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Prólogo
Prologar una obra no es sino introducir al lector en la misma, abordar el texto desde una determinada perspectiva y prepararlo para lo que vendrá a continuación. Dado el tema de esta guía, lo lógico sería hablar del sentido, de la historia o de los cambios que han ido surgiendo en el ámbito de los cuidados paliativos. Pero creo que conviene ser más audaces y atrevidos, dejando de lado explicaciones por otro lado sobradamente conocidas por los profesionales sanitarios, para adentrarnos en un espacio significativo, un espacio que dé sentido aquí y ahora al trabajo que nos presentan los autores.
Cuando me enviaron esta guía me hice dos preguntas. La primera, ¿cuál es la razón por la que un grupo de profesionales se embarca en el esfuerzo y el trabajo que supone realizar una nueva guía de cuidados paliativos? Y la segunda, ¿cómo es posible que en tiempos del COVID-19, complejos, extraños, distópicos, difíciles y abrumadores para todos, decidan seguir adelante con este empeño?
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Serán ellos quienes tengan las respuestas, pero si, como decía anteriormente, prologar un texto es sinónimo de una carta de presentación al lector realizada desde una perspectiva más amplia que la del propio contenido de la obra que se presenta, creo que el intento de enmarcar la guía desde lo vivido en esta pandemia puede otorgarle un valioso sentido.
Vivimos en una sociedad que, en muchos aspectos, rezuma un neoliberalismo heredero de Friedrich Hayek, el economista austríaco fuente de inspiración para tantos políticos que propugnan un capitalismo del “laissez faire”, un capitalismo que se opone a las iniciativas estatales que buscan, entre otras, reducir las desigualdades económicas de los ciudadanos.
Una de las muchas consecuencias del neoliberalismo es asumir que los resultados del mercado reflejan el valor que los consumidores otorgan a los bienes y servicios que les ofrecen los vendedores. Se paga y se invierte en aquello que satisface las necesidades y los deseos del consumidor. Por tanto, el valor del mercado será tanto más elevado cuanto más lo deseen los consumidores.
Pero una cosa es el valor del mercado y otra cosa bien distinta es el valor moral. Pensemos en un futbolista, o en los especuladores inmobiliarios. Ganan mucho más -valor de mercado- que un médico, una enfermera o un trabajador social y sin duda más que los reponedores de los supermercados, los conductores de los camiones que nos abastecen de comida o de combustible, o los empleados de un servicio de limpieza hospitalaria. El valor del mercado de los primeros es mucho mayor, pero no así el valor moral de la actividad que desempeñan, que depende de los fines a los que sirven los trabajadores en su ámbito profesional y no de la eficacia con la que satisfacen los deseos de los consumidores.
En el mismo sentido, un reciente estudio de la New Economic Foundation, la institución británica cuyo objetivo es promocionar la justicia social, económica y medioambiental, señala que algunos de los trabajos mejor pagados son socialmente muy destructivos, mientras que muchos empleos imprescindibles tienen remuneraciones indignas. En la sociedad actual no existe relación entre la importancia social de un trabajo y su remuneración.
Cuidar de la salud de las personas o posibilitar la necesidad básica de la alimentación es moralmente más importante que satisfacer los deseos de disfrutar de un partido de fútbol. Y ésta es una de las cuestiones que la pandemia ha puesto de manifiesto, que lo moralmente valioso para una sociedad depende de los fines que persigue esa actividad, y que los precios del mercado no son, de ningún modo, indicadores del valor ético de la misma.
Y si en algo creen los profesionales de los cuidados paliativos es en el valor moral de su actividad. Cuidar es un fin moralmente importante en cualquier ámbito de la sociedad, pero lo es todavía más en el trayecto del final de la vida de las personas. Y hay que ser audaces para emprender, en tiempos de pandemia, el trabajo y la dificultosa tarea de resumir en una guía lo aprendido a lo largo de los años, y de hacerlo de forma sencilla y actualizada. Hay que serlo para asumir unas dificultades aún mayores en el entorno pandémico y en una ciudad con las características tan peculiares de Melilla.
El filósofo Jaime Balmes decía que antes de leer un texto era importante conocer al autor. En el caso de esta guía me atrevería a decir que tan importantes son los autores como lo que comparten con nosotros, algo tan necesario y complejo como es el cuidar profesionalmente de las personas en el final de sus vidas.
Ni del nacimiento ni de la muerte somos testigos, pero sí del proceso, palabra de origen latino que significa caminar hacia delante. Es en este camino donde la guía demostrará su temple y utilidad. Nada más y nada menos.