La COVID-19 y el acratovirus

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LA COVID-19 Y

EL

acratovirus que obliga a la humanidad a cambiar de modelo civilizador Octavio Alberola



La COVID-19 y el acratovirus que obliga a la humanidad a cambiar de modelo civilizador

Octavio Alberola Octavio Alberola es anarquista. Nació en España, en Alaior, Islas Baleares, en 1928. Hoy reside en Perpignan, Francia. En 1939 llega a México con sus padres. A partir de ese momento comienza su militancia anarquista. Actúa en las Juventudes Libertarias y en la CNT española en México. En 1962 forma parte de la organización clandestina “Defensa Interior” constituido por el Movimiento Libertario Español con posterioridad al congreso de la CNT de 1961.En la actualidad participa del “Grupo por la revisión del proceso Granado-Delgado” que, desde 1998, está exigiendo la anulación de las sentencias franquistas. También integra los “Grupos de Apoyo a los Libertarios y Sindicalistas Independientes en Cuba”, GALSIC. Incansable, también colabora con otras iniciativas libertarias en Europa. Es un hombre lleno de historias, escritas en una trayectoria de vida libertaria agitada e intensa.

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La COVID-19 y el acratovirus que obliga a la humanidad a cambiar de modelo civilizador

Según las eminencias de la Real Academia de la Lengua Española, la pandemia actual es una enfermedad, llamada COVID-19 por la Asociación Mundial de la Salud, y por ello lo correcto es feminizar ese nombre y no decir el sino la COVID19. Y, según fuentes oficiales dignas de todo crédito (no todas lo son), el coronavirus que ha producido esa enfermedad, esa pandemia, es realmente un acratovirus (1)1. Se ha confirmado pues la profunda preocupación de varios epidemiólogos e infectólogos (entre ellos, algunos de los más reputados mundialmente) que, ante la espectacular y por el momento imparable hecatombe de políticos contagiados, habían comenzado a preguntarse angustiados sobre la posibilidad de que el coronavirus fuese un acratovirus, por la mutación del coranovirus. Una mutación producida, pocos días después de que este virus comenzara su andadura en la ciudad de Wuhan, ante la pasividad de las autoridades “comunistas” chinas en reaccionar... Y ello porque, como lo piensan estos virólogos, los virus pueden ser también, como los humanos y otras especies vivientes, individualistas o colectivistas, creyentes, agnósticos o ateos, monárquicos o republicanos, liberales, socialistas, comunistas o anarquistas, y, por consiguiente, sensibles a las reacciones humanas, y en particular de las Autoridades ... De ahí que, según estas mismas fuentes (siempre bien informadas), la angustia de estos especialistas en virología e inmunología no fuese producto de la conspiranoia o de hipótesis 1

Le llamo acratovirus por que ha puesto en evidencia la letalidad de la civilización autoritaria.


surgidas de mentes calenturientas o antisistema, sino de mentes lúcidas bien informadas, y, como se ha visto, su angustia estaba plenamente justificada. ¿Cómo no estar angustiados ante una tal hecatombe que está metiendo y manteniendo en cuarentena a muchos gobiernos en el mundo? Y no solo por ser la gobernanza mundial la que está hoy en inminente peligro de parálisis y hasta de desaparición sino por estarlo también el sistema de control y dominación de los pueblos a través de las estructuras del desarrollo capitalista y de la ilusión consumidora... ¡Ese sistema que tantos sacrificios y muertos costó construir e imponer! Afortunadamente y curiosamente, aún según esas mismas fuentes, la identificación del acratovirus, y la confirmación de que no es realmente un coronavirus se ha conseguido en los laboratorios españoles, de biotecnología, que están a punto de encontrar una vacuna, contra el coronavirus, urgidos por el gobierno de coalición progresista... Y de ahí la importancia de esta identificación, pues la urgencia hoy es encontrar una vacuna, contra el acratovirus, antes de que los estragos entre la clase dirigente sean irreparables y los pueblos se vean obligados a funcionar por si mismos, a autogobernarse y pasarse para siempre de políticos y dirigentes de toda laya y estirpe... Esa especie qué, desde siempre, no ha parado de sacrificarse -junto a esa otra especie, la capitalista- para construir -para nosotros, el resto de la humanidad- la maravillosa sociedad del consumo infinito... Aunque, afortunadamente, no para todos igual (no faltaría más), y, además, sin reparar en dejar en ruinas la biodiversidad y grandes zonas del planeta. No seamos pues ingratos, y en estos momentos de ansiedad e incertidumbre, por esta inesperada -aunque previsiblepandemia, obedezcamos disciplinadamente y ciegamente las consignas de los que gobiernan pensando -siempre- en nosotros y para nuestro bien... Y, por consiguiente, aunque nos repitamos, evitemos de darnos la mano, dejemos de besarnos,


no vayamos más a lugares frecuentados, guardemos la distancia de seguridad (dos metros, y, si podemos, cuatro o más...) para evitar el contagio. Pero, sobre todo, lavémonos las manos escrupulosamente con agua (caliente, si posible, y, si no, tibia...) y con jabón (si posible de buena marca) varias veces al día y cada vez que toquemos lo que otros han tocado. Por eso, como ya lo dijimos hace un semana (2)2, no lo olvidemos, todo ello es necesario para protegernos y proteger a los otros, además de serlo también para salvar al sistema que nos ha metido en esta terrible y absurda situación de riesgo e indefensión.... Seamos pues solidarios, practiquemos el apoyo mutuo, aprovechemos este descanso obligatorio para descansar de verdad y reflexionar sobre cómo liberarnos de todo lo que nos es impuesto contra nuestra voluntad. ¡Seamos pues responsables! Sobre todo ahora, puesto que ellos (los que nos gobiernan o aspiran a gobernarnos) no paran de incitarnos a serlo. Comencemos pues a pensar y organizar responsablemente iniciativas autónomas y solidarias para autogestionar la sociedad y dar -por fin- prioridad a las cosas esenciales para nuestras vidas y la preservación de la naturaleza, nuestro hábitat... Asumamos pues esa responsabilidad plenamente. Hagamos caso a sus llamados, a lo que nos dicen, a lo que nos ordenan, y cumplámoslo al pie de la letra... De ello depende ahora evitar el contagio, contagiar a los demás y colapsar los hospitales, provocando así más fallecimientos... Hagámoslo como un deber autoimpuesto, conscientes de su urgente necesidad y para el bien de todos... Y, sobre todo, sin lamentarnos de haber esperando tanto tiempo (años, siglos) en ser responsables, en ser conscientes de nuestra capacidad para autorganizarnos y dar a la vida un sentido más racional, solidario y sostenible que el de la acumulación de cosas que nos impusieron y no han renunciado aún a seguir imponiéndonos. Hagámoslo pues 2

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lúcidamente y sin remordimientos ni perder tiempo en batallas partidistas (las caceroladas), conscientes de que de su cumplimiento depende nuestra supervivencia y la de la humanidad. Pero no olvidemos que nos lo impusieron (todos) pensando en nuestro bien (aunque, claro, también en el suyo) y con nuestro consentimiento muchas veces -es verdad- forzado, como es el caso ahora, ante esta hecatombe que está cuestionando y tambaleando todo: desde su sistema de dominación y explotación mundial, con la sociedad de mercado que ha convertido a los humanos en simples mercancías, hasta las creencias redentoristas con las que conseguían el consentimiento político y social (la servidumbre voluntaria) de las masas dominadas y explotadas. No es pues de sorprender que ese cuestionamiento y tambaleamiento haya provocado ya grandes (y significativos) anuncios de medidas “por el bien común” de empresarios, de trabajadores, de propietarios e inquilinos... Inclusive para el de las personas sin techo. Además de moratorias en hipotecas y en facturas del suministro de luz, gas y agua para personas sin ingresos o sin trabajo. Aunque, claro, a cada uno en función de su estatus, y, sobre todo, de su función en la economía (capitalista) nacional y mundial. Cómo lo ha bien dicho nuestro Presidente de Gobierno: se hará “lo que haga falta, donde haga falta y cuando haga falta”. Y no solo en España, también en el mundo... La prueba de esta voluntad, de hacer lo que “haga falta”, la vemos ya en las medidas aprobadas por los gobiernos de casi todos los países del mundo, y, entre ellas, las más justas y alentadoras -por su lógica (capitalista)- son las decidas en los EE UU por la Reserva Federal, la FED, de compra de activos por 700 mil millones de dólares, y por Trump, con su paquete de


estímulo de 850.000 millones de dólares, promovido para dar liquidez al mercado y salvar las fortunas de los más ricos. ¿Cómo dudar pues de las buenas y loables intenciones de los políticos y no reconocerles su actual sensibilidad social, su inteligencia y pragmatismo para adaptarse a las circunstancias y hacerles frente? Tanto tomando las medidas que las necesidades más urgentes de la sociedad requieren como en sacarles el mayor provecho posible para sus intereses y los de la clase a la que sirven? No desperdiciemos pues la ocasión (cuando esto pase) de reconocerles (a todos) su sacrificio por nosotros (el pueblo) y despedirles ("¡Que se vayan!") solemnemente con aplausos, como los que se han destinado y se siguen destinando (muy merecidamente) en muchos lugares al personal sanitario, que es el que está dando la batalla al virus en directo... Y eso a pesar de tener que hacer frente a una criminal penuria de material y equipos de protección, por la improvisación y las políticas de ajuste presupuestario de las autoridades: de las actuales, pero también de las de antes... No lo olvidemos, como tampoco debemos olvidar lo que pasó en las crisis anteriores, en las que los mas ricos no tuvieron ningún escrúpulo en aumentar -con la complicidad de los políticos- sus fortunas, mientras los trabajadores soportaban los ajustes, resignada .y estoicamente.. No, no lo olvidemos, y aún menos que es, al acratovirus, al que deberemos (consciente o inconscientemente, ¿cómo saberlo?) esta inesperada sensibilización social (en los de arriba) y concienciación colectiva (en los de abajo). ¿Cómo, pues, no dedicarle también nuestros aplausos? Y ello pase lo que pase después, cuando lo hayamos vencido o neutralizado, cuando volvamos a la normalidad... Y ello porque, no nos engañemos, lo que ésta concienciación dé después no depende tanto de ellos como de lo que decidamos y hagamos


nosotros, los de abajo: tanto en el terreno social como en el político y sanitario. Puesto que, como lo reconoce la mayoría de los epidemiólogos e infectólogos, aunque sea difícil de saber cuándo una pandemia va de nuevo a ocurrir, la preparación para hacerle frente está bien establecida, pero es cara, y cuando pase el tiempo los gobiernos volverán -si les dejamos- a sus políticas de recortes y a economizar en estas cosas, como lo han hecho hasta ahora... De nosotros depende pues que esta concienciación -para dar primacía a la vida sobre la acumulación- se mantenga y se extienda... No solo para obligar a los gobiernos a adoptar, como norma, las medidas sociales y sanitarias, que ayer decretaban imposibles y que hoy han adoptado presionados por las circunstancias, sino también para que no haya vuelta atrás y que la norma sea -para siempre- dar prioridad a lo que permite y asegura la supervivencia colectiva sobre lo que es superfluo y nocivo para la convivencia fraternal y solidaria de la humanidad. Seamos pues conscientes, responsables y perseverantes en la aplicación de las medidas para evitar hoy el contagio y contribuir a parar la pandemia, pero también para exigir y hacer posible mañana el cambio del modelo civilizador que ha llevado a la Humanidad a encontrarse en la terrible situación actual. Perpignan, 26 de marzo de 2020 Octavio Alberola


A continuación un texto publicado en el diario PUBLICO el 26 de marzo de 2020 argumentando en el mismo sentido que el texto anterior:

LA CEGUERA https://ctxt.es/es/20200302/Firmas/31450/coronavirus-crisis-ayuda-colaboracion-pedroolalla-medidas.htm

Gracias, coronavirus Esta crisis nos ha situado ante un miedo nuevo: el de exponernos a cruzar súbtamente la frontera que nos convierte en víctimas. Pedro Olalla, Atenas , 26/03/2020 Probablemente, dentro de unas semanas, el contagio del virus se vaya limitando y todo vuelva a la normalidad. Eso es lo deseable, pero no debería ser así. Y no lo digo por el contagio, sino por la normalidad: porque nuestra normalidad dista mucho de ser lo deseable. Lo estamos descubriendo con el virus. Lo sucedido en los últimos días ha sido tan rápido y de tanto alcance que parece que hemos entrado de repente en una nueva época. Hace un par de semanas, nadie se atrevería a predecir que el mundo iba a pararse por una epidemia que, a decir verdad, no se había cobrado más que un puñado de víctimas mortales entre la población más vulnerable a las afecciones respiratorias. ¿Cómo es posible que se pare el mundo por unas cuantas muertes de gripe si 10.000 personas pierden la vida cada día por no poder costearse atención sanitaria? El mundo no se ha parado nunca ante nada: ni ante la gripe común –que se cobra cada año cientos de miles de víctimas mortales–, ni ante la malaria –que supera cada año los 200 millones de casos y las 400.000 muertes–, ni ante el hambre –que padecen una de cada ocho personas en la tierra–, ni ante la miseria –que padecen dos de cada tres–, ni ante el desarraigo –que obliga cada día a más personas a abandonar su casa y su patria–, ni ante la guerra –que afecta directamente al 11% de la


humanidad–, ni ante la desigualdad –que hace que un puñado de magnates acumule mayor fortuna que media humanidad junta–, ni siquiera ante el flagrante deterioro del planeta. Todo eso forma parte de la normalidad. Ignominiosamente, que el sistema con el que nos organizamos sea incapaz de cubrir las necesidades perentorias y los derechos fundamentales de dos terceras parte de la humanidad forma parte de la normalidad. ¿Por qué, entonces, se ha parado el mundo ante este virus? Confieso que ésa es la pregunta que me desafía en el insólito vacío de los últimos días. ¿Por qué el peligro ha sido afrontado con tanta diligencia esta vez? ¿Por qué hemos declarado la alarma? Creo que la respuesta es que el coronavirus nos ha situado ante un miedo nuevo: el de exponernos a cruzar súbitamente la frontera que nos convierte en víctimas. Nos importan los muertos cuando somos nosotros. ¿Por que no se paró el mundo cuando Grecia decreció demográficamente en más de 350.000 personas por las medidas de austeridad de la Troika? Así es. Por increíble –y vergonzoso– que parezca, nunca sentimos de verdad ese miedo cuando hablamos de guerras, de migrantes, de náufragos, de enfermos de malaria o de hambrientos; no sentimos tampoco ese miedo cuando hablamos incluso de recortes, desahucios, suicidios, pérdida de conquistas y derechos dentro de nuestras propias patrias. Todo parece cosas que suceden a otros, cosas que ocurren al otro lado de una tenue frontera. El coronavirus ha desatado el miedo mostrándonos ahora la fragilidad de esa frontera; y ha dejado a las claras dos lacras arraigadas a fondo en nuestra sociedad, que deberían escribirse con mayúscula: la hipocresía y la ceguera. Nos importan los muertos cuando somos nosotros. Solo entonces los vemos de verdad. Y si no es así, ¿por que no se paró el mundo –o la Unión Europea, o el Estado griego– en estos años en que Grecia


decreció demográficamente en más de 350.000 personas por efecto de las medidas de austeridad impuestas por la Troika? ¿Dónde estaban las televisiones y los grandes medios, que ahora andan al acecho para dar la primicia del último contagio, cuando todos los días se suicidaba gente, o vivía en las calles, o era expulsada de sus propias casas? ¿Dónde están ahora que todo esto sigue sucediendo aún? ¿Cómo es posible que quienes, hace poco, se jactaban de promover el desmantelamiento de los servicios públicos y la enajenación de la riqueza nacional para cumplir los objetivos de los memoranda, sean ahora autoridades alertadas, concienciadas y movilizadas por el bien común? El coronavirus nos está demostrando que el mundo se debe detener a afrontar los peligros. Que se puede parar. Que se pueden emprender grandes y urgentes proyectos colectivos. Y que, si no lo hicimos, fue porque no quisimos. Porque, una y otra vez, nos hicieron creer que era imposible. Y porque preferimos creérnoslo. Porque ni nuestra sociedad, ni nuestros gobiernos, ni nuestro sistema han sentido nunca el verdadero miedo que los moviera a situarse a la altura de los grandes retos, a la altura de la empatía y de la solidaridad. Ojalá, en adelante, conscientes ya de la fragilidad de esa frontera que nos separa a todos de la condición de víctimas, aprendamos del miedo y decretemos, civilizadamente, el estado de alerta en nuestras vidas. Pedro Olalla Es autor, entre otros libros, de Grecia en el aire. Herencias y desafíos de la antigua democracia ateniense vistos desde la Atenas actual (Acantilado, 2015), Historia Menor de Grecia. Una mirada humanista sobre la agitada historia de los griegos (Acantilado, 2012) y Atlas Mitológico de Grecia (Lynx Edicions, 2002), y de las películas documentales Ninfeo de Mieza: El jardín de Aristóteles y Con Calliyannis. Reside en Grecia desde 1994 y es Embajador del Helenismo.





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