Octavio Alberola

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La rebelión de “Mayo 68”

Contestación, anarquismo y revolución

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Octavio Alberola


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La rebelión de “ Mayo 68 ” Contestación, anarquismo y revolución

Octavio Alberola Octavio Alberola es anarquista. Nació en España, en Alaior, Islas Baleares, en 1928. Hoy reside en Perpignan, Francia. En 1939 llega a México con sus padres. A partir de ese momento comienza su militancia anarquista. Actúa en las Juventudes Libertarias y en la CNT española en México. En 1962 forma parte de la organización clandestina “Defensa Interior” constituido por el Movimiento Libertario Español con posterioridad al congreso de la CNT de 1961.En la actualidad participa del “Grupo por la revisión del proceso Granado‐Delgado” que, desde 1998, está exigiendo la anulación de las sentencias franquistas. También integra los “Grupos de Apoyo a los Libertarios y Sindicalistas Independientes en Cuba”, GALSIC. Incansable, también colabora con otras iniciativas libertarias en Europa. Es un hombre lleno de historias, escritas en una trayectoria de vida libertaria agitada e intensa. Extraído de: http://mislatacontrainfos.blogspot.com.es/2010/05/ana‐ entrevista‐octavio‐alberola.html

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La rebelión de “ Mayo 68 ”

Contestación, anarquismo y revolución Publicado el 1 de abril de 1974 en RUTA , Órgano de las Juventudes Libertarias en el exilio, Caracas, Venezuela,

Después de los acontecimientos vividos en Francia, en la primera mitad del año 1968, se imponía hacer un análisis de la situación general a la que nos vemos enfrentados hoy los anarquistas y particularmente los españoles: tanto por la continuidad de la dictadura en nuestro país como por la continuidad del proceso de decadencia del movimiento libertario internacional organizado. Y ello pese a la actualización de los principios anarquistas en el mundo de hoy. De ahí la importancia de sacar las consecuencias lógicas del movimiento de contestación que ha estado agitando al mundo. Contestación que en Francia ha alcanzado dimensiones revolucionarias insospechadas al estar las tesis de los "grupúsculos" anarquistas juveniles tan presentes en los acontecimientos que ella provocó. Sin pretender atribuirles una importancia desmedida, sería absurdo no querer admitir que algo de fundamental ha cambiado a partir del “mayo del 68” en el campo revolucionario internacional. Y que ese algo ha abierto nuevas perspectivas revolucionarias en los países en los que, por la alta evolución y concentración capitalista, se creía ya cerrado el ciclo revolucionario que sólo se le consideraba valedero para los países subdesarrollados. Ahora bien, aunque esto haya sido posible ‐en gran parte‐ por la influencia del proceso de radicalización revolucionaria que progresivamente ha ido contagiando a las nuevas generaciones de militantes revolucionarios en todo el mundo como reflejo obligado de las luchas anticolonialistas en Asia, África y América Latina, lo más sintomático es que esta radicalización se haya producido en ruptura total con las organizaciones revolucionarias clásicas y sin obedecer a una estrategia ideológica determinada. Al contario, ella ha arrancando del rechazo al conformismo e inmovilismo de los viejos cuadros dirigentes de estas organizaciones, las que, pese a la diversidad de tendencias, coincidían en una misma renuncia revolucionaria y en la implantación de estructuras burocráticas paralizantes. De ahí que, a pesar de la diversidad de corrientes ideológicas, las nuevas generaciones se hayan encontrado y hayan coincidido en la misma actitud de rechazo, y que la contestación persiguiera y persiga los mismos objetivos: “revivir la lucha revolucionaria para hacer posible la marcha hacia la revolución”.

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Lucha revolucionaria que –dejando de lado las organizaciones descaradamente reformistas‐ se había quedado reducida a un demagógico y paralizante verbalismo revolucionario en manos de las organizaciones revolucionarias clásicas. Principalmente en las organizaciones marxistas, con la exaltación verbal y escrita de las luchas revolucionarias del “Tercer Mundo”, como cobarde justificación de conciencia y de impotencia, mientras se aceptaba, en el “Mundo capitalista” desarrollado, una legalidad hipotecadora de toda acción revolucionaria auténtica. Es así como todas las organizaciones clásicas dejaban, de hecho, de ser revolucionarias para entrar ‐reconociéndolo o no‐ en la vía reformista; pese a seguir reclamándose revolucionarias en el nombre y en la ideología. Han sido pues los acontecimientos de mayo los que han puesto brutalmente en evidencia esta dejación revolucionaria y han permitido probar cuál es la verdadera función de las organizaciones revolucionarias clásicas en el seno de la actual sociedad neo‐capitalista. Su actitud frente a la espontaneidad revolucionaria de las masas y a la combatividad juvenil probó definitivamente su evolución reformista y la función integradora que vienen llenando en el seno de esta sociedad. El "rol" revolucionario ha pasado a los "grupúsculos", a las minorías actuantes, a la base, tanto en los países subdesarrollados como en los altamente desarrollados, y ello ante la misma y brutal oposición de los viejos cuadros dirigentes de la "derecha" y de la "izquierda". La juventud, en ruptura generacional, ha descubierto la función reformista e integradora de las viejas formaciones de la Izquierda clásica y ha enarbolado la bandera de la acción revolucionaria que aquellas habían arriado por la desmovilización revolucionaria de las masas en la sociedad del “bienestar” material y del "gran consumo". Paradójicamente, este replanteamiento de la lucha revolucionaria ha suscitado una reacción de intransigencia y sectaria oposición de las viejas formaciones, que no han querido renunciar al nefasto paternalismo ideológico que venían practicando ni alentar esta renovación que ponía en evidencia su esclerosis. Y es así que se ha producido una inevitable ruptura generacional e ideológica al constatar la juventud revolucionaria, tras innumerables experiencias, la abdicación revolucionaria de esas generaciones. Abdicación producida por una degeneración ideológica que ha posibilitado la implantación del burocratismo y, en consecuencia, del reformismo en el seno de todas esas organizaciones que un día fueron o se pretendieron revolucionarias.

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La denuncia de esta actitud reformista y contrarrevolucionaria era, hasta ayer, la obra de una minoría reducidísima de militantes en rebeldía en cada organización. Hoy, pese a todos los malabarismos demagógicos de los revolucionarios‐burócratas, son grupos importantes de la juventud y del proletariado los que han constatado y rechazado las orientaciones descaradamente contrarrevolucionarias de todas las organizaciones que integran la Izquierda clásica. Organizaciones que sólo sirven para encausar la acción de las masas por los caminos bien controlados de la legalidad democrático‐capitalista. La importancia y la profunda significación del proceso revolucionario, que los acontecimientos de mayo en Francia han puesto al descubierto, estriban en el hecho de que las minorías revolucionarias y las masas han creído de nuevo en el valor de la acción directa como único instrumento efectivo de lucha frente al capitalismo y al Estado opresor, aunque éste haya llegado al Poder por la vía “democrática” electoral. De ahí la postergación de las élites burocráticas, de todas las organizaciones y partidos de la Izquierda clásica, por la espontaneidad estimulada gracias a la acción de minorías activistas que no habían renunciado ni al ideal revolucionario ni a la acción directa consecuente con el mismo. Es pues de esta manera que las “élites” burocráticas se han visto obligadas a poner al descubierto su verdadera función contrarrevolucionaria. No sólo al no renunciar a la “dirección" del movimiento que las masas habían iniciado (sin siquiera consultarles) sino también al movilizar toda la estructura sindical y política para circunscribirlo al terreno de las reivindicaciones salariales clásicas, de los planteamientos legalistas y a su reintegración dentro del marco integrador de la sociedad neo‐capitalista. Y, sobre todo, al oponerse a la espontaneidad revolucionaria y a combatir juntos al sistema opresor, para así apartar las masas de la contestación global del sistema, que era la principal reivindicación del movimiento revolucionario. No obstante, fue así como los grupos revolucionarios juveniles que animaron la contestación lograron alcanzar ‐aunque quizás sin proponérselo‐ un doble objetivo que puede tener consecuencias incalculables en el futuro : tanto para que las masas ‐no sólo en los países del ”Tercer Mundo” o en los llamados países subdesarrollados‐ crean en la eficacia de la acción directa y la usen sino también para que tomen conciencia del papel reformista, integrador y contrarrevolucionario de esos partidos y esas organizaciones obreristas y sindicales que han aceptado encuadrar toda su acción dentro de la “legalidad" democrático‐burguesa. Por algo será que el capitalismo les ha concedido el estatus legal, que las defiende y respeta al comprender que eso las sitúa en contradicción con el ideal revolucionario. Ideal que parte de una constatación objetiva en el curso

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de la historia : la lucha de clases es totalmente incompatible con la "democracia” instaurada por la burguesía. LA CONTESTACIÓN Y LA ACCIÓN REVOLUCIONARIA Por ahora poco importa que los “grupúsculos” revolucionarios no pudieran llevar más lejos la experiencia impugnadora ni que las "élites" burocráticas hayan logrado recuperar el control de sus bases, como tampoco que el capitalismo francés haya podido sortear la crisis gracias a la actitud contrarrevolucionaria de toda la izquierda legalista exigiendo elecciones. Poco importa, porque el valor de ejemplo de esta lección histórica tendrá efectos decisivos para las luchas del porvenir; ya que hasta los más conformistas han debido admitir que las “condiciones objetivas” de las sociedades de “gran consumo” no implican, necesariamente, la inexistencia de condiciones revolucionarias. Al igual como en América Latina, el proceso de radicalización revolucionaria de la juventud parte de una toma de conciencia frente a la abdicación revolucionaria y el reformismo ideológico de las formaciones de la “izquierda clásica”, también en los países industrialmente más desarrollados este proceso, de radicalización de la contestación juvenil, parte de la misma constatación. Una abdicación revolucionaria que, en la mayoría de los casos, se ve agravada por una indiscutible complicidad en la explotación neo‐ colonialista existente actualmente en los países subdesarrollados. Y ello pese a la continua demagogia de estas formaciones en torno a la solidaridad revolucionaria con el “Tercer Mundo”. Por ello, pese a las explicaciones ‐más o menos artificiosas‐ que se han querido dar para explicar este fenómeno de radicalización revolucionaria de la juventud, en el fondo no se trata más que de una toma de conciencia de la contradicción fundamental que tiene paralizada a la “izquierda clásica” en el mundo. Una toma de conciencia y el firme propósito de superar esta contradicción, tanto en el terreno teórico como en el práctico. Y ello con la misma voluntad que, en el pasado, otras generaciones se entregaron a la lucha revolucionaria con auténtico fervor y espíritu de renovación frente a la decadencia conservadora de las generaciones que les había procedido. Claro está que, ahora, al ser las condiciones históricas diferentes y al disponer de una experiencia histórica más vasta ‐que ha puesto repetidamente en evidencia las contradicciones revolucionarias‐, es lógico que la voluntad de renovación ensaye nuevos métodos y se fije nuevos objetivos. Este fenómeno histórico es de singular importancia por cuanto, esta renovación, intenta operar en el seno de todas las fuerzas sociales y en todos los campos de la actividad humana, en los que la dinámica propia de la acción y la información, que caracterizan nuestra época, han puesto en entredicho

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todas las fronteras dogmáticas en las que las doctrinas filosóficas o religiosas y las ideologías políticas querían encerrarse para construir su mundo y su historia. Por supuesto, dentro de esta corriente renovadora no todo es auténticamente puro ni dejan de haber intenciones oportunistas para encubrir una falsa renovación : una apariencia de renovación que permita a las viejas estructuras de seguir en pie. Pero es indudable que, pese a ello, el proceso no deja de generar también, en el propio seno de esas falsas renovaciones, inquietudes y energías creadoras que van más allá de la simulación y se enmarcan dentro del proceso de contestación global. Al punto de crear ‐en el interior de estos movimientos, particularmente en el marxista y en el cristiano‐ situaciones conflictivas de extrema gravedad y violencia : tanto porque en ellos la renovación tiene que enfrentarse al dogmatismo doctrinal como también a la represión policiaca ‐la represión ejercida por los Estados que se reclaman oficialmente de dichas ideologías y que la ejercen en su nombre para preservar la ortodoxia en el Poder. No es de extrañar pues que esta renovación ideológica haya desembocado en la contestación global y en la acción revolucionaria frente a una sociedad que, en el Este como en el Oeste, en nombre de la democracia o el socialismo, bajo las directrices cristianas o marxistas, continúa explotando y oprimiendo al hombre con los mismos criterios mercantilistas del capitalismo y de los Estados fuertes. Lo mismo en Berlín que en Varsovia, en París que en Belgrado, en los USA que en la URSS, la juventud estudiantil y los sectores más consecuentes de la juventud obrera se rebelan contra el sistema autoritario, contra el poder de las “élites” burocráticas que perpetúan e incrementan todas las formas de alienación del hombre. De ahí que se llegue a impugnar no sólo el sistema sino también la ideología que lo informa. Y que, en donde las condiciones lo posibilitan, se pase a la acción revolucionaria, como consecuencia lógica de esta impugnación. Pues, la contestación es, ante todo, una denuncia y un rechazo de una civilización a la que las propias ideologías revolucionarias clásicas han aportado su justificación alienadora al encerrar la revolución en un conjunto de esquemas dogmáticos. La contestación parte de una crítica histórica implacable y sin distingos, por cuanto tiene ante ella todo un cúmulo de experiencias irrefutables que le permiten poner en duda no sólo las realidades actuales sino inclusive las profecías : tanto la profecía capitalista con su sociedad de gran consumo, como la profecía marxista, con su sociedad comunista. Una, la primera, que ha conducido, entre otros, al genocidio del pueblo del Vietnam, y la otra, la segunda, que dio el estalinismo : con su universo concentracionario del cual no logran evadirse ‐pese a la desestalinización‐ ni en Rusia ni en los países satélites.

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Es así como, las "élites" burocráticas de Oriente y de Occidente, con la complicidad que establece la comunidad de intereses y de crímenes, han llegado inexorablemente al compromiso y a la solidaridad autoritaria, del orden establecido, con la llamada "coexistencia pacífica"; que no es más que la paz y el orden de la matraca policiaca de la represión política en todo el mundo. Por ello, pese a todas las maniobras y tentativas de acaparamiento y orientación planificada de este movimiento de contestación ideológico‐ revolucionaria, el espíritu de renovación continua progresando, sin perder ímpetu, ampliando cada vez más sus realizaciones y sus perspectivas. Tanto por su fundamentación objetiva como por haber hecho cuerpo en el único sector social que puede defender y garantizar ‐a legitimo título‐ una auténtica renovación : la juventud. La "juventud en cólera", la juventud que anima el movimiento de contestación ha comprendido que, como decía Albert Camus, “el revolucionario que no es al mismo tiempo un rebelde no es un revolucionario, sino un policía, un funcionario que se vuelve contra la rebelión". De ahí que la contestación sea, al mismo tiempo, rebelión y acción revolucionaria contra las estructuras históricas que materializan la opresión. LA CONTESTACIÓN IDELÓGICA El hecho histórico más importante y más prometedor de nuestra época es esta sensibilización revolucionaria de la juventud; aunque, sin duda alguna, este fenómeno de politización juvenil debe haberse producido ye en otras etapas de la historia. Pero, en el pasado, siempre ha sido una politización condicionada y encuadrada por los intereses de las viejas generaciones que, entrechocando entre sí, necesitaban provocar convulsiones sociales para poder alcanzar sus ambiciones. Actualmente, el fenómeno es totalmente distinto. La juventud se rebela contra el paternalismo de la generación vieja que, al contrario del pasado, es partidaria del estatus quo revolucionario, de la “coexistencia legal” entre explotados y explotadores, entre oprimidos y opresores. Una generación que, en el caso de la fracción que aún se reclama revolucionaria, es partidaria de una demagogia revolucionaria verbalista, que no ponga en juego su cómoda integración a la presente sociedad de valores e ideales mediatizados. Por ello la politización' de la juventud se opera contra todas las ideologías políticas y se orienta hacia una experiencia de contestación global que, además de poner en causa la alienación capitalista rechaza todas las formas de alienación autoritaria, inclusive las alienaciones ideológicas que se pretenden revolucionarias.

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No, no hay una teoría definida que explique y limite esta contestación. Y, mucho menos que encuadre esta sensibilización revolucionaria. Ella se opera en todos los frentes, oponiendo una resistencia ejemplar a su encuadramiento doctrinal. Aunque en lo esencial, al Este como al Oeste, al nivel cultural o al social, en la forma de resistencia pasiva o de lucha violenta, la contestación se reconoce en una misma actitud antiautoritaria y se apoya solidariamente. “La fuerza de nuestro movimiento ­decía Daniel Cohn Bendit respondiendo a una pregunta de Jan‐Paul Sartre– reside precisamente en que se apoya sobre una espontaneidad incontrolable, que da el impulso sin buscar a canalizar, a utilizar a su provecho la acción que él ha desencadenado.” En efecto, y en cierto modo, esta misma espontaneidad y diversidad son, a la vez, el resultado de un propósito consciente de provocar la acción y de una necesidad vital e histórica de encontrar nuevas formas de organización que no sean en si mismas paralizantes. "En ciertas situaciones objetivas, las acciones de una minoría activista ayudan a que la espontaneidad reencuentre su lugar dentro del movimiento social. Es ella la que permite el empuje hacia adelante y no las consignas de un grupo dirigente. Este es el punto esencial. Esto muestra que se debe abandonar la teoría de la ‘vanguardia dirigente’ para adoptar la teoría, más simple y más honesta, de la ‘minoría actuante’ que juega el papel de un fermento permanente, empujando a la acción, sin pretender dirigir.” Estas declaraciones, que respondían a una realidad en marcha durante el movimiento de mayo en Francia, definen una estrategia y unos objetivos revolucionarios concretos, que van mas allá de las absurdas fronteras impuestas, a la acción revolucionaria, por las ideologías que se han demostrado incapaces de trascender sus limitaciones dogmático‐sectarias. Particularmente aquellas que, tras la conquista del Poder, se han institucionalizado, convirtiendo lo que era una ideología revolucionaria en ideología de Estado, en ideología represora y contrarrevolucionaria, como lo han probado todos los acontecimientos recientes en los países “socialistas”. Hasta ahora, la renovación intentaba operar una especie de purificación en el seno de cada ideología, creyendo poder conseguirlo con una simple renovación de hombres en los puestos claves del movimiento revolucionario. Ahora ya se comienza a pensar y actuar de otra manera, la posición es ya menos simplista, más objetiva, más lógicamente crítica. La renovación implica ahora una contestación conceptual global de todo el pensamiento revolucionario, y, en primer término, del propio concepto de ideología. No sólo porque éstas han mostrado ‐como lo mostraron en el pasado las doctrinas morales y religiosas‐ su inocuidad frente a los fenómenos absolutistas, contrarrevolucionarios, sino también porque pueden ser

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instrumentalizadas por las “élites” dirigentes para satisfacer su ambición de concentración del poder personal, y con ello el inmovilismo burocrático y la demagogia. Pues hasta la propia ideología libertaria se ha demostrado incapaz de evitar todos estos desviacionismos autoritarios, toda la corrupción institucional que se creía poder evitar con la simple afirmación doctrinal de una ideología no autoritaria. Así pues, la contestación trasciende todas las limitaciones y contradicciones, propias de las ideologías‐dogma, mediante una actitud de crítica permanente ‐inspirada en una toma de conciencia colectiva‐ frente a la impotencia ideológica para resolver el eterno conflicto entre teoría y práctica. Es decir : situando la acción revolucionaria ‐para poner fin a la realidad opresiva‐ en el contexto global de la actividad humana. Un contexto en el que la “utopía” revolucionaria puede ser directamente confrontada con las estructuras, las actitudes y los dogmas que, afirmándola en la teoría, la niegan en la práctica. CONTESTACIÓN : CRITERIO VIEJO Y CRITERIO NUEVO La experiencia histórica ha demostrado que, efectivamente, tal como anunciaba la crítica anarquista, el Poder es fuente de corrupción, inclusive el “Poder revolucionario”; pues no sólo el Estado representa una forma de Poder sino inclusive la propia organización revolucionaria lo es cuando su estructura se burocratiza. De ahí que la corrupción burocrático‐autoritaria se haya implantado también en los medios libertarios con las mismas manifestaciones inmovilistas y desviacionistas que ha tenido a través de las estructuras orgánicas de otras ideologías Por ello no es de extrañar que los jóvenes anarquistas franceses llevaran – siguiendo el ejemplo dado por los jóvenes libertarios españoles‐ también la contestación al seno del propio movimiento anarquista francés, del que acabaron separándose para conseguir su independencia de acción y el derecho de propiciar una línea más revolucionaria, tras vanos intentos por sacarlo de su letárgico vegetar burocrático y de una formal y cruda puesta en causa del espíritu y los hábitos paternalistas de la vieja militancia. Esa militancia que, sin quererlo y sin darse cuenta, se había ido integrando folklóricamente al orden capitalista y al vegetar demagógico, como el resto de las “fuerzas revolucionarias de la izquierda francesa. Tal como se ha demostrado después y como lo probó el sentido claramente antiautoritario de la contestación de mayo, no se trataba de una ruptura con las ideas anarquistas sino de una saludable ruptura con todo lo que, dentro del anarquismo, representaba el conservadurismo burocrático y el inmovilismo revolucionario de grupos de militantes que, consciente o inconscientemente, se habían reducido el horizonte y la actuación a la simple rutina y mitos orgánicos, mediatizando el anarquismo tanto en el terreno de

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la acción revolucionaria como en el ideológico, con su inevitable secuela de exclusivismos y sectarismos. Los libertarios, deben comprender y admitir que el conflicto planteado por la juventud revolucionaria, en el campo de la contestación internacional, no va dirigido sólo contra las estructuras arcaicas de la sociedad moderna ‐ incluidas las organizaciones de la Izquierda clásica– sino que ella proviene de una rebelión, de una contestación inicial en el seno de sus respectivos movimientos, frente a la mentalidad y conducta arcaica, paternalista e inmovilista de los viejos cuadros dirigentes. Lo que si bien puede herir la susceptibilidad de militantes con un largo y honroso historial de lucha, no por ello debe silenciarse. En este sentido, y los anarquistas podemos decirlo con un cierto orgullo y satisfacción, nuestra puesta en causa del reformismo paralizante y de la demagogia ideológica, con los que nuestros dirigentes‐burócratas han querido encubrir su paternalismo conservador, ha sido acertada, necesaria y dinamizadora. No sólo porque ha sido esta actitud la que ha permitido al anarquismo volver a ser revolucionario sino también para ser otra vez centro de interés y de actualidad. Sin este primer paso, obligadamente necesario, habría sido imposible llegar a la contestación global del sistema opresivo, a la sensibilización revolucionaria y a la radicalización de la lucha que acabaría evidenciando el papel contrarrevolucionario de las organizaciones clásicas integradas a la legalidad democrático‐capitalista. "Es en torno al planteamiento conflictivo juventud/libertad y vejez/autoridad que, además de articularse el conflicto tradicional dirigidos/dirigentes y el actual conflicto rebeldes/resignados, acaban fermentando los problemas de la sociedad burguesa… Es a partir de esta rebelión fundamental que han podido expresarse juntas, entrelazadas, las rebeliones contra la sociedad capitalista y contra la sociedad tecno­burocrática, la reivindicación del bienestar y la reivindicación del más allá del bienestar”. (Edgar Morin, en Le Monde) Ya sea en los Estados Unidos, en Francia, en la América Latina o en otras partes, el movimiento de rebelión de la juventud actual se manifiesta primero por esta rebelión antipaternalista. Por ello el primer paso consiste en la afirmación de un criterio “nuevo” frente a todo lo “viejo”. Viejo más bien en el sentido fisiológico que histórico; porque no sólo el hombre, al envejecer, se vuelve conservador, sino también las organizaciones, las ideologías y la propia sociedad. El fenómeno de anquilosamiento, de decadencia senil, es general y ni siquiera las organizaciones, las ideologías y las sociedades que han respondido, en su origen, a una inquietud y a una voluntad revolucionaria escapan a esta ley natural del devenir humano. He ahí el por qué esta

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decadencia tenía que acabar engendrando en la juventud ‐como reacción inevitable‐ un espíritu de renovación difícilmente domesticable por las viejas generaciones sumidas en un estado de postración revolucionaria sin precedentes. Por el momento, la renovación está en la fase de la contestación crítica, en la fase de la demolición de dogmas y tabúes, y, aunque en su etapa actual ya pueden descubrirse las líneas generales de una renovación ideológica y revolucionaria de gran trascendencia para el porvenir de la revolución, su formulación teórica sólo será posible en la medida que la acción impugnadora pueda continuar. Lo importante ahora es pues que la contestación continúe y que la juventud, que la haga suya, sepa preparar el relevo a las nuevas generaciones. No sólo por ser consciente de que el proceso revolucionario no puede ser agotado por una sola generación sino también para atribuirle límites. Límites que fatalmente acabarían engendrando nuevos dogmatismos. Así, prosiguiendo la contestación crítica, la acción revolucionaria se consolida ideológicamente con todos los aportes positivos del pensamiento antiautoritario no dogmático que, hasta ahora, el sectarismo ideológico había discriminado. Pues inclusive en los medios anarquistas, en los que por definición ello no debería ser posible, se había producido tal discriminación a causa de los desviacionismos burocráticos y autoritarios. CONTESTACIÓN Y REVOLUCIÓN Enfrentadas a realidades que no dejan ninguna posibilidad a la justificación reformista –la guerra en el Vietnam, la discriminación racial en los USA, la lucha contra las dictaduras fascistas en Europa y contra las oligarquías en América Latina, y las secuelas del estalinismo sin Stalin‐, las organizaciones clásicas se han demostrado incapaces de adoptar actitudes consecuentes con las ideologías revolucionarias que las informaban. Su esclerosis burocrático‐ reformista se ha evidenciado más dramáticamente al presentar una irresponsable resistencia a la corriente renovadora juvenil, obligándola así a adoptar una actitud de oposición irreductible y de independencia. Sobre todo en el terreno de la autenticidad revolucionaria; pues es en este terreno en donde el conservadurismo de la Izquierda clásica es más nefasto. Por ello no es de sorprender que la renovación haya implicado una reactualización, de la acción y la problemática revolucionaria, precisamente al margen y en franca oposición con los cuadros dirigentes de las organizaciones y los movimientos ideológicos que decían tener por objetivo la revolución. De ahí la significativa coincidencia entre la contestación y los movimientos revolucionarios que, en diferentes puntos del mundo, han entablado el

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combate al imperialismo made in USA o made in URSS. Tanto para afirmar su independencia, frente a toda clase de tutelaje ideológico, como para reactualizar la autenticidad revolucionaria. Y es así aunque en su seno haya jóvenes de todas las procedencias ideológicas y aunque la unidad doctrinal sea aún quimérica. De ahí la importancia de que, pese a las divergencias doctrinales, la juventud revolucionaria haya descubierto la existencia una comunidad de objetivos y de una línea práctica de trabajo y de encuentro para todos los que sinceramente quieren luchar por la revolución. “Alrededor de las barricadas se ha realizado la unidad obrera y revolucionaria, contribuyendo así los estudiantes a la defensa de los intereses de los trabajadores. Esta unidad se ha fraguado en la democracia obrera y en el respeto de todas las tendencias revolucionarias.” (De la Declaración “En pie pueblo obrero”, del Movimiento 1° de Mayo). “Por lo pronto, y más allá de las oposiciones grupusculares, hemos podido realizar un trabajo en común. No es cuestión, pues, de decretar la inexistencia de tales oposiciones manera voluntarista; pero está en curso un proceso en el que las divergencias nacerán de la confrontación teórica y práctica en la realidad más que de las querellas de palabras entre capillas. Los particularismos terminológicos son ya puesto en causa en tanto que percepciones rígidas e inmutables de la realidad que funciona como medio de diferenciación con los otros grupúsculos y no como instrumento de análisis científico. Por otro lado, nosotros estamos dispuestos a evitar la recuperación por un grupo político particular, como por la administración y los profesores liberales adeptos al “diálogo” y a la “contestación” en sala cerrada.” (Extraído del Boletín del Movimiento 22 de Marzo, Nanterre, abril 1968) La afirmación, teórica y práctica, enunciada por la juventud revolucionaria en América Latina, “la revolución es la obra de todos los revolucionarios”, ha tenido una indiscutible repercusión y prolongación en el movimiento de contestación social del mes de Mayo en Francia. Y, en su sentido más profundo, ha puesto espectacularmente a todas las organizaciones revolucionarias clásicas delante de un dilema decisivo : volver a la autenticidad revolucionaria o traicionar la revolución al consolidar, con su actitud reformista, al bando defensor de la legalidad democrático‐capitalista. Además, esa afirmación revolucionaria antisectaria ha devuelto a la revolución su independencia y autenticidad doctrinal que todas las ideologías querían secuestrar en beneficio exclusivo. Autenticidad e independencia que, en la práctica, implican dos afirmaciones de una gran importancia teórico‐práctica para el futuro del movimiento revolucionario. En primer lugar, por el rechazo del callejón sin salida del parlamentarismo burgués y la afirmación de la acción directa como única arma eficaz para abrir paso a la revolución y asegurar la continuidad de la

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rebelión del hombre frente a toda forma de alienación física o espiritual. Y, en segundo lugar, por el rechazo de los sectarismos y la afirmación de la unidad revolucionaria sobre los dogmas ideológicos y en base a una auténtica y leal solidaridad. Así, al afirmar la acción directa se rompe con toda la práctica reformista y se vuelve a los orígenes prometedores de las ideologías revolucionarias. Se descubre la autenticidad de las diversas posiciones y que las divergencias no tenían el carácter fundamental e irreconciliable que posteriormente han llegado a tener. Y así se comprende que el problema de la revolución es algo que compete a todos los revolucionarios y no sólo a tal o cual fracción de ellos, y que es absurdo e inadmisible pretender apropiarse de la revolución en nombre de tal o cual ideología. La contestación, en el campo de la revolución, implica, pues, la denuncia de todos los viejos dogmas revolucionarios que condujeron a la clase trabajadora a constituirse en bandos antagónicos y, en consecuencia, a su progresiva desmovilización revolucionaria. De ahí que esta denuncia implique también concebir la revolución como la rebelión permanente de todos los oprimidos frente a todas las formas, presentes o futuras, de la opresión. Una rebelión que debe ser antidogmática en lo fundamental, pues es a partir de ella que todos los humanos podrán alcanzar su auténtica liberación y practicar, al mismo tiempo, una efectiva solidaridad revolucionaria, sin la cual la revolución no sería posible ni siquiera deseable. CONCLUSIÓN De todo lo anteriormente expuesto se puede sacar una serie de conclusiones que, pese a que pueden parecer heréticas para los detentadores del dogma y dar lugar a nuevas excomuniones, hay que tener la honradez y la decisión de expresar con toda claridad, tanto para ser consecuente con las mismas como con la ética libertaria que decimos sustentar. La primera es que, después de más de medio siglo de enfrentamientos y de exclusivismos revolucionarios, todas las corrientes socialistas –“libertarias” y “autoritarias”‐ tienen que reconocer lo negativo del dogmatismo revolucionario y la necesidad histórica de crear una unidad de acción revolucionaria frente al principal enemigo de la revolución : el sistema capitalista en todas sus variantes, sea el capitalismo privado o el capitalismo de Estado. La segunda es que no se encontrará uno solo, entre todos los grupos revolucionarios que intentan replantear la lucha global contra el capitalismo, que no sienta y defienda esta necesidad histórica de unidad revolucionaria para marchar hacia la revolución. Una comunidad de miras y de enfoque que

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tiene, además, como elemento estimulador y como garantía para el porvenir, la experiencia acumulada e inobjetable de los fracasos sucesivos de todos los dogmatismos revolucionarios. Y entre ellos, por si esta experiencia no fuera aún suficiente, la brutal agresión imperialista soviética contra el propio partido comunista checoslovaco, que ni en descaro ni en brutalidad tienen nada que envidiar a las peores agresiones del imperialismo yanqui. Una agresión que ha demostrado, sin lugar a equívocos, a donde conduce fatalmente el dogmatismo ideológico, el autoritarismo y la exclusividad revolucionaria. Así pues, a la derecha y a la izquierda del movimiento revolucionario, asistimos a una puesta en causa de todos los dogmas ideológicos tenidos hasta ahora por sacrosantos. Puesta en causa que ja permitido poner al descubierto todos los auténticos valores hasta ahora mediatizados en las ideologías‐secta. De ahí que los marxistas no dogmáticos comiencen a desconfiar de la infalibilidad del materialismo histórico, redescubran el humanismo y vuelvan a reivindicar y luchar por la libertad, y que los libertarios reconsideren la importancia de la economía y sitúen al hombre en el contexto social actual, buscando soluciones menos dogmáticas y más realistas al problema individuo/sociedad, libertad/autoridad. Unos y otros descubren que el problema libertad/autoridad es más complejo que lo habían imaginado. Que ni el Estado se destruye a si mismo, para dar paso a una sociedad libre, ni los libertarios escapan a las prácticas autoritarias cuando establecen formas de organización paternalista y burocrática. En uno y otro caso la realidad no concuerda con la teoría y el ideal es, consciente o inconscientemente, traicionado. “El problema esencial está en situarnos dentro de una perspectiva crítica con respecto a la sociedad dentro de la cual vivimos. Todas las posiciones que tienden a justificar esta sociedad no nos interesan. Nosotros nos situamos del punto de vista de la contestación de la sociedad y del Poder. No es transformar las relaciones de producción, sino transformar la noción misma del trabajo económico lo que nos interesa. Se trata pues de una revolución. En los países del Este, a la burocracia del Poder burgués se ha sustituido una burocracia del partido comunista puesto como líder de la clase obrera; el problema del Poder no ha sido resuelto, sólo se ha desplazado. Ahora bien, dentro del Movimiento del 22 de Marzo, nosotros queremos (otra tendencia no está de acuerdo) meter en causa no sólo aquellos que ejercen el Poder sino la idea misma de un Poder, de una Jerarquía, de una Dirección.” (De la declaración de O. Castro, militante del Movimiento del 22 de Marzo, en la Mesa Redonda organizada por Radio‐ Luxemburgo el 17 de mayo de 1968).

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Que duda cabe que, mientras marxistas y anarquistas no hayan encontrado una solución común al problema eficacia‐libertad, el problema del Poder sigue y seguirá siendo la piedra de toque de todas las divergencias del movimiento revolucionario. Pero, en ambos campos, e inclusive fuera de ellos (al menos oficialmente), está en marcha un proceso de replanteamiento, de análisis, de búsqueda de una síntesis eficaz y lógicamente consecuente con el ideal de una sociedad auténticamente libre, en la que el hombre se libere definitivamente de todas las sujeciones físicas y espirituales. No son sólo pensadores de diversas procedencias los que han sentido y afirmado, con hechos, esta necesidad y esta voluntad de superar, crítica y prácticamente, el gran escollo que imposibilita la unidad, la coherencia y el triunfo del movimiento revolucionario, sino también pensadores de los diferentes grupos juveniles inmersos en el proceso de contestación que sacude al mundo . Para nosotros es, pues, un deber el ayudar a que esta síntesis sea posible, tanto porque ella es la condición sine qua non de la marcha hacia la revolución como para que la orientación antidogmática, antiautoritaria, esté sólidamente garantizada en ella. Sin olvidar que, para que todo esto sea alcanzado –como lo ha probado el movimiento de contestación‐ se requiere de la continuidad del proceso de radicalización revolucionaria que afirma, frente al reformismo integrador, la acción directa y el testimonio permanente de una solidaridad revolucionaria, la afirmación de la Rebelión del hombre frente a toda forma de imposición, de esclavitud, de alienación. Además de la denuncia y el combate contra toda forma de demagogia revolucionaria y de mixtificación ideológica, del rechazo del dogmatismo del burocratismo, y del convencimiento de que el socialismo es inseparable de la libertad, y que el anarquismo no es simplemente sinónimo del rechazo de la autoridad. Pues también en su nombre algunos dirigentes‐burócratas han impuesto en el seno del movimiento las peores aberraciones sectarias y autoritarias, al igual como en el otro campo revolucionario fueron posibles las aberraciones estalinianas en todas sus variantes : rusa, china, etc. Y ello porque las afirmaciones deben implicar una gran responsabilidad para los revolucionarios; particularmente para los anarquistas, por ser quienes más hemos insistido en la importancia de combatir el dogmatismo y practicar la solidaridad. Tenemos pues que ser los primeros en demostrar que lo que decimos lo sentimos y lo practicamos. Junto con el ejemplo de la entrega en la acción debe venir, inseparable, el ejemplo de la conducta antidogmática y solidaria. Debemos pensar, sentir y demostrarlo en los hechos que, para nosotros nada importan las denominaciones, las etiquetas, si detrás de ellas no hay una actitud humana dispuesta a luchar fraternalmente para acabar con la explotación y el dominio del hombre por el hombre.

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Participar y ayudar a que esta regeneración del ideal y la acción revolucionaria fructifiquen debería ser uno de los imperativos de la hora para todo anarquista que se precie de serlo y que no se resignen a ser simple espectador de la historia. No olvidemos que de nuestro aporte a la contestación y a los grupos juveniles que la animan dependerá el grado de afirmación libertaria y de orientación definitivamente antiautoritaria de la misma.

Epílogo 40 años después… Este "epílogo" está escrito 40 años después de haber sido escrito y publicado el texto que precede. Es decir, hace más de 46 años de aquel mítico mes de Mayo de 1968 que tantas ilusiones despertara en cuantos en el mundo aspiraban y aspiran a un mundo sin miseria y opresión. De un tal entusiasmo e ilusión es un testimonio fehaciente mi propio texto, y, no obstante el tiempo pasado desde entonces y la situación en la que se encuentra hoy el mundo, sigo considerando que ese movimiento de contestación antiautoritaria fue decisivo para la renovación del pensamiento revolucionario y de su práctica en un sentido de mayor autenticidad y coherencia en lo que debe ser el ideal emancipador liberado de dogmas y sectarismos. Es posible que la situación actual impida ver esos logros y que algunos consideren aquello un fracaso más en la larga historia de la emancipación humana. Yo no lo creo y estoy convencido de que el mundo de hoy es, pese al aparente triunfo del capitalismo mundializado, más libre y humano que entonces lo era. La crisis actual, provocada por el irracional funcionamiento del capitalismo, prueba la incapacidad de este sistema a responder a aquellas aspiraciones y me incita a pensar no está lejos el día en que las nuevas generaciones tomarán el relevo de aquel combate para seguir profundizando y avanzando en el camino de una humanización cada vez más consciente, responsable, justa y libertaria. Octavio Alberola – diciembre de 2013.

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