Cualquiera que ve a un weon feo, cojo, o con una imperfección por algun lugar, considera a este un monstruoso -al menos en esta sociedad-. Pero hay un antes y un después de la muerte (y vida) de Michael Jackson. Gracias a él la monstruosidad es interna. Y sin importar lo que tus ojos miren, un mostro se huele a leguas.
Por Matías Lagañas