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Perfiles de mi Tierra EJERCICIO DE LA MEMORIA

En mis archivos conservo uno de los primeros artículos que escribí y publiqué en LA VOZ DE TACNA, entonces diario decano y único. El título es A PROPÓSITO DE UN CONCURSO y está fechado el 29 de marzo de 1967, a mis frescos 19 años. Después, a partir del 24 de junio de 1973 publico, en CORREO, mi columna RUMOR DEL CAPLINA que el pasado 24 de junio ha cumplido sus primeras Bodas de Oro. Medio siglo apareciendo semanalmente es un aporte a la historia tacneña a partir de lo cotidiano.

No he parado de escribir, desde entonces, en cuanta revista o periódico importante se publicó en Tacna y que, como todo emprendimiento sin respaldo económico y sin lectoría, muchos de ellos llegaban al segundo número.

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Una de aquellas revistas en la que colaboré tenía por nombre SAN RAMÓN. Ése hecho me llevó a evocar el hospital, del mismo nombre, en el que nacimos la mayoría de tacneños hasta 1955, año en el que empezó a funcionar el hospital regional Hipólito Unanue, inaugurado en agosto de 1954, como parte de las obras que, en homenaje a las bodas de plata, de la reincorporación de Tacna al Perú, se construyeran en el gobierno del general Manuel A. Odría.

Al nacer en aquel hospital me recibió el doctor Gordillo, director del nosocomio, asistido por religiosas de la congregación de Santa Ana, que reemplazaron a las antiguas de San Vicente de Paúl. Mi madre tenía apenas 14 años. Dicen que lancé un fortísimo alarido. El doctor dijo “no llores hijita, este crío dará que hablar” Aún no sé si para bien o para mal.

Mi primera enamorada, mi “gila”, como se decía entonces, se llamaba Mirtha y estudiaba en el Instituto de Comercio, de la Gran Unidad Escolar Francisco Antonio de Zela. Era

Fredy Gambetta

Poeta y cronista de Tacna bajita, de larga cabellera castaña, rostro de gatita, con ojos enormes y labios sensuales, a lo Brigitte Bardot.

Recuerdo que ella con uniforme, yo con el caqui de la GUE Coronel Bolognesi, y ataviado con las insignias de policía escolar, nada menos, bajábamos abrazados por la silenciosa, desierta y angosta calle Bolívar. De eso hace más de medio siglo.

Con Mirtha solíamos visitar, los domingos por la tarde, el hospital San Ramón llevando golosinas a nuestros amigos que sintonizaban otras ondas. Algunos no sintonizaban ninguna y vivían sus propios mundos de fantasía, con la mirada perdida en el vacío.

Allí veía a Renaura, que era una mujer tacneña, entonces seguramente cuarentona, morena, de mediana estatura, muy amable, siempre callada y descalza. En mi infancia la había visto caminar por la avenida Bolognesi, frente al mercado, mi inolvidable barrio. Me dicen que ella falleció trágicamente entre los barrotes de una ventana tratando de escapar del manicomio.

Había unas viejecitas orates malgeniadas que nos miraban con curiosidad; jóvenes, con el cabello muy corto, algunos obesos y viejecitos desdentados, con ojos en los que veíamos a veces el espanto.

Nunca he podido explicarme ese gusto de visitar el SAN RAMÓN con mi primera enamorada a quien le había “caído” , el 1 de diciembre de 1963, en la azotea de la primera iglesia de los mormones, en la avenida Bolognesi, frente al hotel de Turistas, una noche en la que hubo un apagón en la antaño pequeña ciudad.

El hospital SAN RAMÓN está convertido en una ruina.

JÓVENES EN ACCIÓN

El entusiasmo juvenil encuentra en este tipo de aportes un valioso incentivo para seguir creciendo

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