Una palabra tuya bàstara para cuaresma15

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…Quizá en la Cuaresma que empezamos necesitamos oír de labios de Jesús una palabra personal que aliente, ilumine y acompañe nuestros pasos, que cambie nuestra vida. Por eso, desde el lema TE DOY MI PALABRA, les proponemos unas pistas cada semana, al hilo del Evangelio de los domingos, para acompasar la vida como un itinerario hacia la Pascua, hacia una vida nueva, vida de calidad, super-vida, ¡MÁS que VIDA!


La verdad: creer que es el Espíritu Santo quien “te Empuja” al desierto o, dicho de otro modo, quien te acompaña para ser tentado… es un poco difícil de digerir. Este año la Iglesia proclama la versión de Marcos que describe la tentación como “vivir rodeado de alimañas”. No dice nada más. Solo añade que a Jesús “los ángeles le servían”. Curioso… Quizá alguna vez hayas vivido (o vives) la tentación en modo “vivir-rodeado-de-alimañas”. Estas pueden ser de muchos tipos: personas que nos agotan, nos envidian, nos explotan, nos ignoran, nos hacen daño, nos amenazan… Pero también pueden ser alimaña tipo B, es decir, situaciones que funcionan en nuestra vida como pequeños animalillos depredadores: nos quieren quitar la alegría, la esperanza y el amor, que al final, es como si nos quitaran todo.


Y aquí viene la buena noticia de esta primera semana de Cuaresma: ¡también en esas situaciones puedes crecer!, ¡Dios pone ángeles junto a ti para servirte en las circunstancias más dolorosas o difíciles que vivas!. El Dios de la Vida, el Dios de Pascua, tiene una palabra para ti en medio de la tentación y el desierto: crece, vive, sigue creciendo, camina… ¡se tú! ¡Una palabra Mía bastará para que crezcas! … si tú quieres, claro. ¿Por qué no pones nombre a las “alimañas” diversas que te rodean en este momento de tu vida? No vaya a ser que las estés alimentando o no estés permitiendo a los “ángeles” que Dios pone cerca de ti, que te sirvan y cuiden para permanecer y no caer en tentación…


El miedo nos hace decir cosas, a veces, de las que no somos plenamente conscientes. Pedro estaba asustado. Aunque el relato de la Trasfiguración no nos explica por qué, parece indicar que también la luz (y no solo las tinieblas) nos pueden asustar. Nos quejamos de la oscuridad, de las dudas, de la cruz, de la prueba, de la soledad… pero curiosamente también experimentamos que cuando algo es tan bueno y luminoso como la Transfiguración, entonces, nos asustamos. ¿Falta de fe? ¿falta de esperanza? ¿falta de amor?


Jesús, probablemente, estaba tan asustado como los discípulos. Buscaba la oración y se dirigió al Monte. Esta vez no quiso ir solo, sino con sus amigos. Y Dios, su Padre, que conocía sus dudas, su cansancio y su miedo, le “regala” una experiencia de luz, una experiencia profundamente vocacional (por cierto, ¿acaso alguna vez dice el Evangelio que Jesús no tuviera miedo? ¿lo hace eso menos divino?)… Necesitamos recordar y pedir a Dios que pronuncie sobre nosotros Su Palabra, esa Palabra que me nombra y me sostiene desde siempre. Jesús escucha lo mismo que escuchó en su Bautismo. Es volver a la fuente, al origen de ti mismo… Vuelve a ti… Vuelve a esa Palabra primera que te hace resplandecer serenamente. Y confía… ¡confía! Quizá es la mejor manera de no perder la vida discurriendo qué significa eso de “resucitar de entre los muertos”…


“Jesús sabía lo que hay dentro de cada persona”. Así termina el Evangelio de este domingo. Es la escena de los mercaderes del Templo, para muchos especialistas, la escena clave para comprender la Pasión y causa primera de su Crucifixión. Sea como sea, es profundamente significativo: Sólo Él tiene una Palabra para entrar y poner orden, porque “conoce lo que hay dentro”. Dentro de ti, dentro de mi… No sé cómo está de limpia tu habitación en este momento… o cómo tienes la mesa de ordenada…La cuestión es si dedicas, al menos, el mismo tiempo e interés a ordenar y hacer habitable tu espacio interior, tu “templo”, como dedicas a tu habitación o tu escritorio o tu bolso o tu cartera…


Al principio era el caos y el caos llenaba la tierra. La presencia de Dios siempre ordena, siempre pone “cada cosa en su sitio”: a veces, conlleva látigo y derrumbar algunas mesas… otras veces implica separar la luz de las tinieblas o el agua de la tierra. Es decir, implica discernir, separar y elegir. Jesús no se enfrenta al Templo por capricho o para recriminarles, sino para embellecerles, para poner orden, para distinguir, para elegir. Para que no convirtamos el Templo (tu vida, tu cuerpo, tu espacio interior) en algo que no es. No es lo mismo un mercado que la casa de Dios… ¿verdad? Pues, ¡adelante! ¡Tenemos una semana por delante para entrar de la mano de Jesús al Templo, a tu templo! Pídele que te ayuda a distinguir, a poner orden, a elegir la belleza… Esa que nada ni nadie puede destruir. Porque reposa en Su palabra, no en la nuestra…


“El que cree en Jesús no será juzgado… porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgarte, sino para que te salves por Él”. ¿Te parece poco iluminador? Nos pasamos la vida juzgando y sufriendo por los juicios (reales o imaginarios) que otros vierten sobre nosotros. Y resulta que no… que no se trata de eso… que se trata de creer y de ¡¡¡brillar!!! Sí, sí, eso que tiene tan mala fama en lenguaje cristiano: ¿cómo es posible que lo que Dios me pida es que brille? ¿Acaso no es lo contrario de la vida de Jesús? ¿acaso Él no se abajó y se humilló por nosotros? Y es entonces, cuando tenemos que volver a Su Palabra, una y otra vez…: “El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas”.


En el fondo, fondo, como sabemos que la Resurrección es nuestro lugar vital por naturaleza y el único “hábitat” posible para el seguimiento, todos anhelamos que esto de morir no sea necesario. A lo mejor, hasta te parece raro que un paso de este camino cuaresmal, sostenidos en Su Palabra, sea para morir. Pues sí… me temo que sí. Porque la muerte está ahí, queramos o no. Hay muerte porque morimos; hay muerte porque matamos. Podemos escuchar un a vez más que esto de morir es sinónimo de vida y fecundidad, que la muerte no es el final… Sí. Pero en todo caso, hay que vivir la muerte. Y eso no nos gusta. Nos duele. Nos asusta.


Por eso, más que ninguna otra semana, para morir y dar fruto, necesitamos una palabra Suya. Más que ninguna otra semana, cada uno necesitamos saber cuál es esa palabra que nos permita permanecer y seguir adelante sin amargura, sin resentimiento, sin sacrificios huecos… Jesús no fue así a la muerte. “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor”. Y Jesús pasó por la muerte… ¿Para ser glorificado? Sí… pero eso vino después. Cuando uno está sufriendo, no hay “después” más que en la fe, en la confianza. Todo lo demás es muerte. Y ahí daremos fruto. Si Dios quiere… .

equipo acompasando

http://www.acompasando.org/


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