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NECESIDADES ESPIRITUALES EN LA TERMINALIDAD Alfredo Tamayo Ayestarรกn



Necesidades espirituales en la terminalidad

I. NUESTRA CULTURA Antes de abordar la importante cuestión de las necesidades espirituales en la fase de terminalidad, siempre a tener en cuenta en una praxia de cuidados paliativos, creo que es elemental recordar en qué mundo vivimos, en qué cultura estamos inmersos, cuál es hoy nuestro talante, cuáles nuestras creencias (en qué creemos y en qué no creemos). Nuestra cultura está dominada de manera creciente por la técnica y los medios de comunicación. Ella nos vacía cada día mas de nuestra interioridad, de poseer un pensamiento propio. Ella nos impulsa de modo creciente hacia valores que tienen que ver con la satisfacción de instintos de dominación y de exaltación del yo, de acumulación de bienes materiales, de exaltación sin límites del erotismo y del sexo. Vivimos una concepción del ser humano como ente de puras necesidades materiales e inmediatas.

II. NUESTRA CULTURA FRENTE A LA MUERTE Y LA TERMINALIDAD 1. FRENTE A LA MUERTE Esta inmersión del alma contemporánea en una cultura de valores puramente materiales incide en primer lugar en una actitud generalizada frente a la muerte. Nuestra condición de seres limitados en el tiempo y destinados a la muerte va desapareciendo paulatinamente de nuestras conciencias. Se vive en la ilusión de una existencia sin límites, de una vida indefinida más que infinita. Vicente Verdú ha descrito con mucho acierto y profundidad este momento de la conciencia contemporánea: “Porque poco a poco la idea que hemos ido componiendo de la muerte es la de un cataclismo que acaso se podría paliar o conmutar. S i no evitarlo del todo, sí al menos, trasladarlo hasta un tiempo en que no nos importara demasiado perecer.”

Antes de ese momento, sin embargo, lo letal que sobreviene parece hoy una probable consecuencia de nuestra culpa o de la culpa de los demás. Se admite que haya bajas por accidentes de cir335


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culación como resultado del progreso, pero siempre, atrás, aparece un error nuestro o del otro conductor. Se investigan las muertes laborales y siempre existen responsabilidades. Hay infartos mortales, pero enseguida indagamos sobre la dieta, la falta de ejercicio, el consumo de tabaco, la culpa del muerto. La ideología de la medicina preventiva ha extendido la creencia de que no sólo la enfermedad puede evitarse sino el fallecimiento, de cumplir las debidas condiciones. Porque, ¿de qué iba a morir una persona si, habiéndose protegido y cuidado, dispusiera de buena salud? ¿De viejo?. La vejez ha ingresado también en el proceso de lo tratable, prorrogable y ampliable hasta zona de disipación. Morir muy anciano es desvanecerse en lugar de morir. La muerte de verdad, la muerte dura y esmaltada, mágica y fatal ha desaparecido del pensamiento. En realidad, perdido el sentido de trascendencia, la muerte no vale nada. Se muere como un fracaso o un rudo mandato biológico que nos iguala a los animales. Antes, la muerte poseía un precio asombroso. Se pagaba con la vida lo que se recibía celestialmente multiplicado por mil. Pero ¿ahora?. La muerte sólo cobra sentido si alguien se la administra a su antojo. Igual que ocurre con la moda del autocontrol vital, la muerte sólo vale si es una voluntad nuestra, y no el capricho de un virus o la mala educación de un fumador. 2 FRENTE A LA TERMINALIDAD Ausente cada vez más la creencia en un más allá, en la llamada tradicionalmente “vida eterna”, todo el empeño humano se concentra en esta vida. Lo importante es el “más aquí”, no el “más allá”. Ello puede llevar y lleva a veces a la instauración de una mentalidad concretada en un concepto que acuñó el nacional-socialismo. Es el de vida sin valor (Das unwerte Leben). Durante los años de la guerra principalmente, miles de enfermos mentales, oligofrénicos, afectados por el síndrome de Down, incluso soldados que habían sido heridos en sus cerebros y no estaban en uso de sus facultades mentales fueron sacados de hospitales y asilos y llevados al exterminio en las cámaras de gas letal. Hoy los medios de comunicación descubren de vez en cuando casos de asesinatos de ancianos en hospitales y residencias a quienes sanitarios sin humanidad suministran sin su con336


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sentimiento inyecciones de muerte. Detrás de estos atentados está, además del alivio de deshacerse de una carga, la misma concepción del régimen nacionalsocialista de vidas sin valor. Cuando hoy se pregunta a mucha gente qué es para ellos una buena muerte, la respuesta está muy alejada de la idea que se tenía en el seno de una cultura cristiana de que la muerte súbita es un mal y se pedía a Dios nos librara de ella (“A subitanea et improvisa morte, libera nos Domine”). Era deseable un tiempo de preparación ante acontecimiento tan importante. Hoy una buena muerte es desaparecer con la máxima rapidez y el mínimo de dolor. También con el mínimo de perturbación y molestia para nuestro entorno.

III. NECESIDADES ESPIRITUALES Y TERMINALIDAD 1. ¿QUÉ SON NECESIDADES ESPIRITUALES? La filosofía de los cuidados paliativos entendidos de una manera holística se enfrenta a esta cultura dominante en Occidente que quiere ignorar e ignora de hecho nuestra condición de seres mortales y que minusvalora una vida deteriorada. Los hombres y mujeres dedicados a paliar el sufrimiento físico y moral del enfermo terminal y a humanizar la etapa final de su vida quieren mirar a la muerte de frente y profundizar en el proceso arduo del morir. Este proceso es según el Dr. Ramón Bayés, catedrático de psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona, el gran continente que nos queda por descubrir (2). Hay que investigar este proceso para ayudar a la gente a morir mejor, a morir en paz. Esta filosofía humanista considera en consecuencia totalmente rechazable el concepto de vida sin valor encarnada también en aquel dicho atribuido a Hitler de que “los viejos sólo servían para hacer crecer la hierba en los cementerios”. Toda vida es valiosa, también la del anciano, la del enfermo de Alzheimer, la del afectado por el sida o el síndrome de Down. También y por supuesto la vida deteriorada de los niños y niñas del Tercer Mundo que viven de hambre. Sin que todo esto implique el que haya que prolongar una existencia deteriorada a cualquier precio. Esta filosofía humanista tiene en cuenta también además de las necesidades 337


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corporales del enfermo terminal sus necesidades espirituales. Este calificativo se presta a muchas interpretaciones. Vamos a tratar de aclararlo con un poco de calma. No podemos detenernos en los múltiples intentos por parte de filósofos, científicos, economistas, políticos y poetas de fijar la llamada esencia del ser humano. Este gran sabio del siglo XX que se llamó Erich Fromm nos facilita la labor alejándose de cualquier dogmatismo y esencialismo y deteniéndose en una inducción a base de los datos que proporcionan la antropología, la historia, la psicología y la psicopatología (3). Las condiciones de existencia humana se descubren, nos dice Fromm, profundizando en las tendencias básicas del hombre. ¿A qué tiende, qué desea, qué necesita siempre y ante todo el ser humano? ¿Cuáles son sus aspiraciones más fundamentales? Se dan en nosotros, en primer lugar, las llamadas necesidades naturales. Son las de sobrevivir físicamente como individuo en el medio, gracias al alimento, y las de sobrevivir como especie gracias a la condición y dinámica sexual. Pero el hombre no es sólo un ser de necesidades físicas. Tiene otras que trascienden lo meramente corporal y utilitario. El hombre es el único ser para el cual la existencia es problema. No se contenta con sobrevivir. Necesita además horizontes, aclararse en la jungla del existir, necesita indicadores, estrellas en el cielo para caminar erguido, necesita un sentido para su existencia, necesita superar su radical soledad por medio de la identificación con otra persona, por medio del amor. Necesita de autoestima, necesita ser poseído por la bondad, necesita un entorno de belleza. Además el ser humano experimenta la necesidad de lo trascendente, de aquello que le supere. La pregunta religiosa, dice Fromm, es esencial al hombre, si bien el ansia de lo infinito no concluye necesariamente en la existencia de él. A todo este conjunto de necesidades típicamente humanas bien podemos aplicarle el calificativo de necesidades espirituales, quizás más acertadamente el de necesidades del espíritu por ciertas connotaciones ambiguas que comporta el término espiritual. 2 SATISFACCIÓN DE ESTAS NECESIDADES EN LA TERMINALIDAD a. Morir en paz Sería un error craso acceder al enfermo terminal en la ignorancia culpable o no de la existencia de tales necesidades del espíritu 338


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humano. Como si el enfermo no fuera más que mera corporeidad y dolor físico a aliviar por medio de fármacos. Hay que tener muy presente en el acceso y aproximación al enfermo otro tipo de dolor mucho más profundo proveniente de la no satisfacción de esas necesidades de su espíritu. Podemos llamarlo dolor moral, dolor psicológico. Al dedicado por profesión o por circunstancia al excelso menester de los cuidados paliativos le corresponde estar muy atento a este tipo de sufrimiento y tratar de detectarlo y clasificarlo. Se trata de lograr para el enfermo una muerte en paz. La expresión ha sido revalidada y puesta al día por D. Callahan (4). Morir en paz tiene que ver mucho con lo que en al lenguaje clásico se calificaba como buena muerte. Muerte con sosiego, con presencia de espíritu, con conformidad, con clarividencia. Lo opuesto a una mala muerte: un final a través de una sedicente eutanasia no solicitada por el enfermo, una muerte en angustia, en soledad, en rebeldía. Ramón Bayés habla de este bien morir como de uno de los derechos fundamentales del hombre. Un derecho muy poco reconocido teórica y prácticamente en un tipo de cultura como la nuestra tan desatenta a los valores y necesidades del espíritu. Tan sólo los movimientos de cuidados paliativos entendidos de forma integral comienzan a hacer realidad este derecho del enfermo terminal. b. La praxis del cuidado espiritual No es un cometido demasiado fácil. Requiere por parte del cuidador presencia de espíritu, sosiego, tacto, capacidad de empatizar con el enfermo, de sintonizar con su mundo anímico. Ciertamente la persona encargada de tal misión no puede ser una persona cualquiera. Tiene que saber hacer que el enfermo se exprese, sin abrumarle, respetando e interpretando sus silencios, intentando una respuesta a sus congojas e interrogantes o también guardando silencio cuando él tampoco sabe la respuesta. Es elemental el respeto a las creencias del paciente sean las que sean. Todo dogmatismo y sectarismo está de más. Sí debe averiguar si Dios y lo religioso son significativos o lo han sido para él. Si este es el caso es verdad que la fe en un Dios bueno y comprensivo ayudan y han ayudado a millones a través de los siglos a superar angustias de culpa, de falta de sentido, de soledad, es decir a bien morir, a morir en paz. 339


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c. La persona del cuidador espiritual La tradición ha querido que el encargado de velar por las necesidades espirituales del enfermo terminal hayan sido en nuestra cultura cristiana el sacerdote. Los tiempos han cambiado. El cuidador de las necesidades espirituales puede ser un sacerdote, desde luego, pero la apertura a personas al margen del clero en orden a ejercer misión tan importante se impone hoy. Elisabeth Kuebler-Ross habla con cierto humor del capellán del hospital que lo único que sabe hacer ante el enfermo terminal es leer en su librito de tapas negras, frustrando así las necesidades expectativas del enfermo terminal (5). Dos especialistas en medicina y cuidados paliativos Divekaran Edessery y Sureeh Kumar han escrito un interesante artículo sobre los laicos como llamados a cuidar de las necesidades del espíritu del enfermo terminal y sobre el modo de aproximación a su mundo de creencias que muy bien puede no ser la religión cristiana, ni siquiera la religión(6). Creen que la metodología de los cuidados paliativos sigue aún demasiado inmersa en la tradición cristiana en la que nació y demasiado también en manos del claro. La apertura al mundo laico, a otras religiones que no son la cristiana y al mundo de la increencia se impone. Pienso que esta manera de pensar está ya presente en la Sociedad Vasca de Cuidados Paliativos, sobretodo en la apertura al mundo de los laicos y en la superación de lo confesional. Me congratulo y les felicito por ello. NOTAS 1. EL PAIS, 2 de junio de 2001 2. EL PAIS, 4 de septiembre de 2001 3. E. FROMM, “La revolución de la esperanza”, Madrid 1984,p.87 4. The New England Journal of Medicine, marzo 2000 5. “The Wheel of Life”, N. York 1997, p.149 6. European Journal of Palliative Care, 1998,5

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