Antología de cuentos infantiles y leyendas de terror. Elaborado por: Karla Ramos Ramos. Axel Velázquez Jarquín. Jorge Alfaro Díaz. Sofía Ocampo Martínez. Ángel Ruíz Jiménez.
Dedicatoria
Dedicamos esta antología a nuestros padres que de pequeños nos leían estos y otro libros, haciendo de nuestra infancia una bella época.
Prólogo A lo largo de los años se han escrito millones de historias, como “El Patito Feo” que fue publicado el 11 de noviembre de 1843 por el autor Den Grimme ælling en Dinamarca, o la famosa leyenda “La Llorona” que se ha contado desde 1933. El propósito de esta antología es que los niños y jóvenes de las nuevas generaciones conozcan las famosas historias con las que sus padres, tíos, abuelos y demás crecieron felices y también con miedo. Hoy en día se ha perdido el gusto por la lectura debido a la tecnología con las que contamos. Por ello, nosotros decidimos elaborar una antología electrónica para que no haya escusa, y leas esta recopilación de cuentos infantiles y leyendas de terror.
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El Gigante EgoĂsta.
Oscar Wilde
Todas las tardes, al salir de la escuela, los niños jugaban en el jardín de un gran castillo deshabitado. Se revolcaban por la hierba, se escondían tras los arbustos repletos de flores y trepaban a los árboles que cobijaban a muchos pájaros cantores. Allí eran muy felices. Una tarde, estaban jugando al escondite cuando oyeron una voz muy fuerte. -¿Qué hacéis en mi jardín? Temblando de miedo, los niños espiaban desde sus escondites, desde donde vieron a un gigante muy enfadado. Había decidido volver a casa después de vivir con su amigo “Pie Grande” durante siete años. -He vuelto a mi castillo para tener un poco de paz y de tranquilidad -dijo con voz de trueno-. No quiero oír a niños revoltosos. ¡Fuera de mi jardín! ¡Y que no se os ocurra volver! Los niños huyeron lo más rápido que pudieron. -Este jardín es mío y de nadie más -mascullaba el gigante-. Me aseguraré de que nadie más lo use. Muy pronto lo tuvo rodeado de un muro muy alto lleno de pinchos. En la gran puerta de hierro que daba entrada al jardín el gigante colgó un cartel que decía:
"PROPIEDAD PRIVADA. PROHIBIDO EL PASO". Todos los días los niños asomaban su rostro por entre las rejas de la verja para contemplar el jardín que tanto echaban de menos. Luego, tristes, se alejaban para ir a jugar a un camino polvoriento. Cuando llegó el invierno, la nieve cubrió el suelo con una espesa capa blanca y la escarcha pintó de plata los árboles. El viento del norte silbaba alrededor del castillo del gigante y el granizo golpeaba los cristales. -¡Cómo deseo que llegue la primavera! -suspiró acurrucado junto al fuego. Por fin, la primavera llegó. La nieve y la escarcha desaparecieron y las flores tiñeron de colores la tierra. Los árboles se llenaron de brotes y los pájaros esparcieron sus canciones por los campos, excepto en el jardín del gigante. Allí la nieve y la escarcha seguían helando las ramas desnudas de los árboles. -La primavera no ha querido venir a mi jardín -se lamentaba una y otra vez el giganteMi jardín es un desierto, triste y frío.
Una mañana, el gigante se quedó en cama, triste y abatido. Con sorpresa oyó el canto de un mirlo. Corrió a la ventana y se llenó de alegría. La nieve y la escarcha se habían ido, y todos los árboles aparecían llenos de flores. En cada árbol se hallaba subido un niño. Habían entrado al jardín por un agujero del muro y la primavera los había seguido. Un solo niño no había conseguido subir a ningún árbol y lloraba amargamente porque era demasiado pequeño y no llegaba ni siquiera a la rama más baja del árbol más pequeño. El gigante sintió compasión por el niño. -¡Qué egoísta he sido! Ahora comprendo por qué la primavera no quería venir a mi jardín. Derribaré el muro y lo convertiré en un parque para disfrute de los niños. Pero antes debo ayudar a ese pequeño a subir al árbol. El gigante bajó las escaleras y entró en su jardín, pero cuando los niños lo vieron se asustaron tanto que volvieron a escaparse. Sólo quedó el pequeño, que tenía los ojos llenos de lágrimas y no pudo ver acercarse al gigante. Mientras el invierno volvía al jardín, el gigante tomó al niño en brazos. -No llores-.Murmuró con dulzura, colocando al pequeño en el árbol más próximo.
De inmediato el árbol se llenó de flores, el niño rodeó con sus brazos el cuello del gigante y lo besó. Cuando los demás niños comprobaron que el gigante se había vuelto bueno y amable, regresaron corriendo al jardín por el agujero del muro y la primavera entró con ellos. El gigante reía feliz y tomaba parte en sus juegos, que sólo interrumpía para ir derribando el muro con un mazo. Al atardecer, se dio cuenta de que hacía rato que no veía al pequeño. -¿Dónde está vuestro amiguito? -preguntó ansioso. Pero los niños no lo sabían. Todos los días, al salir de la escuela, los niños iban a jugar al hermoso jardín del gigante. Y todos los días el gigante les hacía la misma pregunta: -¿Ha venido hoy el pequeño?-. También todos los días, recibía la misma respuesta: -No sabemos dónde encontrarlo. La única vez que lo vimos fue el día en que derribaste el muro. El gigante se sentía muy triste, porque quería mucho al pequeño. Sólo lo alegraba el ver jugar a los demás niños.
Los años pasaron y el gigante se hizo viejo. Llegó un momento en que ya no pudo jugar con los niños. Una mañana de invierno estaba asomado a la ventana de su dormitorio, cuando de pronto vio un árbol precioso en un rincón del jardín. Las ramas doradas estaban cubiertas de delicadas flores blancas y de frutos plateados, y debajo del árbol se hallaba el pequeño. -¡Por fin ha vuelto! -exclamó el gigante, lleno de alegría. Olvidándose de que tenía las piernas muy débiles, corrió escaleras abajo y atravesó el jardín. Pero al llegar junto al pequeño enrojeció de cólera.
-¿Quién te ha hecho daño? ¡Tienes señales de clavos en las manos y en los pies! Por muy viejo y débil que esté, mataré a las personas que te hayan hecho esto. Entonces el niño sonrió dulcemente y le dijo: -Calma. No te enfades y ven conmigo. -¿Quién eres? -susurró el gigante, cayendo de rodillas. -Hace mucho tiempo me dejaste Jugar en tu jardín -respondió el niño-. Ahora quiero que vengas a jugar al mío, que se llama Paraíso. Esa tarde, cuando los niños entraron en el jardín para jugar con la nieve, encontraron al gigante muerto, pacíficamente recostado en un árbol, todo cubierto de llores blancas.
Bambi
FĂŠlix Salten
Había llegado la primavera. El bosque estaba muy lindo. Los animalitos despertaban del largo invierno y esperaban todos un feliz acontecimiento. - ¡Ha nacido el cervatillo! ¡El príncipe del bosque ha nacido! -anunciaba Tambor el conejito, mientras corría de un lado a otro. Todos los animalitos fueron a visitar al pequeño ciervo, a quien su mamá puso el nombre de Bambi. El cervatillo se estiró e intentó levantarse. Sus patas largas y delgadas le hicieron caer una y otra vez. Finalmente, consiguió mantenerse en pie. Tambor se convirtió en un maestro para el pequeño. Con él aprendió muchas cosas mientras jugaban en el bosque. Pasó el verano y llegó el tan temido invierto. Al despertar una mañana, Bambi descubrió que todo el bosque estaba cubierto de nieve. Era muy divertido tratar de andar sobre ella. Pero también descubrió que el invierno era muy triste, pues apenas había comida. Cierto día vio cómo corría un grupo de ciervos mayores. Se quedó admirado al ver al que iba delante de todos. Era más grande y fuerte que los demás. Era el Gran Príncipe del Bosque.
Aquel día la mamá de Bambi se mostraba inquieta. Olfateaba el ambiente tratando de descubrir qué ocurría. De pronto, oyó un disparo y dijo a Bambi que corriera sin parar. Bambi corrió y corrió hasta lo más espeso del bosque. Cuando se volvió para buscar a su mamá vio que ya no venía. El pobre Bambi lloró mucho. - Debes ser valiente porque tu mamá no volverá. Vamos, sígueme -le dijo el Gran Príncipe del Bosque. Bambi había crecido mucho cuando llegó la primavera. Cierto día, mientras bebía agua en el estanque, vio reflejada en el agua una cierva detrás de él. Era bella y ágil y pronto se hicieron amigos. Una mañana, Bambi se despertó asustado. Desde lo alto de la montaña vio un campamento de cazadores. Corrió haciá allá y encontró a su amiga rodeada de perros. Bambi le ayudó a escapar y ya no se separaron más. Cuando llegó la primavera, Falina, que así se llamaba la cierva, tuvo dos crías. Eran los hijos de Bambi que, con el tiempo, llegó a ser el Gran Príncipe del Bosque. Si por el bosque has de pasear, no hagas a los animales ninguna maldad.
El PrĂncipe Feliz
Oscar Wilde
Por encima de la ciudad entera, encima de un pedestal, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba hecha de finísimas hojas de oro, tenía por ojos dos deslumbrantes zafiros y un rubí rojo en el puño de su espada. Tal era la belleza del Príncipe Feliz que todo el mundo lo admiraba. - Es igual de hermoso que una veleta.- dijo uno de los concejales. - Tienes que ser como el Príncipe feliz hijo mío. El nunca llora - le dijo una madre a su hijo que lloraba porque quería la Luna. - ¡Parece un ángel! - decían los parroquianos al salir de la catedral. Una noche llegó a la ciudad una golondrina que iba camino de Egipto. Sus amigas habían partido hacia allí semanas antes, pero ella se había quedado atrás porque se había enamorado de un junco. Decidió quedarse con su enamorado pero al llegar el otoño sus amigas se marcharon y empezó a cansarse de su amor, así que había decidido poner rumbo a las Pirámides. Su viaje la llevó hasta ese lugar y al ver la estatua del Príncipe Feliz pensó que era un buen lugar para posarse y pasar la noche. Cuando ya tenía la cabeza bajo el ala y estaba a punto de dormirse una gran gota de agua cayó sobre ella.
- Qué raro, si ni siquiera hay nubes en el cielo… - pensó la golondrinita Pero entonces cayó una segunda gota y una tercera. Levantó la vista hacia arriba y cuál fue su sorpresa cuando vio que no era agua lo que caía sino lágrimas, lágrimas del Príncipe Feliz. - ¿Quién eres? - Soy el Príncipe Feliz - Ah. ¿Y entonces por qué lloras? - Porque cuando estaba vivo vivía en el Palacio de la Despreocupación y allí no existía el dolor. Pasaba mis días bailando y jugando en el jardín y era muy feliz. Por eso todos me llamaban el Príncipe Feliz. Había un gran muro alrededor del castillo y por eso nunca ví que había detrás, aunque la verdad es que tampoco me preocupaba. Pero ahora que estoy aquí colocado puedo verlo todo y veo la fealdad y la miseria de esta ciudad y por eso mi corazón de plomo sólo puede llorar. La golondrinita escuchaba atónita las palabras del Príncipe. - Mira, allí en aquella callejuela hay una casa en la que vive una pobre costurera - dijo el príncipe - Está muy delgada y sus manos están ásperas y llenas de pinchazos de coser. A su lado hay un niño, su hijo, que está muy enfermo y por eso llora. Golondrinita, ¿podrías llevarle el rubí del puño de mi espada? Yo no puedo moverme de este pedestal.
Al día siguiente la golondrina le dijo al príncipe: - Me voy a Egipto esta misma noche. Mis amigas me esperan allí y mañana volarán hasta la segunda catarata. - Pero golondrinita, allí en aquella buhardilla vive un joven que intenta acabar una comedia pero el pobre no puede seguir escribiendo del frío y hambre que tiene. Haz una cosa, coge uno de mis ojos hechos de zafiros y llévaselo. Podrá venderlo para comprar comida y leña. - Pero no puedo hacer eso… - Hazlo por favor. La golondrina aceptó los deseos del príncipe y le llevó al muchacho el zafiro, quien se alegró muchísimo al verlo. Al día siguiente la golondrina fue a despedirse del príncipe. - Pero golondrinita, ¿no te puedes quedar una sola noche más conmigo? - Es invierno y pronto llegará la nieve, no puedo quedarme aquí. En Egipto el sol calienta fuerte y mis compañeras están construyendo sus nidos en el templo de Baalbec. Lo siento, pero tengo que marcharme querido príncipe, volveré a verte y te traeré piedras preciosas para que sustituyas las que ya no tienes. Te lo prometo.
- Pero allí en la plaza hay una joven vendedora de cerillas a la que se le han caído todas sus cerillas al suelo y ya no sirven. La pobre va descalza y está llorando. Necesito que cojas mi otro ojo y se lo lleves por favor. - Pero príncipe, si hago eso te quedarás ciego. - No importa, haz lo que te pido por favor. Así que la golondrina cogió su otro ojo y lo dejó en la palma de la mano de la niña, que se marchó hacia su casa muy contenta dando saltos de alegría. La golondrina volvió junto al príncipe y le dijo que no se iría a Egipto porque ahora que estaba ciego él le necesitaba a su lado. - No golondrinita, debes ir a Egipto. - ¡No! Me quedaré contigo para siempre, contestó la golondrina y se quedó dormida junto a él. El príncipe le pidió a la golondrina que le contara todo lo que veía en la ciudad, incluida la miseria, y ésta un día le contó que había visto a varios niños intentando calentarse bajo un puente pasando hambre. El príncipe le pidió entonces a la golondrina que arrancase su recubrimiento de hojas de oro y que se lo llevara a los más pobres. La golondrina hizo caso, los niños rieron felices cuando tuvieron en sus manos las hojas de oro y el Príncipe Feliz se quedó opaco y gris.
Llegó el frío invierno y la pobre golondrina, aunque intentaba sobrevivir para no dejar solo al Príncipe, estaba ya muy débil y sabía que no viviría mucho más tiempo. Se acercó al príncipe para despedirse de él y cuando le dio un beso sonó un crujido dentro de la estatua, como si el corazón de plomo del Príncipe Feliz se hubiese partido en dos. Al día siguiente el alcalde y los concejales pasaron junto a la estatua y la observaron con asombro. - ¡Qué andrajoso está el Príncipe Feliz! ¡Parece un pordiosero! ¡Si hasta tiene un pájaro muerto a sus pies! - dijo el alcalde De modo que quitaron la estatua y decidieron fundirla para hacer una estatua del alcalde. Estando en la fundición alguien reparó en que el corazón de plomo del príncipe se resistía a fundirse. Por lo que cogieron y lo tiraron al basurero, pero allí tuvo la fortuna de encontrarse con la golondrina muerta. Dios le dijo a uno de sus ángeles que le trajera las dos cosas más preciosas que encontrara en esa ciudad y curiosamente el ángel optó por el corazón de plomo y el pájaro muerto. - Has hecho bien - dijo Dios - El pájaro cantará para siempre en mi jardín del Paraíso y esta estatua permanecerá en mi ciudad de oro.
Leyenda El Callej贸n del Muerto
La calle 2 de Abril de la capital oaxaqueña es ahora una transitada vía de salida del Centro Histórico. Antes, durante la época de la Colonia, muchas de las calles del centro de la ciudad eran pintorescos caminos adoquinados que serpenteaban hacia el cerro del Fortín y al río Atoyac. En los tiempos en que la corriente eléctrica no había sido instalada en la ciudad, rondaban "Los Serenos"; personas que patrullaban las calles portando un farol y que anunciaban en la quietud de la oscuridad las horas y mantenían vigilados los barrios de la población. Cerca de la Basílica de La Soledad corría un Sereno a mitad de la noche. Corría de prisa, rumbo a la iglesia del Marquesado; momentos antes, un grito desgarrador rompió el frío silencio del callejón 2 de Abril. El grito de dolor de un hombre llenó la callada atmósfera del rumbo. El paso veloz e insonoro del hombre que descendía por el callejón no parecía inmutar el ambiente. Al llegar a la iglesia llamó a la puerta y apareció el párroco; el individuo le dijo que en el callejón 2 de Abril había sido apuñalado un hombre, que yacía moribundo y con la firme intención de dar su confesión antes de partir. Condujo al párroco hasta donde el desafortunado se debatía entre la vida y la muerte con una gran herida en el pecho; el cura se inclinó hacia el herido y escuchó una larga y penosa confesión para después absolverlo. Al término de la confesión, buscó con la mirada a su acompañante pero ya no se encontraba. Se dice que por curiosidad levantó el farol sobre el rostro del ya muerto entonces. Se encontró con la gran sorpresa de que el muerto era el mismo hombre que lo había guiado hasta el lugar. El cura regresó al curato presa de gran miedo y terror. Días después cayó enfermo de gravedad y, al reponerse, conservó durante su vida una sordera total del oído con el que escuchó al penitente.
Leyenda del Baca
El Baca es un demonio que los hacendados o dueños de finca le lanzan a sus propiedades para que no les roben los frutos o las cosechas. Se rumorea que estos demonios eran obtenidos por los hacendados mediante pactos satánicos que les garantizaban la protección del demonio a todas sus propiedades. El Baca era una criatura en forma de sombra que ahuyentaba a los ladrones de las propiedades mediante gritos, arañazos y en ocasiones hasta los asesinaban. Eran muy populares entre los terratenientes para evitar los robos. Se dice que muchos jóvenes fueron aterrorizados mediante este espíritu maligno y que por las noches nadie podría salir de sus casas debido a que atacaban a cualquiera que pasara a cierta distancia de la propiedad que estos protegían. El Baca era un espíritu que tenía el poder de transformarse en cualquier objeto pero no tenía la capacidad de hablar solo estaba creado para proteger y hacer el mal. Las personas que habitaban cerca de propiedades protegidas por estos demonios decían que no era posible descansar en las noches por el aterrador ruido que este demonio realizaba lo que provocaba que le vendieran la propiedad al terrateniente dueño del Baca.
La Llorona
De los campos a las ciudades emigran muchas jovencitas en busca de su sueño, de estudios y de tener mejores trajes y dinero para ayudar a sus familias. Esta como muchas llegó a la ciudad y se empleo en casa de ricos, enamorándose de su hijo el cual cruelmente la dejó embarazada y luego la despidió de su trabajo. No habiendo más que hacer, se devolvió a su casa escondiendo su hijo bajo su delantal, lo cual no logró por mucho tiempo, su familia, apegada al cristianismo, comenzó a decirle su error a todas horas, creándole gran angustia. Una noche bajo un gran aguacero corrió hacia el río y pariéndolo lo lanzó a la corriente, al ver lo que había hecho se lanzó detrás del niño gritando y llorando. Todavía en las noches de luna después de una creciente se oye el llanto de esta mujer, y se puede verle tras el rayo de luna en el agua del río, tratando de alcanzar a su hijo. Dicen que el señor en su gran misericordia tendrá compasión de ella y que algún día lo alcanzará, volverá a la vida y será un gran hombre revolucionario de la sociedad.
Índice Dedicaciones. Prólogo. El gigante Egoísta Bambi. El Príncipe Feliz. El Callejón del Muerto. El Baca. La Llorona. Índice.