Revista Timonel 02

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Revista literaria del Instituto Sinaloense de Cultura AĂąo 1 | NĂşmero 2 | Agosto de 2011


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Contenido 3 Editorial 4

Instrucciones para matar al enemigo | A LM A VI TA L I S

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Hoy llegó un monstruo a la editorial | M A . F E R N A DA R A MO S C H.

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El perfume de las guayabas | RO S S Y PA L ÁU

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Las hijas del carnicero | A L E Y DA ROJ O

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Reivindicación de Fiona | M A R Í A G A R C Í A V E L A S C O

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Poemas para Norma Bazúa | S A N TO S V E L Á Z Q U E Z Y B R AU L IO AGU I L A R

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Génesis | G U S TAVO E N R Í Q U E Z

13

Soñando a Li Po | T U F U *

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Paraísos | M A R Í A G A R C Í A V E L A S C O

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Los conjuros del cuerpo

Pretensiones | E R N E S T I N A Y É PI Z

16

Aprender la muerte de Norma Bazúa |

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Algunos rasgos de la novela de Mario Vargas Llosa | DA N I E L SEP Ú LV E DA

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Eldorado: evocación y mito en la narrativa de Inés Arredondo | E R N E S T I N A Y ÉPI Z

21

Marcel Proust, crónica de una lectura | C L AU DI A B A Ñ U E L O S

24

Oculto caballo en su movimiento | F R A N K M E Z A

26

Miniacercamiento a la minificción | DI N A G R I JA LVA

C UA DE R NA V Í A

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La poesía china | VÍC TOR LU N A

M E M OR I A DE CU E R P OS

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Danza contemporánea. Instrucciones de uso| H É C TOR C H ÁV EZ

T R I Á N GU L O D OR A D O

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Raúl Torres | É LM E R M E N D OZ A

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Las paredes hablan | JAVI E R VA LDE Z C Á R DE N A S

S A N TO S V E L Á Z Q U E Z

Las imágenes que ilustran este número son parte de la exposición Mónadas del artista Luis González. Fotografía: Jesús García.


3

E DI TOR I A L

L

a comunidad literaria sinaloense hace acto de presencia en las páginas de este segundo número de Ti monel y nos congratula sobremanera el que los diferentes trabajos que han llegado a esta mesa de redacción, den cuenta (tanto en términos artísticos como intelectuales) del buen nivel y la buena salud de que goza la narrativa, la poesía y la crítica literaria que actualmente se escribe y se publica en Sinaloa y con la convicción de que nuestra apuesta es por la estética del discurso literario y gracias a que nuestros colaboradores así lo asumen también, es que podemos publicar: «Instrucciones para matar al enemigo», un cuento de Alma Vitalis, en donde una amante despechada orquesta una trampa para su rival en amores. Y si de cuentos y contar se trata, María Fernanda Ramos, estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la ua s, nos asombra con «Ha llegado un monstruo a la editorial», una extraña criatura que pretende publicar un libro que no ha sido escrito. Enseguida viene Rosy Paláu, quien en «El perfume de las guayabas» hace respirar a los fantasmas. María García Velasco, por su parte, nos regala la «Reivindicación de Fiona», una mujer nacida extremadamente bella y por su misma belleza condenada a la soledad. Y este apartado no podría cerrarse de mejor manera que con «Las hijas del carnicero», de la multipremiada escritora Aleyda Rojo, quien con una prosa fina y equilibrada, hace gala de su virtuosismo en el arte de narrar. Y, desde el taller literario de Atizapán, Estado de México, recibimos «Elegía para Norma», y «En su mayor luz», poemas con los que se rinde un justo homenaje a la poeta sinaloense Norma Bazúa, fallecida el pasado 23 de abril en la ciudad de México. Gustavo Enríquez publica «Génesis», un poema que hace alusión, precisamente, al tema bíblico de la creación. Rubén Rivera juega a descifrar el lenguaje y traduce del inglés al español un poema del gran Li Po. Santos Velázquez comenta sobre Aprender la muerte, el último libro publicado en vida por Norma Bazúa. Claudia Bañuelos se asume como la gran lectora que es y redacta su ex-

M ario L ópe z Valde z

| Gobernador Constitucional del Estado de Sinaloa

F r ancis co F rí a s C a st ro

| Secretario de Educación Pública y Cultura

M arí a L uis a M ir anda M onrre al

| Directora general del isic

É lme r M end oza

| Director de Literatura y Publicaciones

E rne st ina Yépi z

| Jefa del Departamento Editorial

M ari tza L ópe z, J uan E sme rio Navarro Wendy F éli x , I ván Vá zq ue z N iebl a Diseño

periencia de leer a Marcel Proust. Javier Valdez, con su acostumbrada generosidad, nos regala una crónica sobre la ciudad de Culiacán. Daniel Sepúlveda nos acerca a la novelística de Mario Vargas Llosa y Frank Meza nos habla de un encuentro casual entre él y un personaje casi de ficción. Dina Grijalva aparece con un breve ensayo titulado «Miniacercamiento a la minificción». Víctor Luna, en su «cuaderna vía», aborda a los poetas chinos de la antigüedad. El maestro Héctor Chávez nos habla de la historia de la danza en Sinaloa, y Élmer Mendoza dedica su espacio y el garbo de su prosa a la figura de Raúl Torres, artista del grabado y del color. Y por supuesto, no podemos dejar de mencionar y agradecer a Luis González, un artista plástico fuera del canon, quien ilustra, con sus bellas criaturas, las páginas de Ti mon e l . En su obra escultórica conviven a la par lo sublime y lo terrible, lo terrenal y lo divino, lo físico y lo metafísico, lo monstruoso y lo bello. Dionisos y Apolo están presentes en cada una de sus creaciones, donde, ciertamente, embriaguez y armonía son los polos opuestos, pero como toda oposición logra su conjunción, la propuesta artística y filosófica, en este caso (arte y filosofía suelen ir a veces de la mano), se vuelve materia perceptible y palpable en el alma y el cuerpo de cada una de las figuras que conforman la colección «Mónadas», criaturas que dan cuenta del poder creador del maestro al amasar el barro. El mismo barro con que Dios un día creó a la pareja divina y la hizo habitar el centro mismo del universo. El jardín del Edén. «Mónadas» es la criatura primera. El lugar del inicio. El punto de partida. La materia que insuflada por el hálito divino respira y liberada de su creador busca su propia recreación y de la mano de Eros y Tánatos juega a crearlo y a destruirlo, porque toda creación conlleva a la destrucción y viceversa. Luis González, pintor y escultor sinaloense, asume el principio de que todo arte es transgresión y como creador transgrede y en su colección de «Mónadas» nos muestra a la criatura humana en toda su ambigüedad.

| Editores

|Redacción

Timonel es una publicación trimestral del Instituto Sinaloense de Cultura y del Gobierno del Estado de Sinaloa. Es de distribución gratuita y los contenidos que aquí se publican son responsabilidad de sus autores. Todos los derechos reservados, ninguna parte de esta publicación deberá reproducirse total o parcialmente sin citar la fuente. Culiacán (Sinaloa), agosto de 2011.


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Instrucciones para matar al enemigo A LM A VI TA L I S HOY L L E G Ó M I L I N D O PI A N O A L E M Á N : U N B Ö S E N D OR F E N DE G R A N C OL A . TOD O MU N D O S A BE Q U E S OY PI A N I S TA . VI VO E N E L S E G U N D O DE L O S C UAT RO PI S O S DE U N A N T IG U O E DI F IC IO Q U E A B A R C A TODA U N A M A N Z A N A DE L C E N T RO DE PA R Í S , E N E L A PA RTA ME N TO C ON E L N Ú M E RO 1 3 . A Q U Í N O H AY E L E VA D OR , A F ORTU N A DA M E N T E L A S E S C A L E R A S S ON E S PAC IO S A S Y L O S E S C A L ON E S G R A N DE S . N O H U B O N I N G Ú N C ON T R AT IE M P O A L S U B I R E L PA Q U E T E . F R ÁG IL , T R A E A L C A L C E . M A N É J E S E C ON C U I DA D O.

Momo y yo fuimos grandes amigas… hasta que la muy estúpida puso los ojos en Frank, M I F R A N K, así: con mayúsculas y negritas. Él y yo teníamos una relación de cinco años, nos íbamos a casar. Teníamos nuestros ahorros… aaagggrrrhhh!! Sí, lloro estrepitosa y escandalosamente y no me importa que los cincuenta inquilinos del edificio vengan a quejarse. No sé qué pudo ver Frank en la idiota de Momo, somos tan diferentes: claro, ella tiene una linda cabellera, ojos azules, las medidas perfectas, aaagggrrrhhh, ¡maldita zorra! Ahora deben estar revolcándose, disfrutando de su amor.


5 Cuando llegó mi paquete, el único de los cincuenta vecinos que se enteró fue Mr. Tersteeg, que vive en el mismo segundo piso, a mi derecha, en el número 11. Es un vejete solterón y jubilado del ejército que vive solo como una ostra, como yo, y es que en nuestro edificio está prohibido tener niños y mascotas. Buen día, señorita, me saludó golpeando los tacones de sus zapatos y la mano derecha en la frente, en posición de firmes. Buen día, Mr. Tersteeg. Gran paquete, comentó. Así es, le dije desviando la mirada hacia mi compra sin prestarle más atención; entonces no le quedó de otra que marcharse marcando el paso hacia su departamento. Los chicos de la paquetería fueron muy amables al introducir la caja hasta la estancia. Se ofrecieron en ayudarme a armarlo pero rehusé la gentileza y se marcharon al fin. Aquel día del infortunio, cuando los descubrí en mi propio departamento, en aquel pequeño lapso en que me ausenté para ir a la cocina a servirme un vaso con leche, a mi regreso los vi, ¡oh sorpresa! ¡Se estaban besando! Les tiré el líquido frío a ambos y salieron despavoridos y húmedos sin decir palabra. Se habían marchado. Y yo me quedé por largo rato llorando a mares. Sollozando, moqueando hasta que ya no había más lágrimas en mis ojos rojos e inflamados. De paso a la regadera, lánguida y desnuda me miré al espejo y lo que vi en realidad me espantó, ¡esa no soy yo!, tapé mi cara con las dos manos y de pronto la imagen, mi imagen, me llamó: Hey, pss,

Mónada de la nave paquidermo.

mírame y escucha: ¿te gustaría vengarte?, me cuestionó en un tono un tanto sardónico. No tengo el valor de verme de frente. Poco a poco pero muy poco a poco lo adquiero y lo logro. ¡Al fin, cobarde! ¿De qué te asustas si soy tú? Y finalmente quedamos frente a frente. Ahora dime, siguió con la retahíla, ¿qué harás con los ahorros, le regresarás su parte? Guardé un ambiguo silencio. ¡No seas estúpida, por dios! Te voy a dar un consejo: Si has de matar a alguien hazlo de la manera más placentera para ti. Que sufra y no quede duda de que salga viva o vivo. En este caso, ¿quién te gustaría que fuera? ¿Momo o Frank? Frank, contesté efusiva, no, Momo, mejor Momo, cambié rápidamente de opinión, sí, Momo, ¡por hipócrita y zorra! Ok, dice la imagen apuntando a su sien como con un revólver. ¿Lo has pensado bien? Los ahorros los usarás para comprar el arma, ¿entendiste?: una pistola, enumeraba con los dedos de las manos, un bate, veneno para ratas, qué sé yo. Me sobraría bastante dinero, repli-

qué, no, una pistola no, un bate no, veneno tengo en el almacén, no. Con instructivo en mano, día a día aprovechando mis vacaciones en la oficina de correos en que trabajo por las mañanas, me dispuse a armar mi piano. Moví todos los muebles que puede haber en una estancia hacia la orilla, pegados a la pared, hasta dejar suficiente espacio y sacar pieza por pieza del instrumento en cuestión: doce mil en total: el puente, los pedales, la caja y tapa, el teclado, las cuerdas, las patas, etc. Yo al centro y cada pieza y tornillo formando una Vía Láctea a mi alrededor, donde yo era el sol. Todo aquello se convirtió en mi hábitat por algunos días. Cuando subía con objetos pequeños hacia la azotea no había ningún problema, pero hacerlo con piezas grandes como la tabla armónica, la cola, el bastidor… había que buscar la manera de pasar desapercibida al subir por las escaleras. Temía encontrarme con alguno de los inquilinos del tercero y cuarto piso, como con Mrs. Begemann, una pintora amargada que se la pasaba hablando mal de los vecinos casi todo el tiempo. Después de unos minutos la imagen y yo nos pusimos de acuerdo. Me planté frente a mi computadora portátil en busca de información por internet: Google: venta-piano: de medio uso. No, de paquete. Kawai K25, piano japonés extremadamente cuidado 68 mil dólares. Muy barato. Pianosgallery: venta, afinación y reparación de pianos. Piano de cola-l o s pi a no s , com. ¼ de cola, fabricado en e e uu, tornillos y pedales de bronce marca Schumann 32 mil dólares. El flete corre por cuenta del cliente. Podría ser. P i a no alemán ro s e n k r ans 1925 mx 29 mil dólares. Piano con pianola R.S. Howard ne w york año 1893, vertical. Pianos en Vilanova i la getru (Barcelona) P i a no C h a s s a ig n e F re re s. Hermoso Bösendorfen de gran cola, 12 mil piezas, cliqueé precio: 200 mil dólares, ¡perfecto! No fue nada fácil construir mi piano de cola en la azotea sin que nadie se percatara. ¡Estás loca!, me dijo la imagen, Sí, estoy loca. Con la presencia de Mr. Maupassant, el inquilino de enfrente, que siempre merodeaba al pendiente de cada uno de nosotros por si algo se nos ofreciera, un tipo viudo tan educado que empalaga, ahora entiendo por qué su mujer murió diabética. El Bösendorfen estaba listo. Justo al frente de la fachada cubierto con los mismos cartones en que llegó, para que los vecinos del edificio de enfrente no lo pudieran ver. Y ahí estaba yo junto a él, tocando el Estudio Revolucionario en do menor, opus 1, número 12, de Chopin, a las siete de la mañana, justo la hora en que Momo pasaba a su trabajo por la banqueta de mi edificio. Ella se detuvo al escuchar aquella melodía anegada de furia, tristeza e impotencia, volteando irremediablemente hacia arriba. Entonces empujé el Bösendorfen de gran cola que tenía llantitas.


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M A. F E R N A D A R A M O S C H.

Hoy llegó un monstruo a la editorial E N MI E S CR I TOR IO E S TA B A , E N PA Z , F L O TA N D O E N T R E L E T R A S , PA L A B R A S , OR AC IO-

N E S . DE PRON TO A L G U I E N I N T E N TÓ A B R I R L A PU E RTA , P OR S U E RT E E S TÁ S I E M PR E C ER R A DA C ON L L AV E , PE RO L O Q U E E S TA B A A F U E R A N O DE JA B A DE TO C A R . Rosa, la asistente de la jefa, se levantó de inmediato, giró la llave y la dejó pasar. Era una mujer, parecía normal, tenía ojos, dos, al frente de la cara, tenía piernas, dos también, enfundadas en un pantalón oscuro y tenía cabello, muy negro muy lacio que se veía pegado a su cráneo. «Vengo a ver a la señorita Antonia». Rosa le informó que no estaba, pero que podía sentarse y hablar con ella. Entonces la mujer se sentó y comenzó a transformarse, hablaba de su vida: ella escribe cuentos que quería publicar, se ponía adornos, había ganado premios, se veía detrás de su máscara la ambición, la testarudez, la pretensión, la altanería. Le ordenó a Rosa que los leyera, le dio unas hojas y calló un momento. Y yo empecé a odiarla. Rosa me parecía una niña, a pesar de sus años, y yo temí que lo que se escondía detrás del disfraz de aquella mujer saliera y se la comiera. Después de un rato Rosa habló, le dijo que le parecía todo bien, con una voz pequeñita, temerosa, le dijo que se los mostraría a Antonia y luego le hablaban. Pero la criatura abrió la boca otra vez, comenzó a contar sus cuentos, y mientras hablaba se fue volviendo humo, aire, y su voz que fluía como un río era respirable y se colaba por los oídos aun en los segundos de silencio. Habló de niños, padres, abuelos, príncipes, princesas, reinos, demonios, hadas, hechiceros; lentamente

todo mi rechazo, mi desprecio, mi odio hacia lo que había dentro de ella fue remitiendo, se fue disolviendo hasta desprenderse y dejar desnuda toda mi admiración. Después de un rato calló otra vez. Rosa le dijo que había un proceso que seguir para llegar a publicar un libro, de nuevo lo hizo con voz de niña asustada, pero con más firmeza, había que hacer correcciones, cambiar el diseño, un proceso de edición; el monstruo seguramente olió esa firmeza y brincó: «¿¡Qué es eso!? ¿¡Es decir que mi obra ya no va a ser mía sino de ustedes!?», temí un segundo por la niña, ¿y si se la comía? Me pareció pertinente intervenir, hablé y al mirar a la criatura a los ojos me di cuenta de que ella no me había visto, que yo había estado ahí todo el tiempo invisible, tal vez incluso para mí, hasta que hablé. En cuanto terminó mi intervención, que aplacó la ira de lo escondido dentro de la mujer, se escuchó un ruido afuera, me levanté y al abrir ahí estaba Antonia. La mujer empezó desde el principio, se presentó otra vez como mujer, y Antonia la invitó a sentarse cerca de su escritorio, habló de las cosas que ya habíamos escuchado. Rosa y yo aprovechamos para intercambiar opiniones sobre la criatura extraña, ella no compartía mi odio pero sí un poco del desprecio, nos reímos de la anormalidad de la mujer, aunque tanto Rosa como yo la tenemos en el fondo, pero callamos cuando percibimos que en el discurso que se daba un poco más al fondo de la oficina, en el escritorio de Antonia, había un cambio. El monstruo, el humo, se había transformado una vez más, ahora era una curandera que amasaba a Antonia, le acomodaba la espalda con las manos al mismo tiempo que hablaba de su vida, como si fuera una vidente, le salían palabras suaves y fuertes que daban ganas de llorar, tiernas como caricias. Antonia reía un poco, a intervalos, yo imaginaba que de incomodidad, después me pareció que aquella bruja la había hechizado, más que para publicar sus cuentos, para alimentarse de su alma. Después del masaje, siguieron hablando, como personas, pero a la criatura ya se le había caído el disfraz tantas veces que no podía creerme que fuera una mujer, no sólo una mujer. Terminaron de hablar en la puerta, que Antonia mantenía abierta para que la mujer saliera, y cuando lo hizo, con una despedida, yo noté que no se había ido, había dejado impregnadas las paredes con sus palabras, aunque se fue se quedó aquí como un fantasma, amarrado dentro de mí.


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El perfume de las guayabas

R O S S Y PA L ÁU

CUA ND O E L D O CTOR S IN G E R A B R IÓ E L ZA GUÁ N , L O R E C IBIÓ E L PE RF U M E DE L A S GUAYA B A S . L A C A S A E R A HON DA Y S E L L ENAB A C ON L A L U Z DE L O S PORTA L E S . R E S PIRÓ E L E S PAC IO, S E Q U I TÓ E L S OM B R E RO, L O C OL G Ó DE U N CL AVO Y AC OM PA Ñ A D O DE S U B A S TÓN , E N T RÓ E N E L C OM E D OR . Desde ahí escuchó el ir y venir de los pasos de Merceditas, el tintinear de las pulseras adornando sus brazos y el aire cargado del cu-cú de los pichones que picoteaban las frutas. Recordó el día en que se bajó del tren, empapado de sudor y bajo el cielo luminoso de naranjas. Un ventarrón de pájaros le pasó rozando la cabeza, como si en medio del gentío lo llegara a rescatar el asombro. Siempre que el instante lo sofocaba con las ansias, se consentía a sí mismo imaginando. Del doctor Singer se sabían con seguridad dos cosas. Tocaba el violín y sentía una extraña fascinación por los fantasmas. En las noches de verano, en las que apenas se acercaba el aguacero y se iba la luz, aprovechaba las reuniones en la banqueta para conversar a fondo sobre sus ideas. Su voz se abría paso en el silencio que dejaba el trueno y arrastrando con su acento las eses y las erres, se le ocurría decir: «Los fantasmas no son las almas sin descanso de los muertos, sino los disfraces de nuestros deseos». Aunque algunos sacaban en claro que entonces no era lo mismo ser fantasma que ser espanto, lo escuchaban con atención. Sus palabras tenían el peso del hombre culto. El doctor Singer se sirvió un plato de caldo y desbarató con los dedos unos granos de sal. Merceditas sentada a su lado, se perdía amorosa en los bordados del mantel. Él nunca la había visto reír, pero ella lo miraba como si la felicidad se le hubiera ido a vivir a los ojos. A Merceditas la conocían de oídas. Respaldaba su existencia el hecho de una sombra que se paraba tras las rejillas de la ventana a esperar al doctor Singer que llegaba del mercado. Ocupada en recorrer los rincones de la casa, lo que más disfrutaba era ver los rayos de sol jugar en los espejos. Por las tardes con el viento acari-

ciando las hojas de los árboles, el doctor Singer le hablaba como si le contara un cuento. Sus palabras caían desde muy alto, como un agua de lluvia que al apagarse se quedaba goteando en los paisajes que le dibujaba la memoria. Antes de terminar la plática, sostenía que sus deseos eran como los aromas, cosas sencillas, pero que muy pocos experimentaban el éxito de materializarlos. Pero a Merceditas desde hacía mucho que la perseguían unos pasos. A la hora de dormir un aliento le frotaba el oído y un cuerpo se le sentaba en la cama. Aunque no conocía el miedo, los padres nuestros y las aves marías le refrescaban el alma. El doctor Singer se entretuvo en la mesa. Formaba figuritas con las migajas. El zumbido del abanico le cerró los ojos que siguieron mirando, bajo los párpados una pantalla de manchas amarillas. Lo levantaron las campanadas del reloj. Como enmarcada en su virtud, bajo una entrada de luz que espolvoreaba escarcha dorada sobre su pelo negro, sorprendió a Merceditas, tan liviana, atravesar la pared de su cuarto. Frente a las sombras que se quedaron inmóviles en el corredor, la vio voltear al cielo, ponerse de rodillas, tomar un puño de tierra y probarlo, la vio cortar con los dientes los tallos de una enredadera y ensartar los cascos de las guayabas para hacerse un collar. Extasiada con su reflejo en los mosaicos de la pila, se desabrochó un botón de la blusa, se emparejó la falda y colocó en su oreja una flor. El desconcierto le provocó un vacío que luego vino a llenar la certidumbre. Ella había aprendido a brillar con su propia luz y sin su consentimiento. El violín sacudió durante horas las horas. Las notas no lograron serenarle la tristeza. Se le desmoronaban los sueños. Desde ese día no pudo encontrar las ganas de seguir viviendo. La lámpara, el espejo, un libro, el peine de carey, los frascos de vidrio de colores, se convirtieron para Merceditas en objetos maravillosos. Saboreaba con las manos la textura de la realidad. Al doctor Singer se le oscurecieron los asombros. Que los deseos adquirieran el poder de tener deseos, era para él un cruel descubrimiento. ¿Por qué nunca pudo como su Merceditas, dormirse volando? Una tarde, mientras el sol doraba las bardas, la divisó por última vez. Flotaba entre las nubes de pichones, masticando una fruta, en su vestido entallado de muselina. Practicaba el encanto de desaparecer. La casa era honda y a lo lejos, con el silencio alumbrándole la cara, el doctor Singer escuchó pitar el tren.

Mónada del cero omnipotente.


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Las hijas del carnicero

ALEYDA ROJO

Para mis hermanas.

L A FA M A DE L A S HIJA S DEL C A RNIC ERO L L EGÓ HA S TA MÍ MUCHO A NT E S DE CONO C ERL A S . A MPA R A D O E N UNA C A S A DE COMERCIA N T E S DE CHATA R R A QUE R ECOR R Í A N LOS PUEBLOS A L EDA ÑOS A MI PEQUEÑA CIUDA D, T E NÍ A QUINC E A ÑOS CUA ND O E S CUC HÉ A MI PA DR E HABL A R DE EL L A S: TÚ PODÍ A S SER A MIGO DEL C A RNIC ERO, MIEN T R A S NO DEMOST R AR A S IN T ER É S POR L A S NIÑA S .

Las protegía con celo, como si fuera consciente de poseer un tesoro. Le pedí a mi papá que en su siguiente salida me llevara. Siempre y cuando sea en fin de semana, me advirtió. Quería hacer de mí lo que no podía con los fierros viejos. Quería convertirme en oro molido y me mantenía pegado a los libros. Aun así me llevó con la advertencia de que no buscara hablarles. Obedecí hasta donde me fue posible. La carnicería estaba en la calle central de un pueblo polvoroso, seco. A las dos de la tarde de junio, me bajé de la camioneta, transpirando a chorros, hambriento y apenado por mi aspecto. Ellas, en cambio, parecían esmaltadas para rechazar lo sucio. En sus pieles había una limpieza exagerada, como de pieza tallada con esmero. Tenían entre los doce y dieciséis. En sus cabellos había una variedad tonal del rojizo al negro. Estaban peinadas con primor, sin adornos; y sus vestidos simples, iban protegidos por delantales inmaculados. Me enamoré de las tres como un cerdo.


9 No me lancé a hablarles por mi apariencia y porque el carnicero les ordenó entrar en la casa. Vivían en la trastienda, pero una ventana de cristal esmerilado permitía observar sus movimientos. Estuve siguiéndolas, atento. Se deslizaban de un extremo a otro, como si flotaran. Empacaban carne molida y huesos que, por una ventanilla, devolvían al padre. Olvidé mencionar que el carnicero era viudo. Había una leyenda oscura sobre la muerte de su mujer: nadie supo nunca de su sepelio. En el panteón no se localizaba ninguna tumba a su nombre y en los días de muerto, el hombre y sus hijas se mantenían enclaustrados. Las niñas no tenían amigas y no asistían al colegio. Nadie había escuchado sus voces, aunque sabían sus nombres. En orden progresivo se llamaban: Rocío, Perla y Mariana. Aquella vez, antes de marcharnos, el carnicero llamó a Mariana. La pelirroja salió con un recipiente cubierto de papel aluminio. Era dulce de papaya. Me lo entregó, taladrándome con los ojos: la mirada más perturbadora de que tenga memoria. Temblando, me subí a la camioneta para anunciar por las bocinas: Ya se va el carro del fierro viejo. Mi padre, orgulloso, pero seco, me arrebató el micrófono: Tú te dedicarás a otra cosa; déjame a mí los desperdicios. Su insistencia rindió frutos pues veinte años después estaba convertido en un diseñador de joyas, de cierto renombre. Nací con una habilidad natural para posicionarme en cualquier mercado y mis piezas resultaron atractivas entre los consumidores de alto poder adquisitivo: llevar en el cuerpo un diseño mío significa poder; de tal forma que los viajes por las capitales de la moda forman parte de mi rutina. Florencia, París y Praga. Fue en esta última ciudad donde las encontré, intocadas por el tiempo, envueltas en pieles exóticas; podían pasar por estrellas de cine, por modelos retiradas. Comían en un restaurancito cercano a la plaza del Reloj El Elefante. En esa época mantenía una relación con una alemana, Alice, de quien me separé poco después. Le había hablado de ellas en alguna velada, le había citado sus gestos de ninfas. Alice, por supuesto, lo consideraba una obsesión infantil, una fijación. Cuando las conoció, sin embargo, muy poco pudo disimular la envidia e, incrédula, insistía: ¿Estás seguro?, ¿no te lo estarás imaginando? No, no era una alucinación. En ese callejón, a unos cuantos pasos de la tienda de Kafka, estaban las tres hijas del carnicero, devorándose cada una, como una reiteración, un filete de doscientos cincuenta gramos, término medio, casi crudo. Desde mi mesa podía ver la sangre dejada en la vajilla, limpiada rápido con un trozo de pan, y el mismo color repetido en las copas, en sus labios, en sus vestidos. Eran una sinfonía hemorrágica. Y yo las adoré entonces como cuando tenía quince.

Mónada de la alegría infinitesimal.

Como era lógico, Alice enloqueció de celos y se marchó, dejándome, para mi buena suerte, solo ante aquel espectáculo de las tres gracias. Cuando pidieron la cuenta, me apresuré a pedirla yo también y las seguí a una distancia más o menos prudente. Fueron al barrio judío y no dejaron tienda sin visitar. A media tarde se tomaron un café, parecían agotadas. La de en medio, Perla, fue quien me detectó y las otras giraron la vista, me revisaron y volvieron a lo suyo. No se mostraron preocupadas o alteradas. Estaban acostumbradas a ese tipo de incidentes. De hecho yo no era el único fanático. Los hombres de las mesas cercanas descuidaban a sus parejas para admirarlas. Una cita de negocios que tenía programada para las seis me retiró del asedio. Me marché triste a sabiendas de que tal vez jamás volvería a verlas. Me recriminé no abordarlas, no declararles mi adoración perpetua. En el hotel, Alice me hizo olvidarlas mientras estuve despierto. No así en el sueño. Dormí con las tres y me desperté de tan buen humor que decidí volver a mi pequeña ciudad natal tan pronto como cerrara los contratos que me mantenían en Europa. Por supuesto que no se lo comenté a Alice. En Frankfurt, le dije que no teníamos nada en común y que no la amaba. Dos horas después, para no arrepentirme, abordé el vuelo de Lufthansa a México y de ahí otro directo a mi pequeña y entrañable ciudad. Mis padres ni me esperaban, estaban acostumbrados a mis largas ausencias, pero festejaban con ruido mis regresos. Se los conté en la comida. Miré a las hijas del carnicero en Praga. Siguen igual de guapas, pero no me atreví a saludarlas. Sentí pena. ¿Por qué? Ahora eres un hombre que vale oro molido, aseguró el viejo comerciante de chatarra. Tienen una tía, hermana del padre. No le funcionan bien los sentidos, permanece enclaustrada, pero con un poco de suerte nos recibe. Fuimos al pueblo. En una casa amurallada, con aspecto abandonado, vivía la anciana. A través de la reja nos inspeccionó. Mi padre utilizó sus habilidades para relacionarse con la gente y muy pronto nos encontramos en la sala, disfrutando de una naranjada. En un esquinero cercano a mí había una foto de las tres. No era reciente. Encontré a sus sobrinas en Praga, dije sin pensarlo. Ah, esas vagas. Ahora deben estar en Turquía, les quedan aún quince días de viaje. Regresan a principios de septiembre. Ahora entiendo la visita, vino usted a dejarme un recado. No, en realidad ni siquiera las saludé. Temí que no me reconocieran, después de todo me vieron una sola vez hace veinte años. La anciana enmudeció. Y de nuevo mi padre me salvó: Está enamorado de las tres y quiere casarse. ¿Con las tres? No, querida, con la que permanezca soltera. La mujer sonrió, preocupada: Mira, yo aprecio a tu padre, fue muy amigo de mi hermano. No te puedo engañar. Mis sobrinas no son buen partido. Enviudan con


10 mucha facilidad. De hecho ese viaje lo hicieron para olvidar la recién adquirida viudez de Rocío. ¿Y las otras dos? Mariana y Perla enviudaron hace cinco y tres años, respectivamente. Y no creo que vuelvan a casarse. Mi padre, que todo quería saberlo, preguntó: ¿Y de qué murieron los maridos? De muerte natural, como el mío. Mi familia tiene mala suerte. Ya ves, mi hermano también perdió a su esposa. Nadie muere por nada, pensé mientras admiraba las arrugas de la mujer. Debió ser hermosa en otras épocas, tal vez no tanto como las sobrinas. Pero a su manera, debió contar con algún pretendiente terco como yo. Consciente de que era analizada, estiró el cuello y mejoró la postura corporal. Las mujeres no cambian jamás, viejas o jóvenes insisten en ser admiradas. La tía no recibía una mirada masculina desde hacía mucho. Y yo, durante el ejercicio comparativo con las tres bellas, la había ablandado. Me invitó para que regresara otro día, pero solo. Mi padre, rápido protestó: Y yo ¿por qué no? Ella, sin perder el juicio, le respondió: Hay cosas que no se le platican a todo mundo, viejo oxidado. Ni siquiera me lo pensé, a la mañana siguiente estaba de regreso, frente a la reja. Esta vez salió tranquila, mejor vestida. Tomamos café, le hablé de mis viajes, de las actrices que portaban mis joyas, de lo mucho que extraño mi pequeña ciudad cuando estoy lejos. Un rodeo innecesario porque en el momento menos esperado me preguntó: ¿Y qué quiere saber de ellas? Todo. ¿Todo? Nunca es bueno saberlo todo. Pero si insiste, lo complaceré. Confío en su discreción. No se preocupe. Fuera de mis padres no tengo más amigos. Puso su mano huesuda sobre la mía. Escuche lo que voy a decir y no lo olvide nunca: Ellas están tocadas por el mal. Esa belleza que usted y el resto de los hombres admiran, está manchada de sangre. No son mujeres de verdad. Créame, mis sobrinas padecen una enfermedad congénita muy extraña. Son como esos arácnidos hembras que son tocadas por el macho y, mientras copulan, lo envenenan. Además, tienen el problema de la carne. Ese problema, dije, lo tenemos todos. No me entendió: ellas sólo pueden comer carne. Recordé la forma cómo devoraban los filetes en El Elefan-

te y sentí náuseas. La vieja tembló como si en realidad tuviera miedo. Casi nadie comprende nuestra adicción, por eso vivimos aisladas. Véame: rodeada de telarañas, el pueblo entero me tiene por desquiciada; casi nadie me habla y ellas han tenido que permanecer unidas, sus difuntos esposos terminaron rechazándolas. ¿Por eso los mataron? Se equivoca, asesinas no somos. Mi esposo murió de agotamiento. ¿Y ellos? Señalé las fotografías de las tres bodas. También. Entre los nuestros, un cuerpo sin vida sólo puede tener un destino: la cena o la comida de otro cuerpo que aún respire. Eso se llama antropofagia. Es una práctica primitiva. Para nosotras es un ritual. ¿Y ellas, terminarán devorándose? Tragarse, para nosotros, es un destino natural. Nunca es bueno saberlo todo. Cuando abandoné la silla, la vieja, resignada a vivir de nuevo en el silencio, me pidió no olvidar nunca que el horror y la belleza sólo tienen sentido cuando nacen juntos. Los años acumulan años y muy pronto olvidamos los detalles y los gestos de quienes nos amaron. Muertos mis padres, ya no tuve ánimos para volver a la pequeña ciudad. El oro molido se amontonaba en mis arcas, como muchas veces en el patio de mi infancia se abultaba la chatarra. Para mí no había diferencia. Si me comía un brócoli me sabía a metal. Cuando despertaba, tardaba unos instantes en saber en qué país me hallaba. Me rodeaba una soledad muy lujosa y dentro de mí persistía la sensación de que todavía me faltaba un largo trecho por recorrer. Cualquier reto profesional muy pronto se volvía parte del pasado y en lugar de disfrutar mis triunfos, me obsesionaba de nuevo. Abrí una joyería en Dubai y cada dos meses me daba una vuelta para inspeccionarla. Una tarde, mientras hablaba con el gerente sobre la necesidad de modificar los aparadores, tres siluetas se deslizaron al interior, venían con guardaespaldas, como unas superstars que se protegían de los incómodos paparazzis. Capas geológicas se removieron dentro de mí: las recordé moviéndose tras el esmerilado; pensé en las advertencias de la tía y nada me detuvo cuando me sonrieron al reconocerme: era hora de llevarme al banquete.


Reivindicación de Fiona

MARÍA GARCÍA VELASCO

11 FION A L A DE A L A C A BE ZA E N S E Ñ A L DE A B AT I M I E N TO. E S D OMIN G O. H A N T R A N S C U R R I D O VA R IO S M E S E S DE S DE Q U E A R R IB Ó A L A C I U DA D. N O L E Q U E DA N N U E VA S C A L L E S P OR R E C OR R E R NI PE ATON E S Q U E L A DE T E N G A N PA R A C E L E B R A R S U BE L L E Z A .

La novedad se desgasta, confiesa a su último interlocutor. ¿Hace cuánto? ¿La noche anterior? No debe señalar el tiempo, lo sabe. Es de mal gusto. Una se coloca ante el espejo y aparecen las arrugas. Por ello su habitación siempre está en penumbra. Si el día arriba, bien; si no, da lo mismo. Ella sale de casa, ya entrada la noche, cuando la luz artificial se dispone a crear máscaras. Trabaja en un bar cercano, frecuentado por matrimonios maduros y hombres solitarios. Ahí, ha conseguido uno que otro amante. Pero la soledad no le permite que le sea infiel por más de tres días; cuando es así, guía su mano hasta el cajón de la alacena y coge el cuchillo más filoso, para rasgar su falda, arañar sus piernas y, por último, apuntar hacia su pubis húmedo. Cada uno de esos amantes ha salido por piernas temiendo ser el próximo objetivo. Entonces ambas ríen, porque la soledad sabe hacerlo, y preparan una ensalada, eligen una película, descorchan una botella de vino. De niña le gustaba mecerse en los columpios. Nada sabía de surcos ni de grietas. Cualquier catástrofe le era ajena: maremotos, tornados, terremotos. La vejez. Para ella no existían esas mujeres encorvadas que la cuidaban. Tan sólo eran apariciones que abastecían su pequeña vida. La proveían de palabras inquietantes, seductoras, una de ellas, peligro. A cada una de sus muñecas bautizó con el nombre de peligro y sus variaciones: aventura, riesgo, amenaza, sacrificio. Eran cinco, como sus dedos, como las habitaciones que había en casa, como los días que dedicaba a la escuela, como las hermanas que la precedieron, como los años que alcanzó a cumplir antes de que muriera su madre. Justo antes de añadir la palabra dolor a su cuerpo. La muerte sólo duele cuando no es la nuestra, pensó mientras caía la tierra sobre el ataúd. Era muy chica para pronunciar en voz alta aquella reflexión; la cual, hoy, le parece tan desgastada y burda. Como esas muñecas abandonadas en algún armario. Qué destino tan desolado para el peligro; por ello los armarios generan miedo. A veces son cerrados bajo llave, antes de que sus dueños vayan a la cama. Fiona jamás cierra los armarios, incluso los deja abiertos para habitarlos. Su afición preferida durante la adolescencia. Se refugiaba en ellos para no oír a su padre reclamándole su belleza. Porque su padre siempre le reprochó que fuera bella. En su familia eso significaba infamia, traición. Había que ser fea. No debía atraer la atención ni las habladurías de la gente. —Feas para que se reivindiquen, para ser dignas y así concebir el dolor, murmuró su padre mientras blandía la navaja en una de sus mejillas. Otra vez el dolor. Los dedos de Fiona recorren suavemente esa primera grieta. Luego unos labios carnosos, una nariz recta, unas pestañas largas. Tal como lo hizo su primer amante. Susurrando su nombre, degustándolo: Fiona, Fiona, Fiona. Y sus piernas se abrieron para estremecerse, pulsar, acoger; para marcar el tic tac que la alejaba del tiempo, del espacio. El cuerpo nos duele cuando no es el nuestro, cuando es otro el que nos habita, escribió en un papel para sellar la despedida. ¿Cuántas otras veces habrá escrito esas mismas palabras? Fiona ladea la cabeza consciente de que el latido de su corazón es débil, casi inexistente. Y ríe. No puede hacer otra cosa. Es domingo.

Mónada libre de importancia monadal [detalle].

Mónada libre de importancia monadal.


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Poemas para Norma Bazúa

SANTOS VELÁZQUEZ y BR AULIO AGUIL AR

E S T I M A D O S A M IG O S : C ON G R A N PE S A R N O S U N I MO S A L A IR R E PA R A BL E PÉ R DIDA DE L A M A E S T R A N OR M A B A ZÚA . E L TA L L E R L I T E R A R IO DE AT I ZA PÁ N DE Z A R AG O Z A , A M AN E R A DE HOM E N A J E DE DIC A A S U M E MOR I A L O S S IG U I E N T E S D O S POE M A S . A L A HOR A E N Q U E S E L E E S TA B A R I N DI E N D O E L Ú LT I MO A DIÓ S A L A POETA , E S TÁ B A MO S L E Y E N D O S U L I B RO A PR E NDE R L A M U E RT E ; DE SPU É S E S CR I B I MO S . TU VI MO S E L DE S E O I M PE R IO S O DE E S TA R E N S U Ú LT IMO

Mónada alejada de la manada sentimental

A DIÓ S .

E N S U M AYOR L U Z Dónde están tus manos. Dónde queda el resto de tu cuerpo. Quizá tu palabra evapora al mar, el corrioso mar. Bajo tierra sólo el ropaje, el aire húmedo del cementerio. Dejas en la mesa tu canto para atarte a la morada del hombre; con la fuerza en la pluma guardas la retirada, permanecer en la desnudez es tu herencia. Dentro de ti la muerte es un oficio débil, sólo engulle la cera en veladoras fúnebres. Llegas siempre con el rumor del mundo abierto, perdura tu voz y queda lejano el atuendo de la noche.

E L E G Í A PA R A N OR M A Oigo tu ausencia desde el aire, algo en la luz me avisa tu partida. Se mantiene el rayo a tu paso, vas libre de tinieblas. No hay en ti algún registro de amargura, húmeda sal que emerja de manantial sereno. Conocedora del mar te dejas ir en la intimidad de su tormenta. En medio de la turbulencia, no protestas, no interpones la excusa del cansancio. Libre de confusiones esperas el maretazo sobre tu ataúd de arena. Para la tempestad final guardaste el ánimo, la limpia armadura de tu risa. No mueres por agua, no hay naufragio que te venza. Invicta emerges sobre tu propia muerte. Te despides en paz, amiga mía. Vuelves ilesa. Te veo partir unida al horizonte: se oye tu voz en la respiración azul de la tarde.


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Génesis GU S TAVO ENRÍQUEZ I Fronteras invisibles, Cercos de formas y colores, Levitación de materia vital, Azar omnipresente, Esencia accidentada Que huele a futuro, Firmamento desvirgado Por astros viajeros. Espiral de estrellas. Puntos suspensivos Que se fugan al agujero negro. Luzbel y Dios juegan a las cartas. Por apuestas perdidas, El Gran Inventor diseña A un ser a su imagen y semejanza: El Hombre. II El Hombre recibe el Mundo. Su primer hogar, Las reflexiones detonan al viento, Numerosas formas desfilan sin nombre, En espera del bautizo: Sol, brisa, fuego, lago, cielo, serpiente, Dolor, ave, manzana, semilla, ballena. La mirada humana Cae en el horizonte, Cansada ya… de nombrar las cosas. La noche le cubre Con su manto de agujeros blancos. Lúgubre ronda de estrellas Coronan la luna. Un sentimiento de pequeñez Agobiante, escarba las vértebras. Una nueva palabra nace En su pensamiento: Soledad. Brota agua de sus ojos. No encuentra el término adecuado Para nombrar a ese par de ríos Que se despeñan sobre sus pómulos, En incontenible torrente, Devorándolo todo.

Mónada de los ciclos espirales [perfil].

Soñando a Li Po TU FU* Si la muerte nos separa, mi pena no será tan grande, Pero separados en vida, ¡cuánto dolor sufre mi corazón! Tú, desterrado, ya no me llegan noticias tuyas. Te apareces en mi sueño, como si respondieras A la llamada de mi pensamiento. ¡Tengo miedo de que sea el alma de un vivo! La incertidumbre y la lejanía del camino Hacen que exista mi duda. Tu alma llega del bosque de bambúes, Verdeante y lejano. Llega, cuando, aquí abajo, Todo vuelve a hundirse en las sombras. Tú, que estás preso por los lazos, ¿Cómo puedes tener alas para venir a mí? La luna blanquea mi habitación, Ilumina tu rostro. Los ríos son profundos, las olas inmensas. ¡Amigo! ¡Ten cuidado con los animales acuáticos! Las nubes viajan durante todo el día; Ha pasado mucho tiempo y no ha llegado el viajero. Hace tres noches que te sueño; Cada vez, comprendo mejor tus sentimientos: No te atrevas a decirme adiós. Ten cuidado de los peligros del camino; Muchas tempestades se derriban sobre ríos y lagos, Temo que tu barca naufrague. En el umbral de mi puerta, Te pasas la mano por los cabellos blancos, Como si una profunda pena rasgara tu corazón. Los ricos y los grandes llenan la capital; Sólo este hombre es infortunado. ¿Cómo creer en la justicia del destino? ¡Envejecerás, vivirás pesares! Dentro de cien mil años, ¡La inútil inmortalidad será nuestra única recompensa! *Traducción del inglés: Rubén Rivera.

Mónada de la nave paquidermo.


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Paraísos MARÍA GARCÍA VELASCO

Encerrada en el dolor, en la convalecencia, el alma sueña, Paraíso. La ciega usurpa los caminos del miedo. Circunda esta plaza. Danza abrasando el dolor. Se embriaga. Le es ajena la palabra Versus. A partir de esta línea se confunde la vida. Canto remoto, dulce sosiego del inmune, de quien navega en una marea de cristales —jamás cristalina— punzante. Escurridiza como el pez, aguardentosa. Me resguardo de la sobriedad. Pienso en la voluta de humo, en los caballitos de mar. Pienso en el reloj que oculto bajo el vientre, en los nombres sin aire. Abrazo la evocación —por no decir escudriño, por no decir los meses van y regresan, por no decir estoy cansada—, abrazo la vocación del lanzador de piedras, fino ritual de la sobrevivencia.

Pienso en los lunares del tiempo, en esos montículos que esperan convertirse carne, creencia. Pienso en esa luna que no es lunar. Se repliega en el borde de los párpados y dicta el acorde de los humores, ya sea gélido o estival. Pervierte la caída de las estrellas, el sosiego de los girasoles. Pervierte la mirada del que osa seguir en pie. Del que simplemente osa pronunciar su nombre, desdoblarse. Pienso en el puñal que sostiene cada palabra. En el rostro que observo a través del espejo, en la oscuridad, jamás penumbra. En la rosa de los vientos abandonada en altamar. Pienso en mí, es cierto. En la osamenta que dormita en el fondo del baúl. En el billete que ahora es ceniza, carburante. Pienso que la derrota no tiene alma, aunque yo lo escriba, aunque me levante dando tumbos y sonría. Aunque el tiempo sea el crimen perfecto y los ángeles canten, presagien. Pienso en ese presagio. Y soy Carne, Creencia.


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Los conjuros del cuerpo ERNESTINA YÉPIZ Todo cuerpo desnudo Es una pregunta que busca su respuesta Lo que hace de un elemental acto de amor Un combate de palabras y silencios Todo amante se esfuerza por dar nombre a su deseo En la palidez de una piel intenta escribir su gran poema Hace que toda desnudez pueda leerse como un libro Las hay en ediciones especiales o de amplio tiraje Algunas están sorprendentemente bien escritas Otras con tachones Errores de sintaxis o faltas ortográficas Desde luego Cualquiera puede corregirse Tanto como otra echarse a perder Basta colocar guiones en lugar de paréntesis Punto seguido cuando es punto y aparte O punto final cuando son suspensivos Signos de interrogación en lugar de admirativos Un buen escribiente Sabe que las reglas no aplican en todos los casos A veces tiene que eliminar un acento o recurrir a las comillas Y si es necesario no debe dudar En borrar el texto por completo Empezar de nuevo en una hoja inmaculada Pero en realidad no existen los espacios en blanco Sólo es posible escribir sobre lo ya escrito Escritura sobre escritura hasta el infinito Lo sé Ahora que la noche me impide tocar el sueño Alimento los carbones encendidos Con la intención de verlos arder de nuevo Encuentro que no existe imagen más bella Que la llama y el viento que la azota. (Tengo un tintero Una pluma en las manos Y frente a mí Un hermoso cuerpo tendido como página abierta Juego a crear escrituras que lo descifren Despierto las palabras que se esconden bajo su piel No necesito de siete días para nombrar el mundo Escribo la primera línea El caos se desata).

Mónada impersonal.

Pretensiones Después de la bella tormenta Llega la predecible calma Me pongo los zapatos Salgo a la calle Sacudo las ramas de los árboles Sedienta bebo las últimas gotas de la lluvia Quiero creer que puedo provocar un huracán.


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Aprender la muerte de Norma Bazúa SANTOS VELÁZQUEZ Aprender la muerte es mucho más que un bello registro entre lo que percibimos y lo que sólo podemos intuir. Algo misterioso flota en el libro, nos atrapa y emociona al grado de no poner en tela de juicio la luz de lo cotidiano, rayo que nos alcanza y nos revela un mundo eterno. Norma Bazúa logra en esta odisea hacernos sentir que es también nuestra, pues uno logra vivir esta singular experiencia. Se siente de manera muy íntima cuando dice: De haber nacido en primavera sería árbol un nidal con zenzontlera: Canto perdurable y sin rencor entre el follaje.

Al leer su libro, al leer su obra en otros libros, puedo asegurar que es a partir de su intención de usar un lenguaje sencillo, como consigue la poeta alcanzar los altos registros de la poesía; como el agua real, nos estremece con sus palabras; ella sabe que no son sólo suyas sino en realidad un bien común; hace que parezcan nuevas en el texto y nos hace sentir que no conocíamos su verdadero significado. Al hablar del ser que más conoce, es decir de ella misma, nos define a todos a través de la luz de su emoción, no desbocada pero única. En su obra se capta el desprendimiento, la dádiva; suena claro el deseo de ser en el no ser, en esa otra intimidad de verse reflejada en todo lo que nos rodea; en lo percibido y en lo no percibido, pero que ahí está: Saldremos ilesos si aprendemos la muerte —dice Norma Bazúa. Y le creo, le creemos todos… Completa el alma entre oleajes del retorno cargada con lo que no arrasó

La vida es siempre una sorpresa, pero también una bitácora que necesita ser salvada. Norma Bazúa sabe, intuye esa secreta relación entre lo que se ha nombrado vida y muerte; una no puede ser sin la otra. Este libro nos descubre su presencia y afinidad de una manera magistral. Sólo un pez que conoce su osadía puede fluir en medio de estos dos mares: Pez que viene de una madre desconcertada y de un padre vulnerable a su alegría. la sexta de los diez entre dos muertes. [...] Le pusieron un nombre como ley : para cumplir sin remedio palabras claras

Así es nuestra poeta, oficiante de un lenguaje oculto pero claro: Nacida casi al fin de la flor [...] sin pétalos sin fuego en el aroma Sólo estruendo de polen en la voz

Confieso que su obra me sorprendió en el camino. Su propuesta de epitafio aún me desconcierta y emociona. Hoy la conozco más al Aprender la muerte, sé más de sus sombras en donde no se abriga ningún mal, ni maleza. Tenía ganas de hablarle, sentir en su voz la intimidad de sus palabras. Agradezco a la vida y a la muerte este registro que hoy me hace conocerla, unir estas ideas que surgieron de las suyas, imágenes que son de luz alterna. Hoy me convenzo cada vez más de que todos los caminos se unen en algún punto.

el mar de los olvidos

Poeta que conoce la vida, su íntima trascendencia; sabe del cordón oculto bajo las sombras prenatales. Aprender la muerte es un poemario que nos lleva a conocer lo que en verdad somos, sentir nuestra presencia en el mundo desde el instante mismo de nuestra concepción, y más allá de la misma: ir después de uno mismo, de lo que no habrá de perderse y que nos llenará de asombro: La gestación duró diez meses se negaba a abandonar el vientre materno pero en busca del calor en el aire deja de ser pez descubre el frío.

[...] fiebre sin terminal chispa perenne eterno parto de aire en el ahogo gota de luz perdida en el perfil de la llama

Norma Bazúa ha sabido definirse como poeta, ha convertido el dolor para que los hambrientos lo coman. Sabe del acontecer diario de la vida y de la muerte, de ese mismo tronco enraizado, sin brotes, sin hojas. En la luz de lo cotidiano ha sabido ampliar su mirada para volverla eterna: Eres ahora sólo acontecer diario, suceso común


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Y aceptas sentencia afirmativa aunque de transparencia mutilada por donde miras ya sin asombro aquella culpa La perdiste temprano en ese bosque de cafetos Al caminar sin rumbo entre sombras entre cascarales del fruto ya salvado.

Sí, nos encontramos ante una verdadera poeta, una gran poeta. Ella conoce su voz, habla con el alma de esa voz; por eso sólo le pide que le acerque paciencia para separar el grano de la paja… que afinque las ruedas del molino para moler harina para una última horneada del pan que esperan tus dolientes para iniciar el réquiem. [...] Nada dejas pendiente amiga mía como si sólo esperaras el maretazo el golpe sobre tu ataúd entre el agua

En Aprender la muerte se intuye la salida del espacio que todos conocemos y desconocemos, que la ciencia se ha empeñado en descubrir. Uno se abandona al oleaje agitado para entrar a otro naufragio y aspirar a ser salvado. La poeta conoce a la muerte, la acepta en sus códigos verdaderos, en los más intuitivos. Ella espera trazar estelas caminos sobre el mar. Antes de ahogarse, desea que el amor humano detenga la catástrofe y reconstruya lo que nos quede después del cataclismo: Sólo a Él puedo pedirle que me traiga una ola verde un tsunami personal que guardo entre miedos infantiles para que arrase con esta agua violenta de mis ríos este goteo vergonzoso de un viejo amor entre recuerdos viejos

Aprender la muerte es una verdadera propuesta íntima y universal: el grito de dolor sale ileso entre tanta agua oscura: Para tanto garabato nocturno no me quedaba entonces más refugio que dibujarme un árbol y entre su hojarasca hacer perdedizo todo mi arrebato.

Próxima al adiós, Norma Bazúa ha querido escribir su testamento sin que el dolor le pida cuentas atrasadas. Y nos dice: Porque la vida es a veces sólo reflejo reflujo para seguir

olvídense del espejo apéguense a la piedra y amen estas paredes llenas de hiedra que brota con el aire húmedo Respiren ahora entre esta plenitud de hojarasca que los protege en la penumbra para que perduren pegados a la piedra y se acostumbren a ese otro frío ese otro calor

La poeta conoce la unión entre la vida y la muerte. Su voz es tan real que transforma nuestra definición de realidad: Porque vivir a veces sólo determina vida quédense cotidianos ampóllense las manos armonicen con el quehacer diario [...] Pero enciendan su luz mientras les dure el mundo

Este es el legado de Aprender la muerte: reinventar la vida, llevar un registro más cercano, más íntimo para aminorar los pasos fallidos, porque algo se nos perdona y empezamos a ser reconocidos. Eso dice Norma Bazúa, y todos le creemos, lo aceptamos como una verdad: Lo que di ha estado entre mis brazos redondos y álgidos lo que dejo me lo dejaron antes

La poeta sabe, intuye que todos somos uno solo, dueños de todo lo que nos rodea. Compartimos distintas experiencias, pero una sola en su conjunto. Aprender la muerte es el hallazgo último para empezar a ser; enfrentar el caos y salir ilesos, para encender la luz de una casa más amplia. Aprender la muerte es transformarnos todos, empezar a vibrar en un solo registro, desde la más mínima de nuestras limitaciones hasta la más desconocida de nuestras libertades. Encontrar en lo divino la más inmensa justificación de lo que somos. No tengo duda de que este poemario es ya imprescindible en nuestra lírica nacional. Está aquí, ya forma parte del universo. Gracias Norma Bazúa por enseñarnos a Aprender la muerte.

Mónada sin atavismos cibernéticos.

tronco seco enraizado sin brotes sin hojas. Por esto siquiera debieras quejarte Pero sólo dices que la mentira es como el insomnio: Un ámbar roto a donde no puedes engarzar certezas ni embonar pedazos de verdad para formar vitrales


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Algunos rasgos de la novelística de Mario Vargas Llosa

DANIEL S E P Ú LV E DA C ON E L R E C ON O C I M I E N TO C OMO PR EMIO N OBE L DE L I T E R ATU R A 2 0 1 0 , M A R IO VA RG A S L L O S A C ORON A U N A C A R R E R A L I T E R A R I A Q U E P U E DE C A L I F IC A R S E DE PE L ÍCU L A , D ON DE , PA R A F R A S E A N D O E L PA S A JE BÍB L IC O, TOD O L E H A AY U DA D O

El largometraje de su vida como escritor adquiere un interés especial con la publicación de su primer gran novela, La ciudad y los perros —que pensó titular inicialmente como La morada del héroe—, con la que obtiene en 1962 el premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral, cuando contaba apenas con 26 años de edad; hay que recordar que el autor peruano-español nació en 1936. Pero antes, con su cuento «Los jefes» ganó un concurso convocado por el periódico limeño El Comercio cuyo premio era un viaje a París y tener la oportunidad de saludar al autor de El extranjero y La caída, a Alberto Camus nada menos. Por ese entonces el escritor nacido en Arequipa, Perú, apenas rebasaba los veinte años. Después del hito en su carrera que significó La ciudad y los perros y la obtención del premio Biblioteca Breve, escribió para la que a mi gusto es su mejor novela, La casa verde, con la que me convertí en su lector incondicional,

Mónada de la estética metafísica.

PA R A BIE N .


19 ganadora del premio internacional Rómulo Gallegos que otorga el gobierno de Venezuela. Y, con posterioridad, más recientemente, a mediados de la década de los noventa, le es concedido el premio Cervantes, sueño de todo escritor en lengua española. Vargas Llosa es un escritor de ficción realista, como él mismo se define, que hace acopio de gran cantidad de información acerca de la temática que va a abordar en cada novela, cuyo fin no es otro que mentir con conocimiento de causa, confesión externada en su obra, en diversas entrevistas y ensayos literarios. Sus obsesiones temáticas son la coacción brutal de la libertad del individuo que significan las dictaduras militares (Conversación en La Catedral y La fiesta del chivo), los extremismos políticos y la pobreza de las barriadas de Lima (Historia de Mayta), el fanatismo religioso (La guerra del fin del mundo), los años juveniles con sus deseos, temores, traumas y amoríos (Los cachorros), la vida prostibularia, el salvaje paganismo indígena contrapuesto y unido a las misiones católicas (La casa verde), la rigidez militar y su doble moralidad (Pantaleón y las visitadoras), y la ruptura de los convencionalismos familiares (La tía Julia y el escribidor), etc. Esencialmente estos son los temas de los que se ocupa en su amplia obra narrativa. Novelista de estilo realista, pero no lineal, gusta de intercalar planos y tiempos narrativos como si ensamblara grandes piezas arquitectónicas que dan vida armoniosa a una totalidad narrativa, dotándola de profundidad e interés, y que obliga al lector a mantenerse muy atento para poder evitar traumáticos extravíos. Definitivamente, Vargas Llosa, en cuanto a estilo no es un autor de fácil lectura, aunque sus temas sí son muy reconocibles. Mi primer acercamiento a su obra ocurrió en mis años juveniles cuando adquirí azarosamente la novela Historia de Mayta, que no recuerdo si terminé de leer, y que me atrajo por su descripción de la miseria en los barrios de la capital peruana, Lima, y la suciedad incluso en la que habían caído los fraccionamientos residenciales, lo que explicaría el surgimiento de un individuo como Mayta, militante de un grupúsculo de izquierda preocupado por el cambio en las condiciones sociales. El antecedente de lo que serían en los años ochenta los grupos guerrilleros Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (mrta), éstos sí de mayores alcances. Después pasaron años sin que lo leyera. Entre mis amistades literarias no era autor frecuentado. Hasta que en un periodo de crisis de libros, dos o tres años antes de que lo galardonaran con el Nobel, buscando en la biblioteca pública encontré felizmente un filón de sus obras. Empecé a leer la primera página de La casa verde, en una buena y agradable edición de Seix Barral, y no pude dejar de leerla hasta el final de sus más de 400 páginas, y volverla a empezar, y darle meses después

una tercera lectura. Una novela en la que hace gala de todos sus recursos literarios, a la altura de un Faulkner o el mejor Onetti. Recientemente leí y releí Historia de Mayta, y efectivamente es una de sus grandes novelas, de ella Mario Vargas Llosa dice: La historia de Mayta es incomprensible separada de su tiempo y lugar, aquellos años en que, en América Latina, se hizo religión la idea, entre impacientes, aventureros e idealistas (yo fui uno de ellos), de que la libertad y la justiciase se alcanzarían a tiros de fusil. Esta novela nació gracias a un breve suelto que leí en Le Monde, a principios de los sesenta, informando que una mini rebelión de un subteniente, un sindicalista y un puñado de escolares había estallado y sido aplastada casi al mismo tiempo en la sierra peruana. Veinte años después reconstruí esa historia, fantaseándola y documentándola, para mostrar, en un cotejo tenso, las dos caras de la ficción, según opere disfrazada de ciencia de la historia, o luciéndose en la literatura como pura invención.

Como lector atento, que creo he sido en los últimos años, de la obra narrativa de Mario Vargas Llosa, sus mejores novelas a mi juicio y en este orden son las siguientes: La casa verde, La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, Historia de Mayta, «Los cachorros», La tía Julia y el escribidor, Pantaleón y las visitadoras, Lituma en Los Andes, La guerra del fin del mundo, y La fiesta del Chivo. Otros lectores quizá tendrán otra valoración, por lo que no sobra decir que en literatura es del todo válido. Lo importante es darse el gusto de leer a uno de los grandes escritores latinoamericanos, parte del famoso boom de los años sesenta junto con Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, José Donoso y Guillermo Cabrera Infante, de los más destacados.

Mónada de la estética metafísica (detalle).


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Eldorado: evocación y mito en la narrativa de Inés Arredondo

ERNESTINA YÉPIZ Eldorado: evocación y mito en la narrativa de Inés Arredondo, de la autoría de Dina Grijalva Monteverde, es un libro en donde el lenguaje de las emociones y la inteligencia se conjugan y, desde las primeras líneas, nos hace intuir que nos adentramos en un territorio de palabras, en donde paso a paso y página a página, se nos van develando los escenarios, la perversidad y las contradicciones de los personajes que habitan los distintos relatos que conforman la obra de la ya mítica autora de La señal, Los espejos y Río subterráneo, los tres libros que representan la herencia literaria que nos ha legado ese monstruo llamado Inés Arredondo y digo monstruo, porque sólo un ser de tales dimensiones pudo haber escrito como ella lo hizo y celebro que Dina Grijalva, en esta publicación del Fondo Regional para la Cultura y las Artes (f orc a), tenga la pasión y la voluntad para adentrarse y disertar sobre la no precisamente fácil y menos pueril poética arredondeana y sobre todo que de la mano y sin sobresaltos, con una prosa sencilla y amena a los ojos de un lector común, nos haga querer atisbar por la cerradura de esos mundos paradisíacos y a veces infernales creados y recreados por una mujer que supo asumir la literatura como arte, como una forma de escudriñar sobre el alma y la condición humana, tan cerca de la divinidad y siempre a un paso de descender al mundo del hades, donde la mirada de Orfeo no siempre puede rescatar a su amada Eurídice y sí en cambio sumirla en las profundidades del infierno, pues los personajes de Inés Arredondo cargan la culpa de haber sido engendrados y castigados por haber desafiado la voluntad divina, mordido el fruto prohibido, tomado conciencia de la diferencia entre el bien y el mal y aunque intuyen que todo esfuerzo es inútil intentan retornar al Jardín del Edén, el lugar del que un día fueron expulsados. Inventar y reinventar Eldorado representa el regreso al origen, la vuelta a la infancia: es decir, la reconquista del paraíso perdido. En este libro de ensayos, la autora, con la precisión de un cirujano que va haciendo pequeñas incisiones sobre la parte del cuerpo del paciente que ha de operar, pero también con la osadía de un nadador que se adentra al mar desafiando las olas y el poder de las corrientes (en este caso el poder de las palabras); palpa, busca, juega, navega por los territorios que habitan los personajes de la ya clásica obra arredondeana y desde las primeras páginas, es precisa al señalar que de los 34 relatos que integran los tres libros de la escritora, para el presente estudio, ella, nuestra ensayista, ha elegido aquellos cuentos que tienen como escenario Eldorado, lugar paradisíaco, que representa los días felices de la infancia, cito: Y veremos cómo este espacio que nos remite a un lugar y un tiempo que tienen su anclaje a un lugar y a un tiempo

reales (Eldorado, ubicado entre el Pacífico y el río San Lorenzo, a pocos kilómetros de Culiacán y el tiempo de auge de este ingenio azucarero, a principios del siglo x x), también evocan un espacio y un tiempo mítico.

El mito que se crea y se recrea en el lenguaje literario. La literatura como arte, como una forma de contemplarse al espejo y quitarse poco a poco la ropa hasta desnudarse el alma. A lo largo de estas casi ciento cincuenta páginas, Dina Grijalva nos presenta una Inés Arredondo, moderno Narciso, que seducida por su propia creación se adentra en los abismos y representada en cada uno de los personajes que nos ha legado, emerge sobre la superficie y exige ser leída, pues a pesar de la fama y la connotación que en los últimos años ha cobrado su figura, es necesario reconocer que es una escritora, como bien lo señala una de sus biógrafas: Más aplaudida que leída, más adulada que comprendida […] su obra continúa siendo un enigma por descifrar, un laberinto cerrado en sí mismo por el que han deambulado las sombras, los rumores o el olvido, más que un deseo de los lectores y los críticos por comprenderla en profundidad.

Es bueno entonces y en lo personal me da gusto que una académica como la doctora Grijalva se ocupe de ofrecernos un libro de ensayos como el que ahora presentamos. ¿Por qué leer Eldorado: evocación y mito en la narrativa de Inés Arredondo?, la autora nos lo dice, con una precisión que se le agradece, cito: El deseo de escribir este libro que la lectora/el lector hoy tiene en sus manos surgió de la inquietud por alentar la lectura, de quien sin lugar a dudas es la mejor narradora del siglo x x y una de las mejores cuentistas mexicanas de todos los tiempos. La obra narrativa completa de Inés Arredondo es de una densidad y calidad deslumbrante. Sus cuentos permiten ser abordados desde muy diversas perspectivas. En ellos, los personajes —algunos tristes, otros reflexivos o sombríos, siempre apasionados y develadores de un mundo profundo— parecen fluir por la corriente de ríos ocultos que como ríos subterráneos buscan salir de su cauce. La hondura e intensidad que alcanzan algunos es estremecedora. Cada uno de sus cuentos es un universo, un mundo creado con un lenguaje en donde cada palabra ha sido elegida.

Y así, con esta prosa elegante, inteligente y seductora, Dina Grijalva, a lo largo de ciento cincuenta páginas, nos va develando y revelando lo insólito cotidiano que representa el marco y el punto de partida de la literatura arredondeana.


Mónada sin ninguna expectativa.

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Marcel Proust,

crónica de una lectura

CL AUDIA BAÑUELOS CUA ND O U N O H A T R A N S CU R R I D O L A M AYOR PA RT E DE S U VI DA L E Y E N D O, Y E S A L E CT U R A H A L L E G A D O A A DQ U IR IR C A S I DI M E N S ION E S DE PAT HO S; C UA N D O DÍ A Y NO C HE L A OBSE SIONA N I DE A S , F R A S E S , C A R AC T E R E S , ACC ION E S , Q U E S ON E L R E S U LTA D O DE A S OM A R SE A E SE MU N D O Q U E S E VA H AC I E N D O PROPIO ; C UA N D O N U E S T R A M E N T E E S TÁ POBL A DA DE R E CUE R D O S A JE N O S , L A R E L E C TU R A N O S R E VI V E E S E M U N D O A PA R E N T E ME N T E FIJO Q U E E S L A N OV E L A Y N O S T R A E DE N U E VO A L G O ZO Y A L S U F R I M I E N TO Q U E E X PE R IME N TA MO S L A PR IME R A V E Z . Pero ese mundo en realidad no es fijo, es un mundo que cada vez que vemos de nuevo es distinto, es distinto porque nuestra confrontación es distinta; lo que a su vez hemos vivido nosotros nos lleva a verlo de diferente manera, a sentirlo como si nosotros fuéramos otro que lee por primera vez estas ciertas historias que nos están contando. Además, la lectura no es la lectura de un autor en particular, sino la lectura de todos los autores que el que

leemos asimismo ha leído y ha grabado en su corpus personal, de manera que recibimos no a uno sino a todos los que le preceden. Así es con las grandes obras, las que no podemos leer una sola vez, las que leemos y nos van transformando como se transforman ellas mismas para nosotros como lectores. Tal es el caso de la monumental obra de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. Mi primera aproximación a Proust fue hace ya más de veinte años, cuando habiendo llegado a la carrera de


22 letras, me encontré con un compañero que queriéndome impresionar o novatear, o probar, no sé muy bien cuál sería su intención, me dijo que había que leer a Proust. Supongo que debía haber sido yo muy influenciable porque no me lo tomé a la ligera y unos meses después estaba yo comprándome como regalo de cumpleaños número veinte, los siete tomos de En busca del tiempo perdido. Los tengo todavía, una edición barata de Alianza Editorial, con las páginas amarillentas, la portada de color blanco con una fotografía diferente en cada tomo y la misma tipografía negra en todos los volúmenes. Leí a Proust entonces, no los siete tomos, lo confieso, pero sí un poco más de la mitad. Y recuerdo que cada página me iba dejando en un estado de éxtasis, de asombro, envidia, de incredulidad, ante la inmensidad a la que me estaba enfrentando. Cómo podía Proust de la ociosidad, la frivolidad, el snobismo, sacar tanto y tanto pulimento. Cómo podía experimentar el dolor por el simple placer de experimentarlo, darle vueltas al pensamiento, a la acción. Uno de sus personajes principales, Swann, al conocer a Odette, su amante, posponía y posponía el momento de su encuentro sólo por alargar la sensación de felicidad y dolor que le suponía el deseo de esa mujer. Quizá sea ésa una de las razones porque la lectura de esta obra sea una experiencia tantas veces inconclusa —inconclusa en el sentido de leer los siete tomos—; uno también pospone su placer, lo dosifica, dosifica sus lecturas porque como lector no puede con tanto, con la inmensidad de la cultura francesa, con todo su pasado clásico y con su pasado judeocristiano también. Tiene que ser uno igualmente obsesivo para atreverse a entrar en la mente de sus obsesivos personajes. No es tarea menor y como se plantea Coetzee en su ensayo sobre lo clásico, quiere uno saber cómo le hace una obra de esta magnitud para trascender al tiempo, para colarse a la siguiente generación y a la siguiente y la siguiente si la lectura de la misma constituye una hazaña casi inalcanzable. Dice Coetzee: «lo clásico es aquello que sobrevive a la peor barbarie, aquello que sobrevive porque hay generaciones de personas que no se pueden permitir ignorarlo y, por tanto, se agarran a ello a cualquier precio.» Y en un sentido literal, nos agarramos a ello a cualquier precio, a la locura si es preciso, al pathos, a la neurosis que es la lectura para algunos de nosotros, o dicho de otro modo también la salvación. Porque en un mundo donde todo pasa rápido, el mundo de lo efímero, el caos, el utilitarismo, el consumo excesivo, la lectura de En busca del tiempo perdido vendría a ser algo así como una aberración. ¿Quién puede tomarse tanto tiempo para leer a un solo autor y un autor tal, cuya complejidad excede a la mayoría? Pero volví a Proust, volví a él como si la historia se las ingeniara para garantizar su supervivencia. Volví como volvemos todos a una gran obra porque sabemos que

sólo ahí podremos fecundarnos. Volvemos a él inevitablemente, al prolongado estudio, a la meditación. Más adelante un profesor nos decía: Proust es el drama del beso no dado. El drama del niño que desea eternamente que su madre venga a darle el beso de las buenas noches. Pienso ahora, en mí misma a los veinte años si pude entender qué significaba ese beso. Porque como pasa con su narrador pasa con uno como lector; en la obra, la conciencia de Marcel niño evoluciona a Marcel hombre y por último a Marcel escritor, como apunta H. Bloom en El canon occidental. Así uno evoluciona de una lectura juvenil a una lectura madura, experimentada, despojada ya de prejuicios y de mitos que a la hora de la primera lectura nos impidieron ver con claridad ciertos temas. En qué momento podríamos ver el origen de todo deseo, si nuestro deseo es velado, es teatralizado con la indumentaria de los prejuicios sociales, religiosos, morales, que ya no son los mismos veinte años después. Porque la novela es —entre muchos otros temas— la búsqueda del deseo y su insatisfacción eterna, la incertidumbre del mañana, el desear ser amado a costa de lo que sea, como lo dice muchísimas veces Proust narrador. Swann, por ejemplo se pregunta mil veces qué pasará con Odette, «y se preguntó si el periodo en que acababa de entrar duraría aún mucho y si su alma no vería pronto aquel rostro amado, ya caído y a lo lejos, a punto de no ser ya fuente de ilusión». El dolor de saber que esa fuente de ilusión irremediablemente tendrá su punto final, el no poder atraparla, y que además se agarra con firmeza de un cuerpo real que a veces ni siquiera corresponde con el que está en nuestra imaginación. Así sucede con el amor en la obra de Proust. Sus personajes están condenados a buscar el amor, corporeizándolo en el ser que por alguna fatalidad se encuentra cerca en ese momento. «Ni siquiera es menester que nos guste tanto o más que otros. Lo que se necesitaba es que nuestra inclinación hacia él se transformara en exclusiva.» Pero una joven de veinte no puede precisamente enfrentarse todavía a sus deseos, por lo menos no de una manera frontal como sucede en varias partes de la novela. Pasaron los años y una cierta tarde de otoño, en la Feria del Libro de Los Mochis del 2008, me encuentro con un libro ilustrado de En busca del tiempo perdido, el primer tomo Por el camino de Swann. Se trata de un libro hermoso de Editorial Sexto Piso, bastante bien adaptado, un libro que nos puede dar una idea, aunque sea muy superficial, de lo que es En busca del tiempo perdido. Lo compro y lo leo en un santiamén, reviviendo en mí no las frases que había leído hacía muchos años, sino el estado mental en el que uno se coloca al leer a Proust. Pero no me puedo quedar con esa lectura y vuelvo al original, vuelvo al mismísimo Proust, tomando aliento y a la vez con paso lento, porque esta vez será una carrera larga. Como los 21 km o los 42. Al leerlo, no se está en


23 esta tierra, no se está en una ciudad bárbara, en una ciudad violenta, una ciudad árida, casi estéril, una ciudad donde las oportunidades para la ensoñación, la alta cultura, la meditación, el refinamiento intelectual son limitadísimas, amén de la lucha por la supervivencia diaria, la contemporánea caza de mamuts o los safaris modernos donde uno queda varado en la estepa a merced de los tigres y leones que están ahí rondando para devorarlo. No hay tiempo para la ensoñación y la voluptuosidad de Proust. Pero sí lo hay, uno lo busca un sábado por la tarde en que se ha quedado solo en casa, y el cielo inmensamente azul y una leve brisa entra por la ventana. Y uno se recuesta y lee y descubre cosas, descubre que hay otros que también piensan en su placer, en sus deseos, en sus motivos para encontrar un gozo de vivir. Y se siente uno como el narrador de Sodoma y Gomorra, cuando espía al barón de Charlus y descubre su homosexualidad No me atrevía a moverme… tenía miedo de hacer ruido… Verdad es que aquellos sonidos eran tan violentos que, de no repetirse sucesivamente y cada vez una octava más alto en quejido paralelo, habría podido yo creer que una persona estaba degollando a otra muy cerca de mí y que, después, el homicida y su víctima resucitada tomaban un baño para borrar las huellas del crimen».

Porque en este acto solitario uno descubre cosas, no hay nadie para reprimirnos, no hay quién nos ponga límites. Uno lee y lee, y una lectura te lleva a otra, y muchas veces se siente como si ellos fueran nuestros parientes, nuestros amigos, como si Marcel fuese uno mismo,

Mónada impersonal.

Estos relatos me apasionaban y los aplicaba a la vida corriente para darme más valor. Cuando alguna crisis me obligaba a quedarme varios días y varias noches seguidas no sólo sin dormir, sino sin acostarme, sin beber y sin comer, en el momento en que el agotamiento y el sufrimiento llegaban a tal punto que perdía la esperanza de salir nunca de aquel trance, pensaba en algún viajero arrojado a la arena, envenenado con hierbas malsanas, tiritando de fiebre en sus ropas mojadas por el mar, y que, sin embargo, se sentía mejor al cabo de dos días, encontraba casualmente el camino en busca de habitantes, los que fueran, quizá antropófagos.

Y quién no se ha sentido en crisis, quién no se queda varias noches sin dormir, quién no se queda sin comer y sin beber y cree que ha llegado al fondo y piensa en ese momento en otros que también han sufrido. Afortunadamente la lectura goza de gran prestigio que casi nunca los padres se sienten obligados a vigilar y censurar los libros que uno lee, sin adivinar que en ellos se encuentra la manzana del paraíso que nos expulsa de él y nos lleva a vivir eternamente deseando recuperarlo, pero orgullosos porque el paraíso es más paraíso porque lo deseamos, porque no lo tenemos, porque no estamos ahí y nos atrevimos a perderlo. Así mi paraíso, inagotable paraíso que estará conmigo el tiempo que quede, o el tiempo en que alguien venga a robárselo de mi biblioteca, o yo decida regalarlo como el objeto más preciado. Mi hija tal vez, o cualquiera que sepa de refinamiento y complejidad intelectual. Ustedes también pueden, por qué no.


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Oculto caballo en su movimiento

FRANK MEZA Para Eduardo Ruiz, secuaz de esta fábula

FU E U N A C A S UA L I DA D, E S A TA R DE E N E L C A F É V E R AC RU Z , H A BE R M E C RU ZA D O C ON E L T R A DU C TOR Y P OE TA M A N U E L B O SQ U E S . C A N S A D O DE L A B U RO C R AC I A , DE L A R EV I S IÓN DE E S TA D O S F I N A N C I E RO S Q U E IMPL IC A B A M I L A B OR A DM I N I S T R AT I VA , H A B Í A DE C I DI D O PA S A R L A TA R DE E N C OM PA Ñ Í A DE U N L I B RO, C IG A R RO S Y C E R V E ZA . A H Í E S TA B A M A N U E L B O S Q U E S , E N U N A DE L A S ME S A S C OL O C A DA S E N L A AC E R A DE L C A F É , C I RCU N S PE C TO C ON L A M I R A DA F I JA E N A L G U N O DE L O S Á R B OL E S DE L A PL AZ A , A N ÓN I MO C ON U N S I L E N C IO Q U E L E PE S A B A E N E L RO S T RO Y C ON E S A L E V E F ERO C IDA D DE Q U I E N S E S O S PE C H A S I E M PR E A M E N A ZA D O. Ni siquiera se percató de mi llegada. A mí me sorprendió bastante verlo allí, ya que él tenía más de cinco años radicado en la Ciudad de México donde trabajaba como editor, traductor, antólogo y tantos otros oficios vinculados con la fama literaria. Sin embargo, Manuel Bosques invadía con su presencia de rincón aquel lugar

destinado a los jugadores de Scrable, parejas jóvenes y vagos con anhelos artísticos. Dudé en saludarlo, él era amigo de un amigo, a quien yo estimo con abundancia, aun así Bosques nunca llegó a intimar conmigo, más allá de eso, yo era consciente de que en nuestro trato sólo había espacio para una cordialidad hostil. Guiado quizá por el aburrimiento o por la simple incertidumbre de saber porqué se encontraba en Culiacán, me acerqué y estiré mi mano. Bosques la estrechó y, sorpresivamente, me invitó a sentarme. El diálogo diplomático y de mutuo respeto, como el de dos oponentes que nunca se han enfrentado pero se saben practicantes de los mismos esfuerzos, duró aproximadamente media hora. Me comentó que invadido por un inusual ataque de nostalgia había conseguido un par de días para pasarlos en la ciudad. Hablamos sobre algunos conocidos comunes y de algunas noticias sin relevancia de la intermitente vida cultural de la provincia. De pronto, con sus ojos que algo de cuervo tienen, vio el libro que yo traía con el plan de pasar aquella tarde: Nueva antología personal de Jorge Luis Borges, Club Bruguera, 1980. Yo le conté que ése y otros libros más, los había heredado de mi abuela, y de la fortuna de una vieja práctica de las amas de casa por comprar libreros como requisito para amueblar las salas y, posteriormente, llenarlos de libros al azar, los cuales eran surtidos por vendedores ambulantes de las antiguas editoriales argentinas. —Todo está vinculado con el azar, la palabra clave es ésa —contestó, algo ceremonioso. Es momento de mencionar que Bosques era uno de esos investigadores underground, uno de esos Indiana Jones de la literatura. De pronto traducía poetas desconocidos de alguna lengua distante o, al día siguiente, andaba en busca de una vanguardia perdida en Sudamérica. Estos detalles yo los conocía, gracias al amigo que teníamos en común. Aun así, siempre sospeché, y sospecho, que a Bosques le fascinaba perderse en su propio apellido, algo como el triste hábito de planear lo inesperado.


25 Manuel Bosques tomó el libro, de pasta amarilla y lomo negro, para leer en voz alta el segundo soneto del poema «Ajedrez»: «Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada/ reina, torre directa y peón ladino/ sobre lo negro y blanco del camino/ buscan y libran su batalla armada.» Después de leer completo el soneto, repitió el primer cuarteto y me preguntó, con la seguridad de una cuestión formulada un centenar de veces: —¿Y el caballo? La pregunta en un principio no me alarmó más de la cuenta. Creo que guardé silencio en espera de que él mismo resolviera el enigma, porque desde un principio, creí que él me preguntaba algo que ya sabía, fiel a esa usanza de hacer quedar en evidencia a tu interlocutor, por el único y simple placer de demostrar mayor inteligencia. Quedé callado en tensos minutos hasta que el propio Bosques me dijo: —Borges, el ajedrecista número uno de la ficción, no olvidaría algo tan evidente. Creo que más que un olvido se trata de algún tipo de código, pienso que es una forma de provocación. Rápidamente, al darme cuenta de que no tenía una solución certera, le pregunté cuál era su posición frente a la ausencia del potro. La mirada le vaciló por un instante, esbozó una sonrisa que naufragaba entre lo melancólico y lo incontinente, mientras respondía: —El soneto es el caballo, debe de haber entre todas las posibilidades del tablero una forma en que el caballo en cuatro movimientos, dé jaque mate al rey. Sin decir otra cosa al respecto, dio un largo trago a su cerveza, me estiró la mano y partió. Aquella conversación había logrado dejar en mí la gravedad de los asuntos inconclusos. Abrí la antología para verificar la ausencia del caballo en la enumeración de Borges, ya que pensé que podría estar siendo engañado por un hombre infectado de tedio y mala voluntad. No fue así, en el cuarteto no galopaba ningún equino. Traté de olvidar todo lo dicho, ya era suficiente con los laberintos, juegos temporales y demás espejos que el gran argentino nos ofrece en el volumen. Pedí otra cerveza, el calor era constante a pesar de las ráfagas de piadoso viento provenientes del río Humaya. Sin percatarme, alguien estaba parado a mi mano derecha. Era Bernardo Ritz, amigo reciente, quien se dedicaba a la escritura de cuentos y cuya profesión es la ingeniería. Sin mucha ceremonia, lo invité a sentarse y comencé a narrarle el diálogo recién sucedido entre Bosques y yo. No recuerdo haber sido muy detallista, sin embargo Ritz tuvo interés legítimo sobre el tema. En ese momento la tarde amotinaba algunas luces de despedida. Bernardo me dijo con voz temblorosa: —¿Tú crees que el soneto es el caballo? Aproveché para decirle que yo no me consideraba, ni me considero, un estudioso del autor de «El Inmortal»,

Mónada con objetos inmateriales.

«Funes el memorioso» o «Pierre Menard, autor del Quijote». Yo siempre leí a Borges como esos niños que ven el océano y no reflexionan por el número total de olas que la inmensidad genera por minuto. Pero después, acaso seducido por algunas cervezas y el reto que Bosques había planteado, me animé a arrojar una teoría sobre el asunto, y le dije: —Creo que el soneto sí es el caballo, pero no propiamente una jugada, es decir, sospecho que la solución está más en el sentido común que en una estrategia matemática. Creo que las cuatro estrofas del soneto corresponden a las cuatro patas del animal. ¿Cuándo has visto un caballo que ande con tres patas o un soneto que suene en tres estrofas? En fin, el caballo significa movimiento, al igual que un soneto significa una forma de pensar, precisamente esa misma forma es una alegoría subterránea del movimiento, el potro es la forma en tanto el pensar es movimiento. En cuanto terminé de trazar aquellos desfiguros, me sentí avergonzado. Por ello busqué refugio en lo que restaba de mi cigarrillo. Ritz se quedó un momento contemplativo, como si mis palabras hubieran sido realmente dibujos que pastaban en el aire. —Indudablemente Borges deseaba provocar estas divagaciones, dijo en voz queda. En ningún sentido, Ritz quiso expresar que la intención del genio argentino, era que un par de novatos, quizá condenados para siempre a las ligas menores de la escritura, descifraran los grandes misterios de su obra. A lo que Ritz se refería era precisamente a aquel postulado borgeano donde el drama literario invadía la realidad. Nos quedamos callados otro momento. En mi mente divagué una sentencia que no me atreví a pronunciar: «Nadie se baña dos veces en las maravillosas corrientes de un mismo poema». Bernardo Ritz, gracias a Dios, me sacó de mis divagaciones cuando dijo: —Sí, creo que el soneto es el caballo. Pero no creo, como tú aseveraste, que las estrofas representen las patas sino los cuadros que el caballo domina en su movimiento natural sobre el tablero de ajedrez. La hipótesis me fascinó. Fue en ese instante cuando caí en cuenta de que las tres posiciones sobre el dilema, tenían, como mínimo común denominador el movimiento en cuatro etapas. Cuando compartí las conclusiones con Ritz, éste levantó su cerveza para brindar conmigo. Una breve alegría surcó mi cuerpo. Después el diálogo se desbarrancó por otros temas, mundanos y sin afanes detectivescos, hasta terminar en la ebriedad. Ahora, agradezco que un cuarto jugador no hubiera llegado a la mesa. Recuerdo que me pregunté el día siguiente, instalado en la resaca de tiempo, alcohol y palabras: —¿Qué pensamiento, detrás del pensamiento, proyecta la ilusión de un hallazgo?


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Miniacercamiento a la minificción D I N A G R I J A LVA La mejor microficción es un relámpago en la noche, una luz repentina que muestra la fantasmagoría del paisaje sin que alcance a revelar del todo el misterio de lo oculto. R aúl B r a s c a

La minificción —esa maravilla de la brevedad— ha alcanzado gran auge en los últimos años. Es el más reciente de los géneros literarios. Hay entusiastas estudiosos y lectores que afirman que es el género de este nuevo milenio. Podríamos ubicar su surgimiento en las primeras décadas del siglo xx, en los textos de Macedonio Fernández y Julio Torri. Aunque su presencia es casi universal, ha sido en nuestra América donde ha tenido el desarrollo y auge más espectacular y en donde al súbito deslumbramiento que estos textos despiertan ha seguido la también deslumbrante labor de explorar sus secretos. Como sucede con toda expresión de lo literario, es difícil poder arribar a una definición estricta de este proteico género. Pero sí podemos afirmar que una característica general de todo minicuento es la brevedad. Y aquí entramos en el punto de cuál es la extensión mínima y máxima de estos textos. Definir la extensión mínima no representa problema: hay una minificción de Sergio Golwarz de una palabra: Dios, publicada en Infundios ejemplares; o de ninguna como «El fantasma» de Guillermo Samperio. Es en la extensión máxima en donde los teóricos no terminan de llegar a un acuerdo; para no perdernos en esos vericuetos estériles, podemos quedarnos con la idea de que una minificción cabe en una página impresa. Por supuesto que habría algunas con unas líneas más extensas. Provocador e inclasificable, el cuento brevísimo tiene hoy un auge insólito expresado en sus muchas revistas y editoriales exclusivas. Texto súbito, minificción, textículo, hiperbreve, microhistoria, cuento bonsái, microficción, minitrama, microrrelato, cuento pigmeo, minicuento, microcuento, ficción súbita, son algunos de los nombres con que se conoce a este tipo de narración recorrida muchas veces por la ironía, el sarcasmo y el humor negro. Estos textos breves, instantáneos y muchas

veces de resolución inesperada, golpean con impacto y sorprenden al lector. Una de las características de la minificción es su capacidad para disparar sugerencias múltiples en la mente del lector. Para ello utiliza diversos recursos literarios —como la connotación, la ambigüedad y la ironía— que apuntan a que lo que parece ser no sea, el lector no puede precisar muchas veces con seguridad si es o no es. Sandra Bianchi señala con lucidez, en «Poéticas del resplandor», prólogo a Cielo de relámpagos. Antología de microficciones y otras instantáneas literarias de autores latinoamericanos: leer microficción es inaugurar un evento comunicativo complejo. Si toda literatura celebra la tensión entre lo dicho y lo omitido, puede decirse que las producciones breves construyen sus blancos de significado y sostienen al lector en un estado de alerta y vacilación que no siempre se clausura en la última línea del texto.

Lauro Zavala —uno de los más destacados estudiosos de la minificción— afirma que estos textos breves representan una nueva forma de aproximarse a la literatura. Dice también que este género conciso, antisolemne, irónico y lúdico vive su hora de esplendor en nuestra lengua. El también estudioso, autor y editor de minificción, el argentino Raúl Brasca, ha escrito: Constituye un modo de mirar y de ver contemporáneos. Es interactiva, posee la liviana concisión de los medios electrónicos, carece de solemnidad, ironiza sobre todo (hasta sobre sí misma) y, a la vez, puede revelar verdades muy profundas.

Suele ubicarse como la primer minificción publicada «A Circe», en Ensayos y poemas, del saltillense Julio Torri, publicado en 1917. Los textos de este libro tienen una


27 extensión menor a una página y en ellos esplenden el humor y la ironía. Leamos: ¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas. ¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.

Mónada en la frecuencia más libre de su dimensión monadal.

Hacia la primera mitad del siglo x x , la microficción prendió con vigor en Argentina: Bioy Casares, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Marco Denevi. En México escribieron por esos años Juan José Arreola y Tito Monterroso (guatemalteco hondureño-mexicano). Después se extendió rauda por toda Latinoamérica. Si toda obra literaria requiere de la participación activa del lector, en el caso de la minificción esta participación deviene esencial y representa siempre una ocasión para poner en juego su cultura e imaginación. Veamos dos microficciones de unas cuantas palabras, en donde la tensión entre lo dicho y lo omitido, siempre presentes en lo literario, aquí incitan abiertamente al lector a participar en la construcción del texto significante:

A MOR 77 Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son. CR I S I S Pobre. Su situación económica era pésima. Estaba con una mano atrás y la otra delante. Pero no la pasó del todo mal: supo moverlas.

En «Amor 77», vemos en Cortázar el poder del minicuento para expresar en tan sólo dos líneas la idea del erotismo como legitimador del ser, como fuerza vital y, por el contrario, la formalidad cotidiana como lo inauténtico. «Crisis», de Luisa Valenzuela, nos permite apreciar varias de las características de la minificción: hay una estructura paradójica, se retoma la mejor tradición del humor popular, se recurre a la ironía y a la complicidad de la lectora/el lector. Al incluir en este minitexto la frase tomada del lenguaje popular «con una mano atrás y otra delante», la autora conduce al lector a la desautomatización de la percepción y a darle un sentido lúdico a una frase lexicalizada; y en otra vuelta de tuerca, ante la falta de dinero, se recurre al placer. En la microficción pueden caber casi todos los géneros posibles e incluso formas ajenas a la literatura como el instructivo, así lo demostró Cortázar en Historias de cronopios y de famas con el lúdico «Manual de instrucciones». Hay minificciones que se acercan al aforismo o incluso al chiste. Lo que la distinguiría en estos casos es el trabajo literario con el lenguaje. En los también llamados cuentos vertiginosos, se potencia al máximo la intensidad expresiva mediante una gran concisión del lenguaje para conseguir una estructura narrativa que es espacio literario abierto, en donde la ironía, la paradoja, el misterio, pueden convergir en un juego intelectual, literario y lingüístico que puede hacer vibrar al lector al descubrir sus sentidos ocultos. La ficción breve es siempre un ejercicio de profundidad, en donde se busca con pocas palabras o líneas textuales despertar en el lector resonancias o vibraciones ilimitadas. El microcuento busca también conjugar la brevedad con la reflexión o el deslumbramiento artístico. Su extensión mínima exige la condensación del pensamiento, la expresión ceñida de las ideas en pocas palabras. Para ello se recurre en muchas ocasiones a la interacción con otros textos y autores de la cultura, a referencias bíblicas, mitológicas o a sucesos históricos. Los diálogos intertextuales adquieren gran relevancia. Los autores de minificciones son casi siempre grandes lectores y en sus textos rinden homenaje a escritores o personajes del universo literario. A veces se recurre a la parodia, a la desacralización y al humor. La minificción es tal vez el género que propicia mayor complicidad entre autor y lector. Es una forma textual que demanda lucidez y reclama respuesta, es estimulante y adictiva. Y es tal vez el género que más invita a la escritura.


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CUADERNA VÍA

La poesía china

VÍCTOR LUNA Que Ezra Pound haya logrado el total interés de Occidente y sus lectores sobre la poesía china, bien le vale el homenaje de reconocerlo inventor de la poesía china para nuestras lenguas, pues descubrir es en cierta medida inventar; pero antes que nada Pound es el inventor de una poesía china, porque ya existía otra poesía china; Cathay recrea algunos poemas de ciertos poetas chinos que le interesaban a Pound, pero que no eran los únicos poetas importantes en el corpus de una vigorosa y profunda tradición poética como lo es la china. Fue más o menos por el siglo v i antes de Cristo que se recopiló el Libro de los cantos, o Shih Ching, la primera obra importante de poemas en China; muchos de esos textos se compusieron con fines rituales, pero algunos ya contenían el germen de lo que iba a ser la gran poesía china. Recordemos que la mayoría están escritos en cuatro caracteres ideográficos por verso, esto denota ya una intención métrica primitiva; no debe sorprendernos que también en la poesía china exista la métrica como característica del poema, es natural que todo arte sea dotado de normas por aquellos que lo practican y entre más hábil es un maestro más dificultad técnica confiere al arte que ejerce. A pesar de la evidente intención métrica en estos primitivos poemas pertenecientes al antiguo Libro de los cantos chinos, me inclino a pensar que el hecho de que la mayoría de estos cantos estén escritos en versos de cuatro caracteres, se debe más a la tendencia naturalmente armoniosa del arte chino y a un deseo esencial de simetría, debemos recordar que en China la gran poesía es pintura y la gran pintura es poesía; sea como fuere, sólo puedo hacer conjeturas debido a mi falta de erudición y es probable que de este deseo de simetría y armonía, hayan surgido los rudimentos de una métrica en la poesía china, pero como su inventor se pierde en el anonimato, nunca sabremos la verdad sobre el asunto y sólo nos es dado disfrutar la lectura de los poemas del Libro de los cantos o Shih Ching. Sólo se dio un avance en la poesía china hasta que surgió un gran poeta y este es el caso del surgimiento de Chü Yuan. Sobre la obra de Chü Yuan (329-229 a. C.), dice Feng Yuan-Chün en su Breve historia de la literatura clásica china: Su obra maestra es el Lisao, un poema de más de trescientos setenta versos en el que quedan de manifiesto sus aspiraciones y emociones. Está espléndidamente construido, con considerable variedad en la estructura de la frase y rica imaginación. El tema del poema es claro. Chü Yuan expresa en él su sincero amor a su país y, consecuentemente, a sus

Mónada de la nave paquidermo (perfil).

(Primera parte) P ODR Í A MO S A FIR M A R SIN T E MOR A E X AG E R A R Q U E L A POE SÍ A C HINA E S UNA INV E NC IÓN DE EZ R A POUND ; NI SIQ U IE R A HE R V É PI E R R É DE S A IN T DE NI S L O G RÓ C ON S U A NTOL O G Í A DE POE TA S DE L A DINA S T Í A TA NG , L O Q U E P OUND L O G R A R Í A C ON S U FA MO S O Y BE L L O L IBRO C AT HAY. Y E S Q U E POUND E R A U N G R A N POE TA Y A PE S A R DE Q U E NO S U PI E R A A L A PE R F E CC IÓN E L IDIOM A C HIN O, S U S V E R SIONE S DE POE M A S C HINO S P O S E E N UN E NC A N TO Y BE L L E Z A POÉ T IC O S Q U E L A S H AC E N S UPE R IOR E S A O T R A S V E RS ION E S DE CUA L Q U IE R SINÓL O G O E RU DITO DE S U É PO C A .


CUADERNA VÍA

compatriotas, sometidos a los crueles desatinos del rey y a la felonía de malignos ministros. Usa hierbas fragantes para simbolizar las aspiraciones de su propio espíritu. Soy descendiente del emperador Kao-yang; fue Po-Yung el nombre de mi padre. Cuando la constelación de She-t´i señalaba el primer mes del año, en el día de keng-yin, nací. Mi padre al ver mi semblante de recién nacido, Inspirado eligió para mí nombres auspiciosos: modelo de Rectitud, me dio por nombre personal, y Balance Divino, como nombre oficial. (…) Investido de pródigas cualidades ingénitas, con arte y con destreza renové mis talentos. Usé angélicas hierbas, también selíneas dulces y hasta más tarde orquídeas crecidas en el agua, tejiendo mis adornos, pero el tiempo fugaz como agua deslizándose, robó mi juventud. (…) En destierro prefiero vivir mi último día antes que obrar como ellos, con vil procedimiento. El águila apartada desprecia el vuelo estrecho e ignora cuando empieza a cambiar su camino. No se adapta el dibujo de un círculo a un cuadrado: sus acciones jamás se unirán a las mías. Aunque mi corazón refrenó sus orgullos, ellos no abandonaron censuras y reproches. Yo quiero morir solo, morir por la honradez, esta fue la lección de los sabios antiguos.

El poema es una especie de testamento, de hecho el Lisao tiene como significado algo así como «la pena siempre encontrada», y en él Chü Yuan se despide del corrupto mundo en el que le tocó vivir; finalmente la leyenda de la vida de Chü Yuan cuenta que se suicidó arrojándose al río el quinto día del quinto mes chino. Hay un festival que se celebra en esa fecha en honor del poeta y se llama «El festival del barco del Dragón»; Chü Yuan es un poeta al que Ezra Pound debió de haber conocido, gracias a las notas de Ernest Fenollosa, pues escribe Pound este poema en 1916: DE S PU É S DE C H Ü Y UA N Entraré al bosque donde los dioses andan enguirlandados con espliego, por el argentado flujo azul se mueven otros en carros de marfil. Delante van muchas doncellas para recoger uvas para los leopardos, mi amigo, porque hay leopardos tirando los carros. Caminaré en el claro herboso, saldré de la nueva espesura y acosaré la procesión de doncellas.

Hay un cierto registro poético muy de la poesía china que Ezra Pound toca en estos versos, pero también hay algo de la lírica griega que el lector atento puede alcanzar a identificar.

Volviendo a la tradición poética china hemos de hablar de uno de los grandes poetas, cuya obra es casi totalmente desconocida y del cual he traducido del inglés al español algunos poemas, me refiero a T’ao Yüan-ming. En el período llamado por los historiadores chinos de la Pena nació T’ao Yüan-ming (372-427 d. C.), quien llevaba por nombre familiar T’ao Ti-Ch’ien; debemos recordar que los literatos chinos, y sobre todo los poetas, tenían tres nombres por los cuales eran conocidos: el nombre familiar, el nombre oficial y el nombre literario, que era el que casi siempre elegían por voluntad propia, así es que no debe asombrarnos que en algunos ensayos sobre poesía china, se mencione a T’ao Yüan-ming con otro nombre aparte del de Ti-Ch’ien; el nombre poético elegido únicamente por el poeta generalmente tenía que ver con un sitio que le gustaba, con el lugar en el que vivía, o sus prácticas religiosas. T’ao Yüan-ming obviamente era taoísta y dicen los que saben chino que su nombre poético significa el huésped de caminos y arroyos. Se cuentan muchas y muy sabrosas anécdotas sobre T’ao Yüan-ming, sobre todo son famosas las que tienen que ver con su gran afición a la bebida de la que hizo un tema poético y legó dicho tema a la tradición poética china. Se dice, por ejemplo, que cuando fue nombrado gobernador de su provincia natal, mandó sembrar todas las tierras de una variedad de arroz propio para hacer un excelente vino, y sólo las súplicas de su esposa lo hicieron desistir de tan admirable proyecto, para sembrar sólo tres cuartas partes de esas tierras con arroz para hacer vino, y conceder la cuarta parte restante a la siembra de arroz comestible, condescendiente con su esposa. Otra anécdota es la que se cuenta sobre su renuncia al cargo de gobernador, harto de los ministros que iban a supervisarlo por órdenes del emperador, un día renunció diciendo que estaba harto de hacer zalamerías a cualquier necio por una paga de cuatro fanegas de arroz, y T’ao Yüan-ming dejó su trabajo en la burocracia del imperio para regresar a su casa, suceso importante en su vida que quedó registrado en un hermoso poema titulado precisamente: A casa vuelvo, por desgracia es demasiado extenso y no podemos citarlo en este espacio, en su lugar compartiremos con ustedes escasos tres lectores el poema Ebrio y sobrio, que intenté traducir del inglés tomándolo de la hermosa antología The White Pony, compilada por Robert Payne, cito el poema: E B R IO Y S OB R IO Alguien habita en mí, nos importan cosas diferentes. Uno de nosotros quiere embriagarse: el otro siempre quiere estar sobrio. Sobrio y ebrio —uno se ríe del otro y ninguno de los dos comprendemos el mundo en el que debemos vivir. Reglas y convencionalismos —Parece locura seguirlos con seriedad. Sé orgulloso —sé indiferente. Entonces, te acercarás a la sabiduría. Escucha, viejo ebrio: cuando el día acaba, una vela se enciende.

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MEMORIA DE CUERPOS

Danza contemporánea. Instrucciones de uso

HÉ CTOR C HÁV EZ

E L T EX TO S IG U I E N T E E S U N F R AG M E N TO Q U E T R A D UJ E DE L L IBRO DA N S E CON T E MP OR A IN E MODE D´ E MPL OI , DE PH I L L I PPE N OI S E T T E , E DI TOR I A L F L A MM A R ION , PA R I S , 2 0 1 0 . SIR VA DE I N T ROD U CC IÓN PA R A L O Q UE NO S O CU PA R Á M Á S A DE L A N T E .

I . ¿Q u é e s l a da n z a con t e m p or á n e a ? ¿A q u é s e pa re ce ? Una de las revoluciones de la danza contemporánea la tiene sin duda en las múltiples formas que asume en escena. Puede permitirse todo, o casi todo: duración, vestuario, escenografía, todo se inventa —o se reinventa— en tiempo real. En el escenario una multitud con los pies desnudos, con zapatos, con tacones de aguja, con botas de plataforma, y algunas veces, así también, en media punta. En cuestión de vestuario, todo se rehace: después del tutú, los trajes ajustados o los leotardos, ahora viene el tiempo de los jeans, de la ropa interior, de las pelucas, de los disfraces, de los trajes de noche (o de boda), de las vestimentas deportivas, de las creaciones de diseñador, de las más extrañas combinaciones… y la desnudez. Es el regreso del cuerpo mismo: terminado el tiempo de la uniformidad, igual si ciertos coreógrafos contemporáneos —involuntariamente— recurren a ciertos tipos físicos, se ven en escena grandes y gordos, pequeños y grandes, negros y blancos, africanos y asiáticos, muy jóvenes y muy viejos, estrellas y anónimos, profesionales y debutantes. En la danza contemporánea no hay más límites, el cuerpo de ballet ha perdurado, sin embargo hoy todo es considerable, desde el solo minimalista a la danza coral para una centena de intérpretes. Se hacen dúos como tríos a veces por falta de medios, y algunos coreógrafos célebres disponen de verdaderas compañías de una veintena de miembros. No está prohibido entonces invitar a escena a una banda de amateurs, una orquesta, voladores de todos los géneros, niños, una fanfarria municipal, un actor, un pianista, deportistas, o la madre (y el padre) del artista. Se verá también cómo se juega igualmente con los géneros, mujer-hombre, mujer-mujer, hombrehombre, y las mezclas de sexos. Pelucas para unos, prótesis corporales para otros y, según el humor de usted,

confusión de sentimientos para todo el mundo. ¿Quién dijo que la danza (contemporánea) era asexual? No queda más que hacer existir la danza dentro de esos paisajes más o menos embarazosos. Hay aquellos que optan por el minimalismo, hasta la inmovilidad, los adeptos de la energía gestual, los partidarios de las diagonales y los fervientes defensores de la danza a ras de suelo, los coreógrafos DJ locos que mezclan hip hop, contemporánea y danza africana, los acróbatas que envían a la danza por los aires o por encima de las cabezas, los amateurs del deporte, los puristas que no apuestan más que por el pas de deux, el cual sabe también


MEMORIA DE CUERPOS

metamorfosearse en trío, o en más, en tantas afinidades coreográficas. Atención, la danza contemporánea no es sinónimo de caos: para su formación —y casi todo tiene una—, los coreógrafos han llegado a crear una armonía en ese desorden aparente. No hay cosa más ordenada que un espectáculo de danza contemporánea, igual si ciertas creaciones tiran por la borda los convencionalismos resplandecientes. Y para hacer explotar los cuadros anteriormente impuestos, la danza contemporánea sale de aquello que la puede atar a los teatros convencionales. Los techos de los rascacielos, la pista de un aeropuerto, una piscina o un campo de futbol, una fábrica abandonada o una galería muy chic, un campo de hortalizas o una mina, un museo o la fachada de un edificio, el muelle de un río o la plazuela de una ciudad, una cancha para patinaje o un circo, todo «hace» la danza para los más audaces conceptualizadores de esta disciplina. Por otro lado, en este instante presente, quién sabe si algún cerebro no ha considerado un dueto en la luna —¡con combinaciones y gravedad!— hasta una danza como una cita de amor en el fondo del mar… Lo importante ahora no es saber si todo eso ES posible sino creer que se puede un poquito. Después de todo, y para retomar las palabras de Jean Cocteau a Serge de Diaghilev, no hay mayor divisa para la danza contemporánea que su célebre frase: «Sorpréndeme». I I . ¿ C óm o de f i n i rl a ? La misma expresión danza contemporánea, utilizada después de una cuarentena de años, espanta todavía un poco en este momento que estamos instalados en el tercer milenio artístico. ¿Por qué? ¿Demasiado ligera, demasiado austera, demasiado connotada? Es necesario decirla y escribirla: la danza contemporánea puede ser seria, divertida, audaz, irónica, brutal, documental, osada, plástica, urbana. Y todas esas variantes le ponen el sabor y hacen de ella justamente lo que es. Contrariamente a otras disciplinas artísticas, la danza contemporánea, todavía joven, no se permite abandonar su causa, roturar territorios desconocidos, rozarse con los mundos de la música, del arte, de las imágenes, de la moda. Permanece por lo tanto terriblemente actual, al último grito sobre una continua corriente de excitación. Su lenguaje parece una perpetua mutación: con frecuencia, a la salida de un espectáculo de danza contemporánea, se escucha exclamar al público: «¡Es loco todo eso que se puede hacer con sus cuerpos!» Buen signo para la danza contemporánea. Un poco por todas partes en los países que tienen una historia del ballet (siglos en Rusia o en Francia, mucho menos en América), los artistas proponen repensar la forma y el fondo de la danza. La ruptura puede resumir, pero no solamente, el nacimiento de este estado del espíritu. Desde que un artista como el norteamericano Merce Cunningham juega con el azar, impone el video o se inicia en la composición coreográfica asistido de un software (y esto, en diferentes

Antigua mónada de Godofredo.

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MEMORIA DE CUERPOS

etapas de su larga carrera de autor que comenzó en los años cincuenta), él impone una «ruptura» con la danza narrativa que él mismo estudió e interpretó anteriormente. El público lo rechaza de entrada, puesto aparte un cuadro de admiradores indefectibles que lo han seguido hasta su muerte en el otoño de 2009, considerado como un maestro adelantado a su época. ¡Ironía de la suerte, ciertos artistas jóvenes hablan de él como de un nuevo clásico! Y los partidarios de la danza posmoderna (grupo de creadores que rechazan el virtuosismo del ballet como de la danza moderna) de los años sesenta tomaron su distancia con este padre fundador. Dos décadas más tarde, la alemana Pina Bausch induce el mismo tipo de pausa o cesura, tomando la cabeza del Ballet de Wuppertal, compañía neoclásica que funciona como dentro de un florero hermético. Después de unas coreografías de una factura legible para el público de admiradores, la ruptura se acrecienta con la puesta en escena de su Tanztheate (teatro de danza, y no teatro danzado, como se le nombra a menudo incorrectamente), ¡donde los bailarines toman la palabra entre sus variaciones! La desaparición de Pina Bausch, en junio de 2009, seguida algunos días después de la de Merce Cunningham, parece cerrar —aun con cierto retraso— un siglo x x rico en invención coreográfica. Es todavía demasiado temprano para apostar o no por las rupturas que marcarán nuestro nuevo milenio, pero las bases impuestas por estos dos pioneros son sólidas. Éstas deberán resistir el tiempo a través de sus obras. E l i nicio de l a da n z a conte m p or á n e a e n S i na l oa Prácticamente esta disciplina se inicia en Sinaloa en 1977 al integrarse el taller de danza contemporánea TaaYilerum (Danzantes del Sol) por decisión de Sandra Calderón, fundadora de la Difocur, hoy i s ic. Sandra me invitó a finales de 1975 para formar dos grupos de danza enraizados en la cultura sinaloense, uno de danza contemporánea y otro de proyección escénica de folclor. Opté por iniciar pcon lo primero. Se lanzó una convocatoria oficial que atrajo curiosamente a más varones que mujeres, y finalmente 16 jóvenes fueron rigurosamente seleccionados para dedicar ocho horas diarias a la danza contemporánea. Asignar becas fue factor que ayudó al arranque de este proyecto que integró a jóvenes con facultades físicas pero también con un perfil cultural adecuado para iniciarlos en su profesionalización. Era fundamental crear en el público la necesidad de consumir este nuevo producto artístico; para eso implementamos un espectáculo didáctico dirigido a niños, donde se mostraba durante 40 minutos (de manera lúdica, con música de percusiones y proyección de transparencias, todavía no se usaba el video) los valores de la danza contemporánea, haciendo énfasis en las semejanzas que existen entre la vida cotidiana y la danza. Esta primera temporada del TaaYilerum, sucedió del 9 al 31 de mayo y del 1 al 10 de junio de 1977; con dos funciones diarias —incluyendo sábados y domingos— en el auditorio del

p ri en Culiacán, que se acondicionó para el caso. El trabajo de promoción fue muy intenso, pero el de creación era más, y gracias a eso el 15 de septiembre del mismo año, en un templete frente al Palacio de Gobierno Estatal (en la avenida Obregón), ante la curiosidad y estupor del público, estrenamos YoriYoreme. Esta obra con duración de 30 minutos y música de percusiones de este servidor y sones indígenas yoremes, era una recreación de costumbres y ceremonias mayos vs. el estilo de vida occidental y urbano. Otras dos obras que monté en esta etapa, que duró cuatro años, fueron ¡Ínguiasu!, fábula fársica con un concepto hiperrealista (con un plátano gigantesco en escena diseñado por Sergio López) que tocaba el tema del hambre y la injusta distribución de los alimentos, con música de George Crumb, Premio Pulitzer; la otra, Nexos, era una apología al cultivo del Eros, en donde por primera ocasión utilicé sones huastecos con elementos performáticos, que permitían interactuar con el público. Dos obras coreografiadas por integrantes del taller fueron, El visitante, de Jorge Rubio, obra simbólica que trataba del efecto del tiempo en la relación amorosa de cualquier pareja (la pareja quedaba atrapada en una tarraya con música de Morton Subotnik) y Zona M… de Oscar Julián Pérez Luna, obra que satirizaba a los militares, a los que describía ambiguos: severos, autoritarios, machistas, por un lado; y delicados, débiles y afeminados, por el otro; la música original era de Alejandro Mojica. En 1978, invitamos a Eva Zapfe —hija primogénita de Valentina Castro—, quien estuvo en residencia durante un mes para montar Oposiciones, que abordaba el problema de la decadencia de la individualidad frente al colectivismo urbano. Era una obra del repertorio de Forión Ensamble, grupo profesional creado en el df por la misma Eva Zapfe, Jorge Domínguez y Rosa y Lydia Romero. Con todo este repertorio TaaYilerum recorrió la mayor parte de Sinaloa y algunas ciudades del país. Otros maestros que colaboraron con el taller fueron Bodil Genkel, Bertha Balderrama, Marcelo Torreblanca, la etnomusicóloga Carmen Sordo Sodi, y la antropóloga Amparo Sevilla. La administración de Sandra Calderón terminó y con ello el apoyo a la danza contemporánea. Vendrían otros tiempos para esta danza rebelde y propositiva. Pero eso lo veremos en otra ocasión… ¡Viva la danza!


Mónada rechazada por su actitud antifilosófica.

TRIÁNGULO DORADO

Raúl Torres

ÉLMER MENDOZA E L A RT E PROL ON G A L A V I DA , C ON F I E S A R AÚL TOR R E S C ON V E N C I D O. N O C R E A R EQ UI VA L E A V I V IR E N E S TA D O V E G E TAT I VO, A F IR M A I MPE RT É R R I TO Y TA L V E Z U N C IG A R R IL L O, B L AC K M AG IC WOM A N C ON VA N G O G H O L A N O C H E E S T R E L L A DA DE S A N TA N A . ODI A E L C AO S : POR E S O E X PE R I ME N TA , E XPE R & ME N TA . E N S U N I Ñ E Z E L B A R RO, L A L L U V I A , E L L AG O DE X A M AY D ONDE N AC IÓ E N 1953, A R R A IG A RON U N MI S T E R IO E N S U ME N T E Q U E N O H A T E R MI N A D O DE DE S C I F R A R .

¿Te gusta el tequila? El suave, el que sabe a mujer de ojos cerrados. Le apuesta a la oscuridad, por eso trabaja por las tardes que van del resplandor a lo negro, que también es recuerdo, reflexión y color. Le gustan las rosas púrpuras, las «casi líquidas» que sirven para contar historias afortunadas, y el chocolate espeso. Torres consigue, con elementos callejeros: aerosol, superficies pequeñas, economía de matices, trazos gruesos, crear un universo acariciante sobre lo femenino y los símbolos del amor. Es una propuesta que expresa un tiempo y un contexto de mujer en ella con ella y por ella; es uno de esos artistas, y comparto la idea con Anna María Guasch, «que desarrollan discursos cargados en muchas ocasiones de energías artísticas primordiales»: Forma, fondo y lenguaje. La sencillez autoritaria. Claro, por eso tampoco le gustan las escuelas, ni las modas, ni las mitologías; sin embargo,

aprecia las opiniones de sus colegas y de vez en cuando las de los tránsfugas que nos acercamos a la Plástica sin soberbia. ¿Te gusta la carne asada? En asunto de carnes puedo tener confusiones, pero, ¿qué hora es? Raúl Torres es un artista de larga trayectoria. Su presencia es señales de humo condensadas en grabados, dibujos y pinturas que son cuerpos, sueños y horizontes metálicos. Movimiento infinito. Jamás ignora la energía del error y la confrontación de lo desconocido. Ver, creer y simbolizar son parte del dínamo que lo impulsa. Entiendo que para él no hay pureza estética, la relevancia está en la búsqueda, en la fuerza del color sin importar la técnica o los instrumentos que utilice; así mismo, percibo que considera que todo discurso sobre la crisis del arte contemporáneo es cháchara, quizá un mecanismo de defensa de las estructuras de poder que impulsan las modas que sólo provocan cosquilleos. Estuviste una temporada en la Academia de San Carlos. Sí, una época en que el lenguaje era color y palabra. Se siente cómodo explorando el cuerpo. Sus matices son definidos, jamás cae en coartadas teóricas o se subsume a ideas referenciales. Sus figuras son personajes que gozan, que huelen, que crepitan creando universos de intenciones. Una novia, un anillo, un corazón, una pareja, resaltan del dorado, del blanco, del azul; y ahí está el negro como guía de una postura estética indomeñable. Raúl Torres, es un artista del erotismo, y la carga semántica de su obra lo justifica. Carece de timidez, no se interesa demasiado en el inconsciente de los otros; reúne, relaciona, proyecta y crea un todo perturbador. Así que te gusta Gun’s and Roses. Nockin´on heaven´s door, arrebata. A mí también. ¿Has imaginado al viejo Bob y al loco Axel conversando, bebiendo una cerveza? Algunas veces, sin embargo, el sonido de la Gibson me incita a enfrentar una superficie mental que no corresponde a la realidad. La pintura y el cuadro están cada vez más fuertes y vigentes, como las novias; y desde luego, también los artistas, como Raúl Torres, un capricornio que encuentra la trascendencia con estos elementos primigenios y poderosos.

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34 La ciudad habla y calla, grita, ladra y hasta canta. Sus paredes y banquetas nos jalan, aúllan placenteramente. Y al momento nos hablan quedo, al oído, seductoras, lascivamente: nos invitan a voltear y a permanecer. Nos dice ven, escucha esto. Lo hace a través del graffiti, la música envolvente, los carteles que el guachabato pega en postes, fachadas y paredes, los montajes que aquel desconocido coloca en los únicos portales que sobreviven a los huecos estacionamientos, o el mimo limpiavidrios en los cruceros. Culiacán, esa mujer voluptuosa y cálidamente húmeda, nos invade el pecho con los tambores de los percusionistas que abrazan esa zona palpitante de la ciudad,

Las paredes hablan

J AV I E R VA L D E Z C Á R D E N A S en la plazuela Obregón, por la Ángel Flores, en la acera de la Parisina y junto al banco. Son jóvenes de pelo largo, desaliñados y con rastas. Vagos del chapopote y artistas de las percusiones. Y esos sonidos parecen salir de la panza que retiembla, de los brazos por los que viajan los estertores, de esa mirada que sonríe con tanta mueca y puchero. Ritmo que viaja y se instala. Ahí, en ese espacio, en la banqueta conquistada por ese ruido que bien podría desnudarnos, el rincón de la calle, el adoquín de cantera rosa y el suelo estampado de la plazuela nos dice quédate. En el Jardín Botánico la artista plástica Teresa Margolles instaló seis bancas elaboradas con agua usada en el lavado de cadáveres de personas asesinadas. Las piezas semejan entes que intentan levantarse pero se quedan a medio camino. Pueden agredir, moverle el tapete, a quien visita el espacio para dejarse arrullar por el follaje generoso de los árboles y el canto interminable de las aves, para escapar del chapopote. Pero el manantial que representa el Botánico también es espejo: hay que asomarnos, reconocer lo que somos, sostenernos la mirada. Ahí está también un vocho estrellado contra un árbol. El artista alemán Francis Alÿs lo plasmó ahí y transformó, como él mismo lo explica, el ondulado escarabajo en una potencial maceta: cópula «entre un símbolo urbano y un oasis natural», algo así como conjugar el desarrollo tecnológico con la cultura popular. En algunas de las grandes avenidas —como el malecón nuevo—, como hinchadas y excitadas venas aortas, están obras posmodernas, de fierros y alambres, pintadas o invadidas por el óxido, que nadie ve ni disfruta. Están aisladas, sin formar parte de algún corredor o sistema visual. Estar ahí y no ser admiradas, es como no existir. La ciudad no permite el descanso, no hay espacios para ello: sin bancas ni pasillos ni mensaje que explique. Sólo son esqueletos, cadáveres de estructura metálica, a los que nadie les ha avisado que están muertos.

Mónada de la profecía huidiza.

Pero los latidos de esa mujer llamada Culiacán se dispersan, apuntan para muchos lados y nos guiñan. Bajo algunos puentes, el graffiti con dibujos monumentales, de gigantescos paisajes, nos avasalla y nosotros nos dejamos atropellar por su belleza, esos colores que cantan, y los trazos que nos llegan y animan. Y el mimo, ese personaje bajito, con lentes de armazón negro que parecen de utilería, alegra la espera del verde en los cruceros del centro. Por la Rosales o la Ángel Flores, monta en cosa de segundos su obra de teatro. Y divierte. Y amordaza los claxon. Y les nacen flores a las comisuras labiales de quienes están en la fila: parece sacar un recipiente con agua, simula chorrear el líquido sobre el cristal parabrisas, luego toma en sus manos un trapo que no existe y a tallar. Y después a pedir coperacha. Con ademanes también festeja y da las gracias. Bálsamo para las heridas de la rutina mohosa, pausa para el descanso, sombra para cubrirse del sol, huida y tregua frente al ruido de los motores tosijosos: raspado de ciruela en una ciudad de chapopote y plomo, bajo un sol disciplinante. El guachabato, con sus carteles y pintas, en paradas de camiones y fachadas de edificios, nos dice el amor no se regala, se consume. Y es gratis. Y nos recuerda la libertad extraviada y nos restrega el daño provocado por la violencia y el narco. Para que no se repitan más. La ciudad, esa mujer seductora y altiva, tiene cadencia. Su piel, en forma de paredes y asfalto, de cables y antenas y postes, con acné de baches y orificios de balas, tiene su canto y grito y llanto y silencio, a veces doloroso, o placentero y conspicuo, a través de esos muros y esas banquetas, sus pobladores que la conquistan. Es como aquel graffiti que el enamorado anónimo pintó en bardas de negocios y viviendas, para homenajear a la novia, por la ruta que ella seguía de su casa al trabajo o a la escuela, y viceversa: «Berta, te amo».


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M贸nada de la bestia omnisciente.


A LM A VI TA L I S M A .F E R NA DA R A MO S C H. RO S SY PA L ÁU A L EYDA ROJO M A R Í A G A RC Í A V E L A S C O S A N TO S V E L Á ZQ UEZ BR AUL IO AGUIL A R GU S TAVO E NR ÍQ UEZ TU FU ( T R A D. RUBÉ N R I V E R A) M A R Í A G A RC Í A V E L A S C O E R NE S T INA YÉPIZ S A N TO S V E L Á ZQ UEZ DA NIE L SEPÚLV E DA E R NE S T INA YÉPIZ CL AUDI A B A ÑUE L O S F R A NK MEZA DINA G R IJA LVA VÍCTOR LUNA HÉ CTOR C H ÁV EZ É LME R ME ND OZA JAVIE R VA LDEZ C Á R DE NA S


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