponden. Yo la he admirado siempre por eso", comenta su amigo Álvaro Castaño Castillo. Quizá por eso, nunca ha sido amiga de las entrevistas. "Ademas de discreta, Mercedes es una maravillosa madre de sus hijos, Rodrigo y Gonzalo, y una abuela generosísima. Pero, además, es la mejor amiga de sus amigos y la más desprendida de los objetos materiales. Feliz regala los zapatos que sólo usó dos veces, porque es, ante todo, una recicladora de cariño", anota Castaño. Entre sus gustos, se destaca el ser una gran comensal y disfrutar los vinos finos, con su inseparable cigarrillo. Vive al tanto de todo lo que pasa en Colombia; desde muy temprano consulta la prensa nacional y tiene una gran red de buenos amigos que la mantienen informada de todo. Si hay algo que adora Mercedes es celebrar su cumpleaños. Por eso, Gabito, en varias oportunidades, le ha tenido de sorpresa más de una parranda vallenata rodeada de amigos y familiares. "Son la mejor pareja de baile", dice Rodrigo Castaño. .
El irresistible influjo de Don Gabriel Por Mempo Giardinelli 19-4-4
Bueno, era previsible y se esperaba este desenlace. Murió Don Gabo, faro literario de mi generación, pisciano y supersticioso, seguramente el más extraordinario narrador de la lengua castellana del siglo XX junto con Jorge Luis Borges, aunque en diferente registro. En un año aciago para la poesía latinoamericana –en enero se nos fue Juan Gelman; en febrero el mexicano José Emilio Pacheco– ahora le tocó al más grande fabulador de Colombia y sus alrededores, o sea el mundo entero. Su trayectoria es, también, la historia de mi vida y la de muchos, miles de autores que en nuestra América, más conscientemente o menos, fuimos paridos a la literatura bajo su irresistible influjo. García Márquez fue como esas mareas de los grandes ríos que, imperceptibles pero definitivas, van formando islas y deltas. Todos los que escribimos en este continente, y la verdad es que también en otros, somos deudores y tributarios de esa fuerza impactante que tiene cada uno de sus párrafos. Lo leí por primera vez en mi adolescencia, a fines de los ’60, y creo que un poco casualmente. Yo tenía apenas veinte años, estaba por cumplir la condena del servicio militar y en algún lugar leí que la editorial Sudamericana, de Buenos Aires, y enseguida la revista Primera Plana, definían a Cien años de soledad como la novela magistral, revolucionaria, que en efecto era. Cuando en el Chaco y una noche de tremendo calor, leí el primer párrafo de esa novela, sentí un impacto único, jamás repetido. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea...” Ahí fue que supe, y para siempre, dos cosas definitivas: que yo era escritor y en eso no había remedio, y que me pasaría la vida queriendo y respetando a García Márquez pero tomando distancia de su imaginación y su prosa, como debe hacerse con los padres. Cuando terminé la novela la releí de inmediato, y entonces supe lo que todo el mundo: que Don Gabo era de Aracataca pero ya vivía en México, como tantos colombianos, y que la historia de la familia Buendía era tan representativa de América latina como el Obelisco lo es de Buenos Aires o el Cristo Redentor de Río de Janeiro.
Por entonces yo redactaba mi primera novelita, que fue, hoy lo sé, a la vez gesto de amor y despedida de García Márquez y de todo el llamado “boom” de la literatura latinoamericana. Ahora me doy cuenta, también, de que fue entonces que tomé la decisión de plantar algún día ese guayabo que hoy tengo y miro cada mañana en mi casa de Resistencia y que se llama, precisamente, Don Gabo, y en el que todos los veranos vienen a comer sus frutos los pájaros más tenaces y cabrones del Chaco. Después leí esa joya narrativa que es Relato de un náufrago, y yo también fui Luis Velasco en el medio del mar, y después de compartir su angustia empecé a buscar y a seguir la narrativa maravillosa de este escritor impar al que sin embargo –no lo sabía entonces– jamás estrecharía la mano ni tendría oportunidad de coincidir en persona, aunque muchas otras coincidencias, literarias e ideológicas, lo pondrían en mi camino y enhorabuena. Mientras el mundo se asombraba porque cada nuevo libro de Don Gabo era una obra maestra, yo los leía como se debe leer a García Márquez: con pasión, con la boca seca, sintiendo como sus personajes y saltando en la silla ante sus imágenes y sus adjetivos abrumadores. El ganaba todos los premios, uno por uno, y yo sentía que en cada caso estaba a su lado: en Francia (1969), en Caracas el Rómulo Gallegos (1972) y diez años después el Nobel. Celebré en silencio y a distancia cada uno de sus merecimientos como se celebran las buenas acciones y las buenas palabras de un padre, y gocé cada noticia de él y su fundación y sus viajes mientras era traducido a todos los idiomas del mundo y sus libros prodigiosos alcanzaban los 30, los 40 o 50 millones de ejemplares. Fui leyendo todo de él y lo que todo el mundo leía, y fui sucesivamente el entrañable dictador de El otoño del patriarca (mi novela preferida en tanto clase magistral de dominio de la prosa castellana), y fui Eréndira y el Coronel y la Mamá Grande, como fui a la par Florentino Ariza y Fermina Daza, y en cada caso sentí que la literatura era lo mejor que había en la vida porque era lo único que me hacía pasar de la emoción al brinco, de la puteada admirativa al llanto conmovido, de la necesidad de compartir frases al silencio profundo de la meditación solitaria. Pero nunca nos vimos, y quizás estuvo bien que así fuese. Por eso apenas corresponde evocar ahora una minúscula anécdota: alguna vez escribí un artículo duro, acaso impertinente, acerca de la misoginia en El amor en los tiempos de cólera, que él leyó con indulgencia porque después y ante amigos comunes se refirió a mí con generosidad. En el ’82, durante la guerra de Malvinas, le mandé una notita personal agradeciéndole sus palabras certeras: “Se trata de una guerra justa en manos bastardas”. No he sabido evitar algunas cuestiones personales en este obituario, pero no hubiera podido expresar de otro modo mi tristeza de lector en estas horas. Aun sabiendo que estaba enfermo y grave, y no tenía más horizonte que la muerte, la noticia de este último viaje de Don Gabo me conmueve ahora, como a millones de sus lectores, en esta tarde gris de otoño en Buenos Aires. Mañana vuelvo al Chaco y seguramente regaré con alguna lágrima el guayabo de mi casa.
Retrato inconcluso de un polígrafo A los 87 años murió el Nobel colombiano, recordado como el más simpático, pícaro, inteligente y astuto. Por Omar Genovese | 19/04/2014 | 10:09
Momentos en la vida. A la izquierda, García Márquez cuando era un bebé. Arriba, el escritor colombiano cuando junto a su esposa, Mercedes Barcha, el 30 de mayo de 2007, visitó su pueblo natal, Aracataca. | Foto: Cedoc
La relación entre el mito editorial y el reconocimiento de un escritor se desmiente en la lectura de su obra. Es notable la sensación de fractura expuesta, herida sin pudor retratada durante años, respecto de la vida de Gabriel García Márquez. Tanto es así que, al igual que Jorge Luis Borges, ha garantizado que una biografía póstuma se enfrente con un escritor ocupado en despejar toda duda, o de hacerla más insondable, para dificultar una nueva construcción fantástica que no sea la suya (Vivir para contarla, 2002), o por dejar una última humorada para el “oficio de este mundo” que es el periodismo en su rama de investigación y que en la recopilación de sus artículos en tal género reinventa la imagen del cronista-escritor en el lugar exacto, a la manera de Oriana Fallaci. Otra característica es la familiarización, la digestión cultural que universalizó su apodo, Gabo, logrando una reverencia y recuerdo entrañable sobre las lecturas de época. Ignoro el efecto contemporáneo en los nuevos lectores, pero al releer las páginas de La hojarasca, su primera novela, encuentro el génesis de lo “latinoamericano”, la proyección en el imaginario de lectores distantes, y con una sonrisa saldo el malentendido: del sur del río Bravo a Ushuaia, todos usamos guayabera. Al punto que el Tony Montana de Brian de Palma en Scarface es más el resultado de tales confusiones que de una transmigración mafiosa de John Travolta (al que años después Tarantino dará entidad, como un recuerdo cinéfilo del ansia). Si el boom de la literatura de habla hispana ocurrió a la luz de una rémora del flower power (García Márquez recibió el doctorado honoris causa de la Universidad de Columbia en 1971), la guerra de Vietnam, la Revolución Cubana y las dictaduras más aberrantes de la región, es también el resultado de cierta mirada intelectual puesta en jaque por los conflictos del fin de siglo XX. Acaso el Premio Nobel de Literatura que García Márquez recibe en 1982 sea el saludo de despedida al “intelectual comprometido” en dignas causas socialistas resistiendo al desencanto de los genocidios
rouge y de la derecha más radical, entre dos imperios bélicos, aún hoy para nada razonables. Más allá de su cuestionada amistad con Fidel Castro, que llega a las amargas recriminaciones del poeta cubano Reinaldo Arenas en su triste testimonio que tituló Antes de que anochezca, su fascinación por el poder tiende sombras sobre el pasado, y tal vez este caso sea el que más afecte la experiencia de lectura. El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora, Los funerales de la Mamá Grande, son obras iniciales y a la vez germen de una técnica que desata la imaginación, desencajando el tiempo como gozne lineal en la trama novelística, innovación que expulsa a viejos dioses del relato bíblico para recrear un universo fáunico de dimensión humana. Tal puerta de ingreso a lo fantástico adquiere su fama con Cien años de soledad, cuya publicación es producto tanto de un error editorial como de un acierto: al rechazo de la obra por parte de Seix Barral siguió la apuesta de Editorial Sudamericana en Buenos Aires, donde se convirtió en un fenómeno de ventas hacia todo el mundo. El motor de difusión encumbró al movimiento llamado “realismo mágico”, más allá de ciertas operaciones de autopromoción como fue el libro de Mario Vargas Llosa Historia de un deicidio (1971, Seix Barral, enmendando su error y subiéndose a la ola del suceso), que además de elogio al libro que consagró a su amigo le permitió obtener el doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. (Ver recuadro “Enemigos íntimos”.) Al éxito y el reconocimiento mundial siguió lo más difícil para un escritor, superar la fama de un libro. En ese compromiso siguieron: La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, Ojos de perro azul, El otoño del patriarca, la compilación de sus cuentos entre 1947 y 1972, El amor en los tiempos del cólera, El general en su laberinto y Memoria de mis putas tristes. Allí su estilo impregna cierta evocación de un territorio víctima de la distancia, o de la imposibilidad de una memoria tan vívida como íntegra, ya por vivir en México desde los 60, ya por los compromisos editoriales y políticos que lo convierten en una celebridad ambulatoria internacional. Hay, eso sí, cierta añoranza por la lengua abandonada a su suerte histórica. Y en tal paradigma es donde también aparece el oficio mencionado desde un principio, y que marcó su pasaje del universo paralelo de la ficción a la creación de un género llamado, no sin ingenuidad, “narrativa periodística”, y más tarde “nuevo periodismo”. Esto, que es la apuesta a la capacidad de percepción y sensibilidad ante cualquier suceso de lo real, creó la ilusión de que tal virtud fuera transmisible, mientras no hizo más que confirmar su carácter de irrepetible en Relato de un náufrago, Cuando era feliz e indocumentado, Chile, el golpe y los gringos, Crónicas y reportajes, Periodismo militante, De viaje por los países socialistas, La aventura de Miguel Littín, clandestino en Chile, Notas de prensa, 1961-1984, Noticia de un secuestro y Por la libre: obra periodística (1974-1995). Semejante singularidad remite a la negativa: el periodismo está advertido de lo que hay que eludir porque no haría más que malograr el ejemplo del escritor colombiano. El carácter de magíster, indudable, lo ha llevado a la creación (junto al entrañable Tomás Eloy Martínez) de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano que lleva su nombre (http://www.fnpi.org). Pero, ¿eso alcanza? ¿Qué registro intelectual
puede sobrevivir a la evolución tecnológica y la crisis laboral que esto produce? ¿Qué pasará con el oficio mismo que quien esto escribe ve caer en un manto de incertidumbre? Si el espacio para lectura se reduce a la mínima expresión por el apuro de una ansiedad narcótica por lo inmediato, ¿el lector se transformará en un coronel envejecido que espera sin que nadie le escriba? La paradoja queda abierta junto con la certeza del fin. Gabriel García Márquez deja un legado a manos de la historia de la literatura, que no es benigna, no tanto como los lectores, que en años venideros confirmarán si lo universal le es justo, sino porque los avatares que lo encumbraron junto a sus pares pueden sumirlo en el olvido –la llegada torpe del marketing del rock al mercado del libro, como la ya molesta injerencia de la corrección política secular–, renovando una apuesta por la moda de lo tangible. Mientras tanto, es preferible recordarlo como el más simpático, pícaro, inteligente y astuto de un estilo que tomó dimensión de movimiento cultural.
Periodismo de sucesos Por Juan José Becerra | 19/04/2014 | 01:50
Si la obra literaria de Gabriel García Márquez ha tenido el éxito descomunal que la acompaña desde 1967 es porque es un producto genuino del periodismo. Formado artísticamente en las redacciones de El Universal de Cartagena y El Heraldo de Barranquilla, entre fines de los años 40 y principios de los 50, durante los cuales escribió cientos de artículos, García Márquez es un caso notable de precocidad. A los 20 años ya escribía en el registro de un periodista consagrado, lo que lo envejeció un poco de entrada pero le dio la autoridad de la experiencia, que, real o fingida, es una plataforma de prestigio para el que vive de contar historias. De hecho, su primera decisión formal, tomada en la sexta palabra de su primera entrega para la columna “Punto y aparte”, publicada en mayo de 1948, es el uso del pronombre “nos”, que es el punto de vista de la experiencia colectiva, aunque, como es sabido, la escritura es una actividad individual. Inscripta la técnica sobre el metal fundido de esa precocidad, el joven García Márquez define un poco más tarde su menú de intereses que, considerados en términos de reincidencia, no son otros que los que lo llevan con naturalidad al rubro “curiosidades” o, dicho en términos barthesianos, al rubro “sucesos”. Lo que capta rápidamente es cuánto gana a su juicio la narración cuando el factor extraordinario surge en el interior de un hecho cotidiano, ya sea al nivel del hecho mismo o de la imaginación de quien lo narra. Perros que muerden a hombres. Esa es la base periodística y mitológica que García Márquez transpola a la literatura. En nada –ni en el código genético de las historias, ni en la calidad de la prosa– se distinguen sus artículos periodísticos sobre curiosidades del episodio del bebé con cola de chancho de Cien años de soledad, o del pedo tremendo que se tira el Libertador
Simón Bolívar en El general en su laberinto, o de la escena de El amor en los tiempos del cólera en la que Euclides se sumerge en el mar para volver y decir que ha visto una cantidad enorme de veleros con sus telas intactas, mejor conservadas que las de los barcos que en ese momento se mantienen a flote en el puerto. De manera que lo que alguien llamó “realismo mágico” no es otra cosa que “periodismo de sucesos”, cuya historia más representativa es aquella contada un millón de veces por todos los diarios del mundo, en la que el muerto regresa varios días después de ser enterrado y se presenta en su casa de rigurosa mortaja para infartar a sus parientes. La literatura de García Márquez, además de periodística, es ligeramente teológica porque apela a una fe poética muy parecida a la fe que exigen las religiones. Esa fe, que, por decirlo así, confía en “la resurrección de la carne” tiene raíces más profundas que las de la religión: las del folclore. En “Cómo ánimas en pena”, un artículo publicado en 1981, García Márquez recuerda el suicidio del jardinero de Hemingway. El hombre se habría ahogado en el pozo de agua potable de la mansión de Finca Vigía, razón por la cual la familia habría notado que el agua que tomaban era “más dulce”. A ese tipo de historias increíbles que suceden en la vida las llama “almas en pena de la literatura”. Es un régimen de ficción que gira alrededor de la anécdota, siempre compuesta de hipérboles y chismes, y cuyo resultado es el impacto efectista. ¿Qué lugares, aparte de los bares donde paran los taxistas, son mejor fuente de este tipo de anécdotas que las redacciones de los diarios, allí donde las ficciones que circulan son lo que no se puede publicar? García Márquez no le ha dado mucho a la historia de la literatura, pero su aporte al periodismo lírico es grande. En los numerosos tráficos que han existido entre una y otra cosa a lo largo de toda su vida, su literatura es asaltada una y otra vez por un caballo de Troya: el periodismo de sucesos. Al mismo tiempo, su periodismo es sin duda una literatura y, por lo tanto, un romanticismo aplicado a contar la realidad como mejor le parezca al que lo hace. Luego de la cremación de sus restos, Gabriel García Márquez será homenajeado hoy en el Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana
El hombre que fundó y pobló Macondo tecleando una vieja máquina de escribir
Su muerte ocurrida un Jueves Santo como la de una de sus personajes, la patriarca Úrsula Iguarán, tuvo repercusión en el mundo entero. Figura emblemática del realismo mágico, fue el gran escritor del siglo XX. Por: Natalia Páez 19-4-14
A partir de 1967, después de la publicación de Cien Años de Soledad, Macondo dejó de ser el nombre de unos árboles de la familia de las bombáceas, parecidos al ceibo con sus flores rosadas; muy comunes en la región colombiana donde se encuentra Aracataca. Después de Cien años, Macondo fue un pueblo ubicado en el centro de ese mundo que el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez creó en la novela que se convirtió en un hito entre los libros escritos en español. Traducida a 35 lenguas y con una venta que sobrepasó hasta el momento los 30 millones
de copias, le dio fama planetaria. "La mejor novela escrita en español desde El Quijote", consideró otro Nobel: Pablo Neruda.
Gabo, como lo llamaban sus amigos, detestaba los funerales, cualquier rito ligado a la muerte y se dedicó a pensar y escribir sobre la vida a la que describía no como un cotinuum de acontecimientos sino como un devenir de recuerdos. Murió a los 87 en un Jueves Santo al igual que la matriarca Úrsula Iguarán, uno de los principales personajes de la saga que lo encumbró. Estaba junto a su mujer de toda la vida Mercedes Barcha y sus hijos Rodrigo y Gonzalo en la ciudad de México, adonde había elegido vivir desde 1961. Será cremado hoy en una ceremonia íntima. América Latina perdió con él a uno de los escritores más populares de las últimas cuatro décadas. Nació a las 9 de la mañana del domingo 6 de marzo de 1927 en Aracataca, el pueblo de los macondos. Un lugar que recreó con magia y superstición para su novela más famosa, donde dio origen y fin a la estirpe de los Buendía.Hasta los ocho años creció como el niño único de la familia, cuando quedó a cargo de sus abuelos maternos y de sus tías. Es que su padre, Gabriel Eligio García y su madre Luisa Santiaga Márquez se habían ido a vivir a Sucre, para abrir una farmacia cuando su primogénito tenía cinco años. En esa población tuvieron otros diez hijos. Gabriel pasó su primera infancia con esos abuelos que lo marcaron en su vida y que dejaron huellas sobre todo en su obra literaria. El coronel Nicolás Márquez –a quien él llamaba Papaleo– veterano de la guerra de los mil días, fue quien le contó al niño, futuro escritor, las primeras de las historias que escuchó en su vida. Con él iba al circo y al cine y fue su instructor y consejero. Su abuela, Tranquilina Iguarán –Mina–, se la pasaba contando fábulas y leyendas familiares. Aun habiendo quedado casi ciega por completo se afanaba organizando la vida de los miembros de la familia de acuerdo con mensajes que transcribía de sus sueños. Ella fue su ventana a la magia, a la superstición y fue quien le pintó una mirada sobrenatural de la vida. Ella fue quien inspiró uno de los personajes principales de Cien Años de Soledad, la que moría un Jueves Santo. Respecto del realismo mágico, corriente literaria de la que formó parte activa dijo en una entrevista: "En mis libros no inventé nada, todo lo que allí aparece son cosas que suceden en el Caribe." "La tía Francisca, virgen y mártir, siguió siendo la misma de los desparpajos insólitos y los refranes ríspidos (…). Un día cualquiera se sentó en la puerta de su cuarto con varias de sus sábanas inmaculadas y cosió su propia mortaja cortada a su medida, y con tanto primor que la muerte esperó más de dos semanas hasta que la tuvo terminada." Este relato aparece en Vivir para contarla (2002), un libro de memorias de su infancia,y es la anécdota de su tía que prepara su vestimenta para su última morada. En cada uno de los personajes de Cien años hay una referencia a personas de su vida real. Algo de su tía Francisca está en Amaranta, la hija menor de la pareja primigenia de los Buendía.Estos elementos biográficos y algunos de la historia colombiana como la matanza de unos jornaleros por parte de una compañía bananera ocurrida en "una plazoleta árida" del pueblo en 1928, formaron parte del mundo de su libro más recordado. Gabriel aprendió a escribir a los cinco años en el colegio Montessori de Aracataca. Él contó que allí conoció a la primera mujer de la que se enamoró la bella maestra Rosa. "Sólo por verla deseaba ir cada día a la escuela", dijo. En ese colegio estuvo hasta 1936, año en que murió su abuelo y tuvo que irse a vivir con sus padres al puerto de Sucre. A los 10 ya escribía versos humorísticos. En 1940
gracias a una beca ingresó pupilo al Liceo Nacional de Zipaquirá. De esos días habla largamente en su autobiografía, de aquellos tiempos relató la melancolía que dejó impresa en su carácter el frío intenso de la Ciudad de la Sal. Presionado por sus padres, en 1947 se radicó en Bogotá donde estudió derecho. Esa ciudad, decía, le impresionaba por sus "gentes introvertidas y silenciosas, todo lo contrario al Caribe, en donde las personas sentían la presencia de otros seres fenomenales aunque estos no estuvieran allí". En ese año publicó su primer cuento "La tercera resignación" y a las pocas semanas "Eva está dentro de un gato", en un suplemento del diario El Espectador. Fue un editor de ese periódico –Eduardo Zalamea Borda– quien comenzó a llamarlo con el apodo guajiro de "Gabito". El asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, y el subsecuente Bogotazo determinaron un nuevo cambio de rumbo en su vida. La mayoría de sus libros y manuscritos se quemaron en el incendio de la pensión donde vivía, y el cierre indefinido de la Universidad Nacional lo obligó a gestionar su transferencia a la Universidad de Cartagena, donde siguió siendo un alumno irregular. No llegó a graduarse y decidió no retomar sus estudios, cosa que sus padres por mucho tiempo le reclamarían. Aun así años más tarde recibiría un doctorado honoris causa por su trabajo otorgado por la Columbia University de Nueva York. En Cartagena, el escritor Manuel Zapata Olivella le consiguió una columna diaria en el recién fundado periódico El Universal. Allí habría de distinguirse con su pluma. Y comenzaría a relacionarse con el periodismo, otra de las grandes facetas de su carrera. Al principio viajaba desde Cartagena a Barranquilla cada vez que podía. Gracias a una neumonía que lo obligó a recluirse en Sucre dejó su trabajo en El Universal por una columna diaria en el Heraldo de Barranquilla. En ese espacio conoció a algunos de sus compañeros del Grupo de Barranquilla. Se juntaban en un bar, La cueva, donde los jóvenes se dedicaban a discutir obras de William Faulkner, Albert Camus, Virginia Woolf. A decir de la escritora Irene Chikiar Bauer, biógrafa de la autora de Las Horas: "García Márquez fue uno de los pocos escritores que se atrevió a reconocer la influencia en su obra de la pluma de una mujer como él mismo reconoció en una entrevista de Paris Review." Sus memorias comienzan con el recuerdo de una noche en Barranquilla mientras pasaba el tiempo en una librería cuando vio venir a su madre abriéndose paso entre la gente. Relata el impacto de casi no reconocerla, envejecida a sus 45 años luego de once partos. Venía a buscarlo para que la acompañara a vender la casa de los abuelos en Aracataca. Por esos días Gabo era un joven de 23 años que ya había dado algo que hablar entre la crítica literaria por sus cuentos aparecidos en periódicos. Fumaba sin tregua, vestía "sandalias de peregrino", camisas de flores y ya lucía el bigote que jamás se afeitaría. Muchas escenas de su vida están presentes en la mayoría de sus libros más famosos. Sobre la relación de sus padres, que había nacido como un vínculo no aceptado por su abuelo materno, escribió en El amor en los tiempos del cólera (1985). Ya había recibido el Nobel de Literatura y se preparaba para abrir un periódico que nunca abrió. Es que tenía en mente una novela y debía escribirla. Un relato que luego fue llevado al cine no sin muchas negociaciones e insistencia por parte del productor Scott Steindorff, ya que Gabo no quería que se adaptara su obra para el habla inglesa. Finalmente la película llegó a la pantalla tras la promesa del productor de no hacer una versión "hollywoodense" y fue protagonizada por Javier Bardem, en 2006. A su mujer la conoció en uno de los tantos viajes a Sucre. Mercedes, también hija de un boticario, fue su compañera y madre de sus dos hijos. En 1955, con 27 años publica su primera novela, La hojarasca. Y comienza a aparecer por entregas la que es considerada una pieza ejemplar del periodismo narrativo: Relato de un náufrago. Por las
denuncias de sus textos es censurado por el régimen del general Gustavo Rojas Pinillas. Su editor lo envió para protegerlo como corresponsal a Europa. En 1958 aparece El coronel no tiene quién le escriba. "El año siguiente cubre los juicios de la revolución cubana liderada por Fidel Castro y se transforma en el director de Prensa latina, la agencia de noticias donde también trabajó Rodolfo Walsh. Le niegan la visa a Estados Unidos por considerarlo parte del Partido Comunista El 2 de julio de 1961, García Márquez, sin saber aún que no se iría más de allí, llegó para quedarse a la Ciudad de México. La capital mexicana lo acogió como a un hijo propio desde entonces. En discreción vivió allí sus últimos años. Tuvo la generosidad de aparecer el día de su último cumpleaños, a saludar a la gente que se reunió para cantarle las mañanitas. Tenía en la solapa una flor amarilla. Sin esperarlo en 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura "por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real son combinados en un tranquilo mundo de imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continente". Fue muy celebrado y compartido su discurso de aceptación del premio, al que tituló "La soledad de América Latina". Cuando subió a recibirlo fue el primer colombiano y el cuarto latinoamericano en ganarlo. "Yo tengo la impresión de que al darme el premio han tenido en cuenta la literatura del subcontinente y me han otorgado como una forma de adjudicación de la totalidad de esta literatura", declaró. En 1995 decidió fundar una organización para promover el periodismo narrativo latinoamericano. Así con la colaboración de amigos como Tomás Eloy Martínez y Carlos Fuentes, creó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Cartagena de Indias. Tenía la misión de trabajar por la excelencia del periodismo y su contribución a los procesos de democracia y desarrollo de los países iberoamericanos y del Caribe. El jueves lo despidió su director Jaime Abello Banfi con una emotiva carta. Después de 24 años de ausencia en 2007 volvió en un tren a la Aracataca de su infancia para un homenaje que le brindó el gobierno colombiano y para festejar sus 80 años de vida. Fue recibido por una multitud, un día de calor sofocante. En 2012 se especuló sobre su salud luego de que su hermano menor Jaime asegurara que Gabo padecía demencia senil. La información fue desmentida entonces por AbelloBanfi. Desde entonces se especuló largamente sobre sus problemas de salud, en especial de falta de memoria. "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla", con esa frase eligió abrir su autobiografía. La memoria, esa aliada en sus historias, le jugó una mala pasada los últimos años de su vida. Como en el tiempo cíclico en el que gustaba enredar sus relatos terminó sus días mezclando recuerdos. Se fue con él parte del siglo XX. Queda su obra periodística y literaria como quedan los macondos todavía dando sombra en el soporífero suelo de Aracataca. « Repercusiones Isabel Allende "Conquistó a los lectores y conquistó el mundo, y le contó al mundo sobre nosotros, los latinoamericanos, y nos contó a nosotros cómo somos. En sus páginas nos vimos como en un espejo. Además, si bien no fue el inventor del realismo mágico, sí fue la voz que se constituyó en pilar del movimiento. Sus libros son inmortales y siempre estarán con nosotros. Así que él siempre está con nosotros." (dpa) Graciela Dufau "Durante una reunión en su casa en La Habana, él me comentó que tenía ganas de escribir una cantaleta, un relato dicho por una mujer, dedicado a su marido en la noche de bodas. Nueve meses
después y sin haber tenido otro contacto, sonó el teléfono de casa. Aunque nunca supe cómo consiguió mi número, respondí y alguien me dijo: 'Conozco esa voz, soy Gabo y no me mandes al carajo pensando que esto es una broma.' Permanece en mí su sentido del cuidado del otro. Siento con su muerte algo parecido a lo que siente una viuda, y la misma orfandad que sentimos todos." (Graciela Dufau fue elegida por García Márquez para protagonizar su única obra teatral, Diatriba de un hombre sentado, que se estrenó en 1987. Télam) Vladimir Putin "Fue un gran amigo de Rusia. Un gran escritor y pensador nos ha dejado, fiel hasta el fin a sus ideales del humanismo y la justicia." (Télam) Leonardo Padura "Particularmente para mí García Márquez ha sido y sigue siendo uno de mis maestros en el trabajo literario y periodístico. Fue un escritor avasallador, influyente y contagioso para los que lo leímos. En relación con Cuba, tuvo una relación contradictoria. Es decir, fue muy estrecha con los altos niveles de la dirigencia cubana pero muy escasa con los escritores cubanos." (Télam) Barack Obama "Fue un maestro del realismo mágico. Con el fallecimiento del escritor colombiano, el mundo ha perdido a uno de los más grandes y visionarios escritores, uno de mis favoritos desde que era joven. Tuve el privilegio de conocerlo en México y allí me regaló una copia de Cien años de soledad con su firma, que hoy atesoro. Ofrezco mis pensamientos a su familia y amigos, que espero tengan el consuelo en el hecho de que el trabajo de 'Gabo' vivirá por generaciones." (Ansa) Bill Clinton "Me sentí honrado de ser su amigo y de conocer su gran corazón y su mente brillante durante más de 20 años." (Estados Unidos le prohibió la entrada a García Márquez durante más de tres décadas por su militancia en el Partido Comunista de Colombia. La prohibición fue anulada luego de que Clinton invitara a García Márquez en 1994 a la isla de Martha's Vineyard, en Massachusetts) Raúl Castro El mundo, y en particular los pueblos de Nuestra América, hemos perdido físicamente a un intelectual y escritor paradigmático. Los cubanos, a un gran amigo, entrañable y solidario. La obra de hombres como él es inmortal." (Raúl Castro, en una carta enviada a Mercedes Barcha, viuda de García Márquez, en un mensaje de condolencias publicado hoy por el portal oficialista Cubadebate) Julio Ortega "Hay una América Latina antes y después de García Márquez. Sus libros se leen para siempre, dándonos un aire de familia a sus lectores, que compartimos el encanto feliz de su imaginación generosa, fecunda y fraterna. No sólo pertenece él a la historia de la novela, que es el proceso de nuestra modernidad, sino a la intimidad de las comunidades dialógicas que su narrativa puso al día como una utopía cultural, la única que se ha cumplido como promesa entre nosotros. Pocos grandes artistas creyeron tanto en nosotros, habitantes privilegiados de los próximos cien años de solidaridad." (Julio Ortega, crítico literario, a la agencia dpa desde la Universidad de Brown en Estados Unidos)
Luis Chitarroni "La invención de Macondo es la mejor asimilación latinoamericana del Yoknapatawpha (County) de (William) Faulkner (condado ficticio del noroeste de Mississippi, donde transcurren varias de sus novelas), tan buena que la deuda queda saldada por la originalidad inherente del colombiano. Un periodista excepcional, extraordinario, como lo demuestran las compilaciones periodísticas Textos costeños, Entre cachacos... Me gusta en particular la nota que hizo sobre María Moliner y su diccionario. Un escritor excepcional, extraordinario, como lo demuestran El amor en tiempos del cólera y El otoño del patriarca. No omito Cien años de soledad, la doy por sabida y apreciada. Para mí escribió uno de los mejores cuentos de todos los tiempos: 'Isabel viendo llover en Macondo'. Su muerte no admite la tontería de la obsecuencia y la adulación que serán, seguro, los homenajes más frecuentes." (Luis Chitarroni, editor y escritor. Télam) La amistad entre Gabriel García márquez y Tomás eloy Martínez
Literatura y periodismo, pasiones comunes
El escritor argentino y el colombiano se conocieron en 1967 y se vieron por última vez en 2010. Juntos proyectaron un diario que nunca salió y juntos hicieron realidad el sueño de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Por: Natalia Páez 19-4-4
El primer encuentro que dio inicio a la robusta amistad entre Gabriel García Márquez y Tomás Eloy Martínez quedó registrado en un texto del argentino titulado "El día en que empezó todo." En él relató con detalles aquella madrugada de 1967, cuando junto a Francisco "Paco" Porrúa, el mítico primer editor de Cien años de soledad, fue a buscar al colombiano al aeropuerto de Ezeiza. "Es un texto donde mi papá cuenta esta primera llegada de Gabo a la Argentina. También relata cómo llegó el manuscrito de Cien años de soledad. Mi papá por entonces era jefe de redacción de Primera Plana, revista adonde se publicó la primera reseña que se escribió de ese libro, hecha por él mismo. Cuando García Márquez aún no era conocido por los argentinos mi papá lo convoca como jurado para un concurso de novela donde también estaba Augusto Roa Bastos. Se lanzaba Cien años..., era una ocasión para la cual Gabo llegó acompañado de su mujer. Ellos no habían tenido diálogo hasta ese momento. A partir de entonces tuvieron una amistad muy cercana. Tanto fue así que cuando a mi viejo lo amenaza de muerte la Triple A en el 1975, son él y Carlos Fuentes quienes le hacen un contacto en Caracas para trabajar con recomendación de ellos. Se vieron mucho en el exilio", relató Ezequiel Martínez hijo y albacea de Tomás Eloy. De ese texto puede destacarse la descripción de la primera impresión del escritor y periodista argentino sobre el que luego sería su amigo: "En vísperas de la llegada de García Márquez, la revista incluyó su foto en la portada. Pocos habían oído su nombre. Casi nadie lo había visto. En un ensayo de 'Los nuestros', Luis Harss lo había descripto como un hombre 'duro y macizo con un impresionante mostachón, una nariz de coliflor y los dientes emplomados'. Era la imagen de un
gitano. Cuando Porrúa y yo fuimos a su encuentro en Ezeiza, a las 3 de la mañana de un sábado de junio, advertimos que aquel retrato temible omitía, sin embargo (como las fotos), la más aterradora de sus cualidades: García Márquez era un vendaval, inmune al sueño y a las desgracias. Más que un gitano parecía la reencarnación de Gargantúa. Llegó vestido con una indescriptible campera a cuadros, de rojos chillones y azules eléctricos, un pantalón ajustado, cuya tela tenía la textura de un helado de crema, y unas botas cortas, puntiagudas. Lo acompañaba una mujer maravillosa que parecía la reina Nefertiti en versión indígena. Era su mujer, Mercedes Barcha." Durante los '80 la relación entre los escritores y periodistas se hace aún más cercana y se consolida muy fuertemente con el proyecto truncado de García Márquez de hacer un diario. Se iba a llamar El otro. Para esto el ya Premio Nobel convocó a Martínez y a Rodolfo Terragno para concretarlo. "Trabajaron muchos meses en ese proyecto, ya estaban a punto de comprar las imprentas. Pero mi viejo notaba que García Márquez estaba cada vez más disperso. Esto fue después de que él había ganado el Nobel, a fines del '83. Hablaron del tema y Gabo le dijo 'Tengo una novela en la cabeza que me esta quemando las tripas y no puedo seguir con esta vaina.' Y ahí ese proyecto quedó trunco", relató Ezequiel Martínez, también periodista y actualmente a cargo de la Fundación Tomás Eloy Martínez. "'Anoche no pude dormir porque la trepidación de las rotativas que compraremos el próximo mes me está volviendo loco –solía decir–. Y la noche antes me la pasé soñando con una novela en la que un hombre de setenta años consigue por fin ir a la cama con la mujer de sesenta y ocho de la que está enamorado desde que tiene uso de razón. Si supiera cuáles van a ser los nombres de esos viejos, ya la estaría escribiendo.' Cierta mañana de julio nos anunció que al día siguiente llegaba a Caracas para 'poner de una vez en marcha esa vaina [ El Otro ].' Terragno y yo lo vimos media hora al caer la noche, pero de lo único que hablamos fue de su historia de amor. Convinimos en que volveríamos a encontrarnos hacia la una de la madrugada, en un bodegón donde nadie pudiera reconocerlo, cuando él saliera de una comida con el rey de España y el presidente de Venezuela. A la una ya estaba esperándonos. El lugar era inhóspito, bullicioso y, para nuestro asombro, nadie en verdad lo reconocía. Tardó una hora en dejar caer la noticia: 'Ya está todo listo para sacar el diario en noviembre. Instálense ahora en Bogotá y empiecen a trabajar. Yo tengo que encerrarme a escribir la novela sobre los amantes viejos.' Al principio, no lo entendí: ¿García Márquez quería que su diario, El Otro , saliera sin que García Márquez estuviera presente? 'De eso se trata', respondió. Nos negamos. Trató de explicar lo que ya sabíamos: que no se puede escribir una novela y hacer un diario a la vez. Que para la novela él era imprescindible pero que al diario le bastaría con nosotros. Y la novela, nos dijo, ya no podía esperar: estaba mordiéndole las entrañas. Le replicamos lo que él ya también sabía: que el otro era él, y que no podíamos ponernos en el lugar de ese personaje. Nos separamos al amanecer. Durante algún tiempo siguió llamándonos por teléfono para contar que había ordenado nuevos estudios de factibilidad y un plan alternativo de financiación, pero cada vez hablaba más de la novela. A fines de septiembre dijo que había encontrado el nombre perfecto para el viejo de su historia, Florentino Ariza, y a comienzos de octubre anunció, exultante, que por fin había dado con el título. Se llamaría El amor en los tiempos del cólera . Cuando leí al fin ese libro en la edición amarilla de Oveja Negra, supe que habíamos hecho lo correcto. El Otro hubiera sido un diario de tantos. La novela, en cambio, era única. Ninguno de nosotros volvió a mencionar El Otro desde entonces. Fue una historia de amor, pero no de las verdaderas. Nunca es verdadera una historia de amor que no deja ninguna melancolía." Así escribió Tomás Eloy Martínez sobre aquel recuerdo. Después se involucrarían en otro proyecto. "Gabo lo vuelve a llamar en 1994 cuando quiere formar la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Empezaron a trabajar en ese proyecto para
fomentar los nuevos talentos regionales y formar jóvenes en el oficio. García Márquez lo menciona a mi papá ante la Sociedad Interamericana de Prensa, en el discurso titulado "El mejor oficio del mundo", cuenta su hijo Ezequiel Martínez. A partir de ahí se vieron muchas veces. "El último tiempo durante la enfermedad de mi papá llamaba mucho su esposa Mercedes preguntando cómo estaba", finaliza. En 2010, la FNPI le hizo un homenaje a Tomás Eloy al que asistió su amigo Gabriel. "Fue la última vez que lo vi, en la cena del día anterior. Cantaba tango, se lo veía animado. Yo había ido con mi hermano Gonzalo. Cuando Gabo llegó a esta reunión donde había muchas personas, varios se acercaron a saludarlo y él pidió 'déjenme saludar primero a estos muchachos', refiriéndose a nosotros", relató Ezequiel. Su hermano Gonzalo Martínez, fotógrafo, se quedó unos días con la familia del Nobel y compartió muchos momentos en su casa. De esos momentos quedó un material fotográfico aún inédito. « La mejor novela del siglo El artículo que se reproduce a continuación pertenece a Tomás Eloy Martínez, se llama "Algo que quizás Gabriel García Márquez haya olvidad" y apareció en La Nación el 28 de septiembre de 2002. "EL 10 de diciembre llamé por teléfono a Gabriel García Márquez para contarle que los lectores de La Nación habían elegido Cien años de soledad como el mejor libro del siglo. La noticia no pareció sorprenderlo. Ya le ha sucedido otras veces, en otras latitudes. "En 1983", me dijo, "escribí El amor en los tiempos del cólera para demostrar que podía ir más allá de Cien años... Algunos pensaron que lo había logrado. ¿Viste lo que sucedió en los Estados Unidos? Las últimas ediciones de Cien años de soledad llevan una faja que dice: "Por el autor de El amor en los tiempos del cólera". Y tal vez Crónica de una muerte anunciada sea también un libro mejor que ese." Es comprensible que García Márquez quiera tomar distancia de Cien años de soledad. Cuando el nombre de un autor está demasiado unido a la inmortalidad (o al tono) de un solo libro, corre el riesgo de ser juzgado sólo por ése y no por el resto de su obra. Muchas páginas de las Novelas ejemplares son superiores a otras del Quijote, pero los resplandores de esta obra maestra las oscurecen. Shakespeare tiene la fortuna de que su mejor obra no es una sola sino, por lo menos, diez: Hamlet y El rey Lear, Macbeth y Sueño de una noche de verano , la saga de los reyes y La tempestad. Y Proust tuvo la involuntaria astucia de que su libro mayor sean siete libros que se pueden leer como muchos más, o como uno solo. García Márquez, en cambio, ha pasado parte de la vida rompiendo lanzas contra el molino de viento de su gran novela, casi siempre en vano. Cada vez que se aleja de ese fantasma, los lectores vuelven a invocárselo. Cuando Cien años de soledad fue publicada en Buenos Aires, hace ya tres décadas, el autor era casi desconocido. Llegó a Ezeiza en un avión demorado, a las tres de la madrugada, y sólo dos personas lo estábamos esperando: su editor Francisco Porrúa y yo. Al marcharse, diez días más tarde, la multitud que lo acompañaba era tan caudalosa que Porrúa y yo lo perdimos de vista. Más de una vez evocamos con García Márquez aquella temporada inolvidable y más de una vez quise saber por qué nunca regresó a la ciudad donde empezó todo. El 10 de diciembre volví a preguntárselo. "Pensaba ir el año que viene", me dijo, "pero después del voto de los lectores de La Nación, ya no sé si podría. Me asusta. ¿Cómo voy a corresponder al afecto de tanta gente? Si viera a todas las personas que quiero ver, no sobreviviría. Cuanto más señales hay de que me quieren, menos coraje tengo." Dickens y Víctor Hugo, en el siglo XIX, vivieron fenómenos de popularidad parecidos a los de
García Márquez. Pero en el siglo XX no hay, tal vez, un caso igual al suyo. Rara vez una novela cambia la vida de los lectores. Cien años de soledad ha cambiado la de millares, incluyendo la del hombre que la escribió y que, después de corregirla, no la quiso leer nunca más." El artículo que se reproduce a continuación pertenece a Tomás Eloy Martínez, se llama "Algo que quizás Gabriel García Márquez haya olvidad" y apareció en La Nación el 28 de septiembre de 2002. "EL 10 de diciembre llamé por teléfono a Gabriel García Márquez para contarle que los lectores de La Nación habían elegido Cien años de soledad como el mejor libro del siglo. La noticia no pareció sorprenderlo. Ya le ha sucedido otras veces, en otras latitudes. "En 1983", me dijo, "escribí El amor en los tiempos del cólera para demostrar que podía ir más allá de Cien años... Algunos pensaron que lo había logrado. ¿Viste lo que sucedió en los Estados Unidos? Las últimas ediciones de Cien años de soledad llevan una faja que dice: "Por el autor de El amor en los tiempos del cólera". Y tal vez Crónica de una muerte anunciada sea también un libro mejor que ese." Es comprensible que García Márquez quiera tomar distancia de Cien años de soledad. Cuando el nombre de un autor está demasiado unido a la inmortalidad (o al tono) de un solo libro, corre el riesgo de ser juzgado sólo por ése y no por el resto de su obra. Muchas páginas de las Novelas ejemplares son superiores a otras del Quijote, pero los resplandores de esta obra maestra las oscurecen. Shakespeare tiene la fortuna de que su mejor obra no es una sola sino, por lo menos, diez: Hamlet y El rey Lear, Macbeth y Sueño de una noche de verano , la saga de los reyes y La tempestad. Y Proust tuvo la involuntaria astucia de que su libro mayor sean siete libros que se pueden leer como muchos más, o como uno solo. García Márquez, en cambio, ha pasado parte de la vida rompiendo lanzas contra el molino de viento de su gran novela, casi siempre en vano. Cada vez que se aleja de ese fantasma, los lectores vuelven a invocárselo. Cuando Cien años de soledad fue publicada en Buenos Aires, hace ya tres décadas, el autor era casi desconocido. Llegó a Ezeiza en un avión demorado, a las tres de la madrugada, y sólo dos personas lo estábamos esperando: su editor Francisco Porrúa y yo. Al marcharse, diez días más tarde, la multitud que lo acompañaba era tan caudalosa que Porrúa y yo lo perdimos de vista. Más de una vez evocamos con García Márquez aquella temporada inolvidable y más de una vez quise saber por qué nunca regresó a la ciudad donde empezó todo. El 10 de diciembre volví a preguntárselo. "Pensaba ir el año que viene", me dijo, "pero después del voto de los lectores de La Nación, ya no sé si podría. Me asusta. ¿Cómo voy a corresponder al afecto de tanta gente? Si viera a todas las personas que quiero ver, no sobreviviría. Cuanto más señales hay de que me quieren, menos coraje tengo." Dickens y Víctor Hugo, en el siglo XIX, vivieron fenómenos de popularidad parecidos a los de García Márquez. Pero en el siglo XX no hay, tal vez, un caso igual al suyo. Rara vez una novela cambia la vida de los lectores. Cien años de soledad ha cambiado la de millares, incluyendo la del hombre que la escribió y que, después de corregirla, no la quiso leer nunca más." El periodista y escritor rodolfo braceli fue uno de los pocos argentinos que entrevistó al Nobel colombiano
Cómo lograr una entrevista imposible
Se lo propuso en 1992 y alcanzó su objetivo cuatro años después. Los artilugios de un periodista consecuente. 19-4-14 A Gabriel García Márquez, el gran curioso, el que vivió para contarlo, el perpetuo perseguidor de la poesía, lo pude entrevistar "gracias" a Pablo Escobar, capo del cártel de Medellín. Sonará a broma,
pero qué voy a hacerle. El reportaje a Gabo era de esos que en la jerga periodística denominamos imposibles, porque en más de medio siglo había concedido sólo dos para medios argentinos. Y esto porque, él lo decía, si aceptaba otra nota, iba a quedar muy mal con decenas de periodistas que estaban en una infinita lista de espera.
El caso es que un día de 1992 pensé el disparate de hacerle nomás un reportaje a García Márquez. Pasaron cuatro años, hasta que lo conseguí. Resumo peripecias: primero le hablé a Gloria Rodrigué, entonces la directora de Sudamericana, para que hiciera la primera gestión. Me miró con piedad; a la semana volvió con un previsible "no". Después busqué por el lado de la representante catalana Carmen Balcells. Me respondió con otro "no". Posteriormente gestioné a través de la sobrina de García Márquez, su asistente. Me respondió, muy cordial, con un "no, imposible". Ya habían pasado más de tres años, y en eso vino a la Argentina a promocionar el libro Crónica de un secuestro, Maruja Pachón (la secuestrada por Pablo Escobar) protagonista del libro. En la conferencia de prensa no le pregunté nada a Pachón, pero después pedí tomar un café con ella. Entonces le dije: "A usted, después de secuestrada y liberada, García Márquez la metió en un libro. Yo ahora quiero sacarla de ahí y reconstruir su secuestro, muertes y liberación en los sitios de los hechos." Maruja me dio su dirección y teléfono. Pasaron varios meses, ya en setiembre de 1996 pesqué una invitación de Avianca y así pude entrevistarla en Bogotá. Ese día, después de una cena, ya en confianza, cuando Alberto Villamizar, su esposo, me había mostrado las cartas que recibió de Escobar durante la negociación, le pedí a Maruja que me consiguiera "15 minutos con García Márquez por teléfono". "Qué teléfono ni qué 15 minutos", me dijo. A la mañana siguiente lo ubicó en su nueva casa de Cartagena. Lo convenció en minutos. Y me pasó el teléfono para contactarme con Gabo. Lo llamé cuatro veces, hasta encontrarlo. "¿Y cuánto tiempo precisa usted?", me preguntó. Fui mutando sobre la marcha y le dije sin resollar "y… necesito unos 20 minutos… una hora dos horas. Dos". Me bajó de la palmera con un comentario desolador: "Tengo que decirle que ya me hicieron todas las preguntas. Verá usted, con 20 minutos sobrará. Lo espero mañana a las cinco de la tarde." Madremía. Y me llega el día con su cinco de la tarde. Toco el timbre en la casa de Cartagena, dos custodios armados me abren la puerta y me acercan al estudio de García Márquez. Me saluda, serio. Detrás, una computadora de pantalla vertical, escasos papeles sobre su escritorio, varios disquetes, muy a la mano dos, tres diccionarios. A la derecha una biblioteca; más allá, cuatro sillones con fantasmales fundas blancas; enfrente, un ventanal con todo el mar a disposición. Bigote bien recortado, pantalón beige claro, camisa afuera del mismo color, zapatos blancos sin medias; una agenda y una lapicera en el bolsillo de su camisa. Sin mediar pregunta empieza confesando su difícil convivencia con esta vivienda no hace mucho construida: –Aquí estoy, en esta casa que tengo que amansar como un par de zapatos nuevos. –Las casas toman semblante, dicen, cuando uno les siembra el aire con sus hábitos. –Falta para eso. A esta casa la siento todavía como una armadura de acero. Dígame, ¿qué quiere tomar? –Lo mismo que suele tomar usted.
–Arsénico. Yo tomo arsénico. –No, gracias. Con agua está bien. –Bueno, dígame: ¿y de dónde vienen y para dónde van? –Venimos de la Argent... –Maruja me dijo: "Aquí está, en Colombia, para entrevistarte". "Y bueno, que venga", le contesté. Usted la buscó a ella para que me pidiera este encuentro. Se valió de una trampa que es mortal, y es que Maruja Pachón es la única persona en el mundo a la que no le puedo decir que no. –A veces craneo bien. Después de mil gestiones intuí que ella podía ser la llave que me abriría su puerta. –Si lo que quería era eso ¡le salió bien! –Lo noto... algo contrariado, García Márquez. –Es que yo estoy, primero, contra las entrevistas. Segundo, tendría en el orden de diez diarias. Entonces le debo decir que no a todas. Y en Buenos Aires me han querido entrevistar y he dicho siempre que no. Me va a matar toda la prensa, que son mis amigos, además. ¿Y qué va usted a preguntarme...? Así arrancó el reportaje aquel. Empecé con preguntas menudas, entramos en conversación, llegamos a cierto clima y nos deslizamos al estado de confesión. El azar nos fue tejiendo mucho más sabiamente que las preguntas que yo tenía pautadas. Después de aquel reportaje real de 1996 escribí un reportaje ilusorio que incluí en mi libro Ciento un años de soledad. Todo empieza en la sala de terapia intensiva de un hospital. García Márquez, en la víspera de su 101 cumpleaños agoniza. Le desconecto cablerío, zondas, sueros y, ya que estamos en Colombia, decido secuestrarlo. Lo llevo a su casa, al único lugar donde no lo van ir a buscar. Y allí empezamos a dialogar: –¿Cómo dices que te llamas? –Rodolfo… Rodolfo Braceli. –Ya que tanto sabes, ¿cómo dices que me llamo? –Gabriel García Márquez. Ese es su nombre. –¿Y qué estás haciendo aquí, conmigo? –Quiero hacerle una entrevista, pero esta vez desde la ficción… si es que no se me enoja. –Con qué vaina me vienes… Ahora recuerdo: tú eres aquel argentino de las cinco de la tarde que me entrevistó hace tantos años… –En 1996. Y en esta su casa de Cartagena. –Carajo, se nos pasaron 20, qué digo 20 ¡más de 30 años! –Treinta y tres. Hoy es el 5 de marzo del 2029. –Si como dices yo soy García Márquez, mañana a las 9 mis huesos y mi corazón estarán cumpliendo ciento uno. –Ciento un años de soledad. –Pero no en soledad. –¿Cuál es la diferencia, don Gabo? –Los años de soledad algunos los cumplen solos y otros los cumplimos acompañados. Espera, no desenvaines tu próxima pregunta, dime ya: ¿cómo es que estoy aquí? ¿Me has traído tú o qué? –Supone bien: lo he traído. Algo así como un secuestro. –¿Y dónde me dices que estaba? –Hasta hace unas horas usted estaba atrapado entre tubos y cables. En soledad, y solo, además. –Cierto, no hay sitio en la tierra donde se esté tan solo. Allí te dan la limosna de un rato más de agonía… De modo que tú me has secuestrado para que yo pueda morir en mi casa... No te frunzas,
con tu gesto me estás diciendo que pronto voy a morir. –En horas, don Gabo, usted va cumplir 101 años. –Carajo, a mi edad ya no se cumplen años, se cumplen siglos. Fíjate en las habitaciones, a ver si encuentras a Mercedes. Extraño el sonido de sus pasos… –Su mujer… partió hace tiempo. –¡Qué tratas de decirme, carajo! –Que Mercedes anda por ahí, pero respirando de otra manera. –Me estás diciendo que la madre de mis hijos ha muerto… ¿Cómo he podido vivir mi soledad sin ella?... Pero dime, ¿qué día es hoy? –Lunes. 5 de marzo del 2029. Del hospital lo rescaté ayer, domingo a la tarde. –Qué vaina, todo cerrado. –¿Qué necesitaba usted? –Zapatos. –Zapatos tiene. –Nuevos, zapatos nuevos necesito. ¿No ves que me voy a morir? «