Antología cuentos felinos.

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Antología

Cuentos felinos

Tres gatos y un paraguas. Texto: Alejandra Erbiti. Imagen: Carolina Farías. Solo Giovanino. Texto: Isabel Muñoz. Imagen: Pablo Fernández. El gato más grande que todo. Texto: Franco Vaccarini. Imagen: María Laura Díaz Domínguez. Dos mejor que uno. Texto: Sonia Esplugas. Imagen: Javier Sánchez. Como un deseo dándole vueltas. Texto: Juan Fernando Cardona Fernández. Imagen: Claudia Degliuomini.

Selección: Graciela Pérez Aguilar. © 2007. Permitida la reproducción no comercial, para uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los autores. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed: http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca


Alejandra Erbiti

Tres gatos y un paraguas Ilustrado por Carolina Farías

1 El primer gato era alto y flaco. El segundo gato era bajo y gordo. El tercer gato era mediano. El cuarto gato estaba desmayado.

2 —¿Quién fue? —preguntó el comisario Bigotes. —Yo no —dijo el primer gato. —Yo tampoco —dijo el segundo gato. —Ni yo —dijo el tercer gato. El cuarto gato no dijo nada porque estaba desmayado.

Texto © 2006 Alejandra Erbiti. Imagen © 2006 Carolina Farías. Permitida la reproducción no comercial, para uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los autores. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed: http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca


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3 El detective Morrongo Carrillo observó a los cuatro gatos, muy de cerca, con su lupa. El primer gato tenía una oreja mojada. El segundo gato también tenía una oreja mojada. El tercer gato estaba seco en el lomo y tenía la cola y las dos orejas mojadas. El cuarto gato estaba hecho sopa.

4 —¿Qué hacían en esa esquina? —preguntó el comisario Bigotes. —Esperábamos un taxi —dijo el primer gato. —Llovía muchísimo —dijo el segundo gato. —¡Cómo llovía!—dijo el tercer gato. El cuarto gato seguía desmayado.

5 —¿Quién vio lo que pasó? —preguntó el detective Morrongo Carrillo. —Yo miraba hacia el Norte —dijo el primer gato. —Yo miraba hacia el Sur —dijo el segundo gato. —Yo miraba hacia el Este —dijo el tercer gato. El cuarto gato estaba desmayado. Se desmayó mirando al Oeste.

6 —¿Quién sostenía el paraguas? —preguntó el comisario Bigotes. —Yo no —dijo el primer gato. —Yo soy bajo y gordo —dijo el segundo gato. —El paraguas era chico —dijo el tercer gato. El cuarto gato no dijo nada. Tenía un tomatazo en la cabeza.

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7 —¿Quién oyó el tomatazo? —preguntó el detective Morrongo Carrillo. —Yo soy un poco sordo —dijo el primer gato. —Era una noche ruidosa —dijo el segundo gato. —¡Llovía y tronaba! —dijo el tercer gato. El cuarto gato no podía oír nada porque estaba desmayado de un tomatazo.

8 —¿Cuándo se desmayó el desmayado? —preguntó el comisario Bigotes. —Cuando acabó de llover —dijo el primer gato. —Cuando acabó de tronar —dijo el segundo gato. —Cuando acabó de desmayarse —dijo el tercer gato.

9 —¿Qué hicieron entonces? —preguntó detective Morrongo Carrillo. —Yo maullé pidiendo socorro —dijo el primer gato. —Yo me puse a ronronear del susto —dijo el segundo gato. —Yo quise hablar con el desmayado —dijo el tercer gato. Pero el desmayado no le dirigió la palabra.

10 —Entonces, ¿qué hicieron? —preguntó el comisario Bigotes. —Yo exclamé: ¡qué mala suerte! —dijo el primer gato. —Yo cerré el paraguas —dijo el segundo gato. —Yo lo traje corriendo hasta aquí —dijo el tercer gato. El desmayado estaba desmayado.

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11 —¡Usted lo desmayó de un tomatazo! —acusó el detective Morrongo Carrillo. —¿Yo, señor? —preguntó el primer gato. —No, señor —dijo el detective Morrongo Carrillo. —¿Yo, señor? —preguntó el segundo gato. —No, señor —dijo el detective Morrongo Carrillo. —¿Yo, señor? —preguntó el tercer gato. —¡Sí, señor! —dijo el detective Morrongo Carrillo.

12 —Uno de ustedes arrojó el tomatazo y el otro se desmayó. Los otros dos gatos no vieron nada —dijo el detective Morrongo Carrillo—. Uno miraba al Norte, otro al Este, otro al Sur y el tomateado se desmayó mirando al Oeste. Estaban esperando un taxi, la noche era tormentosa. El paraguas era chico y ustedes eran cuatro. Mientras esperaban, la lluvia les mojó las orejas: a uno la izquierda y a otro la derecha. El gato que miraba al Norte y el que miraba al Sur no tenían que darse vuelta para arrojarle un tomatazo al gato que miraba al Oeste. Les bastaba mover el brazo izquierdo o el derecho a un costado. El gato que miraba al Este, en cambio, tenía que darse vuelta del todo, porque estaba de espaldas a la víctima. Pero al darse vuelta, se le mojó la cola. Ahora tiene el lomo seco mientras que las dos orejas y la cola están empapadas. Como el paraguas era chico, a los otros dos gatos se les mojó solamente la oreja que les quedaba afuera y no se mojaron las colas, porque cuando se dieron vuelta para mirar al desmayado, ¡justo había dejado de llover! Y el gato desmayado está totalmente mojado porque cuando le zamparon el tomatazo, se desparramó sobre la calle encharcada.

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Reporte final: “El bandido usó un tomate maduro y de grueso calibre, un tomatón, como quien dice, un tomatote enorme de esos que usan algunos para jugar al fútbol cuando no tienen pelota y que algunas señoras llevan en sus carteras por si les da hambre o se tienen que defender de algún asaltante. La explosión del tomate contra la cabeza de la víctima se confundió con los truenos (esa noche hubo una tormenta eléctrica que mamita querida). Pero el tercer gato tuvo que localizar en la oscuridad el mejor lugar donde estrellar semejante tomatón: la nuca de su víctima. Pero, como todos saben, los gatos son muy hábiles aun en la oscuridad. En esos pocos segundos, el fuerte chaparrón le empapó la cola. Él es el único gato que tiene la cola mojada. Por lo tanto ¡es el culpable!

13 El primer gato se fue a dormir a su casa. El segundo tiró el paraguas a la basura. Al tercer gato no lo dejaron ir hasta que le pidiera perdón de todo corazón al gato desmayado. Tuvo que esperar un montón, porque el cuarto gato siguió un buen rato desmayado, con un tomatazo en la cabeza.

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Isabel Muñoz

Sólo Giovanino Ilustrado por Pablo Fernández

Anochecía. Giovanino giró y se acomodó frente a la ventana. Le pareció fabuloso ese sol gigante recostado sobre los edificios. La gente era apenas una sombra que se movía en la calle. Se entretuvo un rato mirándola. Estaba solo y aburrido en el departamento. De pronto, escuchó un ruido fuerte y la ventana que estaba justo frente a él, en el otro bloque de departamentos, se abrió de un golpe. Giovanino se irguió con cautela para ver qué pasaba y se escondió rápido para no ser visto. Espió de reojo. Pero fue suficiente para darse cuenta de que algo grave estaba sucediendo. Una sombra atravesó la ventana. Le pareció escuchar gritos. Se asomó con cuidado. Estaba seguro de que allí, en esa habitación, Malena estaría jugando con su muñeca articulada. Le gustaba mucho Malena. Era tal vez, su mejor amiga. ¿Y si le pasaba algo? ¿Correría peligro? Ese pensamiento lo estremeció. Calculó la distancia que separaba ambas ventanas. No era mucha pero, ¿si se daba un porrazo? Texto © 2006 Isabel Muñoz. Imagen © 2006 Pablo Fernández. Permitida la reproducción no comercial, para uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los autores. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed: http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca


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Sin dudar, dio un salto preciso. Con exactitud matemática, Giovanino quedó parado en medio de la ventana de enfrente. Entonces entró. *** Al día siguiente, alguien había olvidado recoger el diario que seguía tirado en la alfombra. Giovanino miró la noticia. Allí estaba su foto. Se sentó, orgulloso de verse en la tapa de un diario importante, y bebió la leche con tranquilidad. La noticia relataba cómo habían sucedido los hechos. “Lástima que no me consultaron”, pensó mientras seguía leyendo. “Yo les habría contado cuánto la quiero a Malena y que es mi mejor amiga. Que cualquiera en mi lugar habría saltado hasta la otra ventana y corrido el riesgo. Malena se lo merecía. Además, el ladrón no esperaba que yo le rasguñara la cara horrible y huesuda. Es cierto que soy valiente. En eso no se equivocaron. Pero no contaron que del susto, el ladrón huyó por la misma ventana por la que había entrado. Y que Malena me abrazó con tanta alegría, que ese fue el mejor premio que me podía ganar.” “Claro”, pensó Giovanino pero no dijo nada, “los periodistas no se molestan en hacerle preguntas a un gato. Ni siquiera cuando este gato fue capaz de salvarle la vida a la preciosura de Malena.”

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Franco Vaccarini

El gato más grande que todo Ilustrado por María Laura Díaz Domínguez

Camila tuvo un sueño. Soñó que había ido al cine con la tía Ana y cuando volvieron a casa la mamá se estaba bañando, porque hacía mucho calor. La mamá cantaba bajo la ducha: “Una linda arveja se cayó en la oreja de la vieja Virueja de Pico Picotueja. La oreja se quejó pero nadie la escuchó. ¿Quién escucha las quejas de una pobre oreja?” Después la tía Ana se fue del sueño y ahí vino la parte de miedo porque Camila vio un gato que no era como son los gatos normales. Éste era un gato Texto © 2005 Gabriela Chiocca. Imagen © 2005 Ariel Abadi. Permitida la reproducción no comercial, para uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los autores. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed: http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca


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que crecía. Que crecía y crecía. Camila comenzó a tener miedo y a tener más miedo y así fue que, en el sueño, se puso a gritar: —¡Mami, vení, mami! ¡MAMAAÁ! La mamá cerró la ducha y salió del baño, envuelta en una toalla, a ver qué pasaba. El gato ya era tan grande, pero tan grande que no se veía: se había estirado como un globo, como esos globos que de tan hinchados se hacen transparentes. Y ahora la propia Camila, la casa, la mamá estaban adentro del globo. No, perdón: del gato. —¿Qué te pasa, Cami? —preguntó la mamá, que tenía la punta de la nariz mojada. La mamá se impresionó mucho cuando Camila le explicó que todo el aire que respiraban estaba hecho de gato. Ninguna de las dos sabía que soñaban. La mamá preguntó: —Pero Cami, ¿entonces el gato es más grande que la casa? Camila le contestó muy seria: —No, mami, más, más... ¡Más grande que el mundo! —Entonces... ¿es como el Universo? —Por lo menos es como el Universo. Pero me parece que un poco más —dijo Camila. Y con la seguridad que sólo se puede tener en un sueño, le aseguró a la mamá: —Mami, es sencillo. Nosotros estamos adentro de la casa, la casa está adentro del Mundo, el Mundo está adentro del Universo y el Universo está adentro de un gato. Y listo.

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Sonia Esplugas

Dos mejor que uno Ilustrado por Javier Sánchez

Cada mañana, cuando salía el Sol, me acercaba a la cama a despertar a mi amigo. Me subía a su panza, lo miraba de cerca, y le maullaba al oído. Simón solía tardar en abrir los ojos, pero cuando se despertaba siempre me dedicaba los primeros minutos de su día. Después me daba de comer, me cepillaba y yo lo acompañaba en su desayuno. Jugábamos mucho, pero él pasaba la mayoría del tiempo fuera de casa. Y yo me quedaba solo, me limpiaba el pelaje, hacía unos estiramientos, miraba por la ventana. Y lo esperaba. Durante el día lo extrañaba mucho. Empecé a imaginar que él también era gato y que pasábamos el tiempo jugando, arañándonos, y que él me lamía donde yo no llegaba. Este pensamiento empezó a convertirse en obsesión. Lo deseaba con tanta fuerza que estaba seguro de que, si me portaba bien, mi sueño se iba a hacer realidad. Nunca pensé que fuera a suceder tan rápido. Una tarde después de una larga siesta fui a tomar agua y ¡lo vi comiendo de mi plato! Le había salido pelo por todo el cuerpo, unas orejas puntiagudas como las mías y ¡hasta tenía cola! Texto © 2006 Sonia Esplugas. Dibujo © 2006 Javier Sánchez. Permitida la reproducción no comercial, para uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los autores. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed: http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca


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Por fin tendría alguien con quien jugar y arañarme y compartir toda mi felinidad. Pero de repente me di cuenta que ya no lo podría despertar a la mañana y ya no sentiría el placer que sentía cuando me cepillaba. ¡Lo había perdido para siempre como persona! Mientras me lamentaba de mi poder de convertir personas en mascotas escuché un portazo y fui corriendo asustado a ver quién era. ¡Ah, era Simón, había vuelto! ¿Y entonces, quién era el nuevo gatito? Simón me miró sonriente y me dijo: “Feliz cumpleaños, Bruno, ¿te gustó mi regalo?”

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Juan Fernando Cardona Fernández

Como un deseo dándole vueltas

Segundo premio en el 2° Concurso Internacional de Cuentos para Niños de Imaginaria y EducaRed Ilustrado por Claudia Degliuomini

Ese domingo no tenía previsión de ser para guardar en la memoria pero sucedió conmigo eso de entrar en los secretos vecinos sin haberlo buscado. Estoy convencido que los secretos se las ingenian cada vez que pueden para asomar la nariz y que los otros se les queden. Sentado en la única tabla de la banca que tenía tres cuando era nueva, había estirado mi brazo noventa y seis veces. Desde hace un tiempo pienso que puedo tocar las nubes. Estaba frente a la iglesia de la Santa Cruz, dicen que se llama así porque un día de hace muchísimos años apareció de la nada un fraile, sembró una rama de un árbol que fue creciendo en forma de cruz, creció tanto y tanto y tanto que decidieron construir una iglesia en ese lugar, por si las moscas un milagro. No vendría mal uno en estas épocas de desencantos. Texto © 2005 Juan Fernando Cardona Fernández. Dibujo © 2005 Claudia Degliuomini. Permitida la reproducción no comercial, para uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito del autor. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed: http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca


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—¿Quieres quedarte con mi gatico? Era Mariano, mi vecino del primer piso. Asunto de gatos no es conmigo. Estuve enamorado hasta los huesos de la mujer del vestido verde, eso fue en las primeras páginas del libro que leí a escondidas detrás del árbol donde florecían las orquídeas, y me desenamoré en la página veintidós cuando descubrí que había sido contagiada de lepra por el pelo de un gato siamés. Acá entre nos, muchos años después supe que esto no es científicamente comprobado, sin embargo, cuando veo uno de esos silenciosos y peludos de cuatro patas no puedo olvidar que vi, juro que vi, una piel de manzana cayendo a pedacitos. Desde entonces prometí que los gatos no entran en mi vida igualito que no entran en el cielo de los budistas. —No puedo Mariano. No me gustan los gatos —le dije. Me dijo: —No me dejan quedarme con él. Casi lloraba contándome. —Esta mañana lo encontré y lo llevé junto con el pan a mi casa. Cuando mi papá lo vio, no quiero animales aquí, se devuelve por donde vino con ese gato. Y Mariano torcía la boca como haciendo igual que su papá. Inconformado con tener que abandonarlo, Mariano me lanzaba su mejor mirada de “Ayúdame por favor”, esa mirada que tenemos guardada para las emergencias, esa que te deja con ganitas de decirle que sí, pero que no, que tienes que dar una de duro porque cuando haces promesas haciendo los dedos en cruz no las quiebras ni de marras. Y de nuevo: —Que no Mariano, que no puedo. Mariano ensayó la táctica de la carrera en fuga. Fueron veintinueve intentos de dejarlo y salía corriendo pero el gato lo seguía las mismas veces. Desconsolado sentó la mitad de sus nalgas en la banca y de pronto abrió sus ojos hasta donde pudo. —¡Vinicius! Y se quedó como pensando. - 14 -


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—¡Claro! ¡Él puede quedarse con el gato, él puede hacerlo! Mi papá sólo lo dejará sí adivina en Vinicius una señal de quererlo. En ese momento supe que un secreto se deslizaba sin remedio por entre los labios de Mariano. —Una señal y mi papá acepta, porque mi hermano es autista desde hace seis años —decía Mariano—, él nació mirando siempre para dentro, no se emociona ni para arriba ni para abajo. Mi papá no dice pero puedo adivinar que se cansó de esperanzar, inventó que Vinicius se antoja de cosas, que tiene ideas, yo digo que sólo tiene una dándole vueltas, una nada más, como esas corridas de la Formula 1 que adora asistir por la televisión, no pierde ni una sola, ni le importa quién gana ni quién se choca, sólo parece que contara las vueltas que dan los carros. Se queda balanceando hacia adelante y hacia atrás como llevando la cuenta, por eso pienso que él sólo tiene una idea fija que se pasea por su cuerpo y en cada parada se le convierte en un deseo. Nunca habla. Él grita. Yo lo abrazo siempre por si quiere abracitos y parece que sonriera. Se agarra a mis piernas que son más flaquitas que las suyas, lo hace rapidito, como colocando su oído en ellas por si le traen otras ideas para juntarlas con la suya o tal vez un sonido de tambores. —Déjame explicarte —decía Mariano—. Es como si quisiera hacer caminar el único deseo que esconde en alguna parte, y cuando se da cuenta que no puede, entonces, grita. Mi papá pasa poco tiempo en casa. Pronto, se vino otro secreto. —Mi papá trabaja en otra ciudad, siempre ha sido así —me explicaba—. Va y vuelve, con nosotros a veces, pero él se va un poquito mas allá, viene de quince en quince días, dice que no lo hace mas seguido porque tiene mucho trabajo, pero yo creo que no aguantaría de lunes a domingo a mi hermano balanceándose tanto. Un día le escuché decirles a sus amigos que hace hijos incompletos, todos se rieron mucho, a mí me parece que no porque mi hermano y yo tenemos dos ojos, una nariz, dos piernas. Debe ser que se desespera con el silencio de mi hermano y con la bulla mía. Y mi mamá. Yo la conocía, la había visto alguna vez por entre los corredores del edificio. - 15 -


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—Mi mamá le cuenta a todo el mundo que Vinicius es autista, yo no entiendo por qué lo hace. Las personas la escuchan y le devuelven una sonrisa indecisa. Acá entre nosotros, y pegándose de mi oreja como para que nadie más lo escuchara, me dice: —Pienso que mi mamá tiene un miedo escondido porque siempre le coloca medias rojas a Vinicius y dice que si un día él se perdiera sólo tendría que agacharse y buscar entre todas las piernas dos que tengan medias rojas. Yo quisiera decirle que descubrí su miedo y que no se preocupe, que mi hermano tiene un ángel que lo guarda. Mariano hablaba a borbotones. Era como si la oportunidad se la hubieran pintado en verde agua para contar sus secretos. Pero su asunto principal era resolver lo de quedarse con el gato. —Vinicius puede hacerle pensar a mi papá que quiere a Casimio —decía —, igual él va querer creer cualquier cosa para que no grite y lo deje leer el folleto de la hidroeléctrica. Pero… ¿y si el gato sale por la ventana con los cojines, el florero, las uvas y mis cordones? ¡Él lanza todo por la ventana! ¡Y si yo fuera autista también! Claro que no sería como Vinicius, quiero decir, no tiraría nada para la calle y menos a Casimio, mi gato, pero… necesito unos seis años para aprender a balancearme para adelante y para atrás, para adelante y para atrás, para adelante y… Su preocupación ya le llegaba a las rodillas. En su afán de quedarse con Casimio no encontraba una fórmula mágica en su cabecita de siete años y mi perezosa adolescencia no hacía una sugerencia siquiera. Tampoco pasaba por ahí una bruja buena regalando sortilegios para ayudarlo. Estaba entrando en la zona del desespero cuando oyó a su mamá gritar para volver a casa sin gato y en los próximos tres minutos. Le dije que lo dejara en la puerta de la iglesia que con seguridad alguien iba a aparecer para cuidarlo, que yo le contaba después. Se fue caminando despacito, como pidiendo permiso, contando los pasos, uno, uno y un cuarto, uno y medio, uno y tres cuartos. Volteando cada cinco segundos. La última vez que lo hizo no vio más a Casimio y yo, que me balanceaba para adelante y para atrás, tampoco. - 16 -


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Siempre encuentro a Mariano, con medias y sin zapatos, subiendo y bajando las escaleras, prendiendo las luces de los corredores. Tiene miedo del ascensor, de quedarse solo y de estar a oscuras. Tiene miedo de salamandras. Yo le digo que no se asuste, que su susto puede asustar a las salamandras. Cuando nos encontramos, sonreímos. Somos cómplices de un secreto: los dos sabemos que va a hacerse otro milagro en la puerta de la iglesia de la Santa Cruz. Hoy ya intenté ciento diecisiete veces tocar el cielo. Siempre me ha parecido que en esta ciudad hecha encima de las montañas sólo necesito estirar el brazo… ciento dieciocho, ciento diecinueve, ciento veinte…

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