1997-El arte de Spinetta ataca de nuevo-Diario Clarín

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El arte de Spinetta ataca de nuevo Diario ClarĂ­n, 1997

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El arte de Spinetta ataca de nuevo... Con las 33 canciones del álbum doble Spinetta y Los Socios del Desierto, el músico confirma lo que ya era casi una certeza irrefutable: que es uno de los más originales creadores del rock nacional. Las cartas están echadas. Después de tanta genuina expectativa y de la difusión de tanta información errónea sobre el contenido del nuevo trabajo de Luis Alberto Spinetta, el álbum doble con Los Socios del Desierto verá la luz mañana. Para empezar: es el mejor disco de rock nacional en lo que va de los ´90. Y no es cierto, como también se ha dicho casi hasta el hartazgo, que sea un trabajo al estilo de los de Pescado Rabioso en los ´70. Es un disco de rock, sí, pero también -esencialmente- una delicada joya de fina artesanía poética y musical. Hay temas fuertes, riffs decididamente rockeros, guitarras que sangran dolor y sentimiento. Pero lo que campea y a la vez subyace es un aire de sutil espiritualidad aun en las letras más cercanas a lo testimonial. Aquí sí, el nuevo disco de Spinetta y sus socios (Marcelo Torres en bajo y Daniel Wirtz en batería) marca un contraste con cierto hermetismo al que El Flaco parecía incondicional. Aparecen entonces el sinsentido de la guerra, la preocupación por el medio ambiente, los cuestionamientos al hiperconsumismo... Y, como pocas veces antes, las canciones de amor. Los temas más duros, más directos -intensos golpes al corazón de los amantes del rock-, les son tan familiares como los otros. De todos modos, no es sólo rock and roll. Es que hay un género al que Spinetta tiene acceso ilimitado: el rock spinettiano: Cheques, Los duendes, Cuenta en el sol, Así nunca encontrarás el mar, La orilla infinita, La espera, La luz te fue y hasta el furioso Nasty People responden a los postulados de este estilo propio. Spinetta y Los Socios del Desierto es, por momentos, una versión acaso más carnal de lo que fue el Invisible de El jardín de los presentes en los ´70. En otros, asoma como el exquisito Spinetta Jade de Alma de diamante de los ´80. Y siempre, como el trabajo instintivo de uno de los pocos rockeros argentinos ( ¿el único? ) que es capaz de trasladar su música al poco frecuentado territorio de la poesía. Disco ideal para seleccionar de entre sus 33 temas varios candidatos a la antología definitiva del rock nacional, en sus dos horas, cinco minutos y cincuenta segundos demuestra que hay otra

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música posible y que hay dos elementos esenciales para obtenerla, de los que Spinetta es feliz poseedor: el esquivo talento y la vocación por mantenerse al margen de toda moda musical, sin prejuicio de géneros o ritmos. Con una actitud más cercana a aquellos principios que marcó en su manifiesto Rock, música dura: la suicidada por la sociedad, que a los ritmos empresariales que dominan la música en los ´90, Spinetta demuestra una vez más que hay cierta esencialidad en su obra y en su vida que no cambia con el tiempo ni con las personas que lo merodean en lo profesional o lo acompañan en lo afectivo. Decía en aquella carta abierta que a la vez era el programa del inolvidable recital de presentación de Artaud, el último trabajo de Pescado Rabioso, que presentó solita su alma el domingo 26 de agosto de 1973 a las 11 de la mañana en el teatro Astral: "Son tantos los matices que comprende la actitud creativa de la música local (...), son tantos los pasos que sucesivamente deforman los proyectos, incluso los más elementales como ser mostrar una música (...) que el que recibe debe comprender definitivamente que los proyectos en materia de rock argentino nacen de un instinto (...) El rock, música dura, cambia y se modifica, es un instinto de transformación." ¿Quién podría negarle, casi 24 años más tarde, legitimidad y vigencia? De haber sido otro, Spinetta hoy sería juzgado como un oportunista que aprovechó las idas y venidas de su dilatado y conversadísimo contrato discográfico para generar una expectativa que sí consiguió, pero sólo con las canciones que fue haciendo escuchar en sus contadas actuaciones en vivo de los últimos años. Un prolijo trabajo de marketing que, en su caso, es apenas (¿apenas?) una muestra de la libertad de elección. Con este disco, Spinetta prueba que el trabajo de un creador tiene su precio. Y que no necesariamente todos los hombres tienen el suyo. En un comunicado que llevaba su firma, con fecha 5 de octubre del 96, Spinetta decía: "Mi vida creativa y la llama rebelde y artística que siempre me guió no sufrirá merma alguna de no publicarse éste, mi último trabajo. Tarde o temprano algún sello reclamará mi obra y aceptará mis exigencias. Eso me fortalece." Dicho y hecho. En el mismo escrito enviado a todas las redacciones, dirigía sus misiles a objetivos claros: los medios que tras casi tres décadas de componer y tocar buena parte de la mejor música popular del país, habían finalmente reparado en él por su relación sentimental con la modelo y actriz Carolina Peleritti. A propósito, Spinetta y Los Socios... marca también el reencuentro con ese otro género que, lejos de ser menor, produce mucha de la mejor poesía del disco.

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Diana, Mi sueño de hoy y Jazmín son sólo tres muestras de que también en el rock se puede hablar del amor. Spinetta y Los Socios del Desierto debería escucharse sin pausas, como una avalancha musical que los años no serán capaces de convertir en pasado. Estas 33 canciones pasarán a la historia porque son presente definitivo. Como ya lo hicieron muchas de las compuestas por Spinetta de Almendra a esta parte. Más allá de los contratos, las quejas, las broncas, las modas, los romances... Un arte sin vanas excusas de mercado, sin prejuicios, sin tiempo...

Oscar Finkelstein - Diario Clarín

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