Estudio sobre la Tentación

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¿La tentación es pecado? ¿Qué hacer ante las tentaciones? Es muy importante la diferenciación entre “tentación” y “pecado”. La tentación no es pecado. La tentación es anterior al pecado. El pecado es el consentimiento de la tentación. Así que no es lo mismo ser tentado que pecar. Todo pecado va antecedido de una tentación, pero no toda tentación termina en pecado. Una cosa hay que tener bien clara: disponemos de todas las gracias, o sea, toda la ayuda necesaria de parte de Dios para vencer cada una de las tentaciones que el Demonio o los demonios nos presenten a lo largo de nuestra vida. Nadie, en ningún momento de su vida, es tentado por encima de las fuerzas que Dios dispone para esa tentación. Esto es una verdad contenida en las Sagradas Escrituras: “Dios que es fiel no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas; antes bien, les dará al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1 Cor. 10, 13). Las tentaciones son pruebas que Dios permite para darnos la oportunidad de aumentar los méritos que vamos acumulando para nuestra salvación eterna. La lucha contra las tentaciones es como el entrenamiento de los deportistas para ganar la carrera hacia nuestra meta que es el cielo. El poder que tiene el diablo sobre los seres humanos a través de la tentación es limitado. Con Cristo no tenemos nada que temer. Nada ni nadie puede hacernos mal, si nosotros mismos no lo deseamos. Las tentaciones sirven para que los seres humanos tengamos la posibilidad de optar libremente por Dios o por el Demonio. También sirven para no ensoberbecernos creyéndonos autosuficientes y sin necesidad de Cristo Redentor. ¿Qué hacer ante las tentaciones? En primer lugar tener plena confianza en Dios, tener plena confianza en lo que nos dice San Pablo: nadie es tentado por encima de las fuerzas que Dios nos da. Junto con cada prueba, Dios tiene dispuesto gracias especiales suficientes para vencer. No importa cuán fuerte sea la tentación, no importa la insistencia, no importa la gravedad. En todas las pruebas está Dios con sus gracias para vencer con nosotros al Maligno. Otra costumbre muy necesaria para estar preparados para las tentaciones es la vigilancia y la oración. Bien nos dijo el Señor: “Vigilen y oren para no caer en la tentación” (Mt. 26, 41). Vigilar consiste en alejarnos de las ocasiones peligrosas que sabemos nos pueden llevar a pecar. Ahora bien esta lucha no es contra fuerzas humanas, sino contra fuerzas sobrehumanas, como bien nos describe San Pablo (Ef. 6, 11-18). Por eso hay que armarse con armas espirituales: confesión y comunión frecuentes, que son los medios de gracia que


nos brinda el Señor a través de su Iglesia. Pero no olvidar, por encima de todo, la oración, la cual nos recomienda el Señor directamente y nos recuerda San Pablo también: “Vivan orando y suplicando. Oren todo el tiempo” (Ef. 6, 18). Una de las gracias a pedir en la oración, para estar preparados para este combate espiritual, es la de poder identificar la tentación antes de que nuestra alma vacile y caiga. Poder ubicar de inmediato, por ejemplo, una tentación de orgullo. “¡Qué bien lo haces! ¡Qué competente eres!”, puede insinuarnos sutilmente el demonio. ¡Tan sutilmente que parece un pensamiento o una idea propia! Parece muy lógico y hasta lícito este pensamiento para levantar la “auto-estima”, según esa nefasta prédica del New Age. Pero en realidad, el diablo está buscando engañarnos para que creamos que somos capaces de hacer las cosas, sin dejarnos dar cuenta que es Dios quien nos capacita para hacer las cosas bien y a El debemos agradecer y alabar, pues por nosotros mismos no somos capaces de ¡nada! Si cada palpitación de nuestro corazón depende el El ¿de qué nos vamos a ufanar? La verdadera “auto-estima” consiste en sabernos y creernos realmente que nada somos ante Dios, que dependemos totalmente de El y de que nuestra fortaleza está en nuestra debilidad, pues en ésta Dios nos fortalece con su Fortaleza. “Mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad” (2 Cor. 12, 9-b). Ese pensamiento sutil y tan “aparentemente” lícito o inocuo, sobre la supuesta competencia y capacidad del ser humano, el alma vigilante lo rechaza enseguida, sin distraerse a ver lo capaz y competente que ha sido en hacer bien una determinada labor. De no actuar así y con prontitud, ya ha caído en una tentación de orgullo y engreimiento. A veces la tentación no desaparece enseguida de haberla rechazado y el diablo ataca con gran insistencia. No hay que desanimarse por esto. Esa insistencia diabólica pudiera ser una demostración de que el alma no ha sucumbido ante la tentación. Ante los ataques más fuertes, hay que redoblar la oración y la vigilancia, evitando angustiarse. Esta lucha, permitida por Dios, es una especie de calistenia espiritual que más bien fortalece al alma, siempre que se mantenga luchando contra la tentación. Si rechaza la tentación una y otra vez, el Demonio terminará por alejarse, aunque no para siempre, pues buscará otro motivo y otro momento más oportuno para volver a tentar. (“Habiendo agotado todas las formas de tentación, el Diablo se alejó de El, para volver en el momento oportuno” (Lc. 4, 13). Una cosa conveniente es desenmascarar al Demonio. Si se trata de tentaciones muy fuertes y repetidas, puede ser útil hablar de esto con un buen guía espiritual. El Demonio, puesto en evidencia, usualmente retrocede. Adicionalmente, ese acto de humildad de la persona suele ser recompensado por el Señor con nuevas gracias para fortalecernos ante los ataques del Demonio. Y recordar siempre que tenemos todas las gracias necesarias para el combate espiritual. San Pablo refiere lo siguiente: “Y precisamente para que no me pusiera orgulloso, después de tan extraordinarias revelaciones, me fue clavado en la carne un aguijón, verdadero delegado de Satanás, para que me abofeteara. Tres veces rogué al Señor que lo alejara de mí, pero me respondió: ‘Te basta mi gracia’” (2 Cor. 12, 7-9).


Aparte de esta actitud de continua confianza en Dios y de vigilancia en oración, hay conductas prácticas convenientes de tener en cuenta ante las tentaciones: Durante la tentación, orar con mucha confianza y resistir con la ayuda que Dios ha dispuesto. Después de la tentación: si hemos caído, arrepentirnos y buscar el perdón de Dios en la Confesión. Y si no hemos caído ¡ojo! referir el triunfo a Dios, no a nosotros mismos, pues a El debemos el honor, la gloria y el agradecimiento. ¿Cómo es el proceso de la tentación? Pensemos en Jesús ante las tentaciones en el desierto. El despachó de inmediato al demonio. No entró en un diálogo con el enemigo, sino que le respondió con decisión y convencimiento. Pensemos, en cambio, en Eva. Analicemos las palabras del Génesis sobre la tentación original: El demonio se acerca y propone un tema de conversación: “¿Así que Dios les ha dicho que no coman de ninguno de los árboles del jardín?”. Y la mujer, en vez de descartar a su interlocutor, comienza un diálogo: “Podemos comer de los frutos de los árboles del jardín, menos del fruto del árbol que está en medio del jardín, pues Dios nos ha dicho: No coman de él ni lo toquen siquiera, porque si lo hacen morirán”. Con este diálogo la mujer se expuso a un tremendo peligro. El alma que sabe lo que Dios ha prohibido no se entretiene en aquella duda, en aquel pensamiento o en darle rienda suelta a aquel deseo, actitudes todas que son la introducción al pecado. Volvamos a Eva: el diablo, astutísimo como es y, además, inventor de la mentira, podía hacerla sucumbir, pues es ángel –ángel caído, pero ángel al fin, con poderes angélicos superiores a las cualidades humanas. De hecho, sabemos lo que sucedió: ya entablado el diálogo, ya debilitado el entendimiento de la mujer, el Demonio pasa a hacer una proposición directa al pecado, una mentira, pintándole un panorama maravilloso: ser como Dios: “Y dijo la serpiente a la mujer: No morirán. Es que Dios sabe que si comen se les abrirán los ojos y serán como Dios, conocedores del bien y del mal”. Puede el Demonio también ofrecer una felicidad oculta detrás del pecado, insinuando además que nada malo nos sucederá. Que además podemos arrepentirnos y que Dios es misericordioso. A estas alturas de la tentación, todavía está el alma en capacidad de detenerse, pues la voluntad aun no ha consentido. Pero si no corta enseguida, las fuerzas se van debilitando y la tentación va tomando más fuerza. Luego viene el momento de la vacilación. “Vio, pues, la mujer que el fruto era bueno para comerse, hermoso a la vista y apetitoso para alcanzar la sabiduría”. Sobreponerse aquí es muy difícil, pero no imposible. Sin embargo, el alma ya está muy debilitada ante el panorama tan atractivo que le ha sido presentado.


“Y tomó el fruto y lo comió y dio también de él a su marido, que también con ella comió”. Ya el alma sucumbió, dando su consentimiento voluntario al pecado. Y lo que es peor: hizo caer a otro. Cometió un pecado doble: el suyo y el de escándalo, haciendo que otro pecara. Luego viene el momento de la desilusión: ¿dónde está el maravilloso panorama sugerido por el enemigo? “Se les abrieron los ojos a ambos y, viendo que estaban desnudos, tomaron unas hojas de higuera y se hicieron unos cinturones”. El alma se da cuenta que se ha quedado desnuda ante Dios y de que ha perdido la gracia (Dios ya no habita en ella). El remordimiento sigue a la desilusión. Y ante este llamado de la conciencia, puede uno esconderse, rechazando la voz de Dios o puede el alma arrepentirse y pedir perdón a Dios en el Sacramento de la Confesión. “Oyeron a Yavé que se paseaba por el jardín al fresco del día y se escondieron de Yavé Adán y su mujer. Pero Yavé llamó a Adán, diciendo: '¿dónde estás, Adán?'" ¿Cómo luchar contra las tentaciones? La oración es el principal medio en la lucha contra las tentaciones y la mejor forma de vigilar. “Vigilen y oren para no caer en tentación” (Mt. 26, 41). “El que ora se salva y el que no ora se condena”, enseñaba San Alfonso María de Ligorio. ¿Qué hacer ante la tentación? Despachar la tentación de inmediato. ¿Cómo? También orando, pidiendo al Señor la fuerza para no caer. “No nos dejes caer en tentación”, nos enseñó Jesús a orar en el Padre Nuestro. La oración impide que el demonio tome más fuerza y termina por despacharlo. Sabemos que tenemos todas las gracias para ganar la batalla. Porque ... “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rom. 8, 31). Y después de la tentación ¿qué? Si hemos vencido, atribuir el triunfo a Quien lo tiene: Dios, que no nos deja caer en la tentación. Agradecerle y pedirle su auxilio para futuras tentaciones. Si hemos caído, saber que Dios nos perdona cuántas veces hayamos pecado y, arrepentidos y con deseo de no pecar más, volvamos a El a través de la confesión.

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