La casa de los espíritus
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La niña Alba Capítulo IX Alba nació parada, lo cual es signo de buena suerte. Su abuela Clara buscó en su espalda y encontró una mancha en forma de estrella que caracteriza a los seres que nacen capacitados para encontrar la felicidad. «No hay que preocuparse por esta niña. Tendrá buena suerte y será feliz. Además tendrá buen cutis, porque eso se hereda y a mi edad, no tengo arrugas y jamás me salió un grano», dictaminó Clara al segundo día del nacimiento. Por esas razones no se preocuparon de prepararla para la vida, ya que los astros se habían combinado para dotarla de tantos dones. Su signo era Leo. Su abuela estudió su carta astral y anotó su destino con tinta blanca en un álbum de papel negro, donde pegó también unos mechones verdosos de su primer pelo, las uñas que le cortó al poco tiempo de nacer y varios retratos que permiten apreciarla tal como era: un ser extraordinariamente pequeño, casi calvo, arrugado y pálido, sin más signo de inteligencia humana que sus negros ojos relucientes, con una sabia expresión de ancianidad desde la cuna. Así los tenía su verdadero padre. Su madre quería llamarla Clara, pero su abuela no era partidaria de repetir los nombres en la familia, porque eso siembra confusión en los cuadernos de anotar la vida. Buscaron un nombre en un diccionario de sinónimos y descubrieron el suyo, que es el último de una cadena de palabras luminosas que quieren decir lo mismo. Años después Alba se atormentaba pensando que cuando ella tuviera una hija, no habría otra palabra con el mismo significado que pudiera servirle de nombre, pero Blanca le dio la idea de usar lenguas extranjeras, lo que ofrece una amplia variedad. Alba estuvo a punto de nacer en un tren de trocha angosta, a las tres de la tarde, en medio del desierto. Eso habría sido fatal para su carta astrológica. Afortunadamente, pudo sujetarse dentro de su madre varias horas más y alcanzó a nacer en la casa de sus abuelos, el día, la hora y en el lugar exactos que más convenían a su horóscopo. Su madre llegó a la gran casa de la esquina sin previo aviso, desgreñada, cubierta de polvo, ojerosa y doblada en dos por el dolor de las contracciones con que Alba pujaba por salir, tocó la puerta con desesperación y cuando le abrieron, cruzó como una tromba, sin detenerse hasta el costurero, donde Clara estaba terminando el último primoroso vestido para su futura nieta. Allí Blanca se desplomó, después de su largo viaje, sin alcanzar a dar ninguna