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FILANTROPÍA > EL OASIS DE MÁXIMO PAZ
El Oasis de Máximo Paz
Hogar Bernardino Rivadavia
Un ámbito donde la Masonería argentina pone en juego día a día su concepto de filantropía, donde chicos provenientes de los sectores más vulnerables de nuestra sociedad, recién llegados de la brutalidad más cruda y desgarradora, descubren que hay otro porvenir: el del respeto y el afecto, con los cuales comienzan a vislumbrar un futuro un poco mejor. Ese es el ámbito que logra el Hogar Bernardino Rivadavia.
Texto JENEAS ATREIDES • Fotos NICOLAS J. SILBERAY PÉREZ
l Hogar Bernardino Rivadavia esta ubicado
Een Máximo Paz, en el partido de Cañuelas, Provincia de Buenos Aires. Construido a mediados del siglo pasado, es un edificio ancho, bajo y simétrico, como suelen ser los establecimientos de la Orden; en estilo, no se diferencia demasiado de la arquitectura masónica que podemos encontrar en otros edificios de la Ciudad de Buenos Aires. Lo distinto, por supuesto, es su función. Por momentos parece que sería más fácil decir qué no ocurre en el hogar. Las actividades son tan diversas que solo pueden describirse en forma de lista; el Rivadavia es: comedor comunitario; escuela secundaria; club social; hogar de tránsito para perros; cuerpo de bomberos; huerta orgánica; grupo scout; y —por si eso fuera poco— sede de una radio FM. Todo eso ocurre, increíblemente, bajo la administración de un único hombre, el Alma Mater Carlos Jure, también conocido como “Curi”.
Llegamos a Máximo Paz un sábado luminoso. El cielo está despejado y hace un calor húmedo, agobiante. El único refugio del sol son los árboles que rodean el predio: paraísos florecidos, talas filosas, acacias amables. Después de presentarnos en la entrada, nos invitan a pasar a un edificio viejo, escasamente mantenido. Hay techos altos, muebles de otras épocas, incluso una araña estilo art Nouveau. También hay maderas saltadas y olor a humedad. Es lógico: el hogar tiene ya siete décadas de uso intensivo. Se gastan hasta las paredes. Entonces, aparece Jure. Es un hombre macizo, con barba frondosa y ojos atentos. Cada vez que habla del Rivadavia, esos mismos ojos toman un brillo corajudo, fiero. Durante la entrevista, aprendemos que él vive lejos —muy lejos— de Máximo Paz. Aprendemos que trabaja —todos los días, todas las semanas— de otra cosa. Aprendemos también que si Jure está acá, lejos y agotado, es porque no soportaría estar en otra parte.
—¿Cuál es la función del hogar?
—Todo lo que hacemos acá es producto de las necesidades de la comunidad. Las distintas actividades surgen de la empatía de la comisión directiva y de quienes asisten regularmente, sean hermanos o no.
— De todas las actividades que hacen hoy, ¿cuál te moviliza más?
—No hay ninguna preferida: al hogar lo tomamos como un todo. Uno no tiene hijos preferidos; en todo caso tiene hijos diferentes, y los ama a todos por igual. El comedor, por ejemplo, es de las actividades más antiguas —13 años— y, sin embargo, nos ponemos contentos cuando no vienen muchos chicos. Hemos llegado a tener 120 chicos, y durante la pandemia venían los padres a buscar 300 viandas, es decir, no solo atendíamos a los chicos habituales sino a más miembros de sus familias. En realidad, cuanto menos entregamos, más contentos nos ponemos, porque eso significa que hay menos gente que nos necesita. Nuestra visión de la filantropía supone algo distinto al asistencialismo. Nos alegra cuando vuelven y les enseñamos a pescar, en vez de darles pescados solamente; te doy pescado mientras te enseño a obtenerlo, digamos. Las nuevas actividades nacen con la impronta de darles herramientas. Queremos mostrarles una realidad diferente y posible fuera de la que hoy están viviendo. El grupo scout, por ejemplo, se inició justo en la pandemia. Hoy ya tiene 120 chicos, el año próximo esperamos terminar con 250. La comunidad está entendiendo qué hacemos y están acercándose mucho. Estamos abriendo las puertas a la comunidad y estamos teniendo un feedback positivo. La comunidad nos veía como algo cerrado, pero hace unos años decidimos abrir las puertas del Hogar, y gracias a eso la gente ya no lo ve como algo oculto, sino todo lo contario. Los padres de los scouts nos acompañan, esperan acá el fin del día, están muy contentos. Cuando empezó el grupo, los chicos eran sumamente tímidos, no corrían, no gritaban, no jugaban. Hoy, cuando les preguntás “siempre listos”, te responden a viva voz; son pequeños símbolos de su evolución. Salen de su timidez, empiezan a relacionarse, acatan el orden buscado por las autoridades que antes no tenían.
—¿Se ha transformado la percepción del lugar?
—Definitivamente. En el comedor, al principio se robaban la comida del de al lado. Hoy los más grandes acompañan a los más chicos, les sirven, ayudan a las cocineras, tienen un trato más amistoso, comparten la comida. Esto no es menor: cuando salen del hogar lo llevan a sus casas.
—¿Se los instruye en algo específico?
—No. Nos preguntan a veces si adoctrinamos a los chicos. Obviamente, lo nuestro no es eso. Ahora bien, cuando hablamos de doctrina, en parte, también hablamos de un orden, ese que buscamos en nosotros mismos. Y creo que con nuestras palabras y nuestras acciones sí tratamos de trasmitirles
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Hogar Bernardino Rivadavia. Máximo Paz, en el partido de Cañuelas, Buenos Aires, diciembre 1957 . C
a los chicos ese orden que se necesita para vivir, o para convivir. Hoy tienen nuestro ejemplo, además de la guía de las actividades. Aprenden de límites y a seguir instrucciones. Ya no patean la pelota y ensucian la pared, hoy les preocupa ensuciar la pared. Toman distancia de hacer lo que quieren y entran en un plano de convivencia más ordenada que antes. Intentamos que vean que ese orden hace al bien general de todos.
—¿Los scouts son los mismos chicos que vienen al comedor?
—No, son comunidades distintas. Los scouts vienen de lugares más dispersos. Recibimos ayuda de scouts de las proximidades, si bien estas instalaciones son insuperables, por el tema del parque. Respecto del colegio, es un secundario provincial, doble turno. Los chicos comen al mediodía acá, y cuando se van los del colegio entran los chicos del comedor nuestro. Algunos comparten ambos, o son hermanos, o pasaron del comedor al colegio, todo dentro del hogar. Algunos egresados hoy son bomberos inscriptos en el cuerpo de bomberos voluntarios que se está gestando en el mismo hogar. Esto pasó a ser un lugar de pertenencia. Otro proyecto es la huerta educativa. Se acercan los chicos del comedor y comen parte de lo que cultivan, toda la cosecha viene al comedor. Y aprenden un oficio. Al comedor hoy vienen entre 40 y 80; al colegio, 330; scouts, 120. Por semana pasan 3000 personas por el hogar. Hoy ustedes pueden ver el movimiento: la huerta, los scouts, los bomberos. Tenemos una cancha de rugby en el club que formamos, llamado La Escuadra, una cancha de futbol 7, una de básquet.
—Las 3000 personas semanales ¿te generan cuello de botella? ¿Hay algo en lo que necesites ayuda de inmediato?
—Si. Necesitamos urgente por lo menos 6 baños con vestuarios. No tenemos planos hechos aún, pero no debe ser complejo. Hoy tenemos 6 hectáreas ocupadas y 10 en desuso. Parte de las hectáreas sobrantes se ocupan hoy con un club barrial, y en un centro de promoción del municipio. A su lado vamos a construir el cuartel de bomberos. Falta terminar los papeles.
—¿Tienen otras urgencias?
—Hay muchas cosas que se hacen y se ven, y otras que no se hacen y no se ven. Bajo el comedor, tenemos un sótano gigante lleno de agua. Hay movimiento del suelo
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y cerámicas levantadas en el edifico. Debemos desagotar y rellenar de tosca y hacer obra. Desagote permanente es imposible, tenemos napas muy cercanas, y no tenemos donde verter agua permanentemente. Necesitamos ayuda económica que nos permita arreglarlo. También tenemos otra obra importantísima para la comunidad: los caniles. Se auto sustentan porque recibimos donaciones de comida para los animales, hoy tenemos 54 caniles para 54 perros que podrían generar peligros para la comunidad, todas las semanas vienen perros, se los castra, se les hace zoonosis, se les busca un hogar por diferentes medios. No tenemos empleados fijos hoy. La gente que viene a trabajar voluntariamente al Hogar nos permitió tener un acuerdo con una cooperativa de la comunidad, personas que reciben los IFE etc., trabajan en parte del mantenimiento, la responsable de los caniles es quien los ordena en las tareas. Cuando recibimos alguna donación de alimentos perecederos importantes y no podemos usarlos en el plazo de vencimiento, la compartimos con la comunidad u otros talleres. Repartimos —y seguimos repartiendo— barbijos y máscaras de protección para el Covid-19.
—¿Cuántos talleres funcionan acá?
—Uno simbólico, el único de Cañuelas y Monte Grande: “Perseverancia y Trabajo 470”. Es relativamente chico, pero estamos iniciando bastantes hermanos. Este año iniciamos 7, y vamos a tener 15 iniciaciones este año. Todos candidatos de esta comunidad. También hay un taller operativo, Nietos de la Viuda, que colabora con tareas prácticas.
— Contanos del rugby.
—Empezó hace 5 años. El club es independiente del hogar, si bien hay hermanos a quienes les gustaba el rugby como una escuela de vida para los chicos. No ha pegado fuerte aún en la comunidad, porque no tenemos entrenadores. Hace un par de meses iniciamos contacto con el secretario de deportes de Cañuelas, tenemos buen trato, aparentemente el municipio podría enviarlos. Hay algunos clubes que nos pidieron el espacio de atrás para canchas de futbol, lo que culturalmente pega más en esta zona, así que propusimos que el municipio haga un predio con cancha de fútbol, de medio fútbol y de hockey, un polideportivo de los 5 clubes de la comunidad con un campo deportivo compartido. Todo unido por el hogar. El municipio hace las obras, nosotros ponemos el espacio, y firmamos convenio con cada club. Obviamente, ahí necesitamos ingeniería civil y jurídica. Volviendo al rugby, uno de esos clubes está interesado, hay muchos chicos que quieren jugar a algo y no son habilidosos para el fútbol, y lo lindo del rugby es que juegan todos: todos tienen su función única. Nadie va al banco de suplentes. Es inclusivo. Lo mismo pasa con el básquet: la única cancha de toda la comunidad es esta, y por eso querríamos arreglarla, agrandarla y techarla. El club masónico, social, cultural y deportivo que se va a generar a partir de todo esto hará converger una filantropía positiva, para la comunidad toda de Máximo Paz, en el Hogar Bernardino Rivadavia. Y claro, a este know how lo podemos llevar a zonas en donde haya talleres que deseen replicar la experiencia. Podemos hacer una red de clubes y centros educativos masónicos para trasformar comunidades. Recibimos, por herencia, cinco hectáreas en Los Cocos, Córdoba. La idea es hacer un retiro de cabañas con templo. Esta es otra posibilidad.
Jure se levanta de la entrevista y empieza a guiarnos por el predio. Vemos a los hermanos, a los bomberos, a los scouts.
Sigo adelante porque la primera vez que vine, en 2008, había chicos en malas condiciones personales y pésimos entornos familiares. Uno de los chiquitos, de no más de cuatro años, se me acercó, y terminamos jugando con unos camioncitos en el piso. Al sábado siguiente volví. El chiquito me vio a lo lejos y vino corriendo. Se me abrazó a la rodilla. Me dijo “¡Volviste, voy a tener con quien jugar otra vez!”.
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C Aula del colegio secundario provincial . Máximo Paz, en el partido de Cañuelas, Buenos Aires,.
Vemos a los que trabajan la huerta y a los voluntarios de los caniles. Hay chicos, adolescentes, adultos y asados al sol. El entusiasmo de Jure es contagioso. En el medio del recorrido, nos invita a participar del entierro de las cenizas de un hermano. Es una experiencia conmovedora. La hija del difunto llora desconsoladamente y, mientras tanto, todos los demás nos damos las manos. Nunca antes vimos a los demás asistentes, pero no importa: somos a la vez desconocidos y hermanos. Jure tiene un talento fino para detectar la belleza. Una persona menos optimista vería, en ese edificio medio derruido, una ruina. Él ve una promesa. Señala un claro del bosque con entusiasmo; ahí va a estar uno de los edificios del club para los chicos. Señala como si lo viera.
—¿No se te hace difícil a veces?
—Hay frustraciones, sí, pero yo tengo muy claro por qué sigo adelante. Sigo adelante porque la primera vez que vine, en 2008, había chicos en malas condiciones personales, pésimos entornos familiares. Uno de los chiquitos, de no más de cuatro años, se me acercó, y terminamos jugando con unos En el comedor, al principio se robaban la comida del de al lado. Hoy, los más grandes acompañan a los más chicos, les sirven, ayudan a las cocineras, tienen un trato más amistoso, comparten la comida. Esto no es menor: cuando salen del hogar lo llevan a sus casas.
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C Única cancha de básquet de Máximo Paz, utilizada por los alumnos del colegio y los chicos del comedor.
Todo lo que hacemos acá es producto de las necesidades de la comunidad. Las distintas actividades surgen de la empatía de la comisión directiva y de quienes asisten regularmente, sean hermanos o no.
camioncitos en el piso. Al sábado siguiente volví. El chiquito me vio a lo lejos y vino corriendo. Se me abrazó a la rodilla. Me dijo “¡Volviste, voy a tener con quien jugar otra vez!”. No sé si me entendés, porque quien no tuvo ese abrazo no sabe lo que se pierde. Por eso les insisto a los hermanos. Trato de que se lo permitan: dejen que les caiga esa ficha. Vengan un día, vengan al comedor a compartir un plato de comida con los chicos, vengan a hacer un juego con los chicos. Hagan algo. Vengan con sus hijos y jueguen con los scouts. Si no probaste el dulce de leche, nunca vas a saber cuán rico es; podrás criticar la gordura de los fanáticos del dulce de leche, pero nunca vas a saber de qué hablás por no haberlo probado. ¿Vivís en Belgrano? Yo te voy a buscar. ¿Vivís en Lomas de Zamora? ¿Cuál es el problema, que te tenés que tomar un bondi? ¿Dos? Hacelo. No hay excusas. Nosotros como masones no podemos tener excusas. Esos chicos realmente no tienen a nadie, o tienen muy poco. Son de familias de diferentes situaciones, algunos con cierta contención, otros sin ninguna. Ese abrazo me marcó. Entonces supe que tenía que dar una mano. Y supe también que no podía rendirme. Ì