PODRÍAS SER TU

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PODRÍAS SER TU Sònia Zurriaga García 4t ESO


En el paisaje que posaba ante sus ojos al mirar por el ventanal que lo protegía del exterior, se encontraba un reflejo de su día a día. En las montañas, descansaba un poco de nieve a pesar del caluroso invierno que estaban pasando, por culpa del cambio climático. Ni un animal quedaba en los prados, pues sus mayores se lo habían quitado todo, podríamos decir que les habían quitado la vida. Estaban destrozando cada pequeño rincón de esa parte del pueblo.


Desde su casa, Juan podía observar una de las últimas viviendas que habían destrozado. La suya probablemente era la siguiente. Le costaba despedirse del lugar donde se había criado, el lugar donde murió su madre, el lugar donde nació su hermano, el lugar que quedaría en pedazos en un abrir y cerrar de ojos. En una calle que había tenido tanta vida, parecía que hasta a los árboles les faltaba el aire. No podía creerlo.


Quedaban dos casas en pie, la suya y la de su vecino, que estaba dispuesto a seguir con su vida y en su lugar, pesase a quien le pesase. Cada día paseaba a su perro con la misma alegría que siempre, caminaba con la cabeza agachada. Parecía como si no quisiera aceptar lo que se le venía encima. Juan, en cambio empezaba a tenerlo muy claro. Pensó dónde podía ir a vivir y se acordó de su mujer, una mujer a la que había maltratado durante años y a la que pensaba engañar para que le dejara vivir con ella. Ahí empezaron las cartas de Juan a Miranda.


Carta 1 Las runas de este barrio, reflejan mi día a día sin verte. Me ahogo en mi propia rutina y aunque esté a más de mil millas de ti, ¿Qué obstáculo podría parar mi amor hacia una persona como tu? Pués no hay distancia que mi corazón no pueda superar y no hay pasado que mi mente no pueda olvidar. Estas cartas son mi disfraz, tras el que te escribo. Los tiempos se ponen cada vez más difíciles, pero créeme , cuando me aleje de aquí estaremos juntos, tendremos la vida que siempre hemos deseado. Si cada carta que te escribo, te quitara el aliento, las escribiría todas. Tengo mucho más que decirte, me pasaría noche y día haciéndolo, pues mis calles están desiertas y no hay nadie con quien hablar.


Juan era un hombre que venía de una familia rica, había disfrutado de los mejores estudios de la época y eso le permitía escribir con un vocabulario que dejaría boquiabierta a Miranda. La malicia formaba parte de su persona, eso era evidente, y su mujer, más que nadie, lo sabía. Ella había recibido malos tratos por su parte, pero ahora, le haría creer que algo en el fondo de Juan había cambiado y podía darle una segunda oportunidad.


Ese día, de cielo despejado, Juan esperaba ansioso la llamada de su esposa, otra mañana solo, acompañado de una botella de vino tinto, cantando para matar el rato. Entre canción y canción un sorbo de alcohol bajaba hacia su estómago. Más ebrio que una cuba acabó imaginándose ambas manos de su mujer sobre su cintura, bailaba al ritmo de la música como si de su último día en la tierra se tratara. Perdiéndose en su ritmo, llegó la llamada. Él y ella, volarían en un avión esa noche, dirigiéndose a algún lugar donde el sol brillara más.


Sobrevolando Barcelona, Juan no podía quitarse de la cabeza la imagen que veía desde la ventana de su casa, una imagen que le había perseguido a lo largo de su vida y que a partir de ese instante, jamás volvería a visualizar, esa melancolía le llenaba los ojos de lágrimas cada vez que pensaba en ello. En ese instante de tristeza, empezó a reflexionar sobre si algún día, alguien le había querido de verdad, llegó a la conclusión de que no vale la pena irte de este mundo sin que alguien te haya amado y se dispuso a ser mejor persona. Le dijo a Miranda, que cerrara los ojos y fingiera que estaban bailando juntos en las infinitas calles de Nueva York.


Cuando llegaron, salieron andando por la pista de aterrizaje. Y Juan pensรณ que la distancia no es tanta cuando se tienen aviones, pero que hubiera ido andando si no hubiera tenido ninguna otra manera. El tiempo marcaba sus corazones y estaba corriendo, anhelaban abrazarse y admitir que estaban enamorados otra vez.


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