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PATRIA, PUEBLO Y PERÓN: LA CONTRACULTURA PERONISTA Julián Otal Landi I. S. P. Joaquín V. González tantomonta_81@hotmail.com Finalizando la década del 20 y a principios de la siguiente la elite (la porteña principalmente), que había disfrutado de su momento potencial durante la belle époque de aquellos “locos años veinte” , entraba en su ocaso cultural (cultura en el sentido de un conjunto de valores y conductas que dan cuenta de una determinada visión y concepción de la realidad) percibiéndose un notable estancamiento en esta elite propia del novecientos, heredera de la generación del ochenta (ROMERO, J. L. 1973). El proceso de modernización provocó cambios en las experiencias y los comportamientos sociales que se dieron implícitamente en tiempos de la primer posguerra incidiendo notoriamente: hago referencia del desarrollo tecnológico, el crecimiento de la población y su nuevo perfil demográfico, la movilidad social, el avance feminista, la aparición de la juventud como actor social definido, la extensión de nuevas modas (como el jazz o el tango) que la alejan de los clásicos europeos. La modernización acelerada es inquietante y las novedades y modificaciones sociales y tecnológicas no dan tregua: las novedades se hacían eco. La crisis mundial de 1929 también puso en jaque al imperialismo británico y el empuje estadounidense empezó a imponer su presión sobre todo los ordenes, impregnando a toda la sociedad con su american way life, acelerado por una nueva cultura de consumo masiva, que emergería durante los años posteriores. Por entonces, Estados Unidos hizo hincapié en un orden panamericano donde pueda ejercer una incorporación de líder –guía indiscutido. En 1929 llegaba al país Waldo Frank, quien fue recibido por el presidente Yrigoyen, y saludado por Alfredo Palacios, en representación de la Unión Latinoamericana, como por la SADE, y el grupo, que posteriormente por idea de Frank y siguiendo su orientación cultural, conformarían Sur. “Algunos (entre los que me cuento) le debemos a Frank el haber vuelto la mirada hacia el Norte de nuestro mundo nuevo. Hasta entonces, salvo raras excepciones –pienso en Sarmiento- la teníamos continuamente fija en Europa”, recordaba Victoria Ocampo

(WARLEY 1985). En Argentina, donde las bases de la cultura elevada fueron tomadas directamente de Europa, ahora bajo este período de crisis que la asolaba con la


amenaza fascista y bolchevique instauraba en estas minorías selectas nacionales, “un horror al vacío” (debido al aislamiento que acontecía), y a su vez a perder su sustento estructural por parte de los sectores dominantes. Esta encrucijada cultural persuadió a los intelectuales a considerar la problemática de la integración cultural americana, mientras se buscaban las raíces y valores al “ser nacional”.En efecto, la revista Sur cumplía con la necesidad de tender puentes entre América y Europa, apuntando a ser americanista sin distinguir la latina de la sajona, así como también haciendo caso omiso a las desigualdades políticas y sociales. Victoria Ocampo, como representante de la cultura elevada nacional, consideraba que había que defender el buen gusto y las buenas costumbres más allá de toda situación. Su revista adhería a un panamericanismo que carecía de una visión crítica porque no era algo que le incumbiera a los intelectuales. Les servía de referencia el libro La traición de los intelectuales de Julien Benda. Éste afirmaba: “(...) a fines del siglo XIX se produjo un cambio capital: los intelectuales se dedican a hacerle el juego a las pasiones políticas. Los que eran un freno al realismo de los pueblos, se convirtieron en sus estimuladores. Este trastorno en el funcionamiento se podía, hasta el último siglo, discernir ahí otra esencialmente distinta y que, en cierta medida, le servía de freno: quiero hablar de esa clase de individuos a quienes yo llamaría intelectuales (clercs), designando con tal nombre a todos aquellos cuya actividad, en sustancia, no persigue fines prácticos, pero que, al solicitar su alegría para el ejercicio del arte, o de la ciencia, o de la especulación metafísica, en suma, para la posesión de un bien no temporal, dicen en cierto modo: “Mi reino no es de este mundo”(BENDA 1974) .

No obstante, el inicio de la Segunda Guerra Mundial y la entrada en la contienda por parte de Estados Unidos influyó notablemente sobre los posesores de la “cultura elevada”, que a su vez no dejó de sacar los ojos sobre los acontecimientos que sacudían a Europa, que imponía una visión críptica con el avance fascista y su totalitarismo que amenazaba las libertades individuales. En síntesis, la cultura tradicional elitista, de su característica fe en el progreso heredada del siglo XIX, adoptando el positivismo; pasaba a una visión pesimista y plena de incertidumbre, producto de la primer posguerra y agravada por el crack mundial del ’29. Luego de las consecuencias de la Guerra Civil Española y la cruenta Segunda Guerra Mundial, obligaron a tomar posiciones político –sociales a favor del liberalismo, que privilegiaba a las oligarquías.


Los tiempos nuevos significaron una amenaza para el mundo de las artes y la inteligencia. Porque su principal consecuencia fue el avance de las masas, como nuevo factor de poder. Uno de los primeros en dar la señal de alarma fue Ortega y Gasset en La Rebelión de las masas, donde le advertía a las “minorías selectas” que el ámbito cultural había dejado de ser una comarca pacífica y neutral y que su salvación dependía de la elite, guardiana de los bienes largamente atesorados, cuya misión debía lanzarse a una lucha abierta contra el avance barbárico y corruptor de las masas. Con la irrupción de la masificación, la cultura elevada se sentía sumamente amenazada (lo que caracteriza a la época de un notable escepticismo y visión apocalíptica) pues había cesado de ser una comarca pacífica y neutral, y su salvación dependía de la elite. Esa era una de las principal misiones que encaraba Sur, y su desafío es la de conseguir un compromiso fraternal entre las minorías selectas. La revista desde un comienzo adhería a la preocupación de Ortega. En la crítica del libro, publicada en el número 2, el filósofo Francisco Romero advertía: “El hombre-masa, al pasar al primer plano histórico, impone su torpeza, su mediocridad, y la civilización de Occidente corre peligro de fracasar asfixiada por esta invasión vertical de bárbaros que se regodean con los productos y bienes de la cultura, pero que ignoran o desprecian la íntima esencia de esa cultura, sus principios supremos, las virtudes cardinales sobre las que reposa”(ROMERO, F. 1931). La “usurpación” a la que hace alusión Romero, es una de

las causas de la reciente gravitación de las masas en el campo cultural, debido a que se ha puesto de manifiesto a través del aumento constante de “bienes de consumo” cuyo aspecto guarda superficial analogía con la apariencia de las obras de arte tradicionales, “pero cuyo carácter responde a la existencia de un público vasto e indiscriminado que demanda productos intrascendentes y perecederos, de escasa o ninguna significación poética e imbuidos de funciones puramente serviles, ya sea como meros pasatiempos o como vehículos de evasión de una vida, pasiva, sedentaria y monótona” (REST 2006).

La apertura de un vasto mercado consumidor, integrado por una mayoría aplastante de la población total, cuya apetencia se vuelca hacia los más variados artículos ofertados (artefactos, objetos culturales, ideas, programas políticos) se vincula con el ascenso de las masas como nuevo sujeto activo político. En el país, 1930 constituye para las masas un punto de quiebre de una fuerte y original tradición cultural popular (que reúne expresiones tales como el tango, la literatura folletinesca, el sainete), y el


surgimiento de nuevas formas o su masificación (el cine, los teatros independientes, etc.) Estas novedades se pueden leer a través de un amplio proceso por el cual, la concentración poblacional en las grandes urbes, constituyó un fuerte detonante que provocó modificaciones en el estilo de vida de la sociedad. Se puede considerar que el autentico sujeto de la transformación política, social y cultural de los años siguientes, es el movimiento nacional de las masas. Es evidente dilucidar, entonces, la falta de comprensión de las minorías selectas, ajenas a cualquier movimiento multitudinario y a un modo de gobierno que sea distinto al proyecto de país oligárquico generado en el 80. Los primeros indicios de esta ceguera antipopular frente a la realidad es la falta de reconocimiento del peso político de una nueva parte de la población que emergió después de la primera gestión radical (1916 –1922) por parte de nacionalistas y liberales. Por devaneos aristocratizantes y elitistas unos; por dogmatismo ideológico los otros, ambos ignoraban y desdeñaban a las masas. Esa amenaza bárbara que incidía y ponía en peligro a la cultura occidental en Europa fue explorada sus consecuencias por parte de viajeros que alertaban la decadencia del orden liberal. Tanto Perón como sus adversarios estuvieron atentos a los acontecimientos, pero tomaron caminos distintos. El coronel a través de su exploración en Europa, comprendió inmediatamente que el ascenso inevitable de las mayorías tendría que ser organizado por un orden que le de racionalidad al movimiento social, y su estrategia fue construir un bloque de poder desde su cargo de Secretario de trabajo y previsión social. Mientras él consideraba que lo ideal era huir hacia delante, dándole coherencia a la masificación; para la oposición, desde sus distintas posturas, consideraban que era necesario un orden sistemático que mantenga el status quo social. Sólo así podemos concebir la conformación de la Unión Democrática que nucleaba a partidos tan disímiles como radicales, conservadores y comunistas. Para Perón, “la masa es el instrumento de acción dentro de la política. Para conducirla tenemos que empezar por conocerla; conocerla, prepararla y organizarla. (...) El conocimiento de este instrumento presupone, en primer lugar, que el conductor que va a conducir la masa sepa perfectamente bien cuáles son los factores que influyen en ella, cómo esa masa reacciona, cuál es el medio habitual de esa masa, dónde incide la acción de esa masa en conjunto o para cada una de sus partes. (...) El político debe saber perfectamente cuál será la reacción de la masa, porque el juego, dentro de la conducción de la masa, es siempre un juego de acciones y reacciones; vale decir que el conductor, no solamente debe conducir la masa por donde él quiere, sino que


también debe considerar lo que la masa quiere”(PERÓN 1952). Mientras que por el otro

lado, tanto del nacionalismo oligárquico y liberal, como por parte de la izquierda pseudo marxista, sólo veían amenaza y desorden, civilización y barbarie. Así, Américo Ghioldi, en su libro panfletario Alpargatas y libros en la historia argentina (1946) decía: “Viendo moverse en la historia argentina a esas masas que surgen, que se transforman en proletariado, que participan en la guerra civil, que se agitan en montoneras, que son gente de los caudillos nos acercamos a la presencia de los dos elementos que son trama de la historia, que luchan entre sí y forjan jornadas apasionantes y dramáticas: la vitalidad primitiva, el instinto, la fuerza toda del primitivo que es lo próximo o lo cercano a la animalidad, y el ideal de la cultura, los progresos de la inteligencia, la presencia del libro, los movimientos esclarecidos, las acciones dirigidas por el juicio y el pensamiento”. Con el

advenimiento del peronismo, sólo se observaba la proclama de Sarmiento desde su libro Facundo, y veían en Perón y a sus seguidores, el retorno del tirano sanguinario que encarnó Juan Manuel de Rosas en el siglo XIX, así como también lo habían visto en Yrigoyen anteriormente. Lo importante de este bosquejo histórico es el prejuicio clasista que se remitía a un ideario cultivado en el siglo XIX, de una mentalidad que aglutinaba y relacionaba lo cultural y social con una forma de gobierno liberal tradicional, en tanto que por el lado izquierdista que, si bien cuestionaban ese modo de gobierno, creía imprescindible en un ideario para adquirir esa cultura elevada y poder transmitirla a las masas para constituir un pueblo instruido. En la etapa de la cultura popular iniciada en el 43 y consolidada en el lapso 1946 –1955, podemos distinguir dos formas diversas: la primera se evidencia dentro de la convivencia ciudadana, donde aparecen nuevas pautas de asociación colectiva, tanto en la vida laboral (agremiación masiva) como en la política (manifestaciones multitudinarias, sobre todo a partir de las conmemoraciones del 17 de octubre) y en las diversiones. Los bailes de carnaval, así como las competencias deportivas en estadios repletos (auge del fútbol, boxeo y turismo carretera), los torneos populares Evita, las confiterías y los cines colmados, etc. Debemos destacar la apertura de un turismo social argentino, estimulado por los beneficios que otorgaban los sindicatos, además del mejoramiento del estándar de vida que obtuvieron los trabajadores que le permitieron acceder a una amplia oferta, relacionadas al ocio y tiempo libre. Romano destaca la reestructuración en las relaciones personales que impactan dentro de la


sociedad: “El deterioro de los signos exteriores de pertenencia o jerarquía enferma a muchachos, que sólo atinan a escudarse en la sobriedad, el saco, la corbata, cierto modales, si bien la situación desborda y están obligados a alternar con los “cabecitas” en diferentes sitios y ambientes antes exclusivistas o poco menos. En Plaza Italia y adyacencias, principalmente servidoras domésticas y conscriptos, pero también peones, guardas, obreros, etc., configuran nuevos hábitos de consumo como el “veinte y veinte” (precio de una porción de pizza y de un vaso de vino), que se convierte inclusive en título de una columna periodística, o la moda “divito” (pantalón de tiro alto, con muchos ojales, tiradores anchos, zapatos vistosos o de colores combinados, muy llamativos, al igual que las camisas, peinado “a la cachetada”). Los recién llegados a la ciudad habitan departamentos baratos o casas de inquilinato; se hacían en una pieza hasta que surgen las primeras villas de emergencia que el gobierno popular trata de paliar con la edificación de monobloques, los cuales modifican el aspecto de ciertas zonas suburbanas”(ROMANO 1973).

La otra forma de la cultura popular proviene de la selección y especial lectura de los mensajes recibidos a través de los medios de comunicación masivos: diarios y revistas, libros de quiosco, radio, cine, teatro, salas de espectáculo. Tal actitud encierra nuevas exigencias que los intelectuales y artistas vinculados con los medios van a satisfacer; en consecuencia, su labor se diferenciará con la que le incumbe a los intelectuales tradicionales, de estirpe liberal principalmente, debido al menosprecio que les genera la cultura de masas, además de no concebir la labor social como su principal función; de hecho, como mencionamos anteriormente, la suya es la de actuar como células defensivas de la alta cultura; como sostenimiento de pequeños pero selectivos espacios de la “intelligentzia” (según definición jauretchiana) en un mundo que ven precipitarse ante la barbarie. No podemos aludir a una conjunción coherente que de forma a una cultura peronista más que la asociación vaga ligada obligadamente con lo popular. No se encuentran intelectuales orgánicos, debido a la desconfianza que tenía Perón hacia ellos, además también conspiró su afán de “organizarlo todo” ya que Perón intentó organizar a los pocos intelectuales que adhirieron a su gobierno con poco éxito (PLOTKIN 2007). Estos factores lo detallaremos más adelante. Los intelectuales que se adhirieron al movimiento peronista, fueron afines a una tradición nacionalista, al criollismo, vinculados al lenguaje popular, el sainete, en síntesis: artistas populares, mientras que otros, salvo excepciones, pertenecen a una intelectualidad de segunda línea, no porque sean considerados mediocres, sino porque


estuvieron marginados o se abstuvieron de adherirse a los círculos de escritores de elite, consagrados por la crítica y reconocidos internacionalmente. Entre otros se destacan Scalabrini Ortiz; Luis María Albamonte (Américo Barrios) premiado en 1936 por el diario La Prensa; Roberto Tamango; Ernesto Palacio; Arturo Cancela; Alberto Vacarezza; Arturo Jauretche; Homero Guglielmini; Armando Cascella; Manuel Gálvez; Rafael Jijena Sánchez; Luis Cané, León Benarós; Leopoldo Marechal; Julia Prilustky Farni; Manuel Ugarte; Carlos Astrada; Jorge del Río; Leonardo Castellani; Ramón Doll; Juan Carlos Giacobbe; José Imbelloni; Enrique Santos Discépolo; Homero Manzi; Cátulo Castillo; José Gobello; Hugo del Carril; Tita Merello; María Granata; Jorge Newton; Enrique Pavón Pereyra; José María Rosa; Fermín Chávez; etc. Algunos de los artistas llegaron a convertirse en auténticos ídolos populares; en algo muy distinto de los que se prefabricaron después del 55 bajo el control de las empresas de publicidad, cuyos grupos de decisión residen en el exterior y cuyos intereses son multinaciones (ROMANO 1973). Un caso ejemplar es el de la TV, que era controlada por la Secretaría de Prensa y Difusión hasta 1955, y caería luego bajo dominio de monopolios que bajo intereses foráneos, aprovechando la apertura de los mercados de consumo masivo, para dirigir nuevos estilos de consumo, una especie de “cocacolización de la sociedad”, además de intervenir y deformar la opinión pública: así el canal 9 respondería a los dictados de la Nacional Broadcasting Co. (NBC); el canal 11 a los de la American Broadcasting Co. (ABC) y el 13 a los de la Columbia Broadcasting System (CBS), merced a una desnacionalizadora campaña de privatización. Otro caso ejemplificador, es el de los grandes mercados editoriales, que ya se habían gestado durante los años peronistas, que fueron los verdaderos beneficiarios del llamado Boom latinoamericano de la década posterior, donde los escritores adquieren mayor conciencia profesional, con la categoría cuantitativa del best seller. Es complicado establecer una descripción coherente y satisfactoria que permita definir una cultura peronista, así como también sería arbitrario descubrir la cultura popular. En realidad, se podría decir que la cultura peronista se intentó amalgamar con la popular, dándole una organización ideológica que no contradiga la doctrina justicialista. Eduardo Romano la encuentra como un resultado del procesamiento de “una cultura original por parte de las masas urbanas industriales, resultado de síntesis inéditas entre lo autóctono más arcaico y los medios de comunicación más modernos”


(ROMANO 1973). Esta formación fue la consagración de enlaces y rupturas que se

habían iniciado con la revolución del 43: no hay que olvidar las contradicciones que se ejercieron sobre todo al comienzo del golpe militar que nucleaba diversos intereses. Sólo así podemos entender medidas tales como la Circular de la Dirección General de Correos y Telégrafos del 10 de junio de 1943, que les recordaba a las radiodifusoras disposiciones vigentes en cuanto a la publicidad y a la difusión de versiones engañosas; evitar las modalidades lingüísticas nativas, como el voseo: “Evitar el uso de modismos que bastardeen el idioma y en particular lo relacionado con la comicidad de bajo tono que se respalda en remedos de otros idiomas, equívocos, exclamaciones airadas, voces destempladas, etc.” Tales medidas emprendidas por facciones del nacionalismo oligárquico, fueron

bien recibidas por parte de grupos liberales (La Nación respaldaba las medidas), conservadores y eclesiásticos. Empero, la hegemonización cultural que emprendió el peronismo absorbió un lenguaje popular, pues era su principal herramienta de comunicación para acceder fácilmente a las bases populares, donde residía su poder. Perón explotó los recursos de su oratoria con fraseologías simples y amenas, (muchas inspiradas de los discursos que había ejercido FORJA, tomando por ejemplo denominaciones creadas por Jauretche como “vendepatrias” o “cipayos”) manteniendo un equilibrio entre la cautela discursiva, que lo constituía en el guía y padre ejemplar recompensador por momentos, (...Imitemos el ejemplo / de este valor argentino... o Mañana es San Perón, después de cada concentración multitudinaria que constituía la ceremonia habitual entre el pueblo y el líder), y el primero inter paris en otros (El primer trabajador o Juan Pueblo y Juan Perón). Como menciona el sociólogo Horacio González, Perón toma la retórica clásica y al mismo tiempo intenta presentarla a la luz del Viejo Vizcacha, de cierta fraseología del Martín Fierro (GONZÁLEZ 2007a). A su vez, su discurso se diferenciaba del que ejerció su mujer, Eva Duarte de Perón, oradora mucho más enérgica y pasional, cuyos discursos eran verdaderamente incendiarios. Se podría decir que Evita representaba la voz popular, lleno de sentimiento y agresividad social (encerraba a todo enemigo de Perón, como enemigo de la patria, dentro de la oligarquía y el imperialismo), en tanto Perón encarnó una voz mediadora y conciliadora por momentos, y unánime y directriz por otros, situándose como un termómetro que regulaba la tensión y el clamor popular de acuerdo la situación. Esa versatilidad en el discurso de Perón se destacó como una característica innata: “... las ideas del general Perón resultan tan bien definidas como plenas de sentido. Bien definidas


porque, además de constituir objetivos concretos, ante cada auditorio las expresa poniéndolas al alcance de la respectiva mentalidad ambiente. Al descamisado le da el trato de compañero; al mentor le habla como colega; al militar, en el lenguaje de los camaradas; al sacerdote, como guía; al burócrata, en calidad de funcionario; al hombre de campo, en gaucho; al diplomático, con la mayor claridad; a los jóvenes, dándoles ejemplo, en un palabra, va revelándose a cada paso como el político que es...”(CIRIA 1983). El peronismo creó un

lenguaje político capaz de dar expresión pública a la experiencia privada de los sectores populares, lo que Raymond Williams ha denominado “estructura del sentir”, cuya referencia remite a as tensiones y desplazamientos que eluden una expresión ideológica formal y sin embargo definen una cualidad particular de experiencia y relaciones sociales: “El poder del peronismo radicó en dar expresión pública a lo que era vivido como experiencia privada”(MARTUCCELLI –SVAMPA 1997).

Siguiendo los conceptos que trabajó Raymond Williams se podría aducir, a su vez, que el peronismo adoptó una hegemonía cultural alternativa, a partir de oficializar y hacer propio una serie de significados y valores que eran propias de las clases populares, además de alentar nuevas prácticas, relaciones y tipos de relaciones de carácter emergente que se concibieron a partir del avance en la democratización de las relaciones sociales con el mejoramiento en la accesibilidad y mayor participación cultural de las clases bajas (WILLIAMS 1997). Un ejemplo del desarrollo de la hegemonización cultural del peronismo es cuando se incorporó como lectura escolar obligatoria La razón de mi vida, que significaba algo más que un simple folletín propagandístico, mezcla de misticismo y del desarrollo de “la misa hereje del peronismo” (GONZÁLEZ 2007b), constituía la perfecta síntesis que evidenciaba el sentir popular (en la cual los valores superan y apartan al enjambre teórico, fino y racionalista de la cultura dominante) y la adhesión partidaria hacia un régimen que se presentaba a imagen y semejanza del pueblo; de hecho, en el libro Evita se reconoce como una persona que forma parte del pueblo (“hablo y siento como ellos, con sencillez y con franqueza llana y a veces dura, pero siempre leal”) pero que cuenta con el privilegio

de ser además la intermediaria entre el líder y ellos. No muy lejano se encuentra la apreciación de Evita en el capítulo “Me resigné a ser víctima” de la que tenía el típico obrero que se encontraba desvinculado frente a las posturas de los teóricos marxistas: “La lectura de la prensa que ellos difundían me llevó a la conclusión de que la injusticia social de mi Patria sólo podría ser aniquilada por una revolución; pero me resultaba


imposible aceptarla como una revolución internacional venida desde afuera y creada por hombres extraños a nuestra manera de ser y de pensar. Yo sólo podía concebir soluciones caseras, resolviendo problemas a la vista, soluciones simples y no complicadas teorías económicas; en fin, soluciones patrióticas, nacionales como el propio pueblo que debían redimir”(PERÓN, E. 1951: 29)

En síntesis, la cultura popular era la mejor herramienta para apelar a la adherencia de las masas, y adoctrinarlas simultáneamente. En cuanto a la falta de referentes intelectuales dentro del movimiento, podemos responder, como primer factor, el “antiintelectualismo” como tendencia muy acentuada dentro del peronismo (asimismo en sus discursos, Perón mantenía un continuo descreimiento de los intelectuales; a su vez que siempre destacó que “más importante que decir, es hacer”), por otro lado, el mundo intelectual mantuvo su celoso resguardo de su libertad política y cultural con ciertos factores característicos mencionados anteriormente. La Universidad y la sociedad intelectual, fueron áreas de oposición militante y creciente, sobre todo a partir de los excesos de peronización nacional que se dio junto con la caída de la bonanza económica, empezándose a vislumbrar durante el segundo gobierno. Sin embargo, se ensayaron intentos por parte de algunos intelectuales peronistas de buscar definiciones teóricas sobre la evolución cultural de la nación, como por ejemplo en la obra colectiva Argentina en marcha (1947), donde se destacan Leopoldo Marechal, Bruno Jacovella y Carlos Astrada, pero no los podemos definir como verdaderos intelectuales orgánicos, pues mantenían las mismas incoherencias que los opositores: no intentaron asimilar el impacto político de las masas como verdadero factor revolucionario, sino que sostienen el ideario elitista clásico. Por ejemplo, Marechal opina en su ensayo titulado Proyecciones culturales del momento argentino: “Entre la minoría creadora y la mayoría asimiladora debe existir, pues, un contacto efectivo y permanente, una relación que llamaríamos amorosa, gracias a la cual el creador sale de su mundo para trascender a los otros y lograr su objetivo humano, gracias al cual el asimilador participa de las iluminaciones que no está en su naturaleza producir”. En realidad, habría que destacar que, los

auténticos intelectuales procreadores del peronismo fueron los principales referentes de FORJA. Perón asimiló en sus discursos y acciones políticas, numerosas reminiscencias que fueron inspiradas de esa facción del radicalismo, cuya principal finalidad era la reivindicación popular y nacional, muy distintas a las de los nacionalistas oligárquicos y católicos de derecha. Una anécdota de 1943 nos puede servir como ejemplo,


rescatada por René Orsi: “Jauretche había hablado con Perón una mañana sobre las lacras de la burocracia estatal que obliteraba permanentemente las iniciativas revolucionarias. Al rato, Perón leyó un discurso dirigiéndose a los empleados y funcionarios de la flamante Secretaría de Trabajo. Al día siguiente, Arturo notó que ese texto explicitaba todo lo que él le había manifestado en la citada conversación aunque con mayor precisión y galanura, y cuando llegó al ministerio y se encontró con Estrada, señalándole el diario que venía leyendo, le expresó: -“Mirá que papel ridículo estuve haciendo; yo queriéndole enseñar un tema a un hombre que lo dominaba de antemano”. Fernando se lanzó a reír, entrando en ese instante el propio Perón, quien, al preguntarle de qué se reía y enterarse de lo que se trataba, también se echó a reír, con su sonrisa abierta y franca: -“Contáselo”. Y Estrada le explicó a Jauretche: -“Cuando te fuiste anteayer el coronel me dijo: -ya tengo el discurso para esta tarde”(ORSI

1985:106). Otro dato destacable, es el hecho de que Perón dentro de sus primeras acciones gubernamentales, realizó la nacionalización de los ferrocarriles. Sin duda, significó una reivindicación a la prédica que había realizado Raúl Scalabrini Ortiz en numerosos artículos periodísticos como en sus reconocidos libros: Política británica en el Río de la Plata e Historia de los ferrocarriles argentinos. El gobierno y los talleres gráficos de los ferrocarriles celebraron la nacionalización con la distribución de un lujoso libro donde, remitiéndose a la investigación de Scalabrini, en uno de sus capítulos refleja la política británica en los ferrocarriles argentinos. En el epígrafe del mismo se citaba a Scalabrini: “El ferrocarril, con excepción de las vías del Estado, está fuera del alcance argentino, como si estuviera en la India”(VASALLO ROJAS –MATUS

GUTIERREZ 1947: 391) Desde el comienzo de su primer gobierno, Perón utilizó muchas características de la cultura popular, que en poco tiempo adquirió un color partidario al organizarlo con la doctrina justicialista. En presentación del Primer Plan Quinquenal, se estableció que la formación cultural sería el resultado de la acción de la tradición nacional, como de la enseñanza, empleando ambos matices. Por tradición se entendía el folklore; danzas; efemérides patrias; poesía popular; la familia; la historia; la religión cristiana; y los idiomas. A su vez, el Estado fomentaría la cultura a través del aumento de las garantías de la propiedad intelectual como estímulo de la cultura nacional. “Esa conservación de la cultura popular, esa conservación de la cultura confiada a los museos, a los archivos y a las bibliotecas, ha de incrementarse en sentido no sospechado. Para el fomento integral de nuestra cultura, que es la base espiritual de nuestra nación y la base del verdadero sentimiento popular, tendremos los centros de difusión de Bellas Artes, letras y ciencias; conferencias


radiotelefónicas, centros de investigación científica; literaria, histórica, filosófica, ideológica, artística y filológica, como así también las academias de ciencias, letras, artes, historia y lengua, creencias religiosas, literatura popular y tradiciones familiares regionales” (PERÓN

1950). En la Constitución Nacional de 1949, designa la función de la Universidad, cuyo principal fin era “que prepare a la juventud para el cultivo de las ciencias al servicio de los fines espirituales y del engrandecimiento de la Nación y para el ejercicio de las profesiones y de las artes técnicas en función del bien de la colectividad”. Es conocida, la intervención

del Estado dentro de la Universidad, cuyo hecho más notorio fue la importante democratización, estableciendo la gratuidad de la enseñanza que aumentó notablemente el número de inscriptos, aunque el número de egresados no fue de una proporción esperada. El punto oscuro de la intervención, fue la expulsión y separación de notables académicos, sumados a los que renunciaron, perturbados por la orientación que decidió darle el gobierno, además de sentir amenazadas sus libertades ideológicas (entre de los que se destaca José Luis Romero, fundador de la revista cultural Imago Mundi, que albergaría a otros ex catedráticos como Francisco Romero, Vicente Fatone, Roberto Giusti, Jorge Romero Brest, Alberto Salas, Jaime Rest, Tulio Halperín Donghi. Décadas más tarde su creador, J. L. Romero, confesó que el fin principal “...era una universidad preparada, una shadow university preparada para reemplazar a la otra (la

peronista, claro)”), que sólo logró exacerbar los ánimos de los universitarios que se sentían “violados” por la contrarreforma. Al fin que manifestaba la Constitución del 49, le faltó un coherente plan de adoctrinamiento, por lo tanto se mezclaron las adulaciones al líder con una verdadera cultura nacional. Incluso a nivel historiográfico, existían conflictos de interpretación, entre el llamado revisionismo histórico con el tradicional liberal, del cual Perón decidió no apartarse. Lo único que se consiguió fue una completa incoherencia, cuyo principal obstáculo para obtener una cultura nacional popular fue la torpeza y el sectarismo partidario que terminó por convertir a buena parte del alumnado, hacia 1954, en un frente opositor que se formaba a la espera de cualquier futuro enfrentamiento. Bajo el Segundo Plan Quinquenal, Perón enuncia los objetivos a lograrse en cuanto a cultura se entiende. “Nuestra política social tiende, ante todo, a cambiar la concepción materialista de la vida, en una exaltación de los valores espirituales. Por eso aspiramos a elevar la cultura social”. Ya abordando la problemática enuncia: “Se quiere, pues, orientar


organizadamente la cultura literaria, tradicional, artística e histórica, para que sea unidad, ya en gran parte lograda en las conquistas materiales y políticas, obtenga la cohesión particular que nace de la unidad espiritual del Pueblo. Difícil era lograr esa unidad mientras imperaba una cultura de clase, reservada a minorías egoístas y fatuas. (...) Como el idioma es uno de los elementos primarios de la unidad nacional, el Gobierno ha decidido romper los viejos moldes de un academicismo arcaico... De ahí la creación de la Academia Nacional de la Lengua, que deberá preparar el diccionario nacional, incluyendo en él las voces propias de las distintas regiones argentinas, típicas del lenguaje popular cotidiano”.

En tiempos del peronismo, las crónicas costumbristas, las revistas de historieta, como también la radio con sus populares radioteatros, estaban en auge. Es destacable dentro de lo que comprende la estructura ideológica, el uso de diversos medios de comunicación como fin propagandístico que fueron explotados notablemente por el gobierno peronista. Como menciona Korn, en muchos de esos géneros se empieza a vislumbrar nuevos tipos sociales, con arraigo en el gusto masivo, que modelan modos de decir, tics, y situaciones cotidianas (KORN 2007: 21). El peronismo, como se enuncia en el segundo plan quinquenal, tomará partido y explotará ese tipo de acceso hacia las masas. La eficacia de dicho material ideológico ya había sido observado por Gramsci: “(los medios audio-visuales) son un medio de difusión ideológica que tienen una rapidez, un campo de acción y un impacto emocional mucho más vasto que la comunicación escrita, pero superficialmente y no en profundidad” (PORTELLI 1973: 25). El uso de

afiches partidarios fue otro elemento innovador y destacable por el gobierno peronista. La gráfica iconográfica de los mismo remitía, en lugar de una inspiración de la propaganda fascista según se cree, a las expresiones gráficas acuñadas durante el New Deal norteamericano, y en cierto grado con las soviéticas revolucionarias (GENÉ 2005). La disposición y rebautización del nombre de las calles y de otros espacios de la sociedad civil por el de General Perón o Eva Perón, fue otro elemento explotado sobre todo durante el segundo gobierno, aunque el abuso de dichos elementos aduladores trajeron luego aparejados reacciones adversas. Entre otras medidas que ejerció el gobierno peronista como fines culturales, impartidas la mayoría de veces por intervención directa del Poder Ejecutivo, fueron por ejemplo, en 1950 decretar la obligatoriedad de ejecutar por lo menos un cincuenta por ciento de música nacional en radios y lugares de recreación. También recurrió a la participación de destacar figuras para intervenir e incentivar a nivel cultural: el poeta


Castiñeira de Dios ocupará la titularidad en la Subsecretaria de Cultura y Dirección General de Cultura y Leopoldo Marechal, la Dirección de Enseñanza Artística. Otros puestos claves de ésta área fueron ocupadas por Francisco Muñoz Azpiri, redactor de los monólogos de radio que representaba Evita en sus tiempos de artista, que va a Dirección de Acción Cultural; y Carlos Suffern al Departamento de Música. La difusión de artistas promocionados por el gobierno, fueron participando en un show musical creado por la Subsecretaría de Informaciones que se transmitía por Radio El Mundo, titulado Estrellas al Mediodía. En el mismo actuaban cuatro cotizadas orquestas de tango (Carlos Di Sarli, Aníbal Troilo, Ricardo Tanturi y Osvaldo Fresedo); y ocho de jazz (Héctor, Oscar Alemán, Eduardo Muratore, Raúl Fortunato, etc.). Actores de relieve en la comedia como Luis Sandrini, Iris Marga y Pringue Farias o la cupletista española Conchita Piquer, participan en los “sketches”. El final del programa estaba a cargo de dos poetas de la música ciudadana. Los textos, encerraban un discurso que resumía toda la finalidad cultural peronista: popular y partidaria, al punto que estos parecen indivisibles entre sí, estaban escritos y leídos alternativamente por Cátulo Castillo y Alberto Vaccarezza. La audición era un éxito rotundo.(D’ARINO ARINGOLI 2006: 232). Sin embargo, existieron emprendimientos culturales masivos que muchos detractores evitan recordar para no contradecir sus intervenciones interpretativas. Por ejemplo, es difícil de calificar de propagandístico un acto promovido por el gobierno, y conformado por poetas de renombre internacional y muchos de ellos referentes de una ideología socialista y libertaria. Estamos mencionando la “olvidada” Fiesta de la Poesía, del 27 de julio de 1947, realizado en Buenos Aires. El encuentro reunió por primera, y probablemente única, vez en la historia a Pablo Neruda, León Felipe, Nicolás Guillén y Rafael Alberti quienes recitaron obras personales. Neruda dijo su Nuevo canto de amor a Stalingrado, León Felipe su Ganarás la luz, el cubano Guillén su Elegía a García Lorca y Alberti su obra, Madrid, capital de la gloria.(SURRA 2003: 103). También durante la presidencia de Perón se generaron importantes obras de infraestructuras cuyo fin era constituir centros de difusión de cultura nacional y popular. Por ejemplo, se levantó el Complejo Cultural y Teatro San Martín en la Ciudad de Buenos Aires.


En cuanto a la proliferación de publicaciones y radioemisoras, en 1951 por gestión del Estado se construyó el Canal 7 de televisión, constituyéndose en la primera televisora de Argentina y Latinoamérica. Durante todo este proceso, como prioridad para la consolidación y estabilización del orden gubernamental nacional, el peronismo aglutinó importantes medios de difusión para hegemonizar la opinión pública. Se destaca el grupo editorial Alea, en cuyos talleres gráficos se imprimían casi todos los diarios. De ella surgió en 1951 un gran edificio levantado en Bouchard 722, donde se editarían Democracia (donde Perón publicaría numerosos artículos bajo el seudónimo de Descartes) y El Laborista. Sus modernas maquinarias instaladas en Bouchard asimilaban también trabajos para terceros; sus rotativas llegaron a imprimir más de un centenar de semanarios y quincenarios especializados, y sus plantas editaron toda clase de folletos, revistas y hojas de propaganda para la Subsecretaría de Informaciones y el Partido Peronista.(GAMBINI 2006) Debemos dedicar particular atención a la revista quincenal difundida por la Escuela Superior Peronista, de gran eficacia entre partidarios y simpatizantes, llamada Mundo Peronista. En ella además de mencionar las obras gestionadas por el gobierno, se edifica un culto, que se extiende a gran magnitud con el paso del tiempo, hacia el Líder y Evita. Es interesante la amplia variedad de merchandising peronista que sugiere una alta demanda de consumo. Para muchos, el escudo justicialista que llevaban en el ojal, más que una obligación y muestra de fidelidad, era el símbolo patrio de la Nueva Argentina. De hecho, el escudo peronista está ampliamente inspirado en el nacional. Pero además se vendían desde el Departamento de Difusión de la revista numerosos libros doctrinarios en su distintas variantes de presentación: por ejemplo; La razón de mi vida en edición de cuero, cartoné y rústica; bustos de Perón y Evita en diversos tamaños; colección de discos que contenían discursos del Líder y la primera dama; banderas peronistas, etc. La revista está dirigida a las clases populares, ¿el fin? Infundir mediante un mensaje claro la doctrina peronista y el papel que tiene que asumir cada uno dentro de la sociedad. Mundo Peronista era para toda la familia: una de las secciones iba dirigida a los chicos: “Nuestro pequeño mundo” contaba con cartas y dibujos enviados a la editorial, crucigramas infantiles con mensajes ocultos de frases de Perón y Evita, una historieta cuyo dos protagonistas son dos chicos peronistas (Chispita y Grillito), cronograma de actividades recreativas... pero lo más destacable son los cuentos que


siempre encerraban mensajes de moralidad y doctrina partidaria. Por ejemplo, uno de los cuentos titulado “Chocolate” incitaba a que no debían existir diferencias entre los chicos, menos por cuestiones étnicas: “...en la Nueva Argentina todos los niños son iguales: el general Perón no quiere diferencias entre sus privilegiados”(fig. 1).

En Mundo Peronista se publican poesías partidarias y se satiriza a la oposición. Por ejemplo, con humor estereotipa al contrera, que lo encarna un personaje llamado Don Cangrejo, dibujado por Pum. (fig. 2) Otra sección paródica se titula Fuerzas de Choque... Fuerzas de Cheque, donde aparecen oligarcas, radicales y comunistas buscando siempre complotar, alterando el orden público, la comunidad organizada. Por ejemplo, en una viñeta se ven a dos opositores dejando una bomba en la entrada de una Unidad Básica, donde se dictará una conferencia sobre el Segundo Plan Quinquenal. Uno de ellos, asomándose de costado, mientras que el otro sigilosamente coloca la bomba le dice: -“Apurate Pitoto que viene la poli...”, mientras que otros pasan simultáneamente en un auto, observando

la acción. El conductor, muy contento, le comenta al acompañante: -“¿Ves? Estas son las fuerzas de la libertad y del respeto a la ciudadanía... Allá adentro están los salvajes opresores, la chusma enemiga de la cultura...”(Mundo Peronista Junio 1953)

Es importante destacar que los artículos de Mundo Peronista llevan un discurso informal que pertenece a la jerga cotidiana, así como la asimilación del idioma gauchesco en numerosos versos dirigidos hacia la oposición (como es el caso de “Al compás de vigüela”, fig. 3) así como también los hay de veneración hacia Perón, Evita y las concentraciones del 17 de octubre o del 1 de mayo, descriptas como verdaderas fiestas populares realizadas en su mayoría por el poeta Martínez Payva. La incitación que hace Mundo Peronista a divulgar la revista y hacerla conocer aún más, es porque además de difundir la doctrina, su carácter moralizante es modificar la opinión media de la sociedad a partir de la crítica, la sugerencia, burlando, corrigiendo, renovando, en definitiva, como distinguía Gramsci, introduciendo a nuevos lugares comunes. A su vez las define a esta clase de revista como “de gran difusión y de ejercer un influjo profundo. No debe tener <<cara seria>> ni científica ni moralizante, no deben ser <<filisteas>> y académicas” aunque también dice que no deben parecer “fanáticas o exageradamente partidarias”: No obstante, considero que Mundo Peronista cumple con

las características de una revista moralizante tal como Gramsci lo entiende, pues en el imaginario social de este período, el peronismo no se diferenciaba del concepto de


Patria, y uno de los fines del adoctrinamiento peronista era que sus preceptos políticos e ideológicos desarrollados por Perón formen parte del sentido común popular. (GRAMSCI, A. 1975: 156).

La instrucción doctrinaria cubría diversos espacios de transmisión cultural e ideológica. Los manuales escolares estaban ilustrados con retratos y efemérides peronistas, creando un paralelo con personajes o episodios de la historia patria, dentro de la que se puede llamar la historia tradicional liberal.(fig. 4-5). Sin embargo, frente a la exaltación de la obra gubernamental se lo compara con la difusión ideológica del fascismo y el nazismo (fig. 6), cuando en realidad, se denotan importantes diferencias: en ningún momento en la difusión del material ideológico se enfatizó en la construcción de un enemigo común; por el contrario, se aprovechaba en remarcar los aspectos revolucionarios en la calidad social que había incentivado el justicialismo. A la hora de las críticas opositoras, como en el ejemplo de Mundo Peronista, se apeló a la descalificación en forma paródico humorístico. En las aulas se leía como libro de cabecera La Razón de mi vida de Eva Perón, y además se realizaba el curso escolar de Cultura Ciudadana, cuya finalidad era difundir la obra del gobierno peronista y su doctrina. No obstante, el accionar cultural no debe resultar sorpresivo, ya que sus fines se encontraban implícitos dentro de los objetivos del Plan de Gobierno. El sentido al que iba dirigido se resumía en tres palabras: Patria, Pueblo y Perón; es decir, ambas formaban una unidad homogénea, cuya finalidad era enraizar las costumbres tradicionales, con una filosofía de índole nacional, popular y partidariamente peronista. La revista oficialista Continente ofrece en uno de sus números un panorama cultural del que forman parte todos los argentinos, ya que “no se circunscribe, como en otras épocas, a un limitado sector dentro de la sociedad de la república, sino que de su mérito participan todos los núcleos de la población, ya que ahora puede hablarse de una cultura del pueblo.” (Continente Enero 1950). Lo destacable del artículo es el hincapié que se hace

sobre el obrero, que en estos tiempos era sinónimo de pueblo: “En todas esas disciplinas, como en las musicales y literarias, hay, por sobre todas las cosas, la conciencia de un destino y una inquebrantable voluntad de trabajo”. Finalmente, cuando menciona el intensivo

labor que desarrolla la Comisión Nacional de Cultura, junto con otros organismos similares, se vuelve a remarcar el cauce cultural que ha sido elegido, que nace del espíritu popular: “Antes hallábase limitada a los claustros universitarios y a los salones


opulentos. Hoy tiene por escenario al país entero, que demuestra con ello cuán grande y fecunda es su transformación cultural”.

El peronismo significó un sentimiento que se relacionó íntimamente con la idea de Patria. En cada acto se cantaba fervorosamente el Himno Nacional y se continuaba con la Marcha Peronista. Evita decía: “Sabemos perfectamente que el peronismo no se proclama ni se aprende; el peronismo se siente y se comprende. La nuestra es una lucha abierta y todos los argentinos tenemos en ella un puesto. Desgraciado de aquel que no está en ningún bando”(PERÓN, E. C.1952) Por eso, otros conceptos culturales directamente eran

marginados, por la simple razón de que no cohesionaba con la cultura de masas. La crítica generalizada de la usurpación y monopolio de los medios de difusión por parte del peronismo es otra consecuencia implícita dentro del Plan de gobierno. La justificación que se da es otra concepción de lo que significa libertad de opinión. Nuevamente notamos una predilección de la libertad colectiva por sobre la individual. Perón expone a sus simpatizantes: “(...) Cuando algunos países extranjeros dicen que defienden la libertad de prensa o la libertad de llegar a las fuentes de información, generalmente están mintiendo a sabiendas: defienden la posibilidad de disfrazar sus espías y sus agentes de información con el hermoso manto de periodistas. Son lobos con inocente piel de cordero. Hablamos de ciertas empresas de información: son lo que podríamos llamar empresas de deformación.(...)¿Cuál es el mal que ha originado esa deformación informativa y periodística? El que la verdad, la información y el comentario periodístico estén al servicio de los intereses materiales y no al servicio de los intereses idealistas y patrióticas del pueblo”(Mundo Peronista Junio 1953: 3).

A partir del dominio de la estructura ideológica y material ideológico de la sociedad civil por parte del peronismo se lo llega a calificar o comparar con un “Estado de excepción”, como lo fue el fascista o el nazi. Pero si es una característica primordial y común el hecho de que el espectro del fascismo se agitaba con frecuencia con el fin de frenar el impulso revolucionario de la clase obrera y de las masas populares, en el caso de las causas del peronismo las diferencias se distinguen notoriamente. Compararlos es caer en una inversión de relación causa a efecto. Su apelación a las masas fue una acción generada a medida que iba creando la base de su poder y no después de haberlo conseguido. El ascenso de Mussolini y Hitler al poder fue en plena efervescencia política y social, además en ambos casos su trepada no fue gracias al apoyo popular. Súmase a esto el carácter de la relación entre el Líder y el pueblo. De


hecho George Mosse en su análisis sobre la nacionalización de las masas en Alemania, comprobó que continuaron siendo testigos mudos y sin capacidad de influir en el curso inmediato de la política alemana, que fuera dirigida por hombres como Hitler. (MOSSE 2007: 271) La doctrina fascista y su carácter antipacifista, difícilmente pueda relacionarse con la búsqueda de una armonía social suscitada en una comunidad organizada como la que buscara el justicialismo. El afán de cohesión entre lo masivo y lo partidario es propio de la denominada sacralización de la política y es una característica del siglo XX. Sin lugar a dudas adquirió notable impulso con el comunismo, el fascismo y el nazismo; pero no hay que ignorar también el aporte que realizaron gobiernos democráticos como el estadounidense y el francés (GENTILE 2007: 247). En cuanto a lo que la estructura ideológica se refiere, tanto el nazismo como el fascismo supusieron una refundación que incluía lo artístico –cultural, mientras que el peronismo se sumó a las constantes culturales con criterios definidos dentro de lo que denominamos cultura popular. Frente a la formación de esta contracultura, las elites culturales buscaron en todo momento, diferenciarse y combatir la vulgarización. Su defensa la emprendía la SADE, grupos universitarios, miembros académicos y el grupo de escritores adversos al régimen que encabezaba Victoria Ocampo en Sur. La batalla que se emprendía era a favor de las libertades individuales, que a su vez estaba relacionada con el carácter cultural, pues todo ello se ligaba a la idiosincrasia liberal y al derecho natural que poseían las minorías selectas por sobre las masas. Sin embargo, el golpe del ’55 no significó el retorno a la practica político cultural del liberalismo, mientras que lo popular en los ’60 dio paso a una cultura internacional- popular propio de una apertura consumista global. (ORTIZ 1997)


Fig. 1 Mundo Peronista. n째 84. Abril de 1955. Fig. 2 Mundo Peronista. N째 34. Diciembre de 1952.


Fig. 3 Mundo Peronista. n° 77. Diciembre de 1954. Fig. 4. Obreritos. Texto de 2do. Grado.

Fig. 5. Cajita de música. Texto de 1er Grado Superior.


Fig. 6. Contraste del virtuosismo germano frente al estereotipo judaĂ­co. Libro infantil editado por el Partido Nazi.


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