Tania tinoco

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DE LUZ Y SOMBRAS (O) TANIA TINOCO @TINOCOTANIA

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El concho

E

l café y yo hemos sido uno solo muchas veces. Sobre todo, cuando es un café de Zaruma, de los cafetales de altura de la tierra de mis ancestros maternos. Mis hijos solían preguntarme con insistencia, cuando me tomaba un café recién colado a través de una chuspa (colador de tela), por qué devolvía a la cocina la taza sin vaciar. Yo les explicaba que el café colado se asienta, que deja caer residuos normalmente desagradables, un sedimento turbio, oscuro y espeso. Intomable. Pues bien, a eso se parece de alguna manera el Gobierno saliente. El café se acabó y ha quedado el concho. Situaciones desagradables, revelaciones espesas, hechos oscuros, comportamientos sucios y un sabor amargo. El cambio de cúpula militar por ejemplo, sorprendente y luego digno de miedo al conocerse, por boca del cesado comandante general del Ejército, que el pasado 19 de febrero en la jornada de elecciones en algún momento los militares perdieron la cadena de custodia… Y quien lo decía no era además un general

cualquiera, sino Luis Castro, el general que le salvó la vida al presidente Correa aquel 30 de septiembre. Reconocimiento que le hiciera varias veces el jefe de Estado. Castro, con voz temblorosa pero en posición firme, miró a las cámaras de televisión para dirigirse a sus soldados, para recordarles su misión de defender la patria, de hacer respetar la voluntad popular. En medio de un proceso electoral, cuando faltan escasas cuatro semanas para la segunda vuelta, es grave lo que ha pasado y desagradable por donde se lo mire. No salíamos de la impresión causada por las revelaciones del general Castro, desmentidas luego desde el Consejo Nacional Electoral y el Ministerio de Defensa, cuando Carlos Vera nos sorprendió con un tuit anunciando el testimonio del primo del presidente, Pedro Delgado, por quien el mandatario metió las manos al fuego; aquel por quien el jefe de Estado amenazó con renunciar si lo que se decía de él (que falsificó el título de economista) era cierto. Desde Miami, y no

solamente a Vera sino a otros periodistas y medios de comunicación, Pedro Delgado dijo que había sido traicionado por el Gobierno y con sus revelaciones hizo gravísimas denuncias; implicaciones espesas en contra de los más altos funcionarios del régimen. Una de las cosas que más llamaron mi atención de su relato, y que al menos hasta escribir estas líneas no ha sido desmentido por el fiscal general de la nación, es que ya embarcado en el avión que lo llevaría a Miami, el mismo fiscal a través de un chat de WhatsApp le pidió ayuda para una empresa particular. Delgado dio a entender que el fiscal pidió que no se le cobraran unas deudas. Es anticipado asegurar que se ‘ayudó’ a esa empacadora de camarones de exportación, pero resulta inimaginable que un fiscal general sea defensor particular de una empresa privada. Tema para aclarar. Siguiendo la estela de Carlos Pareja Yannuzzelli, Delgado con sus denuncias ha provocado un nuevo terremoto en el Gobierno de Rafael Correa. Busca, desde mi punto de vista, afectar la intención del régimen de permanecer en el poder a través de Lenín Moreno,

pues no de otra forma se explica el momento en que ha decidido hablar, tras cuatro años de silencio, cuando resta menos de un mes para la segunda vuelta electoral. Desde la cúpula del poder nuevamente han llegado los ataques contra los periodistas que han entrevistado a Delgado, tal como lo hicieron contra quienes entrevistamos a Capaya, como si desde Carondelet tuvieran que darnos permiso o seleccionar a quién debemos entrevistar y a quién no. ¿Es que acaso lo que ha dicho Delgado no es importante? ¿Acaso lo que denunció Pareja Yannuzzelli no lo es? ¿Desde cuándo lo que dice un prófugo de la justicia no es válido, más aún cuando han sido personajes importantes de este Gobierno? ¡Ay, los amigos de ayer! ¡Ay de la confianza que se les tuvo un día, y la traición que llegó después! Sin duda, un café ayuda a reflexiones como esta. Un buen café de altura y con aroma y recién colado, por favor. Y el concho a la basura, ya sabemos que lo que se concentra allí es amargo. Más vale echarlo a la tierra, como abono, como a veces pasa con el estiércol.


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