Ciertas chicas

Page 1

(DOS CUENTOS)

LOS DEDOS

-Me quedo unos minutos, nada más -me dijo, cuando estábamos entrando al edificio. Traté de no mirarla a los ojos. Hacia varias semanas que habíamos empezado la cursada y ella, otras dos chicas y yo formábamos un grupo, desde la primera clase. Las otras dos también eran lindas, pero un poco grandes, de veintipico, tal vez treinta. Andaban siempre de la mano y se acariciaban mucho. Nunca las vi besarse. Yo tenía 20, ella un poco menos, 18 o tal vez 19. Esa noche todo estaba preparado para que cenemos a la luz de las velas. Me había costado mucho invitarla, horas de pensar cada palabra, cada gesto. Sólo pude animarme, casi al pasar, en voz baja, en una clase, cuando se hizo un silencio y la profesora se quedó inmóvil, mirando por la ventana: querés venir a comer a casa, le dije. A qué hora, preguntó. Después, no sé por qué, se olió los dedos. Me quedé atrás para verla subir la escalera. Tenía la boca seca. Abrí la puerta, entramos, se sentó en una silla, me metí en la cocina, volví al living con una botella de vino y dos vasos. La comida estaba en la heladera, era una ensalada rusa hecha a partir de latas: lata de arvejas, lata de choclo, lata de jardinera, lata de palmitos y mucha mayonesa. Fue lo máximo que pude conseguir. Cuando quise abrir el vino, ella, sin mirarme, me dijo que se le estaba haciendo tarde. Ya comemos, le dije. Me esperan, dijo y se levantó de la silla. También dijo: muy linda tu casa. ¿Me abrís? -¿Te vas? -le dije-, pero si acabás de llegar.


Volvió a olerse los dedos. Tenía las uñas muy cortas y desparejas. Parada parecía más alta. La acompañé a tomar el colectivo y antes de subir me preguntó si quería ir con ella hasta su casa. En la casa estaban su hermano y otros dos pibes. Completamente fumados. Me senté en un sillón y acepté una tuca. Ella, al lado mío, también fumó y después de unos minutos se paró de golpe y desapareció de mi vista. Se metió en alguna de las habitaciones y como pasaba el tiempo le pregunté al hermano. Le dije: dónde fue. Él me acarició la cabeza y me dio un beso en la frente. Relajate, campeón, me dijo. (2010)


QUEROSENE

El olor a querosene en la ropa. El sabor del puré de papas. El sabor de la salsa de mamá. Aguada, sin cebolla –a papá no le gustaba la cebolla-, sin carne. Las manchas de humedad en la pared de mi pieza. Manchas enormes que parecían figuras. Yo inventaba historias, cuando no podía dormir la siesta: me quedaba con los ojos clavados en la pared imaginando batallas, fugas en el espacio, invasiones extraterrestres. La voz de papá. Las salchichas reventadas. Los ceniceros llenos, sobre todo ése que tenía forma de caballo. Un caballo chiquito y largo. El agua para el mate, hervida. Los bigotes de papá. Bigotes rojos, blancos, marrones. Anchos. El olor a querosene en la pieza, ese olor que no me dejaba respirar. Más ceniceros llenos. Mamá, mi abuela y mis hermanas fumando a escondidas, para que papá no las vea. Papá fumando en la cocina, apenas terminaba de comer o de tomar mate o antes de dormirse en la silla. Papá dormido en la silla, con la boca abierta y un poco de saliva que le salía por los costados de los labios. Las pizzas que cocinaba papá, los sábados a la noche. El peso del querosene en el bidón. Las cinco cuadras que yo tenía que caminar con el bidón lleno. La voz de mi abuela. En especial, las cosas que le dijo una vez a mi hermana más chica. Así le dijo: no sé para qué naciste. Antes de que vos nacieras estábamos mejor. La voz de mamá. Esa manera que tenía de hablar, como pidiendo disculpas. La voz de mi hermana más chica y también la de mi hermana del medio.


La voz de mi tía la peluquera y de mi otra tía, la que dormía mucho. Todo el día dormía. La cara que ponía papá cuando estaba enojado. Mi cara. Ni enojado, ni triste, ni nada. Mareado por el olor a querosene. (2010)


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.