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LIBREPRENSAMIENTO > DIÁLOGO EN TORNO AL LIBREPENSAMIENTO Y LA LAICIDAD.
Diálogo en torno al librepensamiento y la laicidad
Lisandro N. Gómez es abogado por la Universidad de Buenos Aires y cursa estudios de posgrado en Teoría Constitucional y Filosofía del Derecho en la Università degli Studi di Génova, Italia. Preside el Instituto Laico de Estudios Contemporáneos de la Argentina y conforma el Grupo de Seminario Interinstitucional sobre Laicidad y Derechos Sociales de la Universidad Autónoma de México.
Texto LISANDRO N. GÓMEZ • Ilustraciones NAZARENO GÓMEZ
¿Cuál es la relación entre
el librepensamiento y la laicidad?
LG: En primer lugar, deberíamos hacer algunas aclaraciones previas. Solemos entender por librepensamiento a la corriente ilustrada que promueve que toda decisión deba ser tomada en base a la razón, aspirando a la liberación de todo dogma y al ejercicio del pensamiento crítico. Por lo tanto, si entendemos a la laicidad como una condición que se obtiene por medio del ejercicio del laicismo y en pos de distinguir las esferas públicas de las religiosas –por decirlo de modo resumido-, la conexión resulta innegable, porque el marco ideal para el ejercicio del librepensamiento es una sociedad laica, libre de dogmas tradicionales o verdades incuestionables.
Últimamente, da la sensación de que la cuestión de la laicidad ha retomado un lugar central que parecía haber abandonado ¿cuál es tu percepción al respecto de esta sensación?
L.G: Bueno, creo que tal sensación responde a varios factores. Por ejemplo: la coyuntura político social y la escalada de algunos conflictos entre los actores sociales; la reivindicación de derechos de sectores que habían sido históricamente desaventajados que colisionan contra los dogmas tradicionalmente religiosos; la publicidad de ciertos actos delictivos en manos de actores pertenecientes a diversas religiones entre otras cuestiones, han reivindicado la discusión histórica de separación del Estado y las iglesias. Pero aún con todos estos nuevos escenarios que avivan el debate, entiendo que la cuestión laica, por llamarla de alguna manera, siempre ha atravesado la discusión política de nuestro país en mayor o menor medida
—¿Y de qué depende esta mayor o menor medida a la que te referís?
L.G: Gran pregunta. Dependerá de varios factores. Por ejemplo, hoy quizá no tiene la misma medida la centralidad de esta cuestión. Pero sí la tendrá si pensamos en nuestra sociedad a fines del siglo XIX, necesitada de educar de manera masiva en pos de institucionalizar el país y sumergida entre dos modelos: el liberal,
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defensor de la laicidad educativa, por un lado; y el sector conservador, profundamente católico, intentando imponer los cánones del catolicismo desde las asignaturas obligatorias de las escuelas públicas. Más adelante, la presión de ciertos sectores en pos de debilitar las instituciones democráticas, aunaron esfuerzos en pos de la reivindicación de valores de una supuesta Nación Católica, dando como resultado la alianza entre el ejército y la cúpula eclesiástica que llevó adelante el primer golpe de Estado, en los albores de la década del 30. En estos dos ejemplos, la discusión de la separación del Estado y las Iglesias está presente desde ópticas diferentes, aunque conexas –claro que hace tiempo y allá lejos, no era una discusión en términos de iglesias en el sentido plural del término, sino que fundamentalmente se planteaba la separación de una sola Iglesia, por la tradición histórica de relación de poder que el catolicismo ha tenido con la política argentina desde sus inicios.
—Pero hoy ¿la coyuntura es la misma?
L.G: Nunca hay dos coyunturas iguales. Lo relevante es que la laicidad de las instituciones responderá en mayor o menor medida a esa coyuntura en un momento determinado y entonces, podremos hablar de más o menos laicidad. Porque la laicidad es una condición, es decir, una característica que se adquiere por medio de un proceso de laicización de las instituciones, que no es otra cosa que una continuidad de los procesos de secularización iniciados con las grandes revoluciones que dieron origen a los Estados modernos.
—Y esa característica ¿está presente en nuestro país?
L.G: Si. Nuestra sociedad tiene muchos caracteres de un Estado Laico, aunque también tenga sus contratiempos. De hecho, estamos en un constante proceso de laicización institucional, pero como todo proceso, tiene sus reacciones en contra. Si trazamos una línea de tiempo desde el siglo XVIII hasta hoy, podríamos ver una especie de onda sonora que se desplaza con sus bajos y sus agudos: si pensamos que sobre nuestra línea de tiempo están los caracteres de laicidad, encontraríamos, por ejemplo y para abarcar diversas épocas, el tratado con el reino británico de 1826, la discusión del art. 2 de la convención constituyente de 1853, la ley de registros civiles, la 1420 de educación obligatoria, la ley de divorcio vincular, la eliminación de la confesionalidad como requisito para el ejercicio del Poder Ejecutivo nacional, el matrimonio igualitario, la interrupción voluntaria del embarazo…
—¿Pero por qué decís que en temas tan diversos se han logrado caracteres que hacen a la laicidad del Estado?
L.G: Porque frente a todos estos avances se han esgrimido posiciones sustentadas en cuestiones religiosas, intentando imponer una determinada cosmovisión a toda la población por medio de políticas públicas. Si repasamos el debate entre Estrada,
defensor de una posición religiosa ultramontana y Alem, de clara formación librepensadora, durante la sanción de la Ley 1420, vamos a ver los mismos debates que se dieron en torno al divorcio, el matrimonio igualitario o el aborto. Y ahí está el meollo del laicismo, que no es otra cosa que la actitud de la sociedad, a favor de la obtención de estos “hitos” de la laicidad en nuestro país.
—Hoy ¿cuál es la situación?
L.G: Bueno, creo que hoy el proceso de laicización se enfrenta a un desafío distinto al de hace unos años, por varios factores. En primer lugar, los embates dogmáticos no se posicionan solamente en el sector tradicional, mayoritariamente asociado al catolicismo, sino que hay nuevos actores que ponen a prueba nuestras instituciones y sus características de laicidad. Estos nuevos actores provienen de diversos sectores, pero fundamentalmente se destacan los discursos neopentecostales. En segundo lugar, y directamente conexo a la cuestión anterior, los mecanismos de respuesta ante estos embates han quedado un poco vetustos, por decirlo de algún modo. Esto se debe a otras cuestiones, como el debilitamiento institucional generalizado, la crisis de representación que afrontan los partidos políticos y sus cismas internos. Todo esto da lugar al surgimiento de actores provenientes de estas vertientes antes solo religiosas, pero ahora también volcadas a la política de lleno. Ejemplo cercano y notorio de esto es el avance de estos sectores en la política brasileña, que refleja que el fenómeno es regional.
—¿Creés que hay que delimitar las instituciones para que estos actores políticos no intervengan?
L.G: No. Al contrario. Creo que debemos fortalecerlas en términos participativos y deliberativos. Al fin y al cabo, estos sectores tienen sus razones para participar en el espacio público. Lo importante es que el resultado de esa participación y ese debate en el marco de las instituciones, sean reglas aceptables por la sociedad en su conjunto. Ese es el desafío de la laicidad en el siglo XXI: configurar instituciones que promuevan el debate inclusivo y abierto a la comunidad e impedir la imposición de sesgos dogmáticos por medio de políticas públicas adoptadas por unos pocos.
—Entonces ¿podemos decir que los caracteres de la laicidad ya no son los mismos que antes?
L.G: Probablemente. Pero también tenemos que rescatar la esencia de la laicidad como modelo y desmitificar el carácter antirreligioso con el que se la ha teñido durante mucho tiempo. Es fundamental comprender que un Estado Laico no es, como suele endilgar la tribuna fanática, un Estado que persigue las religiones, sino todo lo contrario. Un Estado Laico hoy, será aquel que aspira a la inclusión
y la multidiversidad de cosmovisiones, conciliando su convivencia en pie de igualdad, atento a cualquier extralimitación de estas cosmovisiones. Es decir, un estado que posea los arreglos institucionales necesarios para que la ciudadanía goce del derecho de ejercer su religiosidad y también, claro, de no hacerlo si así lo desea.
—¿Podrías explicar esto último?
L.G: Voy a recurrir a un ejemplo. Nuestro país promueve la libertad de cultos en la Constitución Nacional. Hasta ahí, pareciera adecuarse a lo que propongo. Pero claro, por cuestiones que no vienen al caso, se privilegia a un solo culto por sobre los demás, lo que genera una desigualdad estructural entre ellos. Esta cuestión provoca varios problemas, pero voy a mencionar solo uno: este privilegio coloca a quienes pertenecen al culto en cuestión, en la posición de percibirse de que poseen el número suficiente para imponer su cosmovisión sobre las minorías. Entonces, la propuesta de una laicidad inclusiva y diversa, aspira a eliminar estos privilegios para tratar como iguales a todos, sin importar la creencia –o la ausencia de ella-. Ahí es donde son necesarios los arreglos institucionales, que se traducen en mecanismos para impedir la imposición de dogmas provenientes de estas cosmovisiones religiosas, fundamentalmente apoyadas en el diálogo, ya que hay razones de origen religioso que pueden ser compartidas por la totalidad de la sociedad –como por ejemplo el buen trato para con el prójimo, al que entiendo
nadie podría oponerse- y otras no, asociadas a cuestiones más centrales de cada culto –como una determinada concepción tradicional de familia o de diversas instituciones que históricamente responden a modelos heredados de un culto y una cosmovisión determinados.
—¿cuál sería el desafío de la laicidad en la actualidad?
L.G: El desafío principal no puede ser la laicidad. Como dije, la laicidad será una condición más o menos cercana a determinado ideal. El desafío deberá asumirlo el laicismo como movimiento en pos de esa condición. Ahí está para mí la clave de los hitos que puedan venir en un futuro. Por lo tanto, el movimiento
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laicista no puede caer en sectarismos ni partidismos, ni puede dejar de ejercitar la crítica ante cualquier atisbo de injerencia dogmática en el espacio público. La realidad es que nuestro país presenta ciertas realidades que presuponen un desafío al movimiento laicista: la convivencia –y también conveniencia- del gobierno federal con las autoridades religiosas y sus lobbies; la réplica de estas relaciones a nivel de las provincias –donde se incrementan dependiendo las regiones-; el avance de los movimientos neopentecostales y su vinculación con ciertos sectores políticos reaccionarios; los privilegios –desde exenciones impositivas hasta el destino de partidas presupuestarias para el pago de sueldos de clérigos- que se han ido acrecentando con el tiempo; y muchos otros. Todas estas cuestiones generan la necesidad de aunar esfuerzos y conformar un movimiento laicista transversal a las típicas divisiones partidarias de nuestro país. Pero creo que el mayor desafío del movimiento laicista es aportar herramientas para la construcción de una ciudadanía políticamente activa e ideológicamente abierta a la crítica y el debate. Los caracteres de “lo religioso” están muy presentes en nuestra vida política y social, porque nadie puede negar que en Argentina “fanatizamos todo”, desde el fútbol con amigos, hasta la defensa de actitudes injustificables de líderes políticos. Así, caemos en los mismos dogmatismos que el laicismo intenta contrarrestar, sin la necesidad de estar practicando un culto asociado a las religiones. Quizás ahí radica gran parte de los problemas que llevan a la fragmentación social y entonces, el movimiento laicista, transversal, inclusivo, participativo, deliberativo y plural, tenga mucho para ofrecer. Pero claro, no hay movimientos sin integrantes, ni ideas sin difusión, por ello creo que poner en agenda la cuestión y promover el diálogo es necesario. Hoy más que nunca. Ì