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Remendando el Aro

Por Melina Laroza Traducción por Dolores Duarte

Ya sea colonizadores o colonizados, opresores u oprimidos, todos estamos heridos por la quimera de separación entre la Madre Tierra, nosotros mismos y entre sí. Los pueblos indígenas que viven en tribus conectadas con sus raíces están quizá más cerca que el resto de nosotros de nuestra Madre.

Woody Morrison, un anciano Haida que falleció en 2021, escribió que, al igual que los bancos de peces y las bandadas de pájaros que pueden cambiar de dirección instantáneamente sin órdenes, los pueblos indígenas aprenden a pensar igual, como una mente común para beneficiar al conjunto. Algunas tribus hablan del gran aro o aro sagrado que contiene toda la creación.

¿Yo? Todos los días siento todo tipo de divisiones y rupturas por criar a mis hijos sin un pueblo - soy indígena peruana, castellana, vasca, nacida y criada en Taos, Nuevo México, y recientemente me mudé a Carbondale. No sé dónde está mi hogar; no sé cómo volver a casa. Así que acudo al fuego para recordar...

"Todos estamos agradecidos de nuestra madre, la tierra, porque nos da todo lo que necesitamos para vivir. Ella sostiene nuestros pies cuando caminamos sobre ella. Nos alegra que siga cuidando de nosotros como lo ha hecho desde el inicio de los tiempos. A nuestra madre, enviamos saludos y agradecimiento. Ahora nuestras mentes [corazones] son uno". -Discurso de acción de gracias, The Tracking Project (La frase original, "Ahora nuestras mentes son una", se cambió por "mentes-corazón", como sugirió Rita Marsh, a quien conoceremos en breve).

Nueve de nosotros nos reunimos, arrastrando nuestros voluminosos abrigos mientras nos pasamos un cuaderno muy venerado y una linterna para ayudarnos a pronunciar estas oraciones de acción de gracias a la oscuridad. La luz de la luna se filtra por los espacios entre los troncos y yo estoy tiritando, a pesar de estar abrigada.

La morada de Ross Douglass, sencilla y hecha a mano, palpita con energía esencial. Una pacífica sinergia surge alrededor de nuestros pies mientras la Madre Tierra recibe nuestras plegarias. Por fin se enciende el fuego. Hacemos circular palos de palo santo y trenzas de hierba dulce para el ritual del incienso; soy consciente de que mi vínculo con los demás en el círculo es cada vez más profundo.

Al entrar en calor, me doy cuenta del propósito de esta ceremonia. Tiene algo que ver con una promesa hecha hace 13 años, en una reunión de líderes indígenas y mis nuevos amigos en la morada. Poco a poco, me entero de que ellos y otras personas no presentes en esta ceremonia de luna llena cercana al solsticio vuelven a este fuego cada mes, en homenaje a estos valles, a la Madre Tierra y al pueblo Ute. Uno de los participantes señala que ésta es la treceava luna del treceavo año de esta tradición. Beth White reconoce el momento divino y dice que alguien debería escribir sobre ello. Yo me ofrezco como voluntaria.

Más tarde, me entero de que estas ceremonias empezaron en 2009, cuando un Taíno de Puerto Rico, Ramón Nenadich, convocó a líderes indígenas de todas partes del hemisferio occidental para que llegaran a Carbondale con motivo del XI Encuentro Indígena de las Américas.

Mis averiguaciones me llevaron hasta Will Evans, un participante clave, que recuerda el motivo de la reunión. La pregunta que se hacían Nenadich y los demás era si podían perdonar a Cristóbal Colón. Hablando por teléfono, sentimos la pesadumbre. Sentimos la profunda necesidad de un recuerdo respetuoso.

El difunto Clifford Duncan, anciano Ute del norte, inauguró la reunión en nombre de la Nación Ute con una oración de bienvenida y una explicación de la Doctrina del descubrimiento. Estas bulas papales emitidas por el Vaticano consideraban inferiores a los pueblos indígenas por sus creencias no cristianas y animaban así a las monarquías a despojarlos de sus tierras y su soberanía.

A Nenadich "se le pidió perdón y a todas las personas de bien que se subieran al tren de la salvación", mientras que Duncan señaló que no estaba dispuesto a perdonar "porque no se ha pedido perdón". El consejo estaba dividido.

Deanna Jeanne escribió sobre la reunión en una edición de 2009 de la revista Sacred Fire Magazine: "este momento es crucial en nuestra historia, y nuestras vidas tienen la oportunidad de cambiar para siempre". Se dice que los fantasmas del pasado serán liberados y el espíritu de Colón será libre, lo que llevará a los indígenas y no indígenas a la paz".

Algunas heridas estaban tan abiertas entonces como lo están hoy. Rita Marsh, una defensora local de los derechos indígenas, me habló desde su lugar de conexión con el espíritu de Duncan sobre la importancia de mantener encendido un fuego ceremonial. Para Marsh, acudir al fuego es una celebración de la conexión sagrada de los pueblos indígenas con la tierra, que ha inspirado su propia relación con este valle. Espera que los Ute puedan regresar pronto al valle de Roaring Fork.

Mientras escribía este artículo, tuve que volver a mi antiguo hogar. El dolor por el genocidio ocurrido en el norte de Nuevo México me es familiar, pero no me siento a gusto con él. En Carbondale, me siento como una forastera y una impostora, aprendiendo sobre la expulsión forzada de otros pueblos indígenas para dar paso a asentamientos de blancos que no son mis raíces.

Cuando llegué a casa de mi madre y encontré inesperadamente en la computadora un sobre de mi hermano escrito a nombre de "William&Marjorie Nennadich", supe que mis antepasados me habían guiado hasta aquí. Me dicen que tome el cacao ceremonial peruano del linaje de mi padre y espolvoree un poco en cada árbol que ha plantado mi hermano. Me pregunto a quién pertenecía esta tierra en la que está mi casa familiar antes de que se convirtiera en San Cristóbal, Nuevo México. Me pregunto cuál es mi lugar como parte indígena, parte colonizador español y francés. ¿Cómo puedo ayudar a curar las heridas entre los pueblos del mundo y la Madre Tierra cuando las mías aún sangran?

Más tarde, mientras bebo té de nuestros campos de alfalfa en la mesa de la cocina de mi madre, recuerdo el poder de las historias. Mi querida amiga, de visita en una búsqueda de curanderismo con mi hermano, me habla del pueblo Ute. Con brillo en los ojos y fuerza en la voz, me cuenta cómo honran lo femenino con su anual Danza del oso. Las mujeres eligen al hombre con el que desean formar pareja en la danza.

Con mi sangre purificada por la alfalfa y el corazón rebosante de amor por estas gentes y su papel en el Aro, me siento algo menos afligida. Las palabras de White, Evans y Marsh vuelven a mí y comprendo por qué se reúnen alrededor del fuego sagrado cada mes: para reconocer el dolor que zumba en lo más profundo de la Madre Tierra, para celebrar la sabiduría de los pueblos indígenas y para iluminar el camino para que hagamos nuestra parte y remendemos respetuosamente el Aro.

Críticas

Por Hector Salas-Gallegos

Una vez, estoy seguro que como algo casual, mi madre me dijo esto: “Si tuviera que trabajar como quitacaca. Sería la mejor quitacaca”.

Cuando era niño, recuerdo que mi papá estaba fuera de casa durante la semana por cuestiones de trabajo. Finalmente, volvía a casa el viernes para pasar el fin de semana. Polvoriento. Aceitoso. Cansado. A veces alegre por volver a ver a su familia. A veces desgastado por un largo día. Silbando alguna canción entre dientes. Sus pantalones manchados de grasa llenaban el cesto de la ropa sucia. Olían a soldadura fresca. Esos viernes eran los mejores. De hecho, los recuerdos más vívidos y resguardados

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